Un día decidieron sacar de su dieta todo producto de origen animal, la miel de abejas incluida. No lo hacen por salud,
sino por conciencia, dicen. Así viven los veganos en Nicaragua.
Por Amalia del Cid
¿Alguna vez ha considerado la idea de no volver a comer carne? ¿Y huevos? ¿Podría parar de consumir queso y miel de abejas? ¿Estaría dispuesto a dejar de comprar objetos hechos con cuero, lana o seda? Para los veganos esa es la realidad de todos los días. Una vida sin productos de origen animal que a sus ojos se traduce en una conciencia más tranquila.
Esta forma de vida que a muchos podría parecerles extrema, o por lo menos extraña, se basa en una doctrina filosófica y ética relativamente nueva que tiene sus raíces en la milenaria práctica del vegetarianismo. Nació en 1944, hace menos de un siglo, cuando un grupo de vegetarianos decidió llevar las cosas a otro nivel para establecer una verdadera y radical tregua en la que los “animales humanos” aprenden a subsistir sin explotar a sus compañeros de planeta, los “animales no humanos”. Es decir, el veganismo tomó distancia del vegetarianismo porque deseaba salirse de la cocina. Ya no quería ser solo una dieta, sino un decálogo para respetar en todo sentido la igualdad de los seres vivos, desde las personas hasta las hormigas.
Desde entonces el movimiento vegano ha ido cobrando fuerza de la mano de personajes tan célebres como Paul McCartney, Leonardo DiCaprio y Natalie Portman, grandes activistas de los derechos animales. Y ya sea por moda, salud, estética o conciencia, ha ganado adeptos a lo largo y ancho del mundo, Nicaragua incluida.