Doce cruces, tragedia en Semana Santa 2010

Reportaje - 12.02.2018
Accidente de Rivas

En la Semana Santa de 2010, ocurrió uno de los accidentes de tránsito más impactantes de Nicaragua: 12 jóvenes murieron en Rivas. Para los familiares los años han pasado, pero el dolor sigue intacto

Por Julián Navarrete

Toda una noche Jean Carlos Páez estuvo en la cruz del kilómetro 118 de la Carretera Panamericana Sur. Había llegado porque en Rivas se decía que ahí asustaban las 12 personas que murieron en el accidente de tránsito del 3 de abril del año 2010. Cerca de una piedra gigantesca llamó a sus amigos, pero sus gritos se perdían en el terreno árido.

Páez fue uno de dos sobrevivientes de aquel día fatal de Semana Santa. Iba dormido en la cabina de la camioneta y por eso no recuerda el momento que impactaron contra un taxi y luego a un bus. No sintió los giros que dio el vehículo, mientras dejaba regados los cuerpos en el lugar.

Cuando abrió los ojos todos sus amigos habían sido enterrados y uno de ellos era acusado por todas sus muertes. Páez estuvo varios meses internado en el hospital, luego de salir vivo de uno de los accidentes más mortales del país de los últimos años.

Durante mucho tiempo Páez tuvo miedo de volver a manejar en la carretera. No quería pasar por el lugar, ahora señalado por una cruz blanca. No era para menos: estuvo cinco días en coma, tenía desprendida parte de la cabeza, las manos quebradas, un hierro ensartado en la clavícula; la lengua y los ojos hinchados y como 40 esquirlas de vidrios enterradas en la cara. Solo pudo recuperarse con tratamiento neurológico.

Hace casi ocho años ocurrieron los dos impactos. Dos golpes que sacudieron a la ciudad de Rivas. Murieron 12 jóvenes de entre 16 y 27 años de edad. Desnucados todos. Imágenes dantescas circularon después en la web. En este lugar el tiempo permanece estancado para dos sobrevivientes que se han querido morir y familias a las que se les apagó la vida.

Así quedó a camioneta en la que viajaban los 14 jóvenes que se accidentaron. Foto: Archivo

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Los impactos ocurrieron a las 4:40 de la mañana del sábado de Semana Santa. La camioneta regresaba con 14 personas desde San Juan del Sur hacia la ciudad de Rivas. Aldo Mora, conductor, y Jean Carlos Páez, pasajero, iban en la cabina del vehículo. Los demás venían en la tina, cantando y tocando tambores.

El informe de la Policía Nacional determinó que las causas del accidente fueron exceso de velocidad, invasión de carril e ingesta de licor por parte del conductor. Las primeras informaciones apuntaban a que Jean Carlos Páez era el conductor del vehículo. Sin embargo, horas después los peritos comprobaron que Aldo Mora era quien manejaba.

Por la gravedad de los golpes que presentaba, Páez fue trasladado al Hospital Lenín Fonseca, de Managua, mientras que Mora fue llevado al hospital de Rivas para controlar el shock nervioso que tenía, después de ver a todos sus amigos muertos.

“Cuando a Aldo Mora le preguntaron quién venía manejando, él respondió que Páez era el conductor”, dice Ramón Villarreal, periodista de LA PRENSA en Rivas. “Después del impacto, Mora quiso trasladar a Páez al asiento de conductor para que le cayera la culpa”, dice Villarreal, quien cubrió la noticia desde las cinco de la mañana.

Aldo Mora y Jean Carlos Páez fueron los únicos dos jóvenes que asistieron al concierto de la banda Rabanes, en San Juan del Sur. Sus otros amigos se quedaron en la costa, tocando tambores y esperando a que ellos salieran de la fiesta.

Páez salió borracho del concierto. Varios de sus amigos lo montaron en la cabina. Cayó en un sueño tan profundo que tras el accidente no sintió cuando Aldo Mora lo cambió al asiento de conductor.

“Yo me imagino que Aldo lo hizo porque estaba nervioso. Uno no sabe cómo actuar. La misma desesperación. Pero es algo que yo no haría porque es muy delicado culpar a otra persona de unos delitos tan graves”, dice Páez.

Cuando el periodista Ramón Villarreal llegó al sitio parecía que alguien les había lanzado gas sarín: una docena de cuerpos regados en la carretera, cubiertos con mantas celestes. Había manchas de sangre por doquier: en el costado izquierdo del bus, sobre la carretera y en los márgenes montosos.

“A los bomberos les tocó tapar los cuerpos y quitar los restos humanos que habían quedado tirados por todas partes”, dice Villarreal, quien asegura que es el accidente más impactante que le ha tocado cubrir.

Jean Carlos Páez, sobreviviente del accidente. Foto: Óscar Navarrete

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Hay cinco retratos colgados en la pared del fondo del Gimnasio Alexis Argüello, de la ciudad de Rivas. Las fotos corresponden a los integrantes del equipo de futbol sala Los Lobos, que murieron en el accidente del 3 de abril de 2010. Los tres primeros miembros son los hermanos José del Carmen (20 años), Carlos Alberto (18 años) y Raúl Ángel Muñoz Grillo (16 años).

Los tres hermanos tenían bastantes admiradoras en Rivas. De tez blanca, risueños, facciones suaves, les gustaba el futbol sala, el rock metal y salir con sus amigos. José del Carmen estudiaba Diseño Gráfico, en Managua. Carlos Alberto soñaba con casarse con una millonaria, mientras que Raúl Ángel quería ser arquitecto, según recuerda Gladys Muñoz, quien fuera novia de José del Carmen durante cuatro años.

Los otros dos retratos que están colgados son los de Erwin Mora (19 años) y Daniel Molina (18 años). Los cinco miembros del equipo de futbol sala, junto con Aldo Mora y Jean Carlos Páez, eran amigos de toda la vida.

Las otras siete personas que murieron pertenecían a otro grupo de amigos que pidieron “ride” en la gasolinera de San Juan del Sur. El enlace para montarse en la camioneta fue José Reinaldo Lacayo (24 años), quien solicitó el traslado para él y sus seis amigos: Néstor Bonilla (20 años), Ligia Guido (24 años), Francis Alguera (27 años), Yunielka Bolaños (24 años), Augusto Quintanilla (24 años) y Belkis Rodríguez (16 años).

Ligia Guido era sobrina política del alcalde de Rivas. Augusto Quintanilla tenía raíces cubanas. Francis Alguera y Yunielka Bolaños eran las mayores del grupo. Pero la historia que más conmovió fue la de Néstor Bonilla y Belkis Rodríguez, una pareja que tenía 22 días de vivir junta y estaba esperando un bebé.

Los que estuvieron en Rivas aquel día lo recuerdan como lúgubre. En cada calle del pueblo había un velorio, y los pobladores caminaban en romería para estar un rato con cada familia de los jóvenes fallecidos. “Fue un día muy triste e impactante para Rivas. Primero por la cantidad, en segundo lugar por la juventud de los fallecidos, y en tercer lugar por la forma en que murieron”, dice el padre Gregorio Barreales.

Los doce jóvenes murieron desnucados. Foto: Archivo

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Un día antes de morir, Daniel Molina pintó la casa donde lo velaron. A su tía Mimi, una señora de más de 70 años de edad, le gustaba ir a las velas, hospitales, entierros y procesiones religiosas. Esa mañana, mientras estaba con la brocha en la mano, a modo de broma Molina dijo:

—Estoy pintando y dejando bonito para cuando muera mi Mimi.

“Sin saber que pintó para su propia vela”, dice Lissette Castillo, su mamá. A su hijo le decía Daniel “El Travieso” por sobrada razón. Una vez lanzó, junto con otro amigo, una bomba lacrimógena en la escuela que por poco provoca que lo expulsaran del colegio.
Daniel era el mayor de los tres hijos de Castillo. “La muerte de un hijo no se la deseo ni a mi peor enemigo. La mitad de mi vida se me fue con él”, dice la madre.

Algunas noches, cuando se apagan las luces de la casa, Castillo se queda en la sala platicando con un retrato de Daniel. Le cuenta sus problemas y le pide que proteja a sus hermanos. Los viernes, días en los que su hijo regresaba de estudiar Mecánica Electrónica en Granada, los prefiere pasar en otro barrio porque su casa le trae muchos recuerdos.

“Yo lo lloro cada noche que me acuerdo. Es un impacto grande. Para mí es como que si no se hubiera muerto y él estuviera en Granada. A veces creo que se va aparecer en la puerta y me va a tocar el candado, a como lo hacía siempre”, dice Castillo.

La mamá de Daniel nunca se imaginó que su hijo fuera tan popular. Centenares de personas le llegaron dar el pésame y cada una le contaba historias con él. Castillo no sabía, por ejemplo, que a veces su hijo se iba a tocar con una banda a Costa Rica. O que ayudaba a un amigo a vender pan en San Juan del Sur.

“El día que se murió, se me aparecieron personas que nunca había visto dándome el pésame. Me abrazaron como 20 muchachas que decían que eran sus novias. Yo ni sabía con quién andaba”, dice Castillo.

Cada 3 de abril los amigos de Daniel y su mamá van al cementerio. Le llevan un queque, encienden un cigarro y le cantan las canciones que le gustaban. “Yo repudié a Dios por habérmelo quitado, le reclamaba por qué tuvo que ser él en lugar de tantas personas malas que hay en el mundo”.

Lisseth Castillo, madre de Daniel Molina Castillo. Foto: Óscar Navarrete.

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Gladys Muñoz y Carlos Torres escaparon de la muerte por pura casualidad. Gladys Muñoz, era novia de José del Carmen, uno de los tres hermanos muertos en el accidente. Y Carlos Torres era un amigo que estuvo a punto de montarse al vehículo del destino fatal.
Muñoz viajó esa tarde con todos los muchachos de Rivas a San Juan del Sur. Sin embargo, en la bahía se separó de ellos y se fue con su familia. Acordó con José del Carmen, su novio, encontrarse en la madrugada para regresar a Rivas, pero él nunca le volvió a contestar sus llamadas.

A las cinco de la mañana Gladys miró que una tía entraba a la casa llorando. Ella, de ver a su tía en ese estado, también comenzó a llorar.

—¿Qué le pasó a mis hermanos? —preguntó Gladys.

—No son ellos —le respondió su tía, atacada en llanto—. Erwin es el que se accidentó.

Erwin Mora era primo de Gladys, pero ella sabía que la peor noticia no era esa. Lo que exponía esa afirmación era que José del Carmen, su novio, también se había accidentado, pues nunca se separaba de Erwin. “En ese momento yo supe lo peor y me quebré”, dice Muñoz.
A los minutos la llamó su suegra, Ana Cecilia Grillo, quien de inmediato le preguntó por su hijo, José del Carmen.

—No está conmigo —le dijo Gladys.
—Pero ¡por qué! Si ustedes nunca se separan —le dijo Ana Cecilia, con la voz destruida, y finalizó—: Tenía la esperanza de que al menos él estuviera vivo.

Tras la muerte de sus hijos, Ana Cecilia también sufrió las pérdidas de su mamá y su única hermana. Ahora ella vive sola en la casa donde solían permanecer sus hijos con sus amigos. “Ella ha estado muerta en vida. No sale. Esa casa nunca está abierta. Y habla con muy pocas personas”, dice Gladys Muñoz.

Ana Cecilia entró en depresión. Abandonó el trabajo, a su pareja y dejó de frecuentar amistades. Estuvo yendo a psicólogos junto con Gladys, pero no ha logrado sobrellevar la tragedia. Para este reportaje la buscamos, pero se negó a hablar porque el recuerdo de sus hijos la hacía llorar al instante.

Carlos Torres, abuelo de los tres hermanos Torres, también se emocionó cuando lo consultamos. Sin embargo, contó que para él la tragedia hubiera sido peor, ya que su hijo también hubiera muerto ese día.

Carlos Torres Jr., al ver el estado de ebriedad de Aldo Mora, le pidió las llaves para manejar de regreso a Rivas. En lugar de acceder a dárselas, según Torres, Mora lo embistió con el carro y lo ofendió. De esa manera fue que Torres Jr. se salvó, al no subirse a la camioneta que minutos después se estrelló en el kilómetro 118.

Ana Cecilia Grillo, madre de los tres hermanos Muñoz Grillo, muertos en el accidente. Foto: cortesía

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Tres días después del choque, la Policía de Rivas llegó a traer a Aldo Mora hasta su casa. El Ministerio Público lo acusaba por los delitos de homicidio imprudente y lesiones imprudentes. “Que me ayuden, que me saquen. Prefiero morirme ahí (cárcel) adentro. Que me saquen de ahí, que me saquen. No quiero ir ahí, no quiero, yo me voy a morir. Me voy a morir por estar ahí. Yo soy inocente, no quiero”, gritaba Aldo, entre lágrimas, cuando tenía 21 años de edad.

Según el periodista Ramón Villarreal, durante un mes en una radio local comenzó una campaña a favor de Aldo para que lo liberaran. En Rivas también se convocaron marchas pidiendo su libertad. “Lograron hacer presión, hasta que los familiares accedieron a perdonarlo y no continuaron con el proceso”, agrega Villarreal.

Hubo, sin embargo, dos familias que se fueron a juicio, pero abandonaron la acusación contra el conductor. Fue de esa manera que Aldo Mora nunca fue condenado por las 12 muertes.

El castigo contra Aldo Mora, no obstante, ha durado todos estos años por parte de sus familiares. La madre de Erwin Mora, quien murió en el accidente, y es tía de Aldo, le dejó de hablar a pesar de que viven en la misma casa.

Gladys Muñoz, su prima, tampoco le habla desde el accidente. Otro que dejó de salir con él fue Jean Carlos Páez, el sobreviviente a quien Aldo trató de inculpar, según recopiló la Policía.

Lissette Castillo, madre de Daniel Molina, siente coraje cada vez que mira a Aldo en la calle. En una ocasión que se lo encontró manejando, ella le gritó: “asesino”. “Nunca lo perdoné. Yo no lo tolero. Él anda tranquilo, como si nada. Tal vez lo hubiéramos perdonado si hubiera venido a la casa a pedir disculpas, pero ni eso hizo”, dice Castillo.

Encontramos Aldo Mora en su casa, pero se negó a dar una entrevista. “Yo no quiero hablar porque eso puede levantar el avispero. La gente todavía me dice cosas y peor por redes sociales, que me ofenden”, dijo Mora.

En Facebook hay una página que se llama “Siempre los recordaremos”, en honor a los 12 fallecidos. Karol Santana es una de las que más escribe. Dice que a menudo voltea al cielo y le gusta pensar que la bendicen. Los recuerda por la mañana, por la noche, mirando las estrellas. A veces ve la luna y suspira con una canción, un lugar, una sonrisa, un abrazo.

Quizá la muerte graficó sus vidas. La velocidad insuperable de la juventud. La negrura cerrada de la madrugada. La torpeza de avanzar por la dirección contraria. Hasta que la cruda vida golpea sus sueños. El horror de la muerte y la belleza de los recuerdos. Todo a la vez.

En Rivas se convocaron marchas por la libertad de Aldo Mora, conductor del vehículo, quien al final fue perdonado. Foto: Archivo

¿Quiénes eran?

José del Carmen Muñoz, de 20 años de edad, estudiaba Diseño gráfico en la Universidad de Ciencias Comerciales. Al momento de su muerte era presentador de un programa de televisión. Era el favorito de su mamá, Ana Cecilia Grillo. Soñaba con irse a trabajar a Europa.

Carlos Alberto Muñoz, de 18 años de edad, era apasionado al futbol. Era el más hiperactivo de los tres hermanos Muñoz, el favorito de su abuela paterna y el más popular.

Raúl Ángel, de 16 años de edad, era la adoración de su papá, con quien dormía en el mismo cuarto. Soñaba con ser arquitecto.
A Erwin Mora, de 19 años de edad, le decían Milín. Estudiaba primer año de Mercadeo. Jugaba futbol sala en el equipo Los Lobos. Era primo hermano de Aldo Mora, el conductor de la camioneta.

Daniel Molina, de 18 años de edad, era el quinto integrante del equipo Los Lobos. Estudiaba Mecánica electrónica en Granada. Tocaba el redoble en la banda de guerra de Rivas.

Ligia Guido, de 24 años de edad, era sobrina política del alcalde de Rivas. Según quienes la conocieron, era extrovertida, fiestera y le gustaba organizar eventos. Siempre participaba en las colectas para causas altruistas.

Augusto Quintanilla, de 24 años, tenía raíces cubanas y jugaba beisbol.

Belkis Yahoska Rodríguez y Néstor Bonilla eran una pareja originaria de Belén, Rivas. Rodríguez estaba embarazada al momento que falleció. Ambos tenían 22 días de vivir juntos.

José Reinaldo Lacayo, de 24 años, era locutor de radio. Fue quien pidió “ride” para él y sus seis amigos. Todos fallecidos.

Fotos crudas

En internet circula una publicación con el título: “Fotos fuertes de un terrible accidente automovilístico”. Las imágenes fueron tomadas por peritos de la Policía de Rivas que, de alguna manera, se filtraron en la web y desde entonces siguen circulando libremente.

“Las imágenes no sirven más que para tomar conciencia, y como una muestra más de que nunca se debe conducir en estado de ebriedad. Está bastante claro que las fotos son muy fuertes y no aptas para personas sensibles”, advierte la publicación.

Según fuentes de la Policía de Rivas, los peritos que filtraron las fotos fueron suspendidos de la institución. Se presume que por descuido hayan sido olvidadas en un cibercafé y a partir de ahí se difundieron.

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