De los más de 11 mil combates que contabilizan ambos bandos en la guerra de los años 80, los guerrilleros contrarrevolucionarios recuerdan al menos tres grandes operaciones donde salieron victoriosos: en las Minas, Chontales y La Trinidad
Por Julián Navarrete
El plan cayó del cielo, en manos de un paracaidista del Comando de Operaciones Especiales (COE). El papel señalaba que la orden era movilizar a más de siete mil hombres de 28 batallones armados hasta los dientes. Todo debía ocurrir en silencio y con una celada que garantizara la destrucción de 36 puntos estratégicos del Ejército Popular Sandinista (EPS) en el departamento de Zelaya, en el Triángulo Minero.
El 21 de diciembre la operación se realizó en memoria del comandante Pedro Armengol Arauz Palacios, conocido con el seudónimo de Olivero. Con este mote se llamó la acción, que sería una de las más exitosas que ejecutó la contrarrevolución en la guerra de los años 80, según recuerdan algunos contras. “Esto demostró a moros y cristianos que las tropas de la Resistencia Nicaragüense podían, con los pertrechos adecuados, penetrar a profundidad en el territorio nacional”, escribió Adolfo Calero Portocarrero, exjefe de la contrarrevolución, en su libro Crónicas de un contra.
El coronel Francisco Barbosa Miranda, en su libro sobre la historia militar del Ejército, contabiliza que entre contras y sandinistas hubo 11,180 acciones de combate. En tanto, los números de las Fuerzas Democráticas Nicaragüenses (FDN) y la Resistencia Nicaragüense señalan 11,211 acciones de combates en el mismo período.
En estas acciones, la contra admite que sufrió 5,223 bajas fatales y 15,120 heridos, según datos del Cuerpo Médico de la Oficina de Personal. No obstante, en sus campamentos, en territorio hondureño, esta organización dio sustento, atención médica y amparo a 45 mil ciudadanos nicaragüenses desplazados por esta misma guerra.
En este reportaje repasaremos las tres grandes victorias que tuvo la guerrilla de la contra en la guerra de los años 80. Fue un enfrentamiento desigual, según los contras, que en 1985 tenía a 75 mil miembros del EPS enfrentando a 20 mil guerrilleros contrarrevolucionarios, según el documento El reto de la democracia en Centroamérica, que preparó el Departamento de Estado de Estados Unidos. Y con el recuento de los años, los contras coinciden en que no hubo ganadores ni perdedores, porque el país casi quedó destruido por completo.
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A mediados de 1985, la contra estaba de capa caída. Estados Unidos había cesado su apoyo y el comandante en jefe del Ejército Popular Sandinista (EPS), Humberto Ortega, no perdía oportunidad para hablar en plaza pública de la “derrota estratégica de la contrarrevolución”.
En ese entonces, el Comandante 3-80 asignó a Mike Lima una operación “donde nos puedan ver en los periódicos y el mundo”. El objetivo era demostrar que la contra, a pesar de lo diezmada que estaba, no estaba muerta. Fue así que Luis Moreno se reunió con el comandante Walter Calderón López, Toño, y otros comandos para tomarse la Carretera Panamericana.
Los comandantes acordaron que se lanzaría un ataque combinado, simultáneo y sorpresivo sobre Matagalpa, Estelí, La Trinidad y sobre la carretera a Sébaco. En la acción participaron los comandantes Rudy Zelaya Zeledón, conocido como Douglas; Óscar Sobalvarro, Rubén, y Freddy Montenegro, alias Coral.
El 28 de julio, el comandante Coral detonó explosivos en el puente de Sébaco y ahí inició la operación. A los dos días, el comandante Douglas se tomó la Carretera Panamericana, donde sostuvo un enfrentamiento con un bus cargado de soldados sandinistas. Logró tomarse por un día La Trinidad y destruyó vehículos militares y un cuartel de milicias.
Al mismo tiempo, los comandantes Dumas y Atila, con 500 hombres, atacaron y se tomaron Cuapa. En la madrugada enfrentaron a un Batallón de Ligeros Cazadores (BLC). Los contras sacaron la mejor parte porque sobre la carretera de Juigalpa ejecutaron emboscadas a soldados del EPS que llegaban a asistir. En total murieron 30 soldados sandinistas y siete contras, con seis heridos.
Por la tarde de ese mismo día, el Frente Sandinista lanzó un ataque con helicópteros MI-25 contra el grupo que se tomó La Trinidad. La retirada de la contra fue sangrienta. Según el libro de Luis Moreno, hubo 202 contras muertos, 409 heridos y 62 capturados. Un cable de AFP, del 3 de agosto de ese año, detalla que hubo 12 soldados sandinistas muertos y 11 guerrilleros contras caídos en combate. La información indica que un civil resultó muerto y hubo otros seis heridos en enfrentamientos que duraron cerca de cuatro horas.
“El ataque contra La Trinidad se inscribe en el marco de las más importantes ofensivas lanzadas desde principio del año por la FDN”, concluye la nota. Por esa razón, Luis Moreno dice que a pesar del “alto costo por las bajas” la operación fue “un éxito porque los sandinistas no pudieron ocultar nuestra capacidad operativa”.
Mike Lima asegura que debido a lo bien que salió la operación Estados Unidos suministró 30 millones de dólares para adquirir más pertrechos y sistemas de comunicación para continuar la guerra.
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Luis Fley, Comandante Johnson, no participó en grandes combates porque cuando se dieron él estaba en la parte política de la organización. Sin embargo, las tropas que tenía a cargo sí participaron en la operación Olivero en diciembre de 1987 y en otras celadas donde derribaron cuatro helicópteros del EPS.
Fley explica que como la proporción de guerrilleros era ínfima en comparación con las fuerzas del EPS, el propósito de estos ataques era medir la capacidad defensiva de los sandinistas. “En todas esas operaciones los campesinos, contras, salieron bien parados. Lograron su objetivo: ocasionarle enormes bajas a los sandinistas”.
En eso coinciden otros miembros de la contra, como Roberto Amador, piloto de la Fuerza Área en aquel entonces. “Al inicio era pegar y correr, porque no se podía enfrentar en una guerra convencional a un ejército tan grande como el EPS”, agrega Amador. Los asesores norteamericanos les indicaban a los contras que, como no podían entrar en una guerra convencional, lo que debían hacer era minar al enemigo en el aspecto económico: destruir vehículos, bases, radares, puentes. Todo lo que costara dinero. “Ir minando la economía; pegarle a la economía de ellos”, recuerda Fley.
Durante los 10 años de guerra hubo otros poblados que se tomaron los contras por un día, como Ocotal, Pantasma y San Rafael del Norte. “El EPS solo tenía masa (una gran cantidad de soldados) pero poca calidad”, dice Fley.
Mike Lima recuerda que el cinco de octubre de 1987, cuando la contra ya había sido financiada con al menos 100 millones de dólares por parte de Estados Unidos, se ejecutaron acciones semiconvencionales. Ese año se reportaron 500 combates, según los comandos regionales. Uno de los más grades fue la operación David, en la que se quiso controlar 60 kilómetros de carretera entre Juigalpa y El Rama.
El comandante Quiché fue el encargado de ejecutarla, acompañado de cinco mil hombres armados. Según Moreno, en la operación el jefe a cargo barrió con tres BLC. “Nuestros jefes eran curtidos, tenían años en la guerra, mientras los sandinistas eran una manada de muchachos que solo gritos pegaron cuando les pegamos fuerte”, recuerda Moreno, emocionado.
Para Mike Lima esta fue una “masacre”. Después fue al lugar y miró los estragos en aquella toma de Santo Tomás, La Gateada, Muelle de los Bueyes y San Pedro de Lóvago. Durante la operación se derribaron tres helicópteros sandinistas y varios camiones fueron quemados. “Queríamos dar una demostración de fuerza y lo logramos”, agrega el contra.
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Para 1987 ya se estaban avanzando las negociaciones de paz con los sandinistas. Por esa razón, el comandante 3-80 indicó que se “debe dar una demostración de fuerza” antes de sentarse a negociar. La misma razón por la que sus enemigos lanzaron la operación Danto 88 meses más tarde.
La operación Olivero, en las Minas, fue la operación más grande contra los sandinistas. Los objetivos eran 36 blancos económicos, entre ellos, infraestructuras de las pistas, bodegas de armamento, tanques de combustibles y torres de control. En esta acción usaron unidades fantasmas para desviar a los radares sandinistas a otra dirección del ataque.
Según los contras era más importante dar golpes económicos que bajas en el Ejército, pues los muchachos del Servicio Militar podrían seguir engrosando las filas.
Adolfo Calero Portocarrero escribió que el Comandante 3-80 fue asistido por cuatros comandantes regionales, José Benito Bravo (Mack), Francisco Ruiz Castellón (Renato), Diógenes Membreño Hernández (Fernando) y Tirso Moreno (Rigoberto), para planificar el ataque que iniciaría el 20 de diciembre a las cinco de la madrugada.
Los 36 objetivos fueron logrados. En Siuna se destruyeron las instalaciones de la brigada 336, un local de la Policía sandinista, las bodegas mineras, las oficinas de internacionalistas y la pista de aterrizaje. En Bonanza también se destruyó la pista de aterrizaje, incluyendo la torre de control y 24 tanques de combustibles. Además de 16 vehículos de la Seguridad del Estado. Ahí mismo se quemó un cuartel y la planta “Siempre viva”.
En Rosita también destruyeron la pista de aterrizaje y cuatro tanques de gas. Además de siete vehículos militares y dos puentes de carretera hacia Puerto Cabezas. En estos ataques murieron 57 contras y 78 resultaron heridos.
“Fue un duro golpe al régimen totalitario, que no pudo evitarlo, a pesar del apoyo técnico de los asesores militares soviéticos, cubanos y alemanes”, escribió Calero Portocarrero.
Mike Lima, quien en parte coordinaba la operación desde el Comando Estratégico, dice que a las Minas solo llegaron cinco mil hombres, pero en toda la carretera estaban regados más de dos mil hombres haciendo emboscadas.
Días después en las conversaciones de paz, Joaquín Cuadra, quien después fuera jefe del Ejército, le preguntó: ¿Cómo hicieron ese ataque? Mike Lima se reía por dentro, al comprobar cómo habían burlado los radares enemigos. “Las conversaciones de paz se hacían como que si eran amigos de nosotros (contras). Todos ellos (sandinistas) solo eran risa, carcajadas, como que si nunca nos hubiéramos volado un tiro”, agrega el contra, riéndose.
Roberto Amador, quien fue prisionero político durante cinco años y fue liberado por los acuerdos en 1988, dice que los acuerdos de paz fueron una mala negociación porque se desarmó a la contra, “pero dejaron armados a los sandinistas”.
Bermúdez le decía a sus comandantes, en cambio, que las conversaciones eran como un enorme oso que destruiría a la contra y al EPS. “Nadie va a salir ganando porque lo que hicimos fue destruir Nicaragua”, recuerda Mike Lima.