El origen de la pareja Ortega Murillo

Reportaje - 10.08.2018
En el Mercedes

Una serie de eventos, fortuitos algunos, provocados los otros, llevaron a que Daniel Ortega y Rosario Murillo se convirtieran en el binomio de poder en Nicaragua. Este es su origen. Y su historia

Por Fabián Medina

Era su momento. La colorida bufanda parece estrangularle mientras hace furiosas cabriolas impulsada por las corrientes del fresco viento que llegan desde el lago. Le despeinan y mecen la larga falda de su vestido. Ella se quita las hebras de cabello que le han cubierto la cara. Hace un paneo, primero a la tribuna de rostros expectantes y sonrisas fingidas y luego abajo, a la muchedumbre de jóvenes uniformados que ríen y chismorrean más bien ajenos al momento, a su momento. Levanta la mano derecha y sonríe para ella misma. Es su momento.

—Jura solemnemente —reza Gustavo Porras, presidente de la Asamblea Nacional, también con la mano alzada —respetar la Constitución y las leyes, los derechos y las libertades, cumpliendo fielmente las responsabilidades y deberes que el pueblo nicaragüense le ha encomendado.

—Sí, lo juro, con el poder de Dios —improvisa— encomendada a Dios y al pueblo nicaragüense que nos acompaña. —Una treintena de anillos le cubren los dedos, otras veinte pulseras sus muñecas y una decena de collares de múltiples colores cuelgan de su cuello. Nada es decorativo. Cada piedra, cada símbolo, cada color tiene una misión. Blindada con ellos ha llegado hasta ahí. Su momento. El vestido sigue bailando impulsado por las ráfagas de viento. Para ese día escogió un primoroso modelo Anita Dongre, idéntico al que usó la duquesa Catalina de Cambridge (antes Kate Middleton) en abril del 2016, cuando visitó la India. Murillo, con menos garbo, le ha añadido un grueso cinturón blanco que lo anula. Pero, la elegancia no es su preocupación.

 

Daniel Ortega y Rosario Murillo.

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Un día de 1977, Rosario Murillo visitaba la casa natal de Simón Bolívar, en Caracas, Venezuela, cuando para su sorpresa se encontró con un hombre conocido de vistas y mensajes, que pronto sería trascendental en su vida. Ella salía, embarazada de su hijo Carlos (Tino), y Daniel Ortega, entraba, de botas vaqueras, flaco y bigotudo, acompañado de Herty Lewites, un chele, catrín y camiseta Lacoste amarilla. Años más tarde, Murillo recordaría de Ortega “su flacura, su magnetismo, para mí electrizante” y la mala espina que le dio Lewites con “su insólito look de playboy en declive”.

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Un día de 1977, Rosario Murillo visitaba la casa natal de Simón Bolívar, en Caracas, Venezuela, cuando para su sorpresa se encontró con un hombre conocido de vistas y mensajes, que pronto sería trascendental en su vida. Ella salía, embarazada de su hijo Carlos (Tino), y Daniel Ortega, entraba, de botas vaqueras, flaco y bigotudo, acompañado de Herty Lewites, un chele, catrín y camiseta Lacoste amarilla. Años más tarde, Murillo recordaría de Ortega “su flacura, su magnetismo, para mí electrizante” y la mala espina que le dio Lewites con “su insólito look de playboy en declive”.

Tiempo y espacio coincidieron. La Casa Museo es un edificio pequeño, de apenas 23 metros de frente y 60 metros de fondo. Una vieja casa medianera del siglo XVIII, con sus patios, corredores y caballerizas que quedó tragada por la populosa Caracas de la actualidad, entre las esquinas de San Jacinto a Traposos en la Parroquia Catedral de Caracas. Ahí nació, el 24 de julio de 1783, Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Ponte Palacios y Blanco, mejor conocido como Simón Bolívar, y se volvería “la meca” venezolana de los revolucionarios que quieren ver en Bolívar el antecedente de sus luchas actuales.

“Conocí a Herty Lewites cuando reencontré a Daniel. O sea, que Herty para mí es algo así como un padrino de bodas. Del casamiento que todavía no hemos tenido, Daniel y yo, que a lo mejor, algún día, si nos decidimos, sí yo le doy el sí y él a mí, podría ser que caminemos de la puerta-al-altar-a-la-puerta, con tod@s nuestros hij@s, nueras, yernos y niet@s, como mejores amigos”, (sic) relató Murillo en una carta manifiesto publicada por diferentes medios y fechada el 22 de mayo de 2004. “La voz del corazón nos juntó, sin preparativos ni advertencias, en una ciudad inmensa, de millones y millones de habitantes, sin programa, sin cita, sin cálculos, sin conocimiento, ni del uno ni del otro, que nos ignorábamos, entre ese hormiguero humano de la Venezuela de oro y petrodólares, de los setenta”.

Daniel Ortega y Rosario Murillo fueron vecinos en el barrio San Antonio, de la vieja Managua. Vivían a unas tres cuadras el uno del otro, pero no hubo entonces mayor contacto entre ellos. Murillo pertenecía a una familia relativamente adinerada, dedicada al cultivo del algodón por el sector de Tipitapa, mientras los Ortega Saavedra eran una familia trashumante que se asentaba en cuartos y casas alquiladas, en dependencia de los trabajos que consiguiera don Daniel Ortega Cerda. Años antes, Rosario Murillo sostuvo una relación muy cercana con Camilo, el hermano menor de los Ortega Saavedra, con quien compartía una edad similar, la pasión por la poesía y la protesta revolucionaria. Ambos fueron miembros fundadores de un movimiento artístico llamado Gradas, porque se expresaba, ya sea con poesía, pintura o canto, principalmente en las gradas de las iglesias.

Daniel Ortega, de camisa a rayas, durante los años de prisión, junto a otros reos.

Se dice que “todo nicaragüense es poeta mientras no se demuestre lo contrario”. Daniel Ortega es una prueba. Durante los años de cárcel tuvo una discreta faceta de poeta. Sus poemas son poco conocidos porque ha tenido hacia ellos una actitud modesta-vergonzante y ha evitado su publicación hasta donde ha podido.

En el escribir y leer poesía se reencontró con aquella vecina del barrio San Antonio. “Fue a través de La Prensa”, diría Ortega a la periodista Helena Ramos en una entrevista publicada en la revista nicaragüense El País, en noviembre de 1994. “En la cárcel, nos tenían aislados, estaba prohibido leer periódicos, todo... Eso nos obligó a hacer muchas huelgas de hambre, una duró hasta 45 días. Lográbamos meter el periódico a escondidas. A distancia fui conociendo a Rosario, porque ella escribía en La Prensa, era poeta. A mí también me gusta escribir; entonces, hubo una afinidad, yo le mandaba algunos poemas”.

La relación durante esos años fue meramente epistolar e intelectual, pues Murillo ya era colaboradora del Frente Sandinista y cualquier visita a la cárcel la hubiese expuesto como objetivo ante la Oficina de Seguridad Nacional. Doña Lidia Saavedra, madre de Daniel, fue el puente para ese intercambio de cartas y libros. Una vez que Daniel Ortega sale de la cárcel hacia Cuba, mediante un operativo guerrillero, pierde contacto con Murillo hasta aquel encuentro con que inicia esta relación de amor y poder que se dio en Caracas, Venezuela, ella embarazada y él de look vaquero, en la casa natal de Simón Bolívar.

En ese momento, Rosario Murillo era la pareja de Carlos Vicente “Quincho” Ibarra. La pareja, como dijimos antes, ella embarazada y con dos hijos de la mano, llegó a Venezuela como asilada política, porque Ibarra era el responsable regional del Frente Sandinista en Managua, y presionado por las difíciles condiciones del momento abandonó su cargo y buscó asilo con Murillo en la embajada de Venezuela en Managua. Luego salieron de Managua a Panamá y de Panamá a Venezuela. Después de una corta temporada en Venezuela, la familia se trasladó de nuevo a Panamá. Ahí, en una situación precaria, fue rescatada por Gioconda Belli y finalmente recaló en Costa Rica, que es donde se reencuentra con Daniel Ortega ese mismo año.

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Murillo, con su hija Camila, nacida el 4 de noviembre de 1987.

Rosario Murillo tiene su propia tragedia. Se embarazó y se casó a los 15 años, siendo una niña. A los 16 nació su primera hija, Zoilamérica, y tres meses después quedó nuevamente embarazada de su hijo Rafael. Antes de cumplir 20 años ya tenía tres hijos, algo que forma parte todavía del drama de este país signado por los embarazos precoces. Al primer embarazo, su madre, doña Zoilamérica Zambrana, la echó de la casa “por loca”, y le quitó a sus hijos. No permitía siquiera que los amamantara, porque en medio de sus fuertes creencias espiritistas decía que la leche de Murillo “era mala” y no quería que contaminara con ella a sus nietos. De hecho Rosario Murillo solo se hace cargo de sus hijos abruptamente hasta 1973, cuando su madre muere en un accidente el 12 de octubre de ese año.

Hasta los 12 años, Zoilamérica creyó que su padre era el periodista Anuar Hassan. Los dos hijos mayores de Rosario Murillo, Zoilamérica y Rafael, son resultado del matrimonio temprano con Jorge Narváez Parajón, de quien se separaría al poco tiempo de casada.
Rosario Murillo nació el 22 de junio de 1951 en Managua, en el barrio San Antonio, de la Hormiga de Oro, una cuadra al sur y media abajo, en esos barrios de la vieja Managua que se tragó el terremoto del 72. Su familia vivía con cierta holgura, pues su padre, Teódulo Murillo, era un conservador chontaleño dedicado al cultivo de algodón, y su madre, Zoilamérica Zambrana, descendía de la rama familiar de Niquinohomo acaudalada del general Augusto C. Sandino.

Por sobre sus otras tres hijas, don Teódulo adoraba a Rosario por la inteligencia que mostraba. Se sentía orgulloso de su hija que pronto demostró tener interés por los libros y la poesía, a tal punto que a los 11 años la envía a Europa a ella y a ninguna otra de sus hijas, a estudiar un secretariado ejecutivo en Inglaterra y Suiza. Aunque no fuese una carrera universitaria, el curso le proporciona un bagaje cultural importante, pues no solo le da la experiencia de conocer la vida europea de esos intensos años sesenta, sino también aprender otros idiomas, inglés, básicamente, y algo de francés.

A su regreso a Nicaragua, sin embargo, se embaraza y se casa a los 15 años con Jorge Narváez Parajón. Con la preparación obtenida en los cursos europeos llega, en 1968, al diario La Prensa, a cubrir la vacante que había dejado una muchacha en el cargo de secretaria-asistente del doctor Pedro Joaquín Chamorro Cardenal.

Rosario Murillo era la preferida de don Teódulo Murillo entre sus cuatro hijas.

Al periodista nicaragüense de ascendencia palestina, Anuar Hassan, le llamó la atención la nueva muchacha que llegaba embarazada. Hassan trabajaba en la Redacción de La Prensa, principalmente dedicado a la nota roja. “Era muy bonita, muy bonita y sobre todo muy modosa. Sus gestos, su sonrisa, amabilísima. Un encanto era”, dice casi medio siglo después, sentado en una mecedora en el porche de la misma casa de Los Robles, Managua, donde vivió con ella. Tiene 77 años y todavía se le hacen agua los ojos al recordarla.

Esmeralda Cardenal también la recuerda a su llegada a La Prensa. “Fuimos muy buenas amigas”, dijo a la revista Magazine. Relató que Murillo le contó las peripecias de su vida. Cómo la habían mandado a estudiar a Europa y que cuando tenía 15 años vino a Nicaragua para pasar vacaciones. Pero conoció a Jorge Narváez y salió embarazada. Que ella no lo quería. No se quería casar con él, pero su mamá la obligó. Su mamá fue a hablar con un sacerdote de la iglesia San Antonio y el padre le dijo: “No los obligue, si no se quieren”. La mamá insistió y la casó.

El matrimonio no funcionó y se separaron, pero doña Zoilamérica Zambrana, su madre, insistió en volverlos a juntar y así nació el segundo hijo del matrimonio, Rafael. Las cosas siguieron sin funcionar. La pareja se separó y Murillo buscó trabajo en La Prensa. “Era otra persona. Era muy amigable, servicial, trataba de ayudar a los poetas, pintores, tenía mucha influencia con Pablo Antonio y Pedro Joaquín”, relató Cardenal.

En esas confianzas estaban cuando, según Cardenal, Murillo le dijo que estaba enamorada de un periodista de la Redacción. Cardenal le recomendó una bruja que había estudiado en la India y vivía en San Isidro de la Cruz Verde, cerca de Managua y que vendía perfumes para realizar sortilegios de amor a los amantes desesperados. “Me dijo que la llevara”, dice, y Murillo compró un frasco de ese perfume.
Anuar Hassan dice no saber nada sobre ese relato de Cardenal y que se enteró de esa conversación hasta que salió en la revista Magazine hace pocos años. “Lo que salió en La Prensa es lo que sé yo”, dice, aunque asegura que no la veía en ese entonces como alguien muy dedicada a lo esotérico, a diferencia de doña Zoilamérica Zambrana, la madre de Rosario. Hassan incluso recuerda alguna vez que llegó a leerse las manos a una casa de El Crucero que su suegra conocía.

Murillo, a la izquierda, fue una niña muy vivaz. En la foto de india bonita.

Hassan recuerda el inicio de la relación con Murillo así: “Me llamó la atención, vi a la nueva secretaria de Pedro, porque llegó en sustitución de otra muchacha, otra secretaria. Andaba embarazada. Pasó el tiempo, pues. No sé por qué renació algo y entablé relación con ella, primero por dentro de la Redacción por teléfono, algunas llamadas para algo y me iba con ella a su casa porque de La Prensa a la casa de ella eran como cinco cuadras. La iba a acompañar, la dejaba. Y, así pues, ya inicia el noviazgo”.

A los pocos meses de aquella conversación, Esmeralda Cardenal fue invitada a la boda de Murillo y Anuar Hassan. Cardenal cree que fue el perfume, pero también piensa que como en esto de la magia negra nada es gratuito, por ello mismo, al cabo de un año, a Rosario Murillo le sobrevinieron desgracias por los favores que recibió. “Cuando se le terminó el perfume, vino el terremoto. Se le cayó su casa. El niño que tuvo con Anuar se le murió. Perdió todo lo que el perfume le dio en un año. Se le acabó la magia y ella quedó desbalanceada por todo lo que le había pasado. Nunca recobró la cordura”, dice Cardenal. Diez meses después de la muerte de su hijo, murió su mamá, doña Zoilamérica Zambrana.

Si se ven las fechas, cuando Murillo inicia la relación con Hassan estaba saliendo de su matrimonio con Narváez, el padre de sus dos primeros hijos. “No sé si fue a raíz de la relación conmigo, que inició el proceso de divorcio de Jorge Narváez”, dice Hassan. “Así pasaron varios meses, porque se tardó, en aquel tiempo, cuando no había divorcio bilateral, tenías que pelear y todo. Ya cuando se declaró divorciada, yo me casé con ella en el 69. Y bueno, nos vinimos a vivir aquí, a esta casa precisamente, a finales del 69 con los dos niños, ya había nacido Rafael Antonio. Pasamos así, una pareja más o menos sin problemas, ni económicos ni de ningún tipo, hasta que hubo algunas cuestiones ahí, discusiones. No me gustaron algunas situaciones de ella. Y ya como para el setenta y, a mediados del 72, nos separamos, como en agosto o septiembre”.

A raíz de la separación, el niño que procrearon, Anuar Joaquín Hassan Murillo, pasa a vivir con los padres de Murillo. A las 00:35 de la madrugada del 23 de diciembre de 1972 un terremoto, de magnitud 6.2 en la escala de Richter, destruyó Managua en 30 segundos. La casa de dos pisos de don Teódulo y doña Zoilamérica se vino abajo. Una pared le cayó al bebé Hassan Murillo. Fue el único muerto en esa casa. Tenía 1 año y medio de vida.

“Ella (Rosario) había alquilado otra casa. Vivía aparte. Aparentemente no se enteró en el momento de lo que había ocurrido con el niño. Lo fuimos a enterrar a Nagarote, que de ahí procede la familia de mi mamá, nagaroteña. Y después de eso, una o dos veces vino aquí a visitarme. Salía a hablar con ella en el carro. Hablar tonterías. Y en los últimos 40 años no he tenido ninguna relación con ella. De ningún tipo. Ni por teléfono”, dice Anuar Hassan, ya retirado del periodismo y acosado por la diabetes.

—¿Usted la quiso? —le pregunto.
—Sí, mucho, pero no me daba cuenta —responde y hace una larga pausa. —Ahora caigo a la cuenta que nunca la llamaba por su nombre. Solo le decía: mirá, vos…

 

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Una treintena de anillos le cubren los dedos, otras pulseras sus muñecas y una decena de collares su
cuello. Nada es decorativo. Cada piedra, cada símbolo, cada color tiene una misión.

Gioconda Belli fue muy amiga de Rosario Murillo, pero la relación terminó mal. Belli, escritora y poeta nicaragüense, conoció a Murillo a principios de los años setenta, cuando ella llegaba a dejar sus escritos a Pablo Antonio Cuadra en La Prensa y Murillo era la secretaria del director, Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. La recuerda como una mujer gordita, siempre ocupada. Algún día se encontraron en las compras del supermercado y Murillo le contó que estaba escribiendo poesía. Se acercaron más cuando ambas participaron en el grupo Gradas.

En 1975, a raíz de la división del Frente Sandinista en tres tendencias, Gioconda Belli le pidió a Murillo que escondiera en su casa a Leonel Espinoza, Jaime Wheelock y Luis Carrión, compañeros sandinistas que huían de Tomás Borge, quien los quería obligar a asilarse y sacarlos del juego en medio de las pasadas de cuenta que provocó la división. Espinoza, Wheelock y Carrión cuestionaban las operaciones guerrilleras en la montaña, que era un lugar sagrado en la mitología revolucionaria. Cuestionar y desobedecer se consideraba una ofensa grave entre los militantes del FSLN. Borge y Pedro Aráuz, dirigentes que quedaron en la facción original del Frente Sandinista, la Guerra Popular Prolongada (GPP), alertaron a la militancia de que debía entregar a cualquiera de ellos, relata Belli. Para ese tiempo Murillo ya estaba en su etapa hippie y vivía por el sector del Puente El Edén, en Managua, en una casa tapizada de afiches de Janis Joplin y otros cantantes de la época, donde escondió a los perseguidos.

Un par de años más tarde, Gioconda Belli se exilió en Costa Rica. Durante un viaje a Panamá, una amiga le comentó que Murillo estaba en ese país y la estaba pasando mal. Había llegado ahí desde Venezuela con su pareja de ese momento, Carlos Vicente “Quincho” Ibarra, los dos hijos mayores, Zoilamérica y Rafael, y el 28 de agosto de 1977, nació, ahí en Panamá, Carlos, que luego sería conocido como Tino. Todos dormían en un solo cuarto. Rosario Murillo le dijo a Belli estar preocupada por su pareja, que parecía traumado por los acontecimientos que vivió en Managua que lo habían llevado a abandonar sus responsabilidades con el Frente Sandinista y buscar asilo en Venezuela.

“Entonces yo le ofrecí que se fuera para Costa Rica, que allí les ayudaríamos, que podía quedarse en mi casa para mientras. Ella me dijo que no querían nada con la política, que ella y Quincho querían irse a Francia a hacer cine”, relata Belli. Así llegó Murillo a Costa Rica, vivió un par de meses en la casa de Belli y se fue a otra casa una vez consiguió trabajo.

“No nos volvimos a ver por mucho tiempo. Le dijo a alguien que se había ido de mi casa porque yo no le daba de comer. ¡Falso! Me extrañó eso. Una vez hablé con ella por teléfono y ya era otra persona: malcriada, mandona, reclamando no sé qué cosas a la GPP después de la unidad del Frente. A Daniel yo no lo conocía, pero supuse que vivían juntos”, relata Belli.

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Ortega llega a Cuba después de su rescate de la cárcel el 30 de diciembre de 1974.

Zoilamérica Ortega Murillo, hija de Rosario Murillo, recuerda haber visto llegar a Daniel Ortega a finales del 77 por primera vez a la casa donde vivía con su madre y hermanos en San José, Costa Rica. Para ese entonces la familia Murillo vivía en la misma casa de seguridad donde se preparaba toda la propaganda internacional del Frente Sandinista. Desde ahí se divulgaban también las acciones de los guerrilleros en Nicaragua a través de las radios Liberación y Sandino. Se grababan los programas de radio y la propaganda gráfica se imprimía en un mimeógrafo. Era la oficina de propaganda internacional del Frente Sandinista. Entraba y salía gente todos los días por distintas razones, por lo cual la llegada de Ortega en principio no tuvo mayor significación. “Cuando nosotros salimos del país, ella (Rosario Murillo) está con (Carlos Vicente) Quincho Ibarra. Rompe en los primeros seis meses con Quincho Ibarra, y nos cambiamos de casa. En esa casa aparece Daniel”, dice.

La salida de Ibarra y la entrada de Ortega en la vida de Rosario Murillo se dan, por decirlo así, vía disciplina partidaria. De repente el Frente Sandinista decide enviar a Quincho Ibarra a estudiar Cine a Cuba, y cuando regresa a Costa Rica ya encuentra a Daniel Ortega viviendo con Murillo.

En Costa Rica, los miembros del Frente Sandinista vivían un clandestinaje a medias. “Yo sabía dónde vivía Daniel Ortega, pero en su casa nunca estuve —dice Sergio Ramírez, quien se convirtió en una de las personas más cercanas de Daniel Ortega en el trabajo revolucionario, antes y durante el gobierno sandinista—. “Humberto sí, vivía en la casa de un panadero en Pavas. Llegábamos a la casa y ahí nos reuníamos”.

Daniel Ortega comienza a llegar con frecuencia a la casa donde vivía Murillo, pero al establecerse como pareja oficial se cambian a un lugar más seguro. Ya es la etapa de la insurrección. Es la etapa posterior al asalto al Palacio. El Frente Sandinista se prepara para la ofensiva final y reestructura e intensifica las medidas de seguridad de sus dirigentes. A la nueva casa llegaban otros cuadros del Frente Sandinista, pero eran personas más cercanas a Ortega que a Murillo, como Víctor Tirado y Sergio Ramírez.

Ya Ortega está integrado a la familia Murillo. Se le pide a una hermana menor de Rosario, Violeta, que se mueva de Nicaragua a Costa Rica para que cuide los niños, pues Ortega y Murillo comienzan a salir más a las actividades del Frente Sandinista en esa última etapa de la insurrección. Finalmente, la familia Ortega Murillo se traslada a una tercera casa de seguridad, más escondida, donde se hacen pasar por guatemaltecos. Se cambian todos los nombres y se advierte a los niños que no den detalle alguno en el colegio. Todo era para proteger a Daniel Ortega, que en ese tiempo se identificaba con el alias de “Enrique”. Esa fue una etapa de mayor clandestinaje en Costa Rica. La tercera casa estaba destinada solo a la seguridad de Daniel Ortega y a su nueva familia.

En la casa de los Murillo, Daniel Ortega se comportaba como una persona callada y aislada. Hablaba poco y en voz baja. Permanecía mucho tiempo en un mismo lugar, ya sea en algún área de la casa o en el cuarto. Comía solo y de pie, y después se iba a sentar a un lugar. Vivía pendiente de la radio. Ahí permanecía. Aun cuando había grupos de gente reunida él no se integraba, más bien se aislaba. “Se desvelaba mucho, lo cual nos asustaba. Siempre estaba despierto de noche”, recuerda Zoilamérica.

“Daniel Ortega no tenía el perfil de una persona que llamara la atención o que la vieras dando órdenes”, dice Zoilamérica. “Ese perfil de jefe lo tenía más Humberto, el hermano, en esa oficina y ese lugar. Incluso don Víctor (Tirado) que ahí dormía mucho tiempo, era apartado pero afable. De esos que si pasabas a la orilla te decía: ¿qué estás jugando? O me contaba un cuento. Daniel no, él colocaba una barrera ante todo mundo. Prefería comunicarse con un solo interlocutor, a solas, como cuchicheando, pero no en grupo”. Cambiaba de imagen frecuentemente. Se teñía el pelo en diferentes colores. A veces se lo alisaba y otras se lo encrespaba para pasar desapercibido en sus entradas y salidas a Nicaragua, ocasionales para ese entonces, porque la mayor parte del tiempo permanecía en Costa Rica.
“Para nosotros era el nuevo amigo de mi mamá”, dice Zoilamérica.

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1998. Poco después que Zoilamérica acusara a su padrastro, Daniel Ortega, de abusos sexuales, Murillo salió respaldando a su esposo. LA PRENSA/ÓSCAR NAVARRETE

Somoza abandonó Nicaragua la madrugada del 17 de julio de 1979. A la mañana siguiente, la Junta de Gobierno revolucionaria se instalaba oficialmente en León, ciudad a la que poco a poco fueron llegando cada uno de sus miembros. Sergio Ramírez, Violeta Barrios de Chamorro y Alfonso Robelo habían llegado en dos avionetas la noche de ese mismo 17 de julio desde Costa Rica con otros funcionarios del nuevo gobierno. Daniel Ortega y Rosario Murillo ya estaban en la ciudad desde un par de días antes. Ortega de verde olivo y con un extraño gorro de maquinista de tren, empopado en la parte superior, y Murillo transformada, de botas, uniforme militar nuevo, con armas que cargaba con dificultad y todo el utillaje para la guerra. En una de las reuniones previas, a Murillo se le cayó el fusil y Ortega la reprendió molesto.

Relata Sergio Ramírez en sus memorias Adiós Muchachos que para la ceremonia de instalación en el paraninfo de la Universidad de León se sentaron en los sillones torneados reservados a las altas autoridades académicas y Tomás Borge fue presentándolos uno a uno ante los periodistas que llegaron ahí para ver nacer al nuevo gobierno revolucionario.

El resto de la familia Ortega Murillo llega a Managua el 21 de julio y encuentran a Daniel Ortega instalado en el Hotel Camino Real. Dice que se siente incómodo ahí, porque ese es un lugar para ricos, y asume la rutina de vestirse y bañarse en la casa de su suegro, Teódulo Murillo. Luego regresaba al hotel. La familia se instala finalmente en la casa de don Teódulo, a quien paradójicamente el gobierno que dirigía Ortega le confiscaría sus propiedades poco después.

Así pasó varios meses, viviendo entre el hotel y la casa de su suegro. Los funcionarios de la Junta le buscan una casa para que deje el hotel y se establezca con su familia, pero a Ortega ninguna de las propuestas le gusta. “Quiero algo sin lujos”, repetía. Finalmente, encuentran una que se ajusta a lo que Ortega busca, aunque estaba lejos de ser “sin lujos”: la casa de Jaime Morales Carazo, en residencial El Carmen, en Managua.

Lo que Ortega buscaba era una casa que reuniera las condiciones de encierro que su carácter ermitaño exigía. La casa de Jaime Morales Carazo tenía el área de los cuartos totalmente separada de las áreas más sociales. Una sola puerta separa los tres cuartos originales del resto de la casa. Él necesita tener el control y poder bloquear esa área con cerraduras desde su lado. Es un patrón de desconfianza que mantendría en todos sus espacios familiares y de trabajo, a través de verjas y cerrojos.

La familia Ortega Murillo encuentra la casa de Jaime Morales Carazo con todo el menaje e incluso la ropa, porque no permitieron sacar nada cuando la confiscaron. Una vez instalados ahí, Daniel Ortega permanece la mayor parte del tiempo en esa zona “más íntima” de los cuartos y solo salía a comer en la cocina o al comedor y volvía. Iba por ratos a la biblioteca y regresaba a su espacio.

Las únicas relaciones de amistad, de intimidad, que Ortega mantiene son aquellas que forjó en la cárcel. Con el grupo “de los ocho”. Y dentro de ellos, con unos más que otros. Carlos Guadamuz fue siempre su gran amigo. Ortega confía solo en aquellos cuyo mundo es él. Guadamuz pasaba la mitad de su día en la Radio Nicaragua, de la que era director, y la otra mitad con Ortega. Igual pasaba con Manuel Rivas, sobre todo porque era su jefe de seguridad. Con Lenín Cerna, jefe de la Seguridad del Estado sandinista, mantenía buena comunicación, pero dejó de tener esa intimidad que mantenía con los otros dos porque Cerna tenía vida política y social más allá de Daniel Ortega.

La Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, entrando a Managua el 20 de julio de 1979. La integraban Daniel Ortega, como coordinador, Violeta Barrios de Chamorro, Sergio Ramírez, Alfonso Robelo y Moisés Hassan. LA PRENSA/Cortesia IHM

Daniel Ortega pasaba todo el tiempo que podía en ese espacio que construyó para él. Solo salía a las actividades oficiales como jefe de Gobierno o las reuniones de la Dirección Nacional. Sus actividades más frecuentes era hacer ejercicios y comer, y en menor medida, leer. Se encerraba a leer oyendo música. Diario corría. A las 4:00 de la mañana salía a correr con Carlos Guadamuz y Manuel Rivas, generalmente. Al final de la carrera mandaban a sus escoltas a comprar cerdo frito para desayunar. Se sentaban con las hojas de frito en la mano y hacía una tertulia en la que se burlaban de algo o alguien o recordaban viejos tiempos.

Todas las oficinas de Daniel Ortega tenían un lugar de aislamiento. En la antigua casa de Gobierno tenía al frente el área de secretaria, luego su despacho, y atrás un cuartito, donde colgaba una hamaca. Era oscuro. Un librero y una cama eran los únicos muebles. Siempre acondicionaba un lugar como si fuese una celda, en la que cuidaba dejar una salida al exterior. En la Secretaría del Frente Sandinista tenía otro lugar cerrado detrás de su oficina.

Dormía dos, tres o cuatro horas y en el día descansaba toda la tarde. Es una persona de poco sueño. Permanecía despierto hasta la 1:00 o más de la madrugada. Su mundo de reuniones era entre las 7:00 y las 10:00 de la noche. Luego pasaba hasta la madrugada despachando por teléfono. Cuando dormía hasta altas horas de la madrugada, hacía ejercicios al mediodía. Y en esos primeros años acostumbraba hacer ejercicios cargando peso, de alguna manera recreando el entrenamiento guerrillero que tuvo mientras vivió en Cuba.

Sus comidas favoritas eran el cerdo, los dulces, y sobre todo el helado. Le gustaba mezclar la Coca Cola con sorbete. Era una especie de ritual familiar. En medio bloqueo y la escasez que vivía Nicaragua, a Ortega le enviaban galones de sorbete Copelia desde Cuba. Comía generalmente de pie, con un pie sobre algo más alto. Solo en ocasiones formales se sentaba.

***

El infarto que sufre en 1994 le modifica sus hábitos de vida. Ya no puede seguir comiendo todo como antes ni haciendo ejercicios como los hacía. El temor a la muerte empieza a apoderarse de él. Fue un ataque pasivo. Él va a Cuba a realizarse un chequeo médico y es ahí donde le advierten que ha sufrido un infarto. Murillo no lo acompañaba porque tiene pánico a los hospitales, pero la mandan a llamar. Se quedan unos tres meses en Cuba entrenándose en el manejo de la nueva condición médica. Regresaron a Nicaragua con equipaje médico e instalaron un puesto en la casa donde monitoreaban la salud de Ortega. Desarrollan miedo a que el episodio del infarto se repita en cualquier momento. Sus hijos lo acompañaban a donde fuera cargando un maletín negro con la medicación. Para su cuidado hubo una rotación de médicos y al final acabó siendo asistido por un muchacho de seguridad que entrenaron en Cuba expresamente con este fin.

En ese momento teje una relación de mayor dependencia con Rosario Murillo, quien pasa a tener control de sus hábitos, principalmente en comida y ejercicios. Murillo es vegetariana y empieza a trasladarle rutinas sanas de comida. Ella comienza a monitorear toda su vida personal. Supervisa escrupulosamente el origen de las verduras, que deben ser orgánicas, los lugares de donde proceden y los ingredientes que llevan los alimentos.

1994. Daniel Ortega se abre la camisa en la Asamblea Nacional para demostrar que no se había realizado una operación “a corazón abierto”, como se rumoraba. Foto/ Oscar Navarrete

De Ortega se ha especulado que padece mil enfermedades. Se ha dicho que padece cáncer o lupus eritematoso y por eso su comportamiento nocturno. Sin embargo, estas enfermedades no pasan del rumor, y solo se sabe con certeza su condición cardiaca, que ya es grave, y de angina de pecho que desarrolló como consecuencia de esa misma condición que le provocó el infarto. Cuando se le ve lerdo e inflamado es como resultado de la medicación a la que está sometido.

También se sabe que recibe ozonoterapia en Cuba y Nicaragua, un tratamiento que no está relacionado con ninguna enfermedad, sino que tiene intención preventiva. Tratamientos similares se aplicaba, por ejemplo, Michael Jackson.

El infarto determina una conversión en él. Desarrolla pánico. Pánico a la muerte y pánico a no controlar su vida. En muchas ocasiones, recuerdan personas cercanas a Ortega, los actos no podían comenzar porque tenía un ataque de pánico. Se le obstruía la garganta y le costaba respirar. Tenía miedo de sufrir un infarto mientras dormía. Cuando tenía que dar un discurso y le daban estos ataques, tenía que esperar a calmarse y esa fue en muchas ocasiones la razón de sus larguísimos retrasos. Le daba miedo que esos síntomas de atrapamiento, con sensación de ahogo, se dieran mientras estaba ante la gente. Antes del infarto, que ya sufría algo de eso, lo controlaba con automedicación, Valium y Clordiazepóxido, pero después del 94 lo tenía prohibido.

En esa reconversión que comenzó a vivir con su estado médico, lo llevó a acercarse más a Rosario Murillo, con quien mantenía cierto distanciamiento, e identificarse mucho con el mundo árabe y musulmán. Son los años donde muestra su perfil más bajo de los últimos 40 años. Viaja mucho, principalmente a países árabes. Fue para esta época cuando quiso erigirse mediador internacional y se le vio opinando con frecuencia de conflictos internacionales. Andaba buscando misiones en el mundo en un plan de sentirse útil, que no le funcionó. Sin embargo, esa actitud le llevó a estrechar su relación con Muamar el Gadafi, dictador de Libia, y el rey Hussein, de Jordania.

En los primeros días después de 19 de julio de 1979, Rosario Murillo se convierte en la secretaria de Daniel Ortega como coordinador de la Junta de Gobierno. Ella era la jefa de su despacho. La relación de trabajo duraría poco más de un año, porque pronto afloraron los conflictos. Ella sostenía una crítica fuerte contra los empresarios del Frente Sandinista y atizaba una batalla contra el sacerdote Ernesto Cardenal, ministro de Cultura, con el interés de tomar el control del manejo cultural del Gobierno. Daniel Ortega no la enfrentó, pero tampoco la apoyó totalmente y ella termina creando una organización que se llamó Asociación Sandinista de Trabajadores de la Cultura (ASTC), que se convierte en un poder paralelo al Ministerio de Cultura que siguió manejando Cardenal.

Murillo ha estado tras seis campañas electorales en las que Ortega ha participado como candidato. Solo fue marginada en una: la que Ortega perdió frente a Violeta Barrios de Chamorro.

“Cuando se perdieron las elecciones ya no había Ministerio de Cultura porque la Rosario había acabado con él. Ella siempre había querido ser ministra de Cultura, pero siendo presidente su marido, era bastante feo. Logró que dejara de haber Ministerio de Cultura y en vez de eso hubiera Instituto de Cultura”, dice Ernesto Cardenal en su libro de memorias, La revolución perdida.

La ASTC volvió a juntar a Rosario Murillo y Gioconda Belli. Esa vez, dice Belli, se dio cuenta que Murillo no conocía los escrúpulos y que era capaz de inventar, mentir y tergiversar para lograr lo que se proponía. Lloraba cuando le convenía. Así le socavó el piso al sacerdote Ernesto Cardenal, en el Ministerio de Cultura, hasta que logró anularlo y creó ella el Instituto de Cultura. “Pasamos de ser una asociación gremial (la ASTC) a un ente del Estado, de un día para otro. Nos rebelamos y tuvimos enfrentamientos fuertes con ella y Daniel”.

Conflictos como el de “Cultura” van marcando un distanciamiento entre Daniel Ortega y Rosario Murillo. En la ASTC empieza a tener enfrentamientos con Carlos Fernando Chamorro y Bayardo Arce, que dirigían el Departamento de Agitación y Propaganda (DAP). Ella se sintió desprotegida porque Daniel Ortega no la respalda y hacen un quiebre muy fuerte. Murillo empezó a armar un mundo con los artistas. Un mundo muy suyo.

—¡Me quito el traje de primera dama! —le gritó a quien pudiera oírla.

Eso sucedió en 1987, después del nacimiento de su hija Camila. Fue la época en que ella decide vestirse de licras, peinarse a lo punk y a organizar fiestas en su casa. Dentro de la casa, donde antes estaba un gimnasio, diseñó una especie de discoteca de alfombra roja y cojines en el suelo que llamó La Tortuga Morada, en alusión a una famosa discoteca de la vieja Managua donde el mundillo hippie llegaba a encontrarse, a bailar y a fumar marihuana. Algunos aseguran que era una mujer feliz. Había temporadas en que se escapaba de la casa y solo regresaba días después sin dar explicaciones a nadie.

A las 7:00 de la noche se veía llegar a esta pandilla de poetas, bailarines, músicos, pintores y bohemios, unos 15 tal vez, a la casa de El Carmen y salían ya con la luz del día cuando los niños estaban buscando cómo ir a clases.

A Daniel Ortega no parecía molestarle esta situación y siguió su vida indiferente. El comportamiento de ambos era el de una pareja separada viviendo en la misma casa.

Para la campaña electoral del 89, por primera vez Ortega le pide que se quede al margen.
—No te metás, andá hacé tu vida.
—Vas a perder —le advierte ella.

Murillo le toma la palabra y se va para México, en una especie de vacaciones, ajena a todo el alboroto político que vivía Nicaragua. Se lleva a muchos de aquella pandilla bohemia de su versión de La Tortuga Morada. Se le veía de paseo, en fiestas y de compras, con ese look medio hippie con que asumió esa etapa.

La derrota electoral de 1990 marca el reencuentro entre Daniel Ortega y Rosario Murillo. Ella regresa de México y lo acuerpa. Y le recuerda además:
—Te lo dije.

Con ese regreso, de alguna manera triunfante, le está reforzando ese poder mítico que siempre ha pretendido sobre él. Ella le demuestra que el proyecto político que emprendió solo fracasa, le recuerda sus problemas de salud, le cuestionaba ese mundo de amigotes y cómo las advertencias que ella le hizo sobre quienes lo iban a traicionar se vienen cumpliendo. Finalmente, en 1998, se produce la denuncia por abuso sexual de su hijastra Zoilamérica, y ella le da la espalda a su hija y cierra filas con él.

—Todo lo que me hiciste en el pasado aquí te lo devuelve la vida —le dice. Y a partir de ahí logra el control sobre él que buscó toda su vida.

En 1990 Daniel Ortega perdió las alecciones contra Violeta Barrios y tuvo que entregar el poder.

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Mientras alza su mano anillada para jurar como vicepresidenta de Nicaragua, Rosario Murillo tal vez recuerda sus días en el barrio San Andrés de Managua, sus confidencias y correrías con Camilo Ortega o los poemas que intercambió con Daniel Ortega cuando este purgaba condena en la cárcel Modelo de Managua. O la ocasión aquella en que se lo encontró, ya libre él y ella embarazada, en Caracas, Venezuela. O cuando llegó a León liberado, en julio del 79, estrenando uniforme verde olivo y con armas que nunca disparó. O sus pleitos con el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal en los años ochenta o las noches de bohemia en la discoteca que se dio a hacer en su propia casa cuando sintió que ser primera dama no era lo suyo o el día que, acuerpada por casi todos sus hijos, salió en defensa de las acusaciones de violación que su hija Zoilamérica Ortega Murillo le hizo a su esposo, Daniel Ortega Saavedra. O, mejor aún, tal vez piense en el día que llevado de su mano, Daniel Ortega recuperó la banda presidencial, y que ese día, 10 de enero de 2017, se la ha vuelto a poner por tercera vez consecutiva, contra toda Ley y pronóstico, y ella misma está jurando como vicepresidenta de la República de Nicaragua, a solo un paso del poder total.

Daniel y Rosario en la Catedral de Managua.

Matrimonios

El sábado 3 de septiembre de 2005 Rosario Murillo y Daniel Ortega “renovaron sus votos” matrimoniales en ceremonia celebrada en la capilla privada de la Universidad Católica de Nicaragua Redentoris Mater.

La misa estuvo presidida por el cardenal Miguel Obando y Bravo. Los testigos fueron el doctor Rafael Solís, magistrado de la Corte Suprema de Justicia, y Elba Ubeda Mendoza, una especie de chamán, especialista en Medicina Natural. No es un matrimonio, aclararon, es renovación de votos.

En una declaración notarial, el 29 de agosto del 2005, Ortega y Murillo dieron testimonio de haber contraído matrimonio aproximadamente entre octubre y noviembre de 1978, en San José, Costa Rica. La misa, dicen, fue celebrada por el sacerdote y guerrillero Gaspar García Laviana, y que por las circunstancias de la guerra no hay documento de esa ceremonia.

Sin embargo, en mayo del 2004, Murillo publicó un artículo en el que lamentaba que todavía, 27 años después no se hubiesen casado formalmente todavía. “Del casamiento que todavía no hemos tenido, Daniel y yo, que a lo mejor, algún día, si nos decidimos, si yo le doy el sí y él a mí, podría ser que caminemos de la puerta-al-altar-a-la-puerta, con todos nuestros hijos, nueras, yernos y nietos, como mejores amigos”.

La explicación a ambas bodas, parece ser política. En noviembre del 2001, pocos días antes de las elecciones, el cardenal Miguel Obando, en esos días aún adversario de Ortega, enumeró los requisitos que debía reunir el candidato idóneo. Entre ellos cuestionó la “unión de hecho”.

“Al votar”, dijo Obando, “debemos preguntarnos: ¿da el candidato un apoyo decidido y claro al matrimonio y a la familia de fundación matrimonial, en contra de la tendencia de equiparar el verdadero matrimonio con otro tipo de uniones? El Estado vale lo que valgan las familias que lo forman”. Ortega perdió esas elecciones frente al candidato liberal Enrique Bolaños.

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Reportaje