Yo, el cáncer y mi peluca

Reportaje - 07.06.2016
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La adolescente que batalla contra un tumor maligno, la bailarina que llamaban Rapunzel y un artesano leonés. ¿Qué tienen en común? Le contamos cómo una hebra de cabello es capaz de unir varias historias en una sola cabeza

Por Tammy Zoad Mendoza M.

De lunes a viernes Geovana usa el pelo largo, en tono café chocolate, con el flequillo que cae al lado derecho de su cara. Si hay algún mandado que hacer se pone el turbante café. Pero para estar en la casa o en los días de calor abrasador y sofocante lo mejor es llevar la cabeza descubierta. Su cabeza, con la redondez perfecta de una canica, está cubierta por una capa incipiente de finos y suavísimos cabellos. “Esta es la segunda vez que me nacen. Ya tenía toda la cabeza negrita, negrita de pelo, meses después de la quimioterapia, pero cuando pasé por la primera sesión de radioterapia se volvió a caer”, cuenta Geovana Gutiérrez Lezama, de 15 años. Y se acaricia la cabeza pelona.

A los 14 años le detectaron un tumor en la glándula pineal. “Es como un granito de arroz que está alojado en el cerebro”, explica su mamá, Mabel Lezama. Eso fue en enero del año pasado, ahora está en la segunda fase de su tratamiento. Hay días buenos y malos. Días en los que no tiene ganas de comer y otros días que amanece animada, se enfunda su peluca café, la trenza y se maquilla un poco. Linda. Así es como se ve y se siente Geovana, con o sin peluca. “Pero es que con peluca parezco más yo, yo sin cáncer. Yo tenía mi pelo largo, me hacía trenzas, me hacía colochos, lo llevaba largo y suelto... Esto es lo más parecido a mi pelo”, dice, mientras peina su peluca larga y lisa.

La peluca fue un regalo, un doble regalo. Primero, alguien que llevaba el cabello largo, larguísimo, decidió cortárselo y donarlo. Esa coleta llegó hasta Conanca, la Comisión Nicaragüense de Ayuda al Niño con Cáncer, y ahí se encargaron de buscar las manos que tejieran esa y muchas colas más en una sola peluca. Luego se la entregaron a Geovana. Parece un cuento corto y sencillo, pero en realidad es una historia un poco más larga y enmarañada.

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“No se trata solo de la parte estética”, aclara Dalia Alemán, directora ejecutiva de Conanca. “Nosotros apoyamos donando el tratamiento a los niños con cáncer, eso es prioridad en el uso de los fondos, pero las pelucas son algunos de los elementos que les ayudan a sobrellevar los efectos secundarios de ese tratamiento. Es una manera de hacerles más fácil su vida con la enfermedad”, explica. Geovana es el último eslabón de la historia, pero todo empieza mucho antes con los cabellos que nacen en otras cabezas. Vamos a desenredar esta historia.

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Hace aproximadamente dos años que Javiera Urbina decidió dejar crecer su cabello. Solo recortaba un poquito las puntas si notaba que alguna estaba abierta. Su cabello ondulado y obediente creció, creció, y bajó hasta sus caderas. Bajita, morena y menuda, se convirtió en una Rapunzel criolla. Todos le decían así.

Además del gusto personal, cada vez que le preguntaban por qué usaba el cabello tan largo, ella explicaba que era parte importante de su faceta como bailarina en el Ballet Folclórico Haydée Palacios. “En un baile hago el papel del ángel guía y el pelo largo es característico”, decía. “Además usamos moñas altas y gruesas, lo ideal es tener el cabello largo para poder hacerlas bien”.

Este año decidió, en lugar de recibir, hacer un regalo en la víspera de su cumpleaños 21. De las 24 pulgadas de largo que medía su pelo, desde la raíz hasta la punta de la hebra más larga, Javiera accedió a donar la mitad para que con su trenza tupida se elabore una peluca. “El pelo vuelve a crecer, y si le va a servir a alguien más, si va a hacer feliz a alguien más, lo hago con gusto”, asegura Javiera Urbina.

Lavado, desenredado y peinado. Dayan Medina, peluquero profesional, midió el cabello e hizo una cola apretadísima en el punto en que se cumplían las 12 pulgadas desde las puntas parejas (alineadas). Trenzó el cabello y amarró en el otro extremo. Tijera en mano, ¡clac!, la trenza larga se desprendió del resto del cabello. Se asegura que la trenza esté bien amarrada para que no se escape ni una hebra. Listo.

“Cuando es un corte de cabello con el fin de donarlo para peluca, es importante explicarles a las personas que la medida requerida se refiere a un largo parejo de la cola, no desde la punta del cabello que casi siempre es muy rala, sobre todo cuando son cabellos en capa”, explica Dayan Medina, de Gentlemen’s Barber Club-Bellissima Nicaragua.

En Conanca, la recepción de cabello es permanente. Eventualmente algunos estilistas se organizan en un evento benéfico en el que cortan el cabello gratis a quien quiera donarlo, y luego entregan todas las colas a la organización, pero la mayoría son donaciones independientes.

“Aquí vienen niños con sus padres, muchachas, hombres. Todo tipo de personas con todos los tipos de pelo que te podás imaginar. Lo traen en cola o en trenza para donarlo, es una hermosa manera de sumarse a la causa”, apunta la directora de Conanca.

Rizados, lisos, ondulados. Pelirrojos, cafés, negros y rubios. Más de 500 colas y trenzas de diez, doce o más pulgadas de largo. Más de 500 personas dejaron que les cortaran sus largas trenzas y las regalaron. A diferencia del mítico Sansón, en estas historias nadie pierde nada al cortar su cabello. Al contrario, quedan con un nuevo look y la satisfacción de saber que su pelo lo lucirá feliz un paciente que libra una batalla contra el cáncer.

Javiera Urbina, de 21 años, dejó crecer su cabello por dos años. Luego lo donó a Conanca.

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En el barrio El Coyolar, León, hay un artesano particular. Luis Gutiérrez, de 23 años, es el peluquero de los santos. Desde los 20 aprendió de unos amigos a elaborar pelucas de pelo sintético. Pelucas pequeñitas que caben en la palma de una mano, como para muñecas. Son pelucas rizadas, tupidas y brillantes, quedan perfectas en las cabecitas de las imágenes de la Virgen María o de un Jesús colochón.

Sin embargo, hace un año a Luis le hicieron un encargo especial. Una clienta llegó con varias colas de cabello natural y le pidió una peluca con ellas. “Trabajar con pelo natural es mejor, quedan mejor las pelucas, duran más, se ven mejor”, dice Luis. Esa peluca fue donada a Conanca para una niña. Conanca lo contactó y después le llegó un encargo mayor. Cinco pelucas de cabello natural, un peluquín y cuatro de largo medio. Cinco niñas esperan sus pelucas para lucirlas.

Con la ayuda de Marcela Salmerón, su novia, Luis elabora las pelucas. El proceso, dice, es sencillo. Pero la verdad es un tequioso, lento y detallista proceso de anudar. En una “U” formada con regletas de madera, amarran de forma paralela tres hilos de nylon fino en los clavos que están en los extremos de la “U”. Toman un mechón fino de cabello y lo intercalan entre los hilos, formando una “M”. Jalan, zocan el nudo y lo corren hasta el inicio de la línea. Es como el tradicional crochet al tejer, pero sin aguja. Tejer pelo con las manos.

Deben cubrir las 25 pulgadas de los hilos con los nudos en “M”. Pueden pasar al menos tres horas anudando hasta completar una cortina, que es como se le llama a la tira de cabello que resulta del proceso. Una peluca requiere de un promedio de diez cortinas. Entre más cortinas, más tupida y mejor acabado tendrá la peluca.

Al final, todas las cortinas se cosen una por una a la base o el gorro de la peluca, que es elaborado con una malla elástica. Lleva bordes cosidos y en la parte inferior tiras de elástico para ajustar. Para una sola peluca se necesitan como mínimo nueve o diez colas gruesas, el número varía dependiendo del grosor de cada una. Son nueve o diez cabellos diferentes, de niñas, hombres o jóvenes que lo donaron.

Cuando la peluca está armada, vienen los últimos detalles. La peluca se lava con champú y acondicionador, se usa el secador o se tiende para que el viento haga el trabajo. Dependiendo del estilo que se le quiere dar se riza o se alisa. Cuando se mezclan cabellos de diferentes tonos, teñir la peluca es una opción, por eso Luis no tiene inconveniente con recibir cabello teñido si de igual forma él podría darle un tratamiento para homogeneizar el tono. El peinado es lo último. Que si corto o en capas. Con flequillo o con pava. Liso o colochón. ¡Lista! Luis cobra alrededor de dos mil córdobas por cada pieza.

No debe lavarse con mucha frecuencia, debe usar champú y acondicionador, y secar con poco calor o al aire libre. Los mismos productos y aparatos que dañan el cabello que está sujeto al cuero cabelludo pueden dañar las pelucas, cuyas hebras no reciben los nutrientes para mantenerse sano y con buen aspecto. Una hebra de pelo que creció en una cabeza y terminó en otra necesita de cuidados especiales.

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Cruzaba la calle hacia su casa cuando de repente cayó al suelo. Doña Mabel Lezama oyó desde adentro los gritos de los vecinos y corrió a la entrada. Geovana estaba tendida en el suelo. Temblaba frenéticamente.

“La llevamos al (Hospital) Lenín Fonseca, ahí me dijeron que era epiléptica y que tenía que aprender a vivir con eso. Le mandaron tratamiento, pero la niña se iba poniendo peor. Los ataques eran más fuertes, más seguidos. Se me quedaba”, cuenta Mabel Lezama.

Fue en el Hospital Infantil Manuel de Jesús Rivera “La Mascota” donde le hicieron una serie de análisis y en junio de 2015 les dijeron el diagnóstico: tumor en la glándula pineal. No era epiléptica, las convulsiones eran solo una de las manifestaciones de los daños que provocaba el crecimiento del tumor.

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Es uno de esos tipos de cáncer “raros”, esos que aparecen en el lugar menos pensado, en el más complicado para extirparse. El “granito de arroz”, como le llaman ellas, está en el epitálamo, muy cerca del centro del cerebro, como sembrado en el surco que hay entre los dos hemisferios. El “granito” le provoca dolores de cabeza, mareos, convulsiones y le afecta la visión.

Cumplió con sus seis ciclos de quimioterapia. Cada uno eran nueve días en el hospital recibiendo químicos por vía intravenosa. Tenía otros quince días para descansar entre un ciclo y otro. El tratamiento puede ser tan fuerte como la enfermedad y las mismas sustancias que combaten las células cancerígenas también atacan al sistema, lo debilitan y provocan malestares generales, desde vómitos y calvicie temporal, hasta pérdida de las uñas y oscurecimiento de la piel. Cada cuerpo reacciona diferente al tratamiento, pero todos pasan por la calvicie.

“En la segunda sesión se me empezó a caer el pelo, fue rapidísimo. Usaba mi pelo largo y con colochos. No me lo quería cortar, pero el peso hacía que cayera más rápido. Me lo recorté, pero cada vez que me peinaba dejaba los mechones en el peine, hasta que se fue todo”, cuenta Geovana, y sonríe. Ella siempre sonríe. Era su mamá la que lloraba a escondidas.

Ahora viene la fase de la radioterapia. De los 26 días de tratamiento, solo pudo cumplir una semana. Su nivel de plaquetas bajó demasiado y debe recuperarse para seguir en el tratamiento. El pelo negrito que había forrado su cabeza volvió a caer, pero Geovana se mantiene en pie. “Me dijeron que el tumor se está secando. Me harán unos exámenes para valorar la posibilidad de una operación. Puedo quedar bien o quedar mal. Mi mamá dice que me cuide, yo me cuido. ¡Claro que me quiero curar!”, dice Geovana y sigue pintándose los labios, su toque final antes de la sesión de fotos. Le encanta tomarse fotos. Sonríe. Siempre sonríe.

Violeta Marín, trabajadora social del área de hematoncología de La Mascota, reconoce que las niñas y las adolescentes son un poco más sensibles respecto a la pérdida del cabello. “Desde que se comunica el diagnóstico se trabaja también la parte psicológica, porque el cáncer es una enfermedad que no solo afecta físicamente, afecta la parte emocional de los pacientes, y sus padres”, expone Marín.

A partir de los siete años, a los pacientes se les explica su estado de salud de acuerdo con su grado de comprensión. Hablar de los efectos secundarios del tratamiento es un aspecto importante para prepararlos y fortalecerlos.

“Con los más pequeños leemos cuentos, jugamos, practicamos la risoterapia, pero con las niñas mayores es un tema de fortalecer su autoestima, hacerles ver que es algo temporal, parte de su proceso para volver a estar bien. Las pelucas han sido un verdadero regalo de Conanca, es otra inyección de ánimo que complementa el acompañamiento que se les da en la parte psicológica”, explica Marín, con 21 años como trabajadora social en esta área.

No todas piden una peluca. Algunas prefieren andar la cabeza descubierta por el calor, otras optan por los pañuelos, turbantes o lazos, pero hay quienes tienen hasta dos pelucas y las usan según la ocasión. “Además del desgaste físico propio de la enfermedad, los indeseables efectos secundarios y el tema de la autoimagen, se enfrentan a las miradas curiosas o la burla. Hay que educarnos para ser más respetuosos de la condición de los demás. Duele una mirada de lástima, un señalamiento, una burla. No hay que victimizar al paciente, hay que ofrecerles elementos para que fortalezcan su autoestima y su resiliencia sea mayor. La entereza de los padres, que no dejen la escuela, que mantengan amistades, que desarrollen pasatiempos, todo eso es muy importante”, expone Violeta Marín.

“Yo no me afrento de mi enfermedad, pero extraño mi pelo. Si quiero me pongo la peluca, si no ando pelona. Cuando hace calor es hasta mejor. Pero es bonito poder tenerla y usarla cuando quiero sentirme mejor, me ayuda”, comenta Geovana, quien volvió a cursar quinto año de secundaria y espera que esta vez el cáncer no retrase sus planes de bachillerarse. Quiere ser médica, aún no se decide por la especialidad.

De pelos

El cabello crece toda la vida y no se pudre después de la muerte.
En un año puede crecer entre 18 y 20 centímetros, más rápido en verano y por la noche.
Una persona promedio tiene alrededor de 100 mil folículos pilosos, que dan lugar al crecimiento del cabello. Las personas rubias de nacimiento pueden tener hasta 150 mil.
Una persona puede perder 100 cabellos al día. Cada uno de ellos ha vivido un promedio de tres a cinco años en su cabeza.

El cabello ha jugado rol importante en la seducción y las relaciones sociales. Durante mucho tiempo, solo se dejaba el cabello suelto en la intimidad. Los moños o las trenzas simbolizaban la domesticación de la naturaleza.
El cabello largo aún se asocia al hombre salvaje (evocando la prehistoria), los artistas y rebeldes, pero esta interpretación varía en cada cultura. En Madagascar, las personas que están de luto van con el cabello suelto y despeinadas.

Los cambios de peinado se relacionan a cambios estéticos, pero en algunas sociedades pueden marcar un cambio en la identidad de una persona, por ejemplo, después de su iniciación como es el caso de los monjes budistas. También puede ser un método de castigo; después de la Segunda Guerra Mundial los franceses raparon a las mujeres que fueron parejas de alemanes.

Sabía que...

La palabra peluca no viene de pelo. Según etimólogos, su origen está en el francés antiguo “perruquet”, ahora perroquet, que significa loro. En las cortes de justicia era el término peyorativo para referirse a los jueces que mucho decían y poco resolvían, repetían discursos y usaban altas pelucas que completaban su semejanza burlesca con las aves parlanchinas. La palabra viajó de boca en boca y la voz se fue adaptando a la fonética de los hablantes; en catalán se dijo perruca, en italiano parruca y en portugués y rumano peruca. En español se hizo la entendible asociación con el pelo.

Las pelucas podrían tener su origen en el antiguo Egipto (3000 a.C.). Para esta civilización era común raparse la cabeza, pero los faraones y nobles las cubrían con pelucas de cabello humano o de las crines de caballos. Usaban las más finas, ostentosas e incluso con pequeños frascos de perfumes.

Fueron usadas durante el Imperio Romano, hechas con cabellos de prisioneros, con su derrota las pelucas también cayeron en desuso. No eran comunes en oriente, pero actores de teatro tradicional japonés y las geishas las usaban.

Fue Luis XIV de Francia, el Rey Sol, quien llevó las pelucas a otro nivel. Él usaba las más elevadas, rizadas y lujosas pelucas, al igual que los tacones, para ganar un par de centímetros de altura. Toda su corte comenzó a usar pelucas y así Francia impuso su moda en el siglo XVII. Inicialmente eran para uso masculino, en colores negro o blanco, pero luego su uso se extendió a las mujeres y variaron en colores y formas.

En la década de los 60, las pelucas encabezaron las tendencias de moda y su uso se extendió hasta los 70. Abombadas, cortas, largas, exageradas o discretas, de cabello natural o sintético, las mujeres solían usarlas a diario. Luego fue quedando relegada nuevamente al ambiente artístico del teatro y la música, hasta llegar al siglo XX. Desde la diva Cher hasta la reina tropical Celia Cruz.

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