Campeones sin corona

Reportaje - 11.01.2015
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Fue una década de oro. Época de campeones y de arriesgarlo todo por un título mundial. En los años setenta, grandes boxeadores nicaragüenses estuvieron cerca de la corona. Estas son sus historias de gloria y fracaso

Por Amalia del Cid

Se coloca en posición de combate y pone esa expresión iracunda que tanto gustaba al público en aquellos sus tiempos de gloria. Francisco Coronado Salinas Arrieta es la viva imagen de la nostalgia. Intenta cerrar la mano izquierda y no puede. Sus dedos agarrotados se quedan a mitad de camino y forman un medio puño. No es un puño de boxeador. Ahora es solo un recuerdo constante del episodio que truncó la carrera del Toro Coronado cuando estaba a un par de meses de pelear por el título mundial.

Salinas Arrieta brilló en una década intensa, la de los setenta. En peleas todo corazón y todo puños, junto a él crecieron otros pugilistas, como Vicente “Yambito” Blanco y Reynaldo “Ray” Mendoza. Sus nombres cobraron popularidad incluso antes de que en el país se empezara a hablar sobre el muchacho flaco y bigotudo, de sonrisa retorcida, que en 1974 se convertiría en el primer campeón mundial de boxeo nicaragüense: Alexis Argüello.

En esos años surgió “la generación más fuerte que ha producido el boxeo nacional”, asegura el periodista Edgar Tijerino. En general, dice, esa ha sido la mejor época para el deporte nicaragüense “en lo que se refiere a espectacularidad y producción de resultados”. Había mucho “material humano y un movimiento deportivo que estaba en manos de activistas”. Ni siquiera existía un instituto de deportes y eran más los atletas que la “gente de escritorio”. De ser necesario, los deportistas ponían de su propio dinero para comprar sus equipos y pasajes, y los dirigentes “no se embolsaban nada”. No es casualidad que en aquel momento aparecieran los más grandes deportistas que ha tenido Nicaragua: Alexis Argüello y el pelotero Dennis Martínez.

Según Tijerino, el culpable de las proyecciones que entonces tuvo el boxeo es Eduardo “Ratón” Mojica. Fue el primer nicaragüense en entrar a un ranking mundial y tanto peleó y ganó contra boxeadores extranjeros que ya no parecía tan descabellada la idea de que Nicaragua aspirara a un campeonato mundial.

El Ratón fue un ídolo de su época. La razón por la que muchos chavalos se animaron a meterse al boxeo. Entre ellos Eddy Gazo, el campesino que para desconcierto de sus numerosos detractores sería el segundo campeón mundial de Nicaragua. Para 1977, el triunfo de Gazo parecía más que improbable y las esperanzas se habían depositado en Salinas Arrieta y su pelea contra el panameño Rafael “el Brujo” Ortega. Pero el boxeo puede ser impredecible y la historia muy bromista. El Toro Coronado nunca ganó una corona.

Tampoco lo lograron Eduardo Mojica, Vicente Blanco ni Reynaldo Mendoza. Grandes del pugilismo se quedaron en el camino y, para Gazo, la explicación es sencilla: “El campeón mundial nace, no se hace”.

“Al Ratón Mojica quisieron hacerlo, pero no pudieron, porque no nació para campeón mundial”, afirma. De Yambito Blanco dice que “fue un gran peleador, pero a nivel nacional” y de Ray Mendoza opina que también fue un gran peleador y un “buen amateur, pero cuando ya le hablaron de rankeado mundial, no pudo”. En cuanto al Toro Coronado, Gazo cree que su pecado fue no aprovechar “la pelea de su vida”, contra el Brujo Ortega, en un tiempo en que “no se daban dos oportunidades”.

Sin embargo, como todas las historias, las de estos boxeadores tienen más de una versión. Al Yambito Blanco le faltó suerte, considera Tijerino. Y el Yambito también lo cree, porque ya tenía firmada una pelea por título mundial cuando recibió el golpe que cambió su vida. Eduardo Mojica asegura que quedó como “Campeón Mundial sin corona” por falta de dinero y Reynaldo Mendoza cuenta que se retiró por decepción. Ni qué decir del Toro Coronado... El fin de su carrera se decidió en un momento, la noche en que fue atacado a machetazos.

Tenían madera de campeones. Y lo fueron. Pelearon contra extranjeros dentro y fuera del país y en campeonatos nacionales protagonizaron combates épicos que aún se comentan en los gimnasios de Managua. Todos, menos uno, pertenecen al Salón de la Fama del Deporte Nicaragüense. Estas son sus historias, contadas por ellos.

En los gimnasios de Managua coinciden las viejas glorias del pugilismo nicaragüense, donde se mueven como pequeñas celebridades. De izquierda a derecha: Mauricio “Halcón” Buitrago, Francisco “Toro” Coronado y Reynaldo “Ray” Mendoza. Conocieron el boxeo y aunque dejaron de pelear, nunca se separaron de él.

El ocaso del Toro

El Toro Coronado era de los favoritos del público. A la gente le gustaba ver a ese boxeador violento que salía a matarse y siempre iba de frente, encima de su adversario, porque no recibió el nombre de Toro por gusto. Francisco Coronado Salinas Arrieta fue el gran rival de Vicente “Yambito” Blanco y en tres ocasiones se disputaron el campeonato nacional, pero aunque Yambito ganó dos veces, con su fama de muchacho malo Coronado jalaba más gente.

Era un fabricante de emociones, la mayor atracción en la cartelera. En materia de espectáculo fue parecido a Ricardo Mayorga en sus buenos tiempos, pero “con mejor línea de boxeo” y menos abrumador, analiza el cronista deportivo Edgar Tijerino, quien dio seguimiento a los púgiles nicas de la década de los setenta. Tijerino buscó al Toro hasta en una de las tantas cantinas que el boxeador frecuentaba, narró sus mejores y peores peleas y también redactó la noticia cuando su vida deportiva acabó de golpe.

“El ‘Toro’ liquidado”, decía el titular, en grandes letras negras. Y abajo un médico explicaba las razones por las que “evidentemente” la carrera del boxeador había quedado truncada. Dos heridas profundas en el antebrazo izquierdo y una en el derecho, fractura en la muñeca izquierda, tendones cortados...

Todo sucedió en el momento más importante de la carrera de Coronado. A comienzos de ese mismo año, 1977, había perdido en Panamá una pelea de título mundial ante Rafael “el Brujo” Ortega; pero ahora se hacían arreglos para enfrentarlo a Danny “Coloradito” López y el Toro confiaba en que podía ganar. “La pelea estaba prevista para septiembre u octubre”, recuerda.

Su encuentro con el Brujo fue un desastre. “Me deslució completamente”, reconoce Coronado. Según él, Rafael Ortega “no peleó limpio”. Además de andar palillos de dientes ocultos en su peinado afro, el panameño hizo gala de un estilo de pelea que consistía en amarrar, escapar y amarrar de nuevo. El Toro, acostumbrado a rivales fajadores y desesperado por tanto correteo, pensaba: “Paraaaate, desgraciaaado”. “Cada vez que veo pelear a Floyd Mayweather me acuerdo del Brujo Ortega”, cuenta.

Luego vino la pelea contra José Torres, en una de las grandes noches del Polideportivo España. No cabía un alma más y se respiraba una enorme expectación porque el mexicano, aunque no le ganó, había tumbado a Alexis Argüello en Mexicali. El Toro triunfó en este combate. Era julio de 1977 y faltaba un mes para el final.

Hacía un año el boxeador visitaba los Alcohólicos Anónimos, en busca de ayuda para dejar el vicio que muchas veces lo llevó a empeñar hasta la bata y la calzoneta en las cantinas. Ahí conoció al hombre que arruinó su carrera.

La noche del 11 de agosto de 1977, Francisco Coronado llegó a la casa de los Alcohólicos Anónimos buscando al tipo que le había mentado a su madre. Estaba borracho y era “una fiera herida”. El hombre, que conocía el temperamento del Toro, ya lo estaba esperando, armado con un machete corto. Coronado apenas tuvo tiempo para meter los brazos.

“Ya conoce el resto de la historia”, dice cabizbajo. Hoy tiene 68 años y sigue esperando que lo incluyan en el Salón de la Fama del Deporte Nicaragüense. Algunos amigos le han insinuado que quizás su antiguo modo de vida, caótico como solo él, tenga algo que ver en esta “exclusión”. Ahora es evangélico y asegura que ya perdonó a su agresor. Lo que no se va es la tristeza de no haber alcanzado esa corona por la que tanto peleó.

En la cúspide de su carrera. El Toro Coronado contra el mexicano José Torres, en julio de 1977.

Un ídolo roedor

Le dicen “Campeón Mundial sin corona”, porque la noche del 8 de junio de 1968 venció por decisión unánime al tailandés Chartchai Chionoi, monarca de los moscas. Fue un combate de 10 rounds y el título no estaba en juego, pero se le tiene entre los más grandes momentos boxísticos vividos en casa. Con esta victoria, el Ratón clasificó como “retador número uno en el ranking mundial de esta categoría (peso mosca), prácticamente Campeón Mundial sin corona”, dice el sitio web del Salón de la Fama del Deporte Nicaragüense, al que Mojica pertenece desde febrero de 1995.

A finales de la década de los setenta, el Ratón ya era un ídolo hecho y derecho. Los nuevos boxeadores, como Francisco “Toro” Coronado, querían golpear como él, hablar como él y hasta caminar como él. Incluso ser su sparring era un honor. Es decir, poder guantear con él en un “dame que te doy”, como entrenamiento antes de una pelea.

Se le considera el segundo mejor púgil producido por Nicaragua, solo superado por Alexis Argüello, a quien él mismo apadrinó e inició en el boxeo. Mojica dice que pudo ser campeón del mundo y que no lo fue porque no había suficiente dinero para pagarle a Chionoi por una pelea de campeonato. Lo que pedía el tailandés, afirma, “dejaba en pobreza a Nicaragua”.

Ahora tiene 75 años, camina algo lento y pierde el hilo de las conversaciones. De cuando en cuando se queda anclado, narrando algún episodio de su vida de boxeador y no hay quién lo saque de ahí. Como cuando habla de las “cinco apaleadas seguidas” que le dieron “esos bandidos mexicanos”, cuando su carrera pugilística recién despegaba. Tras esa humillación, casi se acaba el Ratón Mojica. Estaba decidido a quedarse en México como ayudante de carpintero, cuando se le presentó la oportunidad de entrenar allá y perfeccionar su técnica. Así de misteriosos son los caminos del boxeo.

El 8 de junio de 1968, Eduardo “Ratón” Mojica (derecha) venció al tailandés Chartchai Chionoi.

A ver, Gazo, ¿por qué no?

Esa noche la multitud gritaba “¡Gazo! ¡Gazo! ¡Gazo!” y el boxeador no quería que la pelea acabara. Aunque sabía que era imposible, estando en el round 14 solicitó que pasaran el combate de 15 a 20 asaltos, todo para que el público no dejara de corear su nombre. El calendario de 1977 estaba en 5 de marzo y sobre la lona, entusiasmado como un niño, Eddy Gazo se enfrentaba al argentino Miguel Ángel Castellini, campeón mundial mediano júnior al que poco después el Diario LA PRENSA describió como “mediocre” y torpe. El combate duró 15 rounds y, listo, por decisión unánime Nicaragua tenía nuevo campeón del mundo.

“La gente me coreaba y a mí nunca me habían coreado, porque yo no gustaba, mi boxeo no les gustaba”, recuerda hoy Eddy Gazo, sentado en la sala de su diminuta casa. Mientras él viaja al pasado, los frijoles del almuerzo se cocinan en una porrita colocada estratégicamente en la acera delantera, casi en la calle.

En los años setenta Eddy Gazo fue la oveja negra del boxeo. “Era bueno, pero tenía un estilo que no le gustaba a nadie. Ni a él”, bromea Francisco “Toro” Coronado y mueve los brazos en círculo, hacia adelante, como en un torbellino, emulando la técnica de Gazo. “Era el más inferior de todos nosotros, le trajeron un campeón mundial y ganó el título”, dice Vicente “Yambito” Blanco. “Era muy mal boxeador, un peleador absurdo, pero una de las mejores personas que conocí. Me dolía escribir de Gazo”, expresa el periodista Edgar Tijerino.

Para Gazo, lo único que cuenta es el cinturón que guarda celosamente en una caja metálica. Es un campeón del mundo. El segundo que tuvo Nicaragua, 18 años antes de que apareciera el tercero: Rosendo “el Búfalo” Álvarez.

A los 13 años de edad decidió que se haría boxeador. Era un adolescente de campo y piocha que nació en Carretera Vieja a León y creció como nómada siguiendo a su padre por las fincas donde trabajaba como peón. No sabía leer ni escribir, pero en la radio había escuchado las hazañas de un púgil llamado Eduardo “Ratón” Mojica y se dijo que sería como él.

Afirma que obtuvo la corona mundial porque sabía que no habría otra oportunidad. Naturalmente, su vida cambió después de eso. “El mundo te da un giro que no te das ni cuenta. Llegás en bus, a pie, y al salir, vas custodiado con guardia, ya tenés un carro, ya no vas a pagar nada”, cuenta. Al terminar la pelea, había un gentío esperándolo para pedirle autógrafos, pero él no sabía qué era eso y respondía: “Yo no soy fotógrafo”. Evelio Areas, su promotor, le hizo improvisar un garabato y a la fecha esa sigue siendo su firma.

Dos o tres días después de su triunfo fue llamado a la casa de Anastasio Somoza Debayle. El presidente le preguntó: “A ver, Gazo, ¿cómo le ganaste a Castellini?”. Y en un golpe de inspiración que conquistó la simpatía del dictador, Gazo contestó: “Usted lo ha dicho mi general, usted lo ha dicho: A ver Gazo”. Desde las páginas de LA PRENSA, Tijerino calificó a Gazo como un “tuerto” que reinaba en una división de “ciegos”. Nunca creyó en él como boxeador, ni antes ni después de la corona mundial. Sin embargo, el propio día de la pelea le brindó un pequeño voto de confianza bajo este titular: “A ver, Gazo, ¿por qué no?”.

A la derecha, Eddy Gazo. Se hizo campeón mundial en la pelea contra Miguel Ángel Castellini.

Yambito: La pelea que no fue

Hay una fecha que Vicente “Yambito” Blanco nunca va a olvidar. Llegará el día de su muerte, afirma, y hasta entonces va a seguir pensando en el 5 de junio. Su obsesión tiene dos razones de peso: en esa fecha, pero de 1971, nació en él la esperanza de ser un campeón mundial de boxeo, y en la misma fecha, pero de 1975, murieron todas sus posibilidades de lograrlo.

Vicente Blanco es oriundo de León y en esa ciudad dio sus primeras peleas, a finales de los años sesenta. El mote de Yambito le vino por herencia. Su padre había sido pendenciero y tan aguantador de golpes y heridas que en las calles empezaron a llamarlo Yambo, derivado del árbol de dura corteza que en occidente llaman yamba.

Yambito se metió al pugilismo a los 19 años, movido por la indignación que le produjo la reciente apaleada recibida por su hermano mayor, quien practicaba boxeo. Desde el primer día pidió que lo pusieran a pelear, entusiasmado porque hacía poco en su barrio había salido triunfante en un improvisado duelo contra tres, a los que despachó uno por uno, usando guantes prestados. A la semana ya estaba dando su primer combate, en categoría profesional.

Su primera pelea fue “brava, brava, brava”, pero la ganó. Y a este triunfo le siguió una racha de 18 combates ganados que terminó cuando se enfrentó en Managua con Francisco “Toro” Coronado, por el campeonato nacional de su categoría. Luego él venció dos veces al Toro, dos años seguidos y en 1971 ganó el campeonato centroamericano de su peso.

En esta vertiginosa carrera llegó el primer 5 de junio. “Vino a pelear conmigo el campeón mundial Rubén Olivares”, cuenta. Y aunque Olivares lo derrotó con suma facilidad, con un nocaut en cinco asaltos, esa experiencia animó al Yambito, porque al estudiar de cerca a un campeón del mundo, vio que con esfuerzo él también podía serlo.

Los encabezados de las noticias dijeron cosas como: “Yambito cayó como un guapo” y “Olivares demoledor, Vicente todo coraje”. Además, Rubén Olivares, el “niño asesino”, declaró: “Yambito es magnífico”, “Yambito es un peleador formidable, tiene mucho porvenir, su resistencia encomiable, su capacidad física, su valentía, son rasgos que determinan al púgil de gran valía”. De manera que aquella derrota tuvo un agridulce sabor a victoria.

Pero llegó el otro 5 de junio. Llegó cuando Vicente Blanco ya tenía firmada una pelea de título mundial contra el africano David Gotey. Una pelea que nunca sería.

“Se había establecido fecha, cantidad de dinero y todo. Cuando tenía quince días de preparación, regresó el promotor, que era de Los Ángeles, y dijo que teníamos un problema, que yo no había peleado en Estados Unidos y como la pelea iba a ser allá, quería que peleara antes para que me apoyaran los latinoamericanos. Mi apoderado aceptó. Hablaron de fecha y nuevo rival. Me consiguieron a Art Hafey, quien ya había peleado contra Alexis y vi que era fuerte. Lo primero que me dije fue: ‘Va a ser una pelea dura, pero yo bien preparado le gano’... Asistí a la pelea y sucedió lo que sucedió”, recuerda.

Lo que sucedió fue que en el primer asalto Hafey le conectó un golpe en un oído y “el aire” le dañó un nervio al Yambito. Después de eso, quedó a merced del canadiense, quien lo golpeó “a su gusto y antojo”, pero no logró tumbarlo. Además de perder la pelea y con ella la oportunidad de un campeonato mundial, Vicente Blanco quedó lesionado y nunca volvió a ser el mismo. “Eso es mala suerte”, se sigue diciendo ahora, a los 65 años de edad.

Su hijo, Julio “Yambito” Gamboa, “tuvo cuatro oportunidades de título mundial y no aprovechó ninguna”, señala Blanco. “Aquí tiene las dos caras de la moneda”, dice con amargura.

Vicente “Yambito” Blanco, un grande de la década de los setenta. Desde hace cinco años es comentarista deportivo en la Radio Corporación. A la izquierda, una foto tomada en 1971, poco antes de que enfrentara a Rubén Olivares.

El Gran Ray

La carrera pugilística del zurdo Reynaldo “Ray” Mendoza terminó por decepción cuando él tenía apenas 26 años de edad. Hasta entonces el boxeo había sido su “vicio, novia, esposa, mama y papa”, en un idilio que comenzó durante su adolescencia, en los tiempos en que era pleitisto y “malmataba a todo el mundo” en el barrio capitalino Cristo del Rosario.

Su papá era comerciante de hielo en el mercado San Miguel; su mamá, ama de casa y Ray tan belicoso que al inicio su padre no aprobaba la idea del boxeo.

El joven entró al gimnasio para desquitarse de un vecino que lo había golpeado a traición, desprevenido y en su propia casa. Tras cobrar su venganza, “bajándole dos dientes” al sobrino de su rival, anduvo huyendo por quince días de la Guardia Nacional y de una pandilla de chavalos que querían ajustar cuentas. Le divierte contar que así empezó su amor por el pugilismo.

Su carrera boxística no fue muy larga, pero sí productiva. En 1966 ganó una medalla de plata en los Juegos Centroamericanos y del Caribe y más tarde se coronó campeón nacional de peso gallo y campeón centroamericano de peso mosca.

Se enfrentó a numerosos boxeadores extranjeros y triunfó sobre el dominicano Natalio Jiménez, quien ocupaba la posición cinco en el ranking mundial. Ray pensó que era su oportunidad de aparecer entre los primeros diez del mundo, pero lo colocaron entre los veinte, “que era como nada”. Además, cuenta, pidió un encuentro por campeonato con el panameño Enrique “Maravilla” Pinder y aunque dijo que pelearía de gratis, su promotor no lo escuchó.

Decepcionado, en 1975 colgó los guantes. Fue entrenador de los dos campeones mundiales Luis Pérez y Juan Palacios y a la fecha continúa preparando nuevos talentos. Sin embargo, cree que “no ha habido otra época como la de los setenta” y que con una sola oportunidad, quizás él habría obtenido su soñado título mundial.

Reynaldo “Ray” Mendoza se ha dedicado a entrenar nuevos boxeadores. Abajo, en 1966, cuando ganó medalla de plata en los Juegos Centroamericanos y del Caribe.

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