Perseguidos, presos, deportados, despojados y separados de sus familias. Así enfrentaron la Segunda Guerra Mundial los alemanes, italianos y japoneses que vivían en Nicaragua y que de pronto se vieron pagando culpas de una guerra que se desarrollaba a miles de kilómetros
Por Dora Luz Romero
La noticia llegó por la tarde, a través de la radio con escándalo de última hora. Era domingo, 7 de diciembre y en medio del bullicio de la Gritería que se celebraba en todo el país, Carlos Hayn escuchó la noticia mientras aprovechaba su día libre junto con su familia en la fría Matagalpa. No sabía para entonces que ese hecho cambiaría dramáticamente su vida en unas horas.
2:30 p.m. Los violines y pianos de la Filarmónica de Nueva York deleitaban a los escuchas de la radio CBS en Estados Unidos. De pronto, la música se detuvo, se cortó de un solo tajo y la voz serena del locutor John Daly se dejó oír: “Interrumpimos este programa para traerle una noticia especial, los japoneses han atacado Pearl Harbor, Hawai, por aire. Acaba de anunciarlo el presidente Roosevelt”.
Para Carlos Hayn fue una noticia más, quizás. Ya había escuchado tantas parecidas desde 1939 cuando inició la Segunda Guerra Mundial: que las tropas alemanas bombardearon Varsovia, Polonia; que Italia atacó a Grecia; que los ingleses y alemanes se enfrentaron.
A la mañana siguiente Carlos Hayn se levantaría temprano, igual que el resto de días de la semana, e iría a su trabajo en el Banco Nacional de Nicaragua, sucursal Matagalpa, donde era gerente. Pero no ocurrió así.
El 8 de diciembre de 1941, tras el ataque de los japoneses, Estados Unidos le declaró la guerra a Japón y días más tarde a Alemania e Italia. El presidente de Nicaragua, Anastasio Somoza García, decidió mostrar su apoyo al Gobierno de los Estados Unidos y también declaró la guerra a las potencias del Eje, Alemania, Italia y Japón. Los ciudadanos de estos países que vivían en Nicaragua lo pagaron caro. Comenzaron a ser perseguidos, encarcelados y deportados. Sus bienes y propiedades les fueron arrebatados, y los separaron de sus familiares. Ese —dice el historiador Bayardo Cuadra— es un episodio negro en la historia de Nicaragua, una historia que aún no tiene su punto final porque jamás se supo a quiénes les quedaron las propiedades que les fueron confiscadas.
Ese episodio le tocó vivirlo a Carlos Hayn. Su único pecado era haber nacido en Alemania.
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El mundo hervía. Países invadidos, combates, soldados y civiles muertos. La invasión de Alemania a Polonia, en 1939, había marcado el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Así que el mundo se partió en dos, los Aliados y las Potencias del Eje.
Tras el ataque japonés a Pearl Harbor en 1941, Estados Unidos se unió a la batalla como parte del grupo de los Aliados. Y tras ellos iba Nicaragua, que para entonces era gobernada por Anastasio Somoza García. “Desde el día 8 del corriente, existe el estado de guerra entre la República de Nicaragua y el Imperio del Japón”, dice La Gaceta del 11 de diciembre. En la del día siguiente se incluye en la lista de países enemigos a Alemania e Italia.
“La actitud del general Somoza García agradó de sobremanera al Departamento de Estado de los Estados Unidos”, tal como lo registra Alejandro Chamorro Cole en su libro 145 años de la Historia Política en Nicaragua.
Y en medio de ese vaivén de decretos, países enemigos, y la guerra misma, estaban los ciudadanos alemanes, japoneses e italianos radicados en Nicaragua, la mayoría con familia nicaragüense. Sus países de origen estaban en guerra y a algunos, quizás sin saber bien qué era lo que ocurría, les tocó aguantar.
“Estados Unidos, sobre todo en esta área del canal de Panamá tenía mucho temor de una infiltración alemana y que pudiera servir de base a un comando alemán aquí para atacar el canal de Panamá. Estados Unidos estaba temeroso y quería mantener el área limpia de alemanes”, dice el historiador Bayardo Cuadra. Y así comenzó todo.
De gerente de banco a prisionero. Cuando Nicaragua le declaró la guerra a las potencias del Eje, Carlos Hayn fue destituido de su cargo como gerente de la sucursal del Banco Nacional de Nicaragua en Matagalpa. Ese fue el precio que pagó por haber nacido en una ciudad del sur de Alemania y vivir en Nicaragua.
Carlos Hayn había llegado a Nicaragua en 1907. Era contador y su trabajo lo llevó de Alemania a Italia y luego a Nicaragua. Se quedó en el país y conoció a Demetria Vogl, nicaragüense, pero hija de un alemán. Se enamoró, se casó y tuvo con ella cinco hijos, todos nicaragüenses.
La vida de Hayn estaba hecha. Era más nicaragüense que alemán, llevaba más de treinta años viviendo en el país cuando aquel día los guardias se aparecieron en su casa para llevarlo preso.

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Nicaragua despojó de sus bienes y propiedades a los ciudadanos de Alemania, Italia y Japón. Hay quienes aseguran que se trató de un plan orquestado por Somoza García para nutrir su propia fortuna. Sin embargo, hay otros como el historiador Bayardo Cuadra que aseguran que las propiedades alemanas e italianas no enriquecieron más a Somoza y que el único capital considerable que quedó en sus manos fue el del alemán Julio Bahlke.
Nicaragua aprobó a mediados de diciembre una ley que prohibió el comercio con Italia, Alemania y Japón y con sus ciudadanos. Además decretó que se congelaran los fondos en instituciones bancarias de los ciudadanos de estos países. Más tarde se creó una Ley de Expropiación y Control de los bienes de ciudadanos del Eje.
“Las medidas adoptadas por Somoza llevaron a la bancarrota a muchos honrados ciudadanos y en otros casos al deterioro de sus propiedades que pasaron a ser administradas por interventores nombrados por el Banco Nacional que no tenía ninguna experiencia en agricultura, especialmente en el cultivo de café”, explica el libro Los italianos en Nicaragua, de los autores Felipe Mántica, Claudia Belli y Norman Caldera.
Hubo haciendas que fueron subastadas por precios ridículos. Cuenta Goetz Von Houwald en su libro Los alemanes en Nicaragua que “fincas que producían cinco mil dólares eran subastadas por 100 dólares”.
Julio Bahlke era uno de los alemanes más ricos que vivían en Nicaragua. Su capital, coinciden los historiadores, fue uno de los más significativos que quedaron en manos de los Somoza.
La historia de Bahlke comenzó con una hipoteca que tenía con el Banco de Londres. Era poco respecto a todas las propiedades que tenía, sin embargo la hipoteca gravaba todas las propiedades.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, el Banco aceptó que se cancelara la deuda, pero ya para entonces estaba en la Lista Negra y no podría disponer de sus bienes. Así que la hipoteca no se canceló y Bahlke perdió todo.
Algunas de sus propiedades eran el Ingenio Montelimar, las Haciendas San Isidro en Camino de Bolas, Alemania, La Flor, El Silencio, San Isidro, entre otras; también tenía muchos terrenos. Donde se encuentra actualmente la UCA, UNI, Enel, eran propiedades de Bahlke.
“Todo eso le fue expropiado y Somoza lo compró por centavos en un remate en el Banco Nacional. Esta fue la forma de acumular capital del viejo Somoza”, dijo en una entrevista el escritor Sergio Ramírez.
Las tierras de Bahlke fueron subastadas. De las subastas se conoce que llegaba el jefe de estado mayor de Somoza, coronel Camilo González, con sus respectivos acompañantes armados para intimidar a los postores.
El autor William Krehm narra en su libro Democracia y Tiranías en el Caribe que cuando el banco subastó la finca Alemania “...Camilo González llegó con una comitiva de ametralladoras para desalentar a los otros compradores. Somoza compró la finca por $60,000, o sea por una décima parte de su valor verdadero”.
Tras la guerra, se cree que Julio Bahlke se ubicó en Costa Rica. No se conoce de descendientes suyos en Nicaragua, pero hay registro de una nieta en Costa Rica.
Pero, ¿en manos de quién quedaron las propiedades de los alemanes y los italianos? El historiador Bayardo Cuadra se ríe. Es una pregunta, dice, que en Nicaragua se ha mantenido en secreto. “Es una historia no terminada, nadie va a decir quiénes se quedaron con las propiedades. Además de Somoza, nadie va a decir quiénes se lucraron con las propiedades de los alemanes. Pero a quienes se las quitaron saben bien quiénes son, lo que pasa es que son figuras prominentes de este país”, cuenta.

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Los alemanes, los italianos, eran sacados de sus casas, separados de sus familias e internados en la extinta prisión somocista El Hormiguero. No se sabe cuántos eran, lo que sí cuentan los libros de historia es que solamente había un japonés que vivía en Corinto.
“No les daban comida. Recuerdo que la Guardia Nacional lo sacó con las manos alzadas desde un cafetal”, contó en una entrevista Hilda Vogl sobre su padre Alberto Vogl. “Era horrible ver a mi padre en esas circunstancias, que también las vivió mi abuelo, que era todo un caballero de alta sociedad alemana encarcelado en la desaparecida cárcel El Hormiguero en Managua. Ahí no había ni servicios higiénicos”, relató en esa ocasión su hermana María Elsa Vogl.
En El Hormiguero, dice el autor Paul Friedman de libro Nazi and Good Neighbors, “no había instalaciones de lavado y la comida era tan poca que los reclusos dependían de lo que sus familiares les llevaran. Vivían hacinados y la mayoría salía enferma, sin embargo no se permitió que los médicos alemanes los revisaran”.
Fueron tratados de manera humillante, dice el historiador Bayardo Cuadra, quien cuenta que “fuera de monseñor González y Robleto y monseñor Lezcano, que fueron portadores de pedidos de clemencia ante el Gobierno para que los trataran bien, nadie metió la mano. Nadie”.
Goetz Von Houwald en su libro Los alemanes en Nicaragua, asegura que fueron “tratados como criminales y no como detenidos civiles, lo que en realidad eran. Fueron alojados en un apartadizo abierto sin ningún mueble. Ni siquiera en Navidad se les permitió ver a sus esposas”.
El alemán Julio Fischer estuvo preso, pero luego de varios días, cuando Somoza García supo que era ingeniero, le dio casa por cárcel en Montelimar para que le construyera un Ingenio.
Jorge Hayn, de 84 años, hijo de Carlos Hayn, se sienta en la terraza de su casa ubicada en Altamira y hace un esfuerzo por armar una vez más el rompecabezas. Su padre, Alemania, Somoza, la guerra... la historia la ha escrito y se la ha repetido una y otra vez.
Su padre, dice, estuvo poco más de una semana en El Hormiguero. “A él lo llegaron a traer detenido. Mi abuelo materno, también alemán, tenía como 80 años y también lo llegaron a traer”, cuenta.
Su abuelo, dice, era un hombre pulcro. “Contaba que ahí había un solo inodoro como para cuarenta persona que estaban en una misma celda, aquella le repugnó. Se hizo alguna presión con familiares y lograron darle casa por cárcel”.
Pero su padre siguió ahí varios días más, en El Hormiguero, y luego, junto con otros prisioneros fue trasladado a la Quinta Eitzen, una propiedad que Somoza García confiscó al alemán Ulrich Eitzen.
Los Hayn no eran ricos, pero vivían cómodos. Era una familia alemana nicaragüense que se levantaba en Matagalpa. Pero tras su encierro la economía familiar quedó golpeada.
Demetria Vogl, esposa de Carlos Hayn y mejor conocida como Meta, estaba desesperada. A cargo de sus cinco hijos, los ingresos familiares mermados y sin su esposo cerca. Para poder verlo tenía que viajar de Matagalpa a Managua. Mediante contactos, cuenta Jorge Haynl, permitían que su papá saliera un domingo a casa de una familia amiga del gobierno y así poder ver a su esposa.
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“Nicaragua está en deuda con los ciudadanos alemanes radicados aquí hace dos o tres generaciones atrás que por el mero hecho de ser alemanes los echaron presos y fueron tratados de manera humillante”.
Bayardo Cuadra. Historiador
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Una mujer corre tras el ferrocarril. Desesperada. Llega, abraza, besa y habla con un hombre que va partiendo. El ferrocarril arranca y la mujer no se baja, unos niños la jalan y la consuelan.
Las imágenes van y vienen en la cabeza de Jorge Hayn. Claritas, como si hubiera ocurrido ayer. La mujer era su madre, el hombre su padre y los niños eran él y sus hermanos. “Ella se subió porque quería estar hasta los últimos minutos con mi padre”, dice .
Gran parte de los prisioneros de guerra en Nicaragua fueron enviados a Estados Unidos a campos de concentración. El país del norte presionó a los países de América Latina para hacerlo.
“Yo tenía 13 años cuando se llevaron a mi padre y los años que no estuvo lo extrañé mucho. A un padre se le extraña siempre. Además hubo momentos económicos difíciles. Mi madre luchó por mantener la familia y confiada de que mi padre iba a volver”, asegura Hayn.
Allá, había varios campos de concentración. Hayn, por ejemplo, fue enviado a Wichita Falls en Texas, y luego trasladado a Kennedy, Texas, más tarde llevado a otro campo en North Dakota.
Y venía algo peor aún. El canje de prisioneros. El gobierno norteamericano daba alemanes a cambio de sus prisioneros de guerra en Alemania.
Muchos se fueron, pero “mi padre y algunos otros prisioneros que tenían familia aquí se negaron. Tenían a su familia en Nicaragua entonces entre todos pagaron un abogado en Estados Unidos”, relata.
El 8 de mayo de 1945, después de seis años en guerra, Alemania se rindió. Esa matanza considerada de las más brutales de la historia que dejó entre 40 y 50 millones de muertos , según los especialistas, había llegado a su fin.
Ese día, cuenta Róger Fischer, hijo de Julio Fischer, en un escrito que publicó en el 2004, su familia siguió el fin de cerca. “Mi padre, mi madre y yo, reunidos escuchábamos atentamente por nuestra radio Blau Puntk, la capitulación de Alemania. Las noticias emitían paso a paso las distintas informaciones provenientes de Europa a través de la onda corta. Mi padre de origen alemán fumaba y sudaba copiosamente, se adivinaba su nerviosismo que iba creciendo en la medida que el Punto Azul anunciaba el final de la guerra en Europa. Mientras mi padre lloraba de alegría y de tristeza, colocó su mano derecha sobre mi hombro y me dijo en tono grave y muy emotivo: ‘He perdido mi patria, pero he ganado la libertad’”.
Luego escribió. “Ya más sereno, nos dijo: ‘Hemos vivido como prisioneros de guerra, sacrificados, nuestros bienes fueron confiscados y yo empecé a hacer un ingenio azucarero de maquinarias parcialmente destruidas por el tiempo. He hecho de campesinos obreros especializados. El general Somoza, dueño de Montelimar, me dio Montelimar por cárcel para que le hiciera gratis este ingenio. Hemos vivido vendiendo alhajas de familia y algunos muebles para sobrevivir, pero esto ya se acabó’”.
Carlos Hayn mientras tanto seguía en Estados Unidos, en Nueva York, en un islote donde estaba reconcentrado. “Terminó la guerra, ellos presionaron más al abogado (que contrataron entre todos los prisioneros) y así él pudo regresar”, dice Hayn.
Le tocó empezar la vida nuevamente. Y tal como lo hizo en 1907, cuando recién llegó a Nicaragua, lo hizo otra vez. Ahora viven los Hayn Vogl, esos hijos que pueden contar la historia de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.
Relación Somoza-Roosevelt
En diciembre de 1941 cuando Estados Unidos se unió a la guerra, Anastasio Somoza García se consideraba un gran amigo del presidente norteamericano Franklin Roosevelt. Su solidaridad correspondía a esa relación.
La relación —relata el historiador Bayardo Cuadra— comenzó durante la visita de Somoza García a Estados Unidos en 1939. “Se vuelve rooseveliano de primera línea”, dice.
En esa visita, Roosevelt ofreció fundar una academia militar con entrenadores de West Point. Además firmaron un convenio para hacer una carretera que conectaría al Atlántico nicaragüense y la fundación de una muy buena escuela de enfermería.
De esta visita es que sale aquella famosa frase que dijo Roosevelt: “Puede que Somoza sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.
La lista negra
En julio de 1941, previo a su adhesión a la guerra, Estados Unidos pasó su Lista Negra de empresas en América Latina que se vinculaban a negocios alemanes e italianos, las cuales quedaban bloqueadas de realizar transacciones económicas.
El 23 de julio de 1941 La Prensa publicó la lista preliminar. “48 firmas de Nicaragua, de las cuales 38 son alemanas, 6 nicaragüenses, 2 italianas y 2 españolas están en la Lista Negra de Estados Unidos”, se lee en la portada del diario.
Estas son algunas de las que aparecían en la lista:
Almacén de 5 a 95 cts.
Agencia Bayer
Immo Boehmer
Piero Brigneti & Co
Mercedes Arceyut & Cía
Julio C. Bahlke-American Trading Company
F. Brockmann y Cía. Ltda.
Agencia Merck
Casa Geerz
Eugenio Lang y Co. Ltda.
Ernesto Hammer
Alemanes en cifras
Según datos recopilados por el investigador Arthur Jacobs esto ocurrió con los alemanes en América Latina durante la Segunda Guerra Mundial.
4050
alemanes aproximadamente fueron detenidos en América Latina por la presión de Estados Unidos. La mayoría fueron enviados al país del norte a campos de concentración.
2000
alemanes americanos y latinoamericanos fueron concentrados en Estados Unidos y luego intercambiados por prisioneros americanos en Alemania.
11,000
personas de ascendencia alemana fueron concentradas. Ese es el cálculo para el final de la guerra.