El cuerpo herido de Pedro Joaquín Chamorro apenas salía en una ambulancia cuando entre la muchedumbre salió una mano que se llevó del carro un libro del periodista mártir. Lleno de sangre
Por Eduardo Cruz
Sentado en la sala de su casa en el barrio Campo Bruce, Edelberto Duarte leía sobre un sofá, frente a un televisor blanco y negro. El libro tenía algunas de sus páginas salpicadas con sangre fresca y también incrustados cinco fragmentos de vidrio. Al menos cada media hora, en la televisión reproducían la noticia de un crimen que había ocurrido ese martes 10 de enero de 1978, cerca de las 8:20 de la mañana: el asesinato del director del Diario LA PRENSA, Pedro Joaquín Chamorro Cardenal.
La escena era un poco surrealista. Mientras veía la noticia, Duarte leía el libro manchado con sangre. Era la sangre derramada de Chamorro Cardenal, quien esa mañana había recibido disparos de escopeta mientras se dirigía a LA PRENSA conduciendo. El libro era “El enigma de las alemanas”, escrito por Chamorro Cardenal y publicado en 1977. Duarte recuerda que mientras veía la televisión leía: “Tolentino Camacho golpeó con violencia la pequeña mesa donde había nada más media botella de guaro, una panita con limones y hielo, dos vasos y una soda a medio terminar”.
Encerrado en su casa, Duarte se alejó de todas las reacciones causadas por la muerte de quien luego sería llamado “Mártir de las Libertades Públicas”, la que para muchos fue el detonante para que un año y medio después cayera la dinastía de los Somoza.
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Edelberto Duarte se despertó, ese 10 de enero de 1978, aproximadamente a las 4:00 de la madrugada. Como agente de una aseguradora que se llamaba La Protectora, Duarte tenía que viajar ese día a Matagalpa, para asegurar a un beneficio de café. Se despertó, se bañó, tomó café, se alistó y fue a buscar su maletín solo para darse cuenta que se le había olvidado, el día anterior, meter la hoja de solicitud para el beneficio de café.
Si ese olvido no hubiese ocurrido, él tendría que haberse enrumbado en su vehículo hacia el sector de Ciudad Jardín, luego caer en la Carretera Norte yendo por donde hoy está la Dirección General de Migración y Extranjería (DGME). En vez de ello, Duarte se dirigió a la zona del Hotel Intercontinental, donde hoy es el Crowne Plaza, pues allí estaban las oficinas de La Protectora. Llegó a la puerta principal del edificio a las 7:30 de la mañana, pero no había llegado aún ningún otro empleado. El vigilante lo dejó entrar porque lo conocía. Estuvo unos minutos, no se recuerda cuántos, pero debe haber sido más de media hora porque aprovechó para realizar otras revisiones, sacó la solicitud y después salió hacia su vehículo.

Esta vez Duarte comenzó a circular sobre la Avenida Bolívar. Cuando iba llegando adonde hoy están los semáforos de la Asamblea Nacional, en una zona a la que en ese entonces le llamaban “los escombros”, vio que una ambulancia iba saliendo de donde estaba un tumulto de gente y llevaba la sirena encendida.
La curiosidad o la magnitud del hecho lo hizo aparcar el carro a un lado de la carretera, salió, lo enllavó y se dirigió hacia donde estaba la multitud.
Cuando se acercó a la muchedumbre, escuchó decir que habían matado a Pedro Joaquín Chamorro, pero en realidad no todos estaban seguros de que realmente a la persona a la cual habían baleado fuera el director de LA PRENSA.
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Mientras Edelberto Duarte estaba en las oficinas de La Protectora, el periodista Pedro Joaquín Chamorro Cardenal estaba en su casa, en el reparto Las Palmas, ultimando detalles para dirigirse a sus oficinas en el Diario LA PRENSA. En diversos reportajes de este periódico se relata que cuando Chamorro estaba saliendo de su casa se despidió de su nieta de 15 meses de edad, Valentina, a quien le dio un beso.
Dos carros persiguieron el Saab en el que el periodista se dirigía a su trabajo. “Esto se acaba hoy”, habría dicho Silvio Peña, orquestador del asesinato, según las declaraciones de los indiciados ante la Primera Judicatura de la Policía de Managua, indica un reportaje de la revista Domingo.

Cuando llegó a los escombros, uno de los carros que perseguía a Chamorro se le cruzó por delante al Saab café que el periodista había comprado unos días antes. Este se montó sobre la acera y chocó contra un poste, mientras que al vehículo de los asesinos se le desprendió un cable del borne de la batería por el impacto.
Uno de los matones, Domingo Acevedo Chavarría, se bajó del vehículo con una escopeta 12, marca Gevelot, número 43603, en la mano. Se acercó a la ventana derecha del auto del periodista y a través del vidrio le disparó tres escopetazos que le impactaron el rostro, abdomen, pecho y hombro. Chamorro cayó ensangrentado sobre el timón.
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Edelberto Duarte se acercó al carro de Pedro Joaquín Chamorro, que estaba estrellado en un poste. Comenzó a escuchar diversas teorías sobre lo que había pasado.
En eso Duarte vio que un camarógrafo de Teleprensa estaba teniendo dificultades para filmar. Con una mano el hombre sostenía la cámara y con la otra trataba de abrir la puerta delantera izquierda del vehículo, es decir, la que está al lado donde va el conductor. Entonces Duarte se le acercó y le dijo que le iba a ayudar.
Duarte abrió la puerta pero casi inmediatamente se fijó que había un libro en un depósito de la puerta. Lo quiso sacar con las uñas pero no salía. Entonces metió un dedo con fuerza y lo sacó con mucha dificultad.
Tras asegurarse de que nadie se había percatado de que tomó el libro, Duarte se lo colocó debajo de la camisa, estuvo unos instantes más en el lugar y luego se fue a su carro nuevamente. Ya no fue a Matagalpa. Ya no quiso ir. Se fue a su casa en Campo Bruce para ver con detenimiento qué libro era ese.
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En su casa, Duarte estaba impactado. Veía la noticia de la muerte de Pedro Joaquín Chamorro en la televisión y luego leía el libro, El enigma de las alemanas. Así estuvo todo ese día 10 de enero de 1978.
El libro tenía fresca, muy fresca, la sangre de Pedro Joaquín Chamorro en varias de las páginas. Además, Duarte los recuerda bien, había cinco trozos muy pequeños de vidrio incrustados en el libro. “Era una cosa impresionante”, expresa Duarte.
Ahora que lo recuerda, a Duarte no se le ocurrió en ese momento devolver el libro. Tampoco tenía contactos con la familia Chamorro. Había escrito algunos artículos en el Diario LA PRENSA, porque le gusta escribir, pero quiso conservar la obra.
El tiempo fue pasando. Los sandinistas llegaron al poder, apoyándose en parte en el descontento contra Somoza que se suscitó entre la población por el asesinato del periodista.
En los primeros años de los ochenta, Duarte tampoco regresó el libro a la familia Chamorro porque estuvo enfrascado en conflictos con la Procuraduría de Justicia, dirigida por Tito Castillo, ya que querían quitarle unas propiedades.
Para 1984, Duarte ya no soportaba la situación en Nicaragua con los nueve comandantes sandinistas en el poder y decidió irse al exilio. Y se llevó el libro. Lo consideraba un tesoro.

En Estados Unidos, Duarte de vez en cuando enseñaba el libro a algunos amigos. Varios de ellos le hablaban de devolverlo y otros de que lo presentara en alguna feria o evento. Uno de ellos fue Héctor Darío Pastora, presidente del Movimiento Mundial Dariano, quien le propuso que lo presentara en una feria del libro que se iba a realizar en Miami a mediados de los años noventa.
Finalmente Duarte presentó el libro en Miami, hasta le dieron un certificado los organizadores de la feria. Y ahí estuvo el poeta Pablo Antonio Cuadra y otras personalidades de la literatura latinoamericana.
En el libro Duarte había escrito una nota, relatando cómo lo obtuvo: “Este libro fue sacado del carro en que lo asesinaron. Lo encontré en la guantera de la puerta delantera izquierda al momento de abrirla para facilitarle el trabajo a un reportero de Teleprensa, en los momentos en que una grúa conducía el vehículo a la central de Policía”. “Mientras mataban su cuerpo, inmortalizaban su alma”, recuerda Duarte que escribió también.
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Casi al final del mandato de la presidenta Violeta Barrios de Chamorro, Edelberto Duarte pudo regresar a Nicaragua y trajo consigo el libro El enigma de las alemanas, manchado con la sangre de Pedro Joaquín Chamorro. Los cinco trozos de vidrio se habían desprendido ya del libro.
Duarte pudo concertar una cita con la presidenta Chamorro. No recuerda la fecha exacta, pero está seguro de que fue unos días antes de que en Guatemala se firmara un tratado de paz (29 de diciembre de 1996).
Al llegar a la casa de la presidenta fue bien recibido. Doña Violeta le mostró un lugar de la casa que está dedicado a los recuerdos que dejó Chamorro Cardenal, una especie de museo. Le dijo que el libro iba a estar un momento en ese lugar pero que después lo iba a trasladar a un estante que estaría ubicado en el Palacio Nacional, dedicado al Mártir de las Libertades Públicas. Años después Duarte regresó a Nicaragua pero en el Palacio Nacional no encontró nada sobre Pedro Joaquín Chamorro.

Duarte quiso relatarle bien a doña Violeta cómo se había apoderado del libro, pero no pudo. A cada momento la presidenta recibía llamadas telefónicas que interrumpían la conversación.
Finalmente se despidió de ella y no volvió a verla, pero está satisfecho de que el libro haya regresado a las manos de la familia de Chamorro Cardenal. “Yo sentía que ese libro le pertenecía a la familia Chamorro y también al pueblo nicaragüense, porque es parte de la historia de Nicaragua”, dice Duarte con mucha satisfacción. El libro El enigma de las alemanas reposa hoy entre otras pertenencias de Chamorro Cardenal en manos de su hija, Claudia Lucía Chamorro Barrios.
Una oferta tentadora
Tras haber presentado el libro El enigma de las alemanas, manchado con la sangre de Pedro Joaquín Chamorro, en una feria del libro en Miami, Florida, Edelberto Duarte recibió una propuesta que lo dejó “mareado”.
Unos 15 días después de la feria, una empresa de subastas de Nueva York le ofreció 10 mil dólares por el libro, una suma nada despreciable, especialmente porque Duarte estaba pasando dificultades en su economía personal.
“Yo sopesé que el libro le pertenecía a la familia Chamorro y después a la patria”, dice ahora Duarte, a quien le costó pero finalmente le dijo que no a la oferta de la empresa de apuestas neoyorquina.
El último grito de Chamorro

Recibir el libro El enigma de las alemanas, manchado con la sangre de Pedro Joaquín Chamorro, revolvió emociones en la viuda y los hijos del periodista mártir.
“Este ejemplar de El Enigma de las alemanas tiene un valor especial porque está manchado con la sangre de mi padre, lo que para mí significa que con ella salpicó la conciencia de todos los nicaragüenses, entregándonos su legado para que lo hagamos propio. Es decir, con su sangre selló una vida de lucha por las libertades públicas y la democracia en Nicaragua. ¡Y fue su último grito!”, explica su hija Claudia Lucía Chamorro Barrios.
Al no poder publicar sus escritos políticos por la censura de Somoza, Pedro Joaquín Chamorro optó por la narrativa con personajes populares y así aparecieron Jesús Marchena en 1975 y Richter 7 en 1976, y sus relatos cortos de El enigma de las alemanas, texto que incluye en sus páginas los cuentos de Tolentino Camacho, Tres cuentos negros y Cuatro cuentos blancos.