Hace 30 años, el empresario Jorge Salazar fue acribillado a balazos por miembros de la extinta Dirección General de Seguridad del Estado. Hubo dos versiones sobre su muerte. Una, donde se le acusaba de atentar contra la revolución y otra donde se hablaba de una conspiración de estado y de un vil y cobarde crimen Este homicidio quedó impune
Dora Luz Romero
Fotos de Bismarck Picado y Cortesía
La escena era escalofriante. Un hombre yacía acostado boca abajo en medio de un 1 charco de sangre. Vestía una camisa azul, un pantalón crema y una gorra amarilla. Su cuerpo se mostraba acribillado a balazos. Un proyectil atravesó su cuello, otro su pecho, el hombro y uno más en la pierna, señalaron . posteriormente los informes forenses.
Era lunes. Era 17 de noviembre y el hombre asesinado bajo ese inclemente sol en la gasolinera Esso de El Crucero, era Jorge Salazar Argüello, de 41 años, quien murió a manos de miembros de la extinta Dirección General de Seguridad del Estado.
Eran aproximadamente las 3.15 de la tarde cuando la cinta de la vida de Salazar se detuvo para siempre. Y todo comenzó a retroceder.
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Jorge Salazar se había convertido en una de las voces más críticas a la forma de mandato del gobierno sandinista, que había asumido el poder en julio de 1979.
Días antes de su muerte, el Consejo Superior de la Empresa Privada (Cosep) —donde él era vicepresidente—, junto a vanos partidos políticos y centrales obreras independientes, rompió relaciones con el Consejo de Estado. Algunos roces habrían llevado a tomar esa decisión. "La unidad nacional no existe de hecho", se dijo.
En medio de ese ambiente de fricciones ocurrió la muerte de Salazar. Sobre su asesinato se tejieron varias historias. El Ministerio del Interior, a cargo de Tomás Borge, dijo que su muerte se había dado en medio de un supuesto "desmantelamiento de un complot contrarrevolucionario", en el que Salazar resultó muerto al enfrentarse con las fuerzas de la Seguridad del Estado. La otra versión que corría es que le habían montado una celada y que se trataba de una conspiración de Estado, la cual fue planeada y orquestada por altos mandos y miembros de la Seguridad del Estado. Archivos del Congreso de los Estados Unidos con fecha de abril de 1985, afirman que su asesinato se trató de una "decisión política del Frente Sandinista de Liberación Nacional" que pretendía servir de advertencia de que los desacuerdos de esa índole no serían tolerados.
Han pasado 30 años, y el asesinato de Jorge Salazar ha engrosado la lista de esos crímenes sin esclarecer en la historia de Nicaragua. Han pasado 30 años, y para sus familiares la llaga aún sigue abierta.
Jorge Salazar era un hombre de campo. Nacido en Managua el 8 de septiembre de 1939, dedicó toda su vida a la producción y a la agricultura.
Era uno de tres hermanos. Su hermana mayor, Carmen, falleció de cáncer un par de años antes que él fuera asesinado. Su hermana menor Irene, de 67 años, es la única que vive de los Salazar Argüello.
Su padre, Leopoldo Salazar, estaba dedicado a su Hacienda Hotel Santa María de Ostuma, ubicada entre Matagalpa y Jinotega. Su madre, María Esmeralda Argüello, era ama de casa.
En medio del verdor, las montañas y el clima frío, fueron creciendo estos tres hermanos que nacieron en Managua, pero cuya niñez transcurrió en esa hacienda al norte del país.
Irene, su hermana menor, vive en Costa Rica, y vía telefónica revive aquellos años con sus padres y hermanos. "Pasábamos muy alegre. Éramos una familia grande y la hacienda era un lugar bellísimo", recuerda.
Pero sin siquiera darse cuenta los años fueron pasando, y uno a uno les tocó ir desfilando hacia los internados en los colegios. Primero le tocó a Carmen, la mayor de las hermanas, luego a Jorge, quien fue trasladado al Colegio Centro América en Granada.
Cuenta Irene que desde muy niño su hermano fue una persona amable y educada. "Tenía un sentido del humor increíble", dice y se escucha un suspiro al otro lado de la línea.
Le gustaba salir a tirar, asegura. También montar a caballo y realizar excursiones en la montaña. "Siempre jugábamos. A él le encantaba construir casitas arriba de los árboles y las hacía preciosas", afirma con un deje de nostalgia.
La imagen que Irene guarda de su hermano es la de un muchacho flaquito, alto y que con los años se fue volviendo cada más vez "más guapo".
Jorge Salazar terminó su secundaria en Estados Unidos. Lo hizo en la Culver Military Sch en Indiana. Luego de eso viajó Brasil, a Mina Gerais, donde estudió Ingeniería Láctea. Recién llegado a Nicaragua, con 21 años Salazar se casó con Lucía Cardenal, con quien tuvo cuatro hijos: Karla, Jorge, Claudia y Lucía.
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Sabía que corría peligro. Precisamente por eso había sacado a su familia del país más o menos para mayo o junio de 1980. "Él quería protegernos", asegura su hijo, Jorge. La familia de Salazar se fue a Texas, donde les tocó vivir divididos en la casa de algunos familiares.
En su última visita, toda la familia se reunió, y a Salazar le tocó dormir en un sofá-cama con su hijo. Esa noche, recuerda Jorge, le preguntó a su papá cuánto tiempo más estarían en el exterior. "Me dijo que no sabía, pero que tenía miedo que algo nos pasara. Me contó que había ocasiones que vehículos lo seguían", asegura. Esa fue la última vez que vio a su padre.
En un artículo publicado días después de su asesinato, Alejandro Cardenal, en ese entonces director del Instituto de Turismo, expuso que Salazar le había dicho que estaba siendo perseguido por elementos de la Seguridad del Estado desde hacía varias semanas. "Me dijo que temía por su vida y que había recibido llamadas previniéndole que lo podían eliminar".
Otro que le pidió que tuviera cuidado fue su buen amigo Camilo Fernández Gurdián, con quien estuvo los tres últimos días de su vida. Fernández narró en un artículo publicado en La Prensa en noviembre del 2000, que Salazar le confesó que un alto dirigente sandinista le había increpado a que se fuera a Miami o a la montaña. Él le contestó: "No me voy a Miami; y si me voy a la montaña, será para producir divisas a Nicaragua que tanto las necesita". Luego de contada la anécdota, Fernández le pidió que anduviera con cuidado.
La relación entre Jorge Salazar y el Gobierno era tensa. El 11 de noviembre de 1980 el Cosep, donde Salazar fungía como vicepresidente, hizo un llamado al Gobierno a la reflexión. En un comunicado que emitió decía que a quince meses de la revolución, el gobierno de Reconstrucción Nacional había dejado de ser un gobierno pluralista y que "ha pasado a ser el gobierno de un partido, el FSLN". Mencionaban que en el país no se vislumbraban las bases para el desarrollo de un país "libre y democrático".
Para ese entonces, las elecciones habían sido pospuestas para 1985, y el Gobierno había proclamado su interés de permanecer en el poder.
Los roces se volvieron cada vez más fuertes entre el sector privado y el Gobierno hasta que el globo estalló. El Cosep, partidos políticos y centrales obreras independientes se retiraron del Consejo de Estado por la falta de libertad y democracia para expresarse en el mismo.
En ese momento Salazar, de acuerdo con la decisión, dijo que se debía de actuar con "cordura y madurez y estar listos para las consecuencias que pudieran derivarse de la actitud asumida por los delegados del Cosep de abandonar el Consejo de Estado".
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El lunes 17 de noviembre, Jorge Salazar llegó a Managua desde Matagalpa, donde había pasado el fin de semana junto a sus familiares y su amigo Camilo Fernández Gurdián. Antes de salir aquella mañana —relata Fernández en su artículo—, desayunaron, fueron al beneficio de café y se despidieron de la mamá de Salazar, a quien cariñosamente llamaban Meyaya.
—¿Tas listo? —le preguntó Salazar a Fernández. Le echó el brazo al hombro y le ofreció unas disculpas por haber tenido que regresar a la capital lunes y no domingo, como habían acordado. Subieron a la Cherokee y emprendieron camino.
Llegaron a Managua a eso de la 1:30 de la tarde. Menos de dos horas después, Salazar se encontraba parqueado en la gasolinera Esso de El Crucero, donde esperaba reunirse con alguien.
A la par de su camioneta se encontraba un carro blanco, que según los testigos, tenía casi una hora de estar estacionado. Pronto se escucharon disparos y apareció un tercer carro —blanco también— cuyos ocupantes comenzaron a disparar contra la camioneta de Jorge Salazar. Quienes estaban cerca corrieron despavoridos a buscar cómo refugiarse. "Jamás ni en la guerra había sentido tanto miedo", afirmó uno de los testigos.
Nadie sabía qué era lo que verdaderamente había pasado, pero Jorge Salazar estaba tendido en el piso. Muerto.
Salazar fue trasladado a la morgue El Retiro, donde al médico forense César Zepeda le tocó examinarlo. Zepeda detalló que un balazo le atravesó el cuello y le fracturó la mandíbula. También habló de un tiro en el pecho con "un enorme orificio de entrada en forma irregular que le fracturó varias costillas sin orificio de salida", otro en el hombro y uno más en la pierna. Además, explicó, que varias partes de su cuerpo presentaban laceraciones y excoriaciones.
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¿Qué es lo que había pasado? ¿Quién había matado a Jorge Salazar? ¿Quién lo había citado en ese lugar?
Las versiones comenzaron a tejerse como telas de arañas. Lo ocurrido se prestaba a opiniones, conjeturas y especulaciones, pero los hechos eran dos: Salazar estaba muerto y quienes habían perpetrado su asesinato eran los miembros de la Seguridad del Estado.
Esa misma noche, el Ministerio del Interior (Mint) sacó un comunicado en el que explicaba que la muerte de Salazar se había dado en medio de un "desmantelamiento de un complot contrarrevolucionario". Desde hace varios meses, explicaba el documento, "la Seguridad del Estado tenía conocimiento de que Jorge Salazar junto a otros elementos venía fraguando planes en común acuerdo con exguardias somocistas para atentar contra el proceso revolucionario".
Supuestamente, ese día, la Seguridad del Estado supo de un trasiego de armas, que serviría para la Contrarrevolución, por lo que se decidió proceder a la captura. "Los complotados", decía el comunicado, abrieron fuego contra las autoridades de la Seguridad del Estado y ahí murió Salazar. La justificación de su asesinato era que este "atentaba contra la revolución" y que se reunía con exmilitares somocistas para llevar a cabo el supuesto "golpe de Estado".
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El Mint no tenía pruebas para sustentar lo que decía, sin embargo era cierto que Salazar se había reunido con exguardias somocistas en el extranjero.
Unas semanas antes de su murte, Salazar viajó a Costa Rica para reunirse con Justiniano Pérez, segundo de la EEBI y Guille Mendieta Chávez, militar somocista. La reunión ocurrió en el restaurante Chalet Suizo, donde hablaron durante unas dos horas esa tarde —detalla Mendieta en libro Militares centroamericanos, le propusieron a Salazar que de exiliarse y librar su lucha desde el extranjero, ya que tenían conocimiento de intentos de emboscarlo en Managua. Salazar no aceptó dijo que creía estar tomando precauciones necesarias.
En esa plática además le ofrecieron la dirección de la llamada Alianza Democrática Revolucionaria Nicaragüense (ADREN), una organización que reunía todas las tendencias en el exilio. Salazar agradeció el gesto, pero aseguró que no era momento de salir de Nicaragua y que su lucha continuaría desde su país.
El Mint insistía en la versión del supuesto "ataque contrarrevolucionario", pero en el camino les tocó reconocer cómo ocurrieron los hechos. No se trató de un intercambio de disparos, tal y como se dijo. Tomás Borge, director del Mint, admitió que Salazar ni siquiera iba armado, pero "que su compañero sí”.
El compañero de Salazar era Néstor Moncada Lau, quien luego se supo era un infiltrado de la Seguridad del Estado. Moncada Lau fue quien abrió fuego en contra de los agentes de la Seguridad del Estado. En ese "complot" —ha dicho Karla, hija de Salazar— estuvo involucrado además Álvaro Baltodano, miembro de la Comandancia del Ejército.
Esa era la otra cara de la moneda. La cara que presentaba que se había tratado de un milimetrado y cobarde asesinato para callar a Salazar.
También se habló de una conspiración de Estado.
Según unos archivos del congreso de los Estados Unidos con fecha de abril de 1985, la decisión de asesinar a Salazar salió de la Dirección del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Hubo una reunión, se menciona, en la que participaron los altos mandos. Lenín Cerna, Luis Carrión, Humberto Ortega, Juan José Úbeda, Raúl Cordón, Róger Mayorga y el jefe de Contrainteligencia cubana quien se hacía llamar Carlos Lingote.
"Ortega (Humberto) declaró que la decisión política realizada por la Dirección para asesinar a Salazar sería como un ejemplo para los otros líderes del sector privado, que semejantes desacuerdos a tan alto nivel dentro del sector privado, no serían tolerados", reza el texto.
El jefe de la Contrainteligencia cubana, menciona el archivo, intentó disuadirlos para que no se cometiera tal acción. Es un error, les dijo, y les advirtió que traería repercusiones políticas. El plan siguió su marcha y "la tarea de matar a Salazar fue dada a Juan José Úbeda", quien era el segundo al mando en la Seguridad del Estado. El segundo, después de Lenín Cerna.
Comenzaron a aparecer nombres, apellidos, escenas, testigos y los diarios llenaron sus páginas contando la historia detrás de la muerte de este líder empresarial. Se hablaba de cómplices, de traidores, de detenidos. Barricada, el órgano oficial del FSLN, publicó una lista de personas detenidas en la que aparecían Leonardo Somarriba, José Mario Hannon, Dora María Lau, Alejandro Salazar, Gabriel Lacayo y Néstor Moncada Lau.
Los detenidos, que supuestamente eran aliados de Salazar en la "conspiración", fueron procesados por delitos contra la Seguridad. Se les condenó entre uno y once años de prisión, pero la apelación de sus abogados llevó a la Corte a absolverlos, ya que no encontraba ni delitos, ni culpables.
Del otro lado, no ocurrió nada. Los miembros de la Seguridad del Estado que asesinaron a Salazar no fueron procesados, ni siquiera acusados. Andaban libres, cobijados por el partido de gobierno.

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Había un sol inclemente. Era 19 de noviembre y sobre las calles de Bolonia la multitud caminaba a paso lento. Algunos entonaban las notas del Himno Nacional, otros cargaban el retrato de Pedro Joaquín Chamorro y otros llevaban mantas donde se podía leer: "No más represión".
Eran más o menos las 11:30 de la mañana cuando el gentío acompañaba a Jorge Salazar en su último recorrido por las calles de la capital. Su ataúd iba cobijado con una bandera azul y blanco. Ese día, ni su esposa ni su hermana, ni sus hijos pudieron acompañarle.
Irene, su hermana, vivía fuera del país y no pudo regresar. "Cuando me avisaron me dio desesperación. Todavía me cuesta hablar de eso. Han pasado 30 años y no puedo evitar llorar", dice. Hace una pausa, aclara su garganta y continúa, "son 30 años y esto sigue latente como el primer día. Tengo ganas de que no sea cierto y lo peor es que como no lo enterré lo sigo buscando. Siento que voy por las calles y un día lo voy a ver", confiesa con la voz quebrantada.
La esposa de Salazar, Lucía Cardenal, y sus cuatro hijos tampoco pudieron estar en el entierro. "Él le había prohibido a mi mamá que regresáramos a Nicaragua, entonces no fuimos a su entierro", cuenta su hijo Jorge, quien es de los que piensa que es importante finiquitar las etapas en la vida. La familia empezó de cero en el exilio y fue hasta 1990 que regresan por primera vez al país. "Esa vez fuimos por primera vez a ver la tumba de mi papá. Fui con mi mamá y pues cuando llegamos había una gran bandera del Frente Sandinista a la par de él. Mi mamá se atacó en llanto porque es difícil aceptar la muerte y más cuando lo dejaste de ver y diez años después sabés que está metido en ese hoyo", asegura.
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Pero la imagen que Jorge guarda de su padre es la de aquel hombre sonriente que iluminaba cada lugar al que llegaba. Lo recuerda de sombrero, vestido de caqui y aun siente el olor a monte. Lo recuerda esa noche que les tocó dormir juntos por última vez.
En 1995 la familia Salazar Cardenal regresó a Nicaragua para quedarse definitivamente. "Yo decidí regresar porque los asesinos de mi padre no me iban a quitar a mi país. No podía aceptar que además de haber perdido a mi padre, me obligaran a vivir en el exilio", asegura Jorge.
Han pasado 30 años desde la muerte de Salazar, Jorge lleva 30 años extrañándole. Lleva 30 años durmiendo con su padre en pensamiento. Pero la espina que le ha molestado todos estos año —reconoce— es "la cobardía con la que lo asesinaron". Por eso, afirma, él no perdona. "Y la única manera que podemos olvidar todo esto o superarlo es haciendo elecciones libres en este país. Toda la saga de la muerte de mi padre se resume en eso, se resume en darle opción al pueblo de Nicaragua de poder elegir", considera.
Pero al menos él duerme tranquilo, asegura. A diferencia de los asesinos quienes cree "deben tener 30 años de estar durmiendo con el fantasma que ronda sus conciencias".
Dónde están los involucrados
Estos son algunos de los nombres que salieron a relucir tras la muerte de líder empresarial Jorge Salazar.
Tomás Borge era el ministro del Interior. Actualmente es embajador de Nicaragua en Perú.
Lenín Cerna era el director de la Seguridad del Estado. Actualmente es un cercano colaborador del presidente Daniel Ortega.
Juan José Úbeda era el segundo al mando de la Seguridad del Estado y se dice que fue a quien se le dio la orden de asesinar a Salazar. Actualmente es vicepresidente administrativo de Iniser.
Néstor Moncada Lau, miembro de la Seguridad del Estado, se hizo pasar por amigo de Salazar y se asegura que estuvo involucrado en su asesinato. Actualmente es un cercano colaborador del presidente y protegido de la primera dama, Rosario Murillo.
Humberto Ortega era el ministro de Defensa y jefe del Ejército. Actualmente está retirado y vive en Costa Rica.
Álvaro Baltodano, exmiembro de la Comandancia General del Ejército y acusado de ser partícipe del asesinato de Jorge Salazar, actualmente es Delegado Presidencial para las Inversiones y secretario técnico de la Comisión Nacional de Zonas Francas.