Invadió Nicaragua. Se nombró presidente. Mandó a incendiar Granada. Huyó, quiso volver y fue fusilado. El filibustero norteamericano más famoso en la historia nacional también dejó descendientes que argumentan su parentesco en el país
Por Arlen Cerda y Dora Luz Romero
William Walker era un hombre pacifista. A él las ideas expansionistas de mediados del siglo XIX en Estados Unidos no le llamaban la atención ni se sumó al frenesí bélico que se vivió en Nueva Orleáns, cuando su país le declaró la guerra a México en 1846. Pero “Billy” —como le llamaban sus amigos de Nashville, Tennessee— cambió después de aquel miércoles 18 de abril de 1849, cuando Ellen Galt Martin, una hermosa joven de 23 años de quien él estaba enamorado y con quien había previsto casarse, murió víctima de la epidemia del cólera que ese año azotó la ciudad sureña de Estados Unidos.
“Los que conocieron a Walker antes de la muerte de Ellen, dicen que él era un hombre apacible, serio, benévolo y cortés. Pero que a partir de aquel momento su personalidad cambió radicalmente (…) Walker se volvió taciturno, a ratos casi un paranoico, obsesionado por la realización de actos osados y temerarios sin medir sus consecuencias, tal vez con el fin de ahogar en ellos su profunda pena”, asegura el escritor estadounidense Frederic Rosengarten Jr., autor del libro Freebooters must die!, de 1976.
Un año después de la muerte de Ellen, Walker se trasladó a San Francisco. Dos años más tarde salió por primera vez rumbo a Baja California, con el claro objetivo de conquistar la zona, declararse presidente y establecer la esclavitud sobre los nativos que consideraba inferiores. Inició así una expedición de conquistas que en poco tiempo lo convirtieron en uno de los filibusteros más famosos de Estados Unidos y protagonista de una de las épocas más sangrientas en la Nicaragua postcolonial.