Durante los últimos meses de la insurrección operó en Managua una unidad de combate que tomó ribetes de leyenda. ¿Mito o realidad? ¿Héroes, guerrilleros intrépidos o asesinos?
Por Tammy Zoad Mendoza M.
Eran las siete de la mañana. Llegamos a Bosques de Altamira y localizamos la casa. Irrumpimos en la vivienda y ahí estaba el hombre. Rafael Saavedra y su escolta. Ya estaban por salir. Los capturamos, los llevamos a una casa de seguridad en la Máximo Jerez y antes de mediodía lo sacamos para hacerle un juicio popular. La gente sabía quién era. Saavedra era el esbirro de Somoza. Se le puso en el paredón de la casa para ejecutarlo. Yo, Andrés Antonio Granados Gaitán, tercer hombre del grupo de asalto de la Guadalupe Ignacio Moreno, parte de la unidad Oscar Pérez Cassar, estuve ahí. Lo ajusticiamos.
Unidad Oscar Pérez Cassar era el nombre oficial del grupo de combate guerrillero que pronto se conoció popularmente como los “Caza Perros”, porque se les atribuía como tarea principal la búsqueda y cacería de somocistas o colaboradores para su inmediata ejecución. También se les llamó las Liebres debido a la rapidez con que se movían por las calles insurreccionadas y llenas de barricadas de los barrios orientales de Managua para chocar, contener y desorientar los avances de la Guardia Nacional.
“Nosotros organizamos varias unidades a iniciativa del comandante Walter Ferretti. Primero fue una unidad móvil, que los mismos combatientes le pusieron los ‘Caza Perros’ o ‘Las Liebres’, por su agilidad, que se infiltraban en las filas enemigas, es decir, fuera del área de operaciones nuestras, e iban a emboscar a los guardias que andaban patrullando cerca de nosotros. Esa era como nuestra primera línea de defensa móvil”, relata el comandante guerrillero William Ramírez en el libro Memorias de la lucha sandinista, de la también comandante guerrillera Mónica Baltodano.
“Los ‘Caza Perros’ eran un montón de asesinos”, dice por su parte el periodista Nicolás López Maltez, quien asegura que él mismo fue un objetivo de ese grupo y que se salvó de la ejecución porque cuando llegaron a buscarlo a su casa ya otro grupo lo había apresado y encarcelado. “Andaban en camiones, entraban a los barrios a buscar a los que según ellos eran guardias y sin más los mataban ahí mismo. Aterrorizaban a la gente. ¿Por qué les decían ‘Caza Perros’? Porque agarraban como perros a la gente, salían a matar por toda Managua”, sostiene López Maltez.
El subteniente de la Guardia Nacional, Luis Moreno, que luego sería conocido en la contrarrevolución como Mike Lima, dice que desde el lado de los guardias “era indescriptible el terror que daban con ese nombrecito (Caza Perros)”. Tenían fama de intrépidos, bien armados y crueles. “Si te agarraban, probablemente te iban a torturar y quemarte vivo. Después te arrastrarían, como hicieron en San Judas a guardias capturados. Pero, como una unidad de combate nunca supe de ellos”, comenta Moreno, quien combatió al mando de una patrulla de la Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería (EEBI) en la misma zona donde operaba esta unidad.
“Sí hubo eliminación de orejas, de esbirros y sicarios plenamente identificados del somocismo. Tampoco eran niños buenos, eran gente que buscaba cómo matar todo lo que oliera a guerrilleros”.
Sergio Martínez Vega.
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La columna Oscar Pérez Cassar se formó oficialmente el 17 de junio, apenas un mes antes del triunfo de la insurrección. Desde El Dorado, hasta Bello Horizonte y el barrio Costa Rica era territorio de la Oscar Pérez Cassar, al mando de Walter Ferretti. A esta unidad móvil pertenecían los batallones Oscar Turcios, Guadalupe Ignacio Moreno “Las Liebres” y Cristian Pérez Leiva, los “Caza Perros”.
“La columna inicial era la móvil. La Oscar Pérez Cassar era una unidad grande, y estaba bajo el mando de William Ramírez. En los barrios algunos le decían las Liebres y Caza Perros, porque no estábamos defendiendo ningún punto, y como éramos móviles alguna gente nos decía que andábamos cazando perros y que nos movíamos ágiles como liebres. Es hoy y mucha gente solo me saluda como ‘Liebre’”, relata Sergio Martínez Vega, de 54 años, uno de los guerrilleros que a sus 18 años corría raudo por las calles de Don Bosco, Ducualí y aparecía en la zona del Edén. Trepaban árboles, saltaban muros, se metían como liebres en madriguera detrás de las barricadas cuando esperaban los ataques de la Guardia Nacional para contraatacar con fusiles FAL, Galil, bazucas, RPG-2 y morteros, las principales armas que les asignaban o las armas que en algún combate anterior le habían recuperado al enemigo.
Según Martínez Vega, desde el 9 de junio que entraron 145 armas para abastecer a los guerrilleros que cubrían la línea de barrios al este de la pista que baja desde la actual rotonda Santo Domingo hasta Carretera Norte, empezaron los combates directos, continuos y cada vez más violentos con la Guardia Nacional.
El comandante Carlos Núñez Téllez, jefe del Estado Mayor del Frente Interno, explica en su libro Un pueblo en armas la génesis de este grupo: “La Liebre era una unidad de combate integrada por combatientes selectos, de carácter móvil, con un alto espíritu ofensivo, dotada del mejor armamento. Su misión consistía en apoyar la labor de defensa de aquellas unidades de combate que en sus trincheras estuvieran resistiendo el mayor peso de la ofensiva de la guardia somocista. Su jefe era el comandante Walter Ferretti (Chombo) y como segundo Carlos Salgado. Con la formación de ‘La Liebre’ pretendíamos combinar adecuadamente las formas de lucha de resistencia activa con las formas de lucha ofensiva y de esta manera desconcertar a la Guardia, provocarle bajas, procurarnos armamento y lograr victorias tácticas”.
Uno de los enfrentamientos de mayor intensidad que se le atribuye a esta unidad élite fue la emboscada y destrucción de un convoy de la Guardia Nacional, que incluía varios camiones y una tanqueta, que pretendía entrar al barrio María Auxiliadora bajo el mando del capital Ronald Sampson, hermano de la amante de Somoza, Dinorah Sampson. El ataque se produjo en el puente El Paraisito. “Según el subteniente Argüello, había una unidad de 200 sandinistas muy bien equipados que los cercó y les recuperó 11 o 7 vehículos a una móvil de la EEBI al mando del capitán Sampson”, relata el subteniente Luis Moreno.
Mónica Baltodano relata en su libro que esa unidad de combate “fue la que nos permitió resistir tantos días, porque la Guardia se desconcertó. Nosotros no estábamos defendiendo los puentes y otros puntos nada más. Ellos no podían saber por dónde, fuera de nuestras líneas de defensa, les atacarían. Esta unidad, cuyo responsable era Walter Ferretti, ‘Chombo’, salió a hacer operaciones súper arriesgadas. ‘Chombito’ me contaba que en una ocasión salieron a lanzarle morteros a la Loma de Tiscapa, a la propia Casa Presidencial. Todo perseguía llenar de zozobra a la Guardia. Fue una operación de un pequeño grupo. Llegan, instalan el mortero, le lanzan tres descargas y se van a todo gas”.
“La unidad móvil Oscar Pérez Cassar nos permitió resistir tantos días, porque la Guardia se desconcertó. Gracias a ellos se pudo avanzar en los demás frentes de guerra”.
Mónica Baltodano, comandante guerrillera.
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“El miércoles 13, nos abocamos a cumplir una serie de tareas relacionadas con el lugar en donde nos encontramos acuartelados y a reconocer algunas de las líneas de combate; ya para ese momento habían sido capturados y ejecutados en el acto el ‘Poeta-Carpintero’ y el Administrador General de Aduanas”, escribió en Un pueblo en armas el comandante Carlos Núñez Téllez.
El 13 de junio de 1979 el cuerpo de Pedro Pablo Espinoza Monterrey, conocido como el “Poeta Carpintero”, ardía en una de las calles de El Dorado. Un grupo de guerrilleros lo habían capturado en su oficina y, según la versión que dio su familia a Magazine, le dispararon en la frente para luego quemar el cuerpo. Pedro Espinoza Monterrey no era carpintero, pero sí poeta y periodista. Y “su pecado” era defender lo que en tiempo de insurrección popular era indefendible: los Somoza y compañía. Él llamaba “padre adoptivo” a Luis Manuel Debayle, y “soldado de la paz” a Anastasio Somoza Debayle.
Entre las versiones de su muerte está que quienes le mataron era un grupo de “Caza Perros” bajo órdenes de Walter Ferreti, otros declaran que fue Moisés Hassan. Ambas versiones fueron negadas a Magazine en un reportaje que ahondó en la vida y muerte del popular “Poeta Carpintero”.
“Era un personaje despreciable. El ‘Poeta Carpintero’ defendía al dictador y a la dictadura. Todo colaborador de Somoza era un peligro. Así como él, hubo varios que fueron capturados y ajusticiados”, apunta Pablo Emilio Barreto, periodista.
Él conoce bien la historia de la unidad móvil Oscar Pérez Cassar, explica que además de su naturaleza combativa y de defensa a los mandos del Frente Sandinista en la zona oriental, realizaban trabajos de inteligencia que incluían detectar y capturar, y en algunos casos fusilar a los colaboradores de Somoza
“El nombre popular de esta unidad fue la ‘Caza Perros’. Se capturaban elementos de esos, se le metían en cárceles improvisadas y algunos fueron fusilados. Un famoso ‘gato’ de Bello Horizonte fue fusilado después que lo encontraron armado apuntando hacia una trinchera, desde un punto alto. Y también un Carlos Miranda en la misma zona, que hasta lloró y dijo que era mi amigo para que no lo mataran. Para el Repliegue a Masaya iba custodiado, y me preguntaron qué hacer, yo les dije que lo dejaran ir”, recuerda Pablo Emilio Barreto.
Justiniano Pérez, capitán de la Guardia Nacional y segundo al mando de la EEBI, dice nunca antes haber escuchado de la unidad móvil Oscar Pérez Cassar y menos de los “Caza Perros” y desestima que ellos se hayan enfrentado a lo mejor de la Guardia Nacional.
“Los que estaban a cargo de Managua era la Policía y personal administrativo, porque las fuerzas especiales EBBI estábamos en el Frente Sur, donde se conocía que podían atacar. Yo diría que Managua quedó prácticamente desprotegida con personal que no tenía la capacidad de enfrentarse a nada. No había necesidad de defenderse de nada en ese famoso Repliegue Táctico”, expone Justiniano Pérez. “En esa época toda la acción estaba en otras zonas del país, Managua era el último objetivo para cercar al Gobierno. En los barrios sé que hubo enfrentamientos y que aterrorizaban a las familias de los guardias, pero no tengo detalles de esos ‘Caza Perros’. Es primera vez que yo tengo referencia de eso, yo estuve en el Frente Sur y regresé a Managua un día antes de la debacle”.
Pero según el testimonio del comandante William Ramírez, que recoge Mónica Baltodano en su libro Memorias de la lucha sandinista, Managua debía realizar acciones armadas para afectar los desplazamientos de la Guardia hacia los otros frentes de guerra, y así permitirles a los demás frentes avanzar. Según los planes debían resistir tres días para que las demás fuerzas avanzaran en la ofensiva final, pero los guerrilleros de la Oscar Pérez Cassar tuvieron diecisiete días de acción en los barrios orientales, con uno o dos enfrentamientos diarios, improvisando bombas, reparando armas y recuperando del enemigo.
“Para el 27 de junio ya estábamos desabastecidos de municiones y comida, pues muchas familias ya habían salido de los barrios, impelidos por el terror a perder sus vidas, pues la Guardia utilizaba la aviación lanzando rocket, bombas de quinientas libras, y también morteros y todo tipo de armamento, buscando como ablandarnos”, dijo William Ramírez.
Esa noche la Oscar Pérez Cassar encabezó la procesión de guerrilleros que se enrumbó por veredas a Masaya en lo que llamaron un Repliegue Táctico. Volverían a Managua el 19 de julio de 1979 para celebrar el triunfo de una revolución contra la dictadura de los Somoza que dejó largas listas de mártires, héroes y asesinos.

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Andrés Granados, militar retirado, o Andrés Vargas, como lo conocen ahora en su trabajo como cambista, era el guerrillero “Jesús”. Combatía bajo el mando del comandante “Chombo”, Walter Ferretti, jefe de la Unidad Móvil Oscar Pérez Cassar, que coordinaba varios pelotones.
“Como unidad móvil nuestro propósito era enfrentar y aniquilar las fuerzas de la Guardia en los barrios orientales. También teníamos que proteger a la Dirección del Frente Interno que operaba en Ducualí. Si localizábamos a algún esbirro, algún colaborador de Somoza o a un guardia, teníamos que capturarlo y si la gente pedía, se ajusticiaba”, cuenta Andrés Granados, de 54 años.
En la casa esquinera de la entrada de la Máximo Jerez, la que tiene el frente blanco y el costado de un delicado tono lila, ahí, ahí mismo pararon a Rafael Saavedra y a su escolta. Era bien sabido, por una investigación publicada por La Prensa, que Saavedra desde la Dirección General de Aduanas falsificaba documentos y firmas de los funcionarios para introducir gran cantidad de vehículos y mercadería exonerada de impuestos, que eran para uso o negocios de Anastasio Somoza Debayle, militares y de funcionarios del Gobierno.
Andrés Granados es quien ahora se para de espaldas a la pared y en un tono ceremonioso, sin quitarse sus gafas negras y haciendo ademanes con los dedos flacos cargados de anillos, cuenta cómo mataron a Saavedra.
“Se nos dio el papel de capturar y ajusticiar a Saavedra, que era el de la DGA de Somoza. Lo sacamos de su casa con el escolta y lo trajimos a esta casa. Se le hizo un juicio popular y posteriormente se le puso en el paredón para ejecutarlo”, dice Granados.
Pero primero era el turno del guardaespaldas. Cuando un guerrillero se le puso enfrente, aquel hombre empezó a llorar, a rogar por su vida. No paraba de llorar. “El compañero a cargo de la ejecución en un momento dudó. Se detuvo. Nosotros nos quedamos viendo, apuntamos, pero nadie le disparaba. La compañera Carol al ver que no se ejecutaba al que protegía al esbirro Saavedra vino con un Fal y lo aniquiló. Después cayó Saavedra”, detalla Granados. La Negra Carol le decían, porque solo vestía de ese color.
Además de ese “ajusticiamiento”, Granados recuerda otros casos, pero sin tanto detalle. “Si encontrábamos un oreja de Somoza no podíamos dejarlo, menos si era un guardia, los francotiradores eran los más buscados porque ellos nos tiraban. Los ‘Caza Perros’ eran especialistas en rastrearlos y capturarlos. Los ajusticiaban. Nosotros tuvimos varios casos. Solo una mujer se salvó, una que vivía por el parque El Dorado. La agarramos en su casa, donde tenía armas de la guardia genocida y salía a dar información de nosotros que operábamos en la zona. Se salvó porque tenía hijos y en el juicio público la gente dijo que ellos se encargarían de ella. No la matamos”, dice en tono aclaratorio.
Sergio Martínez Vega, la Liebre, asegura que no hubo búsqueda como las que relata el periodista Nicolás López. Que ellos nunca tuvieron vehículos, que siempre anduvieron correteando desde El Dorado hasta Carretera Norte, trepando árboles, escalando muros, saltando barricadas. Que matar por matar no era el propósito de la unidad móvil, sino asustar, desorientar y poner en jaque a la Guardia. Que las ejecuciones que se hicieron fueron, en su mayoría, luego de juicios sumarios en los que la población pidió que se eliminara a personas que habían causado mucho daño, “orejas de Somoza, esbirros, francotiradores”. “Cuando hay una insurrección popular es imposible que no haya personas que busquen venganza o hacer su propia justicia por agravios como violaciones. La gente los agarraba y los linchaba”, afirma.
Pero hay otros casos en los que Martínez Vega reconoce que no hay justificación. “No se debería tomar y asesinar a sangre fría a nadie o tomar personalmente la decisión de quitarle la vida a alguien. Hubo excesos, pasadas de cuenta, ajustes, ejecuciones sumarias”.
“Yo cuestioné, increpé a gente que sin tener mucho brillo o mucha disposición combativa contra la Guardia, se dedicaba y tenía gran puntería para dar en la nuca, incluso algunos se ganaron grados militares así. Nunca estuve de acuerdo con eso”, asegura Martínez Vega.
Tampoco estuvo de acuerdo, y concuerda con las denuncias de Nicolás López Maltez, con los asaltos a camiones y negocios que hacían grupos armados en nombre del Frente Sandinista. Robaban dinero “por la causa” y no lo reportaban, otros sacaban armas sin autorización, faltas que para Martínez Vega merecían fuertes sanciones pero que se dejaron pasar.
“Se nos dio el papel de capturar y ajusticiar a Saavedra, que era el de la DGA de Somoza. Lo sacamos de su casa con el escolta y lo trajimos a esta casa. Se le hizo un juicio popular y posteriormente se le puso en el paredón para ejecutarlo”.
Andrés Granados, de 54 años. Miembro de la Unidad Móvil Oscar Pérez Cassar