Antes de convertirse en el destino turístico al que todos quieren ir, estas islas fueron cárceles naturales en las que Anastasio Somoza García recluyó a sus enemigos. Este es el pasado de infierno de la paradisíaca isla del Caribe nicaragüense
Por Tammy Zoad Mendoza M.
Los guardias llegaron antes de la medianoche. Abrieron los portones y ordenaron que se levantaran. Uno a uno fueron saliendo de las celdas de La Aviación y El Hormiguero, donde estaban presos por “subvertidores” y “comunistas”. Estudiantes universitarios, abogados y simpatizantes del recién nacido Partido Liberal Independiente, todos habían sido arrestados en las protestas civiles que desde abril de ese año se alzaban en oposición al Gobierno.
Era julio de 1944 y el presidente Anastasio Somoza García, con siete años en el poder, ya había manifestado su deseo de reelección para los comicios de 1947. Todo el que se opusiera recibía escarmiento en la cárcel. Pero esa madrugada del 14 de julio los sacaron y los llevaron a sus casas, escoltados, para despedirse de sus familias. Iban a Corn Island, sin boleto de regreso. “¡Desterrados! ¡Confinados a Corn Island!”, titulaba La Prensa en la portada de ese día.
“Corn Island es una isla pequeña, a su alrededor abundan tiburones y está casi completamente incomunicada con el resto de Nicaragua. El presidente de la República a esta hora de libertades y manifiestos, concede a ciertos reos políticos unos meses (?) de ‘vacaciones’ en la preciosa isla”, reza un artículo de La Prensa que denuncia las medidas drásticas.
El Gobierno había dispuesto enviar a los presos políticos a la “Isla del Diablo”, como le llamaban entonces a ese remoto lugar en el mar Caribe del que poco o nada se sabía, y al que nadie quería ir. Los desterrados por el Gobierno fueron enviados en un vuelo especial de Taca hasta Bluefields y de ahí debían continuar la travesía forzada en lanchas. No se sabía cuánto tiempo ni en qué condiciones estarían ahí, pero era una orden llevar al primer grupo esa madrugada al aeropuerto. En ese fin del mundo cumplirían su condena indefinida por comunistas.
Antes y después del gobierno de Anastasio Somoza García hubo confinamientos a zonas inhóspitas del país y expulsiones al extranjero, pero fue él quien hizo del destierro una de sus formas predilectas y elegantes para castigar a sus opositores. “Al inicio Somoza García quiso mostrarse como un líder benévolo. Prefería desterrar que dejar por mucho tiempo en la cárcel a los opositores. El más famoso de los destierros fue el destierro a Corn Island”, asegura el doctor Carlos Tünnermann Bernheim.
“Isla del Maíz-14 de julio 8 a.m. María Teresa Gallard. Casa Prío, Managua. Gracias a Dios llegamos bien. Así espero estén ustedes. Abrazos. Fernando Abel Gallard”, decía una notita al pie de la portada de La Prensa del 15 de julio de 1944, como un servicio social para informar a los familiares. Ese día empezó el histórico destierro a Corn Island de 22 presos políticos.

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Recorrieron 271 kilómetros en línea aérea desde Managua hasta Bluefields. Les faltaba el trayecto en lancha para llegar a Great Corn Island, a 83.3 kilómetros de la bahía. Los blufileños les recibieron a media mañana con víveres y cigarrillos para alivianar un poco su travesía. Fueron casi dos horas en las que en más de una ocasión temieron naufragar. El mar estaba agitado, la lancha no era muy grande y estaba desvencijada. De caer al agua, ¡sálvese quien pueda! Ninguno llevaba chaleco salvavidas.
Al llegar, vieron un espectáculo natural. Las aguas diáfanas dejaban ver el fondo marino turquesa, arena blanca, las palmeras meciéndose con pereza. Parecía el paraíso, pero pronto se convirtió en un infierno a más de 300 kilómetros de casa.
“La vida aquí es dura”, declaró Rito Jiménez Prado a su regreso del destierro, a mediados de agosto de 1944. No había agua potable. No había mucha comida, se comía poco y mal. Las nubes de moscas los perseguían por todos lados y los zancudos no daban tregua. El sol, la humedad y el viento que erosionaba la piel, los sumía en un permanente estado de sopor. “Es verdaderamente deplorable e insufrible la vida que se hace en Corn Island”, dijo Rito Jiménez.
De los 22 confinados, 19 fueron recluidos en una casa bodega. Tres tuvieron la suerte de encontrar tan lejos a viejos amigos o conocidos que los asilaran en sus casas. El resto anochecía y amanecía hacinado en la vieja bodega. No siempre se podía dormir. Sin almohadas, sin sábanas, sin cama. Cada quien, como mejor pudo, procuró hacerse un nicho para pernoctar.
De noche el vapor de todo el día les cobijaba y en la madrugada el frío les arañaba la espalda. A la plaga de moscas y zancudos se le sumaban los jejenes, esos diminutos y fastidiosos chupasangre que se pegaban a ellos todo el día. Si llovía, recogían agua en barriles; si no, había que sacar con cuencos y con mucho cuidado el agua de la superficie de los charcos rezagados.
Cuando se acabaron las provisiones de casa, los hombres acostumbrados a estar en un salón de clases, en oficinas o en sus negocios en la capital, tuvieron que convertirse en recolectores, pescadores y hasta médicos naturistas para sobrevivir. Debían conseguir por sí mismos los alimentos el tiempo que estuvieran ahí.
“No hay tal abundancia de pescado y langostas, solo una vez conseguimos pescado y seis veces vi langostas pasar”, mencionó en su testimonio a La Prensa uno de los confinados. “Los negros nativos no hablan español, nos trataron bien, pero temían ayudarnos por miedo a represalias de la Guardia Nacional”.
Un par de guardias eran los encargados de su cuido. Una vez al día o cada dos, levantaban lista. Se habló de un intento de fuga, pero ellos aseguraban que no hubo tal cosa. Nadie quería acercarse a ellos, eran los malditos por el Gobierno. Cuando alguien llegaba a la isla con provisiones o correspondencia, realizaban trabajos forzados para ganarse el derecho a sus encomiendas. No había acceso a medicinas, así que todas las infecciones intestinales, renales, las erupciones en la piel y las heridas debían ser tratadas con lo que encontraran en el campo. O debían padecer el dolor hasta que el propio cuerpo lograra combatir la enfermedad.
Pero eran libres de moverse por los 10 kilómetros cuadrados de la isla. Al menos ahí no sufrieron las populares torturas a las que eran sometidos los presos en La Aviación o El Hormiguero. Y fueron, sin quererlo, de los primeros turistas que disfrutaron de alguna manera la virginidad de ese paraíso tropical por el que los turistas ahora pagan para conocer. Poco más de un mes les duraron las “vacaciones” forzadas. Todos regresaron demacrados, tostados por el sol y con algunas dolencias o diarrea, pero además de las calamidades, recordaban haber estado en un edén del Caribe.
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Según registros históricos, el 27 de junio de 1944 ocurrió la primera marcha masiva en contra del gobierno de Somoza. Empezó con un mitin de la Universidad Central de Managua. Luis Andara Úbeda fue parte de la generación de abogados penalistas que dirigieron las primeras protestas estudiantiles contra el régimen. Escapó de ser uno de los 22 presos políticos desterrados a Corn Island y fue de los que más vivió para contar la historia.
“Luego del mitin, se nos ocurrió también hacer una manifestación pidiendo la renuncia de Somoza”, recordó Andara Úbeda. En El Hormiguero estaban agentes de la Guardia Nacional reconcentrados. Los acorralaron, les dieron culatazos y apresaron a algunos. Veintidós líderes estudiantiles. Los líderes políticos del recién nacido Partido Liberal Independiente buscaron asilo en la Embajada de México.
Los presos y los asilados salieron el mismo día, 14 de julio, unos confinados a Corn Island, y los otros exiliados a México. “Estos señores cometieron el delito de agruparse a una manifestación estudiantil en que se pedía libertad. Ellos siguieron a los jóvenes que encendidos en un sano entusiasmo recorrían las calles pidiendo la libertad. Muchos de ellos fueron golpeados, estuvieron varios días presos, y como alguien los viera tan pálidos, las ‘vacaciones’ no se hicieron esperar”, decía otro artículo de La Prensa de julio.
1944 fue un año de crisis para el presidente Anastasio Somoza García. A pesar de haber consolidado su poder político y militar desde 1937 en Nicaragua, contar con el apoyo de Estados Unidos y lograr alianzas con el sector empresarial y con el sector obrero; el descontento por la corrupción y el autoritarismo en su administración desató una ola de acontecimientos desafortunados para la imagen de presidente democrático que intentaba vender para su reelección. En enero de ese año, liberales disidentes habían fundado el PLI y en la universidad que él mismo había financiado se fraguaba una rebelión contra él.
El 4 de julio, mientras Anastasio Somoza García pronunciaba un meloso discurso en saludo al Día de la Independencia de Estados Unidos, frente a la embajada norteamericana un grupo de opositores le gritaba: “¡Que se calle! ¡Que se baje! ¡Que renuncie!”. Ordenó a los guardias golpear y arrestar a los subversivos. Se libraron de padecer golpizas y torturas en la cárcel, su castigo sería lejos de casa. Luego mandó a cerrar la universidad.
En Managua y León la tensión crecía. Nadie se atrevía a volver a salir a las calles por miedo a ser enviados a ese fin del mundo, pero los estudiantes y abogados encontraron nuevas formas de protesta. Los juristas empezaron una huelga de brazos caídos, los universitarios se uniformaron con corbatas y corbatines negros, y no participaban en las clases donde habían sustituido a los maestros presos. Las mujeres salían a la calle con la cabeza envuelta en chales negros. Managua y León estaban de luto.

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“Mi gesto generoso ha sido tomado como debilidad”, declaró a la prensa el presidente Anastasio Somoza García, en la Casa Presidencial, días después del confinamiento. “Todos ustedes conocen mi modo benévolo de proceder en todas las circunstancias. Mis subalternos han cumplido estrictamente con las órdenes dadas por mí, de no derramar sangre nicaragüense y han tenido éxito”, sostuvo.
Se refirió a los confinados como unos cuantos que pretendían alterar la paz del país con sus actitudes rebeldes y hostiles. “Esto obligó al Ejecutivo a dictar el decreto de confinamiento acordado en el Consejo de Ministros del 12 de julio, y basado en el artículo de la Ley Marcial que es Ley Constitutiva, y que a la letra dice: Art 5. Cuando se hubiere decretado la restricción o suspensión de garantías, el Ejecutivo podrá dictar orden de detención contra cualquier persona y confinar a un lugar del territorio de la República a los perturbadores. Asimismo podrá tomar medidas que considere necesarias para la conservación o restablecimiento del orden público”, concluyó sus declaraciones a prensa abierta. “En cuanto se restablezca la tranquilidad, daré un decreto de amnistía. Mantendré la libertad de prensa y cumpliré todas mis promesas”.
Fue hasta el 10 de agosto que se anunció la aprobación de un decreto de amnistía. A pesar de haber concedido el regreso y la libertad de los confinados en Corn Island, los tachaba de vándalos, antipatrióticos, y levantó distintos cargos en su contra.
Se les llevó a Bluefields con la orden de libertad, pero fueron encarcelados nuevamente al llegar ahí. Tenían que pagar sus pasajes de regreso a Managua, por lo que muchos se quedaron varias semanas trabajando o esperando el financiamiento familiar para volver a casa.
Los confinamientos eran una modalidad de represión propia de Somoza García y que luego heredaría a sus hijos. La usó por primera vez en 1937 con el poeta y periodista Manolo Cuadra, quien pasó más de un mes en Little Corn Island. Luego de su muerte en 1956, sus hijos continuarían la práctica enviando a Pedro Joaquín Chamorro, Tomás Borge y Carlos Fonseca Amador, entre una larga lista de opositores, a distintos puntos del país.
“Esa modalidad de represión responde tanto a épocas políticas determinadas como al carácter del jefe del Estado. Somoza García era un gobernante peculiar, un típico caudillo militar y dictador del siglo XX, pero era populista. Le gustaba que le dijeran obrerista, procuraba tener una buena relación con el movimiento de obreros y los sindicalistas. No les gustaba tener a gente en prisión durante mucho tiempo, eso podría perjudicar la imagen de buen presidente que quiso mantener”, expone Luis Sánchez Sancho, editor general de La Prensa, quien conoció a muchos de los desterrados por el régimen.
San Carlos, Río San Juan, la Isla de Ometepe, Great Corn Island o Little Corn Island, Juigalpa, Boaco. Las islas eran las predilectas porque sus condiciones naturales, lejos de tierra firme, rodeadas de mar, lugares de difícil acceso, hacían de ellas los lugares perfectos para el destierro.
“¿Qué mejor lugar que una isla para recluir gente? De ahí era más difícil escaparse y no tenía que invertir en infraestructura para restringir la movilidad, el lugar imponía sus propias limitaciones y la naturaleza los hacía padecer. No podía tener ni mantener tanta gente en la cárcel, pero allá lejos podían cumplir igual su condena con un par de guardias supervisando”, explica el periodista e historiador Roberto Sánchez Ramírez. Todo punto remoto, que estuviera a más de 100 kilómetros de la capital o del domicilio del acusado, servía como lugar de penitencia y escarmiento.
Anastasio Somoza García había encontrado la manera perfecta de decapitar a los grupos opositores sin mancharse las manos de sangre. Separando a más de 300 kilómetros a los líderes políticos y principales críticos de su Administración, dejaba incomunicados y desorganizados los cuerpos de protesta. La marea bajaba y meses después daba la orden de su regreso. Muchas organizaciones civiles se desarticularon y otras se fusionaron. Pero ese año la chispa de las primeras protestas civiles contra su gobierno encendieron una rebelión política y civil que le haría frente hasta su muerte, y aún después. Ese año se formó el Partido Socialista Nicaragüense (PSN) , el génesis del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que luego de una sangrienta revolución logró acabar con la dictadura somocista en julio de 1979.
“Él buscaba cómo deshacerse de sus opositores, pero evitaba situaciones que generaran denuncias o campañas por la libertad de presos políticos. Confinarlos era una opción. Una modalidad como la que usaban los rusos, el régimen zarista y luego el régimen bolchevique apresaba y enviaba a sitios inhóspitos a sus adversarios”, explica Luis Sánchez Sancho. “En Nicaragua no hay muchos registros de confinamientos oficiales de los gobiernos, pero eso no quiere decir que no se hicieran a lo largo de la historia”, aclara.
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Manolo Cuadra fue un Adán desterrado. Pero a él no lo sacaron del Edén, lo mandaron más bien a un paraíso tropical que en ese entonces era habitado por unos cuantos nativos. Su pecado: desertar de la Guardia Nacional y empezar escritos periodísticos críticos a la política y al cuerpo castrense, bajo la dirección de Anastasio Somoza García.
En febrero de 1937, cuando Somoza estrenaba la banda presidencial, a Cuadra lo arrestaron en Tipitapa. En abril se lo llevaron sin más cosas que las que tenía encima, hasta Little Corn Island, a 90 kilómetros de Bluefields, al norte pasando por Great Corn Island. Esos 2.9 kilómetros cuadrados serían su casa y su cárcel.
“Una mañana abrieron la puerta, cuando yo creía que mi carta tendría respuesta, sin decirme nada me dieron 97 centavos para el gasto de 3 días de viaje y con el membrete rojo de comunista, me embalaron hacia esta isla, Corn Island. ¡Aquí estoy!”, escribió después Cuadra.
Durante su confinamiento Manolo Cuadra escribió unas memorias que luego editaría como Itinerario de Little Corn Island, un anecdotario más o menos cronológico de los dos meses que estuvo ahí. Su relato es quizá el que mejor retrata la vida de los confinados, que en cada uno de los lugares debían trabajar para recibir alimento, que enfermaban y se curaban solos, y que se inventaban historias para no volverse locos de hambre, dolor o soledad.
“Muy temprano me tiro al mar. Siempre antes de la inmersión hago un poco de ‘shadow boxing’. Me preparo para mi regreso, pues no he olvidado mi propósito de destriparle el hocico al periodista que recogió, inflándolas desfavorablemente, las declaraciones presidenciales sobre nuestro destierro”, anotó el 20 de mayo.
Manolo Cuadra había llegado con otro preso político desde Managua, y al pisar la isla decidieron aliarse con otro pobre diablo para buscar trabajo en los plantíos locales. La paga era en centavos y casi nunca recibían nada porque debían pagar su comida. Vivían en el “Exiled Ranch”, bautizado con sorna por ellos mismos. Un rancho frente al mar, que parecía más bien un colador que dejaba pasar rayos de sol, cortinas de lluvia y ráfagas de viento frío. Pero era su rancho y ahí comían cuando había qué, conversaban, peleaban, jugaban desmoche y se emborrachaban los tres cuando había con qué.
“Recibimos cartas y provisiones procedentes de Managua. A Leclaire le ha escrito su novia, una linda vendedorcita del Patión; a Maravilla su esposa, de buenas cualidades, y a mí una amiga. ¡La única, espiritual y solícita!”, pero sus cartas llegaban siempre con malas noticias. Teté Chávez, una jovencita que había conocido días antes de su arresto, y de la cual había quedado prendido, había muerto de tuberculosis. Ella se convirtió en el fantasma que lo acompañó en sus momentos de soledad alucinante.
Comían torta de yuca, pescado si cazaban algo y pinol. Comían bananos, bebían agua de cocos robados y se tragaban la pulpa para la amebiasis. Se obligaba a comer cuando ya estaba en inanición. Le hastiaba todo. Economizaban el queroseno, agua y cigarros, solo fumaban de noche para espantar insectos y ansiedades. En varias ocasiones, para matar el aburrimiento, Manolo Cuadra subía escondido al faro de la isla y se desnudaba. Se paraba de puntillas y empezaba una danza extraña. Los nativos al ver la sombra que parecía levitar, se espantaban. Volvió sin confesarles que él era “el hombre del faro”.
Los tres del Exiled Ranch estuvieron enfermos. Al “negro Maravilla” le dio satiriasis, un deseo sexual descontrolado que los metió a problemas en el pueblo. Si el negro tenía impulsos sexuales a medianoche, a mediodía, en la mañana, empezaba a caminar como poseído y donde encontrara mujer se bajaba los pantalones. En una ocasión escapó, pantalones abajo, de un negro furioso que lo encontró excitadísimo, espiando a su mujer, y tratando de entrar en su casa.
Leclaire se volvió irascible y violento; arrojó al agua a un hombre mientras pescaban. Era mar adentro, en una zona donde ya habían visto tiburones. Había días que una mirada, un sí o un no, cualquier cosa era suficiente para que aquel hombre se descamisara y exigiera pelea. Molerse a golpes con cualquiera hasta caer rendido. Luego se convirtió en una fiera herida que daba alaridos sobre una mesa, tenía diviesos en todo el brazo derecho. Manolo Cuadra, que había estudiado cirugía menor en León, hacía erupcionar los volcanes de pus y después Leclaire caía en sueño profundo.
Cuadra tuvo la piel llagada, estaba famélico, y le dio una fiebre tifoidea que le afectó de por vida el hígado, el estómago y los intestinos. Robaban icacos, cocos, bananos y caña, esta última la fermentaban y producían cususa que mandaban a vender a Bluefields. “Ahí me inicié en el robo (…) Fui contrabandista y qué. Tuve una novia negra que me enseñaba sus dientes blancos”, confesó en una entrevista en julio de 1944, a propósito del confinamiento de los 22 presos políticos a Great Corn Island.
“Nadie sabe ahí nada de Nicaragua (…) Bonita la isla. El mar es azul. El aire ardiente de fino. De oro las riberas. Digo que es bonita y que, por el mar, queda cerca las tierras libres de Costa Rica. Espero volver a ella algún día. Dios me oiga”, dijo al final Cuadra. Nunca volvió. Fue confinado a Ometepe, desterrado a El Salvador y finalmente a Costa Rica, antes de la muerte de Anastasio Somoza García. En 1957 volvió enfermo y murió. De Managua ya nadie lo sacó más.

Edén turístico
Great Corn Island y Little Corn Island conforman el municipio de Corn Island, en la Costa Caribe Sur del país. Great Corn Island tiene una extensión de 10 kilómetros cuadrados y está ubicada a 83.3 kilómetros al este de Bluefields. Little Corn Island, al noreste de la isla mayor, mide 2.9 kilómetros cuadrados.
Tres grupos étnicos conforman su población: creoles, miskitos y mestizos. El idioma predominante es el inglés criollo, se habla miskito y actualmente la mayoría de la población domina el español por la afluencia de turistas.
Además de idílico paisaje tropical, los turistas son atraídos por actividades como el buceo, recorrido en lanchas, vista de arrecifes y corales y el windsurf.
Corn Island
53
es el puesto de Little Corn Island en la lista de las 100 mejores playas del mundo, que realizó la empresa internacional Travel Summer en 2013. Su atractivo de isla virgen, la variedad de flora y fauna, y su ambiente le valieron el puesto.
100-150
dólares es el costo aproximado de un vuelo de Managua a Corn Island, dependiendo de la época en que desee viajar. A Little Corn Island solo se llega vía marítima.
1.32
millones de turistas llegaron a Nicaragua durante el 2014, según las estadísticas del Intur, y el 1.7 por ciento visitó Corn Island. No hay datos del 2015.
2.3
por ciento de los 1.32 millones de turistas que ingresaron a Nicaragua durante el 2014 buceó en el Pacífico o el Caribe, indican las estadísticas oficiales.
65
por ciento de los más de mil habitantes de Little Corn Island depende del turismo.
ISLAS CÁRCEL
Alcatraz es la más famosa de las islas-prisión. La Roca, como también se le conoce, ubicada en el centro de la bahía de San Francisco, en California, Estados Unidos, fue utilizada como fortificación militar española, como prisión militar y luego como prisión federal. En 1963 el presidente John F. Kennedy la cerró por su alto costo de mantenimiento. En 1972 se convirtió en parque nacional, muchos quieren conocer el lugar donde estuvo Al Capone.
Los Galápagos, a 972 kilómetros de la costa de Ecuador, es el archipiélago de 13 islas considerado de los mejores lugares para el turismo ecológico. Este Patrimonio de la Humanidad y hogar de Charles Darwin fue una colonia penal agrícola para los delincuentes ecuatorianos desde 1946 hasta 1959. Fue clausurada por las pésimas condiciones de los reos y falta de seguridad. Es un parque nacional.
La Isla del Diablo está a 11 kilómetros de la Guayana Francesa. Desde 1851, cuando Napoleón III la destinó para albergar desde asesinos hasta opositores políticos, se convirtió en un lugar inhumano. Dejó de recibir presos en 1938 y fue clausurada en 1946.
Santa Elena está a 2,800 kilómetros de la costa de Angola, en África, pertenece al Reino Unido. Por sus condiciones de lejanía y difícil acceso los británicos la usaron como prisión. Su prisionero más ilustre fue Napoleón Bonaparte, quien permaneció allí desde 1815 hasta su muerte en 1821.
La lista de islas cárcel es larga, desde Manus, en Papúa, Nueva Guinea; Kambangan, en Indonesia; Nukulau, en Fiji; las de Coiba en Panamá, y Gorgona en Colombia.
Gorgona, a 35 kilómetros de la costa pacífica colombiana, funcionó como prisión desde 1960 hasta 1983. La penitenciaría de Gorgona albergó a reclusos de distintas partes del país. Se convirtió en tierra de nadie y muchos reclusos se suicidaban exponiéndose a serpientes venenosas.