Los apodos pueden hablar de la vida de una persona o de la historia de un país. ¿Se ha preguntado de dónde vienen motes como “La Chamuca”, “El Bachi”, “La Chilindrina” o “El Presidente”? Estas son las historias tras famosos sobrenombres de personajes nicaragüenses
Por Amalia del Cid
Los apodos comienzan en casa, en la escuela, en la mente de un caricaturista y, la verdad, en cualquier parte, en ese instante de gracia en que el mote cae como bajado del cielo. Algunos sobreviven muy poco, un día, tal vez una semana. Otros se aferran a la vida, usados esporádicamente por un grupo reducido. Pero hay unos —y a estos debemos temerles— que poseen buena madera y se quedan para siempre en la memoria colectiva.
Los hay compuestos y simples; unos hacen alusión al físico, otros al lugar de procedencia, algunos se derivan de una palabra dicha en el momento menos indicado y muchos se refieren a características no visibles, como la personalidad, el nivel escolar o las mañas. En cualquier caso, más allá de la burla, “un buen apodo, que llega a calar en el sentir de la gente, es aquel que también nos dice una historia o la lleva implícita”, comenta el caricaturista Manuel Guillén.
Desde su oficio Guillén ha sido una especie de cura bautizador. Obra de él son motes tan famosos como “El Bachi”, “La Chamuca” y “Gordomán”.
El cronista deportivo Edgar Tijerino, quien dio el nombre de “El Flaco Explosivo” a Alexis Argüello, considera que la suerte de un apodo va de la mano con la de su portador. Es decir, tiene que haber verdadera correspondencia entre el sentido del sobrenombre y el desarrollo del personaje. “El Flaco Explosivo” no habría calado si Alexis no hubiera sido un flaco de boxeo explosivo.
En su libro de poesía satírica Morado, el genial Gonzalo Rivas Novoa dijo que todo nicaragüense tiene algo de “pueta” y escribe versos “por pura vagancia”, aunque ahí demuestre “toda su ignorancia”. Guillén agregaría que “los nicas también tenemos algo de cura o sacerdote”, por esa manía de “bautizar” a la gente. “Aquí no se capea nadie. Arrasamos con la familia y los vecinos, pero la clase política es mejor blanco de nuestros apodos o sobrenombres”, dice.
En el salón de la fama de los apodos nicaragüenses tienen un sitio especial los motes que han recibido personajes políticos de la historia reciente: Daniel Ortega, Rosario Murillo, Enrique Bolaños y Arnoldo Alemán. Pero también hay apodos de asesinos que sembraron el terror durante los años de los Somoza y en la insurrección sandinista: “Macho Negro” y “Charrasca”. Y no puede quedar fuera don Domingo “Chagüitillo”, quien inspiró el uso de la palabra “chagüite” como sinónimo de discurso cantinflesco.
En otra esquina tenemos a personalidades no políticas, como el pelotero Denis Martínez, “El Presidente”; la periodista Lucía Pineda Ubau, conocida para siempre amén como “La Chilindrina” desde que Arnoldo Alemán la llamó así ante las cámaras y el músico Carlos Emilio Guillén, de la Cuneta Son Machín, a quien todos conocen como “Frijol”.
Detrás de estos apodos hay momentos de gloria, anécdotas pintorescas, datos históricos y hombres macabros. Vamos a contarle el origen de sobrenombres célebres de personajes nicaragüenses. Pase por acá.
“El Presidente”

En buen nicaragüense a Denis Martínez se le conoce como “El Chirizo”, pero su apodo internacional es “El Presidente”. Así lo bautizó Ken Singleton, entonces de 32 años, cuando el pícher granadino jugaba con los Orioles de Baltimore, allá en 1979.
Singleton era el mejor bateador en la alineación de los Orioles y, a los 24 años de edad, Denis Martínez se alzaba como el principal abridor del equipo y uno de los lanzadores más confiables de la Liga Americana. Lo cuenta el escritor Lou Hernández en el libro Los más grandes lanzadores hispanos del beisbol, que dedica un buen trozo a la historia de Martínez.
Para entonces, como sabemos, Nicaragua se encontraba en plena insurrección y en julio se vino abajo la dinastía de los Somoza. Cuando se supo que había finalizado la larga dictadura, Singleton se animó a decir que Martínez estaba lanzando tan bien que se convertiría en “el presidente de Nicaragua”.
Sin embargo, el sobrenombre cobró fuerza hasta 12 años más tarde, el 28 de julio de 1991. El día que Denis Martínez tiró su Juego Perfecto y se convirtió, a los 36 años, en el primer latinoamericano que lograba la hazaña. Una verdadera hazaña, si se tiene en cuenta que solo ha habido 23 Juegos Perfectos en los 140 años de historia de las Grandes Ligas del Beisbol y alrededor de 210 mil partidos jugados.
El Juego Perfecto de Martínez fue el número 13. Lanzó para los Expos de Montreal contra los Dodgers de Los Ángeles y esa tarde ninguno de los bateadores de los Dodgers alcanzó la primera base.
En la web puede apreciarse el video del partido. Primero suspenso y luego el rugido del estadio (pese a que era el de los Dodgers) cuando, tras el último batazo, la bola cayó en el guante del centerfielder. En el calor del momento Vin Scully, narrador de los Dodgers, exclamó cuatro palabras que quedaron para la historia: “El Presidente, El Perfecto”.
“Churruco”

Todo empezó con un inocente artículo mitad político, mitad beisbolero. Inocente en el sentido de que no buscaba establecer “Churruco” como el nombre de combate de Enrique Bolaños Geyer. El objetivo original del texto era muy distinto, el ingeniero Bolaños quería criticar unas elecciones presidenciales que para él eran de “burro amarrado contra tigre suelto” y para hacerlo, eligió una vieja anécdota sobre un descarado réferi a quien llamaban... “Churruco”.
Se avecinaban las elecciones presidenciales de noviembre de 1984 y ya se adivinaba que Daniel Ortega Saavedra, candidato del gobernante Frente Sandinista, sería el ganador. El artículo de Bolaños apareció el 15 de enero de ese año, bajo el título de Las elecciones como el beisbol.
“Hace muchos años, cuando en el juego de beisbol no disponíamos más que de un solo juez, quien se paraba detrás del pitcher y a él y solo a él le tocaba cantar las bolas y los strikes, servir a la vez de juez de primera, de segunda y de tercera, existía un famoso juez granadino (a lo mejor masaya) apodado, si mal no recuerdo ‘El Churruco’”. Con estas palabras comenzó el texto del ingeniero y también su historia como el “Churruco” Bolaños.
“Bueno, pues este Churruco, cuando por cualquier motivo decidía hacerle ‘el lado’ a uno de los equipos, corría de su posición detrás del pitcher hacia primera, gritándole al bateador que acababa de batear: ‘Ni corrás, que sos out’. Y efectivamente era out. Se alegaba que esta era una decisión de apreciación del juez y por lo tanto no se aceptaban los alegatos de protesta”, prosiguió Bolaños, y acto seguido adquirió un tono más serio, comparando las “reglas del juego” de aquel juez “Churruco” con las de las elecciones presidenciales.
Pero el daño ya estaba hecho. Como “Churruco” se le conoció desde entonces. Primero tímidamente y luego en cada rincón del país, sobre todo a partir de su llegada a la Vicepresidencia, en 1996, como compañero de fórmula de Arnoldo Alemán, conocido a su vez como “Gordomán”.
Hay que decir, sin embargo, que el mismo Bolaños contribuyó bastante a que el mote ganara fama. El “Churruco” y la frase “Ni corrás, que sos out” aparecían con frecuencia en sus discursos. Por ejemplo, en 1989, apoyando la candidatura de Violeta Barrios y Virgilio Godoy. Y también en la apertura de su propia campaña presidencial en 2001, cuando ya había asumido el apodo y hablaba de las elecciones como quien narra un partido de beisbol:
“Desde 1990, los nicaragüenses cambiamos las balas por los votos. Doña Violeta, al cierre del último inning, lanzó la primera bola recia de la paz, que abanicó el comandante, y ahora dizque poeta, Daniel Ortega, y le cantamos el primer strike. En el 96 abanicó de nuevo la segunda bola recia que le lanzó Arnoldo y le cantamos el segundo strike... Y hoy, desde este mismo montículo de Matiguás, me toca a mí lanzarle el tercer strike... y hacerlo out para siempre. Daniel, ahora yo el ‘Churruco’ te digo: ‘Ni corrás, que sos out’”.
Quien no recuerda al expresidente Bolaños como “Churruco”, al menos debe acordarse del “Churri”, abreviatura usada por el caricaturista Manuel Guillén. Según el sitio web del exmandatario, este “sobrenombre se convirtió en sinónimo de la imagen austera y campechana que presentaba Enrique Bolaños Geyer en la campaña” presidencial. Guillén, no obstante, cuenta que usó “Churri” para disminuir “su triste papel como vicepresidente” y “fiel mayordomo” de Arnoldo Alemán.
El mote de don Enrique derivó en muchos sustantivos, como el “churrimóvil”, el “churripuerto”, la “churriván” e incluso la “Churruquita”, su nieta.
“Chagüitillo”

Como “Chagüitillo” se le conoció durante casi toda su vida, desde 1923, cuando en el salón de clase de primer grado un cura cometió el pecado de preguntarle de dónde venía. Domingo Sánchez venía de Chagüitillo, una comunidad de Sébaco, Matagalpa. Ahí nació en 1915, “cuando Chagüitillo era apenas una aldea de ocho familias, dedicadas al cultivo de maíz, frijoles, millón y guate”, narra el periodista Fabián Medina en el reportaje Camarada Chagüitillo, publicado en 2004.
El mote del líder sindicalista se diversificó y emergieron las variedades de “Chagüi” y “Chagüite”, que no llegaron a superar al apodo original. Apareció también el uso de “chagüite” para hacer referencia al clásico discurso de Domingo Sánchez. “Multiplicado, florido, pintoresco y agresivo”, en palabras del historiador Nicolás López Maltez.
“De su estilo se deriva el nombrar ‘chagüite’ a cualquier discurso popular a imitación de don Domingo ‘Chagüitillo’ y así quedaron bautizados esos discursos para siempre”, sostiene.
En los buenos años de “Chagüitillo”, quien se inició como sindicalista en 1944, “echarse un chagüite” era algo bueno, porque “un chagüite” era una cátedra hecha y derecha, a la altura de la oratoria de “Chagüitillo”. El propio Domingo Sánchez usaba el término para referirse a sus apasionados discursos. Sin embargo, con el tiempo el vocablo cayó en desgracia y ahora se le encuentra en diccionarios de regionalismos como sinónimo de habladurías, de discurso demagógico y perorata grandilocuente, pero vacía y mentirosa.
“Chagüitillo”, el padre del “chagüite”, vivió 100 años y tuvo la oportunidad de ver cómo cambiaba el significado de la palabra. Para nada le gustó. “Ahora ha decaído, ahora ‘chagüite’ es cualquier cosa, puro bumbumbum, blablablá”, se quejó en 2007.
Domingo Sánchez murió el martes 8 de marzo de 2016 a las 6:45 de la tarde. “Siempre fue más famoso que la comarca donde nació”, dice López Maltez. Fue discurseador, candidato a la Presidencia y diputado constituyente; gracias a él “Chagüitillo” es más que una pequeña comunidad y un “chagüite” significa más que bananos.
“Macho Negro”

Alberto Gutiérrez se llamaba, pero era su apodo el que ponía a temblar a los habitantes de los barrios orientales de Managua: “Macho Negro”. Lo curioso es que el sobrenombre con que se conoció a uno de los asesinos más famosos de la Guardia Nacional de los Somoza no tiene un origen sangriento ni trágico ni belicoso. Se lo pusieron sus compañeros de la Guardia para burlarse de él.
Antes de que Alberto cometiera las atrocidades que lo hicieron tristemente célebre, era un simple soldado raso. Comenzó a cobrar notoriedad en 1956, cuando lo eligieron para halar el caballo sin jinete de Anastasio Somoza García durante el cortejo fúnebre del dictador, asegura Nicolás López Maltez, historiador.
“Cuando murió el general Somoza García buscaron a un guardia que tuviera estatura, prestancia y que no fuera un oficial de rango, sino un simple guardia raso, para que llevara la rienda del caballo negro de Somoza García durante el desfile fúnebre”, cuenta López Maltez, autor del libro Historia de la Guardia Nacional de Nicaragua.
Así que Alberto, alto, moreno y fornido, fue fotografiado y filmado caminando frente al caballo, que a su vez llevaba, una a cada lado de la montura, las botas vacías del difunto dictador. Cuando terminó el funeral, por su papel en el desfile “el guardia recibió un permiso para ausentarse por varios días”; pero al regresar a su cuartel, al pie de la Loma de Tiscapa, se encontró con que sus compañeros sufrían un ataque colectivo de envidia, al verlo convertido en una celebridad que aparecía en los periódicos, el cine y la televisión.
En cuanto entró a la cuadra del cuartel —cuenta López Maltez— sus camaradas le gritaron:
—¡Miren quién viene ahí, nada menos que el encargado del macho negro!
“A partir de ese momento quedó rebautizado con el apodo de ‘Macho Negro’, hasta su muerte, cuando fue fusilado en Masaya por los sandinistas”, afirma el historiador.
La versión de Luis Carrasco, quien fue su compañero en la Guardia Nacional, es parecida. La cuenta en el reportaje A hierro mató, a hierro murió, publicado en Magazine en diciembre de 2006. En esa ocasión señaló que Alberto Gutiérrez halaba el caballo de Somoza en los desfiles del 2 de noviembre.
“Macho Negro” fue ejecutado al mediodía del 19 de julio de 1979 en el barrio Monimbó, de Masaya. Rondaba los 45 años de edad, era sargento de la Guardia y ya no halaba un caballo, sino una ristra de crímenes por los que la multitud pedía a gritos su muerte. Se le recuerda con su subametralladora Thompson y su vozarrón, exhibiendo los cuerpos de sus víctimas en las calles de Managua.
“Frijol”
![Managua 17 de Febrero del 2015.Carlos Guillen Mejia,[Frijol] Posa en casa de Altamira.Foto Uriel Molina/LA PRENSA](/wp-content/uploads/2016/12/264-MagazineWeb03-300x200.jpg)
Pocos saben que el fregador “Frijol”, principal vocalista de La Cuneta Son Machín, en realidad se llama Carlos Emilio. Casi podría decirse que solo usa su nombre de pila para asuntos legales; el resto del tiempo, en su casa y en la calle, es nada más “Frijol”. Y a él para nada le parece extraño, pues lleva más de treinta años respondiendo cuando lo llaman por el mote.
“Es un apodo familiar. No estoy seguro de en qué momento me empezaron a llamar así. Primero, como era el chiquito de la familia, me decían ‘Frijolín’. No sé si era porque tenía cara de frijolito o porque realmente me gustaba comer frijoles en bala. Gallopinto en la mañana, frijoles con arroz al mediodía y frijoles en bala con crema en la noche”, cuenta Carlos Emilio Guillén Mejía, de 36 años.
Haciendo memoria llega a la conclusión de que tenía unos cuatro años cuando le empezaron a decir “Frijolín”. Esa “es la edad en la que uno es más necio y más insoportable”, bromea. Además, considera que el apodo en realidad viene de su temprana pasión por los frijoles y no de la “cara de frijolito”.
Ser el “Frijol” ha sido una ventaja para Carlos Emilio, quien nació en una familia de artistas nicaragüenses en la que “hay miles de Carlos”. Los Mejía. Si llaman a Carlos, “es muy difícil que se estén refiriendo solo a mí”, dice. Pero “Frijol”, solo uno.
“Chilindrina”

Hasta los 24 años de edad Lucía Pineda Ubau fue simplemente Lucía. De puro cariño su familia le decía “Chía”, pero hasta ahí nomás. El apodo de “Chilindrina” con el que se le conoce desde entonces, llegó junto con las dos camionetonas Chevrolet último modelo que en 1997 estrenó Arnoldo Alemán, cuando recién ascendía a la Presidencia de Nicaragua.
Micrófono en mano, la joven periodista persiguió a Alemán por la pista del aeropuerto, cuando el presidente se dirigía al avión que lo llevaría a Costa Rica.
—Una pregunta, doctor, ¿en cuánto están valoradas estas dos camionetas nuevas que trajeron de Las Bahamas? —preguntó Lucía.
—¿De dónde?
—De Las Bahamas.
—Estos son 32 mil dólares —respondió al fin Alemán.
—¿Salen los reales del Gobierno?
—Si es del presidente de la República, de dónde van a salir.
—¿Pero de dónde salen?
—Del Presupuesto de la Presidencia de la República... Esta mi “Chilindrina” es necia, esta mi “Chilindrina” —dijo el mandatario en un tono burlón, mezcla de fastidio y condescendencia.
Ese día Lucía intentó defenderse respondiéndole “con la misma moneda”: “Pero don Barriga, mire...”, alcanzó a decir antes de que Alemán se escabullera entre la gente. Minutos después volvió a acercarse al presidente y lo cuestionó sobre la compra de los vehículos en medio de la anunciada política de austeridad del Gobierno. “Las Toyotonas costaban 60 mil”, fue la defensa de Alemán, y la acusó de “envidiosa” y “sandinista”.
A casi dos décadas de distancia, la periodista se ríe al recordar el momento en que pasó a ser la “Chilindrina” de la televisión nacional. Ese día, cuando en el noticiero Extravisión transmitieron el video en que Arnoldo Alemán la llamaba así, Lucía pensó que iba a ser una nota más, como las muchas que había reporteado en sus tres años de experiencia. Sabemos que no fue así.
Las llamadas de bromistas anónimos fueron la primera señal. La gente preguntaba entre carcajadas: “¿Me podés comunicar con la ‘Chilindrina’?” Y cuando la recepcionista del canal le contaba “ahí llamaron preguntando por la ‘Chilindrina’”, Lucía se quedaba pensando: “Qué raro...” “Así te andan diciendo ahora, Lucía”, le advertían, pero ella se decía que el asunto no llegaría muy lejos.
Pronto el apodo se viralizó, pese a que por entonces no había redes sociales, y aunque Lucía no intentó detener el fenómeno, seguía preguntándose: “¿Pero por qué me dicen ‘Chilindrina’ si yo no soy comediante?” Entonces reparó en sus anteojos, en las colitas que a veces se hacía en el pelo, en sus overoles y sus vestidos, y se dijo: “A la... pues solo las pecas me faltan”.
María Antonieta de las Nieves, la actriz que dio vida al popular personaje de la Chilindrina en El Chavo del Ocho, notó el mismo defecto y le pintó las pecas con un marcador cuando ambas Chilindrinas se conocieron. La Chilindrina nica entrevistó a la Chilindrina mexicana para el Teletón de 2004. Ambas llevaban un vestidito verde, un suéter rojo, calcetas blancas y zapatos de colegiala; Lucía tuvo que explicarle a la actriz que era periodista y no comediante.
Ha tomado el apodo a bien —afirma— a pesar de que Alemán lo usó en aquel momento “para desvalorizar un poco el trabajo que hacía”. Quería hacerle ver que no la tomaba en serio, “que era una chavala necia que solo tonterías preguntaba”. Sin embargo, ella decidió adueñarse del mote y “potencializarlo”; lo ha llevado consigo de canal en canal a lo largo de su carrera. ¿El apodo la hizo más famosa? “El trabajo y el apodo”, responde la “Chilindrina”.
“Charrasca”

Fue algo parecido a un “demonio de Tazmania”, pero sanguinario. Nada lo detenía. Robaba, ejecutaba, violaba, incendiaba y era el líder de una pandilla que fue clave para el Frente Sandinista en sus operativos contra la Guardia Nacional durante la insurrección del 79, en León. Su nombre era Luis Manuel Toruño, pero todos lo recuerdan como “Charrasca”.
Ni su propio partido lo pudo controlar. La tarde del 23 de marzo de 1982, cuando andaba prófugo por el asesinato de su mujer y su cuñado, a quienes mató cuando le llegó un chisme sobre un amorío, “Charrasca” se enfrentó a balazos contra una patrulla de la Policía Sandinista; salió gravemente herido de la reyerta y decidió terminar sus días pegándose un tiro en la cabeza. Solo tenía 22 años.
Hay varias versiones sobre el origen del apodo del indomable Luis Manuel Toruño. Magazine las recogió en el reportaje La historia de “Charrasca” y su pandilla, publicado en julio de 2005. Su compañero de fechorías, Darvis Orlando Pérez, conocido como “Mano Negra”, dijo que le llamaban así por “flaquillo”. Su madre, doña Olivia Montenegro, afirmó que era porque “tenía un brazo fregado”. “Se había accidentado en un tráiler de un amigo cuando iba para Poneloya. El brazo le quedó todo arrugado”, relató la señora. Pero otros contaron que se ganó el mote cuando en el colegio le pedía a la señora del vigorón: “Me va a regalar mi vigoroncito con mi charrasquita”.
Como haya sido, “Charrasca” ahora no significa algo bueno. Se ha contado que mucha gente encarga tierra de su tumba “para hacer embrujos”, pues en vida tuvo una fama de hechicero que se reafirmó el 30 de mayo de 1979, cuando fue baleado en un combate y tras cada nueva ráfaga se levantaba para seguir peleando.
Tras el triunfo de la revolución, el gobierno sandinista quiso rescatarlo y lo envió a estudiar junto con su pandilla “a la mejor escuela militar de Cuba”. No hubo caso. “A los pocos días asaltó un banco, quemó un bus y se apropió por la fuerza de un centro de diversiones con sus compinches, tal como acostumbraba hacerlo en León”, narró Magazine en 2005. A los cuarenta días, “Charrasca” estaba de regreso en Nicaragua.
De “la Chamuca” a “Gordomán”
“En mi carrera como caricaturista me acuso de ser el bautizador de muchos de los personajes políticos que hemos padecido”, dice Manuel Guillén, caricaturista nicaragüense que ha sido más bautizador que un cura. A la hora de poner un nuevo mote, lo que despierta su imaginación es el deseo de recalcar con humor los desatinos políticos de sus personajes o de caracterizar un poco su gestión pública.
Guillén es el flamante creador de apodos celebrísimos, como “El Bachi”, “La Chamuca” y “Gordomán”, nombres postizos de Daniel Ortega, Rosario Murillo y Arnoldo Alemán. Pero vayamos por partes.
Hablemos primero de la dupleta de “Gordomán” y “Piñatín”; es decir, Arnoldo Alemán y Daniel Ortega. Este dúo dinámico surgió en las viñetas de Guillén en 1996, como una parodia de Batman y Robin y antesala “del pacto que llevó a la debacle a nuestra democracia”, explica el caricaturista. “Aunque el apodo de ‘Gordomán’ era más benigno y hacía alusión a su aspecto físico, le dibujaba colgando del cuello una ristra de chorizos como muestra de sus ‘chanchullos’ administrativos y financieros en la Alcaldía de Managua que ocupaba. El robo a la nación por parte del Frente Sandinista, bautizado sabiamente por nuestro pueblo como ‘La Piñata’, me sirvió en bandeja el nombre de mi personaje ‘Piñatín’”.
Luego comenzó la era del “Churri”, abreviatura del apodo de Enrique “Churruco” Bolaños, quien fue vicepresidente y después presidente de Nicaragua.
Otros apodos que Guillén ha empleado en El Azote son “Baryardo” Arce, como bautizó al asesor económico de la Presidencia, Bayardo Arce, “por su afición a las bebidas espirituosas”; “Su Evidencia Requemadísima”, como llama al cardenal Miguel Obando, y “Baygón Jerez”, el mote de Byron Jerez, famoso recaudador de la Dirección General de Ingresos de Arnoldo Alemán y ahora diputado por el Apre.
Daniel Ortega podría ser el personaje al que Guillén ha puesto más nombres, algo que no es de extrañar, pues Ortega lleva 37 años gobernando desde arriba o desde abajo. En años recientes, el caricaturista lo ha llamado “Comandante 38%”, “El Bachi” y “Mico Mandante”.
Pero Guillén considera que Rosario Murillo, esposa de Ortega y ahora vicepresidenta electa, merece una mención especial. Ella es “La Chamuca” o “La Chamu”. “Nadie puede negar que la señora es una diabla en la política. El nombre surge como asociación a ‘El Chamuco’, nombre popular que se le da a Satanás y que se ha hecho muy popular en una revista humorística mexicana que me gusta coleccionar”, cuenta el bautizador.
En el caso del apodo “Rotoldo” —con el que el pueblo conoció a Arnoldo Alemán cuando este era alcalde de Managua y sentía especial afición por construir rotondas— Guillén dice que no recuerda que alguien “se lo haya agenciado”. Cree que “este fue como algunos que surgen entre la gente y se vuelven virales”.
Presidentes y deportistas

“El Cadejo”. Es el mote con el que fue conocido el general Emiliano Chamorro Vargas, caudillo de los conservadores. El pueblo decidió darle el nombre de un animal fantástico al hombre que “tenía el don de la ubicuidad y la facultad de ocultarse a ojos vistas de la Policía que lo perseguía encarnizadamente”, cuenta el historiador Emilio Álvarez Lejarza, contemporáneo de “El Cadejo” en su “Recorrido histórico de las principales figuras de la familia Chamorro”.
“El Canelo”. Así llamaban al presidente José María Moncada, quien gobernó Nicaragua de 1929 a 1933. Hay quienes dicen que el general Luis Mena lo bautizó así en honor a un perro cazador que era experto en “olfatear enemigos”. La otra versión aparece en el libro El Verdadero Sandino o el Calvario de Las Segovias, de Anastasio Somoza García. Dice que le llamaban así por su costumbre de usar trajes de ese color. El historiador Bayardo Cuadra se inclina por la segunda opción.
“Polvorita”. El apodo del conocido entrenador de boxeo Guillermo “Polvorita” Martínez es heredado. Todos en la familia son conocidos como “Los Polvoritas; pero el “verdadero dueño del apodo es mi hermano Enrique Martínez, que cuando llegó a las peleas profesionales le dijeron que era como la pólvora”, ha contado “Polvorita”.
“El Flaco Explosivo”. Dentro y fuera de Nicaragua la crónica deportiva conoció a Alexis Argüello como “El Flaco Explosivo”. Fue Edgar Tijerino quien, sin proponérselo, bautizó al muchacho boxeador que se convertiría en tricampeón mundial. Alexis llevaba tres nocauts seguidos y Tijerino publicó en LA PRENSA una nota en la que afirmaba que “este es un flaco explosivo”, recuerda el periodista. Aunque no había internet, el nombre circuló, los cronistas lo adoptaron y el propio Tijerino lo usó en 1975, cuando escribió el libro “Un Flaco Explosivo”.