El primero, cuando era el hombre fuerte de Nicaragua. Tenía casi todos los poderes concentrados en su mano. Una guardia pretoriana que usó como su ejército personal, un partido que siempre ganaba las elecciones, el gobierno y su propia riqueza personal. Nadie podía imaginárselo fuera del poder.
Luego tuvo su momento de crisis. Ese momento cuando una chispa empieza a encender la pradera. Lo inesperado. Cuando los dominados llegan al hartazgo y pierden el miedo y deciden enfrentarlo.
El otro momento es cuando la crisis va tocando fondo. Está cercado. Y se le ofrece una puerta de salida. La negociación. Que se vaya para que no siga haciendo daño.
Y el último momento, ya derrotado, a costa de miles de muertos, huyendo del país para vivir como paria y finalmente asesinado en una calle de Paraguay.
Cada momento lo llevó a su destrucción. Cuando tuvo poder quiso más poder y provocó la rebelión. Cuando hubo rebelión la reprimió a sangre y fuego, y terminó cercándolo. Cuando estuvo cercado negoció con trampa, pensando regresar por otra puerta, y perdió todo. Y finalmente, creyendo que podría vivir un exilio dorado terminó balaceado en una calle.