Las abuelas y el sexo

Reportaje - 09.07.2017
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Llanto en la primera menstruación. Miedo a embarazarse con un beso. Terror ante la “luna de miel”. Abuelas, bisabuelas y maestras de antaño cuentan cómo aprendieron sobre sus cuerpos
y la sexualidad hace dos o tres generaciones cuando el sexo, además de tabú, era pecado

Tammy Zoad Mendoza M.

Sintió pinchazos en “la panza” y pidió permiso para ir al baño. Mientras avanzaba tuvo una sensación tibia de humedad entre las piernas y apresuró el paso. Entró, se enllavó y al bajarse el calzón vio que estaba embebido en sangre. “Las maestras dijeron que yo pegué un grito, pero no me acuerdo”, dice Francisca Amador Ponce, de 79 años. Se desmayó. Tenía 12 años cuando tuvo su menarquia, el primer sangrado menstrual. Nunca antes le habían hablado de aquello, ni en la escuela, donde cursaba el cuarto grado de primaria, mucho menos en su casa.

La encontraron tendida en el piso y su maestra la llevó a un salón. “No te preocupés gardelita (como le decían por el mote familiar), esto es normal. Llega una edad en que todas las mujeres sangramos, es la menstruación que llega cada mes, te tenés que cuidar, ya sos una señorita”, le dijo la maestra, pero ella seguía sin entender aquello de lo que al menos ahora sabía el nombre.

“Yo lloraba, lloraba y lloraba. Le decía que mi papá me podía castigar, que me iba a pegar. Él nos advertía que no nos acercáramos a ningún extraño ni a los chavalos estando solas, por el peligro de una violación. Y yo decía, ¿será que me violaron? ¿Pero cómo? ¡Es que yo ni tenía idea de cómo era eso!”, cuenta Francisca, hija de Guadalupe Ponce y Seferino Amador, padres de 13 hijos.

“Es que antes no te hablaban de nada, sino hasta que pasaban las cosas te sentaban y te aconsejaban o te sentenciaban, pero nada te explicaban”, dice Olga Hernández, leonesa de 74 años. Ella tuvo quince hermanos, de los cuales solo le quedan dos, incluyendo a su hermana Susana, de 83 años, quien fue la que le explicó sobre la menstruación.

“Cuando me bajó la regla yo me asusté, me metí al baño y me echaba y me echaba agua. Mi hermana al ver que nunca salía del baño, tocó la puerta y tuve que abrirle, ya me explicó qué era y me llevó donde mi mamá, que me dio unos trapitos blancos que antes se usaban para eso”, recuerda Hernández.

Por esos trapitos blancos fue que a los 10 años Otilia Treminio, de Ciudad Darío, Matagalpa, se dio cuenta que una vez al mes las mujeres tenían algo llamado “menstruación” y que a ella le llegaría en unos años, pero que no debía seguir preguntando. Entonces dejó de interrogar a su madre que estaba en el patio lavando unos trapitos manchados de sangre que luego ondeaban blanquísimos en el tendedero. Así, Otilia, Olga y Francisca tuvieron la primera lección sobre sus cuerpos de mujer. Menstruando.

“No hubo educación sexual, aunque sí nos enseñaban valores morales y religiosos, pero no había información y eso fue muy malo. Ahora los jóvenes tienen mucha información, eso es bueno, pero tampoco hay instrucción”, advierte Esperanza Castrillo, de 86 años. Es madre de cinco, abuela de diez y bisabuela de otros diez niños.

“Lo que yo aprendí del cuerpo y la sexualidad no me lo enseñaron en la escuela ni en la casa. ¿Hablar de sexo? ¡Válgame Dios!”, dice Castrillo, profesora de tres generaciones en La Libertad, Chontales. Aunque sí instruyó a docenas de niñas que como ella no recibieron información en sus casas, admite que no habló sobre sexualidad con ninguno de sus hijos, menos con sus nietos y bisnietos.

Sus anécdotas pueden resultar familiares para varias generaciones de mujeres en Nicaragua a quienes les tocó preguntar o enseñar sobre sexualidad en épocas cuando el cuerpo no solo era territorio desconocido, sino casi prohibido, y hablar de sexualidad era sinónimo de inmoralidad y pecado. Conocer sus cuerpos y aprender de sexualidad en las décadas de los 50, 60, 70 y 80 fue particularmente difícil, cuentan. ¿Le han preguntado alguna vez a sus abuelas y bisabuelas cómo aprendieron sobre sexo? Deberían.

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Francisca Amador Ponce, de 79 años, se desmayó cuando tuvo su primera menstruación a los 12 años. “Mi mamá nunca nos dijo nada de nuestros cuerpos, menos de sexualidad, es necesario que los padres conversen esos temas con sus hijos”, dice. En la imagen que encabeza el reportaje, Francisca posa con unas amigas, tendría unos 18 años dice. Foto Oscar Navarrete.

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Es la década de los 50. La Guerra Fría tensaba la política, la ciencia y la economía, mientras Elvis Presley robaba atención en la televisión quebrando sus piernas y pelvis al ritmo del rock and roll que enloquecía a miles de jóvenes de la época, y se alzaba la segunda ola de revolución feminista y sexual en el mundo. Pero en Nicaragua, el ombligo de Centroamérica, Anastasio Somoza García se instalaba en su segundo mandato de un gobierno liberal con prácticas conservadoras, sobre todo en el ámbito de la educación.

“En esa época todo era un tabú, de manera que lo que se daba era cuerpo humano en general. ‘Esta es una mujer, estos son sus órganos, se llaman así; este es un hombre, miembros externos y órganos internos’, pero de genitales nada, menos decir para qué servían. ¡Mucho menos hablar de sexo!”, cuenta Miriam Aguirre Arcia, de 82 años.

Miriam fue maestra desde 1953 hasta 1990 “y pico”. No recuerda con exactitud la fecha. Impartió clases en todos los grados de primaria, pero se especializó en quinto y sexto grado. También fue directora de un centro escolar durante 10 años, así que sabe bien lo que dice cuando afirma que la educación en el país ha sido siempre conservadora, que no había materiales didácticos para esas clases y que nunca supo de algún manual de educación sexual mientras ejerció el magisterio.

“Yo ahí andaba recortando revistas donde hubiera imágenes del cuerpo humano, me iba a la librería a buscar láminas, las cuidaba como oro, porque las usábamos entre todos los maestros. Pero no crea que era una cosa explícita, salía el hombre de perfil y la mujer de frente para que se le viera el pubis medio dibujado”, explica Aguirre Arcia, maestra chinandegana.

Su educación secundaria y la formación en magisterio fueron paralelas, en un instituto dirigido por monjas, exclusivamente de mujeres. “Cuando en secundaria nos tocó estudiar Anatomía teníamos libros, pero eran unos que las mismas monjas habían vendido, los habían mutilado”, expone Miriam Aguirre. Oscurantismo en pleno siglo XX.

Sintieron tanta curiosidad por saber qué había en las páginas cortadas, que ella y un grupo de amigas recorrieron las librerías de Chinandega en busca de un ejemplar original de aquel libro. Lo encontraron.

“Todos los libros que llegaron a nuestras manos tenían páginas arrancadas, era toda la parte gráfica referida al cuerpo humano, los genitales, los órganos reproductivos, la sexualidad. Era una monja la que impartía la clase. Nunca nos habló de eso. Era un tabú. Tampoco podías preguntarle a tus padres, no te decían nada y te podían regañar por andar buscando esas cosas”, reconoce Miriam.

¿Cómo enseñar de ciencia, anatomía, de etapas biológicas sin la información, ni la instrucción para hacerlo? Se las ingeniaron. Como todo en esa época para ellas, el conocimiento también debía ser procurado por su curiosidad, su sentido común y su interés por aprender y enseñar. Que las niñas supieran lo que a ellas les negaron saber era la premisa común. Porque algo que nunca varía, dicen, es la curiosidad y la necesidad del conocimiento.

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Julia Celina Núñez, de 60 años, cuenta que para hablar del cuerpo humano en primaria los maestros tenían que hacer sus propios dibujos a falta de material didáctico. Foto Oscar Navarrete.

 

Julia Celina Núñez se graduó en la Escuela Normal de Señoritas de San Marcos en 1974 y ejerció el magisterio de 1977 a 1982. Para entonces el panorama no había cambiado mucho, salvo porque en tiempos de revolución había más apertura para hablar de esos temas, pero seguían sin información científica ni materiales de enseñanza, tampoco tuvieron formación para abordar estos temas, cuenta Julia.

Cuando en cuarto, quinto y sexto grado llegaba el momento de hablar del cuerpo humano, sus órganos y el sistema reproductor, las maestras debían ponerse de acuerdo para saber qué decir.

“Nos deteníamos un poco para hablarles de la menstruación, pero desde nuestra experiencia, ampliar lo que salía en el programa con recomendaciones basadas en lo que uno vivía, cuidados y consejos”, cuenta Julia Núñez, de 60 años, quien trabajó en el Colegio República de Panamá, de San Judas, Managua.

En una cartulina dibujaban a como podían el cuerpo humano con sus partes, incluyendo genitales, y se las nombraban y explicaban a los alumnos. Dependiendo de las destrezas del docente que dibujaba, era la claridad de aquella imagen. Unos pechos, la vulva, un pene, un par de testículos, eso era suficiente para alborotar la curiosidad de aquellos chavalos cuyas edades iban desde los 11 hasta los 15 años.

“Sabíamos que necesitaban esa información que nadie más les iba a dar. Para nosotros como docentes era difícil en esos tiempos conseguir información más allá del plan y menos materiales didácticos, hicimos lo que podíamos. En la escuela les educamos lo mejor que pudimos, les enseñamos a no tener miedo, a ver los cambios físicos como un proceso natural, que supieran lo que iban a pasar para que no se asustaran como uno se había asustado”, reconoce Núñez.

Cuando a ella le llegó la adolescencia su madre no le había hablado de nada relacionado. Fue en la Escuela Superior de Niñas, donde estudió en Masaya, que le hablaron de esta etapa, de todos los cambios que experimentaría e incluso ahí permitían que a las niñas de quinto grado las visitara una marca de toallas sanitarias que les proyectaba una película, les dejaba un folleto y les mostraba, como una novedad, las toallas sanitarias desechables.

“Pero justo en el año que yo llegué a quinto grado no llegaron los de las toallas. Yo me moría por ver la peliculita, las niñas mayores nos hablaban un poco de lo que salía. ‘Ya eres una señorita’, se llamaba. Nunca pude verla. Nuestra maestra prestó el folletito, nos sentó en círculo y empezó a leernos, después nos dijo que no tuviéramos miedo, nos mostró una toalla sanitaria y nos explicó cómo había que ponerla”, recuerda Julia Celina. “Así como me lo explicaron a mí, yo lo expliqué en mis clases”.

Porque las niñas y los niños preguntan, y hay que responder. “Había mucho pudor, en ellas y en uno. Las niñas se acercaban con mucha pena, se atacaban en risa de nervios y uno tenía cuidado con lo que decía, más que todo consejos de higiene, de advertirlas que la regla era solo un paso, que iban a brotarles los pechos, que les saldría vello púbico y en las axilas. Que tenían que cuidarse, ellas se escandalizaban”, recuerda Esperanza Castrillo, de 86 años.

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Esperanza Castrillo, de 86 años, fue maestra de primaria durante 30 años. Educar en sexualidad durante los años 50 no fue tarea fácil, reconoce, pero trató de hablar con las niñas lo que su mamá no habló con ella, dice.
Libro de Servicios Educativos Especializados, SEDES. Foto Oscar Navarrete.

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Hay quienes recuerdan que en la década de los 80 circularon unas láminas con cuerpos desnudos que causaron revuelo y la proyección de un video donde por primera vez se hablaba abiertamente de las enfermedades de transmisión sexual y los anticonceptivos.

“Los maestros no recibimos formación especial para educar en eso, se hacía la clase a como podíamos, nosotros mismos teníamos pena, muchos éramos personas mayores, nunca habíamos abordado esos temas y ya en los 80 teníamos que hacerlo más explícito frente a chavalos que, además de curiosidad, tenían otro ímpetu”, reconoce Miriam Aguirre. En ese entonces ella tenía 45 años y resiente que no hubiera formación pedagógica para no despertar malicia ni vergüenza entre los jóvenes que recibían de golpe toda la información, en el contexto de un país aún convulso por la guerra y en proceso de revolución.

En 1991 empezó lo que para el entonces ministro de Educación, Humberto Belli, fue una iniciativa formal y estructurada de educación sexual en las escuelas, que consistía básicamente en introducir normas morales en aspectos de ciencia, algunos folletos y programas de charlas en las escuelas.

Un sector de la población denunció que los moralismos y la religión estuvieran interviniendo en la educación en ciencias, pero Belli justifica que al llegar al ministerio “prácticamente no había ningún material. Entre la juventud sandinista se fomentaba el amor libre, había pósteres de jóvenes enseñado la pierna, donde decían ‘la primera vez que se hace por amor es lindo’. No había mayor asignatura o contenido en educación sexual, nosotros nos preocupamos y nos comprometimos en dar una educación sexual integral”.

Maestros de colegios públicos y privados no recuerdan un manual en específico sobre educación sexual en los últimos 30 años, aunque reconocen haber participado en algún taller, o desde la administración privada algunos centros escolares invitan a sicólogas o expertos a hablar sobre el tema con los padres y docentes, para abordar las inquietudes con los niños y adolescentes.

“En los colegios todavía no se educa, se da el conocimiento o se pasa la información, pero no cómo debe usarse esa información, cómo deben ellos conducir sus cuerpos. Todos sentimos esas atracciones y problemas en la adolescencia, pero no todos tuvimos la formación. No se han abordado los temas como deben abordarse. Ahora, lo moral y lo religioso son muy importantes, pero eso debe verse en casa fundamentalmente”, dice Miriam Aguirre, maestra jubilada con más de 50 años de experiencia docente.

Ella tuvo la suerte, dice, de que sus padres eran liberales para esa época. “Ellos hablaban conmigo, mi mamá me instruyó sobre la menstruación y los cambios físicos de la adolescencia, mi papá me dejaba leer literatura que algunos incluso consideraban prohibida por sus tramas de romances intensos, porque él decía: ‘hay que conocer el mal para combatirlo, por eso hay que leer’”, recuerda.

Asegura que leer le permitió estar más o menos preparada para ofrecer un poco más de información y responder inquietudes, incluso para lidiar con las emociones de los alumnos que se sobrexcitaban en las clases donde se hablaba de sexualidad. O para tener más elementos de explicación ante las dudas y los mitos que rondaban sus cabezas. Que si era malo bañarse durante la menstruación, que si la masturbación provocaba enfermedades mentales, que no había que comer huevo o frijoles por el sangrado. “Porque hubo un poco más de apertura, pero culturalmente persistían los tabúes y mitos”, sostiene la docente.

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“¿Y a vos, ya te salieron los coyolitos?”, oyó decir Francisca Amador a una de sus compañeras, pero ella se hizo la disimulada. Hace meses que iba encorvada, usaba camisas holgadas y camino a la escuela se cubría el pecho con los cuadernos.
Había notado que en la planicie de su pecho estaban brotando dos “botones”, que dolían, pero su mayor preocupación era que crecían cada vez más. Tiempo atrás había oído a su madre conversando con una tía sobre el nacimiento de una bebé de la familia. “Acordate de desbaratarle los coyolitos a la niña, con aceitito, te calentás las manos, le hacés los masajes en círculo”, escuchó.

A Francisca los senos le empezaron a crecer a los 13 años y un día se armó de valor para hablar con su mamá.
—Mamita, míreme, ¿qué me pongo? —le dijo nerviosa y le mostró el pecho descubierto. Le daba pena que la viera ella, que la viera su papá, verse a sí misma.
—En esta edad eso es nada mi muchachita, le vienen saliendo los coyolitos. Van a seguir creciendo, no sé si van a ser grandes, pero vos te tenés que cuidar —le sonrió.
Su mamá tenía senos grandes y a ella le dio aún más miedo que le crecieran tanto.
—Mamá, ¿pero usted me desbarató los coyolitos?
La mamá se sorprendió.
—¿Me los desbarató verdad?
—Sí mi niña, sí. Pero ahora te tenés que cuidar —le dijo en tono tranquilizador y empezó a buscarle corpiños y camisas más anchas para disimular los pechos en crecimiento.

“Yo estaba bien avergonzada y triste, eso era motivo de vergüenza porque te decían que te debías cuidar, que las señoritas no deben andar corriendo. ¿Entonces qué hacen las señoritas? Tampoco te decían nada”, recuerda Amador.

A los 16 tuvo su primer novio. La visitaba en la casa, se sentaban en la sala con su mamá al centro de la plática. Meses después le dieron permiso de ir al parque juntos, acompañada de su hermano menor. El joven aprovechó para hacerle una petición. “Me dijo que si le podía dar la prueba de amor, yo le pregunté que qué era eso. Me dijo que fuéramos a pasear donde su familia, que ahí nos íbamos a quedar solos, que nos íbamos a acostar y a dormir. Le metí una cachetada”, cuenta entre risas.

“Entre ellas platicaban y se contaban sus cosas, pero cuando ya andaban con novios uno procuraba aconsejarlas. Yo les decía que era normal sentir esa ‘electricidad’, que las manitos, que un beso, pero que no se dejaran tocar, que si tenían relaciones sexuales podían quedar embarazadas”, cuenta Julia Núñez, profesora de primaria.

Algunos varones estaban “más adelantados”, dicen, pero tampoco era que supieran mucho más, quizá solo eran un poco más arriesgados. José Adán Aguerri Hurtado, de 79 años, estudió en el Instituto Pedagógico de Diriamba cuando ahí la enseñanza era exclusiva para varones. “Todo el chavalero era curioso, los profesores no eran sacerdotes exactamente, pero eran ultrarreligiosos y conservadores, así que tampoco nos hablaban de sexo. Uno buscaba cómo enterarse”, asegura.

Tal era el tabú y la ignorancia respecto al tema que cuando un intrépido muchacho se escapó para ir a pasar una noche en una casa de citas, el escándalo se destapó días más tarde cuando el joven se quejaba de los dolores a causa de una enfermedad venérea y nadie sabía qué hacer. “El encargado me mandó a llamar porque sabía que yo tenía confianza con mi padre y que él tenía contactos médicos. Lo llamamos y llegaron, lo atendieron y jamás nos hablaron del tema. Mire qué peligroso”, cuenta Aguerri.

Él reconoce que los chavalos se las ingeniaban para saber las cosas que les interesaban, de las que nadie les hablaba porque casi todo lo relacionado con el sexo era pecado. La desnudez del sexo opuesto, las erecciones adolescentes, la masturbación.
A pesar de ser un internado, encontraban siempre la forma de estar en contacto con otros jóvenes de afuera, conseguían revistas, “pero no eran porno”, aclara Chanito Aguerri. Eso vino después, más que todo en el cine.

“A uno ya le gustaban las muchachas, ellas se ponían bonitas antes, desarrollaban antes y hasta eran un poco más maduras, creo yo. A veces uno se animaba a cortejarlas o invitarlas, educadamente, ¡pero qué va! Las pobres estaban peor que nosotros, las metían en miedo. Había mucho pudor e ingenuidad en general”, comenta Aguerri.

Las citas eran con “chaperonas” o compañía familiar, roce de manos, un “piquito” cuando llevaban la relación a otro nivel. En la época de oro del cine norteamericano las tramas románticas fueron subiendo de tono y había que cubrirse los ojos al momento de un beso apasionado, cuando alguna actriz mostraba la espalda descubierta o si en el clímax de la historia los protagonistas se acostaban en la cama y las luces se apagaban. Risitas. Caras rojas.

“En los 60 más o menos entró con fuerza la pornografía en algunos cines, eran ciertas salas las que presentaban películas para adultos. Se les llenaba, a pesar que era más caro, pero era el precio que pagan por su curiosidad y su gusto”, expone Chanito Aguerri, quien llegó a administrar 14 salas de cine. “Solo en los ochenta alquilé una de mis salas a un empresario que quería proyectar películas para adultos. Estábamos en crisis y endeudados, apenas salimos del problema le cancelé el contrato. Yo me dediqué al cine tradicional”, aclara.

Al entrar en las salas el mundo era otro. Todo lo que no se veía, de lo que no se hablaba y lo que no se hacía afuera estaba justo ahí, pantalla gigante, frente a sus ojos. El gusto duraba poco, poco más de una hora. Al salir, la sociedad seguía siendo la misma. “No era ahí donde uno iba a encontrar las respuestas a toda la curiosidad que sentía. No hubo educación sexual, pero había moral, ahora hay demasiada información y los valores están en decadencia. Tantas violaciones, embarazos adolescentes, libertinaje. La juventud sigue necesitando educación sexual tanto como antes”, asegura Chanito.

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Olga Hernández tuvo su primera hija a los 20 años. Cuando se enteró de su embarazo fue la primera vez que visitó a un ginecólogo. “Eso fue horrible, yo estaba helada, tiesa, nerviosa”, reconoce ahora a sus 74 años. Foto Oscar Navarrete.

 

Tenía 19 años cuando la vio por primera vez. Una amiga se la enseñó después del trabajo. “Olguita, vení ve esto”. “Sexología”, decía el encabezado, “Revista ilustrada científico sexológica”. Se convirtió en una suerte de biblia para ella. Cada vez que podía la consultaba, la leía de principio a fin y ahorraba todos los meses para comprar una nueva edición.

“Valían como 20 córdobas de esa época, que no era poco, pero a mí me gustaba mucho porque solo ahí yo pude aprender del cuerpo y la sexualidad. Llegué hasta tercer grado de primaria, porque no era fácil estudiar en ese entonces, y tampoco te decían nada sobre esas cosas”, cuenta Olga Hernández, de 74 años.

Ahí vio por primera vez una vulva y todas sus partes. Así era como se veía su vagina, ahora entendía. Ahí también conoció lo que era el pene y los testículos. Vio también imágenes de enfermedades venéreas. “Ay Dios mío”, decía. Pero lo que más le impresionó, dice, fue el proceso de gestación y las fases del parto.

“Yo tenía miedo, porque leía cómo era, ahí te lo explicaban bien detallado todo, pero daba miedo pensar por donde iba a salir ese bebé. Antes de eso yo decía que me quería casar y tener hijos, después ya la pensaba”, dice y se ataca en risas.

Su amiga, Marlene, la misma que le presentó la revista, estaba casada. Le hablaba más o menos de lo que era una relación sexual, pero sin detalles. Sus comentarios se centraban en cuándo podía tener relaciones y cuándo no. “Mientras estés sangrando no, Olguita”. “Tuve una menstruación bien linda, todos los 2 de cada mes me bajaba la regla y eran tres o cuatro días de sangrado, sin molestias, nunca tuve problemas, ni con la menopausia”, comenta con naturalidad.

Leyó cuanto pudo antes de casarse, y dice que fue lo mejor, porque una semana antes de la boda, a los 26 años, su mamá la llamó para hablarle. “Hijá, te vas a tener que levantar temprano, hay que tener comida lista, vos bien aseadita, tu casa en orden”, fue todo lo que le dijo. Estalló en llanto. No le preguntó cómo se sentía, no dijo nada sobre su cuerpo, menos sobre relaciones sexuales.

“Esas eran cosas que te las dejaban para que vos las aprendieras sola. Y a pesar que yo había leído bastante en la revista, ¡nunca había visto un hombre desnudo, eso fue horrible!”, confiesa y cubre su carita redonda con ambas manos.

“Ambos éramos inexpertos, creo yo, porque nunca le pregunté nada. Amanecer con un varón, me ponía a pensar yo ¡Dios mío! Fue bien difícil”... Silencio. Después de una pausa Olga explica que él tenía 29 años y ella 26, que tenía mucho pudor y se sentía muy nerviosa. Que no se sintió cómoda ante la idea de la desnudez y que las sábanas le ayudaron a sentirse más segura. Silencio de nuevo. Aún se ruboriza.

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“Mi mamá tuvo 15 hijos, yo fui de las menores, pero la vi embarazada un par de veces, pero no sabía que era un bebé lo que andaba ahí. Cuando quedé embarazada me dio vergüenza contarle”, dice Olga Hernández. Foto Oscar Navarrete.

 

A Francisca Amador fue su padre quien le habló, a su modo, de sexualidad. “Esto que te voy a decir hija mía, no lo tomés como un comentario ocioso o vulgar”, advirtió al empezar. Estaban su madre, su padre y ella formando un triángulo, sentados en “patas de gallina” al centro de la sala. “Cuando yo me casé con tu mamá ella estaba jovencita, vos estás más madura, creo que tenés una idea de lo que es el matrimonio. La noche de su matrimonio usted va a tener un contacto con su esposo. Vaya arregladita, aseadita, bien limpita. No se le niegue a su esposo para nada. Todo por lo normal, no cosas contra naturales ni morbosas. Cuídese”, y acabó la plática sin que ella se atreviera a decir nada.

“Ya en mi círculo de amigas de trabajo, en una fábrica de tarjetas, estaban casadas o con novios y comentaban algunas cosas. Las mujeres nos compartimos cosas como para cuidarnos, sabíamos que en la casa no nos explicaban nada y la mayoría de nosotras apenas había terminado la primaria, donde tampoco te hablaban de sexualidad”, dice Francisca.

Entre los sustos más grandes de su vida está el de su luna de miel. No fue por la desnudez de su esposo, sino porque después de la primera relación sexual tuvo una hemorragia. “Yo estaba asustada, pero él estaba más asustado que yo”, asegura Francisca. Le puso paños de agua tibia en el vientre, corrió a buscar a sus hermanas y le llevó una pastilla. “Me sentí mejor y no volvimos a hablar de eso. De hecho, nunca hablamos de sexo entre nosotros. Nos besábamos como esposos. Nos acariciábamos como esposos. Nos juntábamos como esposos, pero no hablábamos de eso”, comenta.

“Es que de esas cosas no se hablaba”, dice Esperanza, y se queda en silencio con la vista clavada en sus manitos blancas y arrugadas. De sexo no se hablaba ni con el esposo. Ella se casó a los 19 y a los 20 tuvo el primero de sus cinco hijos, cuatro varones y una mujer que lleva también su nombre y la acompaña ahora.

Se casó con su primer y único novio. Novio a escondidas y a distancia. Él en La Libertad y ella en San Marcos, estudiado en la Normal de Señoritas donde se graduó de maestra de primaria.

“Había muchas restricciones en mis tiempos, era horrible. Bonito por un lado porque uno hizo sus historias, la vida era sana y las relaciones en cierto modo, pero no sabías nada de la vida adulta. Hasta que me casé tuve noción de la relación sexual, porque con las amigas hablabas de la menstruación, del cuerpo de uno, lo que sentías, pero Dios guarde, ¡de sexo no! Si hasta que te casabas veías a un hombre desnudo”, aclara doña Esperanza, frente a su hija. Ahora, 60 años después, puede hablar de estos temas sin vergüenza frente a su hija, aunque a veces sonríe nerviosa, se acomoda los lentes, carraspea.

“Yo tenía miedo cuando me casé. Yo no sé... Yo tenía miedo de estar con él, de lo que me podía pasar, por lo poco que había oído, pero él me dijo que no tuviera miedo. Fue un buen marido, buen padre, Gustavo Silva se llamaba. (Hace una pausa) Yo creo que él ya había tenido experiencia con alguna otra muchacha, pero como le digo, nunca hablamos de eso”, dice Esperanza.

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Esperanza Castrillo, de 86 años, reconoce que educó a varias generaciones de niñas y niños, pero que aún le daba pena hablar de sexualidad con sus cinco hijos. Nunca lo hizo. Foto Oscar Navarrete.

¿Revolución sexual?

“Hay una idea que durante los 80 hubo una amplia educación sexual, pero en realidad lo que hubo fueron intentos de un grupo de personas interesadas, docentes y expertos, entre los que destaca Chilo Marenco, y feministas que trabajamos en torno a temas de educación sexual y salud reproductiva”, explica Ana María Pizarro, ginecobstetra, investigadora feminista y fundadora de Sí Mujer, el centro de atención integral en salud para la mujer.

Pizarro menciona la existencia de una pequeña guía básica en educación sexual que se distribuyó entre docentes como una iniciativa gubernamental que se complementaba con un programa de sexualidad que se transmitió en el canal estatal y que a veces se llevaba hasta las escuelas secundarias.

“Había preocupación e interés en el tema porque ya se veía el aumento de casos de ETS, de embarazos adolescentes, de muertes maternas por abortos clandestinos, todo por la falta de educación sexual formal, falta de diálogo intergeneracional y de comunicación e instrucción en el núcleo de la familia. Eso desencadenó una terrible situación de salud sexual en la época, sobre todo en las mujeres”, expone Pizarro.

Ella trabajó en el Sistema Nacional de Salud desde 1981, primero como estudiante, luego fue médico internista, médico en servicio social, médico residente, médico de base y docente. Estuvo a cargo de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Bertha Calderón. Viajó por toda Nicaragua y da constancia de la situación de educación precaria en estos temas, en unos lugares por falta de acceso a la educación y en otros porque la cultura conservadora y religiosa estaba enraizada en la población.

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Ana María Pizarro, ginecobstetra y feminista. Pizarro muestra el manual para docentes publicado en 2010 por el Gobierno. Foto Oscar Navarrete.


Polémicas tras polémicas 

  • En 1991 en ministro de Educación, Humberto Belli, desarrolló una campaña de educación sexual enfocada en la religión y la moral, a tal punto que en los libros de Moral y Cívica se incorporaron los diez mandamientos de la religión judío cristiana, al considerarlos valores universales.
    Se promovió la abstinencia como método de anticoncepción, se hablaba de métodos anticonceptivos en forma general, pero no sobre su correcto uso al considerar que esto promovía las prácticas sexuales precoces. En términos generales la moral regía la información científica, que era puntual y no entraba en detalles.
    “Nos ocurrió un gran problema con los libros de Moral y Cívica que fueron financiados, como los demás libros, por la AID. Hubo denuncias dentro de Estados Unidos de que estábamos enseñando los diez mandamientos, los grupos liberales norteamericanos denunciaron que el Ministerio de Educación nicaragüense estaba enseñando contenido religioso en los libros y nos pararon la ayuda y no nos volvieron a financiar los libros de Educación Cívica”, reconoce Humberto Belli, quien ha sido criticado por su posición ultraconservadora en temas de educación.
  • En 2003 el Ministerio de Educación, bajo la administración de Silvio de Franco, elaboró un Manual de Educación que integró a varios expertos en el tema, pero la propuesta resultó polémica para un sector social, liderado por la Iglesia católica, al considerarse que promovía las prácticas sexuales al abordar a profundidad métodos anticonceptivos como el preservativo, ahondar en temas de salud sexual y dejar a opción de los jóvenes el tema de iniciación sexual, contrario a lo que proponían los detractores, al hablar de abstinencia como único método seguro.
  • “El problema en Nicaragua es que los funcionarios se han comportado como feligreses de una parroquia y los sacerdotes se han vuelto legisladores en un estado laico, según la Constitución. No se ha separado una cosa de la otra, ni invertido, ni instruido, mucho menos hecho conciencia en la importancia de la educación sexual y educación sexual reproductiva. Y tampoco nadie se preocupa por revisar las cifras de ETS, de infecciones por VIH, de muertes maternas”, advierte Ana Pizarro.
  • En 2010 aparece reeditada una Guía Básica de consulta para docentes, un manual de educación sexual que según Pizarro fue originalmente elaborado en 2006 durante el gobierno de Enrique Bolaños, y que solo fue editado y empastado por la administración de Daniel Ortega.
    El manual, que puede encontrarse en línea en la página del Fondo de Población de las Naciones Unidas, es bastante completo en temas; abarca desde términos como sexo y género, prevención de violencia y abuso sexual, pubertad, adolescencia, reproducción, ITS, maternidad y paternidad responsable. El detalle —advierte Ana María Pizarro— es que no se sabe si llegó a los docentes, si fueron capacitados para abordar el tema y si verdaderamente se está dando educación sexual en el país. Al consultar a maestros de primaria y secundaria de colegios públicos y privados, a quienes estaría orientado, no saben del documento.

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