Nadie se confíe

Columnas - 10.08.2018

La novela 1984 del escritor británico George Orwell, publicada en el año de 1949, se lee siempre con un sentido de actualidad, como si el futuro sombrío que predice estuviera realmente aconteciendo frente a nuestros ojos. Es uno de esos libros de ficción que se han dado en llamar distópicos, que es todo lo contrario de utópico. Mientras la utopía propone un mundo feliz, la distopía amenaza con otro muy distinto, donde la opresión y la mentira se vuelven la regla.

Orwell crea en esta novela una sociedad totalitaria, con un partido único y un líder único, el Gran Hermano, cuyo poder es no solo político, sino también social, y es capaz de dominar la vida de los ciudadanos, y aún su pensamiento, a través de un aparato de poder articulado sin fisuras, sostenido por cuatro ministerios:

El Ministerio del Amor (Miniamor), cuya misión es imponer el terror para asegurar la obediencia de los ciudadanos de Oceanía, el país ficticio donde tiene lugar la novela. A través de la represión, cárcel y tortura, el estado se propone “reeducar” a los díscolos y despertar en ellos el amor que deben al Gran Hermano.

El Ministerio de la Paz (Minipax) tiene a su cargo mantener al país en estado de guerra permanente, pues para la estabilidad del régimen del Gran Hermano, es necesario que el odio y el miedo se dirijan hacia países extranjeros, y así no tengan tiempo de pensar en revueltas internas.

El Ministerio de la Abundancia (Minidancia) es responsable de que la economía de Oceanía funcione de tal manera que la gente viva siempre al borde de la miseria, con apenas lo suficiente para subsistir, pues así su preocupación se centra en la supervivencia diaria y no en los asuntos políticos. Es más fácil hacer entrar en obediencia a un pobre obligado a pensar en las necesidades de su estómago, que a alguien que vive con holgura.

Y el Ministerio de la Verdad (Miniver) consagrado a la manipulación, falsificación o desaparición de los documentos históricos, para que el estado pueda inventar el pasado de acuerdo a los intereses políticos del Gran Hermano. No las cosas como realmente ocurrieron, sino como a él le interesa que se cuenten en los periódicos y en los libros.

Como bien puede verse, el lenguaje no escapa al control del Gran Hermano, para infundir a las palabras el significado contrario al que verdaderamente tienen. El Ministerio del Amor reprime y aterroriza, el Ministerio de la Paz promueve la guerra constante, el Ministerio de la Abundancia se encarga de que haya escasez, y el Ministerio de la Verdad se dedica a la mentira.

El Gran Hermano reúne en sí mismos los atributos de comandante en jefe, guardián moral y político de la sociedad, juez supremo y, por supuesto líder del partido. Desde grandes pantallas vigila los actos cotidianos de todos, aún los más íntimos, pues esas pantallas están instaladas aún dentro de las alcobas.

Y para que no haya posibilidad alguna de escapatoria, existe la Policía del Pensamiento, cuya misión es meter en la cárcel a aquellos ciudadanos que piensan en contra de las consignas del partido, o se expresan mal del Gran Hermano. Este es el peor de todos los delitos. Todas las conversaciones son escuchadas, analizadas y registradas para abrir los procesos respectivos.

A lo mejor alguien piensa que la sociedad totalitaria concebida por Orwell en esta novela pertenece nada más al reino de la imaginación, y que una forma de poder como la que describe, donde la mentira sustituye a la verdad, es imposible. Pero su imaginación, para espanto nuestro, se convierte en realidad.

Nadie se confíe. El Gran Hermano nos vigila.

Masatepe, agosto 2018

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