A finales de los años ochenta un asesino en serie sumió a Costa Rica en estado de sitio e histeria. Cobró 19 vidas y nunca fue atrapado por la Policía. El sospechoso más importante está muerto. Y es un nicaragüense
Por Amalia del Cid
Más tarde los testigos recordarían que esa noche había habido una hermosa luna llena y que el cielo de Cartago estaba tan bonito que Aracelly y Víctor Julio decidieron caminar de regreso a sus casas, tras salir de un baile. En realidad no era luna llena, sino cuarto creciente; pero la fama del Psicópata había aumentado tanto y eran tantos los mitos tejidos por el pueblo que se llegó a pensar que solo mataba cuando el círculo del satélite estaba completo. La gente habló de ritos con gatos vivos, hervidos dentro de ollas en la soledad de los cafetales. De libidinosos merodeadores nocturnos y de sectas satánicas y pactos con el demonio. En aquellos momentos de histeria colectiva todos eran sospechosos y a menudo aparecían falsas pistas que conducían a rastros perdidos.
Aracelly Astúa Calderón, de 15 años, y su novio Víctor Julio Hernández, de 18, fueron asesinados la noche del 20 de agosto de 1988 en un cafetal de San Vicente y con sus muertes el Psicópata sumó 12 víctimas. Tras obligarlos a internarse 15 metros entre las matas, mató al muchacho de un disparo en la sien y otro en el pecho, y con Aracelly llevó a cabo lo que los diarios describieron como “una carnicería”. Ya no cabía duda de que en el “Triángulo de la Muerte”, un territorio montañoso entre las provincias de Cartago y San José, operaba un asesino en serie. El primero en Costa Rica.
El terror duró diez años. De 1986 a 1996 el asesino hizo de las suyas en un radio de 15 kilómetros. Los cadáveres de parejas baleadas y mujeres horriblemente acuchilladas se multiplicaban mientras la Policía perseguía a los sospechosos incorrectos y la Fiscalía acusaba a delincuentes comunes. Cuando los crímenes se detuvieron la balanza estaba a favor del Psicópata. El OIJ (Organismo de Investigación Judicial) había perdido 19 a 0.
Fue hasta 1998, dos años después del último crimen del Psicópata, que apareció una verdadera pista. En junio se descubrieron en el cerro Zurquí los restos de tres nicaragüenses, víctimas, al parecer, de un asesino en serie costarricense que buscaba nicas ebrios en los bares de San José y los llevaba al Parque Nacional para dispararles y robarles. El perfil de uno de los nicaragüenses encontrados en el cerro coincidía a cabalidad con el del Psicópata, diseñado a lo largo de una década de investigaciones. Su nombre era Juan José Urbina Urbina y a 17 años de su muerte sigue siendo el sospechoso número uno.
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Desde el cerro San Miguel hay una gran vista del Valle Central de Costa Rica. Allá abajo varias ciudades descansan entre montañas verdes, a la sombra de las nubes, siempre densas. El lugar solía ser conocido por La Cruz de Alajuelita, monumento de 26 metros de altura erigido a 2,036 metros sobre el nivel del mar, que cientos de católicos visitaban en peregrinaciones. Así fue hasta el domingo 6 de abril de 1986. Desde entonces cerro y cruz son famosos por la Masacre de Alajuelita, uno de los peores crímenes en la historia reciente de ese país. Siete mujeres fueron asesinadas. Seis eran menores de edad.
Un día antes de la tragedia, Marta Eugenia Zamora, de 41 años, llamó a su hermana Rosario para invitarla a una actividad religiosa convocada por el padre Benedicto Revilla. Rosario dijo: “No tengo plata”. Y Marta Eugenia la convenció así: “Usted tranquila, véngase, yo ya pagué la comida para todas y yo les pago los pasajes del bus”. Llegaron las dos. Cada una con tres hijas. Y esa tarde solo Rosario sobrevivió, porque se cansó a medio camino, cuando el grupo subía hacia la cruz. El resto logró llegar al monumento y al descender del cerro las mujeres tomaron el atajo que las llevó hasta el asesino que muchos crímenes más tarde sería conocido como el Psicópata.
El periodista costarricense Otto Vargas lo documentó todo en un libro que será publicado en agosto: El Psicópata: los expedientes desclasificados. Durante veinte años investigó sobre la historia y las víctimas del asesino, por interés profesional y también por razones personales. Él es una de las últimas personas que vieron vivas a las niñas Zamora.
La mayor tenía 16 años; la menor cinco. Y Vargas, hoy de 43 años, era un adolescente de 14. “Mi madre, mis dos hermanas y yo fuimos los últimos en ver a esas chiquitas con vida, las de la masacre”, cuenta el periodista. “Había terminado la misa y nos entretuvimos demasiado en almorzar; cuando salimos quedaban unas cuantas señoras que ya iban bajando, nosotros y el grupo de las siete mujeres. Mamá les preguntó si vendían café y doña Marta Eugenia se volvió y dijo: ‘No señora, nosotros no vendemos café porque lo que trajimos es para nosotras’. Nos dio ternura porque se miraba gente muy humilde. Yo tengo la imagen de pasar de lejos y que ellas se quedaron ahí”.
Un campesino encontró los cuerpos al siguiente día. Iba a su finca cuando notó que había un portillo abierto. Ahí, en un claro, bajo un árbol, estaban los cadáveres de dos de ellas, doña Marta Eugenia y una niña. A las otras cinco las habían acomodado en fila, en un hueco. Tres muchachitas fueron violadas y todo el grupo asesinado a balazos”.
El arma utilizada fue una subametralladora M-3, calibre 45 y se encontraron casquillos de balas WRA 54 y WRA 42. Es decir, fabricadas en esos años: 1954 y 1942. “Las armas tienen imperfecciones y funcionan como huellas digitales. Cuando golpea la bala, queda una huella particular. Se hicieron las pruebas de balística y se halló que había una media luna tatuada en la base del cilindro. Así es como lograron distinguir el arma del Psicópata”, explica Vargas.
La Masacre de Alajuelita es el único caso en que “está documentado que participaron más de dos personas”, señala. Y también es el primero de los que se adjudican al Psicópata. En los siguientes crímenes continuaron apareciendo casquillos WRA 54 y WRA 42, “una coincidencia muy extraña”. Y más extraño aún: todos tenían una media luna.

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“¿Cuándo empezamos a ver al patrón? Cuando matan a una pareja en el Parque la Amistad y ahí mismo se encuentran los huesos de otra pareja. Ahí comenzó el problema. Cada vez que se desaparecía una pareja sabíamos que era él”. En aquellos malos años Gerardo Láscarez, ahora retirado, fue jefe de Homicidios del OIJ, luego jefe del Departamento de Investigaciones y después subdirector de la institución. A la fecha aún sostiene que el Psicópata era “un experto en guerrilla y en manejo de armas. Un verdadero maestro”.
“Debía tener entrenamiento militar. Primero por el arma que usaba y la forma de manejarla. Con esa puntería. A todos, todos, todos, les metía un tiro en la parte de atrás de la cabeza. En la nuca. Ese era su sello. La marca de ‘El Psicópata’. Para asegurarse de que no podía haber una persona media viva. Se los aplicó a las niñas de Alajuelita”, recuerda. Tiene que escarbar un poco en la memoria para rescatar los detalles pequeños y de cuando en cuando vuelve a asomársele la indignación. “Ni huellas de zapatos... Ni naaada”, dice. “Para nosotros, él se ponía plásticos en los zapatos. Usaba guantes, manejaba la escena perfectamente”.
Las parejas fueron su blanco preferido. Era un “verdugo del amor”, en palabras del periodista Ronald Moya, quien realizó para el diario La Nación la mayor cobertura del caso. Entre diciembre de 1986, ocho meses después del crimen de Alajuelita, y octubre de 1996, el asesino cobró la vida de cinco parejas. Pero su principal objetivo eran las mujeres. “Se detectó su predilección por atacar a las parejas que se aventuran hasta lugares oscuros y despoblados, su desmesurado odio contra la mujer, y su manía de asesinar al compañero de esta más que todo por ‘quitarlo del camino’, para descargar luego toda su furia contra ella”, apunta Moya en su reportaje Una luz en el enigma, publicado en noviembre de 1996.
Una sola vez se equivocó y el error le costó el único retrato hablado que existe. El 20 de agosto de 1988, cuando volvía de matar a Aracelly y Víctor Julio, se topó con una mujer en el camino y le ordenó: “¡Policía, alto! ¡Métase al cafetal!”. Pero de pronto apareció un providencial vehículo y el asesino huyó, dejando atrás a su única sobreviviente. “Vestía botas negras —tipo militar—, un pantalón ancho, jacket negra, camiseta amarilla y boina”, describió luego la mujer ante el OIJ. Sí, dijo, el hombre andaba una subametralladora M-3.
Por lo demás, el Psicópata fue extremadamente meticuloso, tanto así que Láscarez le puso el nombre del Cazador, porque “podía esperar durante tres meses la oportunidad precisa”.
“Dos investigadores míos comenzaron a hacer una serie de investigaciones con respecto a la persona esta (Juan José Urbina Urbina). Llegamos a la conclusión de que no solo podía ser (‘El Psicópata’), sino que era el sospechoso más fuerte y que prácticamente él era”.
Gerardo Láscarez,
exsubdirector del Organismo de Investigación Judicial (OIJ) de Costa Rica.
Este es el único retrato hablado que existe del Psicópata.
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Ante Gerardo Láscarez se presentaron los oficiales que señalaron al nicaragüense Juan José Urbina Urbina como potencial sospechoso de ser el Psicópata de la M-3. Llegaron a su oficina y expusieron las pruebas. Láscarez les dio su consentimiento. “Me parece un buen sospechoso”, dijo. “Metámonos a esto”. Al trabajar en esta nueva hipótesis, despertaron celos profesionales dentro del OIJ y tuvieron “algún rechazo de la Fiscalía, que siempre mantuvo la teoría de que los culpables eran unos delincuentes comunes. Unos drogadictos”.
Ya un año antes, en septiembre de 1997, en una estrategia desesperada el OIJ había distribuido 15,000 volantes con el perfil psicológico del Psicópata, una descripción de 11 rasgos del asesino. “El criminal o criminales siguen libres, posiblemente al acecho de sus próximas víctimas. ¡Ayúdenos a detenerlos!”, rogaba el documento, que fue introducido en diarios y revistas y colocado en supermercados, puestos de la Policía e instituciones del Gobierno.
En resumen, el perfil destacaba lo siguiente: El Psicópata no podía ser menor de 30 años. Era de contextura fuerte y no se esperaba que fuera gordo, obeso, ni delgado ni débil. Posiblemente era soltero, separado o divorciado; difícilmente tenía pareja y de tenerla, no era una relación armoniosa ni duradera. No tenía estabilidad laboral y su trabajo no era muy calificado. Vivía o había vivido durante mucho tiempo en la zona en la que cometía sus crímenes. Debía provenir de una familia de “estructura inadecuada”, en la que la figura materna era o fue centro de poder. Se esperaba un historial de carencia de amor y cuidados e incluso posibles antecedentes de maltrato físico o psíquico. O bien, que en algún momento haya sido sometido a tensiones extremas, como la guerra. Seguramente no contaba con un título profesional y todo indicaba que era una persona nocturna, en cuanto a sus aficiones, costumbres o trabajo. Podía ser un “aficionado a la cacería, al montañismo” y era posible que le gustara “caminar por zonas boscosas, tanto de día como de noche”.
La personalidad, el pasado y los hábitos del nicaragüense coincidían en varios puntos con el perfil del Psicópata. El arma, la famosa M-3, nunca fue encontrada, por eso el caso no se resolvió; sin embargo, Láscarez es categórico cuando afirma que Urbina Urbina “es el sospechoso número uno” y que, es más, “no hay otro”. Es la única tesis que persiste y para el experto hay de 80 a 90 por ciento de posibilidades de que “este sea el sujeto que cometió los crímenes”. “Solo un juez podría decir si es culpable o no y eso no va a pasar, porque está muerto” y además los casos ya prescribieron, subraya. “No puedo ser categórico, pero policialmente, desde mi perspectiva, esa es la persona”.

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El extraño caso de otro asesino en serie, conocido como el Matanicas, comenzó con el hallazgo de los restos humanos en el precipicio del cerro Zurquí, entre los que yacían los de Urbina Urbina. Naturalmente, al inicio a nadie podía ocurrírsele que un asesino diera muerte a otro por accidente. Coincidencias como esa solo pasan en novelas o en el cine. Pero investigaciones posteriores apuntarían a que a veces la realidad supera a la ficción.
El 24 de marzo de 1998, Urbina Urbina viajaba en su camioneta y chocó contra otro vehículo en la avenida segunda de San José, en plena capital. Los testigos lo recuerdan aturdido y desorientado. Y una fotografía de Telenoticias lo muestra desvanecido, recostado a una casa rodante en la escena de la colisión. Es la última vez que se le vio con vida, antes de ser encontrado en el Zurquí, casi tres meses más tarde, el 19 de junio. En aquel momento se dijo que había sido víctima de un taxista pirata que lo conoció en un bar el día del accidente y que, según el diario La Nación, tras el choque se ofreció a llevarlo pues “él no se encontraba en condiciones para manejar”.
Su propia muerte puso a Urbina Urbina bajo la lupa de la Policía, que se dedicó a indagar en sus antecedentes. Así iniciaron, casi sin querer, las investigaciones que culminarían en el informe Ramírez-Chacón, en el que se exponen detalles que acusan al nicaragüense. Gerardo Láscarez hizo públicas sus sospechas en abril del año 2002, revelando la información a la prensa costarricense, incluido el retrato hablado del Psicópata.
“Un exguerrillero de la contra nicaragüense, que trabajó en la Policía Metropolitana de San José y fue asesinado hace cuatro años, tiene altas probabilidades de haber sido el Psicópata que mató a 19 personas entre 1986 y 1996”, escribió Ronald Moya, para La Nación. “El sospechoso tendría hoy 54 años de edad. Su infancia transcurrió en Nicaragua y a los 12 años fue sacado de su casa por el ejército somocista para participar en diversas actividades, lo que le dejó una gran experiencia de tipo militar. Se le conocía como un francotirador preciso. La Policía descubrió que el odio por las mujeres que se le atribuye tuvo, al parecer, origen en los maltratos de su madre cuando era niño y en decepciones amorosas que sufrió de dos mujeres con las que convivió en los primeros años de la década de los ochenta. Ingresó a nuestro país por primera vez en 1979, procedente de Nicaragua”.
Según el informe, de 1983 a 1984, Urbina Urbina trabajó en la Policía Metropolitana de Costa Rica (ahora extinta) en el patrullaje nocturno de Curridabat, Patarrá y San Antonio de Desamparados, sitios en donde años más tarde se cometieron la mayoría de los asesinatos del Psicópata. Además, se aseguró que cuando era policía le daba por encañonar a las parejas que encontraba en lugares solitarios.
Parientes del nicaragüense entregaron al OIJ una chaqueta y una bolsa plástica con balas calibre 45 que él guardaba en su habitación y lo describieron como “un hombre solitario que no permitía que nadie visitara su casa”. Se descubrió, además, que era propietario de dos taxis y que guardaba uno en un garaje ubicado en Patarrá de Desamparados, a un centenar de metros del sitio donde fueron asesinados, en octubre de 1996, Mauricio Cordero López, de 24 años, e Ileana Álvarez Blandón, de 23. Las últimas víctimas del Psicópata.
El OIJ encontró, también, un cuchillo similar al que el asesino utilizaba para destrozar los órganos genitales de las mujeres. Al estudiar sus movimientos migratorios entre 1982 y 1997, se comprobó que casualmente Urbina Urbina salía de Costa Rica hacia Nicaragua horas después de cada crimen. Y en la Caja Costarricense del Seguro Social se averiguó que de 1990 a 1995, el sospechoso padeció de la próstata y otros trastornos urológicos, lo que para las autoridades explicaba por qué los asesinatos se detuvieron entre abril de 1989 y marzo de 1995.
Al momento de su muerte, el hombre llevaba 25 años residiendo en Costa Rica y había vivido en La Unión y en Curridabat, zonas en que ocurrieron ocho de los 19 asesinatos. Se supone que nació “en una barriada de Managua” en 1948 y que “su madre quedó encinta tras una breve relación con un militar adinerado para quien trabajó como empleada doméstica”, señala Moya en la nota Amplias pruebas contra el Psicópata. “Ante la noticia del embarazo, el militar la despidió de la casa”.
En diciembre de 1985, Urbina Urbina volvió a Costa Rica, junto con un grupo de exguerrilleros. Desde finales de 1984, aseguró el OIJ, había estado en Nicaragua, enlistado en las filas de la Alianza Revolucionaria Democrática (Arde), liderada por Edén Pastora, el Comandante Cero.
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El único Juan José Urbina Urbina que recuerda era un adolescente. Eso dice Edén Pastora, de 78 años. “Era un muchacho. Un muchacho que estuvo en el campamento con apenas 13 o 14 años. Lo mandé a un refugio a El Limón. Tres, cuatro, cinco años después resultó ser este que mencionan, pero no hay pruebas de que lo sea. Solo eran sospechas. Yo creo que era tan pequeño... Cuando pasó por donde nosotros era el 84 o el 85. Y nosotros nos retiramos en el 86. Ese cipote nunca recibió entrenamiento militar”, sostiene.
No obstante, en el 2002, cuando estalló la nueva de que el OIJ sospechaba de un nica, Pastora confirmó al diario La Prensa, de Nicaragua, que Urbina Urbina, bajo el seudónimo de Polanco, colaboró con Arde en una casa de seguridad. Pero “Polanco”, explicó, era un elemento enviado por los líderes de las Fuerzas Democráticas Nicaragüenses (FDN) para desarticular a Arde.
Ahora Pastora se ve un poco dudoso. Dice que a tantos años de distancia ya se le escapan los detalles. Cuenta que aquella época de guerra fue caldo de muchos psicópatas sanguinarios. Considera que cualquiera pudo ser el asesino de los cafetales, “un tico o un nicaragüense”, pero que en ese momento histórico “todas las anomalías se las echaban a los nicas”. “Los ticos con todo y su OIJ muy capaz no lo pudieron agarrar”, comenta.
Echa una ojeada al retrato hablado del Psicópata y de inmediato dice: “No. A ese muchacho lo conocí chavalito”. El adolescente que mandó a un refugio, no pudo ser el Psicópata, afirma. Si se trata, sin embargo, de algún guerrillero de Arde, de los que fueron enviados para “ocasionar problemas” dentro de la organización, “quizás lo fue”.
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Para 1987 la histeria ya era nacional. Los papás no dejaban salir a sus hijos y “había un clima de terror que cambió al país”, recuerda el periodista Otto Vargas. Costa Rica se hallaba en un perenne “estado de alerta, de sitio, porque se sabía que en esa cordillera era donde atacaba ‘El Psicópata’, pero en cualquier momento podía atacar en otro lado. El país entró en un estado de alerta nerviosa terrible”, agrega Gerardo Láscarez. Los años más duros, según Vargas, fueron cuatro, del 87 al 90.
El caso del Psicópata, dice Láscarez, costó millones y millones de colones y le robó el sueño a muchos policías. Todavía hoy cada vez que se presenta como antiguo miembro del OIJ, la gente le pregunta: “¿Qué pasó con el Psicópata?”. Láscarez cree que la Policía de Costa Rica le debe una explicación al país y reconoce que hubo una “pésima, errónea y totalmente desafortunada interpretación del sitio del suceso”. El “error garrafal” fue ver la serie de asesinatos como un caso común. “La Policía no tenía experiencia, tenía 12 años de creada” y cuando se aceptó la tesis de que unos “marihuanos” podían ser los autores de la Masacre de Alajuelita, se metió por el rastro equivocado para “perderse para siempre”.
A juicio de Láscarez, el del Psicópata es el caso más grave que ha enfrentado el OIJ y quedará para los anales de la historia de los crímenes sin resolver. “La Policía lo arrastrará por siempre”, afirma. Y continúa, sin embargo, creyendo en la tesis del nicaragüense asesino. La prueba, dice, es que desde que ese hombre murió los crímenes se detuvieron. Nunca ha vuelto a haber tanta sangre en los cafetales.
Apuntes y curiosidades
En enero de 1997 la Oficina Federal de Investigaciones de Estados Unidos (FBI) entró al caso del Psicópata. Ayudó al Organismo de Investigación Judicial (OIJ) a establecer los perfiles del asesino.
El caso de Ligia Camacho es el más atípico dentro de las 19 muertes causadas por el Psicópata. A ella la mataron de un disparo en la cabeza, hecho desde una ventana, cuando leía tranquilamente sentada en su cama.
El asesinato de Aracelly Astúa Calderón fue el más sangriento. El hombre extrajo algunas vísceras, las destrozó y las esparció por el cafetal.
En 2008 se estrenó la película El Psicópata, producto del cine costarricense. Por su mala calidad, recibió una marejada de críticas y fue calificada como una “vergüenza”.
Ya prescribieron los 19 crímenes que se le adjudican a este asesino en serie.