Los Raudez, de Granada, son la familia de lanzadores más famosa del país. Pícheres que se han superado a lo largo de tres generaciones en el beisbol nicaragüense y confían en tener uno de su estirpe en Grandes Ligas
Por Julián Navarrete
Caminando sobre la pista, frente a un viejo edificio gris con manchas oscuras tatuadas por el humo, Luciano, un señor enjuto, sin los dientes superiores, empuja una carreta con calaches viejos: pedazos de abanicos, pararrayos, antenas metálicas y un perro color café que continúa ladrando.
—¿Conoce la casa de los Raudez?
—Claro, siga derecho, a mano izquierda, por ahí pregunte. Los chavalos le van a responder —dice.
Seis cuadras después, unos muchachos sin camisa, bañados en sudor, se apartan para dar paso a los vehículos. Juegan futbol, pero en este momento están descansando mientras acomodan las piedras, que sirven de señal para poner los límites de la cancha.
—Doble a la derecha. A mano izquierda va a mirar una casa alta. Ahí viven ellos —dice uno de los muchachos.
El primero que se mira es Julio César Raudez, un hombre de 42 años, de seis pies y dos pulgadas de estatura. Parece que ha aumentado un poco de peso desde que se retiró, pero su figura aún prueba que fue un atleta de respeto. Le sobresale la larga nariz, cuyo ángulo de perfil se convirtió en una de las imágenes más famosas del beisbol nacional cuando lo enfocaban las cámaras.
A lo largo de su carrera Julio César tiró desde todos los ángulos posibles: por debajo del brazo, por encima y a 45 grados. Cuando tenía corredores en las almohadillas, solo se le podía ver de perfil, con los dos primeros botones de la jersey abiertos, cuya costumbre le produjo problemas con los árbitros, quienes le exigían que se abotonara la camisa a cada momento.
Hoy, Julio César viste una larga camiseta azul, bluyín y zapatos deportivos.
—¡Julio, vení! Que nos van a entrevistar —le grita Julio César a su hijo, Julio César Raudez Rodríguez.
El “Junior” es un muchacho de 20 años de edad, más alto que el papá, delgado, pelo crespo, con algunas espinillas en las mejillas. Este año “Junior” fue firmado por los Cerveceros de Milwaukee, pero fue descartado después de no superar el chequeo médico en un campamento en República Dominicana.
—Ya viene Roniel —se escucha, de pronto, una voz adentro de la casa.
Afuera se parquea una camioneta doble cabina con un rap sonando. Roniel está al volante. Lleva puesto un short, una camiseta blanca y unos tenis altos. Para Nicaragua, este muchacho, de apenas 19 años de edad, es uno de los prospectos más cercanos para llegar a Grandes Ligas y convertirse en estrella. Pero para esta familia granadina, este joven de largos rulos es simplemente el último gran lanzador de una estirpe de hombres que se han superado durante tres generaciones, dejando huella en una loma de lanzar y arrancado aplausos en las tribunas donde se grita: ¡Play Ball!
Diego Raudes Equipo de Granado de los años 80 Esta fotos son del archivo de la diario LA PRENSA
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El patriarca es Diego Raudez, primer lanzador de esta familia. En Granada, donde nació, se le recuerda como el más dominante durante la década de los años ochenta. Tuvo cinco hijos, pero el único que le siguió los pasos en la loma fue su hijo, Julio César Raudez.
Diego era un lanzador de “bola submarina”, es decir, que tiraba de abajo hacia arriba. Ese estilo es característico de los asiáticos y en ese tiempo era el único que hacía el movimiento, casi extinto en el beisbol actual. Sus lanzamientos confundían tanto a los bateadores, que lo llevaron a ser uno de los mejores brazos de la década.
Julio César era entonces un niño cuando iba al estadio Roque Tadeo Zavala, de Granada, para ver a su papá desde las gradas. “Mi papá (Diego) era un pícher bravo. Siempre estaba arriba del conteo y retando a los bateadores”, dice Julio César.
Cuando Diego salía de la cueva, en los altoparlantes se escuchaba la voz del locutor Guillermo Bermúdez, alias “Chocolate”:
—Y ahora, el estelarísimo, el número 1, el rey del ponche, el diestro: Diegoooo Raudeeez.
El estadio se volvía loco. “Diego era bravo, valiente, belicoso”, recuerda el periodista Edgard Rodríguez. Julio César escuchaba toda la bulla, mientras estaba pegado a la malla del estadio, con la boca abierta, viendo a su papá lanzar las pelotas hacia el plato.
Diego Raudez fue “el caballo de hierro” de los Tiburones de Granada en los años ochenta. Su mejor temporada fue en 1983, cuando ponchó a 20 hombres de los 27 que enfrentó en el encuentro. Tres años más tarde, con la Selección Nacional, ganó los únicos tres partidos de Nicaragua en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, en República Dominicana.
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La familia Raudez es originaria del Domingazo, un barrio cercano al centro de Granada. De calles de tierra, muy distintas al empedrado y edificaciones estilo colonial, característico de esta ciudad. Este más bien parece un barrio popular de Managua, con amplios andenes, casas sin pintar y personas ventilándose en las aceras.
Aquí nacieron todos los Raudez y es aquí donde siguen viviendo. No importa que de los cinco lanzadores de la familia, a tres los hayan firmado distintas organizaciones de Grandes Ligas. No importa que ahora los Raudez dejaron de batallar en el estadio de Granada para intentar llegar a los mejores estadios del mundo.
Julio César está sentado en una mecedora de madera. Roniel, su sobrino, a un lado, y “Junior”, su hijo, al otro. La casa de dos pisos está a medio construir y todavía huele a arena y a cemento fresco. Es un terreno de casi una cuadra de largo, dividida en dos edificaciones sin mucha forma. Este lugar es donde casi todos los días los Raudez se reúnen para verse.
Diego, el mayor de los Raudez, empezó a lanzar allá por 1977 con el equipo de los Tiburones de Granada. Sus amigos lo recuerdan por ser el único que no se amilanaba ante los regaños del exigente mánager de Granada, Heberto Portobanco. Un día, el dirigente amenazó con quitarle el salario y Diego respondió: “Comete los reales, son sal”. Sin embargo, según quien fuera su compañero de equipo, Róger Acevedo, a Diego no le quitaron ni un peso porque era el único que ganaba los partidos.
Hay varias anécdotas sobre la “valentía” de Diego. Como la vez que apostó su uniforme contra el bateador cubano Víctor Mesa. Esa batalla la ganó Diego, ponchando a Mesa, quien se negó a cumplir la promesa porque no tenía indumentaria para jugar el siguiente encuentro.
Julio César recuerda cuando su padre se dedicaba a enseñarle lanzamientos. “Me decía que tengo que trabajar todos los días, empeñarme todos los días. En el beisbol tenés que estar cien por ciento enfocado”, dice Julio César. “Mi papá era experto en el tipo de rotación que deben hacer las bolas. También me enseñó mañas. A los bateadores hay que trabajarlos mentalmente, ahí es donde se les gana la partida”.
El 11 de agosto de 2005, a los 54 años de edad, después de batallar durante cuatro días en el Hospital Amistad Japón-Nicaragua, falleció Diego Raudez. El lanzador que retaba a cualquier pelotero con una bola bajo el brazo no pudo sacar el último episodio de su vida.

beisbol nicaragüense.
Foto: Archivo
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Roniel se baja de la camioneta y saluda a unos muchachos. Algunos son amigos con los que jugaba en estas calles empolvadas cuando tenía 7 años. Uno de ellos le lanza una pelota, que agarra de las costuras, y mientras se muerde los labios, simula como si tira en el aire.
El papá de Roniel es Manuel Raudez, hijo de Diego Raudez y hermano de Julio César. La madre de Roniel se llama María Auxiliadora Meza. El Raudes de Roniel se escribe con “s” por un error al momento que lo inscribieron sus padres.
Desde que tiene memoria, Roniel siempre ha admirado a su tío Julio César, a quien llegaba a ver al estadio de Granada. “Lo miraba entrenar y me daban ansias de lanzar”, recuerda Roniel, quien junto con su primo, “Junior”, hijo de Julio César, comenzó jugando con una pelota de tenis.
Cuando ambos tenían 7 años, Roniel hacía el papel de lanzador y “Junior” el de receptor. “Las perreras”, recuerda Roniel, siempre se armaban con los amigos de la cuadra, hasta que un día Julio César, después de verlos jugar, decidió entrenarlos.
“Él (Julio César) me enseñó a lanzar y me metió en el beisbol”, dice Roniel, sentado a la par de su tío.
El primer equipo en el que jugó Roniel y su primo se llamaba Bambi. El entrenador era Julio César, pero el equipo era dirigido por Manuel, padre de Roniel. En esa época “Junior” era receptor y Roniel jugaba en el campo corto.
Esta tarde de mediados de septiembre Roniel acaba de ver el segundo partido entre los Medias Rojas de Boston y los Astros de Houston, por la serie divisional de la Liga Americana. Roniel pertenece a la organización de Boston, desde hace dos años, cuando firmó por un bono de 250 mil dólares.
“Todo el equipo de los Astros es demasiado bueno. Batean mucho. Desde el primero hasta el último en el orden”, comenta Roniel, con acento dominicano, quizá adquirido después de convivir mucho tiempo con peloteros caribeños.
Lo primero que hizo Roniel con el dinero de su firma fue comprar una casa, en una esquina del parque San Matías, de Granada. La llenó de muebles y adquirió la camioneta con la que llegó a la entrevista. De pequeño vivía en una pequeña vivienda del barrio Domingazo, entre puertas de zinc y el cacareo de los gallos.
Manuel, padre de Roniel, era vigilante, y María Auxiliadora, su mamá, era empacadora de puros. A ella no se le olvida que una vez castigó a su hijo con lo único que sabía que amaba: el beisbol. “Le dije que no iría a jugar beisbol. Entonces lo que hizo fue agarrar las almohadas y las puso debajo de la sábana para que creyera que estaba dormido”, recuerda la madre del pelotero.
En esa ocasión Roniel se había escapado, tirándose el muro, y para cuando su mamá descubrió el engaño, estaba lanzando en un partido decisivo. “Estaba ganando. Y tenía una carita cuando me vio, que me dio lástima sacarlo”, cuenta María Auxiliadora, entre risas.
Ahora Roniel no necesita escapar para jugar beisbol. En la organización de Boston le exigen que se levante a las 5:45 de la mañana para comenzar a entrenar. En Estados Unidos permanece más de seis meses, pero siempre extraña a su familia y la comida de su casa.
“La gente piensa que todo es fácil allá. Dicen: ‘este viene de Estados Unidos, este trae todo’. Allá todo es demasiado duro. Es lucha, se trabaja muy fuerte”, dice Roniel.
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Hace un año pisó la grama del mítico Fenway Park, de Boston, donde fue reconocido como el Mejor Lanzador del Año de la organización de los Medias Rojas. Un año antes, en el mismo lugar, lanzó en una final de la Liga de Novatos.
“Esto es una locura. Estoy muy contento de estar aquí”, dijo Roniel en aquel momento. “Ser lanzador viene de familia. La inteligencia a la hora de lanzar viene de familia”, dice ahora.
En el Fenway Park Roniel compartió con los jugadores del primer equipo. Los bateadores y lanzadores que miraba en su casa en Granada cuando estaba pequeño. Sin embargo, cuando se le pregunta por el jugador que más admira no titubea en apuntar a su tío Julio César. “Yo puedo conocer a jugadores de Grandes Ligas que siempre he admirado, pero yo le he dicho a él, que para mí es importante admirarlo, porque siempre me inspiró la agresividad que tenía cuando lanzaba y todo lo que logró”, dice Roniel.

Foto: Oscar Navarrete
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Todas las mañanas Julio César y su hijo “Junior” van a practicar al estadio. Cogen los guantes, las pelotas y algunas mancuernas para hacer ejercicio. Después de que “Junior” vino de República Dominicana, donde fue rechazado, está intentando lanzar con la mano izquierda de la misma forma que lo hacía con la derecha para conseguir una nueva oportunidad.
La velocidad que marca en la pistola de radar indica que la recta de “Junior”, con la mano izquierda, se acerca a las 90 millas por hora. Con el brazo derecho alcanzó las 94 millas por hora. Fue por eso que el equipo de Milwaukee se decantó por la firma de este muchacho.
Julio César Raudez Rodríguez mide exactamente seis pies con tres pulgadas de estatura. Esto quiere decir que es más alto que el ex big leaguer Vicente Padilla. Diego, su abuelo, no era tan alto. Su papá cree que los ejercicios de beisbol los han hecho crecer a ese tamaño.
Fue este año que “Junior” viajó a República Dominicana. Allá le examinaron los huesos, músculos, sangre, ojos y dientes. Al final le descubrieron una lesión irremediable en el brazo derecho, que le impediría desarrollarlo, la cual fue provocada por levantar pesas.
Antes de que Julio César, su papá, se convirtiera en el lanzador con más victorias a nivel nacional, tanto en Primera División como en Profesional, también conoció el rechazo del equipo de su propia ciudad cuando aún era adolescente.
—Vos estás muy chavalo, no quedaste —le dijo Heberto Portobanco, el mismo mánager huraño que discutía con Diego, su padre.
El otro desprecio vino años después, cuando fue dejado en libertad por los Gigantes de San Francisco en la sucursal Triple A, a un paso de llegar a Grandes Ligas. “Mi papá (Diego) siempre estaba conmigo, cada vez que las cosas me salían mal. Me decía que no me rindiera. A todos nos pasa eso: nos dan palo y uno se desanima y dice que no quiere seguir jugando beisbol. Pero él siempre estaba cerca para animarme en mi faceta como lanzador”, dice Julio César.
Diego estuvo el día en que Julio César se presentó por primera vez en el estadio de Granada. Su hijo tenía 17 años de edad y entró como relevista. En los altoparlantes, como era habitual, “Chocolate” Bermúdez anunció:
—Y ahora, al montículo, el hijo del diestro: Julio César Raudez.
Abajo, en el centro del diamante, Julio César no sentía los pies de los nervios. No podía apoyarse en el box. Ese día le batearon todo lo que lanzó.
—No te ahuevés por eso, hijo. Preparate, esto así es: vas a coger palo en cantidad, pero también vas a sacar out. Ánimo —le animó.
En la casa no se encuentra William Raudez, hermano de Julio César, y quizás el lanzador menos destacado de la familia. Lanza en el campeonato nacional de Primera División, pero nunca fue contemplado para firmar con un equipo de Grandes Ligas.
“Todavía no ha salido el bateador en la familia”, dice Julio César Raudez, quien se prepara para ir a entrenar a su hijo. “Yo siempre le digo a mi hijo y a Roniel que no se ahueven, que el beisbol es así, que no solo es ganar. Hay que saber perder y tener una mente fuerte”, agrega.
En la entrada del estadio de Granada se juega un campeonato de kickball. Roniel, Julio César y su hijo entran para correr en los jardines. Bayardo Dávila, beisbolista retirado de Granada, los saluda. Ninguno lleva camisetas con sus apellidos, pero cuando entran al césped se escucha la voz de una muchacha que dice: “Ahí vienen los Raudez”, y les pregunta: “¿Van a lanzar?”.

Rodríguez fue firmado por los Cerveceros de Milwaukee, pero lo
descartaron por no pasar las pruebas físicas.
Foto: Oscar Navarrete
Los Raudez en la historia
Julio César Raudez, de 41 años, fue firmado por la organización de los Gigantes de San Francisco en el año 2000 y permaneció con esa franquicia durante cinco años. Alcanzó la categoría Triple A. En ese período logró marca de 27-24 y 3.94 en 531.2 innings.
En cierto momento fue el mejor lanzador de la Selección Nacional de Nicaragua, jugó en la Liga Profesional y en los últimos años ha estado integrado por completo al equipo de Granada, pero también como coach con el Oriental en la Liga Profesional.
Su padre, Diego Raudez, acumuló la marca de 120 victorias, 119 derrotas y 3.07 de efectividad en su carrera. Tiene un récord de 20 ponches en un partido a nivel nacional y la cifra histórica de 220 ponches en una temporada, establecidos en 1983. Ambos registros aún están vigentes.

Foto: Archivo
Los hermanos bateadores
Alberto, Ramón y Reynaldo Padilla componen el único trío de hermanos que ha conectado mil hits en la historia del beisbol nicaragüense. Los tres son rivenses. Alberto y Ramón, además, llegaron a los mil imparables el mismo día: el 5 de enero del año 2000. Ambos conectaron el ansiado batazo frente a los envíos de Emiliano Sánchez, quien lanzaba con el equipo de Chinandega. Diez años después Reynaldo llegó también a los mil imparables frente a Estelí.
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Familia de peloteros
En la revista El Fanático, de noviembre de 2008, el periodista Gerald Hernández, hace un recuento de los hijos de peloteros que jugaron en Primera División.
Padre: Camilo Arauz Hijo: Hernaldo Arauz
Padre: Adalid López Hijo: Adalid López Jr.
Padre: Franklin López Hijo: Franklin López Jr.
Padre: Ramón Solano Hijo: Ramón Solano Jr.
Padre: Arnoldo Calderón Hijo: Jilton Calderón
Padre: Ramón Flores Hijo: Ramón Flores Jr.
Padre: Bismark Guadamuz Hijo: Bismark
Guadamuz Jr.
Padre: Apolinar Cruz Hijo: Sander Cruz
Padre: Roger Guillén Hijo: Bryan Guillén
Padre: Norman Cardoze Hijo: Norman Cardoze Jr.
Padre: Juan V. López Hijo: Juan G. López
Padre: Leonardo Cárdenas Hijo: Fredman
Cárdenas
Padre: Sandy Moreno Hijo: Sandy Moreno Jr.