El 10 de febrero de 2004 asesinaron a Carlos Guadamuz, controversial político y periodista, quien durante casi toda su vida fue uno de los más íntimos amigos de Daniel Ortega
Por Fabián Medina
Faltaban unos diez minutos para la 1:00 de la tarde cuando Carlos Guadamuz bajó apresurado de su camioneta en el parqueo del Canal de Noticias de Nicaragua (CDNN), donde grabaría un programa de opinión política. Lo seguía de cerca su hijo Selim, un adolescente de 16 años que le acompañaba a todos lados esos últimos meses y que, en la práctica, le servía como asistente.
El programa se llamaba Dardos al centro y se transmitía desde un lóbrego y precario set de la modesta estación televisiva que funciona en lo que originalmente era una casa de habitación de la Colonia Centroamérica, en Managua. En realidad, era un programa de radio que se transmitía en televisión, en el que Guadamuz azotaba durante una hora con su verborrea implacable a los personajes y eventos, generalmente políticos, de esos días. Una cámara fija, una mesa tras la que se sentaba un sudado y a veces desaliñado Guadamuz y, a sus espaldas, un plato pintado con círculos simulando el blanco de los dardos.
Ese día Selim cargaba el bolso con el plato de cerámica que colocaba tras su padre cada vez que se grababa el programa.
—Cuidado se te cae —le advirtió Guadamuz al bajarse, como lo hacía cada vez que le confiaba el bolso con ese plato al que le tenía especial afecto porque fue pintado por Fidel, su hijo menor.
Mientras padre e hijo se dirigían a la entrada del canal advirtieron la presencia de un hombre de unos 40 años sentado en una jardinera. De barba escasa y aspecto humilde, parecía leer un periódico. No les llamó la atención que estuviese ahí, porque siempre encontraban personas que les pedían algún favor o dinero. Tampoco les resultó extraño que tras notar su llegada el hombre se aproximara a ellos en rápidas zancadas.
—¿Qué tal don Carlos? —le dijo a Guadamuz cuando le salió al paso e inmediatamente comenzó a disparar a quemarropa con un revólver 38 Taurus que cubría con el periódico.
—¡Hijueputa! —logró decir Guadamuz cuando el primer balazo le impactó el hígado. Otro disparo que buscaba su corazón le dio en la mano izquierda, con la que quiso agarrar el periódico desde el que salían los disparos. Cuando iba cayendo al suelo, un tercer balazo le entró por la espalda y le salió por el cuello.
La reacción del hijo de Carlos Guadamuz fue instantánea. Con el bolso donde cargaba el plato golpeó con fuerza al asesino en la cabeza. El golpe aturde al gatillero, quien decide huir corriendo, buscando los callejones de la colonia en un plan de fuga previamente elaborado.
—¡Agarrá a ese hijueputa! —le ordena todavía Guadamuz a su hijo desde el suelo.
El adolescente abandona a su padre herido y persigue al asesino. Lo sigue tan de cerca que siente que lo puede tocar con la punta de los dedos si extiende la mano. Lo oye respirar. El asesino dispara en dos ocasiones sobre su hombro contra el muchacho. Falla, posiblemente porque la cercanía y el movimiento le dificultan el ángulo de tiro. Intenta seguir disparando, pero los secos clic-clic que salen del revólver indican que se ha quedado sin balas. Al intentar doblar en la esquina para tomar un estrecho callejón, el asesino pierde la velocidad y el equilibrio, tropieza y cae. El muchacho se abalanza sobre él y lo golpea. Con furia. Repetidas veces.
Algunos trabajadores de la televisora que han salido al escuchar los disparos se acercan a la esquina donde el muchacho continúa golpeando al asesino. Jaime Suárez, uno de los propietarios de la estación televisiva, golpea al gatillero en la cara con tanta fuerza que se le fractura la mano, mientras, un guarda de seguridad ya lo apunta con su arma de trabajo a pesar de que parece desmayado por los golpes del adolescente.
—Dejalo, lo vas a matar —le grita alguien a Selim. —Andá ve a tu papá, que está solo en el suelo.
Carlos Guadamuz yace boca abajo en un charco de sangre.
—¡Ayúdeeenme! —grita desesperado el hijo abrazado a su padre agonizante, mientras cámaras de la televisora comienzan a filmar la trágica escena que estremeció a Nicaragua ese 10 de febrero de 2004.
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Carlos Guadamuz Portillo fue uno de los amigos más íntimos de Daniel Ortega Saavedra, el actual presidente de Nicaragua. “Una amistad de sangre”, proclama en una entrevista que le hice cuatro años antes de su muerte, en enero del 2000, en la que hablamos ampliamente de sus inicios en el Frente Sandinista, sus años de cárcel, las torturas, su paso como paciente del Hospital Psiquiátrico, el frustrado asalto a un avión disfrazado de mujer y, por supuesto, su histórica amistad con Ortega, que para ese tiempo ya estaba hecha añicos.
“Nosotros nos criamos en el barrio San José”, dice. “Mi familia, mi abuelita y mi tía trabajaban frente a la iglesia San José. Yo pasaba todo el día en esa casa porque era una pulpería enorme. Ellas eran empleadas domésticas. Los Ortega vivían a la cuadra, en la Colonia Somoza, y llegaban mucho a esa pulpería”.
Carlos Guadamuz y Daniel Ortega tenían la misma edad y es lógico que se encontraran en esos barrios de la vieja Managua, donde los niños se divertían en las calles, jugando a los trompos, las canicas, el bendito “escondido” y el omblígate.
A los 15 años, Guadamuz y Daniel Ortega deciden integrarse a la Juventud Patriótica Nicaragüense (JPN). El 21 de enero de 1960 Ortega, Guadamuz, Selim Shible y Edmundo Pérez caen presos por primera vez acusados de incendiar unos vehículos estatales y atentar contra instalaciones del Gobierno. Luego vendrían más carceleadas y la integración definitiva al entonces naciente movimiento guerrillero Frente Sandinista de Liberación Nacional. “A raíz de esa identificación política nos comenzamos a meter al Frente Sandinista. La primera carceleada que sufre Daniel la sufrimos juntos, la primera torturada la sufrimos juntos allá en los sótanos de la Casa Presidencial. Teníamos 15 años apenas”, relató Guadamuz.
No es que uno fuera más que el otro, aclaró Guadamuz en esa entrevista. “Lo que quiero desvirtuar es que como que Daniel era la gallina y yo estaba bajo su ala. No, si comenzamos juntos esta lucha. El día que cayó preso Daniel caímos presos juntos. La primera acción guerrillera a la que se metió Daniel se metió conmigo”.
Ya para los últimos años de los sesenta, por diferentes razones, en diferentes fechas, muchos de los amigos de aquellos barrios de la vieja Managua van cayendo presos y algunos se encuentran en la cárcel. El grupo de “los Ocho”, integrado por Daniel Ortega, Manuel Rivas Vallecillo, Lenín Cerna, Carlos Guadamuz, Jacinto Suárez, Julián Roque, José Benito Escobar y Oscar Benavides, permanecería junto y sus miembros serían de los reos políticos que más tiempo pasarían en las cárceles somocistas.
Jacinto Suárez, actualmente diputado, recuerda que como a los tres meses de estar en la cárcel cayó preso Daniel Ortega, al que conoció en el barrio San Antonio. “De La Aviación nos llevan a La Modelo, y como nosotros usábamos a los otros presos para comunicarnos, nos mandan a La Modelo y nos ubican en la celda de la muerte, la celda número 13, que es donde estuvieron Ausberto Narváez y Edwin Castro”, relata.
Carlos Guadamuz cae preso en el 69 después del frustrado secuestro a un avión que pretendía desviar hacia Cuba. En la cárcel Modelo se encuentra de nuevo con Daniel Ortega, quien es el preso número 198, y está detenido desde agosto de 1967. Varios compañeros de cárcel han dado testimonio del temple de Guadamuz, quien fue sometido a salvajes torturas sin delatar nunca a nadie. Jacinto Suárez relata, según la revista Envío, que desde la celda oían aullar de dolor a Guadamuz en la sala de tortura mientras le aplicaban el chuzo eléctrico y, de repente, entre los chillidos lastimeros soltaba vivas al Frente Sandinista. Tan crueles torturas sufrió que en varias ocasiones fue llevado desmayado al hospital para mantenerlo con vida.
Este grupo de “los Ocho” sería liberado junto con otros diez reos más mediante el asalto que realizó un comando guerrillero en 1974. El 27 de diciembre de ese año el comando Juan José Quezada entró al asalto en la casa del somocista Chema Castillo, donde se celebraba una fiesta en honor al embajador estadounidense en Managua, Turner Shelton, quien en ese momento ya no estaba en la fiesta pero sí otros connotados somocistas. Los guerrilleros exigieron a cambio de los rehenes la liberación de 18 presos políticos, la publicación de proclamas del FSLN, un millón de dólares y el traslado de presos y guerrilleros a Cuba. Somoza cedió en todo.
Mientras el resto de los liberados regresa pronto a reintegrarse a la lucha contra Somoza, incluso muchos de ellos mueren, Carlos Guadamuz permanece en Cuba hasta pocos meses antes de la derrota a Somoza, cuando se aparece en Costa Rica, buscando siempre a su amigo Daniel Ortega.
En Costa Rica, Guadamuz se instala en la casa de seguridad de una española conocida como María Segovia. Ahí se encuentra con Dionisio Marenco, jefe en ese entonces de la red de apoyo al Frente Sandinista en Costa Rica, y le pregunta por los hermanos Ortega.
—Daniel, ahí está el loco Guadamuz, acaba de venir de La Habana —avisó Marenco a Ortega.
—Nooo, ahí tenelo, que ni se te ocurra decirle donde estoy —respondería Daniel Ortega, según la versión de Marenco.
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Al oficial de la Guardia Nacional Bernardino Larios Montiel le llamó la atención la señora corpulenta y vestida de negro que parecía discutir con la aeromoza en el pasillo del avión que despegaba esa tarde del aeropuerto de Managua con destino a Bluefields. Larios viajaba para realizar un trabajo de ingeniería en una planta eléctrica de la ciudad caribeña y lo último que quería en ese momento era meterse en problemas. La mujer de negro entró a la cabina del piloto y la azafata corrió por el pasillo a la parte trasera del avión. Larios se levantó a ver de qué se trataba.
—¿Qué pasó, Lupe? —le preguntó a la aeromoza.
—¡Hay una mujer armada en la cabina!
Alarmado regresó a su asiento y le comentó lo que sucedía a Francisco Castillo, el chofer de un coronel que viajaba a su lado.
—No es mujer, es hombre —le dijo Castillo. —Yo le vi las pantorrillas.
—Tenemos que desarmarla cuando salga de la cabina.
Al poco tiempo la “secuestradora” sale de la cabina y grita en el pasillo:
—¡Viva el Frente Sandinista!
Treinta años más tarde, siendo ya coronel GN en retiro, Bernardino Larios, le diría al periodista Eduardo Marenco, de La Prensa, que ese “salir al pasillo” fue el gran error de Carlos Guadamuz, quien ese día, en solitario y disfrazado de mujer, trataba de secuestrar ese avión para desviarlo hacia Cuba.
“Cometió el error de salir de la cabina para gritar en el pasillo, con una pistolita cañón corto, tal vez una 22. En ese momento, yo cometo un error al tomar una revista para aparentar leer. Me dije, ¡qué estúpido que soy! ¿Quién va a aceptar que estoy leyendo? Y me veo el pantalón kaki. Me entró miedo porque si ese hombre sabe que yo soy militar, me mata. Eso definió toda mi situación porque en ese momento no tuve la menor duda de lo que haría. Él estaba a un metro de distancia mía, aunque yo lo veía como a un kilómetro. Hasta que me le tiré encima. Se produjo el primer disparo. Otros se le tiraron encima. Yo no le solté la mano con que él sujetaba la pistola, pero Guadamuz era más fuerte que yo y no se la pude quitar. Los pasajeros se levantaron y le dieron una zurra de padre y señor mío, le quitaron los brasieres y todo. Él andaba pelón. El piloto le quitó la pistola. Lo amarramos. Y Carlos Molina le metió un balazo en la rodilla”, relata.
—En ningún momento se rajó Guadamuz —reconocería, sin embargo, el coronel Larios.
Carlos Guadamuz relató en la entrevista que hicimos en enero del año 2000 que inicialmente el disfraz iba a ser de sacerdote en esos años, cuando el clandestinaje era riguroso porque la Guardia mantenía una persecución implacable sobre los rebeldes.
Sin embargo, el disfraz de sacerdote se descartó en el último momento porque se supo que la Oficina de Seguridad Nacional (OSN) buscaba entonces a un sacerdote de apellido Zúñiga. “Disfrazate de mujer”, le ordenaron.
Guadamuz relata en la entrevista las circunstancias que lo llevaron a ese frustrado secuestro del avión y luego a seis años de cárcel:
“En 1968 la seguridad arma una redada contra el Frente Sandinista, en diciembre. Cae preso un grupo grande. Queda solito como jefe del Frente en Nicaragua Julio Buitrago y él manda a reclamar que por qué toda la gente está en Costa Rica discutiendo mientras él está aquí solito con cuatro guerrilleros. Atendiendo el reclamo que hace Julio me mandan a mí de La Habana a Nicaragua con Enrique Lorente. En efecto, la guerrilla estaba en un estado muy lamentable. ¡La guerrilla en Nicaragua éramos seis nada más! Ahí es cuando la Guardia nos hace los quiebres famosos de Las Delicias del Volga. Ahí muere Julio (Buitrago). Cuando la Guardia va en camino a buscarnos a nosotros, llega Payín (Efraín) Sánchez y nos dice: ‘Vámonos, que están a dos kilómetros los tanques’. A esa hora recogimos lo que pudimos y nos fuimos para León. Lo de aquí también se refleja en Costa Rica. En Costa Rica comienza otra redada, entonces la solución es que alguien vaya para Cuba para ver cómo se restablece la cosa, porque aquí el único que quedó al mando fue Efraín Sánchez. Ahí es donde se decide que yo me vaya para Cuba”.
—¿Usted solo? —le pregunté.
“No. Voy con otros compañeros. En el aeropuerto nos íbamos a juntar dos grupos. Uno que venía de León y yo que venía de Managua. Pero parece que el de León tuvo algún problema. Entonces me dice a mí la Olga López: ‘O nos devolvemos o te vas. El problema es que si te vas te tenés que ir solo’. Pues me voy solo, le digo, pero esto no puede quedarse así. Lógicamente solo no podía hacerlo porque ya la Seguridad tenía sospechas de la intención de desviar un avión”.
—¿Es cierto que para esa ocasión usted iba disfrazado de mujer?
“Sí, sí”.
—Y he oído también que lo capturan precisamente porque no sabía manejar los tacones.
“No, no. El problema es que el disfraz iba a ser de sacerdote. Hay que ver que andar clandestino en Managua era terrible. Lo que pasa es que la Guardia andaba tras un sacerdote que me parece era de apellido Zúñiga, entonces descartamos el disfraz de sacerdote. Entonces disfrazate de mujer. ¡Para mí eso es babosada!”.
“Cuando tomo el avión salgo a donde están los pasajeros a informar que vamos para Cuba. Entonces viene el copiloto y me empuja y cuando yo me volteo para donde el copiloto con la pistola, un agente de la Seguridad comienza a disparar y me pega un balazo (en la pierna). Yo en los primeros momentos no siento el balazo, pero cuando me apoyo, caigo porque tengo la pierna quebrada por el balazo”.
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Hasta 1996 decir Carlos Guadamuz era como decir Daniel Ortega. Atrincherado en la radio del primer lugar, Guadamuz era la voz del líder del Frente Sandinista, por ratos destrozando adversarios con su verborrea implacable, a menudo salpicada de insultos, o bien movilizando masas para apoyar cualquier causa en la que estuviera involucrado Ortega o el mismo Guadamuz, cuando ya decidió hacer carrera política por cuenta propia.
Al triunfo de la revolución Carlos Guadamuz quería ser militar en el nuevo Ejército sandinista que se formaba con guerrilleros que pasaban sin mayores trámites a ser soldados tras la caída de Somoza. “Yo estoy como todo el mundo, de militar. Quería quedarme en el Ejército. Me iban a mandar para el lado del norte, pero entonces Daniel me dice: ‘¿Para qué te vas a quedar en el Ejército? Mejor andá hacete cargo de la Radio Nacional’”.
El 10 de agosto de 1979 se convierte en el director de Radio Nicaragua, la voz oficial del gobierno sandinista, la emisora que llevaría hasta el primer lugar de audiencia en el país, en un caso inédito de radiodifusión oficial y que dirigiría hasta el último día de gobierno del Frente Sandinista, cuando personalmente dirigió el desmantelamiento y saqueo de los equipos para formar una nueva radio, Radio Ya, de la cual se declaró propietario.
Así explicaba cómo ese equipo estatal apareció luego a su nombre: “Primero me hicieron que lo pusiera a nombre de Nueva Imagen, que si conseguía esto a Nueva Imagen... Entonces yo les digo: ¡Un momentito, a quien le va a caer el cargo de ladrón va a ser a mí, a quien le va a caer el cargo de que estoy apropiándome de todo es a mí y lo estoy haciendo a nombre de otra gente! ¡Qué lindo!”
Durante los años ochenta Guadamuz solo rendía cuentas a su antiguo amigo, quien ya se había convertido en uno de los nueve todopoderosos comandantes de la Dirección Nacional del Frente Sandinista, coordinador de la Junta de Reconstrucción Nacional y, a partir de 1984, presidente de la República.
Se recuerda también a Ortega siempre defendiendo a Guadamuz. Todo mundo tenía quejas de Guadamuz por su actuar irresponsable, por las cosas que decía a través de la radio que administraba o porque no obedecía a nadie más que a Daniel Ortega. En la defensa de Guadamuz, “el Loco Guadamuz”, como le decían, Ortega siempre fue incondicional.
Carlos Guadamuz reconoció haberse sentido humillado por Ortega en algunas ocasiones. “El problema de Daniel es que confunde la lealtad con la servidumbre. Él no diferencia. Como su hermano Humberto, vos sos un sirviente de él. En muchas ocasiones yo fui víctima del atropello personal de Daniel. Él me atropellaba mucho cuando estábamos en el Gobierno, incluso. Me humillaba delante de los demás compañeros. Sin embargo, yo mantuve esa lealtad con él. Pero esa lealtad terminó cuando él me traicionó con lo del voto cruzado”.
Guadamuz se refiere a la contienda electoral de noviembre de 1996. Carlos Guadamuz ganó en elecciones primarias la candidatura a alcalde de Managua por el Frente Sandinista, pero apareció Herty Lewites, antiguo miembro del Frente Sandinista y cercano a Ortega, quien se lanzó como candidato por el movimiento de suscripción popular Sol, que logró 46,963 votos. Guadamuz logró 98,809, pero perdió ante el candidato liberal, Roberto Cedeño, quien consiguió 110,466 votos. Guadamuz acusó a su antiguo amigo Daniel Ortega de dividir y confundir al voto sandinista.
“El rompimiento entre Daniel y yo se da desde las elecciones del 96, cuando él orienta el voto cruzado. A partir de ese momento una amistad de sangre se rompe, porque yo siento una traición. A mí Daniel Ortega me quita la Alcaldía de Managua al orientar el voto cruzado, que era darle el voto para presidente a él y el voto para alcalde a Herty Lewites”, dice.
Guadamuz atribuye esa supuesta orientación de Ortega a celos de liderazgo. “En la consulta popular yo barro. Mi contrincante fue Emmett Lang, que era el representante de la estructura del partido y le pegué una enorme barrida, lo cual demostró que yo tenía una popularidad por encima de las estructuras. Cuando Daniel ve que hay un liderazgo natural, el presupuesto que ellos hacen es que si Guadamuz gana la Alcaldía de Managua se convierte automáticamente en el verdadero líder del partido, porque acordate que el poder une”.
Y remata: “Si yo llego a la Alcaldía de Managua, el sandinismo hubiera dicho: ‘ese es el hombre, porque la Alcaldía no solo es una fuente de poder, sino también una fuente de recursos’”.
La ruptura marcó la caída en desgracia de Guadamuz y muchos creen que también su posterior asesinato. Quien fuera durante muchos años el “enfant terrible” de la radiodifusión, el protegido personal de Daniel Ortega, se quedó sin nada cuando en la víspera de Navidad de 1999 el gobierno de Arnoldo Alemán y la alta dirigencia de su partido, el Frente Sandinista, se confabularon para despojarlo de todo lo que tenía. La amistad de sangre con Daniel Ortega, como Guadamuz le llamaba, había llegado a su fin.
El 22 de diciembre de 1999 Carlos Guadamuz fue sacado de las instalaciones de Radio Ya, Telcor le quitó sus frecuencias, el partido lo inhibió como candidato a alcalde para las elecciones del 2000 y luego lo expulsó. Todo en cosa de horas.
“Soy un muerto civil”, proclamaría Guadamuz en la entrevista que le hice poco después de estos sucesos.
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“El Loco Guadamuz”, le decían. Y él se defendía: “¿Cómo un enfermo mental puede ser durante 16 años consecutivos director de la radio del primer lugar, la que tiene mayor audiencia? Entonces en este país estamos locos todos”.
Sin embargo, sí reconoció que estuvo interno en el Hospital Psiquiátrico. “Cuando estuve en la cárcel sí. Como yo fui violentamente torturado. Acordate que en la época de Somoza las torturas eran terribles. Y lógicamente había ocasiones en que lo mandaban al hospital a uno después de una tremenda golpeada. Una de las veces fui al Hospital Psiquiátrico, pero a consecuencia de las torturas”.
*Dionisio Marenco, quien tuvo fuertes enfrentamientos verbales con Guadamuz, habló en una entrevista con La Prensa sobre los demonios que habitaban en Guadamuz. “En Cuba estuvo hospitalizado, una vez tuvo encerrados en un cuarto a Humberto Ortega y al Ronco (Oscar) Turcios, con un machete en la mano, que no los dejó salir por cuatro horas. Lo tuvieron que meter al hospital, él parece que sufrió muchas torturas en la cárcel y quedó un poquito maltratado y con ciertos problemas de personalidad, serios, que creo que no es bueno hablar de las personas que están muertas, porque deben descansar en paz, pero la verdad es la verdad”.
“Si no encontramos una manera civilizada de saber hasta dónde llega la libertad de cada quien, te estás exponiendo a que ocurran este tipo de cosas; no lo estoy justificando, pero estoy tratando de entender qué es lo que pasa, qué es lo que siente un ciudadano cuando lo viven insultando permanentemente hasta que se molesta”.
Dionisio Marenco, exalcalde de Managua, LA PRENSA, 14 de febrero de 2004.
Desde los micrófonos de las radios que dirigió, Guadamuz era una bala suelta. El periodista William Grigsby relata en un artículo publicado en la revista Envío, el siguiente episodio sobre la relación de Guadamuz, Ortega y los micrófonos de la radio:
“En julio de 1984 la entonces todopoderosa Dirección Nacional del FSLN se reunió durante seis días para discutir la estrategia electoral y, sobre todo, para designar su fórmula presidencial. En aquellos años Tomás Borge era el líder sandinista de mayor popularidad y su encendida oratoria provocaba la fascinación de las masas. Entre los cuadros del FSLN todos sabían que el entonces ministro del Interior ambicionaba convertirse en el presidente de Nicaragua, autoconvencido de que había reunido méritos históricos suficientes”.
“Por el contrario, Daniel Ortega poseía una imagen gris, con su poblado mostacho, sus enormes y grotescos lentes y su cabello siempre desordenado. Sus discursos eran harto aburridos y espantagente y en su carácter conservaba visibles huellas de sus siete años de prisionero”.
“En algún momento de la discusión de los nueve comandantes de la Dirección Nacional, la balanza empezó a inclinarse hacia la designación de Borge como candidato. Entonces Ortega relató a Guadamuz lo que estaba ocurriendo, y aunque no se sabe de quién fue la idea, lo cierto es que a la mañana siguiente Guadamuz tomó los micrófonos de la radio y lanzó un feroz discurso contra Tomás Borge, a quien acusó, entre muchas otras cosas, de traidor, delincuente, incapaz y ambicioso”.
“Al final de la encerrona los nueve designaron como fórmula presidencial a Daniel Ortega y a Sergio Ramírez, ya dominante en la Junta de Gobierno. Si bien las diatribas de Guadamuz no fueron el factor determinante, sirvieron para que Ortega enseñara a sus colegas de la Dirección de cuánto era capaz para mantener el poder, sin importar las consecuencias. Esa fue la primera de centenares de intervenciones radiales en las que Guadamuz lanzó todo tipo de acusaciones y de insultos contra quien se le antojaba, habitualmente sin más pruebas que su propio testimonio. Mientras Guadamuz tuvo el soporte de Ortega jamás pagó consecuencias políticas por este modo de actuar”.
Un día atacaba ferozmente a Sergio Ramírez y Dora María, con comentarios inclusive sexuales que involucraban a las familias de estos, y al otro era al cardenal Miguel Obando o al presidente Arnoldo Alemán. Y cuando ya no tuvo radios, divorciado de Ortega, creó el programa Dardos al centro, que transmitía desde la antisandinista Radio Corporación y el Canal 23. Luego podía pedir disculpas por lo que decía.
“Sí, pedí disculpas, sí. Pedí disculpas porque me aconsejaron que lo hiciera porque en esta situación como la que se está viviendo hay que tratar, pues, de limar asperezas con todo el mundo”, dice refiriéndose al caso de Sergio Ramírez y a renglón seguido acota: “Es que a mí también me estaban atacando. A mí me tenían bajo un ataque profundo en los medios que dominaba Sergio Ramírez. Eso es lo que se obvia. A mí prácticamente era al que había designado el Frente Sandinista para enfrentarme a Sergio Ramírez. No es que el pobrecito de Sergio, vine yo e indefensamente lo ataqué. Incluso, cuando se dio ese caso, que para hacer una aclaración histórica no lo dije yo, fue una información que me pasó Lenín Cerna en presencia de Julio López. Usalo, me dijo. Yo andaba arrecho porque ese día o un día antes en una de las publicaciones que apoyaban a Sergio Ramírez me habían sacado una cosa que yo consideraba grave contra mi persona. Yo estaba enfurecido. Entonces me dice Lenín: ‘Ahí tenés, dale ese vergazo’”.
Y una vez rota la amistad con Ortega enderezó sus diatribas contra su otrora íntimo amigo. “Desde los micrófonos de Radio Ya llegó a acusar a Daniel Ortega de abusar sexualmente de Rafael, el hijo mayor de su esposa Rosario Murillo, y comenzó a respaldar apasionadamente la denuncia de violación sexual que la hermana de Rafael, Zoilamérica, había hecho pública en marzo de 1998 contra Ortega, insistiendo en escabrosos detalles”, relata en su artículo el periodista Grisby.
“No creo que la mayoría de las y los sandinistas (…) estemos de acuerdo en reivindicar, validar o justificar acciones o actores que, aun con intenciones explicables, demeritan, debilitan, opacan y apagan, en gran medida, la llama votiva de nuestro ideario y nuestra práctica revolucionaria”.
Rosario Murillo. Carta pública sobre el caso Guadamuz, 26 de febrero de 2004.
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¿Quién mató a Carlos Guadamuz? El gatillero que disparó se llama William Hurtado García y fue entregado a la Policía, golpeado y amarrado. Su imagen fue ampliamente difundida. Le falló el plan de escape a pesar de los dos juegos de ropa que vestía para cambiarse durante la fuga, a pesar de la barba que, según sus vecinos del barrio San Judas, de Managua, se dejó crecer en los últimos días, para dificultar su reconocimiento por los testigos una vez se afeitara, y a pesar del supuesto cómplice que lo esperaba al final del callejón en una motocicleta en la que huirían de la escena del crimen. La rápida e inesperada reacción del adolescente hijo de Guadamuz echó a perder el plan de fuga rigurosamente preparado. Posiblemente, sin esa valiente reacción el asesinato de Carlos Guadamuz hubiese quedado en el misterio, como han quedado otros casos parecidos de la historia reciente de Nicaragua. Al día de hoy, por ejemplo, no se sabe quién asesinó al jefe contrarrevolucionario Enrique Bermúdez, alias 380, en un reconocido hotel capitalino en febrero de 1991, cuando vino a Nicaragua atenido a los vientos de paz que se vivían.
Otros involucrados por la Policía en el asesinato de Guadamuz fueron Margarita Membreño, esposa de Hurtado, a quien la Policía le encontró un manuscrito con orientaciones precisas de Hurtado sobre lo que tenía que hacer para confundir la investigación policial y Luis Alfredo García, también exmiembro de la Seguridad Sandinista, dueño del revólver que usó Hurtado para asesinar a Guadamuz. García alegó que el arma se la robaron de su automóvil, aunque nunca reportó el robo.
Ante la Policía Hurtado insistió en que actuó por cuenta propia porque “en Nicaragua hay más de un millón de personas que querían matar a Guadamuz y yo soy uno de ellos”.
Sin embargo pronto la opinión pública, familiares y amigos cercanos a Carlos Guadamuz empezaron a dirigir su dedo acusador contra la cúpula del Frente Sandinista, particularmente hacia tres nombres: Daniel Ortega, Lenín Cerna y Dionisio Marenco.
El reverendo evangélico Miguel Ángel Casco, militante del Frente Sandinista e, incluso, miembro de su Dirección Nacional por un corto período, y que en ese tiempo, expulsado de las filas rojinegras hacía equipo con Carlos Guadamuz, recordó unas amenazas de muerte que supuestamente habría expresado Dionisio Marenco el 30 de diciembre de 1999. “Estábamos reunidos a las 7:30 de la noche seis miembros de la Dirección Nacional en una de las casas del comandante (Tomás) Borge, en Bello Horizonte. Además de ver mi caso íbamos a analizar el despojo de la Radio Ya, cuando en eso entró Nicho Marenco y se dirigió a mí, diciendo: ‘Quiero que sepás que me siento orgulloso de ser mafia y voy a actuar como mafia’, esto en relación con mis declaraciones. Luego dijo: ‘Quiero que sepan que haré todo lo posible para evitar que la Radio Ya vuelva a las manos de ese hijo de puta’, refiriéndose a Carlos Guadamuz. Finalmente, me dijo: ‘Juro que quien mata a Carlos Guadamuz soy yo, quien mata a ese hijo de puta soy yo. Díganle eso a ese hijo de puta’”.
Casco puso de testigo de este altercado a la sandinista Martha Heriberta Valle, presente en la reunión, “quien nos llamó a la cordura cuando ambos entramos en disputa”. Dice que consideró su deber advertirle a Guadamuz y ambos pusieron la denuncia en los tribunales. El caso quedó abierto, pero durmiendo el sueño de los justos durante cuatro años. Sin embargo, dos días después de la muerte de Guadamuz, Marenco solicita por escrito que el juez declarara extinta la causa por haber prescrito el delito. Dos semanas más tarde el juez Séptimo Local del Crimen, Tomás Cortez, declaró caduco el caso de “amenazas de muerte”.
“Carlos (Guadamuz) perteneció a un círculo bastante reducido y la información que él manejaba era asuntos que no eran dominados por mucha gente. Perteneció a ese círculo que era casi un anillo que tenía el comandante Ortega, de quien Guadamuz fue muy amigo íntimo, casi hermano, se podía decir que se habían jurado un pacto de sangre. Lo que cambió cuando Guadamuz comenzó a atacar a Ortega y este le quitó su protección. Ortega, como ocho días después del crimen, acuérdense que dijo que a todo traidor le llega su hora”, dijo entonces Casco.
La viuda de Guadamuz, Cristina López Herrera, también fue a la yugular. “Nosotros estamos claros de que no fue solo William Hurtado. Carlos Guadamuz manejaba demasiada información importantísima que a la cúpula del Frente Sandinista le hubiera hecho mucho daño. Carlos fue mandado a asesinar directamente por la cúpula del partido sandinista”. Dijo además que Guadamuz escribía un libro, el cual avanzó hasta poco más de la mitad, en el cual revelaría muchas interioridades del FSLN.
Lenín Cerna, un hombre generalmente hermético y poco visible, forjado en la conspiración, sorprendió cuando a los pocos días del asesinato de Guadamuz, aunque negó que el Frente Sandinista haya tenido algo que ver con el hecho de sangre, dijo a periodistas: “El señor Guadamuz es un traidor. Eso es lo que fue todo el tiempo. Creo que si hubo un error de parte nuestra (del Frente Sandinista), y particularmente del comandante Daniel Ortega, fue haber tolerado tanto tiempo”. Y ahí mismo reconoció que Hurtado sirvió bajo su mando y “fue un excelente compañero” que trabajó en una oficina secreta de la DGSE. “No tiene mal expediente”, acotó.
“El señor Guadamuz es un traidor. Eso es lo que fue todo el tiempo. Creo que si hubo un error de parte nuestra (del Frente Sandinista), y particularmente del comandante Daniel Ortega, fue haber tolerado tanto tiempo”.
Lenín Cerna, exjefe de la Seguridad del Estado, LA PRENSA, 26 de febrero de 2004.
Marenco reaccionó de forma parecida. Cuando la periodista Consuelo Sandoval, del diario La Prensa, le preguntó si “Guadamuz merecía morir de esa manera”, Marenco respondió: “Creo yo, honradamente, que si no encontramos una manera civilizada de saber hasta dónde llega la libertad de cada quién, te estás exponiendo a que ocurran este tipo cosas; no lo estoy justificando, pero estoy tratando de entender qué es lo que pasa, qué es lo que siente un ciudadano cuando lo viven insultando permanentemente hasta que se molesta, hay gente que tiene hijos”.
Daniel Ortega no dijo una palabra públicamente sobre la muerte de su antiguo amigo íntimo. Al menos no explícitamente. El 21 de febrero, 11 días después del asesinato, en un acto de campaña electoral se refirió tangencialmente al caso: “…Ahora intentan manipular muertos para tratar de confundir al pueblo nicaragüense, para tratar de evitar una victoria del Frente Sandinista y la Convergencia Nacional... No les queda más que la manipulación y nada más fácil que manipular a los muertos”.
Quien sí reaccionó, en términos muy duros, a pesar de la animadversión que sentía por Guadamuz, fue Rosario Murillo, cuando en una carta pública que hizo circular el 26 de febrero se declaró ofendida por las declaraciones de su marido y resto de dirigentes del Frente Sandinista sobre este caso. “No podemos aprobar acciones que no fortalecen la identidad mítica del sandinismo. Podemos entender y comprender motivaciones, pero no creo que la mayoría de las y los sandinistas (…) estemos de acuerdo en reivindicar, validar o justificar acciones o actores que, aún con intenciones explicables, demeritan, debilitan, opacan y apagan, en gran medida, la llama votiva de nuestro ideario y nuestra práctica revolucionaria”, dijo en la carta.
Cuando la Comisión de Derechos Humanos de la Asamblea Nacional propuso que se solicitara ayuda a organismos internacionales de investigación como el FBI o la CIA, Daniel Ortega se opuso rotundamente a esta posibilidad. “Es absurdo que estemos pidiendo el apoyo a gente que no puede resolver el problema del crimen en su propio país, y de crímenes políticos, como el de (John F.) Kennedy y el de Martin Luther King, por mencionar algunos”.
El 20 de febrero el asesino de Guadamuz, William Hurtado, compareció ante los tribunales y se declaró culpable. “Me declaro culpable del ilícito que se me imputa. Asumo la responsabilidad personal e individual”, dijo ante la juez Rafaela Urroz. Con ello evitó el juicio. La juez lo condenó a 21 años de prisión: 18 años por el delito de asesinato como pena principal y tres por tentativa de homicidio contra Selim Guadamuz. Exoneró a la esposa de Hurtado y al dueño del arma asesina. “El único delito por el cual merece que la autoridad judicial imponga la pena máxima se denomina asesinato atroz”, justificó la juez Urroz.
Sin embargo una mano invisible seguía protegiendo a Hurtado. Cuatro años después salió de la cárcel debido a que recibió el beneficio de “régimen de convivencia familiar extraordinaria” atribuido a “razones eminentemente médicas”, explicó la ministro de Gobernación, Ana Isabel Morales. El dictamen de Medicina Legal abundó en dolencias: “Tiene episodios de mareos, pérdida de consciencia y se desmaya, sufre hemiparesia y emiestecia izquierda, focalización neurológica que afecta los pares craneales 2, 7, 11 y 12, con poliquenia cerebral, consecuencia de la crisis hipertensiva. También presenta luxación de hombros izquierdos, producto de la esquemia cerebral, por lo que ha sufrido desmayos en varias ocasiones”. También presentaba cardiopatía mixta descompensada, que le persiste de un accidente cerebrovascular, considerado además como factor de alto riesgo, tales como el bloqueo aurículo ventricular, el estrés carcelario, (que) no responde adecuadamente al tratamiento médico”.
Puesto así, parecía que Hurtado moriría en cualquier momento. Pero a las pocas semanas de haber salido de la cárcel circularon por los medios de comunicación unas fotos en las que se veía a William Hurtado García, el asesino de Carlos Guadamuz Portillo, el reo en alto riesgo de muerte, bailando alegremente en lo que parecía una fiesta familiar.
“Guadamuz fue muy amigo íntimo, casi hermano (de Daniel Ortega). Se podía decir que se habían jurado un pacto de sangre. Lo que cambió cuando Guadamuz comenzó a atacar a Ortega y este le quitó su protección. Ortega, como ocho días después del crimen, acuérdense que dijo que a todo traidor le llega su hora”.
Reverendo Miguel Ángel Casco, amigo de Guadamuz y militante sandinista, LA PRENSA,
2 de febrero de 2005.
Cerna: “Buen expediente”
William Hurtado era un antiguo miembro de la Seguridad del Estado que dirigió Lenín Cerna en los años ochenta. Perteneció a este cuerpo hasta 1987, cuando supuestamente fue expulsado por actos de corrupción. Después de que el Frente Sandinista perdiera el poder en 1990 se involucró en grupos de sandinistas armados que reclamaban beneficios al Gobierno, se fue un tiempo a Estados Unidos y luego trabajó con Cerna en los llamados Comandos Electorales, estructuras del Frente Sandinista destinadas a ganar las elecciones, por las buenas o por las malas. De Hurtado, diría Lenín Cerna: “Es un buen expediente”.
Estrés carcelario
El informe médico que permitió la libertad a William Hurtado señalaba que el asesino de Carlos Guadamuz “tiene un estado mixto ansioso depresivo derivado de los múltiples padecimientos físicos” y “un estrés producido por la privación de libertad”, por lo cual “tiene todas las condiciones en régimen carcelario para que se complique y ponga en riesgo su vida a través de una muerte repentina”.
“Nosotros estamos claros de que no fue solo William Hurtado. Carlos Guadamuz manejaba demasiada información importantísima que a la cúpula del Frente Sandinista le hubiera hecho mucho daño. Carlos fue mandado a asesinar directamente por la cúpula del partido sandinista”.
Cristina López, viuda de Guadamuz, LA PRENSA, 10 de febrero de 2005.