El oro: rey de los metales

Reportaje - 13.11.2017
mound of gold

Único entre los 118 elementos de la tabla periódica, ha sido símbolo de poder, riqueza, perfección e inmortalidad. Miles de hombres murieron por él y muchos alquimistas dedicaron su vida a estudios para transmutar metales comunes en el más preciado de los metales nobles: el oro. Esta es su historia

Por Redacción Magazine

El oro que hay en su teléfono celular, en sus anillos o en su reloj de pulsera se formó en una colosal colisión estelar hace miles de millones de años, cuando el tiempo todavía era nuevo y no existían la humanidad ni los dioses. El rey de los metales nobles se produjo en el espacio en encuentros cataclísmicos entre estrellas de neutrones, uno de los cuerpos más densos en el universo conocido.

Cuando la Tierra empezó a tomar forma, el oro ya existía y ha estado presente durante casi toda nuestra historia, fascinándonos con su color amarillo, su brillo y su resistencia al tiempo.

La humanidad lo conoció temprano, porque se le encuentra sobre la superficie y directamente en su forma metálica, y ciertos autores creen que lo empezamos a utilizar hace cuarenta mil años, durante el Paleolítico Inferior, pues se han hallado pequeñas cantidades de oro en pinturas rupestres de la época. Aunque lo más probable es que su uso se remonte a cuatro o cinco milenios antes de nuestra era, de acuerdo con el libro La Prospección del Oro, ya que esa edad tienen los ídolos dorados de las antiquísimas tumbas de Varna, situadas en la actual Bulgaria.

Luego el oro reclamó su lugar en las culturas indígenas precolombinas y más tarde embarcó a los conquistadores españoles en grandes expediciones que perseguían imaginarias ciudades de oro puro, como el célebre y, por supuesto, jamás encontrado reino de El Dorado. El oro también ha incidido en la economía mundial y debido a que es un recurso duradero pero limitado, a la fecha los bancos centrales lo guardan como reserva y garantía en medio de los vaivenes financieros, a pesar de que su precio igual es fluctuante.

Sin embargo, como decíamos, su historia no comienza en este mundo, sino a millones de años luz y por ahí debemos empezar a contarla.

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Las estrellas de neutrones son como esqueletos andantes, núcleos colapsados de estrellas gigantes que murieron estallando en supernovas. Hablamos de 1.5 a cinco veces la masa de nuestro Sol en un cuerpo que mide apenas unos veinte o treinta kilómetros de diámetro, más o menos la distancia que hay entre Managua y Masaya. Son objetos tan densos que si pudiéramos visitarlos y tomar una sola cucharadita de su materia, esta pesaría de cien millones a mil millones de toneladas y lógicamente no podríamos alzarla, como tampoco podemos ir hasta la estrella de neutrones.

Recientemente se ha hablado mucho de estos lejanos cuerpos celestes y también del oro. El revuelo se debe a que el 17 de agosto de este año los astrónomos del mundo percibieron el eco de una fusión ocurrida a un billón de kilómetros de la Tierra y 130 millones de años luz. Por primera vez detectaron los rayos gamma y las ondas gravitacionales generadas por el choque de dos estrellas de neutrones y de paso obtuvieron evidencias contundentes de que así es como surgen los metales más pesados.

 

Representación de una estrella de neutrones.

 

No es que el oro sea el único metal de origen extraterrestre. De hecho, los primeros cien elementos de la tabla periódica provienen del espacio, sostiene Julio Vannini, profesor de Ciencias y presidente de la Asociación Nicaragüense de Astrónomos Aficionados (Anasa). Lo que hace que el oro sea especial es que se produce en uno de los eventos más devastadores del universo.

Los primeros elementos, como el hidrógeno y el helio, aparecieron minutos después del Big Bang y seguidamente otros se han generado por fusión en el núcleo de las estrellas, “con temperaturas de 15 millones de grados centígrados para arriba y altas presiones”, señala Vannini. Sin embargo, dice, ninguna estrella tiene una temperatura lo suficientemente alta para seguir fusionando elementos después del hierro.

Para su fusión, los elementos más pesados que el hierro, con más protones y electrones en su núcleo, requieren de eventos sumamente violentos, como la muerte de las estrellas, explica el presidente de Anasa. O bien, surgen de la colisión de dos diminutas estrellas de neutrones que produce “una nueva escala de devastación capaz de generar más presiones y más temperatura para que el oro con los demás elementos pesados se vayan fusionando”.

Debido a la fuerza de la explosión, los compuestos recién creados se esparcen por el espacio y siembran las nubes de gas y polvo cósmico de las que nacen nuevas estrellas con sus planetas. “Estos elementos conformaron los asteroides de los cuales se formaron los planetas rocosos, son los mismos elementos que encontramos en todos los meteoritos provenientes del cinturón de asteroides”, apunta Vannini. Los elementos más pesados se fueron al centro de la Tierra y los más livianos se quedaron en las capas externas; la razón por la que encontramos metales en la superficie es que el magma se ha encargado de depositarlos ahí, comenta.

Se estima que en la colisión de hace 130 millones de años se formó una cantidad de oro equivalente a 100 veces la masa de la Tierra, además de plata y uranio, según el físico Gabriel Martínez-Pinedo, investigador en la Universidad Técnica de Darmstadt (Alemania), citado por El País. “Era una descomunal fábrica que transformaba el hierro en los elementos más codiciados del planeta”.

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Mucho antes de que la fiebre del oro convirtiera en hormigueros los ríos californianos, allá en 1848, los conquistadores españoles buscaron doradas ciudades en América y cientos perecieron en el intento.

En México fueron tras la magnífica Cíbola, pues escucharon a los nativos hablar sobre una ciudad con “casas altas” y además un fraile dijo que había visto con sus propios ojos que las gentes de aquel reino usaban vasijas de oro y plata, relata el historiador Carlos Canales en su libro El Oro de América. Como no aparecía Cíbola, un indio comentó que existía la ciudad de Quivira, donde de los árboles colgaban cascabeles de oro, y hacia allá fue una expedición de españoles. Pero no hallaron ni Cíbola ni Quivira, sino solo modestas poblaciones indígenas, habitadas por “tribus por lo general poco amistosas”, dice Canales.

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“El oro fue el protagonista de los primeros años de la conquista, viviendo su punto álgido entre 1550 y 1560, coincidiendo con un periodo de gran escasez de este mineral en Europa”, afirma el periodista César Cervera, del diario ABC, en su artículo El mito que persigue al Imperio español, ¿cuánto oro y plata se extrajo de América? Pero al final, dice, fue sustituido por el verdadero “Dorado” de América: las minas de plata.

Y aunque las “legendarias ciudades rebosantes de oro” nunca aparecieron, los españoles encontraron la plata de Nueva España, extraída de las minas de Zacatecas o San Luis Potosí, que “permitiría a Carlos I financiar a las tropas que pondrían de rodillas a los herejes del viejo continente”, sostiene Canales en su libro.

Según el escritor Bernardo Veksler, polémico estudioso del tema de la Colonia, “en los primeros 150 años de conquista, 17 mil toneladas de plata y unos 200 toneladas de oro arribaron a España”. Esto, asegura, potenció el incipiente desarrollo comercial y manufacturero, que “abrió las compuertas a la Revolución industrial y al desarrollo capitalista de Europa”.

Pero hay diversas opiniones al respecto. En el libro El oro que quieren los dioses, Ricardo León Villegas va más lejos y asegura que “antes del siglo XVI el oro era extremadamente raro en Europa” y que hasta 1493 en el viejo continente solo circulaban “90 toneladas de oro”. “Entre 1493 y 1600, llegaron de América 700 toneladas métricas de oro y 22 mil de plata. Esto produjo una hecatombe económica”, sostiene.

Lo que sucedió, según Justin Rowlatt, periodista de la BBC, es que “cuando Europa descubrió que existía Suramérica y sus vastos depósitos, el valor del oro cayó y por ello hubo un enorme aumento en el precio de todo lo demás”.

Hay dos formas de ver la extracción de oro y plata durante la Conquista. Unos la consideran saqueo y otros, los menos, un pequeño “pago” en retribución por “todo lo aportado por España”.

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Mineros laborando en la mina subterránea de Santa Pancha, Malpaisillo, León. Foto/ Oscar Navarrete

 

“Nicaragua es un país histórica y tradicionalmente minero. La historia de la minería en nuestro país se remonta a los tiempos de la colonización”, dice Sergio Ríos, presidente de la Cámara Minera de Nicaragua (Caminic). En el caso de la minería metálica “se ha desarrollado principal e históricamente” en los municipios de Larreynaga, La Libertad, Santa Rosa del Peñón, Santo Domingo, Bonanza, Rosita y Siuna”.

Para extraer el oro se utilizan dos métodos: subterráneo y a cielo abierto, explica Ríos. “Mina El Limón y Hemco operan minas subterráneas, mientras que Mina La Libertad es una combinación de subterránea y a cielo abierto”.

La diferencia es que en la mina subterránea “es necesario construir túneles de acceso, sistemas de bombeo de aguas subterráneas y sistemas de ventilación”, además de la instalación de “áreas seguras para resguardo de los colaboradores que operan maquinaria especial”, señala el presidente de Caminic. Y en cambio, “en el caso de una mina a cielo abierto, como su nombre lo indica, la extracción y traslado del mineral se efectúan superficialmente”.

De acuerdo con el estudio Minería en el Contexto Histórico de la Humanidad, elaborado por José Antonio González Rojas, entre 1870 y 2011 Nicaragua ha producido 10.5 millones de onzas troy de oro, a lo que según él habría que sumar las alrededor de 53 mil onzas que se estima fueron tomadas por los españoles durante la Colonia. Entonces, ¿cuánto oro queda en Nicaragua? No lo sabemos.

El país “no cuenta con un servicio geológico nacional que establezca cuánto poseemos de reservas. Otros países como México y Estados Unidos han logrado calcular sus reservas, no solo de oro, sino de otros importantes metales y minerales que gozan de una importante demanda, como el litio”, expone Sergio Ríos.

No obstante, afirma, “los registros históricos y el potencial minero sin explorar nos permiten suponer que tenemos reservas en cantidad y calidad suficiente para traer muchos más beneficios económicos y bienestar social para las comunidades, regiones autónomas y el país en general”.

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Antiguas culturas valoraron el oro por su belleza, su brillo y su escasez, hoy día lo seguimos haciendo y un ejemplo cotidiano son los tratamientos dentales.

Hasta hace unos pocos años era bastante común el uso del oro en piezas dentales, como coronas e incrustaciones, pero ahora está siendo desplazado por la resina, que es más barata, más estética y se une químicamente al esmalte del diente, sostiene el doctor Fernando Torres, odontólogo.

A pesar de su popularidad, por las mismas propiedades que lo hacen tan valioso en joyería y electrónica el oro presenta muchas desventajas cuando es usado en los dientes y las muelas. “Es cierto que es resistente, no se oxida ni provoca malos olores, pero no se une al diente sino que queda solo retenido, lo que provoca afloración de bacterias”, explica el médico. Además, agrega, debido a que el oro es un excelente conductor del calor y la electricidad, “todo cambio de temperatura es percibido por el nervio”, esto sin contar que cuando se usa oro “es necesario desgastar el diente para que el metal no se desprenda”.

Y bien, podría creerse que con estos claros puntos en contra del oro, todas las personas eligen de inmediato la resina, pero no. Según Torres, “normalmente la gente ocupa el oro porque en los lugares donde viven se considera un símbolo de estatus económico. Es un lujo y hasta se hacen desgastar los dientes para ponerse revestimientos de oro”. No es un trabajo que practique cualquier médico, aclara. “Lo hacen quizás odontólogos o técnicos dentales que quieren complacer a sus pacientes para no perderlos”.

Miles de años después de su descubrimiento, el rey de los metales nobles continúa siendo un símbolo de riqueza y de perpetuidad, pero es escaso y un día no muy lejano se agotará. Es cierto que seguirá habiendo colosales cantidades esparcidas por el espacio, pero por ahora no sabemos minar asteroides, ríe Julio Vannini, de Anasa. “Para eso nos falta al menos un siglo más”.

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Glosario del oro

Pepita de oro.

Quilate: Es un término empleado para describir la pureza de los metales preciosos y como unidad de masa para pesar gemas y perlas. Debido a que el oro, a pesar de su alta densidad, es muy blando, “a menudo se realizan aleaciones con otros metales como plata, paladio, platino, níquel o cobre, para endurecerlo, sobre todo para su uso en joyería”, explica el portal Oro y Finanzas, diario digital del dinero. De ahí que sea necesario medir el nivel de pureza del oro de las joyas.

Un quilate de un metal precioso representa la vigésima cuarta parte (1/24) de la masa total de la aleación que lo compone. En el caso del oro, si por ejemplo es de 18 quilates, su aleación estaría hecha de 18/24 o 3/4 partes de oro y tendría una pureza del 75 por ciento. Es decir, una joya de 18 quilates tiene 18 partes de oro y seis de otro metal. Es más brillante y vistosa, pero poco resistente, por eso las de 14 quilates son más comunes.

Una moneda o lingote de oro de 24 quilates estaría fabricado por 24/24 partes de oro con una pureza de 99 por ciento y, por lo tanto, hablaríamos de oro puro.

Onza troy: Es la unidad de medida más comúnmente utilizada para pesar los metales preciosos. Una onza troy equivale a 31.1 gramos, mientras que la onza común equivale a 28.3 gramos. En un kilogramo hay 32,150 onzas troy. Saber distinguir entre onzas troy y onzas comunes es importante cuando se compra o vende oro y plata.

Metal noble: O precioso. Es un metal que posee gran resistencia al ataque de los ácidos y agentes corrosivos, y resiste a la oxidación atmosférica; se emplea principalmente en joyería. Metales nobles son el oro, el iridio, el osmio, el platino, la plata, el rutenio, el rodio y el paladio.

Pepita: Es un trozo pequeño y rodado de oro o de otro metal en estado natural que suele encontrarse en terrenos formados por la acumulación de materiales arrastrados por las aguas.

Placeres: Pueden ser eluviales, fluviales o aluviales y son términos aplicados a los depósitos superficiales que se han formado por la acumulación de minerales pesados de no fácil alteración y en cantidad e importancia económica considerable, explica el portal del Banco Central de Venezuela.

Usos del oro

Más allá de su empleo como símbolo de riqueza y poder y de su uso como moneda, por sus propiedades químicas y físicas el oro se ha aplicado en muchas actividades. Estas son algunas:

Electrónica. Tiene buena conductividad y además es un metal noble, con lo que garantiza conexiones eléctricas que no se oxidan y que, por lo tanto, permiten un paso constante de energía sin fluctuaciones indeseables o fallos en las conexiones. Es utilizado en conexiones sumamente importantes, en computación, naves espaciales, motores a reacción de los aviones y en las bolsas de aire de los automóviles.

Odontología. Se utiliza en coronas, incrustaciones y dentaduras postizas, pero en años recientes su uso ha decaído, pues la resina ofrece mejores resultados, a un precio más bajo.

Oro coloidal. Son nanopartículas de oro, una solución que se está estudiando con fines médicos y además es empleada como pintura dorada para cerámica.

En el espacio. Se emplea como recubrimiento protector en muchos satélites, debido a que es un buen reflector de la luz infrarroja. Por la misma razón las viseras de los trajes espaciales tienen una fina capa de oro para proteger los ojos de los astronautas contra la luz solar.

Disipador de calor. Debido a que también es un conductor excelente de la energía térmica, se le utiliza en procesos electrónicos para disipar el calor. Por ejemplo, el inyector principal del motor para lanzar una nave espacial, utiliza una aleación de oro del 35 por ciento, afirma José González Rojas en el libro La Minería en el Contexto Histórico de la Humanidad.

Propiedades del oro

  • Fue el primer metal noble que conoció la humanidad, pues se le halla en forma metálica y no como un compuesto químico, como pasa con la mayoría de los metales.
  • Es químicamente inactivo, propiedad que le ha otorgado un significado místico asociado a la inmortalidad. El oro puro no se oxida, por lo que no se formará ninguna película de óxido sobre él. Tampoco se empaña.
  • No reacciona con la mayoría de los productos químicos, pero es sensible y soluble al cianuro, al mercurio, al agua regia, al cloro y a la lejía.
  • Es el más dúctil y maleable de los metales. Una onza de oro puede estirarse en un alambre de 100 kilómetros. Y es batido en láminas conocidas como “pan de oro”, tan delgadas que 20,000 de ellas apiladas solo tendrían un espesor de un centímetro.
  • Conduce bien la electricidad y el calor.
  • Se le atribuyen propiedades antinflamatorias. Otros lo usan en el tratamiento del cáncer y en cremas cosméticas.
  • Es de un color amarillo brillante porque refleja toda la gama de colores excepto el amarillo que absorbe. La atracción del ser humano por el oro se atribuye a su tono amarillo y brillante como el sol. Los incas creían que el oro era el sudor del Sol.

El mito de El Dorado

La famosa “Balsa Muisca” es una figura de orfebrería elaborada entre los años 1200 y 1500. Hace alusión a la ceremonia que dio origen a la leyenda de El Dorado y se encuentra en el Museo del Oro de Bogotá, Colombia.

Entre las ciudades maravillosas nacidas en la imaginación de los españoles que conquistaron las riquezas de América, ninguna es tan célebre como El Dorado, en cuya búsqueda perecieron centenares de hombres. La leyenda colonial persistió en el tiempo, llegó al cine -incluso más exagerada- y puso a Indiana Jones tras la ciudad de Akator, que según el guion fabuloso de la película es el verdadero nombre de El Dorado. También hay una versión animada, sobre dos pillos españoles que en tiempos de la Colonia encuentran un mapa del mítico reino de oro y hacia él se dirigen, se llama El Camino hacia El Dorado.

¿Cómo pudo un mito cobrar tanta fuerza? La primera y más natural explicación es la avaricia de los conquistadores, sumada a su excitable imaginación. “Cuando ya no aparecieron en las Indias nuevas áureas civilizaciones para someter bajo las botas del soldado español, la desesperada obsesión de los conquistadores los llevó a crear imperios imaginarios de leyenda repletos de oro que esperaban pasiblemente para ser conquistados y saqueados”, dice el escritor Roque D. Favale en su texto Historia y leyenda de El Dorado.

La segunda y menos obvia razón es que hay algo de verdad detrás de la leyenda. Se trata de una tradición de los indígenas chibchas que para la llegada de los españoles a Sudamérica probablemente ya ni siquiera existía. Hay varias versiones sobre sus orígenes, pero los relatos coinciden en los detalles de la ceremonia. Todo comienza en una laguna casi perfectamente redonda llamada Guatavita, ubicada setenta kilómetros al noreste de la actual ciudad de Bogotá.

El cuerpo desnudo del heredero era cubierto con “tierra pegajosa” sobre la cual untaban polvo de oro. Luego este subía a una barca decorada “con sus mejores bienes”, acompañado por cuatro jefes principales, “adornados con plumas, coronas, brazaletes, colgantes y pendientes, todo de oro”. A sus pies, el “Hombre Dorado” llevaba un gran “cúmulo de oro y esmeraldas”, que echaba como ofrenda al agua para quedar proclamado nuevo gobernante. Esto según la obra El Carnero, escrita por Juan Rodríguez Freyle.

El historiador mexicano Carlos Canales afirma, por otro lado, que fue “un indio de Bogotá” quien llevó la primera noticia del Hombre Dorado al Ecuador, adornada con los pormenores de un caso de adulterio. Y “enseguida comenzó a correr el relato de que en la aldea de Guatavita había existido la esposa adúltera de un cacique a la que este, una vez descubierta, obligó, en castigo de su delito, a comerse durante el banquete de una fiesta el pene y los testículos de su amante, para luego entregarla a los indios más ruines de la ciudad para que abusaran de ella”, señala Canales en su libro El oro de América.

Deshonrada y desesperada, la esposa “se arrojó con su hija a la laguna de Guatavita” y el “cacique, arrepentido, consultó con los sacerdotes, quienes le hicieron creer que ella estaba viva en un palacio escondido en el fondo de la laguna y que había que honrarla con ofrendas de oro”. Desde entonces el cacique “entraba algunas veces al año, en una balsa bien hecha, al medio de ella, yendo en cueros, pero con todo el cuerpo lleno desde la cabeza a los pies y manos de una trementina muy pegajosa” cubierta de mucho oro en polvo fino; llegaba hasta el centro de la laguna y allí hacía “sacrificios y ofrendas arrojando al agua algunas piezas de oro y esmeraldas”.

Ahora bien, para Canales “es indudable que esa práctica ya no se llevaba a cabo cuando llegaron los españoles; los belicosos indios muiscas habían terminado con ella al declarar la guerra a la tribu de Guatavita y exterminar a casi todos sus miembros”. Pero se mantuvo en el recuerdo y en poco tiempo pasó de ser el “Hombre Dorado” a “El país dorado” y finalmente “El Dorado”, un “lugar recubierto de oro que había que buscar entre los actuales Perú y Venezuela, o por las amplias cuencas del Amazonas y el Orinoco”.

“El amarillo metal era todo lo que movía a estos hombres, todo lo hicieron en función del oro: arriesgaron la vida, sufrieron las peores penurias imaginables y destruyeron civilizaciones enteras”, dice Favale.

En las numerosas expediciones hacia El Dorado y otras ciudades de oro, hubo muerte, enfermedades, traiciones, rebeliones y descubrimiento de nuevos territorios. Pero destacan especialmente algunas búsquedas, por lo desastrosas que fueron. Como la de Gonzalo Pizarro.

Cuando supo que otros conquistadores buscaban El Dorado, reunió una comitiva de 280 hombres y 260 caballos y en diciembre de 1540 partió en busca de la ciudad. “Dos años, en los que sufrieron toda clase de calamidades y perecieron a montones, estuvieron dando vueltas. Tuvieron que devorar sus propios caballos para poder regresar a Quito. Se encontró el árbol de la canela, aunque de una calidad mucho menor a la de las Indias Orientales, pero ni el ‘Hombre Dorado’, ni nada parecido”, comenta Canales.

Los colores del oro

En las joyerías se realizan aleaciones para reforzar el oro y aportarle tonalidades que se alejan del clásico dorado y dependen de los metales que se usan como complemento. Esto quieren decir los orfebres cuando hablan de oro rojo, amarillo, rosa, verde o blanco, de acuerdo con el estudio La minería en el contexto histórico de la humanidad.

Oro amarillo: En 1,000 gramos de aleación, contiene 750 gramos de oro, 125 gramos de plata y 125 gramos de cobre.
Oro rojo: 750 gramos de oro y 250 gramos de cobre.
Oro rosa: 750 gramos de oro, 50 gramos de plata y 200 gramos de cobre.
Oro blanco: 750 gramos de oro, 160 gramos de paladio y 90 gramos de plata. Es empleado en la fabricación de broches y candados de las prendas de joyería, pues su aleación con platino le brinda las propiedades de “resorte” necesarias.
Oro gris: 750 gramos de oro, 150 gramos de níquel y 100 gramos de cobre.
Oro verde: 750 gramos de oro y 250 gramos de plata.
Oro azul: 750 gramos de oro y 250 gramos de hierro.

¿Cuánto oro hay en su celular?

“Se necesita una tonelada de mineral para sacar un gramo de oro. Pero se puede conseguir la misma cantidad reciclando los materiales de 41 teléfonos móviles”, según Janez Potocnik, comisionado europeo para el Medioambiente, quien en 2014 aseguró esto basándose en un informe de la ONU.

Y ese mismo año la compañía Umicore le dijo a la BBC que, de hecho, solo se necesitan 35 teléfonos para obtener esa cantidad de oro.

Sin embargo, ¿qué tan rentable sería el extraer oro de los teléfonos móviles? No mucho. Se estima que en el mundo cada año se producen alrededor de 2,700 toneladas de oro en minería, es decir, unas 7.4 toneladas cada día. Para obtener esa cantidad, a ese ritmo, necesitaríamos sacrificar unos 300 millones de aparatos diariamente.

“Si se hiciera eso a diario, los estimados 7,000 millones de celulares en uso activo en el mundo se acabarían en 23 días”, sostiene la BBC.

Patrón Oro

El Patrón Oro o Gold System es “un sistema monetario que, básicamente, consiste en establecer el valor de la moneda de un país con relación a la cantidad de oro que este posea”, explica el sitio web especializado Economipedia. “A nivel nacional, cada país basaba su cantidad de dinero en circulación directamente con la cantidad de oro que poseía custodiado en sus reservas. El modo de funcionar, por lo tanto, consistía en la libre importación y exportación de oro para equilibrar su balanza de pagos, haciendo del oro la base monetaria por naturaleza”.

Aunque el oro se ha usado como moneda desde tiempos remotos, cuando se habla de Patrón Oro se hace referencia a ese sistema que imperó internacionalmente durante el siglo XIX.

La vigencia del Patrón Oro “terminó a raíz de la Primera Guerra Mundial, puesto que los gobiernos beligerantes necesitaron imprimir mucho dinero para financiar el esfuerzo bélico sin tener la capacidad de respaldar ese dinero en metal precioso”, señala el portal Tiempo de Finanzas Internacionales.

De acuerdo con el sitio web de economía y finanzas En Naranja, actualmente ningún país utiliza el Patrón Oro. Ahora se usa el sistema fiduciario. “Este tipo de dinero significa que nosotros asumimos que los billetes y monedas en circulación es el medio de pago válido porque el Gobierno realiza una declaración oficial de validez, y sin la cual quedaría reducido a un papel normal y corriente. Al no existir ningún respaldo en forma de bien tangible, los Gobiernos a través de sus Bancos Centrales pueden imprimir tanto dinero como deseen. De todos modos, la función principal de los Bancos Centrales es mantener la estabilidad económica y no van a imprimir dinero sin ningún tipo de control, pero es uno de los grandes riesgos que comporta el dinero fiduciario”.

¿Por qué es tan valioso el oro?

La tabla periódica de los elementos tiene 118 miembros. Entre tantos candidatos, ¿por qué se ha elegido al oro como el material por excelencia para la fabricación de monedas? ¿Por qué valoramos tanto a un metal entre 118 elementos químicos? En 2013 la BBC hizo estas mismas preguntas a Andrea Sella, profesor de Química de University College de Londres, y este demostró, tabla periódica en mano, por qué el oro es tan especial.

Señaló hacia el lado derecho de la tabla y descartó de un plumazo a todos los gases nobles y los halógenos. “Aquí tenemos los gases nobles y los halógenos. Un gas nunca va a servir como moneda. No es práctico cargar pequeñas ampollas de gas. Además no tienen color: ¿cómo va a saber uno qué es?”.

Luego eliminó al mercurio y al bromo, que por ser elementos líquidos a temperatura y presión ambiente también resultarían poco prácticos en actividades cotidianas. Además de ser venenosos. La misma razón por la que quedaron descartados el arsénico y sus similares.

En el lado izquierdo de la tabla Sella fue implacable. “Podemos excluir también a la mayoría de estos elementos”, dijo. “Los metales alcalinos y las tierras son demasiado reactivas y dinero explosivo no es muy conveniente”. Pasa algo parecido con todos los elementos radiactivos: nadie quiere monedas que den cáncer.

Lo mismo quedaron eliminados el torio, el uranio y el plutonio, junto con todos los elementos creados sintéticamente que “solo pueden existir por un momento como parte de un experimento de laboratorio antes de descomponerse radiactivamente”.

Acto seguido fue descartado todo el grupo de las “tierras raras”, pese a que son menos raras que el oro, pues “son difíciles de distinguir químicamente, así que uno nunca sabría qué tiene en el bolsillo”, explicó Sella a la BBC, antes de llegar a los metales y postransicionales que comparten el centro de la tabla periódica.

En este grupo de 49 elementos hay viejos conocidos y otros no tanto, como hierro, aluminio, cobre, plomo, titanio, circonio y plata, pero casi todos presentan serias desventajas. El titanio y el circonio, por ejemplo, son duros y durables, pero muy difíciles de fundir. El aluminio es demasiado endeble para ser moneda. Y la mayoría de los otros miembros de este grupo se corroen al ser expuestos al agua o se oxidan con el aire.

El hierro casi podría ser un buen candidato a moneda, porque “es atractivo y se puede pulir hasta que brilla”, señaló Sella. El problema es que si no se le mantiene completamente seco, va y se corroe. Lo mismo pasa con el plomo y el cobre. Se han usado para hacer dinero, pero han probado que no resisten el paso del tiempo.

Llegados a este punto, solo quedaron ocho finalistas. Ocho de 118, los metales nobles: platino, paladio, rodio, iridio, osmio, rutenio, oro y plata; esos que casi no reaccionan ante otros compuestos químicos y además son muy raros. Tan raros que si se usaran para acuñar monedas estas serían “tan diminutas que se perderían con facilidad”, con excepción del oro y la plata, que son escasos pero no demasiado.

Por otro lado, esos seis metales a duras penas se dejan extraer. Y esto dejó a Sella con solo dos candidatos: el oro y la plata, ninguno excesivamente escaso y ambos con un punto de fusión relativamente bajo. Pero... la plata se oscurece, pues “reacciona con pequeñísimas cantidades de sulfuro en el aire”.

Y por eso, explicó Sella a la BBC, es que valoramos tanto al oro.

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El oro y los alquimistas

El oro no se oxida y debido a esa propiedad química en tiempos medievales fue asociado a la inmortalidad y a la perfección que debían alcanzar los metales innobles. Quienes perseguían ese fin eran los alquimistas, estudiosos hombres que buscaban la sustancia conocida como “piedra filosofal”, pues creían que esta sería capaz de transmutar cualquier metal común en un metal precioso, curar enfermedades y prolongar la vida indefinidamente; además de hacer arder lámparas en una llama perpetua y convertir cristales corrientes en gemas y diamantes.

La piedra blanca tendría la propiedad de transformar los metales en plata; pero la piedra roja los transmutaría en oro, pues la piedra blanca era una versión menos madurada que la roja.

Aunque hoy la alquimia es considerada una seudociencia por estar vinculada con lo sobrenatural, alguna vez entre sus filas hubo grandes hombres de ciencia, como Isaac Newton. Según la revista National Geographic, en el siglo XVII el estudio de la alquimia era algo común entre los científicos que deseaban investigar la naturaleza de la materia, de modo que no era raro que el mismo hombre que desarrolló el cálculo infinitesimal también ensayara experimentos usando sustancias misteriosas y escribiera fórmulas para convertir bronce en oro.

Ahora están lejos los tiempos de alquimistas célebres, como el legendario Nicolás Flamel, rabino del siglo XIV que vivió tras el misterio de la piedra filosofal y el oro transmutado. ¿O no? Más o menos. En realidad, en nuestros días no se ha dejado de buscar un método para producir oro rentable alterando el número de protones de algunos elementos, como el plomo.

Y desde hace unos cinco años se ha hablado de algo que los científicos llaman “alquimia microbiana”: diminutas pepitas de 24 quilates producidas por una bacteria.

La Cupriavidus metallidurans fue descubierta por el profesor de microbiología y genética molecular Kazem Kashefi y el profesor asociado de arte electrónico Adam Brown, de la Universidad de Michigan. Resulta que es extraordinariamente resistente al cloruro de oro u oro líquido, y prospera en un ecosistema que es letal para la mayoría de los microbios.

Lo que hace esta bacteria es desintoxicar el oro disuelto acumulando pequeñas nanopartículas de oro en el interior de sus células, explica el diario ABC. Según los investigadores, utilizando a esta pequeña bacteria podría recuperarse el oro de las aguas residuales de las minas. Es decir, extraer un tesoro de la basura.

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