64 años después, Brasil volverá a ser sede de una Copa Mundial de Futbol. Una inversión de al menos 14,400 millones de dólares y 12 ciudades anfitrionas deberán probar que Brasil puede cumplir sus sueños
Por Arlen Cerda
Río de Janeiro, Brasil. 16 de julio de 1950. Doscientas mil personas copan el recién inaugurado estadio municipal de Maracaná. Es la final de la Copa Mundial de Futbol: Brasil vs. Uruguay.
En el minuto 79, diez antes del pitazo final, el uruguayo Alcides Ghiggia desempata el 1-1 del partido y pone fin a la algarabía que reinaba en el lugar: los brasileños, listos para celebrar una victoria que pocos se atrevían a poner en duda, enmudecieron tras aquel gol que le dio a Uruguay su segunda Copa Mundial y les arrebató a ellos su primera oportunidad, en su propia casa. En los últimos 62 años esa victoria uruguaya, bautizada como el “maracanazo”, ha sido para los brasileños como una tragedia. Pero la historia le da a Brasil una nueva oportunidad.
Entre junio y julio del 2014, Brasil no solo será la sede de la Vigésima Copa Mundial de la Federación Internacional de Futbol Asociado (FIFA), sino que la final también se jugará en el estadio de Maracaná, que se renueva con una inversión que ronda el medio millón de dólares. Por supuesto, la selección nacional de Brasil —ya clasificada por ser el país anfitrión— aspira a la cita en la emblemática arena, para convertirse en hexacampeón y también para enterrar aquella derrota vista como una maldición. Pero primero debe entregar a la FIFA la tarea.
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Antes de que Italia derrotara a Francia 5-3 en tiros penales, durante la XVII Copa Mundial de Futbol, celebrada en Alemania, Brasil ya había aspirado a ser sede del torneo del balompié, pero declinó para apoyar a Sudáfrica, que no lo logró hasta el 2010, cuando España obtuvo su primera Copa del Mundo al derrotar a Holanda 1-0.
La FIFA al final pareció escuchar su demanda cuando en la convocatoria para el Mundial 2014 anunció que solo aceptaría postulaciones de la Confederación Sudamericana de Futbol (Conmebol), que tras el retiro de Colombia, como el único otro postulante, apoyó completamente a Brasil.
Pero a menos de 800 días de que la pelota ruede en el campo de la Arena de Itaquerao, de Sao Paulo —donde se celebrará el partido inaugural— Brasil enfrenta los reclamos de la FIFA por el retraso en las obras de las 12 ciudades que serán sedes del Mundial.
Según el desarrollo de estas, facilitado por el propio gobierno brasileño, ocho de los doce estadios serán concluidos en diciembre del 2012 y los otros se terminarán entre junio y diciembre del 2013, con una inversión total cercana a los 3,500 millones de dólares. Pero ese no es el único problema.
“Perdón si sueno un poco arrogante —se disculpó de antemano el secretario general de la FIFA, Jerome Valcke, en enero de este año— pero eso es algo que no se va a negociar... Las bebidas alcohólicas son parte de la Copa Mundial de la FIFA, así que vamos a tenerlas”.
El funcionario respondió así a las dudas de la prensa sobre la posición de la FIFA respecto a la ley brasileña que desde el 2003 prohíbe la venta y consumo de bebidas alcohólicas en varios estadios del país.
A principios del mes pasado, Valcke emitió otra opinión sobre el país anfitrión. Dijo que , a su juicio, Brasil parece más preocupado por ganar la Copa que por organizarla y expresó su preocupación por los retrasos en las obras. Él dijo: “Parece que los organizadores necesitan un empujón en la espalda”, palabras que a este lado del mundo se tradujeron como “necesitan una patada en el trasero”.
El ministro del deporte brasileño, Aldo Rebelo, reaccionó enfurecido y solicitó que Valcke ya no fuera más el interlocutor de la FIFA con Brasil y el subsecretario general se disculpó públicamente por el mal entendido.
En Brasil, el estira y encoge entre la FIFA y el Gobierno se sigue como si fuera un partido aparte. El mismo expresidente Luiz Inácio Lula da Silva dijo en octubre del año pasado que las diferencias con la FIFA son un asunto de “soberanía”. “Ningún país del mundo va a dejar su soberanía para atender el interés de esta o aquella entidad, sea cual fuera”, dijo.
Y, en palabras del senador Demóstenes Torres, del partido opositor Demócrata, hechas a la BBC Mundo: “Si Brasil está perdiendo el juego antes del silbato inicial, la Copa del Mundo de 2014 ya tiene una selección campeona: la selección de la FIFA”.
Días después de que Valcke enfureciera al gobierno de Brasil, el presidente de la FIFA, Joseph Blatter, se reunió con la presidente Dilma Rousseff, en Brasilia, para sellar la paz y comprometerse por el trabajo conjunto para el desarrollo de la Copa.
Sin embargo, el debate sobre la Ley 2014, que pretende levantar la prohibición sobre las bebidas alcohólicas en los estadios, ceder el control sobre la regulación del costo de las entradas a la FIFA y establecer las sanciones y penas carcelarias sobre el uso ilegal de los símbolos de la Copa Mundial de Futbol, sigue pendiente en la Cámara Baja y el Senado.
Los preparativos para el torneo mundial tampoco han estado exentos de escándalos de corrupción y temores sobre la seguridad en las principales ciudades de Brasil.
Acusado de escándalos de corrupción, el presidente de la Confederación Brasileña de Futbol, Ricardo Teixeira, se vio obligado a renunciar el 12 de marzo pasado.
Mientras, hasta finales del 2011, la policía brasileña ya había intervenido y desmantelado una veintena de los populares asentamientos conocidos como favelas, ubicadas cerca del estadio Maracaná, en Río de Janeiro.
En lo que todos coinciden es en que el año que está en marcha es fundamental para Brasil. Entusiasmo no falta. Este es el único país que ha participado en todos los Mundiales y es pentacampeón de la Copa, el más premiado hasta ahora. Pero Brasil, sinónimo de playas, samba, carnaval y futbol deberá demostrar que puede hacer sus sueños realidad.