Cuatro sujetos armados asaltan en plena mañana una sucursal del Banco de América, el 31 de mayo de 1963. Así se ejecutó la primera acción urbana del FSLN
Por Anagilmara Vílchez Zeledón
Empuñaba una ametralladora Schmeisser de 30 tiros.
—Salgan de ahí — les ordenó a las cajeras.
—¿Qué es esto? —preguntó aterrorizada una de ellas.
—¡Esto es un asalto! —gritó Jacinto Baca, el 31 de mayo de 1963, día en que cuatro hombres armados asaltaron en Managua una sucursal del Banco de América.
Jacinto Baca, Guillermo Mejía, Edmundo Narváez, Sergio Narváez, Alejandro Mora y Augusto Tercero se llevaron más de 50 mil córdobas en efectivo de El Carmen, sucursal bancaria ubicada a 100 varas de la casa del entonces presidente de Nicaragua, René Schick.
Un chofer, un cobrador, un técnico de radio, dos estudiantes y un sastre obligaron a las autoridades a movilizar 16 patrullas policiales y dos aviones para buscarlos. Oficiales de la Seguridad Nacional, incluso, fueron enviados a Costa Rica para rastrearlos. En los diarios del país se publicaba la recompensa: cinco mil córdobas recibiría “la persona o personas” que suministraran “informes que lleven a la captura de los asaltantes”.
Sin un centavo del botín, son atrapados en junio de 1963 y después de 14 meses en prisión, el mismo juez que los encarceló, les envió la orden de libertad el 19 de agosto de 1964. Dos jurados los absolvieron de su delito. Un delito repudiado por unos, alabado por otros. Durante la década siguiente este método se esparció como espora hasta convertirse en una de las tácticas más usadas para financiar la guerrilla sandinista.
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Cortarse el pelo. Fue lo primero que Guillermo Mejía Cardenal hizo después del asalto. Entró a una barbería del barrio Luciérnaga “y me rasuré con unos reales que yo andaba”, reza su testimonio publicado en el diario La Noticia el 26 de junio de 1963.
Sergio Narváez continuó con su rutina. “Fue un día tan normal que creo que en la tarde ya estaba en clases”, dice. La orden para todos los protagonistas del robo era dispersarse y evitar el contacto entre ellos durante los siguientes 15 días.
Ese viernes, Alejandro Mora y Augusto Tercero abordaron un taxi. Mora llevaba puestos unos lentes oscuros “los había comprado para el operativo, según yo para que no me miraran bien la cara”, cuenta. Ambos iban en el asiento trasero del vehículo, a Mora las gafas y la bolsa de papel que tenía entre sus manos lo delatarían después.
El dinero lo guardaron en la casa de Edmundo Narváez. Allí el comandante Jorge Navarro llegó con una cocinita de dos quemadores en la que, como si rellenara gallina para diciembre, con paciencia metió uno a uno los billetes.
Luego, partió hacia la montaña con los “reales”. Con este dinero se compró lo que hacía falta para los combates en los ríos Coco y Bocay. Esta sería —según el Atlas de la Lucha de Liberación Nacional— “la primera acción armada del FSLN, y también, el primer destacamento guerrillero políticamente definido e ideológicamente homogéneo”. Allí, en Bocay, murió Navarro, en octubre de 1963. En esos días los muchachos que entrenó tenían cuatro meses en prisión.
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Eran las 10:30 de la mañana del último día del mes de mayo. Según el plan, Jacinto Baca, Alejandro Mora, Guillermo Mejía y Alfonso Borge, para no despertar sospechas, debían ocultar las armas antes de entrar al Banco de América. Fuera del edificio en dos vehículos los esperarían Sergio Narváez, Augusto Tercero y Edmundo Narváez.
Cuando ellos llegaron a la sucursal El Carmen había seis empleados y al menos una docena de clientes en el banco, según la reconstrucción de hechos que realizaron los periódicos de la época y las entrevistas que realizó Magazine con los sobrevivientes actuales.
Jacinto Baca y Alejandro Mora fueron los primeros en entrar.
—¿Dónde está el gerente? —preguntaron.
Durante un par de minutos esperaron sentados hasta que sacaron de las bolsas de papel —de esas que vendían en el mercado por 50 centavos— las ametralladoras alemanas y con ellas a través del cristal le ordenaron a Adolfo Castellón, gerente de la sucursal, que saliera de su oficina.
—¡Manos arriba! —gritaron.
Otros dos hombres armados con pistolas automáticas calibre 9 mm encañonaron a los que hacían fila y les dijeron:
—¡Agáchense!
Una mujer asustada lloraba. Los gritos y la histeria no se hicieron esperar.
“Estaba lleno el banco. Imagínese la gente pegando gritos cuando miran que es un asalto, nosotros estábamos con el espíritu de lucha enorme y como era joven yo sentía que no me iba a pasar nada, yo me sentía como un supermán, no nos va a suceder nada decía, imagínese una ametralladora con doble magacín, con mi pistola 45 mm y hasta una granada teníamos cada uno”, recuerda Alejandro Mora, uno de los asaltantes, 51 años después de este episodio.
Mientras él y Baca con las armas apuntaban a los clientes, Adolfo Borge y Guillermo Mejía “comenzaron a recoger dinero en las casetas de las cajeras”, relataron los testigos del robo al diario La Prensa.
Según sus descripciones, Mora era el líder, vestía camisa sport y usaba “anteojos combados de moda”. Su rostro era “simpático, nariz fina, un poco alto”. Él fue “el primero que desenfundó la ametralladora, que era parecida a las que usa la Guardia Nacional, color plomo”, afirman.
De color negro las recuerda Alejandro Mora, quien en casi todos los detalles del robo coincide con la narración que se publicó en los periódicos en los días posteriores al robo, excepto en aquellos pormenores que se refieren al dinero que había en la bóveda del banco.
“Yo me meto a la bóveda porque miro unos maletincitos de cuero, ‘aquí la agarramos toda’ dije yo, me meto y ¡bam, bam, bam! los agarro. Solo uno había con dinero. ¡No había nada, nada, ni monedas allí en la bóveda!”, dice Mora.
En el relato publicado el 2 de junio de 1963 el gerente de esta sucursal del Banco de América asegura que “todo ocurrió en unos 12 o 15 minutos, y a pesar de que se les vio que estaban nerviosos, me pareció que todo lo habían estudiado y planeado... Sin embargo, no concibo cómo es que no tocaron la caja principal... Tal vez tuvieron miedo de que se les cerrara la puerta de la bóveda”, afirmó Castellón. Según él, allí había 150 mil córdobas en efectivo.
La operación “se dio con una excelente e impecable precisión. Calculamos hasta la reacción nerviosa del personal y clientes, pues no queríamos que se produjera ningún derramamiento de sangre”, aseveró Guillermo Mejía, otro de los miembros del grupo asaltante. Él falleció en 2013, pero su testimonio se encuentra en un escrito que data del año 2010.
Mejía, con el brazo en alto para que Mora lo viera, giró varias veces su dedo índice. Así le indicó la retirada. Como habían entrado, salieron: en dos grupos. Lo extraído de las casetas y de la bóveda sobrepasaba los 50 mil córdobas.
“El banco está asegurado contra estas pérdidas con la Lloyd’s de Londres”, aseguró posteriormente a los periódicos Alfredo Enríquez, gerente del Banco de América.
Según él, “las operaciones de la sucursal se reanudaron inmediatamente” después del asalto. Sin embargo, Porfirio Berríos, fotógrafo del diario Novedades, recuerda que cuando llegó al lugar, como media hora después del robo, “la gente estaba nerviosa, ya casi todo el personal había salido del banco, la policía los había desalojado”, concluye. En ese momento inició la búsqueda de aquellos a quienes las autoridades llamaron “gánsteres” y delincuentes.

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“¡Anaconda, allá voy!”, gritaba en la penumbra. El entrenamiento empezaba en la madrugada. Caminaban desde la ciudad de Managua hasta la laguna de Apoyeque. “Bajábamos y subíamos el cráter, hacíamos prácticas de arme y desarme (...) de elaboración de explosivos”, recuerda Guillermo Mejía, en su testimonio de 2010.
Guiados por el comandante Jorge Navarro, un par de muchachos se preparaban para luchar contra Somoza en la montaña.
“Es que los sandinistas no pasábamos de 15 para esa época”, recuerda en entrevista con Magazine Edmundo Narváez, del mismo grupo.
Según ellos, con Navarro recibían no solo preparación física, sino también ideológica.
“Combinaba el estudio de la guerra necesaria con la preparación política y estudiaba con nosotros la obra de Máximo Gorki: La Madre. El pequeño ejército loco, de Gregorio Selser (...) toda esa literatura era perseguida por la GN igual que perseguían las armas en las manos de los revolucionarios”, resalta Mejía en su escrito.
Ellos tenían aliados. Un oficial de la Guardia Nacional incluso les prestaba un rifle para que practicaran. Armar y desarmar. Armar y desarmar. Una y otra vez, “durante unos seis meses”, apunta Narváez . De forma clandestina lo recibían en un costal que enviaba el guardia que en su jeep se estacionaba cerca del lugar de reunión, después lo mandaban en el mismo costal a su dueño.
“Eso es lo que sabíamos, disparar una pistola, eso es el único entrenamiento, pero no es nada parecido a un ranger o a esas cosas pues, hacíamos caminatas, ejercicios”, señala Sergio Narváez en entrevista con Magazine, cinco décadas después de los hechos.
La rutina de preparación física se respetó hasta el día en el que Navarro les comunicó que se necesitaba dinero para la lucha armada. La guerrilla no parecía posible porque no contaban con el apoyo del campesinado.
“La montaña nunca pudo generar el famoso foco guerrillero que iba a tomarse el poder, en la montaña se quedaron muchos miembros del Frente, valiosísimos, muchos jóvenes”, lamenta Sergio Narváez.
El Frente de Liberación Nacional, como se conocía en los primeros años, además de miembros les hacía falta dinero.
“Con el triunfo de la Revolución cubana en el 59, el Che Guevara es asignado como responsable de la situación de Nicaragua”, pero en el país hay un conflicto pues “los que estaban haciendo la lucha armada no querían a la persona que el Che había designado porque había sido guardia nacional, entonces (por eso) no se dio el apoyo de Cuba”, aseguró a Magazine una fuente que solicitó el anonimato.
Según la fuente, Carlos Fonseca Amador, estando en Honduras, aceptó en 1963 que estaban solos y le dijo a Navarro que los muchachos no serían entrenados en Cuba sino en Apoyeque. “Decepcionado se viene (Navarro) para Managua y nos reúne a nosotros y nos dice: ‘Bueno, no hay nada, estamos fregados, aquí estamos todos, no hay mayor gente’”, recuerda Edmundo Narváez, quien no olvida que ese mismo día les dijo que “para qué íbamos a andar buscando dinero afuera si aquí tenía dinero la dictadura, que para qué íbamos a estar buscando armas afuera si aquí había, lo único que hacía falta eran huevos, o valor para quitar esas armas ahí y voltearlas en contra de ellos”.
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Una camioneta Ford, color gris, matrícula 6678, los esperaba afuera del banco. La habían robado 30 minutos antes del asalto. El vehículo era propiedad del Federico Lang. Cuatro sujetos armados por la Casa del Obrero “encañonaron al conductor de la misma, Marcelino Miranda, lo ataron de manos y pies y lo dejaron en Miraflores”, se publicó en el Diario La Prensa del 2 de junio de 1963.
“Me dice Sergio, ‘mirá ese carro lo vamos a agarrar’. Llegamos, encañonamos al conductor y le quitamos las llaves. Al hombre lo montamos en el carro, preguntamos de quién era ese carro y nos dicen que este carro es del chato Lang, un familiar de Somoza. Le quitamos la cartera (al conductor), pensando que era de la Seguridad pero no le hallamos nada. Le dijimos vamos a echar aquí gasolina en la carretera, si vos gritás, aquí te morís, aquí te matamos. ‘No, no, no me hagan nada’. Lo fuimos a dejar por Xiloá, lo amarramos y lo dejamos en el monte”, recuerda Alejandro Mora.
Afuera de la sucursal El Carmen había dos vehículos esperando: la camioneta Ford y un Buick. Uno lo conduciría Sergio Narváez y el otro Augusto Tercero, quien era chofer.
Cuando huyen del Banco de América, el automotor que llevaba Tercero se apagó, inmediatamente todos bajan del carro y se dispersan en la ciudad. Ahí es cuando Tercero y Mora abordan un taxi.
Al día siguiente del asalto un retrato hablado del que habían identificado como líder de los “gánsteres”, como les llamaron, salió en la primera plana de La Prensa. Por eso es que Mora cree que el conductor del taxi los reconoció. “Nos mira por el espejo retrovisor y dice claro, por este lado de la ciudad, de gafas y con una bolsa de papel craft”. Mora, además, señala que Tercero era un chofer reconocido por su participación en los sindicatos. Él fue el primero que cayó preso en junio de 1963.

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Estaba boca abajo. En la nuca sentía la bota del guardia que lo capturó. Trató de despistarlos cuando llegaron a buscarlo a su casa. Tenía tres meses de haberse casado y la maleta con un pantalón, una camisa y un calzoncillo que le pidió a su esposa que le aliñara ya no le serviría en el lugar al que lo llevaban.
Edmundo Narváez fue capturado el 14 de junio de 1963. La golpiza que sufrió ese día era solo un presagio de lo que vendría después.
A Alejandro Mora lo apresaron dos horas después. Ese día se iría a la montaña con el comandante Jorge Navarro, pero la Guardia Nacional lo arrestó cuando estaba entregando cuentas de lo que había cobrado para aguardiente El Zanatillo.
“Llegando allá (a la Seguridad) comenzaron bangán-bangán a darme, me llevaron como a las cinco de la tarde y me dejaron de golpear como a las doce de la noche, me rajaron la cabeza, me inflamaron los brazos, para descansar les dije ‘allá están unos compañeros de Monseñor Lezcano para abajo’, pero era mentira, como a la media hora regresaron y me dieron más duro”, cuenta Mora.
Augusto Tercero y Guillermo Mejía ya habían sido torturados.
Mejía supuestamente le contó a Mora que “una vez que lo habían llevado en un helicóptero y que lo tenían amarrado y lo iban a volar en el mar presionándolo para que hablara, pero no habló”. A Tercero lo golpearon durante tres días. “Fuimos cayendo y nos dábamos cuenta”, lamenta Edmundo Narváez.
Sergio Narváez fue el último en ser capturado, lo encontraron porque alguien filtró a las autoridades somocistas información sobre su escondite.
“Llegó la Seguridad a buscarme en la madrugaba, yo estaba dormido y me llevaron a las oficinas allá en Tiscapa, y comenzaron una sesión de golpes muy fuertes, me golpeaban en todos lados, en el estómago, en el pecho, en la espalda, en la cabeza (…) Me decían que quiénes éramos, que denunciáramos a todos. Después en la mañana me dieron otra sesión de golpes, pasé como una semana orinando sangre por los golpes”, recuerda.
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Iban a fusilarlos. Eran las tres de la mañana. A Alejandro Mora y a Guillermo Mejía los colocaron frente a la pared. Cinco guardias con rifles Garand los apuntan cuando el jefe dice:
—Aquí los fusilan a estos jodidos.
“Guillermo me abrazó y me dijo ‘bueno, hermano no hicimos nada, eso es lo que me arrecha que no hicimos nada y nos van a matar’. Nos quedamos esperando que nos mataran”, cuenta Alejandro Mora. Ese mismo día los trasladaron a las celdas de La Aviación.
En los calabozos de piedra cantera estaban todos juntos. “No nos pusieron con los presos comunes, tal vez pensando que podíamos transmitirles ideas revolucionarias”, recuerda Sergio Narváez.
Se entretenían cantando boleros, pero no podían tener libros, ni salir de la celda. Pasaron seis meses sin ver el sol hasta que perdieron la noción del tiempo, por eso, dicen ellos, decidieron someterse a una huelga de hambre. Agua con gotas de limón, o sal durante 14 días para exigir mejores condiciones carcelarias.
No comieron la “chupeta” durante dos semanas. “Eran diez granos de frijoles y como 30 de arroz”, dice Edmundo Narváez, quien recuerda que Jacinto Baca se desplomó por inanición.
Medios de comunicación y la Cruz Roja llegaron a La Aviación. Los reos suspendieron la huelga a la que se habían sumado otros presos cuando consiguieron salir un par de horas al sol.
En una de las tardes en el patio vieron pasar a Carlos Fonseca Amador. “A eso de las cuatro de la tarde lo miro chorreando sangre por toda la cara, entonces lo saludamos, y nos dijeron los guardias que nos iban a matar”, asevera Alejandro Mora.
Según él, Carlos Fonseca les dijo que se encontraran un domingo, cuando sacaban a los presos para la misa. Allí Fonseca les pasó un papel en que los reconocía como “hermanos de lucha” y admitía que el asalto que perpetraron permitió la lucha guerrillera.
Dos veces fueron sometidos al jurado. Las dos veces fueron absueltos. En agosto de 1964 el juez Primero Distrito del Crimen, doctor Orlando Morales Ocón, ordenó dejarlos en libertad.
Otros asaltos del Frente Sandinista
Después del asalto al Banco de América se recurrió durante años a este método para financiar la lucha guerrillera.
• 23 de septiembre de 1966: es asaltada la sucursal El Calvario, del Banco Nacional de Nicaragua.
• Enero de 1967: roban sucursal bancaria San Sebastián. En esta acción participa Tomás Borge. En junio de ese mismo año, Daniel Ortega y Selim Shible asaltan la sucursal del Banco de Londres en el Boulevard Kennedy.
• 1968: Ricardo Morales Avilés roba la agencia bancaria Buenos Aires, del Banco de América de Managua. En esta operación muere un oficial de la Guardia Nacional.
• 4 de noviembre de 1969: asalto al Banco Nicaragüense, en León, y a la sucursal Centroamérica del Banco de América, en Managua. En León participan Leonel Rugama, Carlos Agüero y Enrique Lorente.
• Enero de 1970: Leonel Rugama y Óscar Benavides participan en el robo al Banco Nacional de Nicaragua.