Una operación de rutina le habría salvado la vida a Anastasio Somoza García, considera medio siglo después el doctor César Amador Kühl, un neurocirujano a quien los Somoza consultaron poco después que Rigoberto López Pérez baleara al dictador. Al doctor Amador no le permitieron operar por la desconfianza política que sentían a su ascendencia conservadora
José Adán Silva
Fotos Cortesía Colección Nicolás López Maltés
León, 21 de septiembre de 1956. El salón de la Casa del Obrero está saturado de personas y ruidos: carcajadas, pláticas a alta voz, taconeos de baile, choques de copas y música. Se celebra la fiesta de la convención liberal donde se ha decidido elegir nuevamente como candidato a presidente del país al general Anastasio Somoza García.
Con pantalón de casimir azul y guayabera blanca, un joven moreno de mediana estatura va jalando a su pareja al ritmo de una suave pieza de jazz, Hotel Santa Bárbara, hasta situarla a escasos metros de donde la recia figura del general Anastasio Somoza García, detrás de una mesa custodiada por guardias, leía con despreocupación unos periódicos que minutos atrás le había mostrado el periodista Rafael Corrales Rojas.
De pronto el joven bailarín se sube la guayabera, desenfunda su revólver de la cintura, lo sostiene firme con la mano derecha y apunta a Somoza, mientras abre las piernas y se acuclilla suavemente en posición de tiro. Luego dispara las cinco balas de su arma y el general grita al sentir los impactos: "¡Bruto! ¡Animal! ¡Ay Dios!..."

El joven bailarín desenfunda su revólver de la cintura y se acuclilla suavemente en posición de tiro. Dispara las cinco balas de su arma y el general grita: "¡Bruto! ¡Animal! ¡Ay Dios!..."
Nomás sonaron los disparos, cesó la música y el primer sonido que se oyó fue el de una culata de garand quebrando los huesos de la quijada del tirador, un poco conocido poeta leonés llamado Rigoberto López Pérez; luego las balas de todo tipo cayeron incesantes sobre el cuerpo del joven de la guayabera blanca, le destrozaron el cráneo, le partieron el abdomen, le explotaron los ojos y le hicieron tripas los huesos con 54 cañonazos de todo calibre.
El 22 de septiembre era noticia de cuatro vientos que al general Somoza lo habían herido de bala en la fiesta del Club de Obreros de León y que había sido internado de emergencia en el Hospital San Vicente. Las noticias indicaban que un avión militar enviado desde Estados Unidos se llevaría al herido a curarlo, pero no se sabía exactamente dónde.
El doctor César Amador Kühl sabía de las noticias y, al igual que a toda Nicaragua, le preocupaba el destino del país, porque sabía que tras aquella acción suicida se vendría una ola de represión brutal que podría llegar a afectar a su familia, de origen alemán y de ideología conservadora.
Por eso estaba algo preocupado atendiendo a los pacientes del Hospital General, cuando llegaron miembros de la Guardia Nacional y agentes de la Oficina de Seguridad Nacional, a sacar a los pacientes de las salas, a registrar las clínicas y supervisar todo movimiento. A Somoza García lo habían trasladado de León a Managua y ahora estaba en el mismo edificio donde Amador Kühl, entonces de 31 años, laboraba.
Recién habían fundado su clínica privada, el 3 de septiembre, de la Hormiga de Oro una cuadra y media al sur, donde atendía por las tardes; en la mañana servía en la nueva sala de neurocirugías, también fundada por él, en el Hospital General y ahí estaba cuando le llaman de urgencia para decirle que deje toda labor y que espere al hijo del general Somoza para valorar unas radiografías que son de vida o muerte para el país.
—¿Quién le presenta las radiografías?
—Me las presenta el doctor Hugo Argüello Gil, cardiólogo y pariente de los Somoza. Iba acompañado del coronel Anastasio Somoza Debayle.
—¿Qué le dicen?
—Me piden la opinión acerca de las radiografías donde se ven tres balas alojadas, yo les digo que sí es necesario operar, pero no es urgente hacerlo en el momento, que había que esperar que se estabilizara el paciente para actuar.
—¿Qué reflejaban las radiografías?
—Había tres balas alojadas. Una en la cadera, que cruzó músculos; otra le había perforado el brazo y pasado rozando el pulmón derecho y estaba alojada debajo de la piel, en la espalda; y la tercera que estaba dentro del conducto raquídeo, en la parte lumbar, alrededor de la tercera y cuarta vértebra lumbar, la que presionaba la cola de caballo de la columna y que le provocaba dolores.
—¿Esa era la bala de la muerte?
—Esa era la única bala que era necesario extraer para quitarle los dolores, pero ninguna de las balas era necesariamente mortal, ninguna de las balas le hubiera causado la muerte al general.
—¿Esa bala que usted dice se le podía extraer sin riesgo?
—Esa bala, inclusive, se hubiera podido extraer mediante una operación que se llama laminectomía; se hacía una laminectomía de una o dos vértebras, incluso podía hacerse con anestesia local o anestesia epidural, y con el paciente de lado; sin anestesia general, porque era peligroso porque Somoza tenía perforado el pulmón derecho. Tenía que estar acostado de lado, y así extraer la bala.
—¿No era una operación de mucho riesgo entonces para salvar al general Somoza?
—Para nada, no era riesgosa del todo, el principal riesgo en su estado de debilidad era la anestesia, pero eso se podía superar con anestesia local o epidural.
—¿A usted lo llaman para ver al paciente y operar a Somoza?
—A mí nunca me dijeron que fuera a ver al paciente, ni que lo atendieran, quizás estaban valorando que lo operara porque sabían que yo era el único que podía hacerlo en Nicaragua en ese momento, pero no me lo pidieron. Una vez que yo les di la opinión y les dije que en realidad no eran de gravedad las heridas, ellos se reunieron con unos médicos americanos que mandó el Gobierno de Estados Unidos y la familia decidió enviarlo al Hospital Gorgas de la zona del Canal de Panamá.
—¿Por qué cree usted que la familia Somoza no permitió que usted lo operara?
—Yo creo que ellos solo querían estar seguros que el general podía sobrevivir, por eso buscaron la consulta de un especialista, que en este caso era yo. En ese tiempo estaba muy polarizada la población y solo había liberales y conservadores. Yo creo que a la familia la aconsejaron que no lo viera yo, porque sabían que venía de una familia conservadora, opositora al régimen, aunque yo no me metía en ese entonces en la política. Lo otro que posiblemente impidió la operación del general Somoza en Nicaragua fue el rumor de que las balas disparadas por López Pérez estaban envenenadas. Si yo hubiera sido de la confianza de ellos, posiblemente otra fuera la historia, porque yo podía salvar a Somoza, estaba preparado para ello.
—Si no eran graves las heridas, ¿por qué murió Somoza?
—Hasta donde recuerdo, después de las operaciones Somoza quedó en coma por una trombosis cerebral. Entró en coma, no salió de ella y así murió.
—¿Pero extrajeron las balas que se decían estaban envenenadas?
—Las operaciones fueron un éxito, extrajeron los proyectiles y las balas no estaban envenenadas. En realidad, ese fue un rumor de los agentes de seguridad, que quizás pensaban prevenir mayores daños y le avisaron a la familia y ese rumor creo que más bien hizo daño a la salud de Somoza.
—¿Entonces Somoza muere por un rumor?
—No, lo mata la anestesia. Las balas provocan un daño lógico, pero no de muerte, a él lo mata la preocupación de la familia de que las balas estuvieran envenenadas y en esa urgencia es que quizás se cometió el error de la anestesia.
—Si lo hubiera operado en Nicaragua, ¿Somoza hubiera quedado bien de salud?
—Perfectamente normal, sin ninguna parálisis, ninguna incapacidad en absoluto, porque la bala que le estaba molestando se le podía extraer de manera relativamente fácil, para un neurocirujano, para una persona que conoce cómo hacer ese tipo de operaciones. Para nosotros, los médicos neurocirujanos, ese tipo de operaciones, una laminectomía, es una situación de rutina, era sencillo hacer esa operación en ese momento; en las condiciones especiales que estaba el paciente Somoza, con un pulmón derecho lesionado, pues sencillamente no era conveniente darle anestesia general y la operación se podía hacer con anestesia local o epidural. Esa bala, la que se alojó en el conducto raquídeo, era nada más la que urgía quitar porque estaba causando dolor al paciente, las otras se quitaban con anestesia local, si acaso la querían quitar, porque tampoco estaban perjudicando, el daño ya lo habían hecho al perforarle el brazo, el tórax, el pulmón.
—¿Qué bala causó más daño?
—La que se alojó cerca de la columna, porque estaba comprimiendo las raíces nerviosas que salen de la médula espinal, que es lo que se conoce como la cola de caballo. Al final de la médula, de la parte inferior de la columna, salen las raíces nerviosas que van a todo el cuerpo; la bala, según las placas que me dieron, estaba metida entre las raíces, inflamando, presionando y punzando continuamente las raíces nerviosas y eso provocaba el dolor del que se quejaba el general.
—¿Quién operó a Somoza en Panamá?
—Fue el doctor Antonio González Revilla, cirujano de gran prestigio con estudios de posgrado en Nueva York.
—¿Usted lo conocía?
—De nombre nada más, personalmente no. Yo lo conocí hasta después, en un congreso internacional de médicos. Era el primer neurocirujano que tuvo Centroamérica, en Panamá.
—¿Ese contacto con la muerte del general no le provocó problemas con los demás miembros de la familia?
—No, por el contrario, se hicieron pacientes míos. Yo atendí a doña Hope Portocarrero, a José Somoza, a Luis Somoza, a doña Isabel Urcuyo de Somoza, a ellos los atendí incluso en sus residencias. Es más, en muchas ocasiones tuve la oportunidad de hablar con el presidente Anastasio Somoza Debayle y no tuve problemas, mis problemas llegaron muchos años después...
***
De las cinco balas que descargó Rigoberto López Pérez sobre Anastasio Somoza García, cuatro dieron en el blanco y ninguna de ellas era de muerte. El fiscal militar de la Corte de Investigaciones y el Consejo de Guerra, teniente de la Guardia Nacional, Agustín Torres Lazo, estuvo a cargo de las pesquisas oficiales por encubrimiento, rebelión contra la autoridad constituida, complicidad y participación en el atentado contra la vida del presidente Anastasio Somoza García, quien falleció el 29 de septiembre de 1956 en la ciudad de Panamá, a la edad de 60 años.
Muchos años después, en el año 2000, Torres Lazo escribió un libro sobre sus experiencias en aquel hecho, titulado La Saga de los Somoza, historia de un magnicidio, donde relata los detalles de las heridas de Somoza y su muerte en la sala de operaciones del Hospital Gorgas de Panamá, adonde fue trasladado de Managua a bordo del avión Constellation de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, enviado especialmente por el presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower.
Según Torres, Evenor Taboada, médico forense de León, practicó el reconocimiento a Somoza y determinó las rutas y los daños de las balas dentro del cuerpo del dictador, quien gobernó el país entre 1937 y la fecha de su muerte, a sangre y fuego, y desde diversos cargos, principalmente como director general de la Guardia Nacional.
De acuerdo con el informe médico de Taboada, un proyectil penetró en el hombro derecho a nivel de la región deltoidea, sin agujero de salida, ocasionando hematoma en la pared axilar anterior. La bala siguió por detrás de las principales arterias, venas y nervios, introduciéndose en el tórax, fracturando una costilla y desgarrando el pulmón derecho. Las radiografías detectaron un fragmento de bala alojado en el cuarto espacio intercostal derecho, entre la piel y la sexta vértebra dorsal. Otra bala había perforado el antebrazo derecho, de adelante hacia atrás, a nivel del tercio medio, produciendo una fractura multifragmentaria del cúbito.
Había una herida con agujero de entrada en la fosa iliaca derecha y un poco arriba de la espina iliaca anterosuperior, sin agujero de salida. El proyectil siguió hacia atrás, describiendo una curva, sin adentrarse en la cavidad abdominal, hasta penetrar en el raquis por la quinta vértebra lumbar y lesionando la cola de caballo.
El último impacto tenía agujero de entrada en la cara externa del muslo derecho, a la altura de su tercio medio. El proyectil había tocado partes blandas de la región y se había alojado cerca del pequeño trocánter.
Al general lo operaron el 24 de septiembre. Apenas unos minutos después de haberle aplicado la anestesia intravenosa en el brazo izquierdo, hubo una complicación en la respiración del paciente. Eso, según Torres Lazo, le provocó un infarto cardíaco y lo sometió a una coma irreversible. Aunque los médicos le extrajeron las balas que, según el rumor familiar, estaban envenenadas, Somoza no se recuperó y falleció a las 4:05 de la madrugada del sábado 29 de septiembre.

El exilio y la tragedia de un hijo desaparecido
Los problemas con la familia Somoza le llegaron al doctor César Amador Kühl muchos años después de la muerte del fundador de la Guardia Nacional, Anastasio Somoza García.
Si bien el doctor Amador asegura que nunca hizo militancia activa en algún partido opositor, por estar más dedicado a la ciencia, sí estaba en contra de la dictadura que para los años posteriores a la muerte del mayor de los Somoza, ya era brutal y sanguinaria contra quienes se oponían a sus designios.
Así las cosas, el hijo mayor del médico, César Augusto Amador Molina, de 25 años, fue capturado en 1977, en Managua, acusado de apoyar a los guerrilleros y conspirar contra la dinastía.
"Mi hijo se había bachillerado en el Colegio Centro América y conocía a Joaquín Cuadra, Luis Carrión y otros muchachos guerrilleros. Dijo la Guardia que mi hijo usaba su residencia como casa de seguridad para los guerrilleros. Me lo capturaron, lo masacraron en La Aviación y nunca me dieron su cadáver", relata con dolor el primer neurocirujano que tuvo Nicaragua.
Posterior a eso, el médico ya no ocultó su desavenencia contra el régimen de los Somoza y desde el cargo de presidente de la sociedad médica de Matagalpa, hizo actos que fueron considerados subversivos por el Gobierno.
Uno de esos actos fue una misa en memoria de tres médicos caídos en una insurrección urbana de Estelí en 1978, lo que le costó una encarcelada nocturna que se acompañó de interrogatorios con torturas y amenazas de muerte. Tuvo que exiliarse porque su familia le pidió que saliera del país antes que lo mataran.
Al terminar la guerra de insurrección en julio de 1979, Amador fue contactado por miembros de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional para que se integrara al proceso de cambio en el país. Fue nombrado ministro de Salud, el primero de la Revolución sandinista, pero en el cargo duró solo un año por las mismas causas que a muchos desanimó: el cambio de rumbo de las cosas en el nuevo gobierno.
Lo acusaron de libertinaje ideológico por haber propuesto un aumento de salario en el Ministerio de Salud, y le pidieron la renuncia por las buenas. Firmó y desde entonces juró nunca más apoyar a ningún partido. Ahora, a sus 80 años de vida, sigue estando seguro que si la vida de Somoza le hubiera sido encomendada aquella mañana del 22 de septiembre de 1956, quizás otra sería la historia de Nicaragua.