La sorpresa militar de San Carlos

Reportaje - 08.05.2016
El ataque a San Carlos

En 1977 unos jóvenes de Solentiname asaltaron un cuartel en San Carlos sin percatarse de que la élite de la Guardia Nacional entrenaba a pocos kilómetros y la cacería contra ellos empezaría de inmediato

Por Julián Navarrete

La tropa salió después de la medianoche en tres lanchones con dirección a San Carlos, en la frontera con Costa Rica. Las gotas de lluvia nublaban a los tripulantes, cuando recibieron una llamada de alarma:

—Nos están atacando, ¡ayúdennos!

Los militares de los lanchones pertenecían a la Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería (EEBI), cuerpo militar élite de la Guardia Nacional, dirigida en persona por el hijo del dictador coronel Anastasio Somoza Portocarrero. El 13 de octubre de 1977 habían salido rumbo a San Carlos para simular un desembarco y liberar al pueblo de “fuerzas enemigas”.

Era una típica maniobra de entrenamiento en la que iban a ejecutar los 60 hombres que pertenecían a la “Compañía 23 piloto”, con la cual se graduarían después de entrenarse durante 16 semanas en terrenos secos y montañosos. La última misión era la zona pantanosa y por eso salieron de la zona de Morrillo.

Sin embargo, en una de esas extrañas casualidades que cambian el rumbo de la historia, este entrenamiento se convirtió en combate real después de aquella desesperada llamada que se escuchó por el radiocomunicador.

En medio del pantano los militares cargaban sus fusiles con balas de salva. De inmediato se comunicaron con el mando en Managua, que les confirmó el ataque en San Carlos y ordenó que se cambiaran las balas de salva por balas “vivas”. Al llegar, la primera orden fue: “persecución”. Sin embargo, los guerrilleros ya habían escapado.

“El general Somoza Debayle indicó algunos puntos por donde se podían escapar. Y efectivamente cuando nosotros llegamos, nos enteramos que por esas posiciones habían huido a Costa Rica”, dice el capitán de la Guardia Nacional, Justiniano Pérez, quien iba a cargo de la tropa.

La EEBI no cruzó disparos con los guerrilleros, quienes chocaron durante dos horas contra el comando de treinta hombres de la Guardia Nacional, internados en la fortaleza colonial. La unidad de combate llegó después y solamente rastreó la zona, mientras los guerrilleros huían hacia Costa Rica. El objetivo de los guerrilleros era trasladar al grueso de la tropa a Cárdenas, para reforzar a los insurgentes comandados por Edén Pastora y declarar el departamento de Rivas como zona liberada. Pero el plan fracasó.

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Alrededor de La Fortaleza, Alejandro Guevara escuchaba cerca los pasos del guardia. Miraba que un foco iba alumbrando entre los cocoteros húmedos por donde se abría paso. Faltaban pocos minutos para las 5:00 de la mañana cuando las campanas del pueblo repicaron y Guevara descargó su M-3 contra el hombre que cayó fulminado boca abajo, con el foco a pocos centímetros, alumbrando desde abajo al grupo de guerrilleros. Hubo ráfagas de balas por doquier. “Viva Nicaragua libre”, gritaban los muchachos, mientras bombardeaban. Así inició el ataque al cuartel San Carlos, el día que el Frente Sandinista entretejía tres ataques similares en otras partes del país: Ocotal, Granada y Chinandega.

Alejandro Guevara era el mayor de seis hermanos que ese día atacaron el cuartel San Carlos: Julio Ramón, Iván, Donald, Gloria y Miriam. Todos eran muchachos de Solentiname, formados ideológicamente por el padre Ernesto Cardenal, quien en ese momento se encontraba en Costa Rica.

El comando principal era liderado por los comandantes Ernesto Medrano “Chato” y José Dolores Valdivia “Marvin”, mientras que al grupo “Norte” lo iban dirigiendo los comandantes Plutarco Hernández “Cero” y Antenor Ferrey “Chop”.

Los comandantes que dirigieron el ataque esperaron a los guerrilleros en la finca La Loma, cercana a La Fortaleza. Tomaron café, descansaron y se cambiaron de ropas. A Julio Ramón Guevara le dieron un arma.

—Lo estábamos esperando, compañero —dijo el comandante “Cero”, un flacucho con la cara cansada— ¿ya revisó el arma?

—Ya ¿En qué posición voy a estar? Esto es una ametralladora y tengo entendido que voy a estar largo —contestó Julio Ramón Guevara.

—Usted va a estar como a veinte metros y es muy probable que entre a La Fortaleza en el asalto —le reveló “Cero”.

Julio Ramón Guevara después dijo que cometieron un error al darle esa orden: “Mi arma no era para entrar en asalto porque era pesada y larga. Un fusil ametralladora es para plantarse en un lugar como emboscadas. Para entrar en asalto son las escopetas cortadas, subametralladoras y pistolas. Eso entiendo. Me sorprendió mucho, pues, cuando dijo que iba a entrar en asalto, no por miedo, sino por la clase de arma que llevaba”, cuenta en el libro El asalto a San Carlos, una compilación de William Agudelo, que recoge los testimonios diez guerrilleros presentes en el combate.

Más de veinte guerrilleros llegaron a los alrededores de La Fortaleza, a bordo de una camioneta, que iba tan repleta que rechinaba contra el suelo. Aquí se produjo el combate.
Más de veinte guerrilleros llegaron a los alrededores de La Fortaleza, a bordo de una camioneta, que iba tan repleta que rechinaba contra el suelo. Aquí se produjo el combate.

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Los dos grupos guerrilleros abrieron fuego contra La Fortaleza y a la vez por el megáfono llamaban a que los guardias se rindieran. Los militares bajaban las escaleras contestando con fuego. Los guerrilleros estaban mejor ubicados y después de unos minutos creyeron que ya no había resistencia.

—Bueno ¡vamos al asalto, muchachos! —ordenó el comandante “Uno”.

El comandante Ernesto Medrano “Chato” y José Dolores Valdivia “Marvin” iban en la punta de lanza. “Chato” quiso tirar una granada, pero se le trabó y de inmediato buscó otra en sus bolsillos. El “clic, clic, clic” de una ametralladora se escuchó después, seguido de los quejidos del “Chato”, quien estiraba sus botas, cayendo boca abajo, con el pantalón roto y una gigantesca mancha de sangre. A “Marvin” también lo alcanzó otra ráfaga en una pierna.

Las balas no paraban. Los comandantes “Cero” y “Chop” se retiraron con la mayoría del comando “Norte”, pero algunos quedaron solos y fueron abatidos por los guardias. “Mucha de la culpa por los caídos la tiene la mala dirigencia. Ir al asalto, con esos viejos tirando allí; para mí fue un error de los más grandes; no sabíamos cuántos guardias eran”, dice Julio Ramón Guevara.

“Nos damos cuenta de que muchos compañeros se habían retirado con ‘Cero’ y nosotros no teníamos ni la menor idea de cuándo retirarnos, porque nos habían dicho que no habría retirada, de que solo para adelante íbamos. Y confiados en eso es que yo creo que nos quedamos”, dijo Felipe Peña. Después de dos horas de combate pidió que le pusieran la radio para saber qué había pasado con los demás ataques que se iban a ejecutar simultáneamente en Ocotal, Granada y Chinandega. “Y no había sucedido nada”.

De las casitas salió una muchacha toda nerviosa que les decía que se fueran, que a esa hora ya estaban los aviones y los helicópteros volando sobre San Carlos: “¡Váyanse, que la Guardia está bajando, está llegando ya al aeropuerto!”

Foto/ reproducción del Diario LA PRENSA
Uno de los helicópteros de la Guardia que sobrevoló San Carlos en busca de los guerrilleros. El centro de operaciones era la hacienda Morrillo, propiedad del general Somoza Debayle.
Foto/ reproducción del Diario LA PRENSA

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El orgullo de la Guardia Nacional estaba herido. Un día después del ataque en San Carlos, mediante un comunicado, informaron que sufrieron cerca de diez bajas. A esta cifra hay que agregarle que la noche del 12 de octubre de 1977 el Frente Sandinista atacó otro comando militar en Ocotal, Nueva Segovia, donde se produjeron otros seis muertos. “Diez muertos y diez heridos fueron las bajas que tuvo el Ejército en los enfrentamientos con elementos del Frente Sandinista de Liberación Nacional, ocurridos en las últimas cuarenta horas”, rezaba el comunicado de la Oficina de Leyes y Relaciones Públicas de la Guardia Nacional.

El general Humberto Ortega narra en su libro La epopeya de la insurrección que el plan estratégico del Frente Sandinista en 1977 se desarrolló durante nueve meses, en el cual se impulsaron entrenamientos, acopio de armas, levantamiento de información operativa, planes militares y la creación de tres frentes de lucha: Sur, Norte y Litoral Pacífico.

El 9 de octubre de ese año Daniel Ortega y Víctor Tirado encabezaron el Frente Norte, que pretendía tomar el cuartel de Ocotal. En esos días coordinaron ataques en San Fabián, Mozonte, San Fernando, Lisupo, El Volcán y la hacienda Mi ilusión, que fueron acompañados de mítines de la población y produjeron numerosas bajas a la Guardia. Camilo Ortega se encargó del Frente del Litoral Pacífico, que el 17 de octubre ejecutó un ataque en Masaya.

“Con la exitosa actividad militar del Frente Norte y con la incorporación en el escenario político nacional e internacional del Grupo de Los 12, se logra amortiguar el fracaso del intento insurreccional de octubre. Los audaces ataques en San Carlos, Cárdenas, Masaya y los retenes fortalecen el estado anímico y moral del sandinismo, que observa que es posible golpear a la Guardia Nacional en sus fortalezas urbanas”, explica Humberto Ortega.

Justiniano Pérez, quien fue el segundo al mando de la EEBI, dice que el objetivo del Frente Sandinista era distraer a la Guardia con la toma de un pueblo aislado como San Carlos, que no era accesible por carretera y provocar concentración militar en Rivas, mientras los frentes Norte y Pacífico ganaban territorio. “La Guardia no tenía unidades de combate. Y el plan de ellos tenía sentido, porque la Guardia no tenía cómo defenderse. A partir de ese momento, se asignó a la EEBI cualquier operación de rescate”.

A pesar de que los guerrilleros fracasaron con la toma de San Carlos, la escaramuza sirvió para que en los siguientes meses el Frente Sandinista ejecutara distintos ataques en Masaya y Rivas, la ofensiva de septiembre de 1978, el asalto al Palacio y otros operativos en el norte, que dieron pie al triunfo del FSLN en 1979.

Justiniano Pérez dice que la estrategia sandinista funcionó al trasladar los ataques de la zona rural a la zona urbana, donde la Guardia Nacional no tenía estrategia de contingencia. “Al final la EEBI fue asignada para contener al Frente Sur, que era un punto estratégico, y no se pudo auxiliar en otros puntos como en Jinotega y Matagalpa, que estaban siendo asediados. Su estrategia funcionó porque cercaron poco a poco y declararon libre a León, Matagalpa, hasta los últimos días que el general Somoza huye y nos quedamos sin mando”.

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“ Cuando llegamos al tieso, que es frente a San Carlos, oímos los cachimbeos. Nos volaron bala del río San Juan y de parte del Río Frío que allí hace un ángulo a la salida de San Carlos. Seguimos caminando y miramos hacia La Loma”, recordó Julio Ramón Guevara, uno de los siete guerrilleros que estaban juntos y con vida, un día después del ataque. “Hasta esa hora supimos que faltaban cinco: Emiliano, Laureano, Elvis, Donald y Felipe”.

Días más tarde, los siete guerrilleros supieron que Elvis Chavarría y Donald Guevara habían sido capturados y luego fusilados. Emiliano Torres y Laureano Mairena se habían perdido en la escapada, mientras que a Felipe Peña lo apresaron para torturarlo y obligarlo a confesar todos los pormenores del ataque: “Me tuvieron amarrado allí afuera en una parte donde me daba el sol y me caía la lluvia. Allí me orinaba, dormía en los orines hediondos. Estaba todo ensangrentado, la cabeza rajada y la herida del balazo que tenía también; en la cara tenía tres heridas que me habían hecho a patadas y culatazos”.

Los refuerzos de la Guardia llegaron desde Managua un día después. Esa demora era la estrategia a la que apostaron los guerrilleros. Sin embargo el arribo inesperado de la EEBI desarticuló todo el plan, al auxiliar al cuartel de inmediato. Después de desembarcar en San Carlos, los soldados se dirigieron a La Fortaleza, donde encontraron los destrozos y los cuerpos de ambos bandos tirados.

El grupo en el que iba Gloria Guevara se escondió entre las ramas y la maleza pero sintió temor: “Al rato oímos un ruido de bote y unos disparos de ametralladora y creímos que habían matado a los muchachos. Después sabríamos que los tiros habían sido disparados al bote donde venía Charpentier, el ministro de Seguridad tico”.

Gloria Guevara se refiere al día siguiente del ataque, cuando el ministro de Seguridad de Costa Rica, Mario Charpentier, realizaba una inspección en la zona de Los Chiles sobre el Río Frío, y las aeronaves de la Fuerza Aérea Nicaragüense empezaron a bombardear las lanchas que lo acompañaban. “El Gobierno de Costa Rica acusó la violación de su territorio por aeronaves nicaragüenses, que en la mañana de ayer lo incursionaron y dispararon contra varias lanchas que se desplazaban cerca de la línea fronteriza”, se lee en una nota publicada por la agencia de noticias EFE.

El incidente del ministro Charpentier provocó un choque diplomático entre ambos países. “Los sandinistas que caigan en manos del Gobierno de Costa Rica jamás serán entregados a Nicaragua”, advirtió el canciller costarricense Gonzalo J. Facio. “Necesitamos vivir en paz y con seguridad y la única manera de conseguirlo es respetando el principio de no intervención. Para poder exigir que nadie se meta en nuestros asuntos”.

“La verdad es que si alguien trata de huir, uno tiene que dispararle. Por otra parte, puedo informar que la Guardia Nacional hace labores de limpieza, que la zona está tranquila y que el patrullaje continúa por agua y tierra”, contestó Heberto Sánchez, ministro de Defensa de Nicaragua. “¿Qué hace usted cuando alguien viene a agredirle a su casa? ¿No es acaso defenderse? Pues ese es el caso”.

Ya en territorio costarricense los siete insurgentes caminaban, huyendo bajo el asedio de los aviones de la Guardia. Llegaron hasta la hacienda de una señora que conocían y ahí comieron y descansaron. La noticia no tardó en esparcirse como piezas de dominó cayendo, y de inmediato, las autoridades de Costa Rica los rodearon. “Si ustedes no han querido entregarse es porque son unos tontitos. Nosotros los vamos a proteger”, les dijo un policía costarricense.

“Curaron a los muchachos las heridas de los pies y les dieron café con un poquito de atún y galletas, y nos metieron presos en una cárcel que ellos tienen con dos centinelas. Era la primera vez que dormíamos bajo techo, sin mojarnos, ya secos, aunque fuera preso”, dijo Alejandro Guevara, quien pidió que los llevaran a San José, donde pidieron el asilo otorgado por Costa Rica.

Foto/ reproducción del Diario LA PRENSA
En la foto se aprecia a miembros del Ejército de Costa Rica que aterrizaron en la hacienda Los Chiles para resguardar después del ataque sandinista, que produjo la persecución de la Guardia por toda la frontera.
Foto/ reproducción del Diario LA PRENSA

Denuncia ante OEA

El 16 de octubre de 1977 Nicaragua pidió a los países fronterizos, Honduras y Costa Rica, que tomen medidas para evitar que sus territorios fueran utilizados para perpetrar ataques contra el gobierno nicaragüense. En ese momento, el embajador nicaragüense ante la Organización de Estados Americanos (OEA), Guillermo Sevilla Sacasa, afirmó que los grupos de guerrilleros que atacaron a la Guardia Nacional operaban desde Honduras y Costa Rica. “Tales ataques los realizaban elementos con vinculaciones al marxismo-leninismo, que ya sabemos dónde tienen su principal madriguera”. Sevilla Sacasa pidió “cooperación amistosa de nuestros gobiernos”. El embajador nicaragüense informó que 18 miembros de la Guardia Nacional murieron en los ataques del Frente Sandinista de Liberación Nacional en las localidades de San Fabián y San Carlos.

“El triunfo de los bárbaros”

El entonces arzobispo de Managua, monseñor Miguel Obando y Bravo, dijo que “para lograr la paz auténtica, tenemos los nicaragüenses que defender, cuidar y promover la vida. Cuando vemos tantas vidas truncadas, tanta sangre derramada de una y otra parte, cuando contemplamos a numerosas madres que perdieron a sus hijos, a esposas que lloran porque perdieron a sus maridos y a niños que sufren porque la muerte violenta segó la vida de sus padres. Nos preguntamos: ¿cuándo terminará el triunfo de los bárbaros?”

Pedro Joaquín Chamorro, director de LA PRENSA, advirtió el 19 de octubre de 1977, dos años antes de que el régimen somocista fuera derrocado, ante la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), que el pueblo de Nicaragua estaba contra Somoza. “Se apresura la agitación, el levantamiento, la insurgencia en todo sentido”.

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