El mundo de George Orwell

Reportaje - 12.09.2018
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Silencioso, pesimista y visionario, George Orwell fue un “animal político” y un hombre de contradicciones.
El autor de Rebelión en la Granja y 1984 murió joven, convertido en uno de los más aclamados escritores
del siglo XX. Esta es su vida, “miserable y a veces interesante”

Por Amalia del Cid

George Orwell escribió 1984 con la muerte pisándole los talones. Llevaba casi diez años enfermo de tuberculosis cuando se mudó a la isla escocesa de Jura en busca de aire puro y, sobre todo, de un lugar campestre que le permitiera aislarse de las distracciones de la ciudad, incluida la gente. Lo que menos tenía era tiempo. Siempre había sido escandalosamente flaco, pero en los últimos meses su aspecto se asemejaba cada vez más al de “una naranja chupada”.

Aquel invierno, el de 1946, fue el peor del siglo y en Jura hacía tanto frío que “si te alejabas seis pulgadas de la chimenea, te congelabas”, señala el diario español El País. En esas circunstancias, Orwell se entregó con pasión obsesiva al manuscrito de la que sería su última y más celebrada novela. Su obra maestra. Más famosa incluso que Rebelión en la Granja, una sátira caricaturesca sobre revolucionarios devenidos en dictadores y todo aquello que juraron destruir.

Los días se le iban en escribir en su habitación, pescar langostas para completar los almuerzos y compartir atardeceres con su único hijo, Richard, entonces de tres años. Y estaba tan metido en la “horrible y agotadora lucha” por terminar su libro, que descuidó por completo su salud. Las cosas empeoraron cuando a mediados de 1947 naufragó con su hijo y dos sobrinos en las heladas aguas de la isla. Se salvó de morir ahogado, pero su tuberculosis se agravó y después de eso la cosa fue cuesta abajo.

Sin embargo, contra todo pronóstico, en Jura terminó 1984 y se metió a la cama para transcribir la novela en su vieja máquina. Era la historia de terror sobre una sociedad distópica futurista donde reina el totalitarismo y todos los miembros del Partido deben amar al Gran Hermano, que los vigila a través de cámaras y pantallas incluso dentro de sus propias casas. La Policía del Pensamiento se ocupa de apagar cualquier “idea peligrosa” y la neolengua se ha encargado de destruir las palabras para que esas ideas ni siquiera puedan ser expresadas. El Ministerio del Amor se dedica a la tortura y el de la Paz, a la guerra.

Orwell terminó de transcribirla en noviembre de 1948, cuando le quedaba poco más de un año de vida, y aunque no quedó complacido con el resultado, al menos no estaba “absolutamente insatisfecho”. “Pienso que es una buena idea, pero la ejecución habría estado mejor si no la hubiera escrito bajo la influencia de la tuberculosis”, le dijo a su agente.

La novela, destinada a convertirse en uno de esos clásicos siempre actuales, fue publicada el 8 junio de 1949. Y el 21 de enero de 1950 moría George Orwell, a la edad de 46 años, vencido finalmente por la enfermedad que pescó en 1937, mientras se recuperaba del balazo recibido en el cuello durante la Guerra Civil española.

Porque George Orwell —¿o deberíamos decir Eric Blair?— también fue soldado. Y periodista. Además de indigente voluntario, librero, profesor, policía, izquierdista anticomunista, delator y un pesimista irremediable. Sus partidarios lo consideran nada menos que un genio y sus detractores, que en su mayoría no le perdonan los ataques al comunismo soviético, lo tachan de mediocre, derechoso, homofóbico, antisemita y, por supuesto, instrumento de la CIA.

Esta es su vida. Y algunos de sus mil mandados.

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Eric Arthur Blair siempre fue un niño enfermizo, que padecía de bronquios defectuosos y algo que la gente en esos días llamaba “tos estomacal”. Nació el 25 de junio de 1903 en un bungaló de Motihari, India, en circunstancias bastante ordinarias, según su biógrafa Julia Routledge. La familia se encontraba ahí porque su padre, el británico Richard Blair, había sido destinado a la vigilancia del comercio de opio con China.

Pronto su madre, Ida Blair, decidió regresar a Inglaterra con él y su hermana Mabel, cinco años mayor. Asistió primero a una escuela parroquial y luego, por recomendación, consiguió una beca para ingresar a la prestigiosa San Cyprian, que en aquellos tiempos era una de las escuelas preparatorias de mayor renombre en el país. “Un colegio caro y esnob que se hallaba en vías de ser más esnob todavía”. Ahí, a los ocho años de edad, empezó su odio por las autoridades, algo que dejó muy claro en su ensayo “Ay, qué alegrías aquellas”.

Apenas dos semanas después de su llegada al internado, comenzó a orinarse en la cama, algo considerado entonces “un delito repugnante” que se curaba con unos buenos azotes. Noche tras noche rezaba con un fervor recién descubierto: “Por favor, Dios mío, no permitas que moje la cama. Por favor Dios mío, no permitas que moje la cama”. Pero sus oraciones no surtían efecto. Acabó orinándose de nuevo y otra vez, hasta que lo llevaron a la oficina del director, donde recibió dos palizas. La primera por mojar la cama y la segunda porque dijo que la primera no le había dolido.

Fue entonces, escribió ya en 1948, que descubrió la lección más duradera de su primera adolescencia: se hallaba en un mundo donde no le era posible ser bueno. “La vida era más terrible y yo, más perverso de lo que había imaginado”, relató.

Odiaba a sus “benefactores” (el director del colegio y su esposa) y se odiaba a sí mismo por odiarlos. Y de tanto recibir “azotes, reproches, humillaciones” y amenazas de que iba a terminar convirtiéndose en “el chico de los recados”, acabó teniendo a lo largo de su adolescencia “la profunda convicción de que no servía para nada” y echaba a perder su “escasísimo talento”.

Ese sentimiento de fracaso, adquirido o no en aquel colegio esnob, jamás lo abandonó, aseguran sus amigos y sus biógrafos.

“Orwell nunca esperó tener éxito. De hecho, se pasó la vida dando por sentado su fracaso. Ascético y frugal, siempre se las ingeniaba para elegir la peor opción para su salud y comodidad. Vivía en casas destartaladas y húmedas, donde escribía encerrado en heladas habitaciones, fumando constantemente, a pesar de una grave lesión pulmonar, que le llevaría a la muerte”, detalla el periodista español José de Segovia en su artículo “George Orwell: El derecho a la disidencia”.

De acuerdo con De Segovia, el autor de 1984 y Rebelión en la Granja, dos de los libros más aclamados, impresos, citados y versionados en la historia moderna, “llevaba el fracaso como una especie de condecoración” y “solía hablar orgulloso de que su mejor libro —según Orwell, Homenaje a Cataluña, sobre la Guerra Civil española— no había llegado a vender ni mil ejemplares”.

Al salir de San Cyprian, consiguió becas para Wellington y Eton, donde según él fue “relativamente feliz” debido a que los estudiantes tenían más independencia. Acabó sus estudios sin pena ni gloria y luego George, para entonces simplemente Eric Blair, se hizo policía, a falta de algo mejor que hacer y ante la imposibilidad de obtener una beca universitaria, pues para entonces su familia estaba en bancarrota.

En 1922 se unió a la Policía Imperial en Birmania y ahí se acrecentó su desprecio hacia la autoridad, pese a que él mismo la representaba. O quizás por eso.

En secreto estaba “a favor de los birmanos y en contra de sus opresores, los británicos”, asegura en su ensayo “Matar a un elefante”. “En cuanto al trabajo que desempeñaba, lo odiaba con más amargura que posiblemente la sabré expresar con claridad. En un momento como ese, uno ve muy de cerca el trabajo sucio del imperio. Los desdichados prisioneros que se hacinaban en las apestosas jaulas de las cárceles, las caras grises y acobardadas de los presos con largas condenas, las nalgas destrozadas de quienes habían sido azotados con cañas de bambú, todo ello me causaba una opresión redoblada por un intolerable sentimiento de culpa”, admitió. Sin embargo, sostuvo, “yo era joven, carecía de una educación apropiada y había tenido que resolver mis problemas en el completo silencio que se impone sobre cada inglés en Oriente”.

Así que pronto se vio atrapado entre dos distintas clases de odio. Por un lado, odiaba al imperio británico a cuyo servicio trabajaba y, por el otro, estaba lleno de ira contra esos birmanos de “rostro aceitunado” que le salían al paso en la calle por el puro placer de insultarlo. Los monjes budistas eran “los peores” y no parecían tener más nada que hacer, aparte de plantarse en las esquinas “a mofarse de los europeos”.

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Cinco años duró la agonía de ser un oficial al servicio del imperio. Luego Eric Blair decidió transformarse, en términos prácticos, en un pordiosero, y de la experiencia salió convertido en un escritor, bajo el seudónimo literario de George Orwell. De 1928 a 1929 vagabundeó entre dos ciudades, más pobre que una rata, viviendo en carne propia la miseria humana.

“Hay otra sensación que constituye un gran consuelo en la pobreza. Creo que cualquiera que haya pasado apuros económicos la habrá experimentado. Es una sensación de alivio, casi placentera, al saber que por fin estás sin blanca (dinero). Has hablado tantas veces de la posibilidad de acabar en el arroyo… y resulta que ya estás en él y puedes soportarlo. Eso te quita muchas preocupaciones”, explicó después en su libro de debutante, Sin blanca en París y Londres, publicado en 1933.

Para que sus padres no se incomodaran al ver el nombre de su hijo en un relato sobre cómo es vivir sin un centavo partido por la mitad, durmiendo en hostales infestados por cucarachas y apestando a sudor y a migajas de pan, Blair se buscó otro. Primero consideró llamarse Kenneth Miles y H. Lewis Allways; pero triunfó el nombre más inglés que pudo hallar. Eligió George porque así se llama el santo patrono de Inglaterra y Orwell en honor al inmenso río homónimo, en el condado de Suffolk.

En sus meses de pordiosero descubrió que en los albergues siempre había un “pero” y que cuando no se dormía sobre el suelo desnudo o sobre tablas de madera, y por el contrario se contaba con un catre y un colchón de paja, entonces el problema era el frío congelante. En cuanto al olor no había diferencias, siempre apestaba a sudor y a excremento humano. Como periodista, su fuerte no fue la investigación dura, a él le gustaba experimentar y contar la vida de la gente común.

Tras su aventura como vagabundo, volvió a la Inglaterra rural y ahí ejerció como docente. Para entonces se iba consolidando en él una cierta inclinación hacia el socialismo, que luego se reafirmaría durante la Guerra Civil de España, y en 1936 y 1937 publicó libros sobre la clase obrera inglesa y la explotación; lo que no impidió que también colaborara con numerosos ensayos en diferentes diarios.

Uno de los más conocidos es ese donde cuenta las memorias de sus días como empleado de una biblioteca de préstamo: “Recuerdos de un librero”. Este ensayo deja ver otras características de Orwell: observador agudo y silencioso. Clasificó en grupos a los visitantes de la librería, de manera que podía reconocer al primer vistazo a los esnobs y a los clientes que llegaban solo para sentir que estaban gastando dinero en algo, aunque luego no compraran ni un solo libro de los muchos que encargaban.

Orwell llegó incluso a calcular cuántas páginas había leído un cliente que durante un año se llevó cuatro o cinco novelas detectivescas por semana. “Las páginas que leía en un año cubrirían una superficie de cerca de media hectárea”, se dijo, asombrado porque aquel hombre parecía almacenar en la cabeza aquel “torrente de basura”.

En ese lugar no aprendió a odiar, pero sí perdió temporalmente todo su amor por los libros. “Un librero tiene que mentir como un bellaco cuando habla de libros, lo cual le produce un evidente desagrado”, explicó. “Cuando comencé a trabajar en la librería dejé de comprar libros. Vistos en masa, cinco mil, diez mil de golpe, se me antojaban aburridos e incluso nauseabundos (…). El olor dulzón del papel deteriorado ha dejado de parecerme atractivo. Lo relaciono muy estrechamente con los clientes paranoicos y los moscardones muertos”

Aunque su estancia en el colegio que tanto odió y sus vivencias como policía en Birmania le enseñaron a detestar a la autoridad, lo que realmente lo dejó marcado y lo preparó para escribir Rebelión en la Granja y 1984 fue su experiencia en la Guerra Civil de España, donde participó como brigadista internacional y de paso adquirió la enfermedad que terminó matándolo.

“En algún momento del otoño de 1936, Orwell se decidió a ir a España, y todo indica que esta decisión resultó principalmente de su deseo de ir a luchar por unos ideales y no para escribir un libro”, escribió en 1981 el periodista Andrés Ortega, en una publicación de El País.

Salió de Londres el 22 de diciembre de 1936 y arribó a Barcelona cuatro días después. En el camino se detuvo en París para visitar al novelista estadounidense Henry Miller y este, que para nada estaba interesado en la guerra española, le dijo que lo que estaba a punto de hacer era “una idiotez”.

Llegó entonces a Barcelona, un día después de Navidad, y por la tarde ya estaba enrolado en la milicia del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), para combatir a las fuerzas de Franco. Sin embargo, llegó a pelear una guerra y salió convencido de que lo que había en Cataluña era una revolución de obreros que la Unión Soviética quería ver aplastada, como condición para seguir proveyendo armamento al gobierno español.

“Los comunistas, claro está, niegan que el gobierno ruso haya ejercido cualquier presión directa. Pero esto, si fuera cierto, es prácticamente irrelevante, ya que puede considerarse que los partidos comunistas de todos los países están llevando a cabo políticas rusas; y no cabe duda que el partido Comunista Español junto con los socialistas de derechas bajo su control y junto con la prensa comunista del mundo entero, ha aplicado toda su inmensa y creciente influencia en el bando de la contrarrevolución”, escribió en 1937, en su texto “Descubriendo el pastel español”.

Y ese mismo año, cuando una periodista de Left Review le solicitó, por correo, que contestara un cuestionario para citarlo en el artículo “Los escritores toman partido sobre la guerra española”, le respondió iracundo: “¿Quiere hacer el favor de dejar de enviarme esta maldita basura? Es la segunda o tercera vez que lo recibo”.

“Yo estuve seis meses en España, la mayor parte del tiempo combatiendo, y no me voy a poner a escribir tonterías sobre la defensa de la democracia (…). Además, sé lo que está ocurriendo y ha estado ocurriendo en el bando del gobierno desde hace meses; es decir, que están imponiendo el fascismo a los obreros españoles so pretexto de la resistencia al fascismo”, dijo. Y aún continuó:

“Por cierto, dígale a ese mariquita de Spencer amigo suyo que estoy preservando muestras de sus poemas heroicos sobre la guerra y que cuando llegue el momento en que se muera de vergüenza por haberlos escrito (…) se los restregaré con ganas por las narices”.

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Tras la guerra española se quedó pensando en el totalitarismo, en cómo puede mentirse para darle vuelta a “la verdad” y en la persecución estalinista en España, de la que él mismo fue víctima. “La guerra de España y otros acontecimientos ocurridos en 1936-1937 cambiaron las cosas, y desde entonces supe dónde me encontraba. Cada línea en serio que he escrito desde 1936 ha sido escrita, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático como yo lo entiendo”, escribió en 1946.

A su paso por la guerra en España debemos sus tres obras más reconocidas: Homenaje a Cataluña, Rebelión en la Granja y 1984. Y por esa misma guerra sabemos a ciencia cierta cuánto horror sentía Orwell por las ratas. Les tenía más miedo que a las balas.

Podía arriesgar la vida “por coger un saco de patatas ante los tiros del enemigo”; pero una noche sacó su fusil y armó un alboroto por dispararle a una rata que estaba molestándole. “Los dos frentes se pusieron a disparar, la artillería rugió y algunos destacamentos salieron a patrullar”, asegura Andrés Ortega.

Al final no lo mataron las balas ni las ratas, pero sí la guerra. En España encontró las ideas por las que habría de pasar a la historia como un visionario del totalitarismo y también halló la tuberculosis. En su tumba hay una breve leyenda: “Aquí descansa Eric Arthur Blair”, porque a George Orwell nadie puede enterrarlo.

La lista negra

En una faceta contradictoria del escritor, desde 1940 fue recopilando nombres y hechos sobre escritores y artistas que en su opinión estaban contra los intereses del Departamento de Investigación de la Información (IRD, por sus siglas en inglés); es decir, aquellos que él consideraba simpatizantes de causas comunistas. Y en mayo de 1949 envió una lista desde el hospital donde menos de un año después moriría de tuberculosis. En la “lista negra” aparecían personajes tan famosos como Charlie Chaplin y Katharine Hepburn.

“La historia detrás del envío de esa lista es larga y llena de incidentes sutiles. Orwell tenía una estrecha amistad con Celia Kirwan, una hermosa mujer de tendencias izquierdistas de la que estaba enamorado y que trabajaba desde hacía un tiempo en el IRD. En marzo de 1949 Celia lo visitó en el hospital y le habló sobre las actividades del IRD, al que presentó como un importante instrumento de lucha contra la propaganda estalinista lanzada por el Cominform soviético”, señala José Miguel Oviedo en su texto “La lista negra de Orwell”.

“Seguramente con la intención de apoyar esa campaña y, secretamente, ayudar a esa mujer de la que estaba enamorado, decidió preparar para ella la ‘lista negra’ sobre la base del cuaderno de apuntes que guardaba en casa. Orwell lo hizo sabiendo bien que la lista contenía información confidencial que podía ser considerada ‘calumniosa’”, considera Oviedo.

Curiosidades

Creador de términos. Igual que William Shakespeare, George Orwell creó términos que acabaron siendo de uso habitual en lengua inglesa. Fue el primero en usar la expresión cold war (guerra fría), para referirse a las relaciones entre Estados Unidos y los países del bloque soviético; doublethink (doble pensamiento), para indicar la aceptación al mismo tiempo de posturas que son contradictorias, y también la famosa expresión de Big Brother (Gran Hermano), que ahora se usa en contextos en los cuales un ente, generalmente el Estado, abusa de su poder y vigila todos los aspectos de la vida de los habitantes. Además, la palabra “orweliano” se utiliza para hacer referencia a cualquier universo totalitario.

Propaganda. Trabajó como propagandista para el Servicio Oriental de la BBC durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Desde 1941 hasta 1943, realizó programas para llevar el punto de vista británico a los oyentes de la India. En el trabajo estaba sometido a control y censura, y terminó renunciando, aunque la paga era excelente. De ahí tomó material para el lenguaje desfigurador del Gran Hermano.

Habitación real. La habitación 101 de 1984 está ubicada en el Ministerio del Amor y es utilizada como espacio de tortura para doblegar la voluntad de las víctimas. Esa habitación era real. Orwell “se basó en una sala de conferencias de la BBC donde no se castigaba a los asistentes con jaulas llenas de ratas hambrientas pero sí se celebraban largas y tediosas reuniones que martirizaban al periodista”, señala el diario El Ibérico.

Supersticioso. Era muy supersticioso y creía en la magia negra y en la posibilidad de que alguien pudiera echarle “mal de ojo”. En sus primeros días en Eton, él y un compañero crearon un muñeco de vudú de jabón representando un niño mayor que les intimidaba. Poco después su víctima se rompería una pierna y moriría de cáncer, algo que Orwell siempre atribuyó al muñeco y por lo que se sintió culpable el resto de su vida.

¿1984? En un primer momento la obra 1984 fue ambientada en 1980, para pasar posteriormente a 1982 y finalmente a 1984. Orwell barajó varios nombres y optó por titularla “The Last Man in Europe”, pero su editor, Fredric Warburg, le recomendó uno más comercial: 1984.

Censurado. Rebelión en la Granja fue ampliamente rechazada antes de su publicación. La novela, publicada en 1945, fue rechazada por hasta cuatro editoriales que se negaron a publicarla por posibles represalias del gobierno. El libro fue primeramente utilizado por los Estados Unidos como herramienta de denuncia del totalitarismo nazi y especialmente comunista, y fue parcialmente censurada en Inglaterra, dado que por entonces el país quería mejorar las relaciones con la Unión Soviética. Fue hasta la década de los 50, ya muerto el escritor, cuando el libro comenzó a alcanzar más notoriedad y difusión mundial.

Amores. Orwell se casó dos veces. La primera en 1936, con Eileen O’Shaughnessy, quien lo acompañó en España y con quien adoptó a su único hijo: Richard Blair. Eileen murió tras una cirugía en 1945. El escritor volvió a casarse en 1949, con Sonia Brownell, apenas tres meses antes de su muerte por tuberculosis.

En Nicaragua. En los años ochenta, el diario La Prensa incluyó Rebelión en la Granja como parte de una edición. La novela causó un gran revuelo en Nicaragua, pues el Frente Sandinista ya mostraba signos de totalitarismo y porque la directiva del diario fue llamada ante los altos mandos del Gobierno.

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