Mi otro yo

Reportaje - 14.12.2014
Felipe Torres. Imitador. Juan Gabriel Nica.

Ponerse un traje, remedar un gesto, copiar un dejo. Dejar de ser ellos mismos fue lo que les permitió ganarse la vida y el reconocimiento del público que aún los aplaude o, al menos, los recuerda. Ellos son la versión nica de algunas estrellas. Con ustedes, los imitadores

Por Tammy Zoad Mendoza M.

El bigote. El bigote es el único rastro de que alguna vez en su cara se dibujó la imagen de Cantinflas. No es el bigotillo chistoso de trazo fino que parece resbalar hasta la comisura de los labios. Es un bigote más tupido, como pintado con brocha gorda. Su tez siempre fue más oscura que la del artista. Mario Moreno era moreno, pero no tanto. Wilber Solís es moreno, bastante moreno. Alguna vez fueron igual de flacos, como un par de lagartijas paradas en dos patas. Cuerpos de piernas cortas y troncos larguiruchos. Moreno toda su vida fue delgado, por lo tanto Cantinflas también. Solís por el contrario ha engordado. A sus 38 años ha duplicado las 110 libras que pesaba a los 16, cuando empezó a vestirse de Cantinflas.

A Wilber Solís su traje de Cantinflas ya no le queda. Hace cuatro años lo dejó de usar, pero él sigue siendo el Cantinflas Nica. No es el único, pero por muchos años se mantuvo como el mejor. No lo dice él, sino los títulos y reconocimientos que se fue ganando a lo largo de su carrera artística. Además, la gente lo recuerda. En Diriamba todo el mundo lo conoce, da referencias de él y hasta le indican a uno cómo llegar a su casa. Desde ahí, este personaje cuenta cómo es vivir con Cantinflas por dentro, porque aunque ya no lo imite en público el “peladito” que lleva dentro se le escapa en los gestos y en su modo de hablar.

Un Cantinflas, un Juan Gabriel, un Michael Jackson o una Shakira, aquí hay versiones de muchas estrellas. Buscamos a algunos de los imitadores más reconocidos para saber qué tanto hay en ellos de sus personajes. ¡Que empiece el show!

***

Felipe Torres le lleva cierta ventaja al Juan Gabriel “de verdad”. Torres tiene 42 años; Juanga, 64. Pero no solo es más joven que el cantante mexicano, es más delgado y más ágil. Esos años como acróbata de circo le dejaron las articulaciones engrasadas y listas para convertir las viejas piruetas en el suelo en divertidos saltos y graciosos giros mientras está en escena disfrazado del Divo de México. Una necesidad lo llevó a otra, un arte a otro, hasta que descubrió un talento que le diera de comer a él, su esposa y sus tres hijos. Felipe es el acróbata que se convirtió en imitador.

Torres es bajo, moreno, delgado pero con una barriga abultada y de pelo ralo. El Juan Gabriel sesentón conserva su mata de pelo bien peinada, tiene un cuerpo regordete y un rostro abotagado, pero aún luce en los escenarios su mejor atributo, una delicada voz que aunque se escucha cada vez más cansada no deja de tener eco en sus fanáticos. Querida, Me gustas mucho, Hasta que te conocí. Felipe Torres ha memorizado docenas de canciones de Juan Gabriel, y aunque no las canta “de verdad”, hace como que sí. Su padre era ventrílocuo y supone que de ahí viene su vena de artista. “Solo terminé la primaria, después en los ochenta entré a la Escuela Nacional de Circo y de ahí trabajé en diferentes circos”, cuenta Torres mientras se descamisa para dejar de ser él y convertirse en Juan Gabriel.

Pasó más de diez años de carpa en carpa. Del Circo Infantil Americano al Circo Libertad y luego al Gran July, siempre como el acróbata de la compañía, ganando entre 300 y 400 córdobas en cada función. “Pero después la piña pesa, la piña de años que uno anda a tuto. Ya me sentía cansado y busqué qué hacer”. Entonces se le ocurrió hacer de imitador. Elegir a Juanga fue un acierto al azar. En seis meses había logrado copiar los gestos, movimientos y desempeño escénico del cantante mexicano. “Donde yo me impulsé bastante fue en Canal 6, en el programa Domingos Espectaculares. Llegamos varios artistas, como el Cantinflas Nica, y ahí fue donde yo gané el primer lugar como Juan Gabriel Nica, y así me quedé”, dice Torres desde la silla donde se maquilla con la misma destreza que una mujer coqueta.

La base, dos tonos más claros que su piel morena, le deja una máscara blanquecina que cae hasta el cuello. Los labios rojo sangre y los ojos enmarcados con lápiz negro. Con la misma barra de labial traza dos líneas en sus pómulos y luego las difumina para darle un exagerado falso rubor a las mejillas. Se enfunda una camisa mangas largas y encima un saco charro que hace juego con el pantalón blanco adornado con lentejuelas y con aplicaciones plateadas. Ahí está, Juan Gabriel Nica. ¡Música maestro!

Felipe Torres. Imitador
Además de Juan Gabriel, Felipe Torres encarna a la cantante de Pimpinela, a Lucha Villa, Camilo Sesto y Raphael. 200 dólares es el costo de un show de una hora con dos artistas incluidos.

***

Los años no perdonan. Por eso Bismarck Flores, de 32 años, ha tratado de mantener su rutina de ejercicios. Sigue sudando la gota gorda en el gimnasio, aunque del estricto ritmo diario ha pasado a cuatro o cinco días a la semana. “Pesaba 150 cuando empecé, ahora estamos por las 175”, dice, hablando en plural. Se refiere a él y a Pedro el Escamoso, el personaje del que se apropió desde 2002 para convertirse en la versión nicaragüense de aquel estrafalario y pintoresco personaje de telenovela colombiana.

Los brazos musculosos, el pecho hinchado y los colochos que nacen arriba del borde de la nuca. Los brazos siguen igual de inflamados que el pecho, aunque lucen un poco más rellenitos y ya no tan tensos y venosos como antes. Los colochos se quitan y se ponen. Usa extensiones, como las que usaba Miguel Varoni, el actor que le dio vida a Pedro Coral, en la novela Pedro El Escamoso (2001).

Flores muy poco se parece a Varoni. Flores es bajo, moreno, de nariz grande, pero no tan grande como la del colombiano. Si se le ve por la calle con su gorra y su ropa ajustada, parece un instructor de gimnasio. Pero cuando se enfunda unos pantalones blancos que complementa con una camisa colorida y un chaquetín ajustado, de botas, sombrero y con sus extensiones al viento, no hay duda de que uno está frente al Pirulino Nica, como se le bautizó popularmente.

Él insiste en aclarar que el título correcto es Pedro el Escamoso Nica. Vale la aclaración cuando le costó tanto sudor conquistar su fama como tal, desde el 2002 hasta ahora ha desfilado por docenas de tarimas bailando el Pirulino, aquel tema pegajoso del hombre que quedó sin pantalón porque al salir al patio una perra lo mordió. “Pirulín-pin-pon, pirulín-pin-pon. La única camisa y el único pantalón”.

“Hace doce años, cuando estaba la fiebre del Pirulino, la gente me decía que por qué no participaba en concursos si yo me parecía”, recuerda Bismarck Flores. Estaba más delgado, con un cuerpo tallado por el ejercicio y usaba el cabello como el mismísimo Pedro Coral”.

“Fui al concurso de aniversario de Radio Tigre y ahí me enfrenté a más de 10 muchachos que llegaban a lo mismo. Gané y desde entonces fui a todo concurso del Pirulino que hubiera. Todos los gané, siempre como Pedro el Escamoso Nica”, cuenta Flores.

Doce años después ya no tiene batallas de baile. Es el soberano de un título que le dio la fama a la que se aferra todos los días. La fiebre del Pirulino ya pasó, pero contrario a lo que muchos creerían, Pedro el Escamoso Nica sigue dando guerra en los escenarios. El personaje trasnochado del que ni el mismo Varoni hace alusión, a pesar de haberlo catapultado a la fama, sigue vivo aquí gracias a Flores.

El Pirulino Nica es un “show man”, el rey del espectáculo, el jefe de su show. Hace más de cinco años fundó Impacto Productions, una compañía que ofrece presentaciones. Un ejército de artistas, bailarinas, grupos de baile o colaboradores que entran y salen de su repertorio de acuerdo con el espectáculo que pida el público. Paquita la del Barrio, Michael Jackson, Los Pimpinelas, Shakira y, por su puesto, el animador estrella: Pedro el Escamoso, el papito de la fiesta. “Pirulín-pin-pon, pirulín-pin-pon. La única camisa y el único pantalón”.

Imitadores Nicaragüenses. Sindy Vanegas, la Shakira; Ruth Gaitán, quien encarna a Paquita la del Barrio y José González, el Michael Jackson nica que también es uno de Los Pimpinela.
El Pirulino Nica, Bismarck Flores, es el animador de los shows que monta su empresa, Impacto Productions. Con él, se presentan otros imitadores como Sindy Vanegas, la Shakira; Ruth Gaitán, quien encarna a Paquita la del Barrio y José González, el Michael Jackson nica que también es uno de Los Pimpinela.

***

“¡Oh queridaaaa! Ven a mí que estoy sufriendo, oh ven a mí que estoy muriendo, en esta soledad, en esta soledad...!”, resuena la voz de Juanga en el parlante y el Juan Gabriel Nica le hace eco con el micrófono. Va de un extremo al otro bamboleándose al ritmo de las canciones. Baladas, pop o rancheras, depende el repertorio del día. A medida que las melodías se agitan, se agita también su cuerpo. Se presenta ante el público en un desfile coqueto, si usa capa, sube cual pavo real desplegando su cola y cierra el saludo con besos y piropos al público. Se planta en el centro y continúa el show.

El cabeceo coqueto, los saltitos y chillidos, el “¡ay, ay aaay!” con el que corretea al espectador que encuentre a mano. Todos los gestos, los ademanes y el drama del Divo de México se reflejan en él. Puede que no se parezca físicamente, pero enfundado en su traje de charro no hay quien dude que se trata de un buen imitador. Arranca carcajadas, gritos y silbidos de un público eufórico por las parodias que arma en escena dependiendo la letra de la canción. Persigue a los hombres, los abraza o se les restriega a como puede. “Nunca me ha salido un macho grosero, siempre colaboran. Es que a la gente le gusta esto, les gusta el show. Les encanta el estilo de Juan Gabriel”, explica Torres cuando se le pregunta si alguna vez ha sido rechazado o agredido por sus osadas caricias al público masculino. Los silbidos, los besos y el griterío respaldan sus palabras.

Acabó el turno del Juanga Nica. Baja del escenario y corre hacia el camerino improvisado. Un cuartito detrás de la recepción de La Nueva Radio Ya, medio para el que según sus cuentas trabaja desde hace ochos años. Él es parte del elenco artístico de la radio, tiene salario fijo, además de los 200 dólares que cobra por presentar su show de una hora a donde lo llamen.

Se repinta los labios para recuperar el rojo sangre que dejó en las camisas de algunas víctimas de su anterior presentación, y se seca el sudor para retocar su máscara blanca. Un punto negro bajo una comisura de los labios y otro más en el pómulo derecho. Dos lunares falsos que resaltan en el colorete que se puso en la cara. Embutido en un vestido corto y brillante, de medias y tacones, coronado con una peluca exótica, Felipe Torres se convierte en Lucía Galán, la argentina que con su hermano Joaquín Galán dieron vida al mítico dúo Pimpinela. Ahora es una diva, una diva furiosa que sale a escena a reclamar con despecho la infidelidad o dispuesta a expulsar como sea al hombre que se arrastra a sus pies por volver.

Empieza suave con la balada y a medida que sube el tono de los reclamos en la canción, empieza la acción en el escenario. Un empujón, un correteo, ¡una patada voladora! De un tirón, “La Pimpinela” le arranca la camisa a su pareja, un hombre flaco y de cola que le sigue el juego y le aguanta los golpes. El público enloquece. La gente que pasa por la calle se detiene para ver el show, los buses pitan y los pasajeros asoman sus cabezas por la ventana. Es una combinación de mímica, comicidad y lucha libre.

“Yo monto la dinámica del show, ensayo. Ya he cambiado varias veces de pareja (como Pimpinela). Unos se independizan, otros buscan trabajos más formales y también están los que se van y no logran volver al escenario. Yo aquí sigo, casi 20 años como en Juan Gabriel Nica y hasta que el cuerpo aguante”, comenta Torres.

Una de sus parejas artísticas en el show de Pimpinela fue Bismarck Flores, el mismísimo Pirulino Nica. Pero Flores ahora no solo monta sus propios shows, sino que es dueño de una compañía en la que ha reclutado una Paquita la del Barrio, una Shakira y hasta un Michael Jackson. Ruth Gaitán Matamoros, de 41 años, vendía buñuelos y era la cantante de un grupo musical que se presentaba donde fuera. Sindy Vanegas García, de 16 años, estudia tercer año de secundaria y canta muy parecido a Shakira, aunque le falta practicar mucho el baile. José González, de 18 años, es admirador de Michael Jackson y de tanto bailar frente al espejo en su casa, un día viendo la televisión, decidió probar suerte y llamó a Bismarck Flores para ofrecerle su talento. Ahora son las estrellas de su show.

***

Si Cantinflas hubiera dedicado sus últimos años a desayunar nacatamal, almorzar sopa de mondongo y cenar fritanga, se vería como él. Esa barriga de redondez precisa y una dureza evidente se ha cultivado a punta de comidas, bebidas y sedentarismo. Es una barriga rebelde que hace cuatro años en Bluefields ya no quería entrar en la camisa blanca que se estiró cuanto pudo para abarcar aquella esfera. Cien libras de más no solo pesan, cambian un estilo de vida. Aunque esto no ocurrió de un día para otro.

“Cuando yo empecé era un chavalo flaco, decían que me parecía a Cantinflas. Hasta me dijeron que si no era un polvo desperdigado, ¡ya ni que fuera!”, cuenta en carcajadas Wilber Solís, quien hoy se puso catrín de camisa mangas largas, pantalón formal y zapatillas negras, para dar una entrevista en serio de su vida como imitador.

Sentado frente al viejo televisor de la sala descubrió a un personaje que hacía reír a su familia, que le daba lecciones mientras le hacía muecas, que le hablaba raro cosas que costaba entender, pero que terminaban teniendo mucho sentido, o al menos le causaban mucha gracia. Zapatos deshechos, pantalón parchado, camisa blanca que parecía de pijama. Un trapo al hombro y un pedazo de sombrero que lo coronaba como Cantinflas, el “peladito” que hacía de las suyas en cada película, ya fuera como barrendero, como doctor, como torero o como padrecito. Creció viendo y riendo con sus películas.

“Me gustaba mucho Cantinflas, pero no se me había ocurrido hacer de él. Fue hasta 1992, cuando mi profesora guía nos dijo que quien participara tendría 10 puntos extra en Física y 10 en Química; entonces se me ocurrió participar, por la necesidad de los 10 puntos. Luego lo hice como trabajo por otras necesidades, porque al final Cantinflas fue el que me dio de comer durante mucho años”, reconoce Solís.

Cincuenta pesos fue el primer pago que recibió por actuar ante un público imitando al comediante mexicano. “Me invitaron a una velada del Colegio La Asunción y al final la monjita me puso 50 pesos en la mano. Yo le dije que no, pero ella me sacudió: ‘No hijito, eso es un don que Dios te dio, vos tenés que cobrar por eso’. ¡Ahí me dio la piedra! Ella me puso el precio y empecé a cobrar”, recuerda.

De 50 pesos por velada, firmó un contrato de cinco años por 1,200 pesos mensuales con el centro recreativo Las Vegas, de Diriamba. Solo duró un par de años porque el lugar cerró, pero en 1994 alcanzó a viajar a México, invitado por su jefe.

Ahí conoció a Eduardo Moreno Laparade, sobrino de Mario Moreno, con quien se entrevistó en la fundación que lleva su nombre. La misma fundación lo invitaría al séptimo aniversario de la muerte del artista para un homenaje con otros imitadores. También visitó la tumba del artista. “Yo lloré su muerte. Cantinflas le dio de comer a mi familia, me dio esta casa. Yo lo admiro y estoy muy agradecido con él y con toda la gente que me apoyó, el público, los que me dieron trabajo”, reconoce Wilber.

Trabajó con varios presidentes y ministros en sus campañas de salud, de educación, de prevención de desastres o animando a las víctimas de catástrofes. “Tengo cuatro hijos con mi esposa y uno que me tienen producto del huracán Mitch”, dice jocoso. En una de sus giras de trabajo como Cantinflas conoció a la mamá de su segundo hijo. Su hija Vivian, Carlos, Daniel y Mario viven con él y su esposa, los dos menores se han disfrazado de Cantinflas alguna vez.

Desde que en 1994 obtuvo el título del Cantinflas Nica, en un concurso televisivo donde se enfrentó a otros 19 participantes, Wilber Solís dejó de ser solo él. Empezó a participar en cuanto concurso de imitadores hubiera hasta dejar más que claro que él es la versión nica del “peladito” mexicano. El bigote, la ropa, el dejo. Poco a poco el personaje fue consumiéndolo hasta que él mismo se sorprendía de cantinflear cuando debía hablar en serio.

Viajó para hacer presentaciones por Centroamérica, Miami, Las Vegas y en 1995 ganó como mejor imitador de Cantinflas en el programa internacional Sábado Gigante. Aquí todos los conocen de algún evento o porque también fue personaje televisivo en la popular Cámara Matizona. Llegó a cobrar hasta 700 dólares por evento y para un cumpleaños del hijo de Roberto Rivas cobró 500. Tuvo años de bonanza, pero también de derroche.

“El detalle es que yo he sido derrochador, pero no solo conmigo. Aquí me venían cartas para el Cantinflas Nica, que sillas de ruedas, que ayuda para esto, para lo otro. Si yo tenía, yo ayudaba; si no, gestionaba. Porque en este país, como le digo mi chato, en este país o nos mojamos o de plano nos empapamos, ¿no?”, suelta la cantinflada para esquivar.

Alquilaba carros por meses, salía y luego volvía, así como quien dice “no estaba muerto, andaba de parranda”. “Tiempos bohemios... Usted la ve de un punto y yo de otro. Como quien dice estamos contrapunteados”, remata para poner su punto final al tema. Más que imitador, él es un improvisador.

Wilber Solis, El Cantinflas Nica Posa en su casa con su familia de Diriamba. LA PRENSA /Uriel Molina
Wilber Solís, el Cantinflas Nica. Hace un par de años su barriga se rehusó a entrar en el pantalón del “peladito” mexicano. En ese punto era bajar de peso o bajar del escenario. Lleva cuatros años sin interpretarlo. Perdió la forma, pero no la gracia, por eso a veces le dan ganas de volver.

***

Desde chiquito fue bailarín. Le daban cinco pesos por bailar en un cafetín frente a su casa. Ahora cobra desde 1,500 hasta cinco mil córdobas, dependiendo de lo que el cliente pida. Impacto Production, “El Escamoso y sus estrellas”. Imitadores, variedades y hasta show para adultos. Bismarck Flores se ha diversificado en el negocio. De dar clases de inglés en un colegio, respaldado por su título de licenciado en idiomas, pasó a ser instructor de danza. Ahora tiene su propia empresa que caza y recluta de artistas, imitadores como él. De ganar certificados de regalo o electrodomésticos, ahora cobra de 100 dólares a 500 o más, dependiendo de la cantidad de artistas, el tipo de show y la ubicación del evento.

“Cuando me preguntan ¿y vos qué hacés Bismarck? El ridículo, ¡pero bien hecho! Porque si lo hacés mal nadie te pagaría por hacerlo. No es para cualquiera, esto también es un arte”, sostiene Flores, quien también creó el personaje del Chico Tsunami, la contraparte del Pirulino que anima sus eventos.

Pero él no suelta a Pedro Coral. Agarró la pinta, el pasecito, el dejo. Con las piernas abiertas, remolinea la cadera, estira una pierna y la pone tiesa, como un garrote. La usa como un eje y gira con la otra pierna. “Pirulín-pin-pon...”. Mueve la cabeza de un lado a otro, con la mano en la oreja, como queriendo escuchar más la gritería de un público eufórico, sacude la melena falsa. “Pirulín-pin-pon...”

Mientras, en su casa en Diriamba, Wilber Solís se disfraza de sí mismo. Sale todos los días como el hombre serio que ha logrado ser, aunque a veces se le escapen un par de frases ocurrentes o a su bigote le agarre por bailar mientras habla. No tiene oficina. Continúa viajando por el país como promotor de proyectos. Sus estudios en comunicación, pero sobre todo su experiencia del manejo de audiencias, lo tienen al frente de otros públicos. Promueve destinos turísticos con el Intur y trabaja en campañas del área social del gobierno. “Yo trabajé con el comandante (Ortega) desde sus primeras campañas, cuando no ganaba”, dice Solís. Se declara contento con lo que hace, pero no deja de extrañar a Cantinflas.

“Wilber se retira de Cantinflas en primer lugar por desordenado. Subí de peso, no mantuve la línea, al viajar en el país, estás en Bluefields, te hartás un rondón, vas para Rivas, te comés una fritanga. Y también por un poquito de enfermedad”, se lamenta.

“Yo creo que me falta hacer una despedida con todas las de la ley. No te asustés si aparece de nuevo el Cantinflas Nica, pero me gustaría invitar a mis amigos artistas e imitadores. ¡Claro que tendría que bajar de peso... y darme a hacer un traje nuevo!”, reconoce.

Sección
Reportaje