El Informe Brown: “Hay que cambiar de lugar la capital”

Reportaje - 05.12.2021
Terremoto24

Un geólogo estadounidense llegó a Managua para analizar el llamado terremoto de la colonia Centroamérica. Lo que descubrió fue alarmante. Nadie le hizo caso y poco después ocurrió uno de los mayores desastres de la historia de la capital nicaragüense

Por Eduardo Cruz

El geólogo estadounidense Robert D. Brown no podía creer lo que descubrió cuando llegó a Managua en el año de 1968. Se trataba de una ciudad que era la capital de un país, pero estaba ubicada en una zona altamente sísmica y con un riesgo enorme de actividad volcánica.
El 4 de enero de ese año, Brown estaba en su trabajo, en el Servicio Geológico de Estados Unidos, en Menlo Park, California, cuando se enteró que había ocurrido en terremoto en Managua. Decidió viajar a Nicaragua junto a un equipo de sismólogos.

El norteamericano recorrió la ciudad. La sobrevoló en avión. Tuvo acceso a toda la zona afectada, la colonia Centroamérica, donde más de 800 casas resultaron dañadas, de las cuales 256 quedaron inhabitables. El epicentro del sismo se encontraba a unos cinco kilómetros de la colonia, provocado por la conocida como falla de la colonia Centroamérica.

Brown vio otras fallas y le llamó la atención la de Tiscapa, que está desde el lago hacia la laguna del mismo nombre, partiéndola en dos. La consideró muy peligrosa.

En agosto de ese mismo año 1968, Brown emitió un dictamen que fue conocido como el Informe Brown, en el que especialmente recomendó al gobierno de Anastasio Somoza Debayle que trasladara la capital hacia una zona más segura, explican tanto el historiador Nicolás López Maltez como el investigador francés Sebastién Hardy, el primero en una entrevista con la revista MAGAZINE y el segundo en un ensayo.

El informe, que solamente está en inglés y dirigido al gobierno nicaragüense y a las autoridades sísmicas de Estados Unidos, no fue publicado ni tomado en cuenta por Somoza.

Solo el Banco de América y el Banco Central de Nicaragua quedaron en pie en 1972. FOTO/ CORTESÍA/ FRANCISCO LÓPEZ

Los estudios de Brown indicaron que en Managua se podía producir un terremoto de mayor magnitud que el de la colonia Centroamérica y que los efectos probablemente serían más destructivos por las fallas debajo de la ciudad, por la zona volcánica en la que se encuentra y porque no era adecuado el material con el que estaban construidas las casas.

El vaticinio de Brown se hizo realidad el 23 de diciembre de 1972, a las 12:30 de la madrugada (hora de Nicaragua), cuando un terremoto, de 6.2 de magnitud en la escala Richter, destruyó todo el casco urbano de la ciudad.

Murieron 11 mil personas, 20 mil resultaron heridas, alrededor del 75 por ciento de las viviendas fueron destruidas, dejando sin hogar a entre 200 mil y 250 mil personas; además de la desaparición de edificios públicos y privados. En total, el sismo causó pérdidas cercanas a 500 millones de dólares.

Managua nunca más sería la misma.

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Desde antes que llegaran los españoles a lo que hoy es Nicaragua, ya existía Managua. Solo que en aquel momento era un asentamiento de indígenas chorotegas que se extendía en las riberas del lago Xolotlán, entre el río Tipitapa y la península de Chiltepe.

Los indígenas escogieron a Managua para vivir porque estaba a la orilla del lago que les proporcionaba agua y comida.

El conquistador español Gonzalo Fernández de Oviedo cuenta que cuando llegó a Managua “era una villa bella y populosa”, que se componía de casas aisladas, habitadas por 40 mil indígenas, 10 mil de ellos arqueros o saeteros.

Dibujo del lago de Managua. FOTO/ ARCHIVO/ CORTESÍA/ IHNCA

Fernández de Oviedo regresó a Managua seis años después de iniciada la conquista y la encontró desolada. Había solamente 10 mil habitantes.
La población de Managua no creció mucho, a pesar de que, en 1855, por conflictos entre los políticos de León y Granada, se decidió que sería la capital de Nicaragua.

Hasta los primeros años del siglo XX, la población de Managua no pasó de los 20 mil habitantes, explica un ensayo de la revista Science, de varios autores, entre ellos Robert Kates.

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Uno de los aspectos que ayudó a Brown a predecir en 1968 que en Managua iba a producir un terremoto destructivo fue que empezó a estudiar la actividad sísmica de la ciudad.

“Me hizo notar que, después del de 1844, había un ritmo entre los terremotos”, indica el historiador Nicolás López Maltez, quien acompañó a Brown cuando este llegó a Managua en 1968.

Aunque el terremoto de 1844 se originó en la ciudad de Rivas, se sintió en Managua. Según datos recabados por el Instituto de Estudios Territoriales (Ineter), ese sismo fue violento y “provocó cambios en el nivel de las aguas de los ríos Tipitapa y San Juan, y las aguas del lago de Nicaragua también experimentaron cambios en su nivel”.

Brown hizo notar que, 41 años después, también hubo otro terremoto de gran magnitud, el 11 de octubre de 1885, a las 10:00 de la noche. “Violentas sacudidas sísmicas causaron serios daños en León, Chinandega y Managua. Hubo muertos, heridos y golpeados en estas tres ciudades”, puntualiza otra vez Ineter.

Luego, 46 años después, en la mañana del 31 de marzo de 1931, Managua fue destruida por un terremoto. Los managuas no aprendieron la lección, no edificaron con mejores técnicas y materiales sus casas y, 41 años después, la capital fue nuevamente destruida en 1972.

López Maltez, quien tiene un libro de fotografías sobre la vieja Managua, explica que los terremotos de 1844 y de 1885 no tuvieron el impacto de los de 1931 y 1972 porque antes la capital no estaba tan poblada como cuando ya lo estaba al momento del terremoto de 1931.

Para finales de los años 20 del siglo pasado, la población de Managua era de 40 mil habitantes, igual que en la época precolombina, indican Robert Kates y sus compañeros.

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Fue un Martes Santo, a las 10:22 de la mañana. “La ciudad comenzó a moverse desde sus cimientos (retumbos) por un ligero sacudimiento que, con inesperada rapidez, se hizo violento, fuerte, indescriptible. Corcovea la tierra como si todas las casas que tiene encima fueran un estorbo que quisiera arrojar”, relató el escritor y periodista Apolonio Palazio.

La ciudad se fue al suelo y se levantó una nube de polvo debido a que las casas eran de adobe y taquezal. Muchas personas murieron asfixiadas. Comenzaron los incendios. Los caballos, despavoridos, salían corriendo jalando carruajes en llamas. Las tejas de las casas caían y herían a los habitantes. Había explosiones en las farmacias. La ciudad arde. La gente huye y son pocos quienes piensan en salvar cosas de sus casas.

El mercado se vino al suelo como un edificio de cartón. Igual la Penitenciaría nacional. Seis segundos de movimiento telúrico fueron suficientes para que cayeran por todos lados los edificios de adobe.

Después llegó la cremación de cadáveres y los intentos por detener los saqueos.

El terremoto de 1931. FOTO/ ARCHIVO

Según datos recopilados en el Informe Brown, el terremoto de 1931 tuvo una magnitud de entre los 5.3 y los 5.9 en la escala Richter. De 60 mil habitantes que tenía Managua, cerca de 1,100 personas perdieron la vida. Otras 35 mil personas perdieron sus casas. Y las pérdidas fueron entre los 15 y los 30 millones de dólares, según los valores de esa época.

Quedó en pie el armazón de hierro de la nueva catedral de Managua, frente al parque central de la ciudad.

Brown explicó en su informe que, de acuerdo con un estudio de ingenieros de la Armada de Estados Unidos (marines), realizados después del sismo, se identificó una falla sísmica como la causante del terremoto, la que es conocida como “del Estadio”, que se extiende dos kilómetros, desde la orilla del lago y atraviesa el sitio donde después fue construido el Estadio Nacional.

Brown regresó a Nicaragua después del terremoto de 1972 y comenzó a encontrar semejanzas con el terremoto de 1931. Una de ellas es que en el del 31 el suministro de agua se cortó donde está la falla y las tropas de ingenieros no tenían agua con que apagar los incendios.

Otra similitud es que las fallas que provocaron el terremoto de 1972 están casi paralelas con la del Estadio, que ocasionó el de 1931.
Los marines encontraron numerosas grietas, ninguna de ellas mayor de cinco centímetros de ancho y 10 de largo. La zona de las grietas no superaba los 150 metros de ancho y se extendía a lo largo de la falla.

“Todos los relatos del terremoto del 31 de marzo de 1931 indican que fue notablemente similar al de 1972, en la mayoría de los aspectos”, escribió Brown.

Después del terremoto de 1931, se comenzó a pensar por primera vez en trasladar la capital hacia otro sitio. Se revivió la pugna entre León y Granada, pero el entonces presidente José María Moncada decidió agrandar el Distrito Nacional (Alcaldía de Managua) para que abarcara Masaya, de manera que si ocurría otro desastre las instituciones públicas podrían trasladarse a esa otra ciudad.

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Cuando el geólogo Robert D. Brown llegó a Managua en 1968, para estudiar el terremoto de la Centroamérica, se sorprendió al saber que solo dentro de la ciudad había tres lagunas de origen volcánico. Eran lagunas que estaban en el cráter de tres volcanes: Tiscapa, Nejapa y Asososca.

También conoció que en las proximidades de la ciudad había tres volcanes: el Masaya, Apoyeque y Momotombo. Más lejano, en León, pero siempre relativamente cerca, el Cerro Negro, que a finales de los años cuarenta había erupcionado violentamente en varias ocasiones.

Más se sorprendió Brown cuando comenzó los estudios y se dio cuenta de que bajo la ciudad había varias fallas sísmicas, junto a que, desde 1520, se habían registrado 60 erupciones en la zona del Pacífico, lo cual evidenciaba una gran actividad sísmica.

“La ciudad (Managua) se encuentra en el gran Cinturón Circumpacífico (conocido como Cinturón del Fuego), que se extiende alrededor de las tierras que bordean el Océano Pacífico, donde ocurre la mayor parte de la actividad sísmica y volcánica del mundo”, explicaría después Brown en el periódico The Blade, de Toledo, Ohio.

Brown identificó al menos cuatro fallas bajo la ciudad de Managua, entre ellas la más grande, la de Tiscapa, la que más le preocupaba, así como la del Estadio, la de la Centroamérica y la de la Escuela.

Según el historiador Nicolás López Maltez, Brown expresó inmediatamente que, siguiendo las secuencias de los terremotos de 1844, 1885 y 1931, en cualquier momento iba a ocurrir un nuevo terremoto de grandes magnitudes y recomendó que al menos la capital debería de ser trasladada a un lugar más seguro.

Brown no es el único especialista que estudió las fallas de Managua, porque desde inicios de los años sesenta había nacido un interés en ese sentido. Sin embargo, fue el Informe Brown el que llegó a manos de Somoza y no le dio seguimiento.

El Benemérito Cuerpo de Bomberos, frente al viejo Estadio Nacional. FOTO/ CORTESÍA/ FRANCISCO LÓPEZ

“El Informe Brown, preparado por las Naciones Unidas, antes del terremoto de 1972, había recomendado al gobierno de Nicaragua el traslado prudente de la capital de Nicaragua a una zona más segura”, escribió López Maltez en su libro de fotografías Managua 1972.

Por su parte, el investigador francés Sebastién Hardy escribió: “…un poco antes del terremoto de 1972, el informe Brown preparado, por cuenta de las Naciones Unidas, que se apoyaba en los primeros estudios sísmicos realizados en Managua (el del terremoto de la Centroamérica, elaborados por Brown), ya había iniciado el movimiento, recomendando al gobierno de Nicaragua trasladar la capital hacia una zona más segura. No obstante, sólo después del sismo de 1972 los estudios científicos comenzaron realmente a ser tomados en cuenta por los gestores urbanos, e influyendo mejor en sus decisiones”.

Nicolás López Maltez recuerda que en 1968 él acompañó a Brown en sus recorridos por Managua, en parte porque maneja el idioma inglés y también por ser periodista. El gobierno les dio dos Land Rover. En uno iban Brown y López Maltez, y en el otro iban los instrumentos del norteamericano y las cámaras del nicaragüense.

Para ese entonces el hotel Intercontinental aún estaba en construcción y Brown se hospedó en el Gran Hotel.

Después de conocer bien los detalles de la situación de Managua, Brown le pidió a López Maltez que lo llevara al valle de Michigüiste. El historiador nicaragüense no sabía dónde quedaba y tuvo que consultar con el científico Jaime Incer Barquero.

Es en Estelí y se fueron para allá.

Al llegar al sitio Brown estuvo inspeccionando mientras recogía piedras. Luego subieron a un cerro que se llama Santa Cruz y vieron todo el valle y a lo lejos la ciudad de Estelí.

“Este lugar tiene suelo sólido, aquí es donde debe de estar la capital”, dijo el geólogo.

Mientras la advertencia estaba dada, la vida siguió normal en Managua.

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Para 1970, la ciudad de Managua había crecido en cantidad de habitantes, calculada en casi medio millón de personas. El hecho de ser capital atrajo a gran cantidad de gente de otros departamentos, explica el historiador Eddy Kühl, autor del libro ¿Quiénes construyeron Nicaragua?

Según Kühl, muy pocas personas son autóctonas de Managua, pues la mayoría son de otros departamentos o de padres que nacieron fuera de Managua.

La Comisión Económica para América Latina (Cepal) estimó que la población de Managua en 1972 era de 423 mil habitantes, la quinta parte del total de pobladores del país. Venía registrando una tasa de expansión muy elevada, del 6.9 por ciento anual.

Nicolás López Maltez recuerda que para 1970 la Managua más activa no pasaba más allá de la Loma de Tiscapa, como límite sur, pues al norte tenía al lago. Era tan relativamente pequeña que las personas se quejaban de que Somoza había construido un hospital en un lugar muy lejano, el Hospital General, que estaba cerca de Plaza España, por donde hoy es PriceSmart.

La colonia Centroamérica, la que fue afectada por el terremoto de 1968, estaba a siete kilómetros de la ciudad y la gente también lamentaba que quedara tan lejos, ya que estaban acostumbrados a andar a pie dentro de Managua y para ir a la colonia debían tomar un bus, rememora López Maltez. Muy pocas personas tenían vehículo, pero había buen sistema de transporte público. Los embotellamientos eran muy raros.

Al lado este, la ciudad llegaba poco más allá de donde hoy es la Rolter. Por ejemplo, ya existía Bello Horizonte. Al lado oeste, hasta el Cementerio General, por Monseñor Lezcano.

Según informes de la Cepal, en 1972 Managua tenía prosperidad económica, crecía cerca del 5 por ciento el Producto Interno Bruto (PIB).

Gran Hotel
El Gran Hotel, en una escena de la vieja Managua de los años sesenta. FOTO/ ARCHIVO

Existían también en Managua una cantidad de edificios que son recordados con mucha nostalgia: El Club Social de Managua, hoy es ahí la Casa de los Pueblos o casa mamón; la basílica de San Antonio, en el barrio del mismo nombre; el Palacio de Justicia, del estadio viejo hacia el norte; la sorbetería Hormiga de Oro, en el barrio San Sebastián; la Casa Presidencial y la Curva, en la loma de Tiscapa; la cárcel El Hormiguero, enfrente del Campo de Marte; el Banco Central, contiguo al actual edificio de la Asamblea Nacional, entre muchos otros.

Anastasio Somoza Debayle, que en entonces no era presidente sino solamente director de la Guardia Nacional, describió que en la noche del 22 de diciembre de 1972 echó un vistazo a la ciudad desde la loma de Tiscapa y observó que los altos edificios comerciales adornados con luces de toda clase. En todas las casas de Managua se anunciaba, con sus adornos, que la Navidad estaba cerca, según explicó en su libro Nicaragua Traicionada.

Hay fotografías que muestran esas noches previas a la Navidad de 1972. Brillantes rótulos con la leyenda Feliz Navidad. Campanas y estrellas colgadas de alambres amarrados a los postes de luz eléctrica. Las casas comerciales tenían sus rótulos iluminados y las instalaciones estaban inundadas de imágenes de Santa Claus.

Esa noche del 22 de diciembre, Sebastién Hardy dice que los habitantes de Managua sintieron dos pequeñas sacudidas sísmicas. La primera a las 9:30 de la noche y la segunda a las 10:15. En aquel momento los managuas ignoraban las advertencias del Informe Brown. Ni siquiera supieron que existió. Era información exclusiva para el gobierno. Los dos pequeños sismos no alertaron a nadie.

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Eran las 00:30 de la madrugada del 23 de diciembre cuando se sintió el más largo y más grande de los tres temblores que acabaron con Managua, con una magnitud de 6.2 en la escala Richter y una duración de siete segundos.

A las 1:18 de la madrugada se sintió el segundo, de 5.0, y dos minutos más tarde el tercero, de 5.2, los cuales además de ser más pequeños que el primero también fueron más cortos.

Según relatos de testigos presenciales, muchos edificios que estaban estructuralmente debilitados con el primero de los sismos, pero todavía en pie, colapsaron durante siguientes dos réplicas.

El geólogo Robert D. Brown nuevamente llegó a Managua tras el terremoto de 1972 y se estuvo un mes en la ciudad, si se le podía llamar así, pues solo era escombros.

Brown entrevistó a ciudadanos que le contaron que muchos abandonaron sus casas y se fueron a las calles, mientras pasaba el efecto del primero de los tres terremotos. Muchas de estas personas todavía estaban en áreas abiertas cuando se sintieron las réplicas y pudieron salvarse de morir o resultar lesionadas.

Las réplicas, más pequeñas, continuaron durante semanas después del terremoto inicial, pero todo el daño significativo lo produjeron los tres movimientos de la madrugada del 23 de diciembre.

El Club Plaza estaba ubicado en el parque central. FOTO/ CORTESÍA/ FRANCISCO LÓPEZ

Según Brown, los tres terremotos no fueron muy grandes, pero causaron estragos porque ocurrieron debajo de la ciudad a poca profundidad y fueron al menos cuatro fallas las que se activaron, especialmente la de Tiscapa. Además, no se había aprendido la lección del terremoto de 1931 y la mayoría de los edificios tenían poca resistencia a las sacudidas sísmicas, pues muchas eran de taquezal y madera.

La ciudad que se durmió iluminada el 22 de diciembre, estaba a oscuras en la madrugada siguiente.

Era aterrador el ruido de los edificios desplomándose. Más terrible era escuchar los lamentos de la gente moribunda entre los escombros y de las personas que habían perdido seres queridos.

No había agua. Tampoco servicio telefónico. Nadie durmió esa noche.

A la mañana siguiente, el sol descubrió una ciudad en el suelo y cubierta de humo. Como en el terremoto de 1931, no había agua para apagar los incendios.

Al inicio tampoco había ley. Los saqueos fueron protagonistas.

Para limpiar la ciudad de escombros, Somoza ordenó que estos fueran lanzados a la orilla del lago de Managua, donde después fue el Malecón de Managua y hoy es el paseo Salvador Allende.

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Robert D. Brown emitió un segundo informe en el que definitivamente dejó claro que la capital, es decir, las principales oficinas de gobierno, debía ser traslada a otro sitio.

“Las instalaciones críticas y de emergencia, como hospitales, estaciones de bomberos, comisarías de policía, centrales eléctricas, escuelas y edificios gubernamentales importantes, deben ubicarse lejos de las fallas activas conocidas y, en la medida de lo posible, fuera de la zona en la que se produjeron las fallas superficiales”, escribió Brown.

Somoza, quien tras el terremoto de 1972 tomó el mando del país, comentó en su libro Nicaragua traicionada:

“Se empezó entonces a pensar seriamente en la relocalización de Managua. El comité de emergencia necesitaba estar lo más perfectamente informado que fuera posible, porque esta decisión, igual que otras, era muy seria”, indicó.

Según Somoza, encargó un estudio a uno de sus excompañeros de clases en la West Point, A. R. McBirney, cuyas investigaciones aconsejaron dos alternativas: reconstruir Managua del lado del Pacífico o del lado del Atlántico. Cada una de esas propuestas tenía desventajas.

“Para resolver ese empate de opiniones, decidí que lo mejor era no relocalizarla. La reconstrucción continuaría, por supuesto, siguiendo las recomendaciones de los mexicanos y de otros grupos de prominentes sismólogos… Este plan significaba que la reconstrucción de Managua se iba a hacer en los alrededores de la ciudad”, explicó Somoza.

López Maltez explica que detrás de esa decisión había intereses económicos, pues Somoza tenía propiedades en Managua, cuyo valor se lo daba estar en la capital y con el traslado de la misma, sus tierras se iban a devaluar. También estaban las propiedades de sus familiares y de sus allegados.

El lago de Managua fue el depósito de los escombros que dejó el terremoto de 1972. FOTO/ CORTESÍA/ FRANCISCO LÓPEZ

El francés Hardy va más allá y asegura que Somoza se aprovechó de la situación porque, como dirigía el Comité Nacional de Emergencia (CNE), se apropió de un juego de diferentes mapas que planificaban las etapas de la reconstrucción recomendadas por los geólogos.

A la vez, también sacó provecho de la recomendación de profundizar los estudios de las fallas sísmicas del sector central de la ciudad, “para prohibir las operaciones de bienes raíces en la espera de resultados que tardaron varios años en ser publicados. De esta manera, él pudo imponer a los propietarios de este sector de la ciudad la reconstrucción en terrenos que él había comprado de manera dudosa en las zonas periféricas”, manifiesta Hardy.

Por su parte, el historiador Eddy Kühl afirmar que no existía capacidad económica para trasladar la capital, pues es algo muy difícil que en América solo lo han hecho Estados Unidos y Brasil.

A pesar de ello, Kühl ha vuelto a mencionar que es necesario el traslado de la capital a un lugar más seguro, proponiendo el nuevo lugar en Jinotega y que se le llame a esa ciudad Rubenia, en honor al poeta Rubén Darío.

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Restos de la Managua destruida por el terremoto de 1972 aún existen. Aún en pie, aunque derruida, la catedral vieja. El Banco de América, la torre que hoy sirve de oficinas a la Asamblea Nacional. El Banco Central, que fue recortado y después sirvió como casa de gobierno entre 1979 y 1999.

Los edificios más llamativos fueron aquellos que quedaron en pie, pero totalmente inservibles, especialmente los que estaban ubicados entre el parque Luis Alfonso Velásquez y el Ministerio de Gobernación.

Muchas familias habitaron los escombros hasta inicios de los años 2000. FOTO/ ARCHIVO/ ÓSCAR NAVARRETE

A esa zona se le llamó los Escombros y el gobierno sandinista de los ochenta permitió que familias enteras vivieran en los mismos y, aunque comprensible por la necesidad de un techo, poniendo en riesgo sus vidas. Cada vez que ocurría un sismo, entraban en pánico.

Fue después de 1990 que esas personas fueran sacadas de esos derruidos edificios, los cuales fueron demolidos. Pero fue difícil sacar a la gente.

Aún existe el viejo centro de Managua, el cual es un sitio medio turístico, pero ya no es el centro de la capital, el cual fue trasladado a lo que hoy se conoce como Metrocentro.

La ciudad se ha expandido por Carretera a Masaya y la nueva Carretera a León.

El Informe Brown cayó en el olvido. Lo que persiste es el peligro de vivir en Managua, evidenciado por Brown cuando llegó a Nicaragua en 1968 para analizar el terremoto de la Centroamérica.

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