Ellas se dedican a trabajos culturalmente asociados a hombres. Provocan asombro, admiración, escepticismo y hasta rechazo. Pilotos, entrenadoras, albañiles, boxeadoras, son algunas mujeres que demuestran que el género no define fuerza, capacidades ni talentos
Por Tammy Zoad Mendoza M.
Una vez en el ring Scarleth avanza tirando golpes rectos. Sigue. Hace combinaciones de ganchos y cruzados. Siempre buscando llevar a su contrincante a las cuerdas. La mayoría de sus peleas en la categoría Amateur acaban en el segundo de tres rounds, con nocaut a su favor.
Scarleth Ojeda Arauz tiene 20 años y boxea desde los 12. De niña, su papá la puso a elegir entre algún deporte para practicar y ella quiso hacer lo mismo que hacía su hermano. “¿Por qué boxeo y no otro deporte “más femenino?”, le preguntaban, “¿es por defensa personal o querés pelear?” “A mí me encanta la adrenalina, el entrenamiento, medir mi fuerza física pero también mi fortaleza personal”, dice la joven boxeadora de Corinto, Chinandega.
Según la Crónica Deportiva y sus entrenadores figura como la mejor prospecto del boxeo femenino en su talla, 57 kilos. Ha ganado la Copa Alexis Argüello, el Campeonato Nacional de Boxeo Aficionado Futuras Promesas y pertenece a la Selección Nacional de Boxeo con la que representará a Nicaragua en los Juegos Centroamericanos en diciembre 2017.
“El próximo año quiero subir a la categoría profesional, me estoy preparando para dar la talla y salir a competir en peleas profesionales al exterior”, dice confiada Scarleth. Este año termina el bachillerato y pretende entrar a la universidad para obtener su título en Licenciatura en Ciencias de la Educación con mención en educación física y deportes.

Foto Oscar Navarrete.
VIGILANTE
“Me han fregado tres veces”, dice Marisol Castillo Delgado, de 51 años. Ella es parte del cuerpo de seguridad Águilas Negras, uno de los grupos autorizados por la Policía Nacional que patrullan el Mercado Oriental tratando de mantener a raya la delincuencia en las 120 manzanas abarrotadas de tramos, vendedores ambulantes y compradores.
Desde hace 14 años trabaja como vigilante de día, y ahora cubre la zona del Gancho de Caminos y el perímetro tres cuadras a la redonda, junto a su compañero Jorge Luis Herrera. Una macana, un par de esposas y una navaja son sus herramientas de defensa. Los ladrones, dicen, andan mejor armados que ellos.
“Este es un trabajo cansado y peligroso, pero con esto saqué adelante a mis dos hijas y es lo que me da de comer, así que aquí voy a andar hasta que el cuerpo aguante”, comenta Marisol.
Su cuerpo ya ha aguantado bastante. A inicios de 2006 una bala le atravesó el tobillo derecho y a finales de ese mismo año le hirieron el brazo izquierdo con un vidrio de botella. Pero fue en 2014 cuando recibió “el susto de verdad”.
Con un punzón pica hielo le abrieron la barriga de un tajo y fue llevaba de emergencias al hospital donde le hicieron una sutura que le dejó una cicatriz gruesa y brillante, un zíper de piel que sube desde el vientre hasta esconderse en su ombligo. Una semana después estaba de regreso haciendo rondines en el mercado. “No puedo dejar de trabajar”, aclara.
Todas sus heridas han sido interviniendo en intentos de robos. Ellos deben capturar delincuentes y llevarlos, junto con las víctimas, hasta la estación de policía correspondiente.
Marisol no tiene un salario, lo que gana semanalmente depende de la voluntad de los comerciantes en su colecta semanal de los sábados, que pueden ser 700 córdobas que divide con su compañero de rondas.

ENTRENADORA
Reyna Espinoza Morán quería ser abogada, pero su pasión por el deporte le ganó a las leyes. Estudió una licenciatura y se especializó en educación física y deportes. Jugó futbol, dirigió un equipo femenino y en 2010 entró al cuerpo técnico detrás de la cuadrilla del Chinandega FC, equipo de su madre Hortensia Morán.
Fue en la temporada 2013-2014 cuando Reyna Espinoza asumió el reto de entrenar al equipo de futbol masculino de su natal Chinandega, y en la temporada 2015-2016 realizó la hazaña de subir al equipo a Primera División, donde se ha mantenido con buena técnica y altos puntajes en las temporadas 2016-2017 y en la recién inaugurada 2017-2018. Su mérito, según registros deportivos, es mantener por tres temporadas consecutivas a su equipo en la élite del futbol nacional.
Ha participado en siete cursos FIFA, pero reconoce que fue en su formación con Salvador “El Brujo” Dubois, leyenda del futbol nicaragüense, donde más ha aprendido sobre cómo dirigir un equipo.
“Yo me paro al frente y ellos me respetan, porque los trato con respeto. Hay momentos para relajarse y otros para disciplinarlos si se están desviando del entrenamiento, un entrenador debe dominar la técnica pero también hay mística en este trabajo”, expone Reyna Espinoza Morán, de 33 años.
De lunes a viernes, y en cada partido, Reyna está al frente de 25 hombres atléticos cuyas edades van de los 18 a los 31 años. Charlas técnicas, calentamiento, entrenamiento con balón parado y futbolito son parte de la rutina. “Algunos jugadores extranjeros se han sorprendido al verme dirigiendo, que se sienten raros al inicio dicen, pero después se acoplan y trabajan muy bien”, comenta la entrenadora.
Reyna tiene una hija de 13 años, un niño de nueve y otro de tres, los mayores juegan en equipos de futbol infantil de Chinandega. Reyna siente que está empezando su carrera y el siguiente paso es llegar a semifinales y consolidar al Chinandega FC como uno de los mejores del país.

BUSERA
Paola Carmona, de 23 años, es una de las tres buseras de transporte urbano colectivo de Managua. Desde hace año y medio conduce un bus Dina de la ruta 106, perteneciente a la Cooperativa 30 de Mayo.
“Yo ya sabía conducir vehículos livianos, pero tenía curiosidad por los buses. Mi esposo me enseñó en este mismo bus, que es de él, y empecé a practicar los fines de semana. Cuando se quedó sin conductor yo saqué mis papeles y me vine a manejar el bus”, explica Paola.
Dependiendo el turno que le toque, saca la primera vuelta a las cinco de la mañana. Sale desde la terminal en La Subasta, al noreste de Managua, serpentea por barrios de la capital, y llega hasta el Seminario, al extremo oeste de la ciudad, para retornar sobre la misma ruta. Un recorrido de hora con cuarenta minutos aproximadamente, que se extiende con el tráfico de las horas pico.
En un día puede dar cuatro vueltas o cuatro vueltas y media, si le toca la última y luego de llegar al Seminario cierra las puertas y pasa directo a su casa en el bus. Se parquea y se va a descansar. Por cada jornada gana 450 córdobas.
En la calle la gente sigue mirándola con curiosidad y hasta con recelo. “Una vez un señor me vio al volante y dijo: ‘¡Uy no, con una mujer manejando yo no me voy’, y no se subió, a mí me dio risa. Ese tipo de pensamientos no me afectan”, reconoce.
Para Paola ser conductora de bus es una responsabilidad grande y es posible que se dedique un tiempo más a esto, mientras gestiona su título en Administración de Aduanas, carrera de la que es egresada.
“Ojalá que hubieran más mujeres buseras, o más mujeres en todos esos trabajos que la gente cree que son de hombres pero no, cabeza, manos y pies necesita uno para trabajar, eso es todo”, dice Paola Carmona.

REPARADORAS
Rosa Emilia López tiene 47 años, y los últimos 15 los ha pasado reparando electrodomésticos en su tramo en el Mercado Oriental. Llegar hasta ella es fácil, en el sector todos la conocen, era la única mujer que trabajaba en este sector de reparación. Ahora Mabel y Hazell, sus hijas, también se dedican a reparaciones en un tramo vecino.
Antes Rosa Emilia lavaba y planchaba ajeno para mantener a sus seis hijos, pero después de acompañar un par de veces a su hermano al mercado pensó que podría aprender el oficio. De lavar y desarmar aparatos, empezó a fijarse bien y a hacer pequeñas reparaciones.
“Las primeras veces las cosas sacaban humo, o yo las aventaba cuando sentía un golpecito de energía, pero uno va aprendiendo”, dice. Este oficio le permitió independizarse y sacar adelante a su familia.
A sus seis hijos les enseñó a reparar aparatos domésticos y sus hijas ganan dinero extra para sus familias arreglando abanicos, planchas, licuadoras, arroceras y hornos. Un trabajo sencillo puede costar 40 y uno más complejo hasta 150, aquí también encuentra repuestos.
“Siempre se extrañan de ver una mujer trabajando en esto, hay hombres que ni recomendados traen sus aparatos aquí, seguro se sienten mal que uno les repare las cosas, pero son tontos. Machistas”, dice Rosa Emilia. Según ella, aparato que sale reparado de aquí no vuelve, el cliente es el que vuelve con otro aparato para reparación. “Por eso cuando alguien desconfía de mi trabajo por ser mujer, yo dejo que se vaya, tengo mis clientes que saben la calidad de lo que nosotras hacemos”.

MONTATOROS
En 2007 se quebró el pie derecho tras caerse de un toro y tuvieron que ponerle una placa de platino para reparar el daño. En el 2008 al intentar salir de la manga sobre otro toro, la puerta se estrelló contra ella y le quebró la clavícula. El toro la arrastró de regreso al corral con él. Tiempo después se reventó dos costillas en una montada. El brazo derecho se le zafó una vez y lleva un par de cicatrices en el rostro.
Pero la del 2009, dice Eveling Pérez, ha sido la experiencia más extrema. Marimacho, un toro pinto de unos 700 kilos, la zarandeó y la revolcó por el redondel. Entró en coma. Estuvo hospitalizada en Nicoya, Costa Rica, por tres días. Cuando se despertó toda moreteada y adolorida le mostraron el video de la montada. Se la arrebataron de milagro al animal furioso que corcoveaba. A los 19 días, toda magullada, volvió a montar.
“Mi mamá me llevaba desde pequeña a las barreras y un hermano de crianza montaba, así que un día le pedí que me enseñara. Ya son casi once años montando toros y es algo que me encanta, es la adrenalina, es la fuerza y el desafío”, dice Eveling Pérez Rocha, de 28 años, originaria de Tipitapa, Managua.
Eveling es popular en las fiestas patronales con corridas de toros. Ha andado por todo el país en presentaciones y hasta antes de la operación la conocían como “La Flaca”, pero los efectos secundarios de los medicamentos tras la hospitalización del 2009 desdibujaron su silueta delgada. Los hombres fortachones, de botas y sombrero la saludan con reverencia, los niños la siguen, todos la aplauden agitados cuando se presenta, “es brava esa mujer”, dicen.
“Ahora solo me presentan como Eveling Pérez y si es en Costa Rica o Panamá me dice La Nica”, cuenta en risas.
Es capaz de decir con nombre, pelos y señales los toros más bravos que ha montado, el nombre del dueño y hasta la finca en la que viven. Habla de razas, de estilos de montadas y de sus trucos para montar.
Cuando las lesiones son graves, como la de hace cuatro meses cuando el cabezazo de un toro le desprendió en “L” parte de la piel de la frente, queda como capitana de su grupo de monta llamado “Espuelas Indomables”. Ella elige sus montados y los representa en las ferias.
“Los organizadores, los dueños de barreras y toros me llaman para que lleve a mis montados, saben que yo tengo experiencia en esto, que soy responsable con mi trabajo y que busco lo mejor para las presentaciones”, cuenta orgullosa Eveling.
Cuando le toca montar su uniforme es una camisa mangas largas, pantalones de mezclilla y botas militares donde encaja las espuelas de 7 milímetros, “las reglamentarias aquí y donde sea”, dice. Usan casco de protección, como nuevas medidas de seguridad en las corridas formales, y chalecos cuando se exige. Las chaparreras son opcionales. Su madre nunca la ha visto montar, se queda en casa rezando y la espera para curarle las heridas. Desistió en su batalla de convencerla para que deje de montar toros. Eveling a veces lleva a su hijo de 9 años a las ferias, “pero gracias a Dios a él no le llama la atención la montada”.
Por montar un toro durante ocho segundos le pagan entre mil y mil doscientos córdobas. En corridas internacionales gana unos 120 dólares. Desde que grita “¡puerta!” y sale de la manga va ganando, pero su orgullo es parar al toro, llegar a los diez segundos.
“No dejás de sentir miedo, pero te encomendás a Dios y salís a trabajar. El animal no tiene culpa, uno va sobre él. No pienso dedicarme a esto toda la vida, unos dos años más, si Dios quiere”, dice Eveling y sonríe.

PILOTO
Su padre nunca se ha subido a un avión, su mamá sí, pero no deja de darle miedo y reza cuando sabe que ella va a volar. La gente le ha dicho que ser piloto es muy peligroso, “cosa de hombres”.
Desde hace dos años Anielka Espino, de 26 años, es alumna de la escuela de aviación Golden Wings Nicaragua, donde aprobó el curso teórico de piloto privado y está acumulando horas de vuelo para alcanzar su primer licencia.
Cada semana entra a la cabina de un Cessna 152 o un Cessna 172 y alza vuelo sobre Managua. El capitán de vuelo evalúa su desempeño en despegue, aterrizaje, giros, simulaciones donde apaga el motor y debe recuperar la máquina mientras el avión planea.
Programa sus horas de vuelo, dos o cuatro horas a la semana, y también vuela sola. Una vuelta por el Momotombo, Momotombito y Nagarote. A veces su destino es Ometepe.
“La siguiente fase es el entrenamiento para volar solo con instrumentos, de noche, y seguir en entrenamiento hasta conseguir la licencia de piloto comercial”, explica Anielka. Su meta, dice, es ser piloto de helicóptero. “Cuando era niña veía pasar los helicópteros sobre Ocotal y me parecía impresionante. Me veo pilotando uno”, dice.