Con un acordeón al pecho se convirtió en el cantor de la revolución y con sus versos y amor por Nicaragua, en un símbolo de identidad nacional. Somoteño, sencillo, despistado, seductor... Un recorrido por los 70 años de Carlos Mejía Godoy
Por Arlen Cerda y Dora Luz Romero
Carlos Mejía Godoy entró al mundo de la música con su canción Alforja campesina y de ahí no hubo quien lo detuviera. María de los Guardias, Clodomiro el Ñajo, Credo, El Cristo de Palacagüina, Vivirás Monimbó son apenas algunas de las más conocidas. Y aunque a él no le importen los números, su repertorio es probablemente el más fecundo de los cantautores nicaragüenses. Más de 400, cuenta él. Por su parte, Carlos Mántica Abaunza hizo un inventario, “inconcluso e incompleto”, aclaró, donde señala con punto y coma casi 300 canciones de su autoría. Pero Mejía asegura que más que los números a él lo hace feliz cuando alguien se le acerca y le dice: “Gracias Carlitos, por vos amo más a mi país”.
Le puso música a la revolución sandinista y su acordeón fue el arma con la que luchó contra la dictadura somocista. “Yo no sé cuánto debe la revolución a las canciones de Carlos Mejía Godoy, que lograron organizar un sentimiento colectivo del pueblo, extrayendo sus temas y sus acordes de lo más hondo de nuestras raíces y preparando un sentimiento para la lucha”, dijo el escritor Sergio Ramírez en 1992.
Salido de Somoto, siendo un autodidacta del acordeón, logró con su música llevar un pedazo de Nicaragua al mundo.
En junio pasado, Carlos Mejía Godoy cumplió 70 años y su voz no descansa. “Mi hermano Carlos sigue cantando y componiendo con la misma pasión y ética de la primera vez”, dice Luis Enrique Mejía. No para, ni de día ni de noche. Hay madrugadas en las que se levanta para escribir alguna canción que llegó a su cabeza. Y así es él, siempre listo para cantarle a su Nicaragua, Nicaragüita.
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El eterno seductor
Nunca le ha gustado que lo llamen mujeriego. Esa palabra, dice él, no lo identifica. Él, es un seductor.
“La palabra seducción la asocian a la relación hombre mujer, pero la seducción es más que eso. La seducción es el amor por la vida”, cree. Él seduce desde el escenario, en su casa, en la calle. Seduce a su público, a sus admiradores, a su esposa.
Sus primeros intentos de seducción ocurrieron cuando era apenas un niño. Allá en Somoto, en las tardes de juegos infantiles donde su tía María Teresa Armijo, bajo aquel árbol de almendro, conoció a su primer amor platónico: su prima María Lourdes Paguaga, a quien le ofrecía almendras a cambio de un beso. Un intento infructuoso, pero un amor que registró en la canción que dice: “Aquel almendro de’ onde la Tere es el testigo de mi niñez, bajo su fronda de ancha mesura, caí redondo de calentura por tu cariño María Inés...”. María Inés, confesó más tarde, era María Lourdes.
Con los años, habiéndose convertido en el cantor de la revolución, las mujeres lo seguían. Seguían a aquel muchacho de ojos achinados, sonrisa amplia, cuya voz enamoraba.
Pero si hay alguien que conoce bien al Carlos Mejía enamorado, al Carlos Mejía seductor, es su esposa Xochitl Acatl Jiménez. La conoció cuando ella tenía 18 años, y él 57, le pidió su número y la invitó a salir. Esa noche, se propuso conquistarla. La llevó al Malecón de Managua, le contó sus historias, le cantó, le dedicó sus versos y melodías y al final de la cita hizo un intento por besarla. Ella se negó, pero años más tarde se reencontraron y terminaron casándose en el 2009.
—¿Cuántos veces se ha casado?
—No he tenido tantos matrimonios como la gente piensa —dice tras una risa pícara.
Levanta su mirada como en un intento por recordar y cuenta en voz alta: “A ver. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis. Sí, seis he tenido”. Entre matrimonios y parejas. “Para mí una mujer que vive tres o cuatro años conmigo es mi esposa. Y nunca dejé huellas malsanas, como para no volver a encontrarme con ellas y darles un abrazo. Todas son mis amigas, a todas las quiero”.
Es mirón, y eso ni su esposa ni sus hijos lo ponen en duda. “No nos vamos a engañar, él es bien ojo alegre, no voy a decir que es mujeriego”, dice su esposa, quien reconoce que al inicio de la relación ese fue un problema. Él mirón y ella celosa era difícil llevarse, pero luego entendió que era parte de su forma de ser. “Sí, es ojo alegre, pero descubrí que voltea a ver a una muchacha y no le gusta comentar, se lo guarda para él, entonces me hice su amiga. Y ahora soy yo la que le digo: volvé a ver amor, esa muchacha está bonita. Se ha convertido en un juego para nosotros”.
Coqueto, galante, piropeador, mirón, seductor, sensible y tierno. Ese es el Carlos Mejía que Xochitl Jiménez conoce, con el que se casó.
El problema de todo esto —dice Carlos Mejía— es que la gente confunde entre el Don Juan y el Casanova. “El Don Juan es el de la aventura facilona, el que quiere tener colección. El Casanova no”.
—¿Entonces usted sería más Casanova?
Se carcajea.
—No. No es que sea un Casanova, pero admiro más esa figura. El Casanova es más poeta.

“El ser humano más extraordinario es la mujer”.
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El Carluchín Somoteño
Del horno salían coqueteando las rosquillas, las hojaldres, los bonetes y ahí, como de costumbre, estaba con los ojos bien abiertos como platos, grabando una imagen que recordaría el resto de su vida como un acto de magia. Flaco, con pantalón chingo, siempre risueño y hablantín, listo para saborear los manjares que preparaba su mamá. La cocina sería uno de los rincones favoritos del niño Carlos Arturo Mejía Godoy, que nació el 27 de junio de 1943, y a quien en aquel pueblón de Las Segovias, Somoto, conocían como Carluchín.
Creció en medio de una familia que no cabía bajo la etiqueta de pobre, pero tampoco de rica. Eran simplemente trabajadores. Él era el segundo de la familia. Su mamá, doña Elsita Godoy hacía pan, nacatamales y tenía muchos más oficios. Su papá, Carlos “Chas” Mejía, trabajó de aduanero, carpintero y era un amante de la música.
En aquella casona esquinera, a un par de cuadras del parque central, donde hoy hay una tienda de ropa y se lee: Miscelánea Elsa, creció la semilla de los Mejía Godoy: cuatro varones y tres mujeres, todos con un gusto nato por el arte. Les gustaba pintar, dibujar, cantar, crear. Quizás, aquellos tangos de Gardel o los boleros de Agustín Lara que se escuchaban en su casa fueron los que los enamoraron para siempre.
Carlos Mejía siempre fue el más deschavetado, el más distraído también. “Fui increíblemente torpe para las cosas prácticas”, dice. Y eso le valió regaños. “Yo lo recuerdo travieso, de pantalón chingo, jugando con los otros chavalos y haciendo paseos para el río Musunce”, cuenta Armando Núñez, historiador somoteño. Alegre, inquieto, hablador, lo describe el profesor Ramón Mendoza, contemporáneo suyo.
También vendió chicles en las afueras del cine y lustró zapatos en la Calle Real, todo como un gesto de ayuda para sus padres que explica así: “Lo hice por ahorrar dinero para comprarme mi ropa. Éramos tantos hijos, vivíamos alcanzados, no daba”. Siempre participaba en las actividades deportivas y artísticas organizadas por el padre Rafael María Fabretto. “Con el padre, éramos como pájaros cantores”, recuerda.
Pero siempre volvía a la cocina, ese olor a pan recién horneado lo llamaba. Y también las pláticas de las señoras que ahí trabajaban. Fue en ese lugar, contó en el libro La República de los Pájaros (2007), que escuchó “tantas cosas lindas de la boca de las señoras trabajadoras de nuestra casa, que hoy disfruto al recordar: leyendas, adivinanzas, cuentos de camino y sobre todo los versos sencillos, llenos de candor y picardía”.
“Éramos una familia armónica. Siempre tuvimos en consideración la importancia de núcleo familiar. Gozamos de una paz y serenidad, una vida divertida, también nos daban riata cuando tenían que darnos”.

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Y sería sacerdote...
Las matemáticas nunca fueron lo suyo. Le iba bien en geografía, en castellano, y cuando decía la lección de historia lo hacía con gracia. Le gustaba participar en las veladas, y ese —dice el profesor Ramón Mendoza—, fue el escenario donde Carlos Mejía Godoy comenzó a darse a conocer.
“Era chistoso, amable, pero también era necio. Mientras la maestra hablaba, él no ponía atención”, comenta entre risas Zoila Herrera, quien fue compañera de clases en la escuela Niña Mercedes Alfaro.
A los 10 años recibió una de sus primeras desilusiones: tenía que dejar Somoto e irse al internado del Colegio Salesiano en Granada para cursar primer año de secundaria. “Eso me escapó de matar, pasé como una semana llorando, era como estar preso”, relata. Luego de un año decidió entrar al Seminario Nacional. Sería sacerdote.
Su gusto por los rituales, la ceremonia, el sueño de dirigir un coro, y con los ejemplos del padre Rafael María Fabretto y su tío monseñor Luis Enrique Mejía Fajardo, todo parecía marchar bien. Pero pronto llegó la adolescencia acompañada de las hormonas. Y todo cambió.
“Había un enfrentamiento entre la fe y la realidad. Quería ser santo, pero también me gustaba tocarme, descubrirme. Por una parte me decían esto es pecado, otros me decían que no, esa es la naturaleza. Yo no tenía confianza con mi padre espiritual para decirle: me quiero ir, sentía que él me iba a enterrar. Él tenía la idea de que debía ser un niño santo y esa obsesión a mí me marcó mucho”.
Llorando, frente a un Cristo de madera, Carlos Mejía intentaba contar lo que le pasaba. Un sacerdote jesuita lo invitaba hablar con confianza. No a él, al Cristo. Tenía 15 años, y llevaba tres en el Seminario.
—Soy un cobarde, quiero dejar...
—¡No! —le interrumpe el sacerdote, sos un valiente porque estás enfrentando tu realidad con valentía.
—Es que una muchacha que conocí... es pecado...
—¡No! —insistió el sacerdote—. Todo es lindo, no es pecado.
Aquella conversación definió el rumbo de la vida de Carlos Mejía Godoy. Abandonó el Seminario y ahora, 55 años después, sabe que fue la decisión correcta. No imagina su vida siendo sacerdote.
Luego comenzaron a florecer en él, sin sentimientos de culpa, los amores.
“Vivir el desarrollo metido en un convento, fue trágico para mí”.

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“Recuerdo a Carlos como un muchacho inquieto, desinhibido ... recitaba y cantaba en las reuniones familiares”
Luis Enrique Mejía Godoy, cantautor nicaragüense.
De arma: un acordeón
Dos campesinos con una guitarra de cuerdas rústicas le dieron a Carlos Mejía Godoy sus primeras lecciones de música en su natal Somoto. Leandro Torres y Mundo Sandoval sacaron de esa vieja guitarra “el llanto de la mazurca y la risa cristalina de una polka”, que sedujeron desde pequeño a Carluchín.
Creativo, enamoradizo y despistado. Sus amigos están acostumbrados a que siempre cargue papeles, donde anota letras de canciones, melodías y dibujos. Generalmente, siempre anda un nuevo proyecto entre manos.
También son famosas las anécdotas de cómo escribió una canción completa durante un viaje o cómo compuso otras a partir de una plática, un recuerdo, un paisaje o una palabra.
La primera de sus canciones más populares la escribió cuando tenía unos 15 años y cursaba la secundaria, y a pesar de su conocido despiste y desorden la conservó durante más de seis años hasta que encontró en Otto de la Rocha la voz que debía interpretarla, aunque no todo fue sencillo.
“Alforja campesina, pinolera/ sos el mero escapulario de mi tierra/ cuando vienes del pueblo bien cargada,/ te parecés a una indita embarazada”, se oía a mediados de los 60 la letra de Mejía en la voz de De la Rocha, que hoy tiene varias interpretaciones, pero en ese entonces alguien calificó como un “adefesio” y “ejemplo peligroso” en el estilo de la música nicaragüense.
“Yo lloré, ¡si estaba despegando en mi afición!”, recuerda Mejía, para quien fue la palmada en el hombro del entonces ya famoso músico y compositor Erwin Krüger lo que lo animó a seguir a pesar de la “crítica perversa”.
Mejía, además, considera que su entrada a la música fue un proceso muy lento. Nunca, desde que escribió las primeras rimas, dejó de componer y siempre lo hizo en varios géneros, incluyendo boleros y baladas, pero Wilmor López, que trabajó con él durante varios años, asegura que la historia de su música sería muy distinta si a finales de los 70, de pie frente al edificio de la CBS, en España, y con el último de treinta long play bajo el brazo, su esposa Eveling Lang Salmerón (q.e.p.d.) no lo hubiera convencido de animarse a entrar a la productora, que finalmente catapultó su carrera.

“Cuando la Guardia me empieza a perseguir... me convence esa necesidad de una canción social. Me pone como en una pata de gallina y es un: ‘Vos tenés que hacerlo’. Es la misma circunstancia la que me empuja. No lo busco”.
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Los años de Corporito
Reynaldo Pérez Vega, comandante adjunto de la Guardia Nacional somocista, a quien apodaban “El Perro”, le advirtió a Fabio Gadea Mantilla: “Hombré, tenés un alacrán en la camisa. Vieras como se oyen las canciones de Carlos (Mejía) en la Radio Habana, de Cuba. ¡Ese es comunista!”
“Pérez Vega no era amigo mío, pero cuando yo llegaba a Migración, donde él era el jefe (a mediados de los setenta), me llamaba para darme esa advertencia”, recuerda Gadea Mantilla, propietario de Radio Corporación, donde aquel somoteño hablantín, que había querido ser sacerdote, llegó a pedirle trabajo un día y él lo contrató como locutor.
Gadea jamás le mencionó a Carlos Mejía las advertencias del militar, ni siquiera cuando años más tarde le perdió la pista y se hizo evidente el apoyo de Mejía hacia la revolución que triunfó en julio de 1979 con el derrocamiento de la dictadura somocista.
El Carlos Mejía que Gadea recuerda es a un chavalo inquieto que se pasaba el día anotando coplas y letras de canciones en cualquier papel que encontraba. “Hasta en el reverso de la envoltura de los cigarros –dice– y ni siquiera sé si fumaba”.
El escritor Jesús Miguel Blandón, de quien Mejía asegura que se inspiró para sus primeras parodias hechas a los 24 años en la Corporación, también lo recuerda como una “especie de niño prodigio” en la música nicaragüense, primero tocando el serrucho y más tarde el acordeón.
Blandón asegura que a Mejía le gustó el estilo de parodia que tenían los universitarios de León, que básicamente consistía en tomar la melodía de una canción famosa y cambiar la letra en relación a un suceso local o nacional, incluyendo acontecimientos del régimen somocista.
“Corporito encarna al juglar, para relatar lo que pasa en Nicaragua... Era un personaje comunitario, social, que hablaba de los sucesos”, recuerda Mejía, sobre el sujeto ficticio que a partir de una historia, una escena o una palabra componía sus coplas.
“Yo encontré en la radio un vehículo para comunicarme con la gente. Empecé como simple locutor y de ahí fui saltando. Luego sin proponérmelo empecé a incomodar al régimen”.
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El llamado sandinista
Cuando se preparó para llevar aquella serenata a esa enamorada que le robaba el sueño, allá por los años 60, Antonio Jarquín Toledo solo pensaba en conquistar a esa chavala. Él estudiaba en la universidad de León, era de noche y el clima estaba fresco, dice, aunque ya no recuerda cuál era la canción que le dedicaba. Su susto fue cuando a la mitad de su canción descubrió que a unos pasos de él otro chavalo traía serenata y justamente para la hermana de su enamorada. Ese otro chavalo era Carlos Mejía Godoy, a quien años más tarde le encargaron reclutar para el Frente Sandinista.
La invitación llegó a finales del 73, cuando Carlos Mejía derretía a las chavalas de la época con los camanances que formaba su sonrisa y la Guardia Nacional somocista ya lo tenía fichado por su programa radial de parodias a cargo de “Corporito”. Además, ya sabían que él era el mismo que se ponía a cantar en las calles y mercados unas canciones pegajosas que con tono de humor contaban historias de pobreza e injusticia social y que en algún verso se las arreglaba para colar a Sandino, como en esa María de los Guardias que perdió a uno de los maridos en una guerra de ese “hombre arrecho”.
Jarquín no le había perdido la pista a Carlos Mejía. Desde aquella serenata compartida se hicieron amigos y con frecuencia se reunían para cantar y componer canciones. Además, cuando él ya atendía a los guerrilleros heridos que llegaban hasta el hospital donde él colaboraba como médico con el Frente Sandinista, supo de boca de un guerrillero que “Corporito” era una “inyección de ánimo” para los insurgentes que partían a combatir en la montaña.
“Yo invité a Carlos al Club Social de Somoto y le dije que el Frente Sandinista lo quería reclutar”.
—Pensala y me respondés el lunes —le sugirió Jarquín, creyendo que él necesitaría tiempo.
—No, no —le dijo Mejía Godoy—. Te respondo ahorita mismo y mi respuesta es sí.
Para tratar de despistar a la Guardia se cortó el cabello que ya usaba hasta los hombros y, cuando no cargaba el acordeón para cantar, también transportaba algunas armas y personas en la clandestinidad.
“Mi inserción en el Frente Sandinista fue como la emoción de la Primera Comunión. Me sentía en gracia de Dios, en gracia del pueblo. Me sentía útil, tenía sentido mi vida”, recuerda Mejía.
Para entonces la música que llegaba al país para animar la lucha era la canción dolorosa y de queja suramericana, como la surgida tras el golpe militar contra Salvador Allende en Chile, recuerda Jarquín. Sin embargo, la música que el Frente Sandinista quería escuchar de Mejía era la de tono combativo que llenaba de esperanzas.
C$10,000
fue la multa impuesta a Carlos Mejía Godoy por las parodias de Corporito en 1971. Con el cierre posterior del programa se lanzó a las calles con su acordeón y así inició de lleno su carrera en la música.
US$200,000
aproximadamente fue lo que perdió Mejía Godoy en septiembre de 1978, cuando decidió abandonar su exitosa carrera musical en España para regresar a Nicaragua y canceló sesenta contratos previstos para los próximos cuatro meses.
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Padre de ocho
Abril, 1993. Recién había muerto el cómico mexicano Mario Moreno Cantinflas. Carlos Luis Mejía, de 27 años, que en ese entonces era un niño, se le acercó preocupado a su papá Carlos Mejía Godoy, diciéndole que quería comentarle algo importante. Él, atento, sacó una grabadora y se dispuso a escucharlo.
—¿Entonces quién va a reponer a Cantinflas? ¿No tiene hijos? —le preguntó angustiado.
—Pues no sé, tiene un hijo, pero se dedica a otra cosa —contestó.
—No se preocupe papa, cuando usted se muera yo voy a reponerlo.
Así como un día don Carlos “Chas” Mejía influenció a Carlos Mejía Godoy con la música, él hizo lo mismo con sus hijos, quienes siempre lo vieron con su acordeón al pecho cantándole a Nicaragua. “De sus hijos, tres somos músicos, y los otros sienten un gran gusto musical. Nos apasiona la música nacional y esa es influencia de él”, reconoce Augusto, de 34 años.
Son ocho los retoños de Carlos Mejía Godoy: Carlos Alberto, Jorge, Carlos Alexis, Camilo, Augusto, María Elsa, Carlos Luis y Xochitl.
“Yo recuerdo que le gustaba hacer juegos. Si salíamos a comer a algún pueblo, nos ponía a jugar el que diga qué pueblos hay de aquí a Granada. Era como un Clan de la Picardía, pero en versión familiar”, recuerda Carlos Luis.
Como papá, dice Augusto, es exigente, apasionado y siempre trató de inculcarles la importancia de valorar Nicaragua. También es despistado, vive en la luna y le encanta comer. “En eso nos parecemos todos sus hijos”, cuenta. Le gusta contar chistes, hacer crucigramas y siempre anda haciendo juegos de palabras.
No es un papá de muchos halagos. “A mis 34 años él nunca me ha dicho hiciste bien algo. Nunca te va a echar flores, jamás. Él puede decirlo a terceros, pero a nosotros no. Y creo que es correcto porque no es necesario”, dice Augusto.
Pero aunque no se los diga a ellos, él asegura sentirse orgulloso: “Todos mis hijos me han dado grandes satisfacciones”.

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Carlos Mejía y sus personajes
Las canciones de Carlos Mejía Godoy cuentan la historia de Nicaragua a través de sus personajes. Algunos son de carne y hueso y otros solo parte de su imaginación.
Carlos Mejía Godoy nunca ha llevado la cuenta de sus canciones y confiesa que el número tampoco le importa demasiado. Sus amigos Carlos Mántica Abaunza, Wilmor López y Francisco “Pancho” Cedeño, quienes han estudiado su obra, dan fe de su creatividad y están seguros que la lista con facilidad llega a las 300 canciones.
Según Mántica, “si a Erwin Krüger se le ha llamado alguna vez nuestro gran paisajista, Carlos es nuestro mejor retratista, con el carisma de poder dibujar un personaje y narrar su historia con cuatro pinceladas”.
María de los Guardias, Panchito Escombros, La Tula Cuecho, Quincho Barrilete, Juancito Tiradora, Las mujeres del Cuá o Clodomiro El Ñajo son algunos de los personajes que Carlos Mejía ha creado en sus canciones y que dan la impresión de ser reales. Algunos lo son, otros no, solo están inspirados en pedazos de su vida o en una combinación de personajes que alguna vez conoció. Eso, siempre lo adereza con un poco de picardía y creatividad.
Panchito Escombros” es un personaje creado por Carlos Mejía tras el terremoto de Managua en 1972. Surgió de la necesidad de una canción “B” para el disco de 45 revoluciones que en la cara “A” llevaba “María de los Guardias”, otro personaje inventado a partir de la historia de una mujer que vagaba por las calles de Somoto y se decía que había andado con varios militares.
En cifras
Su esposa, sus hijos, la música y Nicaragua son los grandes amores de Carlos Mejía Godoy.
4
años de casados cumplen este diciembre Carlos Mejía Godoy y Xochitl Acatl Jiménez.
8
son los retoños de Carlos Mejía Godoy. Seis varones, dos mujeres.
2
fueron los músicos de quienes aprendió las primeras lecciones musicales en su natal Somoto: Leandro Torres y Mundo Sandoval.