Desde el más caótico orden hasta una brillante pulcritud. Esta es una mirada a las “cuevas” de artistas y escritores nicaragüenses. Esos laboratorios donde surgen las obras que luego entregan al mundo.
Por Amalia del Cid
Esta es la segunda casa de la bailarina de danza contemporánea Gloria Bacon. O, mejor dicho, es la primera, porque aquí es donde pasa la mayor parte de su tiempo. Se trata de su Escuela Espacio Abierto, donde se forman nuevos bailarines. Aquí entrena, crea y enseña, cuando no está dando clases en la UAM o trabajando en el Instituto de Cultura. “La danza es pasión”, dice la blufileña. “Y es búsqueda y es vida”. (Foto: Oscar Navarrete)
Como todo estudio de danza, este está lleno de espejos. “Son necesarios”, explica Gloria Bacon. “Los estudiantes se corrigen y como coreógrafo tenés algo que te va diciendo si vas bien o vas mal. Es un instrumento de apoyo para tu trabajo. Como el pintor tiene la brocha, nosotros tenemos el espejo”. (Foto: Oscar Navarrete)
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Hace muchos, muchos años, cuando Efrén Medina se iniciaba como pintor, andaba sus cuadros bajo el brazo, buscándoles venta. ¿Cuánto valían en ese tiempo? “100 pesos”, ríe. Ahora le llegan a ofrecer sus viejas obras en miles de dólares. En el estudio de Medina imperan la luz y los colores vivos. Le gustan la alegría y la belleza, y usa sartenes como paletas, porque para él pintar es como cocinar. “Hay que encontrar el punto”, comenta el pintor. Prefiere trabajar por la mañana, siempre con música clásica y una taza de café. (Foto: Oscar Navarrete)
Raúl Marín, considerado un genio de la pintura nicaragüense, es un ermitaño. “La gente te hace perder el tiempo”, explica. Solo sale de su taller cuando es estrictamente necesario y a la calle un par de veces a la semana. Casi siempre para comprar pintura. Un concienzudo caos impera en su cuarto de trabajo, donde suele escuchar música alegre, electrónica, que sintoniza en la radio. Toma los pinceles, la espátula, los óleos directamente del piso. Y su paleta es un largo retazo de tela, que de tanto recibir pintura se ha puesto tieso. (Foto: Oscar Navarrete)
El pintor Raúl Marín tiene, desde hace muchos años , un problema con las drogas. No niega que consume crack. La “piedra” le sirve para mantenerse despierto, afirma. Pinta a toda hora, porque no puede estar sin crear y porque de sus obras vive toda su familia. Hay quienes pretenden comprar un Marín en 100 dólares y también personas que llegan a su casa para robarse los cuadros, lamenta el artista. “Después veo colgados cuadros que yo no he vendido”, dice. (Foto: Oscar Navarrete)
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En la oficina-cueva del cronista deportivo Edgard Tijerino se imprimen diariamente unas 500 páginas con información de medios nacionales y extranjeros, porque Tijerino todo lo tiene que leer en papel, nada en digital, ni siquiera los “tweets”. Este es el lugar donde el periodista pasa más tiempo. En un día normal está aquí desde las 5:00 de la mañana y se la pasa entrando y saliendo conforme se lo exigen sus obligaciones. Aquí planifica sus programas de radio, escribe sus libros y sus crónicas y mira las novelas brasileñas que tanto le gustan. Es un tremendo acumulador. Tiene archivados diarios, revistas y apuntes de los años sesenta a la fecha, y sabe dónde encontrarlos. También acumula libros (siempre anda leyendo tres a la vez) de los más diversos autores y discos con sus películas y series de televisión favoritas. (Foto: Oscar Navarrete)
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En esta bodega ensaya La Calle, que en mayo fue premiada como “grupo musical del año en el género de la música revival”. Un amigo mexicano les presta a estos músicos el espacio donde se reúnen, una vez a la semana y por la noche, para practicar antes de cada “toque”. En la banda hay dos abogados, un ingeniero en sistemas, un diseñador gráfico y un contador. Son sus “alteregos”, personajes que interpretan durante el día. La Calle existe desde hace 17 años y ha celebrado sus últimos dos aniversarios en la sala mayor del Teatro Rubén Darío. (Foto: Lissa Villagra)
La bodega se les ha inundado dos veces. La última vez fue la peor, contaron “102 baldes de agua” y perdieron el aire acondicionado, por lo que ahora el cuarto es poco menos que un horno. Además, la “refri” quedó en “cuidados intensivos”. La Calle comenzó “con un montón de vagos que se juntaron para tocar”. “Hay cosas que nunca cambian”, bromean. (Foto: Lissa Villagra)
El color lo inunda todo en el estudio de Jean Marc Calvet, quien reside desde el 2001 en la ciudad de Granada. Le gusta verse a sí mismo como un “embajador del arte” y que lo presenten como “un pintor nicaragüense de origen francés”. Antes de tener éxito en la pintura fue “niño de la calle, recluta del ejército francés, paracaidista, francotirador y guardaespaldas en alto riesgo”, lo retrata el periodista Arnulfo Agüero. La vida dramática de este artista se cuenta en el documental Calvet, del cineasta británico Dominic Allan. (Foto: Uriel Molina)
Pocas personas reconocen a Roberto Barberena sin sus trajes de “Pipo”. Ha sido payaso durante casi treinta años. Empezó como titiritero y se volvió payaso por accidente, cuando en un cumpleaños le pidieron que ocupara el lugar del payaso contratado (que no llegó). Ahora, este es el colorido armario de “Pipo”. Hay plumas, telas, pintura, títeres, lentejuelas y zapatos. El payaso más famoso de Nicaragua siempre combina los trajes con el calzado. Se prueba varios pares antes de elegir uno. Barberena se maquilla solito y le toma una media hora convertirse en “Pipo”. (Foto: Manuel Esquivel)
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Esta es la “cápsula espacial” del escritor Sergio Ramírez Mercado. En esta oficina (palabra demasiado mundana para referirse a la “cápsula espacial”) se aísla de 8:00 de la mañana a 1:00 de la tarde para dar vida a sus personajes, forma a las historias que atrapa en los periódicos, los cafés y en su propia memoria. Como buen hombre de rutinas, luego almuerza, descansa un rato y vuelve a la cápsula, pero ahora para contestar correos y leer los periódicos del mundo. Este es su pequeño mundo privado, en el que no suele recibir muchas visitas no concertadas, porque no le gustan. (Foto: Oscar Navarrete)
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