Además del Carlos Mántica Abaunza empresario, hay uno que de niño era pésimo a las matemáticas, otro que ama la literatura y es miembro fiel de la comunidad Ciudad de Dios. También hay otro que soñó con ser psicólogo y uno que desea llegar a ser tatarabuelo
Dora Luz Romero
Fotos de Manuel Esquivel
Tiene porte de abuelo. Y aunque se encuentre detrás de un escritorio atiborrado de papeles y con una agenda llena de actividades transmite ese aire de abuelo cariñoso y consentidor. El empresario nicaragüense Carlos Mántica Abaunza tiene 74 años, el cabello canoso y la voz ronca. Esta mañana ha decidido hacer una pausa en su rutina de trabajo y viajar por el tiempo. Ha aceptado sumergirse en su pasado y realizar un recorrido cargado de recuerdos, escenas e historias que lo han acompañado hasta hoy.
A su edad, Chale Mántica, como le llaman cariñosamente, dice que no le faltan tantos sueños por cumplir. Ha logrado todo o casi todo lo que se ha propuesto. Ya sembró un árbol, un guanacaste. Ya tiene descendencia: cuatro hijos, 18 nietos y cuatro bisnietos y medio. También ya publicó 18 libros.
Carlos Mántica –junto con su gemelo Felipe– es el dueño de una de las cadenas de supermercados más grandes de Nicaragua.
Le podría interesar: Pioneros de la fortuna
Cuando habla pareciera que lo hacen varias personas. En ocasiones habla el señor que recuerda su niñez con nostalgia, luego el empresario, también habla el cristiano que le es fiel a Dios, y el bohemio que cada martes junto con sus amigos se echa unos tragos, guitarrean y amanecen. Pero no. Es uno solo. Es el mismo Carlos Mántica Abaunza en sus diferentes facetas, que hoy cuenta desde su escritorio.

***
Originario de León, Carlos Mántica Abaunza nació el 19 de febrero de 1935. Vivió en la Ciudad Universitaria hasta 1939, cuando su familia decidió trasladarse a Managua. Eran cuatro hermanos. Tres varones y una mujercita.
Carlos Mántica es gemelo de Felipe Mántica, sin embargo asegura que no se parecen en nada o casi nada. “Yo era blanco, rubio, él es moreno, pelo negro”, cuenta. De los cuatro hermanos, sólo los gemelos viven. Pero lo físico no es la única diferencia. “No tenemos las mismas amistades y tampoco los mismos gustos. En lo único que nos parecemos es que él al igual que yo somos discípulos de Dios”, recalca.
En su niñez, Mántica no tuvo mayores complicaciones por el hecho de ser gemelo. Que recuerde, su mamá nunca los vistió igual y “quizá el único problema fue la mamá protegiendo a su negro, como le decía”. Pero si hay algo que Mántica agradece a sus padres es que “nos criaran sin saber que teníamos dinero, ya que pudimos tener amigos de todas las clases”.
De joven era malo para las matemáticas. “Un completo desastre”, reconoce. Al contrario le ocurría en literatura, donde se jacta haber sido de los mejores. “Fui el miembro más joven de la Academia Literaria del Colegio Centro América”, dice.
Al salir de la secundaria, quería ser psicólogo. Recién graduado del Colegio Centro América, Mántica le dijo a su papá que entraría a la universidad para convertirse en un psicólogo. Su papá no lo vio con muy buenos ojos y le propuso un trato: “Primero graduate en Administración de Empresas y después si querés sacás psicología”, le dijo. “Me pareció bien y me fui a Georgetown (Washington) a estudiar Administración”, asegura Mántica, siempre sonriente.
Pero eso no quiere decir que se haya enamorado perdidamente de la Administración de Empresas –a pesar de que ahora le encante– sino que a sus 21 años ya estaba casado, tenía trabajo y “no tuve la paciencia para seguir la otra carrera”.
No fue de muchas novias, al menos eso dice. “Las novias y los amigos eran más o menos lo mismo. Era de ésos que está con una persona hasta que aburría. No andaba en demasiados grupos, ni fiestas. Me obsesionaba con una sola (novia)”, asegura.

***
Los trabajadores del supermercado La Colonia de Plaza España le observan con cierta reverencia. Le buscan la mirada y le sonríen educadamente. Él saluda, y camina con paso firme, pero lento. Mientras avanza, algunos de los trabajadores miran de reojo hacia donde se dirige el señor de cabello canoso y escaso.
Pero no siempre fue así. Carlos Mántica no siempre tuvo tantos empleados trabajando para él. Cuando su papá inauguró el primer supermercado en Nicaragua en 1956 todo era diferente. El local apenas tenía dos cajas registradoras, las cuales en ocasiones eran atendidas por Carlos Mántica y su hermano gemelo Felipe. “El supermercado se pensó esencialmente para abastecer a la Colonia Mántica, una urbanización en la que se construyeron casas muy modernas. Nunca pensamos tener tanto éxito”, asegura.
Mántica recuerda aquella época con tanta lucidez como si hubiera ocurrido ayer. Frota sus manos, luego las pasa sobre su calva y los recuerdos comienzan a florecer. Tenía 21 años y recién se había graduado en Administración de Empresas en la Universidad de Georgetown en Washington.
Le podría interesar: Ricos de Nicaragua
A las ocho de la mañana de un día de diciembre de 1956, Carlos Mántica junto con su hermano Felipe abrieron por primera vez las puertas del supermercado. Llenos de expectativas estaban listos para atender a la clientela.
“Siempre recuerdo al primer cliente. Era un taxista que desde afuera pegó el grito y dijo: ¿tienen cigarros? No teníamos y entonces arrancó enojado. Inmediatamente yo fui a comprar unas cajetillas de cigarrillos a la esquina”, cuenta entre risas. El segundo cliente, afirma, fue el embajador de Estados Unidos y su esposa.
Cuando Mántica habla de los inicios del supermercado no puede evitar que una sonrisa se dibuje en su rostro. Cuenta que había personas que no entraban por temor a que el aire acondicionado se dañara más rápido, y la mayoría de los clientes desde afuera preguntaban si había del producto que requerían.
Para surtir el supermercado, todos los días a las 4:00 de la mañana a Mántica le tocaba ir al Mercado Oriental a comprar las verduras. “Ahí aprendí qué es una hamaca de yuca, un cachipil... todas las medidas nicaragüenses”, recuerda. Asimismo cuenta que para los años 50 el arroz y el azúcar se vendían en cartuchos, mientras que los huevos en tuza.
Y así comenzaron los Mántica. Ahora don Carlos es dueño de once supermercados y asegura que el éxito primero se lo debe a Dios. “Lo otro es que siempre he dicho hay que ser diferentes o ser el mejor. Nosotros tratamos de hacer una combinación de las dos”, explica.
Mántica no es hombre de tener miedo. “Nuestros competidores son una de las empresas más grandes del mundo: Wal Mart. No me amedrenta en lo absoluto. Para mí los negocios tienen un propósito, mientras me den para vivir, escribir libros, guitarrear y ayudar a las personas pues me basta”, dice mientras da los últimos sorbos al cigarrillo que inunda su oficina de humo.
***
Pero además de empresario, Carlos Mántica es miembro y fundador de la Comunidad Ciudad de Dios. Ése, dice, es el tema más delicado para hablar. “Hay dos cosas. Una es que la gente piense que soy santo, lo cual es una injusticia que va a matar de risa a un montón de ángeles y segundo es que crean que estoy loco, lo cual se acerca un poco más”, expresa.
—¿Cómo nace Ciudad de Dios?
—Yo creí que el Señor me estaba llamando para hacer algo. Asistí a un encuentro internacional de líderes alrededor del mundo a quienes el Señor había llamado a lo mismo, casi con las mismas palabras. Ahora somos 60 comunidades alrededor del mundo, 38 en América Latina. Es una comunidad de comunidades que se llama Espada del Espíritu. Así nace Ciudad de Dios por un llamado del Señor. Los fundadores somos: Enrique Cardenal, Bayardo Reyes Almanza y Carlos Mántica. Hoy somos 11 coordinadores, no llegamos a las mil personas. Estamos en Managua, Carazo y Masaya.
—¿Cuáles son las actividades que realizan?
—Todos los viernes tenemos nuestras asambleas de oración. Pero la última asamblea de casa mes es evangelística y abierta a todo el público. Ahí asisten cerca de
mil personas y se dan una gran cantidad de curaciones.
—¿O sea que el resto no son abiertas al público?
—No. Pero si llega alguien nadie se va a poner enojado. Es como una Asamblea Carismática. Son asambleas de alabanza. Se manifiestan curaciones, profecías, pero principalmente es un tiempo de oración.
—¿Qué los diferencia del resto de grupos?
—La Renovación Carismática que el Señor tuvo el mal gusto que la iniciara yo en Nicaragua es un movimiento. Posiblemente no era la intención de Dios un movimiento más, sino la renovación de su Iglesia. La Ciudad de Dios se conoce como comunidades de alianza donde todos sus miembros han pactado una alianza. Una familia de familias. Tenemos cerca de 800 miembros, 300 de compromiso completo.
—¿Son parte de la Iglesia católica?
—Sí. La Iglesia católica nos concedió el estatus de asociación privada de fieles.
—¿Qué se debe hacer para ser miembro de compromiso?
—Se hace un proceso de iniciación que tarda aproximadamente cinco años. Tenemos diez cursos básicos donde se abordan temas como la relación con Dios, con los humanos, las finanzas... Algunos hacen su compromiso completo, otros están en camino.
—¿Y después de ese proceso qué pasa?
—Los miembros de compromiso completo tienen la vida y los bienes en común.
—¿Cómo así?
—No se ejerce como una tenencia, sino como un derecho. No puede venir una persona y agarrar una carretilla llena y decir que se la lleva porque soy su hermano. Si una persona tiene una necesidad y eso es continuamente, esa persona tiene acceso a todos los bienes de la comunidad y si los de la comunidad no alcanzan, los miembros de compromiso completo tienen acceso a los bienes personales. Entonces se hacen llamamientos. Por ejemplo. Una persona que se le quemó su casa o necesita de una operación los miembros de compromiso completo dan de sus fondos personales para esas necesidades.
—¿Eso es obligatorio?
—Es parte de nuestro compromiso. Vos sos mi hermano. Todo lo tuyo me concierne. Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío.

***
Cada martes en la casa de Carlos Mántica se reúne un grupo de amigos artistas y músicos donde además de cantar, se echan sus tragos y degustan platillos exóticos. No es nada raro ver servido un
pato al tamarindo o un chorizo criollo en escabeche.
En esas guitarreadas, que iniciaron en los años sesenta y que hace aproximadamente cuatro años se hacen en la casa de Mántica, el denominador común –dice Mántica– es que “somos amigos y nos queremos mucho”.
Pero ¿cómo empieza el gusto por la música en la vida de Mántica? Recuerda que desde muy niño conoció a Tino López Guerra, ya que éste vivía en la bodega de la Casa Mántica. “Ahí escuché las primeras canciones y le comencé a agarrar gusto”, asegura. Años más tarde conoció a Erwing Krüger y comenzaron junto con Otto de la Rocha, Camilo Zapata, Isaac Carballo las llamadas guitarreadas semanales.
Paralelamente, se había formado otro grupo de guitarreadas donde asistían los tres integrantes de los Bisturices Armónicos, Salvador Cardenal (padre), Pablo Antonio Cuadra, Carlos Mejía Godoy, entre mucho otros.
Tiempo después, en los años sesenta, los grupos se convirtieron en uno solo y además de recoger folclor, escribían poemas y los leían, siempre acompañados de platillos exóticos. “Nos hemos especializado en comida de monte, pero hecha a alto nivel”, dice Mántica, quien describe unos frijoles en gloria que pareciera saborearlos.
“Para mí ésta es la mejor terapia que tenemos. Es alegrísimo. Ahí nunca sabes qué pasará. Al final es la alegría de estar juntos y es que la gente que llega es especial”, dice con aires de felicidad luego de mencionar que asisten Juan Solórzano, Milciades Herrer, Carlos Mejía Godoy, Norma Helena Gadea, entre muchos otros.
Cada guitarreada –cuenta– termina con una oración porque él dice ser un cristiano de tiempo completo. “Una oración que ahí sale no me preguntés cómo”, confiesa tras soltar una larga carcajada.
A sus 74 años, Carlos Mántica lleva una vida ajetreada. Todas las mañanas trabaja en su oficina en Plaza España. Desde que sufrió un derrame en los años 90, por las tardes debe dormir. “Si no duermo no rindo al día siguiente”, explica.
Los lunes por la noche tiene reunión con los coordinadores de grupo de Ciudad de Dios, los martes tiene guitarreadas, los miércoles se reúne con su viejo grupo de cursillo, los jueves juega scrabble, los viernes asiste a asamblea en Ciudad de Dios y los domingos se reúne con todos sus hijos. “Prácticamente el único día libre para ir algún lado es el sábado”, dice.
Así es Carlos Mántica, un hombre que anda de arriba abajo. Un hombre que pudo haber sido psicólogo, pero que la vida lo llevó a ser Administrador de Empresas. Un hombre bohemio, pero a la vez empresario, cristiano y amante de la cultura nacional.
Ha vivido como ha querido. Sólo le quedan dos sueños por cumplir: ser tatarabuelo y ver a Nicaragua salir adelante. El segundo cree que ya no lo verá. “Nicaragua merece algo mucho mejor de lo que tenemos y ahí sólo el de arriba puede ayudarnos, los de abajo ya no sabemos qué hacer”, dice. Pero para ser tatarabuelo aún tiene esperanzas. “Si la mayor de mis bisnietas (que tiene 10 años) se apura aún tengo oportunidad”, dice. Apaga el cigarrillo, junta sus dos manos y sonríe.

Pasión por los libros
Carlos Mántica Abaunza publicó su primer libro en Washington cuando aún era estudiante universitario. El libro fue titulado Poemas de impaciencia, y únicamente sus hijos guardan ejemplares. “Los rompí todos porque eran muy malos. Eran poemas de adolescencia”, considera.
Hasta ahora, Mántica ha publicado 18 libros. Entre los más conocidos están El Habla Nicaragüense, Cantares Nicaragüenses, El Refranero Nicaragüense, entre muchos otros. Asimismo ha escrito libros para cursillos.
Mántica asegura que nunca se ha sentado a escribir un libro, sino que éstos “se van escribiendo solos”. “Me piden una charla por aquí, una conferencia por allá y de pronto me doy cuenta que tengo mucho material. Lo publicado es apenas como el 10% de lo que escribo”, cuenta Mántica.