"Che"

Columnas, Del editor - 14.10.2012

La figura de Ernesto “Che” Guevara ha sido una de las más grandes del último siglo en el mundo. Tiene todos esos ingredientes que hacen de su vida una leyenda. Murió relativamente joven, asesinado, emprendió grandes causas, no lo sedujeron las riquezas y el buen vivir y optó por la trascendencia, la inmortalidad o la gloria, según se vea.

El auge de la fotografía, los movimientos de izquierda, la televisión y la guerra fría contribuyeron de una u otra manera con hacer del “Che” y su vida un icono, al punto que a estas alturas cuesta identificar quién era realmente este hombre, cuáles sus pecados y cuáles sus virtudes, qué es mentira y qué es verdad de todo lo que sale de los poderosos aparatos de propaganda que buscan enaltecerlo o, al contrario, destruir su figura.

Tan sometidos a la propaganda estamos y, a veces tenemos tanta necesidad de creer en algo, que nos olvidamos que el “Che” fue un hombre con debilidades y pecados en su conciencia, algunos de los cuales fueron convenientemente eliminados de sus biografías por la propaganda cubana.

Sabemos de su arrojo, desprendimiento y temeridad. Pero, también sabemos que el “Che” fue una persona “sexualmente voraz”, como lo describe el periodista norteamericano Jon Lee Anderson, sabemos que se involucró con una doméstica en su juventud y mantuvo una relación por conveniencia económica con una peruana a la que maltrataba.

Pero no son esos los grandes pecados que se le achacan. Se le acusa de sentir placer al matar. Ya sea por su propia mano o dirigiendo los tribunales que juzgaron a quienes consideraron enemigos del nuevo régimen. Casi 2,000 sentencias de muerte firmó personalmente. Él siempre se sintió orgulloso de ello.

Es como todos, un hombre con claroscuros.

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