“Es doloroso porque dejé todos mis proyectos de vida”

Vive en Valencia. No tiene trabajo, tampoco papeles, y dice está en un proceso de solicitud de refugio. Para sobrevivir, Fidel Espinales vende máscaras monimboseñas  

Era de noche. Era 19 de abril de 2018. Fidel Espinales, profesor horario de la Universidad Politécnica estaba entre los estudiantes de esa universidad que esa noche eran reprimidos por la Policía Orteguista. Había sido un día agitado en Nicaragua: universitarios protestando, antimotines y turbas orteguistas agrediendo a los manifestantes.

Ese día, Espinales se había unido a un grupo de estudiantes que protestaban en contra de las reformas a la Seguridad Social. Las imágenes de ese día van y viene en su cabeza; policías lanzando bombas, el sonido de los disparos, estudiantes corriendo aterrados. Pero hay una escena que no olvidará jamás, cuando vio morir a Darwin Urbina, el primer asesinado de la masacre de abril.

“Yo lo vi. Él agarró una lámina de zinc para cubrirse la cara y el pecho, pero el disparo lo traspasó. Darwin dio una vuelta de 360 grados del disparo. Veo que él estaba tirando sangre por la boca, pero no le veo ninguna herida y fue cuando le levanté una pañoleta negra que andaba y la herida era profunda. El disparo le había destruido la garganta”, relata desde Valencia, España.

Espinales calcula que estaba a unos cinco metros de Urbina. Lo cargaron, lo arrastaron por unos 30 metros y ahí, tirado en el pavimiento intentaron revivirlo. Espinales salió corriendo a buscar ayuda, pero cuando regresó a Urbina ya se lo habían llevado al hospital.

Las máscaras que Espinales fábrica las vende a través de las redes sociales. LA PRENSA/CORTESÍA

Espinales regresó a su casa de madrugada. “Fue horrible llegar lleno de sangre y escuchar a mi mamá pidiéndome que me saliera de todo”, cuenta. Pero sabía que tenía que seguir luchando. “La represión aumentaría y los tres próximos días busqué alimentos, medicamentos, máscaras antigás y los repartimos entre el estudiantado”, asegura.

Antes de abril, los días de Espinales transcurrían entre ser profesor horario de Derecho Constitucional en la Upoli y en la Universidad Humanista (UNEH) y vender libros. En los tiempos libres atendía una librería que tenía en su casa en Managua.

Tres días después de la muerte de Urbina, Espinales recibió una llamada de su novia. Tenía un tono desesperado. “Tenés que salir, tu foto está en redes sociales y dicen que sos un infiltrado en la Upoli”.

Si se quedaba ahí dentro, pensó, lo matarían, pero si salía también. “No voy a dejar que me maten”, pensó en ese instante.

Ese día, salió del recinto universitario en la ambulancia en la que iba Telémaco Talavera, en ese entonces el presidente del Consejo Nacional de Universidad (CNU). “El gobierno quería que algo le pasara a Telémaco para empañar la lucha universitaria. Logré una mediación para salir con Telémaco, un doctor, los sacerdotes, y otros compañeros”, cuenta.

Lo dejaron en las Sierras de Santo Domingo, en Managua y luego logró irse a Grande, donde se ocultó durante cinco días. “Quería salir a luchar, pero mi nombre fue vilipendiado. Tuve que salir y seguir la lucha desde el exilio”, asegura.

El 28 de abril Espinales salió del país rumbo a Costa Rica. Iba con su novia, por veredas. Allá, para sobrevivir limpiaba lavadoras. Con lo que ganaba solo para pagar el alquiler y a veces ajustaba para comer. Lo vio tan difícil, que dos meses después, el 22 de junio decidió irse a España, donde vive ahora.

Este es el pequeño taller que creó Espinales para elaborar sus máscaras. LA PRENSA/CORTESÍA

Vive en Valencia. No tiene trabajo, tampoco papeles, y dice está en un proceso de solicitud de refugio. Ambos sobreviven de los pocos ingresos que consiguen. Su novia trabaja en una panadería. Y él, creó un taller en una pequeña habitación donde viven, donde elabora máscaras monimboseñas y luego las vende a través de redes sociales. “Compré pinturas y comencé hacer máscaras para venderlas y sobrevivir de eso. Las máscaras también se convirtieron en un símbolo de resistencia”, dice.

Vivir fuera no ha sido fácil, reconoce. “Es doloroso porque dejé todos mis proyectos de vida, también quería dedicarme a mis libros”. Sin embargo, está agradecido porque al fin y al cabo, está vivo.


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