El frustrado desembarco en Olama y Los Mollejones

Reportaje - 04.06.2023
Pedro-Joaquín

En 1959 un grupo de patriotas nicaragüenses decide formar una guerrilla para derrocar a los Somoza en una improvisada operación militar que incluyó dos desembarcos aéreos. El plan fracasó en un mes. Magazine reconstruye esta aventura histórica.

Por Fabián Medina

Punta Llorona es una playa virgen ubicada en ese dedo de tierra que tiene Costa Rica, llamado Península de Osa, en el pacífico sur del país. Por tierra, en vehículo, se tendrían que recorrer unos 400 kilómetros para llegar hasta ahí desde San José, la capital costarricense. Pero, no hay carretera que llegue a Punta Llorona. A lo sumo, y con mucha dificultad se llega a Bahía Drake, una playa visitada principalmente por turistas extranjeros que buscan aventuras, y bautizada así por el paso del pirata inglés Francis Drake, en sus perrerías del Siglo XVI.

La playa Punta Llorona luce desolada. Ni un alma se ve en su costa. Rara vez es alcanzada por algún turista intrépido que bien llega por lancha o bien caminado por los escarpados senderos de la reserva montañosa Parque Nacional Corcovado. “Solo policías y narcos vienen por aquí”, explica Mauricio, el capitán de panga que nos llevó hasta su costa. Una lancha quemada, abandonada por narcotraficantes, confirma su testimonio. La playa queda en una ruta usada por el narcotráfico colombiano. Mauricio dice que también hay tres semi sumergibles hundidos. No los logramos ver.

Hace 64 años, en mayo del 59, la playa que hoy luce desolada era puro movimiento. Un centenar de nicaragüenses se entrenaban ahí en jornadas intensas, con la intención de formar un ejército que pretendía desembarcar en Nicaragua para derrocar a los Somoza. Apenas unos meses atrás, en enero de ese mismo año, los revolucionarios cubanos se habían hecho del poder en la isla, y un ambiente de liberación contagiaba a otros países de Latinoamérica que padecían dictaduras.

Punta Llorona, Costa Rica. En esta playa entrenaron los guerrilleros que entraron a Nicaragua en 1959 en el avión Curtiss C-46 que aterrizaba y despegaba sobre la arena cuando la marea estaba baja. Foto Oscar Navarete/LA PRENSA ©.

Jaime Chamorro Cardenal, en ese entonces de 24 años y uno de los revolucionarios que ahí entrenaba, atribuyó el nombre de la playa a las cascadas que caen desde los peñascos, como si la montaña misma estuviese llorando sobre ella.

“Es una playa tan extensa como ninguna que he visto hasta ahora y de gran amplitud en marea baja, lo que permitía sirviese de pista de aterrizaje a aviones de regular tamaño. En su extremo norte, la playa termina en un peñasco donde brota una fuente de agua cristalina que cae a la costa, en un sitio donde es reducida. Es posible que ese ojo de agua le dé el nombre al lugar”, relató Chamorro en 2004.

¡Arriba! ¡Arriba! Los gritos del sargento de guardia despertaban a aquella tropa variopinta cuando empezaba a salir el sol y una marabunta de hombres en uniforme verdeolivo, de gorras y fusiles Garand, principalmente, salía de las improvisadas casas de campañas, todavía adormilados, para la formación matutina.

El mayor Freddy Fernández Barreiro estaba a cargo del entrenamiento. Este era un hombre más bien pequeño y de escaso pelo rojizo, militar dominicano, exiliado, antiguo miembro de la Legión del Caribe, que trabajaba junto al expresidente costarricense José “Pepe” Figueres.

Los rebeldes nicaragüenses practicaban tiro al blanco contra los peñones de la costa, armaban y desarmaban los Garand, marchaban, formaban alineaciones militares y hacían ejercicios. Por la tarde la tropa se bañaba en las verdes y cálidas agua de la península, y por la noche hacían caminatas nocturnas o se reunían en la playa para charlas políticas.

Ese ejército de ciudadanos entrenados a contramarcha en un par de semanas saldría de Punta Llorona entre el 31 de mayo y 1 de junio hacia Nicaragua con la seguridad de que en poco tiempo estaría derrocando a los Somoza, en lo que históricamente se conoce como “La invasión de Olama y Mollejones”.

Parte de la tropa que desembarcó en Nicaragua con la intención de derrocar la dictadura de los Somoza. Foto archivo.

 

 

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Para mayo del 59, Horacio García Mendieta acababa de llegar de México donde estudiaba ingeniería, tenía 22 años y una novia, Mélida Mejía, con la que pensaba casarse. En esas calles de la vieja Managua se encontró con su primo y amigo, Róger Mendieta Alfaro, periodista y directivo del Partido Conservador.

—Horacio, ¿te gustaría participar en un movimiento contra Tacho?

—¿Y eso cómo es?

—Pues vamos a irnos a Costa Rica, y te vas a enrolar en una empresa tipo guerrilla.

Mendieta Alfaro le contó que estaban armando un ejército rebelde, que iba a salir de Costa Rica hacia Nicaragua para botar de la presidencia a los Somoza, que gobernaban Nicaragua desde 1936. Los guerrilleros nicaragüenses serían apoyados por Fidel Castro, desde Cuba, desembarcarían en aviones en la montaña, donde los recibiría un frente interno, que se encargaría del apoyo logístico y de encender la rebelión en todo el país.

Sesenta y cuatro años después, Horacio García dice que, a pesar de lo fantasioso que puede parecer ahora, en ese momento el plan sonaba audaz y bonito. “Acepté de inmediato. En mí había una inquietud, casi obligación, de participar, aportar a algo. A tal grado llegó mi compromiso conmigo mismo que hasta hice cosas para evitar que mi familia me parara”.

Róger Mendieta Alfaro le dio todas las instrucciones a García. Fijaron la fecha de salida hacia Costa Rica para el 15 de mayo de 1959. Debía recoger un pasaje en una agencia de viajes previamente acordada y luego reportarse en San José a cierta dirección.

Dos días antes de la fecha prevista para salir, la noche del 13 de mayo, se casaba una íntima amiga de su novia. Tan buenas amigas eran que invitaron a la pareja a acompañarlos en la luna de miel, en el hotel Majestic, de Jinotepe. Contagiado por el ambiente nupcial, y tal vez con la presión de la aventura que estaba a punto de emprender, que podía ser mortal, se le antojó proponerle matrimonio a su novia mientras iban en el carro hacia Jinotepe:

—¡Casémonos!

—¡Vos estás loco!

—No, es en serio. No estoy loco.

—Hagamos una cosa: mañana vas y hablás con mi papá. Si él te dice que sí, yo me caso con vos.

La vida de Horacio García parecía un tobogán a esas alturas. En cosa de 24 horas le propuso matrimonio a su novia, habló con su suegro, consiguieron un juez, primero, y un sacerdote, después, que los casaran por las leyes y por la iglesia, y a las seis de la mañana del 15 de mayo salía del aeropuerto de Managua con su maleta hacia a una aventura de la que no estaba seguro si regresaría vivo.

Ni noche nupcial ni luna de miel. Horacio García volvería a ver a su esposa hasta siete meses más tarde. En ese tiempo García habría pasado un vertiginoso y básico entrenamiento militar, participaría en un desembarco aéreo, se convertiría en prisionero de guerra y enfrentaría cargos de “traición a la patria” en una corte marcial.

Horacio García, veterano de la invasión guerrillera de Olama y Los Mollejones.  Foto Oscar Navarete/LA PRENSA ©.

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La aventura guerrillera de Olama y Los Mollejones duró prácticamente un mes. Comenzó a mediados de mayo de 1959 con los entrenamientos en Punta Llorona, Costa Rica, y terminó con la rendición de los últimos grupos rebeldes el 15 de junio de ese mismo año en Boaco y Matagalpa.

Participaron unos 120 guerrilleros, la gran mayoría jóvenes nicaragüenses de filiación o familia conservadora, reclutados en cadenas de amistades en los últimos meses. A todos se les pedía que viajaran a la capital costarricense, desde donde se les llevaría a un campamento. Recibirían un entrenamiento elemental y saldrían hacia Nicaragua en avión, para desembarcar en una pista clandestina, previamente preparada por elementos de un supuesto frente interno.

Una vez que aterrizaran en el llano nicaragüense escogido, buscarían internarse en la montaña, evitando combate con los soldados de la Guardia Nacional, hasta llegar a algún lugar donde pudieran establecerse y crear las redes de apoyo logístico e información para maniobrar. El desembarco debía ser el detonante para activar el frente interno. En el campo, los campesinos se sublevarían y atacarían los comandos militares, y en la ciudad comenzarían protestas y una huelga general.

“Se suponía que, de acuerdo a lo planeado, inmediatamente que nosotros pusiéramos pie sobre territorio nicaragüense, daría inicio una serie de actos desestabilizadores que obligarían a las autoridades civiles y militares a una tarea de toma de decisiones que provocarían confusión en el ánimo y la estrategia del dictador. De todo esto no teníamos la menor duda, de tal manera que deberíamos esperar noticias de Managua”, rememora Róger Mendieta Alfaro, en su libro Olama y Mollejones.

El jefe político del movimiento era Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, con el grado de comandante. Luego había cinco columnas: la San Jacinto, comandada por Reinaldo Antonio Tefel; la José́ Dolores Estrada, por José Medina Cuadra; la Quinta Columna, por Luis Cardenal; la 4 de Abril, por Ronald Abaunza Cabezas; y la José Figueres, por el capitán Napoleón Ubilla Baca. Las columnas se dividían en escuadras de 10 hombres, dirigidas por un sargento.

Guerrilleros en la hacienda Fruta de Pan, Chontales, a la espera de los efectivos de la Guardia Nacional después de rendirse. Foto archivo.

Entre los nombres de quienes participaron en esta aventura, además de los mencionados, sin que esto signifique sean todos, están: Edmundo Leal, Silvio Chamorro, Horacio García Mendieta, Álvaro Borge, Jaime Chamorro Cardenal, Julio Chamorro Coronel, Manuel Ruiz Montealegre, Eduardo Barberena Deshón, Roberto Vélez Bárcenas, Luis Rivas Leal, Jerónimo Parodi, Álvaro Córdoba Rivas, José́ Francisco Cardenal, Guillermo Córdoba Rivas, César Augusto Noguera, Róger Cabrera, Ramiro Cardenal, León Borge, Guy Pierson Cuadra, Pablo Leal, Eduardo Zavala, Femando Solórzano, Jerónimo Giusto, Ramiro Cardenal, José́ Francisco Cardenal, Renán Zelaya, Edgard Santos, Bayardo Pérez Obregón, Víctor Manuel Rivas Gómez, Juan José Zavala, Carlos Alberto Rivas, Adán Cantón Wasmer , Eleodoro Jiménez Potosme, Mario Sobalvarro, Eduardo Noguera y Jorge Balmaceda.

Rubén Castro, Samuel Genie, Francisco Quiñonez, Guillermo Gómez Brenes, Rosendo Castrillo, Catalino López, Alfonso Cerda, Oscar Silva, Róger Martínez, Napoleón Bohórquez, Oscar Espinal, Luis Coronel Kautz, Francisco Sánchez, Armando Cuarezma, Raúl Guerra, Ariel Solís, Irving Guillermo Obregón, Enrique Sánchez, Adolfo Avilés, Bolívar Gómez, Femando Chamorro Rappaccioli, Hernaldo González, Juan Aich, Vidal Jirón, Rolando Mendieta, Roberto (Tito) Chamorro, Jack Pierson, Enrique Jiménez, Manuel Ruiz Montealegre, Livio Bendaña, Mauricio Pierson, Juan Ramón Blandón, Bayardo Quintanilla, Samuel Santos, Luciano Cuadra, Luis Felipe Hidalgo, Eduardo Chamorro Coronel, Antonio Granera, José Esteban McEwan, y los que se sumaron en Mollejones, Carlos Masís, Nicolás Plata, Pablo Bravo, José́ Castillo Lacayo, Manuelito Rodríguez y Santos Talavera, entre otros.

Había un capellán: el padre jesuita Federico Argüello, muy cercano a Pedro Joaquín Chamorro Cardenal y fundador en Nicaragua del Movimiento de Cursillos de Cristiandad. Falleció el 10 de enero de 2011.

En el frente político estaban José Joaquín Cuadra Cardenal, Pablo Antonio Cuadra y el sacerdote jesuita León Pallais Godoy, rector de la Universidad Centroamericana (UCA), comisionados por el general Emiliano Chamorro para presentar las condiciones de solución ante el entonces presidente de la República, Luis Somoza Debayle, en un acuerdo en el que servirían de garantes los presidentes de Costa Rica y Honduras, Mario Echandi y Ramón Villeda, respectivamente, según relata Mendieta Alfaro en la obra citada.

Sobre los apoyos económicos y de recursos que recibió la operación, no queda totalmente claro el asunto. El expresidente José “Pepe” Figueres fue una pieza importante para la movilización y entrenamiento en Costa Rica. También Mendieta Alfaron menciona que el presidente venezolano Rómulo Betancourt, habría aportado 30 mil dólares, una cantidad más bien pobre para lo que significa una movilización de este tipo, que incluía uniformes, alimentación, armas y el uso de al menos dos aviones, un Curtiss C-46, que piloteaba el mayor Víctor Manuel Rivas Gómez, y que movilizó a la tropa a Punta Llorona y desde ahí a Nicaragua, y una avioneta Cessna, pilotada por Carlos Ulloa, que abastecía con provisiones a la playa donde entrenaron.

El armamento de la tropa era, principalmente, fusiles Garand, de los que usaba la Guardia, viejos Mauser, Enfield, M-3, Bredas, New Hausen, Raising, pistolas Berettas y Colt, y dos ametralladoras Jonhson de bípode, del 1918.

Pocos de aquellos hombres habían tenido algún entrenamiento militar en su vida. Lo que había ahí era un grupo nicaragüenses que hasta hace unos días eran abogados litigando en algún despacho, periodistas, empresarios, oficinistas, comerciantes y campesinos, entre otros. “El 95% de nosotros, jamás habíamos jugado un papel de soldados y, a duras penas, uno que otro, había tenido entre sus manos un rifle guatucero o alguna escopeta de cacería”, describió Mendieta Alfaro.

 

***

Para el 1 de junio de 1959 las certezas de la víspera eran ya incertidumbres. El Curtiss C-46 Commando, un avión bimotor usado en el segunda Guerra Mundial para el transporte militar cruzaba por el Lago de Nicaragua con unos 60 guerrilleros. Jaime Chamorro, uno de ellos, se acercó al piloto, el capitán Víctor Manuel Rivas Gómez, y le preguntó:

—¿Dónde vamos a aterrizar?

—En cualquier lugar que encontremos —contestó el militar para aumentar la angustia de Chamorro.

La mañana del día anterior, ese mismo avión llevó a un primer grupo que desembarcó en el llano de Los Mollejones, Chontales. El plan era regresar ese mismo día por el resto de los rebeldes que quedaron en Punta Llorona y desembarcarlos en el mismo lugar. El Curtiss C-46 salió con el segundo grupo al mediodía, pero, advertido el capitán Rivas Gómez que la Guardia Nacional ya estaba en control de Los Mollejones, regresó de nuevo a la playa costarricense. A las seis de la mañana de día siguiente estaba haciendo el segundo intento, buscando un lugar donde la nave pudiese aterrizar y despegar.

En ese segundo vuelo iba también Horacio García, quien, después de aterrizar en el aeropuerto de La Sabana, en San José, Costa Rica, salió hacia Punta Llorona, con otros cinco jóvenes que habían llegado en sus mismas circunstancias. Ya había otros voluntarios entrenando en la playa, muchos de ellos viejos conocidos de García, que habían llegado antes en el Curtiss C-46. “Tenían un campamento a la orilla de la playa. Todo mundo dormía en hamaca, si acaso había una carpa”, dice.

Así describe Mendieta Alfaro su llegada a Punta Llorona en el Curtiss C-46: “El pesado aparato con sesenta y cinco hombres y su carga, ensayaría un aterrizaje, exactamente junto al mar, en el que no existía un lugar adecuado para hacerlo. El capitán Rivas Gómez, el piloto al mando de la nave, con su increíble ojo de águila, quedó observando la playa. Confirmó la información que había monitoreado en La Sabana. La marea estaba lo suficientemente baja para deslizar el aparato. Se tiró a fondo sobre la parte más resistente de la arena húmeda, al borde casi del flujo y el reflujo de la última estela de la ola. Desde la puerta de la nave, aún con los motores encendidos y sin detenerse, comenzamos a lanzarnos hacia afuera. Muchos de los muchachos rodaron sobre la arena. Junto a nosotros, salieron también las cosas que trasladábamos a lo que sería nuestro único y breve sitio de entrenamiento”.

La idea original era salir de Punta Llorona todos en un solo avión, por lo que solo había una pista preparada para el desembarco. “Unos pocos días antes de partir a Nicaragua, nos ordenaron quitar monte y arbustos de un predio, relativamente extenso, que estaba contiguo a la playa. Se nos dio como razón que vendría de Venezuela un avión más grande que el Curtiss que nos había transportado, para poder invadir Nicaragua en un solo viaje. La realidad fue que la dicha nave aérea nunca llegó y eso fue la causa para que la invasión se hiciera en dos días consecutivos con el resultado que ya todos conocemos, pues en Nicaragua se había preparado un solo campo de aterrizaje y éste ya estaba localizado por la GN”, relató Jaime Chamorro.

Desde la playa, los guerrilleros practicaban al tiro al blanco contra los islotes. Foto Oscar Navarete/LA PRENSA ©.

El primer grupo salió de Punta Llorona a eso de la seis de la mañana del 31 de mayo, jefeado por Pedro Joaquín Chamorro, y desembarcó en una pista improvisada en Mollejones, Chontales. Hizo la operación ensayada en la playa: se deslizó con los motores encendidos. Los guerrilleros y equipos se lanzaron de la aeronave y esta volvió a despegar. El segundo grupo, sin pista definida donde aterrizar, buscó a ojo de piloto un lugar en el que el pesado avión pudiese hacer la misma maniobra: aterrizar, descargar y despegar en minutos, sin apagar motores.

“El segundo grupo ya no regresamos a Chontales. ¿A dónde vamos? No había plan B. Vimos un potrero arado en Olama (Boaco) y el piloto se tira a aterrizar. El gran error de Rivas Gómez, un tronco de piloto, un hombre experimentado, aterriza, pero no tomó en cuenta que estamos en junio, era primero de junio, las lluvias de mayo ya habían caído y ese terreno era lodo. El campo se veía verde y sólido, se miraba nítido, pero era puro lodo. Se pegó el avión y ya no pudo levantar por sí solo”, relata García.

 

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Desde el primer momento, cuando se pensaba en la operación, hasta el último, cuando eran perseguidos y acosados por las patrullas de la Guardia Nacional, los rebeldes confiaban que recibirían ayudada internacional, principalmente de la Cuba revolucionaria, para acabar con la dictadura de Somoza.

Antes de que comenzaran los entrenamientos, una comisión integrada por Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, Enrique Lacayo Farfán y Reinaldo Tefel, visitó la isla con el propósito de entrevistarse con Fidel Castro. Castro apenas los saludó y los envió a reunirse con Ernesto “Che” Guevara, su encargado para atender movimientos armados en Latinoamérica.

A Guevara, los nicaragüenses le provocaron desconfianza y les negó la ayuda solicitada.

“La casa del Che Guevara quedaba en una playa de veraneo en la que conocimos a Fidel Castro. Él nos dijo que los asuntos de Nicaragua los había delegado en el Che Guevara. Entramos a la habitación del Che que se encontraba muy enfermo. Con él mantuvimos una larga conversación sobre tópicos generales de la política hispanoamericana y de las relaciones de estos pueblos con los Estados Unidos. Al hablar concretamente de Nicaragua, afirmó que para él ya existía un comité́ que representaba la unidad del pueblo nicaragüense, y que era al único que prestaría ayuda. Se notó en él cierta aprensión por nosotros”, relataría Reinaldo Antonio Tefel citado por Mendieta Alfaro.

El autor de Olama y Mollejones reflexiona sobre este episodio: “¿Ayuda de Fidel Castro? Felizmente no nos la dió. En realidad, para ser congruentes con el soporte que necesitan este tipo de acciones, y después de haber sido espectadores de cómo se mueven los enormes fardos de ayuda que proporcionan los gobiernos o intereses involucrados en estas operaciones político-militares, Olama y Mollejones no tuvo ayuda de nadie”.

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El rechazo cubano no minó el optimismo de los rebeldes nicaragüenses, que avizoraban una campaña corta para salir de los Somoza. Se elaboró y discutió un documento de 15 puntos que debía ser presentado a Luis Somoza Debayle cuando el régimen somocista estuviese contra las cuerdas. Estos eran los 15 puntos para presentar:

1- En aras de la tranquilidad pública, el periodo del ingeniero don Luis Somoza Debayle se reducirá́ en dos años, y terminará el último día de abril de 1961. A este fin, se verificarán elecciones el primer domingo de febrero de 1961.

2- Las elecciones serán supervigiladas por un organismo internacional, preferentemente la OEA.

3- Si ese organismo rehusara verificar la supervigilancia, se acudirá́ a cualquier otro, y si no hubiere quién, entonces se realizarán por delegados de las repúblicas de Honduras y Costa Rica.

4- Serán garantes de toda solución patriótica, los excelentísimos presidentes de las repúblicas de Honduras y Costa Rica, a cuyo cargo estará́ la realización de todos los pormenores a que se llegue, a fin de que sean estrictamente ejecutados.

5- El que sea una vez presidente de Nicaragua, nunca más podrá́ volver a serlo, en periodo sucesivo o alterno. Prohibición a todos los parientes.

6- Las elecciones municipales serán el primer domingo de febrero de 1960.

7- El Ejército retomará a ser un cuerpo apolítico, fundamento de su creación, estableciéndose el Servicio Militar Obligatorio.

8- Se reformará la Ley Electoral sobre la esencia del voto secreto.

9- Se establecerán principios fundamentales de una democracia política, una democracia agraria y una democracia económica.

10- Se adoptarán los principios socialcristianos para alcanzar una verdadera justicia social, y cumplir sobre este tema, todas las convenciones internacionales desde las celebradas en Ginebra en provecho del trabajador, sea de la ciudad o en el campo.

11- Se contemplarán todas las reformas posibles a la actual Constitución para adaptarla a la realidad democrática.

12- Se procederá́ a la ejecución de una Reforma Agraria.

13- Al mismo tiempo que la elección en febrero de 1961, se realizará elecciones de representantes a una Asamblea Nacional Constituyente.

14- Se decretará una amplia e incondicional amnistía para todos los delitos políticos, o comunes conexos, e indultos para reos condenados.

15- Se establecerán garantías mutuas en este Convenio, desde la firmada hasta la elección de nuevas autoridades.

Tan convencidos estaban los “mandos de la revolución” que los Somoza serían botados por las armas que estos 15 puntos fueron rechazados por considerar fuera de lugar una negociación a esas alturas. “Tal eran las pintas de los ´idus de mayo´ en la que nosotros veíamos rodar la cabeza del dictador. El mensaje y el mensajero fueron rechazados como extemporáneos. Es posible, que esta hubiese sido la solución al problema de crisis política en el que había caído”, dice Mendieta Alfaro.

Además, estaba el factor Anastasio Somoza Debayle, que complicaba la ecuación de una salida negociada. “¿Quién podía frenar al irresponsable del general Somoza Debayle, jefe director de la Guardia Nacional? Algunos pensaron en que el general, ´ipso facto´ recurriría a la maniobra de un golpe militar contra su hermano. Y hasta cierto punto, estos temores tenían su fundamento lógico, ya que la negociación de "Los Quince Puntos", era la segura eliminación de las aspiraciones del general Anastasio Somoza Debayle (Tachito Somoza), a la candidatura presidencial. Y esto no lo podía tolerar un oficial de West Point”, añade Mediante Alfaro.

Los guerrilleros capturados entrando en fila india al poblado de Santo Domingo, Chontales. Foto archivo.

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El avión atascado en Olama representaba un problema múltiple. El Curtiss C-46 debía regresar a Costa Rica para seguir apoyando la operación militar. Era una primera baja sensible. Pero, también representaría, como en efecto fue, un trofeo para los Somoza. Y, además, tanto el piloto como el copiloto no tenían pensado enmontañarse y por lo tanto andaban ropa de diario y zapatillas lo que se volvió una tortura a la hora de caminar por aquellos parajes.

Buscando cómo arreglar el entuerto, el capitán Ubilla Baca envía un grupo a una casa que se veía cercana a buscar una yunta de bueyes que logre despegar la aeronave. En ese grupo va Horacio García Mendieta. No encuentran bueyes, y están en la casa del campesino cuando pasa un avión de reconocimiento sobrevolando la zona. A la media hora, llegan otros dos aviones caza, tipo Mustang, y abren fuego contra el Curtiss atascado. Lo incendian.

“Claro, sabíamos que la Guardia mantenía una red de orejas fieles porque es de la gente más organizada que ha existido en Nicaragua. Ellos tenían a los jueces de mesta y eran informantes. Uno de ellos declara precisamente que cuando vio caer el avión fue al comando a denunciarlo”, dice García.

En ese momento se dan cuenta que no existe el frente interno que pensaban los estaría esperando. “Yo pensaba que había una organización, que el frente interno nos iba a recibir, que tenían una pista de aterrizaje preparada por un grupo de gente del campo y que había una organización que iba a promover huelgas generales para paralizar el país y permitir que el pueblo se levantara. Esos eran los planes que nos presentaron. El ejército éramos nosotros. Nada más como para encender la mecha. Esperaban de hecho que fuera el pueblo el que se levantará, la huelga general para paralizar el país y que Somoza renunciara”, reflexiona García.

El fallecido director de La Prensa, Jaime Chamorro Cardenal, fue uno de los guerrilleros de Olama. Foto archivo.

La idea de este segundo grupo que desembarcó en Olama era unirse al primero y establecerse en la montaña. Pero la orfandad en que se encontraban y el asedio de la Guardia ni siquiera los dejó orientarse hacia dónde ir. “El plan era caminar para juntarnos con los de Mollejones. De Chontales a Boaco. Un día de camino, si se conoce. Pero nosotros no teníamos baqueanos. Los Mollejones sí tenían baqueano”, dice García.

“El estruendo de los seis cañones de 50 milímetros (tres en cada ala) que traían los aviones se oyó al mismo tiempo que pasaban encima de nuestras cabezas. Primero se veían los fogonazos, luego el estruendo y finalmente, un eco sordo como un temblor de tierra. Al instante, el Curtis empantanado explotó, a pesar de lo cual el siguiente avión siguió ametrallándolo mientras el primero volvía a repetir lo mismo”, relató Jaime Chamorro. Hasta ese momento nadie había muerto pues lo guerrilleros previsoramente se habían escondido en una hondonada donde los aviones no podían verlos.

Poco después, sin embargo, llegó una columna de la Guardia en dos camiones “a recoger muertos”. “El bombardeo había sido tan grande y extenso en tiempo y forma, que pensaron que si quedaba alguien estaría listo a rendirse. Así que la patrulla venía caminando hacia el avión quemado sin mayor protección y sin ninguna precaución”, añade Chamorro. “La patrulla GN se topó primero con nuestro compañero José Antonio Gutiérrez M., quien se encontraba en un extremo de aquella formación en hilera. Al ver sus compañeros que la GN lo estaba encañonando, aquéllos que nos encontrábamos más próximos a Gutiérrez disparamos a los guardias, cayendo unos y los demás se replegaron disparando, matando al instante a José Antonio”.

“El combate duró como una y media hora”, agrega Chamorro en su relato. “Al atardecer y ya casi sin luz, el tiroteo cesó y los que quedaron de la GN se retiraron. Posteriormente, supimos en el Consejo de Guerra que la GN tuvo tres muertos y dos heridos”.

El otro grupo, el de Los Mollejones, vivía un asedio parecido. Pocos campesinos se atrevían a ayudarlos con comidas o información, por temor a represalias. “En varias ocasiones nos acogieron en sus humildes viviendas y nos sirvieron de guías, pero la montaña nunca aparecía, siempre las haciendas de ganado, los potreros y la lluvia incesante que caía a torrentes”, relata Chamorro.

Las columnas guerrilleras no llevaban raciones frías para alimentarse para ir lo más ligeros posibles y establecerse en la montaña donde el frente interno los abastecería. “Comíamos monte o chilotes de las milpas que encontrábamos”, dice García.

Aviones de la Guardia que sobrevolaban la zona, dejaban car papeletas conminándolos a entregarse:

“ATENCIÓN INVASORES

La Guardia Nacional de Nicaragua desea evitar derramamiento inútil de sangre, y por consiguiente, les conmina en forma terminante para que se rindan incondicionalmente en el término de tres horas, las que se empezarán a contar desde el momento en que esta hoja sea lanzada a tierra, ya que ustedes carecen de toda posibilidad de luchar.

Sabe la Guardia Nacional que ustedes ya no tienen municiones ni esperanza de recibirlas. Que se encuentran en situación desesperada y que ninguna ayuda les podrá́ llegar. También sabe la Guardia Nacional que ustedes carecen hasta de lo más indispensable, como ropa, comida, zapatos, etc. y, por consiguiente, la única salvación que les queda es rendirse al primer alistado que vean en forma incondicional, debiendo portar una bandera blanca.

Es imposible que ustedes puedan luchar contra la Guardia Nacional que es consciente de su deber y de sus capacidades.

La Guardia Nacional se compromete a garantizarles la vida, debiendo quedar sujetos a lo que señalen las leyes de la República. Quienes desoigan esta orden asumirán sus consecuencias.

GUARDIA NACIONAL DE NICARAGUA"

Los prisioneros fueron llevados ante un Consejo de Guerra que los juzgó y condenó por "traición a la patria". Foto archivo.

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Después de diez días de caminatas, la mayor parte del tiempo sin certeza hacia dónde iba, asediado y agobiado, el grupo que desembarcó en Los Mollejones llega el 10 de junio a una hacienda llamada Fruta de Pan, en Chontales, y para su sorpresa se encuentran ahí a los corresponsales estadounidenses Harvey Rosenhouse y Andrew St. George, del Times, acompañados del periodista nicaragüense Francisco Rivas Quijano, “Rivitas”.

Lo que parecía una réplica de aquella entrevista de Herbert Matthews a Fidel Castro en la Sierra Maestra, en 1957, se convirtió más bien en el punto de inflexión en el cual el movimiento guerrillero de Olama y Mollejones comenzó a desmoronarse.

Según Luis Cardenal, otro de los guerrilleros, hasta ese momento nadie de la tropa pensaba rendirse, pero el encuentro con los periodistas desbarató las ilusiones que tenían. “En su conversación, desgraciadamente, y sin ninguna mala intención, les dijeron a los muchachos que el frente interno no había respondido, que Managua y el resto del país no se habían movilizado, que la huelga general había fracasado lastimosamente, que los líderes de todos los partidos políticos estaban escondidos, presos o asilados; que la Guardia Nacional nos tenía totalmente rodeados”, relata Cardenal en su libro “Mi rebelión”.

Pedro Joaquín Chamorro le habló a la tropa. Les dijo que no se podía confiar en la Guardia, pero que quienes así lo quisieran, podía entregarse y los que no, seguir con él buscando la montaña. Cuarenta y cinco guerrilleros decidieron rendirse y 15 acompañaron a Chamorro.

"La decisión de rendirse, fue una cosa tan rápida, que me dejó totalmente anonadado”, relataría después Reinaldo Antonio Tefel. “Diez minutos antes, la moral de todos era alta, a pesar de que habíamos hecho una jornada de veintitrés horas en forma continua, de las cuales, nueve fueron caminando de noche. En ese momento, me pareció́ injusto que, por el mero hecho de estar cansados, agotados, que es verdad, rendirnos solamente, porque llegaron tres periodistas extranjeros, totalmente desconocidos, y nos indicaban que el gobierno había distribuido hojas sueltas pidiendo nuestra rendición. Francamente, en esos momentos, no hubo tiempo de pensar. Yo no me rendí en esos momentos, simplemente porque mi reflejo fue de no rendirme”.

Al grupo de Olama no le estaba yendo mejor. Después del ataque de los aviones quedó disperso en varios grupos, que caminaban perdidos, desorientados. Horacio García relata que su grupo salió de una finca llamada Chayotepe, caminaron toda la noche para llegar al amanecer a la misma Chayotepe. Salieron de nuevo y después de varias jornadas se dieron cuenta que estaban otra vez frente a Chayotepe. “Cuando uno no conoce y no tiene baqueanos tiende a caminar en círculos en la montaña”, dice. Se vistieron de civil, enterraron las armas y finalmente decidieron entregarse en una iglesia en Boaco. “Al llegar a la iglesia nos estaban esperando. En la parte trasera, estaban unos civiles armados de la reserva de la Guardia. Como mansas palomas nos agarraron”.

Ronald Abaunza, líder del grupo que quedaba de Olama, negoció la entrega de su tropa en una comunidad llamada Coronado. "A las tres y media de la madrugada del día siguiente, regresó la comisión conduciendo a Ronald Abaunza, Ramiro Cardenal y un joven Sobalvarro, de Boaco. Conversé con ellos y Ronald me aseguró que se entregarían a la Guardia Nacional, a condición de que fuese yo el comandante al que se iban a rendir”, declaró ante el Consejo de Guerra el mayor Jorge Granera, comandante de Boaco y jefe de operaciones de la zona.

Los guerrilleros que procedían de la Guardia sabían que podían entregarse como el resto porque serían ejecutados, así que siguieron caminando, con la intención de cruzar a Costa Rica. No lo lograron. “Reunidos todos, el capitán Ubilla Baca, el capitán Rivas Gómez, el mayor Freddy Fernández, que creo era de la Legión del Caribe y me imagino que otro costarricense más, quienes habían pertenecido a las fuerzas de José Figueres, decidieron no entregarse y tomarse el riesgo de huir hacia Costa Rica. Más tarde supimos que llegaron cerca de la frontera, unos en un lugar y otros en otro y fueron ejecutados por la Guardia, ya que no les dieron oportunidad de rendirse, a excepción de Freddy Fernández quien fue capturado y llevado al Consejo de Guerra que se instaló después”, escribió Jaime Chamorro.

"En primer lugar debo decir que la propaganda que existe fuera de Nicaragua en contra del gobierno es atroz, y que estoy metido en esto francamente engañado, porque la realidad es otra. Al revés de lo que decían, el pueblo y el ejército están a favor del gobierno. Me puse en contacto con la revolución a través de don José́ Figueres, de quien estoy seguro le han hecho ver las cosas que no son reales aquí”, declaró después ante la Corte Militar de Investigación el mayor Freddy Fernández Barreiro, posiblemente para salvar su vida.

El último grupo, los quince que comandaba Pedro Joaquín Chamorro, se rindió el 15 de junio después que fueron rodeados por patrullas de la Guardia cuando se escondían en unas “burras de monte” en una comunidad llamada Banadí, cerca de San Pedro de Lóvago.

Los capturados fueron tratados como prisioneros de guerra. Les obligados a cargar a los heridos, mientras la soldadesca les amenazaba con “darles agua” en el camino a pie que emprendieron. En la madrugada, los vecinos de Santo Domingo, vieron entrar a la derrotada tropa en fila india, conducidos como prisioneros.

"Causó sensación el padre Federico Argüello al entrar al pueblo con su traje de civil muy sucio, sus botas llenas de lodo y la barba con muchos días sin afeitarse", relató Adán Cantón Wasmer, uno de los guerrilleros capturados. “Cuando llegamos a Santo Domingo, todas las puertas estaban cerradas, se sentía una atmósfera de temor y parecía un pueblo abandonado. De vez en cuando, uno que otro ciudadano, tímidamente asomaba el rostro a través de la ventana. El silencio era interrumpido únicamente por nuestras botas al marcar el paso sobre las callejuelas empedradas. Finalmente, fuimos conducidos al interior de una escuela pública”.

El director de la Guardia, general Anastasio Somoza Debayle, diría que ese fue el “día más feliz” de su vida, en un mensaje a sus soldados: “Vale más la vida de un guardia nacional que la de todos estos Fidel Castro juntos, por lo cual les doy las gracias, soldados, de que no hubo derramamiento de sangre. Ustedes fueron generosos en no matarlos, bueno, está bien que no haya sido así. Les jugamos al garrote, y los asustamos de verdad. Con bravuconadas dijeron estos mentecatos, estos mismos que están aquí, que pelearían hasta morir. Ustedes han sido nobles al permitirles que siguieran con vida (…) Como soldado y como jefe director éste es el día más feliz de mi vida”.

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"Si yo no participaba me iba a sentir un hombre frustrado toda la vida", dice el veterano de Olama y Los Mollejones, Horacio García. Oscar Navarete/LA PRENSA ©.

Un mes. Desde la noche en que se casó para salir horas después con su maleta hacia San José, hasta el día que lo llevaban amarrado con mecates de Boaco a Managua había pasado solo un mes en la vida de Horacio García Mendieta.

En las noches de angustia siempre hay lugar para la fregadera, y sus compañeros de aventura bautizaron a la esposa de García como “La virgencita de Olama”, por el matrimonio no consumado que dejó en Managua.

El 21 de diciembre de 1959, después de seis meses en la cárcel, Horacio García Mendieta por fin pudo reunirse con su esposa Mélida Mejía. “Me casé y me fui sin tocar a mi mujer. Si me moría iban a decir: quedó viuda y virgen”, bromea García, ya viudo y con 86 años. “Nosotros celebrábamos dos aniversarios de matrimonio cada año, el 14 de mayo, el día que me casé, y el 21 de diciembre, el día que nos indultaron y cuando por fin tuvimos la luna de miel”.

Todos los capturados del desembarco de Olama y Los Mollejones fueron acusados de “traición a la patria” ante un Consejo de Guerra. Todos fueron condenados e indultados por decreto presidencial el mismo día: 21 de diciembre de 1959.

La aventura terminó. La hélice del Curtiss D-46 permaneció durante muchos años en el parque de Boaco para que los niños jugaran con ella. Un barrio de la misma ciudad lleva hasta el día de hoy en nombre de Olama, en honor a aquella gesta.

“Sobre Olama y Los Mollejones no tengo nada que añadir. Mantengo mi posición de que fue un disparate por muchas razones como la ubicación, el entrenamiento, el armamento, la preparación, el liderazgo y la más importante: la traición que nos hicieron el frente interno y los otros frentes que se abrirían en las dos fronteras de Nicaragua”, diría Luis G. Cardenal en su libro Mi rebelión.

Desde otra perspectiva lo vio en 1961, Carlos Fonseca Amador, el fundador del Frente Sandinista. “Ocurrió en junio de 1959 la invasión llamada de Olama y Los Mollejones encabezada por Pedro Joaquín Chamorro, Luis Cardenal y Reynaldo Tefel. La lucha armada en Nicaragua requiere inusitados sacrificios que solamente se pueden soportar siendo dueños los combatientes de una alta moral, nacida del profundo interés en el derrocamiento de la tiranía, la transformación de la miserable y horrorosa vida que flagela a nuestros amados compatriotas. Tales elementos no podían darse en las personas mencionadas…”

Jaime Chamorro Cardenal concluye: “Así terminó esta aventura que emprendimos un grupo de jóvenes entusiastas provistos de valor, en el empeño de lograr la liberación de nuestra Patria. El destino hizo, sin embargo, que se frustrara nuestro propósito. No obstante, dejamos al menos constancia a las futuras generaciones, que, a pesar de nuestra inexperiencia, improvisación y falta de recursos logísticos, hicimos lo posible por derrocar a una nefasta dictadura. Por desgracia para Nicaragua no logramos nuestros empeños.

A Horacio García le brillan los ojos al recordarse de 22 años, agarrado a aquel fusil Garand en la playa Punta Llorona. “Yo sentía que si no participaba me iba a frustrar como persona, iba a ser un hombre frustrado toda mi vida. Yo podía aportar a la patria, sueños de juventud, ideales, y por eso me casé y me fui escondido. Me fui sin decirle a nadie y dejando a mi mujer, porque tenía la seguridad que iba a regresar. Yo no pensaba que me iban a matar. Sueños, si vos querés”.

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