Traiciones. Delaciones. Imprudencias. Detrás de la muerte de algunos de los primeros líderes del FSLN, que cayeron antes del triunfo de la revolución, no solo está el heroísmo que se recuerda en estos días
Por Arlen Cerda
A los 19 años de edad, Pedro Aráuz Palacios (Diriomo, 1949-Tipitapa 1977) era un experto en la organización y movilización de las bases sandinistas para dirigir protestas y acciones contra la dinastía somocista en Nicaragua. Él se involucró con el Frente Sandinista desde 1969 y su ascenso en la dirección del partido resultó natural cuando todos los miembros de la primera dirección de ese partido habían sido asesinados por la Guardia, estaban presos o residían en el exterior, como lo estaba Carlos Fonseca Amador (1936-1976), fundador y líder del FSLN.
Así, después de nueve años en la lucha, era un maestro de la conspiración, experto y estricto en tomar medidas de seguridad y en camuflarse. Federico, Jorge Luis, Noel. Él usaba un nombre y disfraz diferente y se movilizaba en distintas casas de seguridad para despistar a los guardias somocistas, pero el 17 de octubre de 1977 la Guardia lo logró asesinar en la carretera Masaya-Tipitapa.
“Cayó como un niño frente a la acción de los infiltrados que seguramente estuvieron detrás de su muerte”, asegura la comandante guerrillera Mónica Baltodano.
En su trilogía Memorias de la lucha sandinista (2011), Baltodano sostiene que muchas de las muertes de guerrilleros sandinistas que se registran como “caídos en combate” en realidad fueron asesinatos de la Guardia, que tenía infiltrados en las filas del FSLN. Y algunos de sus primeros líderes como Aráuz Palacios, Eduardo Contreras y José Benito Escobar, fueron víctimas de eso.
La labor de infiltrados se reporta en varios movimientos de América Latina después del triunfo de la Revolución cubana y el auge guerrillero en algunos países de la región. “Eran gente del Servicio Anticomunista (SAC) que aquí colaboró con la Oficina de Seguridad Nacional”, asegura Baltodano.
La labor de ese servicio y de los infiltrados o informantes que la Guardia conseguía tras la captura de algunos guerrilleros, que eran interrogados y torturados en sus cárceles, era vigilar, perseguir, infiltrar y aniquilar a los que se consideraban movimientos comunistas y, más tarde, a los miembros de la Dirección Nacional del Frente Sandinista.
La comandante guerrillera Dora María Téllez, que participó en la toma del Palacio Nacional, en agosto de 1978, confirma que José Benito Escobar fue asesinado por la Guardia después de ser delatado por uno de sus compañeros, que resultó ser infiltrado.
Los diarios LA PRENSA y Barricada, de principios de 1980, dan detalles de cómo Marvin Corrales Irías confesó haber delatado a Escobar. “Él a mí me lo dijo. José Benito había participado en una reunión con otros compañeros y al día siguiente salió a las 6:00 de la mañana hacia su casa de seguridad. Marvin avisó a los guardias, se montó con ellos en el vehículo, lo alcanzan, él lo señala y la Guardia lo mata”, recuerda Baltodano.
Mediante la tortura, chantaje o amenazas, la Guardia reclutaba a la gente para que pasara información o se infiltrara. Una gran cantidad de ataques a dirigentes y cuadros locales del FSLN que Baltodano relata en su trilogía solo pudieron realizarse por el dominio de la información de sus casas de seguridad y vehículos en los que se desplazaban, según revelan sus entrevistados.
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La muerte de Carlos Fonseca Amador, fundador y líder del Frente Sandinista, que tras el triunfo de la insurrección en julio de 1979 fue reconocido como jefe de la Revolución Popular Sandinista, es una de las más discutidas entre miembros del FSLN que lo conocieron y sobrevivieron a la revolución o que trataron de documentar los hechos. Incluso, en más de alguna ocasión se ha insinuado que Fonseca fue víctima de una trampa de parte de otros dirigentes del partido, que entonces estaba dividido en tres tendencias con sus propias estructuras.
Baltodano y Francisco Rivera Quintero, el Zorro, uno de los guerrilleros que se despidió de Fonseca en la montaña, aseguran, sin embargo, que su asesinato se debió al riesgo de la penetración de la Guardia en la zona y a su falta de condiciones físicas para la expedición, sobre todo su miopía.
“No hubo una celada. Es totalmente falso que alguien quisiera que él muriera... Su muerte fue un golpe enorme para los sandinistas y para las posibilidades de la unidad”, dice Baltodano. Una unidad que tampoco vieron los dirigentes que cayeron o fueron emboscados y asesinados antes de 1979, cuando miles celebraron el triunfo de la revolución.
“...En las cronologías del Instituto de Estudio del Sandinismo (IES) aparecen muchos compañeros como muertos en combate, cuando en realidad fueron simplemente asesinados. Para la familia y la organización, decir que cayó en combate entrañaba cierta heroicidad y esto permitió, de alguna manera, que se encubrieran crímenes del somocismo”.
Mónica Baltodano,
comandante guerrillera, en Memorias de la lucha sandinista, 2011

El error de Fonseca
Francisco Rivera Quintero, el Zorro, fue uno de los últimos guerrilleros que se despidió de Carlos Fonseca unas horas antes de que él fuera asesinado en la comarca Zinica, el 7 de noviembre de 1976.
En “La marca del Zorro, hazañas de Francisco Rivera Quintero”, el guerrillero que falleció de una enfermedad del hígado en 1998, contó al escritor Sergio Ramírez las condiciones que precedieron la muerte de Fonseca.
“Fue directo a su muerte, obsesionado por esa idea de una reunión para la unidad, medio ciego, guiado por un niño bajo la lluvia en la noche cerrada de la montaña y cercado de los peores presagios: patrullas asesinas, helicópteros, perros de presa; las comarcas sembradas de muertos, los ranchos y las milpas quemadas, los caminos vigilados palmo a palmo, la Guardia acampando en las capillas y las ermitas, y cuando todo el mundo nos denunciaba por miedo y eran pocos los que se atrevían a colaborar”, recordó Rivera.
Mónica Baltodano dice que “nadie podría asegurar que si no hubiera sido por ese viaje, hoy (Fonseca) estaría vivo”, porque la noche anterior Eduardo Contreras ya había sido delatado, emboscado y asesinado, y Carlos Roberto Huembes cayó en el barrio El Dorado.

FOTO DE SUSAN MEISELAS