El éxodo de 1979 tras la caída de Somoza

Reportaje - 02.04.2023
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Guardias nacionales, altos funcionarios, somocistas y hasta personas aterrorizadas por lo que podía pasar, abandonaron el país desordenadamente por diferentes vías en los últimos meses de la dictadura de Somoza y los primeros de la dictadura de los sandinistas

Por Redacción Magazine

Anastasio Somoza Debayle era un hombre alto, moreno, de una sonrisa fácil, carismático, muy inteligente, con un don de la conversación impresionante. Igual conversaba en español que en inglés, porque ese idioma lo manejaba como si fuera su lengua materna. Con todo mundo hablaba, hasta con la señora que cocinaba en su casa, con la que se llevaba muy bien.

Tachito, a como le llamaban en la intimidad de su familia, tenía en la sala de su casa una serie de libros de diversos tópicos, pero todos en inglés.

Esa es la imagen de Somoza que todavía está en la memoria de Ligia Urroz Argüello, quien desde niña caminaba los fines de semana en la playa de Montelimar junto a ese hombre que para ella solo era “un amigo de la familia” y a quien apreciaba mucho.

Urroz, nacida en 1968, era tan cercana a Somoza que recuerda que ambos se contaban chistes y cuentos. Ella cree que se llevaban bien porque los dos eran sagitarios, signo que también era el de la amante de Somoza, Dinorah Sampson.

El abuelo materno de Urroz, Humberto Argüello, había sido piloto de la Fuerza Aérea somocista y luego fue cónsul general de Nicaragua en México.

Y su padre, Humberto Urroz, era un ingeniero civil que no tenía nexos políticos ni negocios con Somoza, pero eran muy amigos, al punto que Somoza llegó en algunas ocasiones a la casa de la familia, ubicada en Las Palmas, muy cerca del hogar de Pedro Joaquín Chamorro y su esposa Violeta.

 

Ligia Urroz Argüello en un momento de esparcimiento con Anastasio Somoza Debayle. FOTO DE CORTESÍA

La vida de Urroz era tranquila, en una familia de clase media. Estudiaba en el colegio Teresiano.

A los 10 años de edad, cuando aún no comprendía de política, Urroz comenzó a escuchar que en las montañas de Nicaragua había guerra. Pero, de un momento a otro, como en abril de 1979, esa guerra llegó a Managua, donde también empezó a escuchar tiroteos. Luego, bombardeos e incendios.

Para el mes de mayo, su familia estaba atrapada en su casa, en medio del fuego cruzado entre guerrilleros sandinistas y las tropas de la Guardia Nacional de su amigo Somoza. Comenzaron a ver muertos en las calles, los bombardeos y tiroteos se intensificaron y la familia estaba aterrorizada. “La gente se moría a la par de nosotros. Pensábamos que íbamos a morir”, cuenta Urroz a la Revista MAGAZINE.

Una noche, no recuerda la fecha exacta, pero fue a inicios de junio de 1979, su papá llegó a la casa diciendo que se tenían que ir. Humberto Urroz explicó que había hablado con Somoza y este le había dicho que salieran del país y protegiera a las niñas porque la guerra estaba “muy dura”.

El papá de Urroz afirmó que la salida solo iba a ser por unos días o unas semanas y después regresarían a Nicaragua, a su casa, cuando “la cosa se compusiera”.

La “cosa” nunca se compuso. Y así como Ligia Urroz tuvo que dejar todas sus muñecas, la casa donde vivía cómodamente, su familia, amistades, todo, fueron miles los nicaragüenses que tuvieron irse de Nicaragua en 1979, cuando los sandinistas arreciaron combates contra la Guardia Nacional de Somoza.

Guardias, trabajadores del Estado, miembros y simpatizantes del Partido Liberal Nacionalista (PLN), familiares de Somoza, tuvieron que salir del país en ese año. Bastaba con que alguien tuviera un poster de Somoza en la sala de su casa para que el miedo entrara y se sintiera obligado a abandonar Nicaragua.

Hasta 1978, producto de la guerra civil entre los sandinistas y la Guardia Nacional, principalmente por combates y bombardeos en el norte de Nicaragua, unos 150 mil nicaragüenses se refugiaron en Costa Rica y en Honduras, indica un informe sobre el estado de las migraciones en Centroamérica, elaborado por la Universidad de Costa Rica.

Ese mismo dictamen señala que en el último año, en 1979, fueron 100 mil los nicaragüenses que tuvieron que salir del país, la mayoría de ellos huyendo por temor a que los sandinistas los asesinaran o los encarcelaran.

Ligia Urroz, a la derecha, aparece en esta imagen junto a su hermana, a la izquierda, y Anastasio Somoza Debayle y Dinorah Sampson. FOTO DE CORTESÍA

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La familia de Armando Salazar Lanzas vivía hostigada por los sandinistas en León . Él era un médico laborando para el hospital del Seguro Social en León y su padre, Armando Salazar Aguado, era fundador precisamente del Seguro Social, reclutado por Luis Somoza Debayle, hermano de Anastasio Somoza Debayle.

“Mi padre le dedicó toda su vida al Seguro Social, organizando hospitales, policlínicas, incluso, fue a hacer muchos cursos al exterior”, explica Salazar a la Revista MAGAZINE.

Además, ambos eran miembros del Partido Liberal Nacionalista (PLN), controlado por Somoza, y eso era motivo suficiente para ser objetivos del Frente Sandinista (FSLN), el grupo guerrillero que luchaba para sacar del poder a Somoza.

La familia Salazar Lanzas era grande, por eso tenía una casa grande en León, con nueve recámaras. En una de las primeras noches de julio de 1979, mientras Armando, en ese entonces de 29 años de edad, hacía un turno de 72 horas en el hospital, sus padres y sus hermanos tuvieron que abandonar la vivienda e irse para Managua, porque los sandinistas estaban ejerciendo mucha violencia contra ellos y ya no aguantaban.

Esa casa después fue ocupada como oficinas por la Juventud Sandinista, hasta hoy.

Armando no pudo salir del hospital porque los combates eran demasiado fuertes. Además, a media cuadra del hospital del Seguro quedaba el Comando de la Guardia. Los sandinistas habían recuperado una tanqueta y con ella misma atacaron el comando y lo incendiaron. Los guardias salieron corriendo y se refugiaron en el hospital, el cual quedó rodeado de sandinistas.

Quien dirigía a la guerrilla sandinista en León era la comandante Dora María Téllez, pero quienes estaban encargados del ataque al comando de la Guardia eran los guerrilleros Fanor Urroz y Guadalupe Moreno, asevera la también comandante guerrillera Leticia Herrera, en su libro Guerrillera: Mujer y Comandante de la Revolución Sandinista.

El hospital del Seguro en León, al fondo, donde el doctor Armando Salazar estuvo encerrado 17 días, rodeado por los sandinistas. FOTO TOMADA DE INTERNET

En la ciudad había francotiradores por todas partes y comenzaron a caer más muertos y heridos y los combates eran cada vez más fuertes.

Los sandinistas que tenían rodeado el hospital, con la tanqueta que le habían quitado a la Guardia, dispararon un misil que atravesó el segundo piso del hospital, que eran donde estaban los quirófanos. A partir de ese momento, los médicos ya no pudieron seguir realizando cirugías a los heridos.

Eso provocó que muchos guardias comenzaran a morir dentro del hospital y caían en la azotea y en las escaleras del hospital. Por todos lados. El hedor a cadáveres se tornó insoportable, la comida comenzó a escasear y fueron cortados los servicios de agua y energía eléctrica.

En la sala de pediatría, Armando logró conseguir una lata de leche, la cual batía con agua de lluvia y así logró sobrevivir los 17 días que pasó dentro del hospital, sin poder salir porque estaban rodeados por los sandinistas

La salida se tornó más peligrosa porque muchos guardias se vestían con las gabachas de los doctores y las enfermeras y salían a la calle creyendo que no les iban a disparar. Sin embargo, afirma Armando, dentro del hospital había un infiltrado, quien le pasaba información a los sandinistas de que los guardias se estaban disfrazando, por lo que, cada vez que salía un guardia, moría.

En una ocasión, Armando quiso salir y otro médico le aconsejó que no lo hiciera, que él no era militar y por lo tanto debía quedarse dentro del hospital a esperar que todo terminara. De esa manera, Armando pudo salvar su vida.

Los sandinistas trataron de quemar el hospital, a como habían quemado el comando, porque sabían que estaba lleno de guardias. Lo rociaron de gasolina. “Increíble lo que hizo la Dora María Téllez en León. Ella era la comandante”, expresa Armando. Pero, en esos días cayeron aguaceros que impidieron que el edificio tomara fuego.

Lo que la comandante Dora María Téllez recuerda, según dijo a la Revista MAGAZINE, es que el comando de León y la cárcel conocida como La 21 estuvieron sitiados desde que comenzó la insurrección, el 3 de junio, hasta el 20, día en que cayó el comando. La 21 fue abandonada antes por la Guardia, que se concentró en el comando.

También antes, un grupo de la guardia se había salido, con Gonzalo Evertz al frente, hacia el Fortín.

Para el 20 de junio, el comando ya tenía pocos guardias, indicó Téllez, quien, sobre el intento de quemar el hospital del Seguro, dijo: “El hospital no creo. No era un objetivo militar. El cuartel sí”.

El 15 de julio de 1979, las autoridades del hospital dieron la orden de desalojar el edificio a como se pudiera. Y ese mismo día entraron los sandinistas al hospital del Seguro. Ahí fue cuando Armando Salazar Lanzas se dio cuenta de que había un infiltrado. Era un muchacho y dijo a los sandinistas:

--Ese es el doctor Salazar, es médico civil. Ese es el doctor Salvatierra, también médico civil. Pero estos otros son el doctor Miranda y Agenor Pérez. Son militares.

A Miranda y a Pérez se los llevaron presos, pero a Armando y a su colega Salvatierra los hicieron ir a pie hasta el hospital San Vicente de León, donde estaba el comando de los sandinistas y era donde se encontraba la comandante Dora María Téllez.

En el hospital San Vicente, a Armando y a Salvatierra los pusieron a operar a todos los sandinistas heridos y no permitían que curaran a los guardias heridos, los cuales morían en el parqueo del hospital. Armando recuerda que operaban día y noche, sin dormir y tampoco les daban comida. Los mantenían solo trabajando en emergencia y en los quirófanos.

Ahí Armando estuvo tres días. Como había una gran cantidad de heridos con gangrena, porque se habían acabado los antibióticos y otros medicamentos, le dijo a Dora María Téllez que le permitiera viajar a Managua a buscar medicinas, porque “la gente se estaba pudriendo”.

El doctor Armando Salazar vive en Estados Unidos desde 1979. FOTO DE CORTESÍA

La comandante accedió a la petición de Armando y hasta lo mandó en una ambulancia y con un salvoconducto, para que pudiera pasar por la carretera a la capital, la cual estaba inundada de retenes de guerrilleros sandinistas, porque en ese momento ya León estaba tomado totalmente por los guerrilleros.

Sin embargo, en uno de los retenes quienes estaban eran los guardias. Junto a la ambulancia, a Armando lo llevaron al Casino Militar de Managua, donde vio a unos militares que le pareció eran estadounidenses. Lo comenzaron a interrogar porque Armando era en ese momento la única persona que había salido de León.

Le preguntaron de todo, especialmente cuáles eran las posiciones de los sandinistas, dónde estaban los centros de acopios, los refugiados.

“Parece que ellos (la Guardia) pensaban recuperar León, pero desistieron de atacar. Tenían armamento pesado, pero tenían que desbaratar León para poderlo recuperar. En ese momento todo mundo andaba armado, con el entusiasmo que se habían tomado León”, explica Armando.

Del Casino Militar, Armando se fue a ver a sus padres, que estaban refugiados en una casa en la capital, en Bolonia. “Te tenes que ir”, fue lo primero que le dijo su padre.

En los primeros días de septiembre de 1979, cuando ya los sandinistas estaban en el poder, Armando se fue. Un año antes, había comprado un carro y en ese se fue. Pasó por Chinandega, donde vivía su esposa y salieron juntos por la frontera con Honduras.

Para ello, había hablado con Hugo Torres, pues se conocían porque ambos eran de León, y este le consiguió un salvoconducto.

Armando Salazar Lanzas vive ahora en Estados Unidos. Ha visitado Nicaragua, pero desde 2006 no regresa. Además, desde lejos apoyó las protestas de 2018 y le han dicho que está considerado non grato.

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Al empezar el mes de abril de 2018, Carmen Delia Zetino odiaba a Nicaragua. No quería saber nada del país que la vio nacer en 1968.
En 1979, los sandinistas le mataron a cuatro hermanos y le encarcelaron por 10 años a otro. Tres de ellos eran miembros de la Guardia Nacional.

A las 4:00 de la tarde del 23 de marzo de ese año, a su hermano mayor, Rodolfo González, quien era policía de tránsito, los sandinistas lo llegaron a sacar de una barbería en el barrio San Judas y lo mataron de cuatro balazos.

Ese mismo día, a la medianoche, llegaron a la casa de los padres de Carmen Delia y de las manos de su padre los sandinistas le arrebataron a su hermano Heriberto, de 16 años de edad, quien no tenía nada que ver con la Guardia, y lo fueron a torturar a un campo de beisbol del barrio San Judas, donde al día siguiente apareció muerto.

Marco Tulio, un hermano de Carmen Delia, cuenta que a la hora en que se llevaron a Heriberto, la familia se estaba preparando para asistir a la vela de Rodolfo.

El papá, Marcelo González, tuvo que irse a Costa Rica para que no lo mataran.

Vela de los dos hermanos de Carmen Delia Zetino, asesinados por guerrilleros sandinistas en marzo de 1979. FOTO DE CORTESÍA

El 19 de julio de 1979, día en que los sandinistas asaltaron el poder en Nicaragua, fue el día más horrible para Carmen Delia. Ese día ella y su familia salieron en desbandada, huyendo por donde pudieran salvarse.

Mientras huían, veían la euforia del pueblo, celebrando porque se había terminado la dictadura somocista. Fue un contraste para Carmen Delia, porque mientras mucha gente celebraba, también muchas familias huían despavoridas.

La familia de Carmen Delia se fue por montes y veredas, para no ser asesinados, y mientras avanzaban miraban que los sandinistas quemaban familias.

“No fue en 2018 cuando los sandinistas comenzaron a quemar al pueblo. Fue en 1979. Supuestamente habían llegado para liberar a Nicaragua y eso no les daba el derecho de arrastrar vivas a familias inocentes y quemarlas. Las familias no tenían la culpa”, manifiesta Carmen Delia a la Revista MAGAZINE.

Carmen Delia y su familia se refugiaron en una finca, en Carazo, pero no sabían dónde estaban sus otros hermanos: Melvin, Mauricio, Eduardo y Aarón González, todos guardias nacionales.

Un mes después, en agosto de 1979, los sandinistas ya habían matado a otros dos hermanos de Carmen Delia, Eduardo y Mauricio, y a Melvin lo habían echado preso.

Eduardo fue de los guardias que el 19 de julio la Cruz Roja resguardó en la Zona Franca durante varios días, pero luego los entregó a los sandinistas. Antes de ser entregado, Eduardo logró escapar de la Zona Franca y se fue a refugiar donde su esposa, de donde lo llegaron a sacar los sandinistas y luego apareció muerto, sin uñas, sin ojos, sin lengua, sin genitales.

A Mauricio lo mataron en agosto. La madre de Carmen Delia se desmayaba llorando por el dolor de ver que le habían matado a cuatro y le tenían preso a otro.

Carmen Delia migró por tierra a Estados Unidos, huyendo de los sandinistas y tratando de encontrar una manera de ayudar a los que habían quedado de su familia, sus padres y tres hermanos.

Al llegar a la frontera de Texas, un policía de migración le dijo: Bienvenida a los Estados Unidos. Y se dieron un abrazo. Ahí nomás le otorgaron el asilo. Desde entonces Carmen Delia no quería saber nada de Nicaragua.

En abril de 2018, ella estaba trabajando, limpiando una casa, cuando escuchó las noticias de que estaban agrediendo a los ancianos que salieron a protestar. Luego, vio la noticia del primer muerto en las protestas de ese mes.

Carmen Delia Zetino no pierde la nicaraguanidad, a pesar de los años viviendo en Estados Unidos. FOTO DE CORTESÍA

“Me nació espontáneamente del corazón el amor a mi patria nuevamente. Me llené de recuerdos del sufrimiento que había vivido en 1979, de todo lo que pasó mi familia. En cada niño asesinado, yo miraba a mis hermanos que los mataron los sandinistas. En cada madre que veía agarrada de las barras en la entrada del Chipote, yo miraba a mi madre como les lloraba y les suplicaba a los sandinistas que le dijeran dónde estaban sus hijos. En cada joven perseguido me veía a mí misma”, comenta Carmen Delia.

Carmen Delia se unió a otras mujeres nicaragüenses que recolectaban dinero para enviarlo a Nicaragua y ayudar a las manifestantes.

Después, con las operaciones limpieza que ejecutó el régimen Ortega Murillo, alquilaron cuatro casas en Costa Rica y alojaron en ellas a 22 jóvenes nicaragüenses que huyeron de Nicaragua en 2018, para no ser apresados por la dictadura.

“Cuando Nicaragua sea libre, espero que el pueblo no repita el error de asesinar a familias que no tienen nada que ver. El pueblo tiene que cambiar esa violencia”, termina diciendo Carmen Delia entre sollozos, recordando a sus hermanos asesinados en 1979.

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La salida de Nicaragua de Ligia Urroz Argüello y su familia, en junio de 1979, fue un martirio. Cuando salieron de su casa, en Las Palmas, en medio de tiroteos se fueron por toda la Carretera Norte saltando sobre las barricadas que habían levantado los sandinistas.

Llegaron al aeropuerto y estaba llenísimo de gente queriendo tomar un vuelo y salir de Nicaragua. Era un desorden total y la gente se iba a la pista de aterrizaje para tomar cualquier avión, adonde fuera, con tal de salir del país.

Cuando ellos estaban a punto de tomar un avión, las autoridades del aeropuerto dijeron que el abuelo de Urroz, Humberto Argüello, no podía salir del país porque tenía pasaporte diplomático y además aún estaba enlistado en la Guardia Nacional, por lo tanto, debía permanecer en el país como “reserva”, por si acaso se le necesitaba para la guerra.

La decisión de la familia fue que, si no se iban todos, no se iba ninguno.

Se regresaron a la casa en Las Palmas y el padre de Ligia, Humberto Urroz, habló con Anastasio Somoza Debayle para que dejara salir a su papá. Somoza inmediatamente le extendió un salvoconducto.

Dos días después, el 19 de junio, salieron nuevamente para el aeropuerto. Esta vez la travesía fue peor, en medio de una lluvia de balas y tuvo que escoltarlos una ambulancia. En el camino, Ligia vio guardias colgados en los postes de luz, ahorcados. “Tenían la mirada perdida del instante en que murieron”, recuerda.

Al llegar al aeropuerto, la situación estaba más caótica que la primera vez. La gente estaba asaltando los aviones en busca de un lugar dentro de los mismos.

La familia de Ligia logró subir a un vuelo de Lanica, la línea aérea de Somoza y, cuando iban despegando, se oyó una voz que decía: “Ojalá que no vuelen el avión desde abajo, con un bazucazo”.

A todos les entró un miedo terrible, pero lograron llegar a Guatemala y luego a México, porque los abuelos maternos de Ligia tenían un apartamento en ese país, pero solo era el cascarón, porque los muebles los habían sacado.

El día que llegaron a México, vieron en la televisión unas escenas espantosas sobre la muerte del periodista estadounidense Bill Stewart, quien había sido asesinado a balazos por un guardia de Somoza.

Ligia Urroz Argüello recuerda que su padre habló con Somoza ese día y el general le preguntó:

--Cóntame, ¿qué están diciendo los periódicos?

--Eso está saliendo todo el día en los noticieros. Catalogan a tu gobierno como genocida, que mata a periodistas.

--No hombre, lo mató un guardia que llevaba varios días sin comer, muchos días en la guerra y no pensó. No es algo que yo hubiera querido que pasara.

Ligia Urroz escribió una novela sobre los últimos días de Anastasio Somoza Debayle. FOTO DE CORTESÍA

El padre de Ligia, Humberto Urroz, estaba muy triste. Esperaba que la guerra acabara pronto y pudiera regresar a Nicaragua. Nunca volvió, porque al mes tomaron el poder los sandinistas y andaban en busca de todo el que hubiese tenido cualquier nexo con Somoza. Le dieron tres infartos poco después de la salida de Nicaragua y quedó muy enfermo.

El asesinato de Somoza Debayle, en septiembre de 1980, entristeció a toda la familia.

Ligia Urroz Argüello se graduó de economista, pero luego se dedicó a la escritura, algo que siempre le gustó desde niña. Ha escrito dos novelas: La Muralla, que es un relato de migración, y la presentó en Nicaragua. La otra novela es Somoza, un relato que mezcla lo real con algo de ficción sobre los últimos días del gobierno de Somoza, su amigo de la infancia, de quien le dijeron después que se trataba de un sangriento dictador.

Esa novela ya no pudo presentarla en Nicaragua.

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Tirzo Ramón Moreno Aguilar nació en 1954 en las montañas de Yalí, Jinotega, donde desde pequeño aprendió a labrar la tierra y a cuidar el ganado.

Cuando tenía 25 años de edad, ya era un comerciante y viajaba con frecuencia a Honduras a vender ganado a los mataderos hondureños. Ya tenía una familia, una finca y hasta un comisariato. Todo iba bien.

Sin embargo, en abril de 1979, el comandante guerrillero sandinista Germán Pomares Ordóñez llegó al cerro El Perro con sus tropas, cerca de la finca de Tirzo Moreno, entre Wiwilí y Quilalí. Desde entonces las cosas no serían iguales.

Las tropas de Germán Pomares comenzaron a pedirle ayuda económica a los campesinos de la zona. A Tirzo Moreno le pedían cosas del comisariato: botas, pantalones, machetes, jabones de lavar ropa, azúcar, sal, arroz, aceite, sopas Maggi y sardinas enlatadas. De todo lo que había en el negocio.

Al mismo tiempo, los jueces de mesta de la zona lo denunciaron con la Guardia y cayó dos veces preso, porque pensaban que era colaborador de los sandinistas.

A Pomares lo mataron días después en Jinotega, en mayo de ese año 1979, pero los sandinistas asaltaron el poder dos meses después.

El 19 de julio de 1979, cuando triunfan los sandinistas, Tirzo Moreno estaba en su casa y veía como los guerrilleros bajaban del monte, triunfantes. En Wiwilí, la población salió con banderas blancas y rojinegras, la del Frente, a recibirlos.

Tirzo Moreno se fue a asomar al pueblo y vio como la gente armó una tarima en una esquina del pueblo, a la par de una casa que le confiscaron a Martín Gurdián.

Desde esa tarima hablaban todos los días los sandinistas al pueblo, con discursos largos que empezaban a las 6:00 de la tarde y se hacían las 2:00 de la madrugada y los sandinistas hablando todavía.

Lo que le decían a los campesinos era que se olvidaran de que iban a estar vendiendo y comprando, que desde ese momento en adelante lo que tenían que hacer era llevar todo lo que cosechaban o producían a un caserón enorme que había en una hacienda que confiscaron. Le llamaban la Casa del Pueblo. Ahí, supuestamente los sandinistas iban a repartir todo en partes iguales a la población.

Los campesinos se empezaron a cansar de aquellos discursos, en los que también siempre mencionaban a Somoza como el causante de todo lo mal que estaba el país.

Como Tirzo Moreno y otros campesinos refutaban lo que los sandinistas decían, los comenzaron a ver mal y los acusaron de “reaccionarios”. A Tirzo Moreno lo que le llamaba la atención es que todos hablaban con el tono de Fidel Castro. Igualito.

Una noche, Tirzo Moreno se aburrió de los discursos de los sandinistas, porque no se les ganaba nunca, y se fue para su casa.
Esa misma noche llegaron a su casa un grupo de hombres que dijeron que eran combatientes sandinistas del Frente Sur y que necesitaban la camioneta de Tirzo Moreno. A pesar de los reclamos de este último, se la llevaron.

A los 15 días regresaron con la camioneta. Traía quebradas las persianas delanteras y un vidrio corredizo en la ventana de atrás. Tirzo Moreno también vio que los asientos, que eran de tela, estaban quemados con cigarrillo.

Los sandinistas le preguntaron dónde se la aparcaban, pero les respondió que lo haría él. Después de aparcarla, sacó una pistola 357 y le estalló las cuatro llantas a balazos. Como si la camioneta pudiera escucharlo, le dijo

--De ahí no te movés.

Los sandinistas se enfurecieron y comenzaron a acusarlo de reaccionario. Al día siguiente, llegó una patrulla sandinista a llevárselo preso para Quilalí.

Cuando llegó a Quilalí, se sorprendió de ver que estaban presos también muchos productores de la zona, gente de dinero. Estaban presos y humillados, sentados en el piso, en la casa que había sido del administrador de rentas de Ocotal, Gregorio Herrera, que se la habían confiscado.

Poco antes de que lo soltaran, llegó el jefe del comando de Quilalí, Pedro Joaquín González, alias Dimas, quien irónicamente después fue fundador de la Contra. Dimas le dijo que lo dejarían libre, pero necesitaban que administrara varias fincas que habían sido confiscadas.

Tirzo Moreno cuando era jefe en la Contra y era conocido como el comandante Rigoberto. FOTO DE CORTESÍA

Tirzo Moreno se negó rotundamente a administrar fincas ajenas y alegó que no iba a usurpar fincas que eran de personas amigas.
Finalmente lo soltaron e inmediatamente Tirzo Moreno decidió salir de Nicaragua. Pensaba que en algún momento las cosas se iban a ordenar en Nicaragua con el nuevo gobierno y después se regresaba al país.

El 7 de agosto de 1979, a menos de un mes de haber llegado los sandinistas al poder, se fue a Honduras.

Ya no regresó. Vio que las cosas empeoraron. Por ejemplo, a su papá, Emigdio Moreno, lo despojaron de sus bienes solo porque le encontraron unos objetos con la imagen de Somoza. Eran unos broches del Partido Liberal Nacionalista (PLN) con la foto de Somoza, que se los regalaban a todo mundo. Además, tenía un calendario también con la foto de Somoza, en la que sale de lentes, con los brazos cruzados, en un escritorio.

Ya en Honduras, Tirzo Moreno conoció a personas que pertenecían al Batallón 3-16, un escuadrón del ejército hondureño que fue creado para perseguir a los comunistas en ese país vecino, pero también se dedicaron a secuestrar gente.

A finales de 1979, los del Batallón 3-16 tenían una gran cantidad de carros almacenados en unos terrenos. Todos esos carros se los habían robado a los nicaragüenses que iban huyendo de Nicaragua cuando llegaron los sandinistas al poder.

A los nicaragüenses que pasaban al lado hondureño los interceptaban, los amenazaban con armas y les robaban los vehículos. El que tenía suerte lo enviaban para Guatemala y, al que no, lo mataban. A todos los nicaragüenses que fueron asesinados, los sepultaron en una finca que se llama Las Hormigas. Según Tirzo Moreno, ahí está esa gente, desaparecida, hasta la fecha.

Tirzo Moreno recuerda a una familia de apellido Baltodano, que era de Diriamba. Iban en un carro Mercedes Benz, color azul cielo, y los mataron. A esos los enterraron en Las Hormigas, que queda un poco adelante de El Guasaule.

“Yo estuve viendo las cartas que la mamá le mandaba a un hermano del que mataron, que se había ido huyendo para los Estados Unidos. Le decía que ya no se preocupara por la mujer, porque se había metido con uno de la Seguridad del Estado, y que él buscara cómo hacer su vida allá. Que ahí le mandaba unas rosquillitas, una bolsa como de seis libras de pinolillo, y unas jícaras”, cuenta Moreno en su libro Entre el ganado y las balas, uno que acaba de escribir como sus memorias.

Los del Batallón 3-16 se reían batiendo en las jícaras el pinolillo y comiéndose las rosquillas.

En 1982, Tirzo Moreno y otros campesinos que también se fueron huyendo del sandinismo, ingresaron a la Contra, el grupo guerrillero financiado por Estados Unidos para combatir a los sandinistas. Tirzo Moreno llegó a ser uno de los principales jefes y fue conocido como el Comandante Rigoberto.

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No todos los que intentaron huir de los sandinistas, en 1979, lo lograron.

Róger Castaño era en febrero de 1979 solo un joven de 19 años de edad que quiso entrar a la Academia Militar de Nicaragua (AMN). Por un lado, le gustaba lo militar. Por otro, no era fácil estudiar en una universidad.

Entró a la Academia e inmediatamente estalló la guerra. Casi sin recibir entrenamiento militar, él mismo pidió que lo enviaran a los frentes de batalla y fue ubicado en la zona sur del país, en Sapoá, bajo el mando del coronel Pablo Emilio Salazar, mejor conocido como el comandante Bravo.

Castaño recuerda que casi tenían expulsados del territorio nacional a los guerrilleros bajo el mando de Edén Pastora, comandante Cero, y a los internacionalistas liderados por el panameño Hugo Spadafora, cuando llegó la orden de que había que abandonar los puestos porque la guerra había terminado.

Fue una desilusión muy grande, explica Castaño, porque los guerrilleros sandinistas solo tenían una posición, una calera en la frontera con Costa Rica, de la cual ya estaban por ser expulsados.

Todos los guardias salieron hacia San Juan del Sur, donde 300 abordaron una barcaza que los iba a llevar a El Salvador. Ahí iba Castaño. Pero, el maquinista alegó que se le había acabado el combustible y tuvo que atracar en El Tránsito, León, el 21 de julio de 1979.

Guardias nacionales y sus familias huyendo de los sandinistas en julio de 1979. FOTO/ CORTESÍA/ IHNCA

En ese balneario los censó la Cruz Roja y, cuando eran trasladados a Managua, a la cárcel El Chipote, oyeron a alguien decir que el comandante Tomás Borge ordenaba que desaparecieran a esos guardias.

Los que llevaban el camión se negaron alegando que esos guardias estaban censados y después sería un problema grande.

“Borge fue un criminal de lesa humanidad. Llegaba en la madrugada (a la cárcel Modelo) a sacar presos para irlos a desaparecer”, comenta Castaño a la Revista MAGAZINE.

Otro exguardia, que pide anonimato, comenta que a las 8:30 de la mañana del 19 de julio de 1979, la Fuerza Aérea de Nicaragua (FAN) estaba casi bajo normalidad. Todavía no había mucha gente. A esa hora ya andaba por ahí el capitán Róger Vega, quien solo decía: “Parece que ya todo terminó. Se fueron todos”, haciendo referencia a los altos mandos de la Guardia Nacional.

Al rato se apareció en la FAN el coronel Sevilla Cuadra con un convoy de blindados, diciendo que todo estaba perdido. A partir de ese momento, a la FAN llegó “un mar de gente”, queriendo salir del país. Eran guardias nacionales con sus familias.

La Cruz Roja llegó prometiendo que los iba a sacar a todos en aviones hacia El Salvador o Guatemala. La gente comenzó a hacer fila, esperanzados. Pero pasaba el tiempo y nada de los aviones.

El capitán Róger Vega enloqueció de repente. Tomó una ametralladora 50 y comenzó a dispararle a sus propios compañeros. Tuvieron que neutralizarlo por detrás. En ese momento, había muchos guardias armados en la FAN. Otro soldado, que estaba en silla de ruedas, se suicidó propinándose un balazo.

La escena que se vivía en la FAN se podría asemejar a la que vivieron los pasajeros del Titanic, ya que se hablaba de que primero iban a subir a los aviones las mujeres y niños.

Algunos aviones llegaron, pero no fueron suficientes para llevarse a todos los que estaban esperando en la FAN. Al igual que ocurrió en el Titanic, cuando la mayoría de los pasajeros murieron ahogados, en este caso la mayoría de los guardias se quedaron y fueron llevados prisioneros a la Zona Franca Las Mercedes, donde la Cruz Roja los entregó a los sandinistas.

Esos guardias, junto a otros que se refugiaron en las iglesias, en la zona norte del país, estuvieron presos 10 años en las cárceles sandinistas. La mayoría fueron liberados en febrero de 1989, en medio de las negociaciones de paz. Los últimos 39 fueron liberados días antes de las elecciones del 25 de febrero de 1990.

Otra escena de guardias con sus familias en el aeropuerto de Managua, huyendo de los sandinistas en julio de 1979. FOTO/ CORTESÍA/ IHNCA

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En las primeras horas de la mañana del 17 de julio de 1979, los ministros de Somoza, el Estado Mayor de la Guardia, los jefes departamentales de la Guardia, los diputados del Congreso y los líderes más altos del Partido Liberal Nacionalista (PLN) llegaron al aeropuerto de Managua para salir del país.

“Tuve la oportunidad de llevármelos a todos del país antes de que el nuevo gobierno marxista comenzara su baño de sangre”, escribió Anastasio Somoza Debayle en su libro Nicaragua traicionada.

Somoza reflexionó un poco y escribió algunas páginas más adelante:

“Había tanta gente que yo quería llevarme conmigo que resultaba imposible hacerlo físicamente. Yo pensé en amigos de toda la vida y asociados que iban a tener problemas muy posiblemente y muy serios con el nuevo gobierno. Dejarlos por detrás representó una decisión de vida o muerte. Pero ninguno de aquellos amigos leales protestó jamás. Ellos podían comprender”.

A las 5:10 de la mañana de ese 17 de julio Somoza abandonó Nicaragua y no volvió nunca más.

Anastasio Somoza Debayle, poco antes de abandonar Nicaragua para siempre.  FOTO/ CORTESÍA/ BILL GENTILE

Ese mismo día, en Washington, en la embajada de Nicaragua en Estados Unidos, su hermana Lillian Somoza Debayle, casada con el embajador Guillermo Sevilla Sacasa, sacaba apuradamente todos los bienes valiosos que tenía en ese inmueble, propiedad de la República de Nicaragua.

Tenía unos cuadros valiosísimos y muchas joyas, además de ropa y otros enseres.

Dos días después, el 19 de julio, en cuanto los sandinistas que estaban en Washington se dieron cuenta que la dictadura somocista había caído, se fueron a la sede de la embajada, rompieron las ventanas y entraron.

Lillian Somoza Debayle, junto a sus empleados, se refugiaron en el segundo piso del inmueble, mientras veían a los sandinistas saquear todo lo que había en el piso de abajo.

Desde arriba, la hermana del dictador observaba como los sandinistas saqueaban los congeladores, donde había mucha carne de corte fino. Con esa misma carne celebraron el triunfo sandinista.

El temor de Lillian era que la descubrieran arriba, pero, afortunadamente, cuenta un exempleado de ella, la Policía de la Casa Blanca era la que cuidaba a las embajadas, por lo tanto, sacaron a los sandinistas y los acusaron de vandalismo.

De esa forma se salvó Lillian Somoza Debayle, quien ya no pudo regresar a Nicaragua. Pero, la dinastía de los Somoza, que inició con Anastasio Somoza García, continuó con su hijo Luis Somoza Debayle, terminó con la salida de Anastasio Somoza Debayle.

El otro medio hermano que tenían, José Somoza Abrego, hijo solo de Anastasio Somoza García, pero no de Salvadora Debayle Sacasa, llegó a Miami en ese mismo año de 1979 y muy pronto abrió un restaurante, que administraban sus hijos, al que llamó Los Ranchos.

Lillian Somoza Debayle con su esposo Guillermo Sevilla Sacasa y dos de sus hijos, en la embajada de Nicaragua en Estados Unidos. FOTO TOMADA DE INTERNET

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El exilio nicaragüense de 1979 dio origen a la comunidad nica en Miami. La mayoría llegaron en avión, a diferencia de los que se exiliaron en 2018, quienes tuvieron que llegar por tierra a Estados Unidos.

Vicente Izaguirre llegó en 1978 a Estados Unidos y tuvo la oportunidad de ver llegar a los nicaragüenses en 1979. Cuenta que se crearon organizaciones para ayudarles y se consiguieron 150 mil permisos de trabajo.

Había refugios en toda la Florida y se comenzaron a integrar a la sociedad. Por ejemplo, Juana Pastora López fue la primera nicaragüense que puso una fritanga en Miami. Era una carne asada que quedaba en el 690 w Flagler Street, en Miami. Después, abundaron las fritangas en esa ciudad estadounidense.

El periodista Rodolfo Román, hermano del padre Edwing Román, llegó en 1980 a Miami y logró conocer a los primeros exiliados nicaragüenses en Estados Unidos. Recuerda que muchos que habían sido profesionales o funcionarios públicos de alto rango en Nicaragua tuvieron que trabajar hasta como guardias de seguridad en Miami.

Había algunos que llegaron con dinero, como los Pallais, fundaron restaurantes, o el chino Wong, quien inició el restaurante El Paisa y la familia de Luis Debayle, quien iniciaron el restaurante El Novillo.

Hubo otros, como el exministro del Trabajo, Justo García Aguilar, o el exministro del Distrito Nacional, Orlando Montenegro Medrano, quienes llegaron muy pobres y tuvieron que trabajar como guardias de seguridad.

Algo parecido ocurrió con Carlos García, exguardia nacional, quien llegó ser ministro de Deportes en el gobierno de doña Violeta Barrios de Chamorro.

Poco a poco, los nicaragüenses se fueron abriendo campo y ahora sus hijos casi perdieron las costumbres nicaragüenses, como comer fritanga, lo cual se ha recuperado con la llegada de los nuevos exiliados, los de 2018.

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Reportaje