Aquí se respeta la muerte

Reportaje - 31.10.2010
Directiva del Consejo de Ancianos Chorotegas de Sutiava

Los atabales y redobles suenan cada domingo de octubre en el barrio indígena de Sutiava llamando a sus habitantes a la “fajina”, una práctica indígena anterior a la llegada de los españoles que se funde con la celebración cristiana del 2 de noviembre o Día de los Fieles Difuntos

Tania Sirias

Cuatro de la madrugada. Un gallo canta y otro responde como a los tres patios. La claridad del día aún no se asoma en las calles empedradas de Sutiava, el barrio indígena de León. La mayoría de la población aún duerme. Néstor Aguilar aprovecha para arroparse por el frío de octubre. Ve el reloj y recuerda que es domingo. Es un día para descansar.

El rítmico bam-baram-bam-bam de unos tambores se escucha a lo lejos. A lo mejor está soñando. Sin embargo, el sonido aumenta cada vez más. Los atabales y redobles están casi en la puerta de su casa, y ya un poco más despabilado reconoce que anuncian el día de la fajina.

Poco a poco las luces de las casas levantadas con paredes de taquezal y techo de tejas se van encendiendo. El humo sale del fogón de leña donde las mujeres preparan el café, pan con mantequilla, los maduros horneados y las cosas de horno que luego llevarán al cementerio.

También preparan la chicha de maíz pujagua y el tiste de maíz tostado que son bebidas muy tradicionales, comenta don Pablo Álvarez Medrano, quien ha sido por 43 años consecutivos el secretario del Consejo de Ancianos Chorotegas del barrio de Sutiava.

A la cinco de la mañana el día ya está claro. Los hombres comienzan a quitar la maleza de las tumbas, recoger las hojas y recolectar la basura en los cementerios San Juan Bautista, El Zapote o San José, San Pedro, El Guasimal, San Sebastián y San Francisco, los seis camposantos que no son administrados por la comuna, sino por los directivos del Consejo de Ancianos.

Don Pablo dice que para entender qué es la fajina se tiene que hablar de la primitiva y la actual. La primera era un culto que los indígenas celebraban desde antes de la llegada de los españoles, y la segunda ya es un sincretismo cultural de ambos mundos.

Es la mezcla de la religión católica y el culto a los muertos que ahora se le conoce como Día de los Fieles Difuntos. La fajina indígena no es como la de hoy, ha cambiado mucho, lamenta don Pablo, quien deja su trabajo para hacer memoria de este ritual indígena.

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Al costado oeste de la iglesia San Juan Bautista vive doña Julia Lucía Zamora López, presidenta del Consejo de Ancianos Chorotegas de Sutiava. Es nueva en el puesto, tiene menos de seis meses. Se pone su cotona blanca, la cual tiene bordado al lado derecho el sol de madera que está en el techo de la iglesia de Sutiava.

A diferencia del resto de iglesias de León, la de Sutiava conserva rasgos muy indígenas y una de ellas es el sol de madera que está sobre el techo en la entrada del templo, la que parece recibir a los feligreses y turistas.

Antes de ir a la iglesia, don Pablo Álvarez le pide a la presidenta que use la vara del Consejo de Ancianos, pero ella se rehúsa.

—No, mejor la dejamos.

—Llévela doña Julia, es el símbolo de su puesto.

—Es que me causa un poco de miedo.

—Entonces la llevo yo, y se la doy cuando lleguemos a la iglesia.

El temor de doña Julia es que dicen que los últimos que han agarrado la vara han fallecido recientemente. Es por eso que don Pablo Álvarez mandó a construir una nueva vara hecha de madera de granadillo y con la forma de una serpiente.

La anterior era una vara que medía dos metros, exactamente la misma distancia que cavan para abrir el hoyo en el cementerio. Los dos últimos presidentes del Consejo de Ancianos fallecieron en menos de dos años, cuando los anteriores han ocupado ese puesto por casi diez años. Coincidencia o tuerce, doña Julia prefiere no arriesgarse.

Dentro de la directiva también se encuentra la subcomisionada policial Leyla Bárcenas, quien es la tesorera y la que resguarda los títulos reales de la comunidad indígena de Sutiava. Su puesto no se debe a su profesión, sino a una herencia familiar.

Ella es el relevo de su tía Ernestina Roque, quien era perseguida por Anastasio Somoza Debayle, ya que su interés era obtener ese tesoro indígena: los libros donde se detallan las trece caballerías que entregó la corona española al pueblo indígena.

“Por herencia guardo los títulos reales de Sutiava. Lo tuvieron a resguardo mis tatarabuelos, bisabuelos y por último mi tía abuela, Ernestina Roque Hernández, pero como no tuvo descendencia, ella me hizo entrega antes de morir. Me pidió que los guardara celosamente, porque si caen en otras manos estamos seguros que estos títulos ya no existieran”.

En los libros se demarca la extensión del territorio indígena que son de 63 caballerías y detalla los puntos que la conforman, además poseen el sello de la corona real de España. Ese documento fue investigado por el Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica, el cual avaló la autenticidad del mismo.

La subcomisionada relata que los documentos siempre se mantienen enterrados, ya que más de una vez han querido robárselos.

Foto Oscar Navarrete
Cada domingo de octubre los pobladores del barrio indígena de Sutiava limpian los cementerios como preparativo para el Día de los Difuntos.

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Morir para el indio era como un festín, afirma don Pablo Álvarez, mientras quita el cemento de la cuchara de albañilería. Se limpia el sudor del pecho con la mano y se pone una camisa. Además de albañil y secretario del Consejo de Ancianos Chorotega, es también historiador de la comunidad indígena de Sutiava.

Expresa que almacena toda la información en su disco duro –señalando su cabeza– la cual le han transmitido de manera oral sus tatarabuelos, bisabuelos, abuelos y como ahora lo hace él con sus hijos y nietos.

La fajina ya no es como antes. Todo ha cambiado, dice apesarado don Pablo. Según le platicaba su bisabuela María Medrano, y luego su abuela Margarita Montoya –quienes son descendientes de corregidores– antes para el 2 de noviembre se acostumbraba poner cuatro guacalitos en cada esquina de la tumba del indio y allí le ponían los gustos que se daba en vida. A eso se le llamaba la ofrenda.

Esa festividad iniciaba con la fajina que se hacían los cuatro domingos de octubre y el 2 de noviembre se les llevaba las ofrendas a los difuntos.

Comenta que la fajina de Sutiava se asemeja mucho a la tradición mexicana, con la diferencia que los indios nicaragüenses limpian los cementerios todos los domingos del mes de octubre, con el objetivo que el camposanto esté bien arreglado para recibir las ofrendas el 2 de noviembre.

Antes también se les rezaba el Mil Gracias, que es una oración que dura más de cuatro horas, donde la gente se iba apenas el sol iba cayendo por temor a las almas.

Don Pablo recuerda que al último que se le rezó el Mil Gracias fue a don José Bárcenas, quien fue presidente del Consejo de Ancianos de Sutiava.

“Había un rezador que se llamaba Rosalío Castro que les rezaba el Padre Nuestro y el Ave María a los indios pero en lengua chorotega.

Algo a destacar, expresa el historiador, es que la comunidad debe cumplir la última voluntad del moribundo y es que para los indios sutiavas la muerte es muy respetada.

“Me acuerdo que la última voluntad de doña Dora Medina, una de las corregidoras que murió hace más de 40 años, fue que velaran su cuerpo en el suelo, recostada sobre un petate y una vela en cada esquina.

Eso era para que su cuerpo recorriera su último viaje sobre la tierra, a como dicen, que hiciera sus últimas vagancias, y saludar a quien no pudo ver antes de morir. Yo tendría como unos 10 años, y vi como la población la velaba en el suelo”.

Lamenta que otra de las tradiciones que se van perdiendo son las danzas de los astros, la danza de los vientos y la danza de los muertos, las cuales se bailaban para el 2 de noviembre, dedicadas al Dios Cunite, el dios del mal. Otra de las danzas es el baile de los desollados.

Esta danza está basada en la guerra de los desollados, la cual fue una férrea lucha que tuvieron los sutiavas en la cordillera de Los Maribios, en contra de la colonización española.

“Ése fue un recurso que utilizaron los indios para resistir a la colonización. Le arrancaban la piel a los viejos, a las personas que tenían algún defecto, o a los indios que capturaban de otras tribus, como si fueran garrobos, y luego se la ponían encima los guerreros para infundirles miedo a los conquistadores. Por supuesto que al ver eso los españoles se horrorizaban, pues lo veían como un acto de barbarie”.

Los sutiavas fueron uno de los principales bloques de resistencia para los españoles. Ahora la danza de los desollados se ha convertido en un baile muy tradicional que se puede ver el 29 y 30 de septiembre, en la iglesia de Sutiava, dice don Pablo, como antesala para la fajina y la celebración de los muertos.

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Los tambores siguen sonando en las calles de Sutiava. A lo lejos se escuchan las marchas “trago de ron” y “paso de camino”, anunciando que es día de fajina. Néstor Aguilar ya está preparado con sus instrumentos en mano para ir a limpiar el camposanto donde reposan los restos de sus abuelos. Da gracias a Dios porque sus padres aún están vivos.

Comenta que hay dos fajinas en el año. La primera un fin de semana antes del Día de las Madres y la tradicional que son los cuatro domingos de octubre.

En el cementerio San Juan Bautista lo espera Juan Porfirio Mayorga es ponerles mariachis a sus madres, enflorarlos y rezarles el Padre Nuestro y el Ave María”.
Cada 2 de noviembre los seis cementerios indígenas se preparan para recibir a la población que llega a visitar a sus difuntos.
Antes eran ocho cementerios, afirma Pablo Maradiaga, quien es promotor de cultura de Sutiavba. Dos ya han desaparecido. A éstos les faltan los cementerios de La Merced y Las Joyas que ahora son barrios habitados.
Narra que hace treinta años aún podían observarse los mojones del cementerio y algunas tumbas, pero éstas se han ido perdiendo con la construcción de casas. Luego de la revolución, la población se tomó esos terrenos quedando algunos vestigios de esos camposantos.

La fajina es convocada por el Consejo de Ancianos y es para mejorar el cementerio, ya que a las personas que no acuden a la limpieza se les cobra cien córdobas, 20 por el pago de alumbrado, 20 por el agua y 60 por las cuatro limpiezas que se hacen en el camposanto.

Ese dinero se le entrega al tesorero que rinde cuentas sobre lo recaudado y lleva el listado de los afiliados que limpian las tumbas de sus familiares.

Ya son las diez de la mañana, Néstor Aguilar luce cansado, por más de cuatro horas se ha dedicado a la limpieza del camposanto. Recoge la pala, su machete y la escoba, su próxima visita será el 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos, cuando llegará a enflorar a sus familiares muertos.

Foto Oscar Navarrete
Pablo Maradiaga muestra las bases de lo que fue la iglesia San Andrés y antiguo camposanto de Las Joyas.

Día de los muertos

El Día de los Muertos es una celebración mesoamericana de origen prehispánico que honra a los difuntos el 2 de noviembre, comienza el 1 de noviembre y coincide con las celebraciones católicas de Día de los Fieles Difuntos y Todos los Santos.

Los orígenes de la celebración del Día de Muertos son anteriores a la llegada de los españoles. Hay registro de celebraciones en las etnias mexica, maya, purépecha y totonaca. Los rituales que celebran la vida de los ancestros se realizan en estas civilizaciones por lo menos desde hace tres mil años. En la era prehispánica era común la práctica de conservar los cráneos como trofeos y mostrarlos durante los rituales que simbolizaban la muerte y el renacimiento.

El festival que se convirtió en el Día de Muertos se conmemoraba el noveno mes del calendario solar mexicano, cerca del inicio de agosto y se celebraba durante un mes completo. Las festividades eran presididas por la diosa Mictecacíhuatl, conocida como la “Dama de la Muerte” y esposa de Mictlantecuhtli, Señor de la Tierra de los Muertos. Las festividades eran dedicadas a la celebración de los niños y las vidas de parientes fallecidos.

Por muchos años, en diversas culturas se han generado creencias en torno a la muerte, que han logrado desarrollar toda una serie de ritos y tradiciones, ya sea para venerarla, honrarla, espantarla e incluso para burlarse de ella.

Posteriormente en la Nueva España como consecuencia de la evangelización en el siglo XVI se introducen nuevos conceptos acerca de la muerte y de los lugares a donde va el alma de los difuntos. Con esto, se pasan estas dos fiestas prehispánicas del calendario náhuatl al calendario cristiano que corresponden a las festividades de Todos los Santos y Fieles Difuntos, es decir, al 1 y 2 de noviembre. Sin embargo, algunas de las creencias prehispánicas han continuado con los grupos indígenas actuales mezclados con elementos del cristianismo. La Unesco ha declarado esta festividad como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

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