Arnoldo Alemán y los hermanos Ortega estudiaron en el mismo instituto hace ya casi 50 años, cuando ninguno soñaba el poder que ostentarían después. Magazine revisó sus notas, esculcó en sus anuarios y entrevistó a varios de sus excompañeros para encontrar que nunca fueron buenos alumnos, que Daniel Ortega fue monaguillo, scout y futbolista, y que a su hermano Humberto le decían Puñalada
Octavio Enríquez
Daniel Ortega, quien ya se va quedando calvo a sus casi 60 años, tenía cuando era un niño de primaria suficiente pelo para darle trabajo a un barbero. El comandante que dirigió una guerra a sangre y fuego hace 25 años, gustaba del futbol, según quienes lo conocieron, esa lidia que permite todo menos la lentitud. Ortega era liviano, flaco y se cruzaba el campo en “dos monazos”, recuerda Erasmo Vargas, de su equipo y quien, pasados tantos años, cierra los ojos y parece que la suela de sus zapatos se ha posado otra vez, como todos los miércoles cuando tenían tardes deportivas, sobre los campos del Instituto Pedagógico de varones en Managua. En ese tiempo las canchas estaban al este de la estatua José Martí, ubicada cerca de la laguna de Tiscapa.
La vida de Ortega tenía su propia caja de chocolates. Era scout, de los que respetaban su uniforme; monaguillo, como el más ferviente católico —en ese tiempo no hubiera escandalizado que comulgara— y cruzado religioso de un grupo de chavalos católicos que posaron en distintas ocasiones para las cámaras fotográficas. El Instituto Pedagógico era de esos colegios a donde van a dar todos los hermanos. Los Ortega eran Daniel, Humberto y el pequeño Camilo, todos de saco y corbata en una foto de la época.

Para Humberto Ortega Saavedra ser menor que Daniel no era problema. Tenía su propia personalidad, reconocida por todos. A Humberto, por ser narizón y flaco —no por traicionero dicen sus excompañeros— lo conocían en primaria como Puñalada, un sobrenombre que resultó sin filo para una persona descrita como locuaz y amena, aunque la foto del colegio llame a engaños. El cuerpo de Ortega se yergue como en una gala militar y el rostro parece, al menos por ahora, una víctima directa de un mal chiste en una fiesta.
“Humberto era más jocoso. Siempre optimista; siempre riéndose. Daniel era otro Daniel: impulsivo. Él no decía: 'hermaaanoooss nicaragüenses'... Antes hablaba más rápido. 'Esto no es así, esto no es así', así hablaba. El cambio es por la madurez”. Vargas estudió con Daniel en cuarto grado, en el año escolar 1956-7, y era también el jefe de la patrulla de exploradores en la que estaban los hermanos Ortega.
En ese ciclo escolar, Humberto estaba en tercero y Arnoldo Alemán, un nombre que le sonaría fuerte en 1996 cuando lo derrotó en la campaña presidencial, estaba en quinto.

Magazine revisó las notas de estos tres personajes entre 1957-1961 y acudió a la memoria escolar de esos años. Nunca fueron los más brillantes de sus grupos. Ese Daniel Ortega, de la fotografía blanco y negro, era el de la época en que Put your head on my shoulder (Pon tu cabeza en mi hombro) era un éxito en el dial y cuando la talla “S” le quedaba holgada a Alemán Lacayo, su vecino.
“Daniel era vecino nuestro del barrio San Antonio. Vivía pegado a la panadería La Rosa Blanca, de los Mendieta. Nos veníamos del Instituto La Salle juntos, un grupo. Daniel venía dos años menor que yo en clases. Aunque él es mayor, venía dos años menor que yo”, cuenta Arnoldo Alemán en un reportaje publicado anteriormente por La Prensa.
Silvio Conrado, excompañero de clases de Alemán y por esos vericuetos de la vida ahora asesor económico del Frente Sandinista, era uno de esos chavalos que Arnoldo pasaba trayendo camino al instituto en varias ocasiones del día, porque la entrada era a las 8:00 de la mañana y salían por primera vez a las 11:00. Reiniciaban a la 1:30 de la tarde y terminaban a las 4:00. A Alemán lo matizaban como el renco Arnoldo, según el economista, pero no por maldad, lo que pasa es que “los niños son crueles y sinceros, y como él tenía problemas en una de sus piernas, pues así le decían. Vos sabés los chavalos como son: al que es negro le dicen negro”.
Además de los Ortega, estudiaron en el Instituto los Alemán, los Conrado y una serie de personajes que han marcado la historia reciente del país. Desde Francisco Fiallos, quien estudió con Alemán —era mejor estudiante— y en 2002 lo enjuició por corrupción (recordado además porque fue palillón de la banda musical), hasta Noel Ramírez, presidente del Banco Central entre 1997 y 2001, y quien tenía un promedio de excelente en ese tiempo, cuando las calificaciones oscilaban entre cinco y diez, siendo esta última la máxima y el 7.51 el mínimo aprobado.
En la calle se instruyeron en años diferentes Cristóbal Sequeira, exfuncionario de la Vicepresidencia, de quien sobresalen sus orejas en las imágenes, y Alberto Novoa, excompañero de clases de Humberto Ortega y ahora procurador general de la República. La ensalada de clases tenía para más. Ahí estaban también los hijos del expresidente Luis Somoza: Álvaro, Bernabé y Luis.
“Había clase media, un poco media baja, gente esforzada, gente clase alta, de política,y gente como Daniel (quien se miraba limitado en los recreos por el poco dinero); muchos que se lanzaron a la lucha. Compañeros de nosotros por ejemplo Casimiro Sotelo”, describe Vargas. Quienes serían con el tiempo sandinistas, héroes y mártires de la revolución o liberales empedernidos, en el otro extremo, compartieron pasillos en el colegio cuando eran anónimos.

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Alberto Novoa ya no recuerda con exactitud sus vivencias con Humberto Ortega. Han pasado casi 50 años, pero no puede olvidarse del jolgorio estudiantil bajo la estricta disciplina del Pedagógico. Los empujones en las hileras de todos los días, el tremendo mal olor de los pedos chinos que entonces estaban de moda y que nunca faltaban. “El que se sentaba en ellos apestaba”, se recuerda.
Los estudiantes usaban obligados corbata todos los días, excepto los miércoles cuando tocaba deportes. El domingo debían ponerse saco porque era la misa, oficiada en la capilla del colegio, ubicada donde hoy es el Centro de Convenciones Olof Palme. Daniel Ortega rezaba a Dios cuando niño, en el mismo lugar que cuando adulto debió tragarse la derrota en 1990. En sus años infantiles, incluso, Cristóbal Sequeira recuerda haberlo visto de sotana.
Las corbatas parecían mascadas por vaca, porque los estudiantes las sacaban apurados en la formación. Usualmente las guardaban en los pupitres, en algún libro o siempre las cargaban guindadas de sus fajas según Sequeira, quien pertenecía a un grupo de chavalos especiales. “Cuando yo llegué al colegio, en tercer grado estaba Agustín Alemán Lacayo, el mayor de los hermanos Alemán Lacayo; posteriormente llegó Arnoldo, iba como dos o tres años atrás, luego Toño y Álvaro quien era el menor. Eran estimados, queridos todos, me parece que el más pimentoso era Arnoldo y su papá era algo así como un benefactor de La Salle”.
El grupo de Sequeira recibía clase de un religioso pelirrojo extranjero a quien le molestaba mucho que le dijeran Zorro. Pero ese era su apodo y sus estudiantes nunca tuvieron necesidad de pronunciarlo. Una vende lotería, que alguien por supuesto había pagado, gritaba desde la calle siempre a la hora de clase: “¡Zorritóóóó... comprame lotería, no seas malito Zorritóóóó!”
A Sequeira, Agustín Alemán, Arturo Harding, Álvaro Mayorga (y otros) les gustaba mucho la natación. Casi siempre se iban a nadar desnudos a la cristalina laguna de Tiscapa, que en ese tiempo a lo sumo se ensuciaba con el agua de las mujeres que llegaban a lavar ropa.
En una de esas aventuras, un estudiante al que le decían Frijolito García, porque se ponía rojo con frecuencia —no recordaban su nombre verdadero—, se tiró al agua y regresó con unas candelas de dinamita y otros materiales explosivos que la Guardia Nacional había botado cerca del sector de La Curva. A la 1:30 de la tarde del día siguiente, luego del alarde de varios de ellos, un capitán de la Guardia Nacional —un hombre vestido de guayabera, moreno, con el cabello a rape— se presentó en el colegio. El director Heriberto María sudaba copiosamente. Luego de explicar lo que podría hacer una candela de dinamita, los “héroes infantiles” naufragaron y regresaron todo: dinamita, granadas, balas de escopeta y fulminantes.
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En la memoria escolar del Instituto Pedagógico se pueden encontrar, además de fotos, las notas de sus estudiantes. Daniel y Humberto Ortega estuvieron allí por lo menos hasta 1961. No existía todavía el Frente Sandinista, pero las ideas revolucionarias ya las tenían en la cabeza como si vinieran enlatadas en tarros de leche para niños. “No me acuerdo cómo era de alumno. Arnoldo era bastante bueno. De Daniel me acuerdo pasando por el colegio Maestro Gabriel (se asegura que allí concluyó su bachillerato, se localizaba también cerca del barrio San Antonio), organizando el Movimiento Estudiantil de secundaria. ¿Que cómo era Daniel? Pues opaco, de esos chavalos que se pierde. Era serio, como que si llevaba el mundo sobre sus hombros”, dibuja Silvio Conrado.
¿Revolucionarios arrojados? Cristóbal Sequeira todavía tiene en la cabeza cuando los Ortega estaban al frente de las protestas de 1959. Entonces los estudiantes salieron a las calles de Managua a protestar por la masacre del 23 de julio y no se sabe qué pasó con ellos después que la Guardia culateó a varios para dispersarlos.
En el plano académico Daniel Ortega nunca fue de los mejores. Jamás estuvo en el cuadro de honor. Cuando cursaba cuarto grado, en el año escolar 1956-57 fue alumno 38 de 54, con un promedio de 8.2. Un año después mejoró. Obtuvo una nota promedio de 8.6 y se convirtió el número 24 de 56 estudiantes, que eran ordenados en el anuario por sus notas y no alfabéticamente. En 1960-61, en segundo año B le fue tan mal que se convirtió en el colero de la clase con un 6.9 de nota promedio, un reprobado. A Humberto tampoco le iba bien. Ese 1960-61 fue el antepenúltimo de su clase, pues aprobó con lo mínimo: 7.6 dos bajones que ahora, pasando tanto tiempo, los amigos de los Ortega explican en sus precoces incursiones políticas. En los primeros años les iba mejor (Ver detalles de las notas de los Ortega).
“Éramos rebeldes. Carlos Guadamuz estaba en el grupo. Carlos Fonseca llegó al Pedagógico. Hubo una especie de miniparo, incluso creo que a raíz de eso fueron expulsados los hermanos Ortega del instituto. Eso fue como en 1959 o 60. Los expulsaron, se fueron al Maestro Gabriel, y terminaron allí. Lo sé porque un hermano mío fue expulsado y siguió como compañero de Humberto”, relata Erasmo Vargas.
El caso de Alemán es distinto, pero tampoco era de los mejores en su clase. Su mejor año es el de 1960-61 cuando obtuvo un 9.1 en cuarto año y era el número 11 de 36. En 1956-57 sacó 8.9 y era el número 24 de 56.

Alemán desapareció de las memorias por un motivo muy religioso. En 1957 se fue a Honduras para convertirse en religioso al Seminario La Providencia. Al final se salió de esa vida tan reflexiva por los problemas de su pierna izquierda, a causa de los efectos de la necrosis que una vez lo aquejó.
“Qué casualidad, ahora el superior generalísimo de los hermanos cristianos fue mi compañero”, alardeó en el perfil Jaque al Rey, elaborado por el periodista Fabián Medina.
No se sabe con seguridad cuánto tiempo estuvo en aquel país. Luego de intentarlo por una semana y enviarle una carta, el expresidente Alemán no respondió. Los hermanos Ortega tampoco. Arnoldo Alemán desaparece de los registros 1958-1959 y 1959-1960. En 1960-1961 ya estaba en cuarto año, porque los hermanos lo adelantaron un año, después que regresó del noviciado.
Por eso en el perfil Jaque al Rey habla de dos años de diferencia con Ortega. El comandante, en tanto, se hundía académicamente.

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"Yo creo que la historia va a juzgar de una manera menos severa a Arnoldo y Daniel. Ellos han reconocido que cometieron errores en sus respectivos gobiernos”, reflexiona el economista Silvio Conrado. Los enemigos políticos de los ochenta —Alemán incluso estuvo preso durante el gobierno sandinista de Ortega y le impidieron ver a su esposa en agonía—, ahora han sumado fuerzas desde el parlamento en un pacto que tiene en jaque al presidente Bolaños, acusado de cometer delitos electorales con el mismo dinero que el grupo de Alemán desfalcó.
Conrado, quien siempre ha sido muy cercano a los dos, llama la atención en el hecho de lo curioso que es el manejo del poder en Nicaragua. Ha sido un mismo grupo. Alemán y los Ortega son del mismo instituto y vecinos, así como mucha de su gente de confianza. Hay hasta una foto en la que Alemán y Ortega están en una misma mesa como “amigos”.
Parece un cumpleaños. Si cuando eran estudiantes nunca fue posible obtener una foto de estas, las conveniencias políticas han hecho el milagro. En algunas reuniones en la casa del FSLN, en que seguramente se discutió algo de esto, siempre hubo algo del pasado.
“¿Y el bachi?, preguntaban, refiriéndose al nivel académico de Ortega. Tampoco lo ocultaban cuando lo tenían enfrente. Conrado cree que no es un desprecio. Daniel tiene otras cualidades. Esperate, es de mucha sensibilidad. Es poeta… Lo que pasa es que uno mira muchas veces la cara pública. La de Daniel, primero en los años ochenta, fue durísima. Su lado humano es muy fuerte. Tiene gran orientación hacia los pobres. Dicho sea de paso, Arnoldo también, pero menos pronunciada. Eso viene desde chavalo. Recordá también que Alemán quiso ser cura…”.
Leído, como él piensa, Nicaragua ha estado en manos de dos buenos cristianos Lasallistas.

El niño guardespaldas
Era de rasgos campesinos, de 15 años por lo menos, y había sido entrenado en defensa personal por la Guardia Nacional, cuenta Cristóbal Sequeira. En la época en la que estudiaron Alemán y los Ortega, en el Instituto Pedagógico, ocurrió algo increíble. Un niño bueno a los golpes cuidaba de Bernabé Somoza, uno de los hijos del expresidente Luis Somoza. Era su guardaespaldas, según algunos de sus excompañeros.
Los hermanos de La Salle permitieron que estudiara en el colegio, pero el secreto debía mantenerse guardado entre la cúpula escolar y la familia que gobernó los destinos de Nicaragua desde que ascendió al poder el primero de los Somoza, Anastasio, en 1936.
Todo se destapó por un incidente con el hijo de un vendedor de seguros en Managua, de nombre Luis Bermúdez, quien era compañero de Bernabé. El niño dibujó a Luis Somoza. Lo hizo ridículo y se lo dio al pequeño Somoza, enfatizándole que era su papá, lo que provocó un pleito escolar de esos que animan frecuentemente las horas monótonas de clases.
Bernabé empujó al chavalo que no se dejó. Acudió entonces el joven escolta para rescatar al jefe, pero su proceder fue con mal tino, tanto que el empujón, con el que pretendía separarlos, acabó en un golpe a la cabeza del muchacho que después quedó hospitalizado. Fueron horas de mucho drama. Según Sequeira, el presidente ofreció disculpas públicas y aceptó lo del guardaespaldas, en tanto el muchacho se recuperaba.
Casi 50 años después, la anécdota ni siquiera resuena en los oídos de Álvaro Somoza, hermano de Bernabé. Más bien se ríe al teléfono. “Es puro cuento de caminos, no le hagás caso. Hay mucho mito contra nosotros, porque tenemos un nombre conocido. Éramos 40 o 50 muchachos en un aula. Cada grado llevaba 150 muchachos. Nos trataban igual a todos. Era lo más lindo. Cuando sos hijo de presidente tienden a tratarte diferente. Te sentís como animal raro”.

El mejor bachiller
En 1960-61 el mejor bachiller de toda Nicaragua se llamaba Esteban Duque Estrada. El futuro ministro de Hacienda, del gobierno de Alemán, acusado de ser cómplice en el robo de cai 100 millones de dólares durante 1997-2001 junto a otros exfuncionarios y parientes del exmandatario y Byron Jerez, era en ese tiempo un joven dedicado a sus estudios, como puede apreciarse en esta foto, donde el presidente Luis Somoza le coloca la medalla al bachiller del Instituto Pedagógico de Managua.