De doña Hope Portocarrero se sabe que fue la impulsora de obras sociales y la sufrida esposa de Anastasio Somoza Debayle. Magazine incursiona en su vida y personalidad: seria, discreta, elegante. Más extranjera que nicaragüense.
Por Dora Luz Romero y Anagilmara Vílchez
“Aquí yace Hope Portocarrero, los que la conocían la amaban, pero muy pocos la conocían”. Ese habría sido el epitafio perfecto. Una frase que ella misma elaboró y que entre bromas y risas le pedía a sus amigas que fuera grabada sobre su lápida el día que muriera. Por supuesto que no ocurrió así, pero aquella frase la resumía a ella como ninguna otra.
Hope Portocarrero fue la primera dama de Nicaragua durante los años sesenta y setenta (1967-1972, 1974-1979) cuando su esposo, el dictador Anastasio Somoza Debayle, estuvo en el poder.
Fue una mujer de pocas confianzas y de pocos amigos. Sencilla, pero elegante, estricta, seria, demasiado franca y sumamente reservada. Son contados los que pueden hablar de ella, su círculo siempre fue muy cerrado. “No se daba a conocer así nomás”, dice su amiga y pariente Marta Lorena Calero. “Era simpática, pero guardaba su distancia”, asegura su hijo Anastasio Somoza Portocarrero. “No era muy expresiva, muy raras veces se enternecía, ni siquiera con los hijos la vi yo enternecida. Era muy severa, muy formal. Muy correcta”, afirma Nicolás López Maltez, quien fotografió a la familia Somoza.
Era tan reservada que nunca exteriorizó ni sus tristezas ni sus sufrimientos, tampoco sus alegrías. Era inmutable, serena, no perdía la compostura. Y aunque Nicaragua entera sabía que su sufrimiento tenía nombre y apellido: Dinorah Sampson —la amante de su esposo durante 18 años—, ella jamás gastó una sola palabra en público para referirse a ella.
Nunca se inmiscuyó en la política del país, pero sí en obras sociales. Acompañaba a su esposo a los actos protocolarios, cortaba cintas y posaba para las fotos, pero luego volvía a su mundo, uno donde se dedicaba a sus hijos, al arte y las obras benéficas.
En esta edición, Magazine se asoma a la vida de Hope Portocarrero de Somoza, considerada por la historia de Nicaragua una víctima de las infidelidades de Anastasio Somoza Debayle. ¿Cómo fue su infancia? ¿Cómo era en realidad la relación que llevaba con su esposo? ¿Qué fue de su vida tras su salida de Nicaragua en 1979?

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Ella tenía 9 años cuando llegaron los Somoza desde Nicaragua para visitar a su familia en Tampa, Estados Unidos. Tacho, Anastasio Somoza García, ya era presidente de Nicaragua, tras el golpe de Estado que dio a Juan Bautista Sacasa un año antes, en 1936. Era su tío político, casado con Salvadora Debayle Sacasa, hermana de su madre. También llegó esa vez Tachito, Anastasio Somoza Debayle, su primo. La niña se enamoró del adolescente, flaco y espigado, de 13 años. Y este encantamiento de niñez derivó, sin embargo, 12 años más tarde, en un matrimonio convenido entre las dos familias.
Blanca Esperanza nació en Tampa, el 28 de junio de 1929. Sus padres, Néstor Portocarrero y Blanca Debayle, ambos nicaragüenses. Años después, ella misma pidió, por la vía legal, que su nombre fuera cambiado por el de Hope, como se le conoció luego.
Su padre era médico y su madre ama de casa. Creció en medio de una familia acomodada. Ni rica ni pobre. Pero cargaba con el apellido Debayle y eso, más que dinero, le daba clase, abolengo, estatus. Su mamá, Blanca Debayle Sacasa, venía de una de las familias más respetadas de Nicaragua, era la hija menor del famoso médico Luis H. Debayle, mejor conocido como el Sabio Debayle, doctor y amigo cercano del poeta Rubén Darío.
Desde niña hubo especial esmero en su educación. Fue enviada a los mejores colegios de Florida hasta que se graduó en Barnard College, Universidad de Columbia. Sabía inglés, francés, italiano y español.
También le gustaban los deportes. Incluso —dice su hijo Anastasio Somoza Portocarrero conocido como el Chigüín— era capitana del equipo de Field Hockey.
Marta Lorena Calero, amiga de Hope Portocarrero, recuerda el relato de aquel enamoramiento intempestivo en Tampa. “Ella siempre me contaba que conoció a Tacho cuando estaban chiquitos. Dice que ella venía en bicicleta y un chavalo le jaló la trenza y Tacho la defendió. Siempre decía: ‘Desde ese día quedé trastornada, era mi ídolo, era mi héroe’”, relata.
En 1950, Hope Portocarrero vestida de blanco aceptaba a Anastasio Somoza Debayle como su esposo en lo que parecía el final de un cuento de hadas que, sin embargo, estaba muy lejos de serlo.

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Hope Portocarrero. Gafas puntiagudas, guantes de seda y un traje de lino que iniciaba con un botón delicado en el cuello. Dinorah Sampson. Una flor en el pelo y un vestido “tipo Lucha Villa” que dejaba al descubierto sus hombros y su sonrisa. La primera era la esposa de Anastasio Somoza Debayle. La segunda su amante. Una mujer efervescente. De clase humilde. Latina hasta los huesos.
Sampson asegura que lo conoció en una vela. Otros dicen que se la presentaron al general en una fiesta de “caballeros” que se celebró en la Calera. Era 1962. Ella, supuestamente, tendría unos 17 años. Él estaba cumpliendo 37. Después de ese encuentro la joven risueña se le clavó en el deseo. Fue “una atracción fatal”, asevera el fotógrafo López Maltez. Ella eclipsó su atención durante los 18 años que vivieron juntos. Con Dinorah Sampson, Somoza compartiría el exilio en Paraguay, la caída del régimen y la última noche de su vida.
“Me acuerdo de mi tía Hope y mi tío Tacho bañándose (en la laguna de Apoyo). Él era coqueto con ella. Ellos se querían muchísimo. La tragedia fue que él se metió con esta otra mujer y no hubo alguien sincero que lo quisiera lo suficiente para decirle: 'Tacho no seas estúpido'”, dice Álvaro Somoza Urcuyo, hijo de Luis Somoza Debayle, hermano de Anastasio.
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El romance del presidente era público. Nicaragua lo sabía. Su esposa lo sabía, sin embargo Dinorah Sampson era un nombre que Hope Portocarrero nunca pronunciaba.
“Jamás escuché de boca de doña Hope ese nombre y nunca escuché a nadie mencionarlo en sus alrededores”, asegura el Chigüín.
“Si se lo decía a mi tío ¡sabrá Judas! No se mencionaba. No se tocaba. Era tabú. ¡Ni quiera Dios faltarle al respeto a mi tía Hope con eso!”, recuerda Somoza Urcuyo.
La primera dama tampoco permitía que sus amigas le hablaran de ese tema. Incluso, cuando la esposa y la amante coincidían en los eventos públicos de Somoza, una en el pódium y la otra entre el público, Hope ante los ojos de todos permanecía firme, como si Dinorah Sampson fuese invisible. Pero no lo era, ni quería serlo. Al contrario. A ella el poder no le era indiferente. Coqueteaba con los lujos y le gustaba provocar con su presencia, hasta que un día, Hope y Somoza dejaron de llegar juntos a las actividades. La primera dama, como parte del protocolo, asistía por minutos a los eventos presidenciales. Ella se alejó poco a poco, recuerda Porfirio Berríos quien era fotógrafo del diario Novedades y había sido el escogido para acompañar a Hope Portocarrero donde ella lo requiriera. Y lo hizo durante años, hasta el día en que ella ya no apareció más.
“Ella sabía guardar su tristeza”, dice José Adán “Chanito” Aguerri Hurtado, amigo de Hope Portocarrero, quien asegura que en más de una ocasión rechazó la invitación de Tacho cuando este le pedía asistir a las fiestas que Sampson ofrecía.
Hope Portocarrero lo sabía “y eso creo que con el tiempo la deslindó de su matrimonio (...) Era fácil que se enamoraran (Hope y Somoza). Pero cuando no es natural, cuando no es nato, suceden esas cosas”, asevera Álvaro Somoza Urcuyo.
Por esas extrañas coincidencias, Strangers in the night (Extraños en la noche) de Frank Sinatra según Dinorah Sampson, era la melodía de amor de ella y Somoza. My way (A mí manera) también de este cantante estadounidense, era una de las canciones preferidas de Hope Portocarrero, asegura Chanito Aguerri.
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“La Gacela” Bertha Zambrano era tan hermosa como Ava Gardner. “Una mujer muy guapa. Famosa. Esa es una mujer muy digna. Fue uno de los grandes amores de mi papá”, dijo Anastasio Somoza Portocarrero en una entrevista que brindó en el 2008.
José Adán Aguerri Hurtado vivía cerca del lugar en el que se hospedaba la Berthita. Él todavía recuerda las “visitas” que el general Somoza le hacía a la joven Zambrano en una casa en la antigua calle del teatro Margot, en la vieja Managua. “Somoza Debayle era loco enamorado de ella”, dice el historiador Roberto Sánchez. Después, supuestamente, por órdenes de doña Salvadora Debayle Sacasa, madre de Somoza Debayle, la Gacela partió de Nicaragua.
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“Alguien decidió que no, que eso no era para él y empezaron a ‘comalear’ la relación con mi tía Hope”, dice Somoza Urcuyo.
Así Hope Portocarrero y Anastasio Somoza Debayle se casaron. La historia que había comenzado como un amor inocente de niñez ya para 1950 no era lo mismo. Se hablaba de un matrimonio por conveniencia, orquestado por Anastasio Somoza García, su esposa Salvadora Debayle Sacasa y su hermana Blanca Debayle Sacasa.

Las Debayle Sacasa eran las matriarcas de ambas familias. Su prosapia les confería honores que las elevaban a la aristocracia de la época. Provenían de un linaje de presidentes. Más que dinero tenían prestigio. Tenían “apellido”. En cambio, los Somoza eran hacendados originarios de San Marcos, que si bien eran de clase acomodada, su estirpe en esa época no les permitía gozar de la buena reputación que cobijaba a los hombres distinguidos. El contraste entre ambas familias era evidente, dice el historiador Bayardo Cuadra. “Por un lado la familia Somoza, de origen burgués, y por otro la familia Debayle, de clase aristocrática”, asegura.
Y fue así que llegaron al altar. Le llamaron “la boda del siglo” y se calcula que unas cuatro mil personas asistieron. Ese día la "crema y nata" se dio cita entre la gloria y los vitrales de la Catedral metropolitana de Managua. Era el 10 de diciembre de 1950. Ella vestida de novia con un encaje sutil que se le escurría por el cuerpo. Él estaba “atrapado” en su traje blanco y negro. Ella tenía 21 años. Él 25.
“Fue un matrimonio forzado. El padre de Somoza Debayle, Somoza García, tenía el complejo de querer conquistar a la familia Debayle. Ese complejo de Somoza García es porque la familia Debayle, los suegros de él, se habían opuesto al matrimonio de Somoza que era un muchacho de clase media rural, con una de las hijas del matrimonio Debayle-Sacasa, Salvadora”, asegura Nicolás López Maltez, quien aún conserva intactas las fotografías de la boda de Tacho.
“Es claro que el general Somoza García quería que ella se casara con mi padre. Sin embargo, mi abuelo materno, el doctor Néstor Portocarrero, nunca fue entusiasta de ese matrimonio. En el desarrollo final creo que hizo sentir su influencia la familia Debayle Sacasa”, afirma el Chigüín.
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Una corbata negra con patrones finos fue lo último que ella pidió para él. Era septiembre de 1980. El hombre en el ataúd era el mismo al que ella amó desde que era niña.
Veinte años atrás, Hope Portocarrero al estilo de las etéreas actrices de la edad de oro de Hollywood, con una sonrisa se paseaba en un traje de baño rojo. Ella y Anastasio Somoza Debayle en familia disfrutaban de un picnic. Era un domingo y se encontraban en La Curva, una de las residencias del general, recuerda su sobrino Somoza Urcuyo.
“Cuando ellos estaban de buenas eran un chicle. Ella siempre muy pegadita a él y él muy cariñoso. Le decía Hopita. ‘Hopita, vení ve amorcito’ y se le sentaba en las piernas y la abrazaba”, asegura Somoza Urcuyo.
Para Anastasio Somoza Portocarrero la relación de sus padres “siempre fue formal y frente a sus hijos, respetuosa”.
La mano de él deslizándose por la espalda de ella. Un breve beso. Un baile protocolario. Eran las expresiones de cariño que la pareja compartía en público. Expresiones que fueron diluyéndose hasta quedar en nada. “Al principio el general era muy cariñoso con ella, pero después ya no”, dice Aguerri Hurtado quien además presenció una de sus discusiones. La junta directiva del Hospital del Niño, de la que él y la primera dama eran parte, se reunió en su casa El Retiro. Ese día Somoza llevaba una guayabera caqui y una botella de vodka en la mano. “¡Páaaa! pega un patada a la puerta y en inglés nos dice que nos vayamos todos”, cuenta. Aunque no fue la primera ni la última vez que las diferencias entre ambos aflorarían. Y es que la franqueza de ella, y el carácter de él, provocaban choques. Algunos públicos. Otros a puertas cerradas bajo llave y cerrojo.
Ella era como la música clásica: mesurada, elegante, sin excesos. Él en cambio “era nica hasta las cachas y no de los muy educados, sino de los que hacía lo que les daba la gana”, dice Marta Lorena Calero Portocarrero, amiga de Hope. “(Somoza) era bonachón, aquellas carcajadas, sí se las tiraba muy fuerte, ya ella lo quedaba viendo”, cuenta.
En el libro de Mrs Hanna a la Dinorah, el autor de la obra Viktor Morales Henríquez, asegura que poco después del terremoto del 72, la primera dama llegó a afirmar que odiaba a Somoza.

Las diferencias en el matrimonio llegaron a tal punto que —según el historiador y periodista Roberto Sánchez—, en algún momento Hope Portocarrero le filtró documentos sobre la corrupción del régimen para ser publicados en el semanario Semana de La Prensa, un diario claramente opositor. Ocurrió, dice Sánchez, a inicios de los años 70, el teniente Ronald Sampson le llevó un maletín lleno de documentos por supuestas órdenes de Hope Portocarrero.
“Los revisé en la noche, eran documentos fotocopiados de funcionarios del gobierno de Somoza entonces lo consulté con el editor. Era sobre robos y desfalco en el gobierno”, recuerda Sánchez. ¿Qué pasaba? ¿Boicoteaba a su esposo? ¿Por qué lo habría hecho? Esas preguntas, dice Sánchez, jamás fueron contestadas, pero hay quienes han sacado sus propias versiones. “Hay una versión que dice que era un problema de poder, que ella estaba peleando su espacio de poder”, apunta el periodista. Ambas historias son negadas por sus amigos y allegados.
“Yo creo que mi tía genuinamente adoró a mí tío Tacho, y le dio una buena vida”, asegura Somoza Urcuyo. Lo que lamenta es que él no estuviera tan enamorado de ella.
Doña Hope" siempre fue el pilar moral de nuestra familia. Mi padre tristemente decidió tomar acciones que aunque a él le dieron lo que él quería, a su familia la destruyó”, confiesa el Chigüín.
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La noticia le llegó en septiembre de 1989. Estaba junto a su esposo Archie Baldocchi Aguilar, con quien se había casado en 1982, cuando el médico se lo dijo: tenía cáncer. Ni siquiera esa sentencia la hizo perder la compostura. Ni se quejó ni lloró, tampoco habló de más. “Su tranquilidad fue impresionante y más que todo su deseo de privacidad para dejarle saber a sus hijos la mala noticia a su manera”, recuerda su hijo.
Pero tampoco estaba resignada a morir. Luego de saber qué pasaba con ella, los meses siguientes decidió someterse a cualquier tipo de tratamiento experimental del National Institutes of Health para ver si alguno tenía resultados alentadores.
Hope Portocarrero se había ido de Nicaragua diez años atrás, en 1979, cuando ya se sentía en el país la efervescencia de la revolución sandinista. Salió sola, en un avión de LANICA, aerolínea de la familia Somoza.
Un año después de su salida, su esposo Anastasio Somoza Debayle, de quien ya se había separado, fue asesinado en Paraguay. Así que en 1982 ella decidió que volvería a casarse. La muerte —cuentan quienes la conocieron— fue lo único que la separó totalmente de Somoza. Su enraizado catolicismo no le permitía creer en divorcios. Sin embargo, siendo viuda, la historia cambiaba. Su segundo esposo Archie Baldocchi la consintió hasta el último de sus días. “Él era una persona encantadora, le decía: mi niña. Le dio mucho cariño, mucho amor. Ellos fueron muy felices juntos”, dice su amiga Marta Lorena.
José Adán Aguerri Hurtado jamás olvida aquella Navidad que pasaron con la pareja. “Un hombre que se volvió loco por doña Hope, que cuando doña Hope se iba a levantar corría y le jalaba la silla. Cuando la Hope se iba a sentar corría y le ponía la silla. Un hombre fino, educado. Si podía poner almohadas para que no pisara el suelo, le ponía. En las tres noches que estuvimos se miraba que darle un beso en la frente era un gozo para él”, dice.
Luego de casada con Baldocchi —dice Marta Lorena—, ella era diferente. Más feliz y menos reservada. Había bajado un poco las murallas que la rodearon durante toda su vida.
Luchó por dos años contra el cáncer. Lo hizo sin llantos, sin quejidos, siempre serena, siempre estoica. Y no dejó de hacer lo que más le gustaba junto a su esposo: viajar. “El coraje se le veía. Muy valiente frente a la enfermedad. A ella no le gustaba dar lástima. No se quejaba. Aguantaba”, dice Nicolás López Maltez, quien la visitó en el hospital. Aguantó hasta el 5 de octubre de 1991.

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Sobre la orilla del Xolotlán está erguida una de las obras más importantes que hizo Hope Portocarrero. Un gigante de 3,600 metros cuadrados hecho con 25 mil toneladas de cemento: el Teatro Nacional Rubén Darío.
Fue inaugurado el 6 de diciembre de 1969, después de cinco años de trabajo. Aquella noche que abrió sus puertas al público, el diario estadounidense The New York Times lo calificó como “el mejor centro para las presentaciones escénicas en Latinoamérica”. Sin embargo, la construcción de aquel lugar al que llamaron “elefante blanco” ocurrió en medio de fuertes críticas por la fastuosidad que representaba. Era un sitio pensado para artistas internacionales y para la clase alta nicaragüense. El día de la inauguración hubo una protesta en las afueras del edificio. “Cuando tantos hombres viven sumergidos en la ignorancia, cuando aún quedan por construir tantas escuelas, hospitales, viviendas”, decía el comunicado de los protestantes.
El Gobierno fue uno de los grandes contribuyentes para la construcción del Teatro, también hubo otros donantes y a la vez la ex primera dama realizaba actividades.
Ese era el mundo de Hope Portocarrero. Lo suyo eran las artes, la pintura, la danza, las obras benéficas.
El historiador Roberto Sánchez dice que era muy activa, que siempre se le veía dirigiendo eventos sociales con el fin de recaudar fondos. “Cuando recogíamos para el Teatro ella mantenía a vista del público cómo iban subiendo las contribuciones”, recuerda su amiga Marta Lorena.
“Doña Hope despertaba generalmente un sentimiento de simpatía y respeto hacia ella por su personalidad atractiva, así como por las obras culturales y sociales que emprendió y realizó”, comenta por su parte el historiador Bayardo Cuadra.
Con una Sala Mayor majestuosa, con capacidad para 1,200 personas, el Teatro bien podría ser caracterizado igual que su propia creadora: sobrio y elegante.
Pero años antes de la creación del Teatro, una de sus obras fue la llamada Gota de Leche. “Esa fue su primera obra, eran los lugares donde las mujeres que trabajaban dejaban a sus hijos. Ahí los cuidaban, les daban alimentación”, explica Marta Lorena Calero.
Y cómo dejar de mencionar el Hospital del Niño. Se planeó que fuera inaugurado en marzo de 1979, pero esos meses se convirtieron en las vísperas del triunfo de la revolución sandinista. “Eso lo dejamos listo para funcionar hasta con las jeringas, todo quedó armado, con aire acondicionado, por desgracia no lo pusimos nosotros a trabajar, pero quedó listo”, dice Marta Lorena Calero.
La lista es larga. Un centro de salud, un centro de huérfanos, una clínica para mujeres... Pero nunca le gustaron los aplausos ni esos protocolos hipócritas.
Guillermo Areas Cabrera, gerente de la empresa encargada de construir el Hospital General Occidental, recuerda en un relato escrito que cuando buscaban qué nombre ponerle al hospital hubo quienes le propusieron: “¿Por qué no le ponemos Hospital Hope?”, pero ella respondió, según Areas: “Yo procuro hacer obras para el bien de Nicaragua, no para que lleven mi nombre”. No fue una mujer de masas, de figurar, de echarse flores. Y eso bien lo sabe José Adán Aguerri Hurtado, quien recuerda con claridad aquel día que le pidió: “Nunca hablés por favor de las cosas que yo hago por Nicaragua”.
En la política
Los familiares y amigos de Hope Portocarrero aseguran que nunca comulgó con la política. “Jamás hablamos de política, era una mujer que le gustaba hablar de poesía, de cultura, de historia, de arquitectura”, dice Omar D’León Lacayo, quien le dio clases de pintura por un tiempo. “No tocaba la política ni con un palo”, asegura su hijo Anastasio Somoza Portocarrero.
En sus años de primera dama fue presidenta de la Junta Nacional de Asistencia y Previsión Social.
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