La Navidad de 1981, unos ocho mil indígenas fueron desplazados a la fuerza por el Ejército sandinista y obligados a vivir en campos de concentración. “Eso fue como una película de Hitler y nosotros éramos
los judíos”, relata una de las víctimas
Por Abixael Mogollón G.
A orillas del río Coco un grupo de hombres cava sus propias tumbas. Es de madrugada, hace frío y están llenos de lodo. Soldados del Ejército Popular Sandinista (EPS) les alumbran con débiles lámparas y les apuntan con fusiles AK-47. Algunos tratan de ocultar sus lágrimas mientras en silencio siguen sacando paladas de tierra.
De repente se escucha un ruido que viene de la montaña, los soldados se ponen nerviosos y apuntan con sus amarillentas luces en dirección a los árboles. Esas décimas de segundo son aprovechadas por Tomás Spelman Bell, el joven miskito originario de Bismuna, para salir corriendo río abajo y, a como puede, logra esquivar la ráfaga de balas que casi le muerde la espalda.
Tomás se pierde en aquella noche sin luna y varios días después llega hasta Honduras. Nunca volvió a ver a los hombres que se quedaron paralizados con las palas en las manos, mientras él corría para salvar su vida.