El mejor locutor deportivo que Nicaragua ha visto era hijo de árabes palestinos, refinado y con fama de pinche. Así recuerdan al legendario “turquito”
Por Amalia del Cid
El 25 de enero de 1975 fue sábado. El clima estaba fresco en la ciudad de Estelí, perfecto para inaugurar un campeonato nacional de beisbol, y tras la mesa de los locutores temblaba el novato Carlos Reyes. Abrió la boca para empezar a describir el ambiente y los dientes le rechinaron. Dijo que había frío, pero no era cierto. Tiritaba de nervios porque a su derecha, a dos lugares de distancia, estaba sentado su ídolo; un hombre flaco y desgarbado que lo miró como se mira a una araña o a un ornitorrinco.
“Como animal raro”, dice Reyes, recordando el día que conoció a Sucre Frech, hasta hoy el mejor locutor deportivo que Nicaragua ha producido. Un título que nadie discute.
Sucre era el “turquito” para los amigos y el “turco bruto” cuando se equivocaba adrede para provocar los reclamos del público en los estadios, narrando un bola más o un strike menos y corrigiéndose enseguida con un: “¡Ahhh, yo pensaba que no me estaban oyendo!”. Tenía una conexión única con la gente y su voz clara reinaba en el espectro radial, de donde no pudieron destronarla las voces de locutores importados para competir por audiencia.
Llevaba invariablemente camisa de mangas largas, pantalón “de vestir” y sobre la nariz ganchuda unos gruesos lentes. Tenía los ojos vivaces de las personas inteligentes y con ellos estudió al novato ese 25 de enero.
Junto a Sucre se encontraba Armando Proveedor, pues ambos narraban para la Estación X, y también dirigió la mirada hacia el muchacho tembloroso, pero eso a Carlos no le importó. “Que Proveedor me quedara viendo, estaba bien —recuerda—. Pero me estaba viendo también Sucre, a quien yo idolatraba”.
Sucre Frech se ganó al público tanto en la radio como en el teatro, porque además era actor. Sin embargo, pasaba una cosa extraña: a él, en realidad, no le gustaba estar entre la gente. Sentía verdadero pavor por las multitudes y después de cada partido procuraba ser el primero en salir del estadio, cuenta el cronista Edgar Tijerino, quien fue su amigo.
Pero sí le gustaban los juegos de niños, como bailar trompos y elevar lechuzas; los caballos, el negocio, los libros y las apuestas. Odiaba el ajo y la cebolla y tenía fama de pinche. Así era el legendario hombre de “la pelotita, la pelotita, la pelotita...”.
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Antes de empezar esta historia, que es la historia de Sucre Frech Frech, es preciso hablar de sus padres, porque aunque Sucre nació y murió en Nicaragua, sus raíces estaban en Palestina, en un pequeño pueblo llamado Belén. Ese que es tan famoso en Navidad.
Los árabes palestinos Moisés Frech y Burbara Frech dejaron el terruño ahí por 1918, en los últimos años del Imperio otomano, y migraron a Nicaragua con pasaporte turco, para establecerse en la ciudad de Masaya, donde ya se habían asentado otros Frech. Tuvieron ocho hijos, Sucre fue el quinto. “Ahí creció él, en una casa cercana al parque San Jerónimo, y luego hizo su carrera en Managua”, cuenta Sucre Antonio Frech Zablah, el menor de los tres hijos de Sucre Frech Frech.

Entre más grande es la leyenda, más fabulosos son los mitos que la rodean y Sucre no podía ser la excepción. Abundan las historias sobre cómo empezó su carrera de narrador y algunas, de dudoso origen, se remontan a su infancia en Masaya. Cuentan que cuando se jugaba beisbol en la ciudad, el pequeño Sucre recogía un palo del suelo y jugaba a que el palo era un micrófono y él un gran locutor. “Pero la gente dice que es mentira”, aclara Sucre Antonio.
En enero de 1991, cuando Sucre murió traicionado por su propio corazón, el periodista Julio César Armas relató dónde comenzó exactamente el idilio del turquito con el micrófono. “Finalizada la Segunda Guerra Mundial, en La Voz de América Central, de don José Mendoza Osorno, se transmitía La Hora Árabe, cuyo director era don Salomón Zarruck, quien hacía comentarios con otros paisanos. Sucre llegaba con don Salomón y leía las noticias internacionales”, detalló en su artículo El Sucre que conocí.
En La Voz de América Central, Sucre conoció a Julio Orozco, coordinador de las transmisiones deportivas de la emisora, y se hizo su amigo. Tan pronto estrechó amistad con Julio, le dijo: “Socio, a mí me gusta el micrófono para narrar beisbol, dame un chancecito”. Y Julio, que había reconocido de inmediato su “timbre de voz microfónica”, habló por él ante don José Mendoza, quien dio el visto bueno y orientó que le asignaran “del quinto inning en adelante”.
Llegó el sábado y Sucre apareció puntual, a la 1:00 de la tarde. René “el Chelito” Cárdenas, estrella de la radio, narró las primeras cuatro entradas y en la quinta entró el novato, hecho un manojo de nervios, pero animado y apoyado por el propio Chelito, por Julio Orozco y por Orlando Meza Lira, cantante de tangos y gran locutor.
“Desde el primer momento impresionó la narración por su claridad en la dicción y el timbre de voz. No se le quedó atrás al Chelito”, relataría Orozco muchos años más tarde, para el obituario de Sucre.
Sin embargo, lo que hizo de Sucre Frech una leyenda no fue precisamente su voz, afirma el cronista Edgar Tijerino. Él lo conoció en el Mercado Central de la vieja Managua, donde el turco tenía un negocio de frutas y poterías.
“Mi papá me lo presentó”, recuerda. “Yo crecí escuchando a Sucre... ¿Qué tenía él que lo hacía especial? Una palabra muy común: carisma. Logró meterse en el corazón de la gente, consiguió una facilidad de descripción que era muy importante, describía prácticamente todo lo que miraba, algo que hace falta hoy”.
Aplicaba también una regla de oro de los buenos cronistas: “No guardés en la cabeza lo que podés andar en el bolsillo”. “Sucre sabía lo esencial”, afirma Tijerino. Todos los domingos por la noche buscaba el comunicado con los números de los partidos del día y solo así dormía tranquilo, listo para su programa La Pelotita, que se transmitía por la mañana de lunes a sábado.
Fuera de los números de rigor, se permitía a sí mismo la libertad de agregar detalles de su propia invención, sobre todo cuando hacía transmisiones. “Inventaba, le metía cosas. Tenía mucha chispa para inventar situaciones de ambiente. El otro día en San Petersburgo no había nadie y él tenía el estadio lleno. Le valía un pito”, ríe Tijerino.
O bien, narrando una pelea de boxeo desde Inglaterra, se ponía a decir frases en inglés en escenarios imaginados. Como este: En un momento álgido del combate, Sucre Frech quiere meterse al ring, pero la Policía no lo deja pasar, entonces exclama, desesperado, casi sin aire: “Mister policeman, mister policeman, please, please!’. Pero estaba actuando porque la actuación era parte de su vida”, comenta Carlos Reyes.
Como ya se verá, después de encontrar a su ídolo en Estelí y ser visto como “animal raro”, Reyes protagonizaría una guerra radial con él y años más tarde sería su colega en Radio Corporación. En ninguna de esas etapas disminuyó su admiración por el rey del micrófono.
“Tengo 68 años y no he conocido a nadie, a nadie, que se acerque a Sucre en capacidad descriptiva y talento para manejar una transmisión”, sostiene. “Tenía chispa, emocionaba, no solo era locutor, era actor, hacía teatro. Te hacía vivir como que era televisión. Si una mosca pasó, te lo decía. Y hacía cosas para provocar que la gente dijera algo, hacía exaltación a los bustos de las mujeres en el lado de Holanda, y me decía: ‘No borrés eso a la hora de la repetición’. ‘Pero Sucre, doña Nany (su esposa) va a decir algo’. ‘No, la Nany ya sabe’”.
Era indiscutiblemente el mejor narrador de beisbol, pero en boxeo había “otros que eran mejores que él”, admite Reyes, hoy presidente honorario de la Asociación de Cronistas Deportivos de Nicaragua. Sin embargo, dice, aunque Sucre no era el mejor, era el que más emocionaba y convertía cada pelea en un espectáculo.
“Parecía que se iba a morir (de la emoción) y después salía tranquilo”, cuenta Tijerino. Y Reyes recuerda que allá en los años ochenta, “en una de esas peleas se exaltó tanto que el cardiólogo llamó por teléfono a su familia”, para alertarla. Después “su hija Patricia me llamó a mí para que a través de la radiocomunicación le dijera que lo oían muy alterado, que se calmara porque le podía dar un infarto”, relata. Pero Sucre respondió sereno: “Hombré, decile a la Patricia que la Nany y el doctor saben que yo soy un artista”.
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La Nany se llamaba Adriana Zablah-Touché, y también era de ascendencia árabe palestina. En las viejas fotos familiares se le ve grácil y elegante, como una actriz de la época de oro. Y a su lado, flaquísimo, siempre está Sucre, siete años menor.
Como nada podía ser simple en la vida de Sucre Frech, también fue extraordinaria la forma en que se topó con su futura esposa. Ambas familias eran de Belén, pero allá no se conocían. Los Zablah salieron de Palestina y se asentaron en Santa Tecla, un pueblo cercano a San Salvador; mientras los Frech se establecían en Masaya. Adriana nació en El Salvador; Sucre, en Nicaragua. Y así crecieron, ignorando cada uno la existencia del otro.
Sucedió que en el año 1955, o tal vez haya sido el 54, se enfermó doña Burbara y sus hijos decidieron que Sucre debía acompañarla a una clínica en Nueva Orleans, Estados Unidos. “Da la casualidad de que también se enferma mi abuela por parte de mi mamá y pasa lo mismo, a mi mamá la mandan con mi abuela a la misma clínica. Ahí se conocieron, ahí se enamoraron, lo que es el destino”, dice Sucre Antonio.
En la casa Sucre mandaba con mano de hierro, aunque al final quien tenía la última palabra era doña Nany. Era duro, de la vieja escuela, y más de una vez sus hijos Mauricio y Sucre Antonio probaron su cinturón. Sus reglas se respetaban y nadie podía, por ejemplo, andar en la calle a la hora de la cena, que era sagrada. Incluso cuando él estaba lejos, en alguna transmisión, la familia se sentaba en torno a la mesa para cenar escuchándolo en la radio.
Entonces el turquito aprovechaba para regañar públicamente a sus hijos, sobre todo a Sucre Antonio, Tonito, el más rebelde. “Nany, ¿ya se durmieron esos chavalos?”. “¡Tonito, tomate la leche!”. “Tonito, ponete a estudiar”. Y al día siguiente, en la escuela, Tonito era blanco de las burlas de sus compañeros de clase. “Me decían qué barbaridad tu papaaaaa, Tonito, Tonito, Tonito”, recuerda entre risas.

Aunque de niño era casi esquelético, sus amigos lo apodaron Pelotita, en honor al programa radial de su padre y a la frase que Sucre solía exclamar cuando un bateador se ponchaba: “Le tiró y no le dio a la pelotita, la pelotita, la pelotitaaaa...”. Todavía hoy, a sus 57 años de edad, hay amigos que le escriben al celular: “Pelotita, mirá... tal cosa”.
Cuando terminaban las temporadas beisboleras, la familia recuperaba a Sucre. En Las Colinas, donde recibía a escasos amigos, se la pasaba en camisola blanca, pantalón pijama y pantuflas de cuero. Le gustaba estar en casa, excepto cuando se freía ajo o cebolla. Percibía el olor desde la puerta de entrada y gruñía: “Mmmmm, ya están cocinando con eso”. Tan grande era su aversión por estas plantas, que debían prepararle su comida aparte.
Era “chavalero”, recuerda su hijo. No tenía el menor reparo en arrojarse al piso para jugar con una pista de carritos o para tirar chibolas. Les enseñó a sus hijos complicados movimientos de trompo y les compraba lechuzas de papelillo, con las que él también jugaba cuando los llevaba al mar. Sucre no sabía nadar, se quedaba en la orilla, en silencioso respeto; él prefería el campo y los caballos.
De hecho tuvo uno de carreras, al que primero nombró Goyito y después Pepsi Cola, cuando se dio cuenta de que tener un caballo salía más caro que tener un hijo y que iba a necesitar patrocinio. Una vez rebautizado el equino, el turquito se arregló con la famosa embotelladora para que lo apadrinara y Anastasio Somoza García “no volvió a ganar una carrera” en el hipódromo, asegura Sucre Antonio. “Había una rivalidad entre mi papá y Tacho viejo, pero se llevaban bien, porque mi papá no se metía en política”, cuenta.
En la intimidad de su casa Sucre también se permitía ser actor. La actuación fue su mayor pasión, sostiene su hijo, y la tuvo presente en todas las esferas de su vida. Sus amigos recuerdan que amaba particularmente la obra Don Juan Tenorio, de José Zorrilla, por mucho que él estuviera lejos de parecerse al protagonista. Se sabía los diálogos de memoria y estando en familia improvisaba pequeñas obras de teatro, asignando personajes del libro a su esposa y sus hijos.
Leía mucho, pero el texto que siempre iba con él era el de Don Juan Tenorio. Y lo citaba con frecuencia en sus programas de radio, comenta Edgar Tijerino.
Respecto a la fama de pinche de Sucre, Carlos Reyes cuenta un par de anécdotas. Como que en una ocasión, el turco muy preocupado le dijo: “No vas a creer que la muchacha y el chofer están bajando los mangos y comiéndoselos, ya los regañé”. “¡Qué barbaridad, dejalos que se los coman!”, replicó Carlos. Y Sucre habría respondido: “¡Pero si el árbol de mango es mío!”. O bien que una vez, estando en cobertura en Panamá, algunos cronistas de la delegación nica se fueron a comprar uvas y manzanas para tenerlas en el hotel; la cuenta salió a 2.15 dólares por persona y cuando Sucre lo supo, exclamó: “¡Qué barbaridad! ¿No me van a invitar?”.
Al final —dice Carlos—, Sucre pagó dos dólares y cuando él le pidió el faltante, le reclamó:
—¡Qué barbaridad cómo te fijás en 15 centavos!
—¡Pues porque vos te fijás en cinco!
Sin embargo, otras personas lo recuerdan “generosísimo”. Entre ellas Myriam Hebé, su compañera en las obras del Teatro Experimental de Managua. Y Tijerino afirma que “a pesar de que tenía fama de pinche”, a él nunca lo dejó pagar.
Sucre fue el narrador mejor pagado de su tiempo. Según Tijerino, ganaba un salario de cinco mil dólares de la época. Pero casi todo ese dinero iba para su casa, asegura su hijo, y bromea diciendo que en realidad la que más escatimaba en gastos era doña Nany.
Cuando su papá murió, el hogar se vino abajo, dice Sucre Antonio. Él era la columna de la familia y perderlo fue como “quitarle el pilar principal a la carpa de un circo”. Durante los primeros años, mientras tuvo fuerzas, la Nany lo visitó una vez a la semana en el Cementerio General, y le pagaba a una señora para que mantuviera flores frescas sobre su tumba.
Al fallecer ella, los sepultaron a ambos en Sierras de Paz. Ahí el epitafio de Sucre es el mismo: “Vivió y murió por el deporte”.
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La guerra pública entre Carlos Reyes y Sucre Frech empezó algún tiempo después de su encuentro en Estelí. Sucedió que había dos ligas de beisbol paralelas: la Esperanza y Reconstrucción y la Roberto Clemente. Radio Corporación cubría la primera y Estación X la otra. Carlos trabajaba para la Corporación y Sucre para la Estación X. Las condiciones para el pleito estaban servidas.

“La de José Somoza era la Liga Esperanza y Reconstrucción y la Roberto Clemente la manejaba Carlos García, con apoyo de Adonis Porras, presidente del Comité Olímpico y hombre de confianza de Anastasio Somoza Debayle. Dos hermanos manejaban las ligas. Y había dos campeonatos, dos Chinandegas, dos Leones, dos Granadas, dos Bóer. Unos más débiles que otros. Pero Sucre en ese momento, al lado de la gente de Tacho y Carlos, iba en contra de la Liga Esperanza y Reconstrucción y decía que esa era una liga basura”, relata Carlos, sentado tras el escritorio de su oficina en el Instituto Nicaragüense de Deportes (IND).
Un mal día —o quizás bueno, según se vea— el joven Carlos entrevistó a Heberto Portobanco, miembro de la Liga Esperanza y Reconstrucción, y este “se salió de sus casillas”. “Al final de la entrevista me dijo: ‘Doctorcito, quiero hablar algo, mire gracias por la oportunidad porque el turco no nos va a permitir que nos defendamos, todos los días él despotrica y nos dice liga basura’ y comienza el ataque...”.
Como consecuencia, Sucre llamó a la radio para quejarse, pero la Corporación le dio luz verde a su locutor. Ahí comenzó todo. En adelante, durante algunos meses, llamaría a Carlos “advenedizo, gitanillo y todo lo que se le ocurrió” y, según Reyes, lo más grave fue cuando dijo que “atacar a Sucre Frech era atacar a Estación X y atacar a Estación X era atacar al dueño de Estación X”, que era Somoza Debayle. “Yo solo le dije que yo no me andaba refugiando en nadie, que miedo no le tenía, que no se escudara en el dueño de la Estación X”, asevera.
La gente esperaba “los bonches”. Ya se sabía que los domingos por la noche, en la Semana Deportiva, venía “el riendazo” de Carlos contra Sucre. Y que a la mañana siguiente, el turco le respondía en su programa La Pelotita.
Pero llegaron los años ochenta y a pesar de la popularidad y los éxitos de Sucre Frech en radio y televisión, “el nuevo gobierno sandinista prescindió de sus servicios”, un detalle que el legendario locutor dejó escrito en su curriculum vitae, dictado dos días antes de su repentina muerte. Fue entonces que el propio Reyes habló de su situación ante los dueños de Radio Corporación.
Fabio Gadea Mantilla lo mandó a llamar, acordaron las condiciones de su contratación y Sucre solo expresó una duda: “¿Qué piensa Carlos de esto?”. Cuando le explicaron que su antiguo “enemigo” había sido el de la idea de llevarlo a la emisora, dijo: “Ah, bueno pues”. Y esa tarde, cuando Carlos volvió de una cobertura en Ocotal, don Fabio le comentó: “Sucre te dejó saludos”. Después de eso comenzaron a trabajar juntos y jamás se tocó el tema de aquella guerra radial.
Sin embargo, Carlos estaba agradecido de que Sucre lo haya tomado en cuenta como contrincante. Para entonces el turco ya era, y por mucho, el mejor narrador deportivo en la historia de Nicaragua y Carlos Reyes era un novato. “Sucre me levantó las acciones”, se ríe ahora.
Enero fue un mes especial en la vida de Sucre Frech. En enero de 1956 se casó con doña Nany, el 10 de enero de 1977 sufrió su primer infarto y el 28 de enero de 1991 se fue de este mundo, a la edad de 65 años. Las dos primeras fechas fueron escritas a máquina en su currículo; la última aparece garabateada al final, con lapicero y acompañada por una breve frase: “Falleció en Managua”.
Para entonces llevaba seis años apartado de los micrófonos, después de una intervención quirúrgica en el corazón, pero había hecho algo que las personas que lo querían consideraron un tremendo error: aceptó el cargo de ministro de Deportes en el gobierno de doña Violeta Barrios de Chamorro. Todavía lo pensó algún tiempo antes de decir que sí y si le hubieran dicho que era el puesto de “director”, habría declinado la oferta, afirma Tijerino. Pero le dijeron que sería “ministro” y a Sucre “le gustaban esas cosas”, era refinado y se sentía bien entre la clase alta.
Nadie duda que fue ese cargo lo que lo mató. En su nuevo trabajo las tensiones estaban a la orden del día, pues era una época de transición luego de diez años de revolución y guerra. Además, a la rebeldía de algunos cuadros bajos, se sumaron ciertas anomalías. Sucre sabía que en el ministerio “se estaban autorizando cosas al margen de él”, asegura Reyes. Por eso “encomendó una auditoría privada, porque estaban pasando cosas raras, pero no se logró hacer, porque él muere”.
Tantas eran las tensiones en su cargo, que unas horas antes de morir tuvo una discusión con su amigo Tijerino. “Prestaron el estadio para una carrera de caballos y yo lo ataqué, entonces me llamó”, recuerda el cronista. “A la mañana siguiente... la noticia, pero nada que ver, estoy seguro de que ni se acordaba”. No era hombre de rencores.
Lo hallaron acostado, con una mano bajo la mejilla, como acostumbraba dormir. Por eso su familia cree que murió sin dolor. Estaba solo en casa cuando sufrió el infarto, pues sus hijos varones vivían en Miami, Patricia estaba en México y doña Nany se recuperaba de una cirugía en Estados Unidos.
Se hizo algo tarde y la muchacha de la limpieza tocó la puerta de su habitación. Él no salió y ella no quiso abrir, porque sintió miedo. Sucre no contestaba. Llamaron del Instituto de Deportes y la empleada dijo: “No se ha levantado”. Entonces llegó una delegación a su casa, para averiguar qué pasaba.
“Fue un infarto fulminante”, dijo el doctor que practicó la autopsia. Y aseguró que Sucre solo podía haberse salvado “en un hospital de Estados Unidos y con un corazón al lado” para recibir un trasplante.
La propia doña Violeta se encargó de dar la noticia a la familia. La presidenta llamó por teléfono y le contestó Sucre Antonio. Doña Nany vio la tragedia en el rostro de su hijo y preguntó sin esperanzas: ¿Tu papá, verdad?
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“¡Doble play! ¡Doble play! Señores, ya no se puede hablar aquí. El griterío es ensordecedor. (…) La línea fue a las manos de Jarquín. Isasi fue atrapado en segunda para el doble play milagroso que le da la lechada al equipo cubano y ¡Julio Juárez se cubre de gloria! (...) Dos a cero Nicaragua derrotó a Cuba. Los cubanos felicitando en estos momentos al equipo de Nicaragua por la brillante victoria que acaban de obtener, ¡limpia, inmaculada, irrefutable! (...) Los nicaragüenses lograron blanquear al campeón mundial. ¡Se anticipa la celebración de la Gritería! Dos a cero Nicaragua derrotó a Cuba”.
Aquel enero sonó la voz de Sucre Frech en los magnavoces del Estadio Nacional de Beisbol. Se escuchaba su narración del célebre partido que Nicaragua jugó contra Cuba en diciembre de 1972, mientras sus restos eran llevados en hombros hacia el cementerio.
Sonaron antes las notas del Himno de la Alegría y el cardenal Miguel Obando ofició una misa en el estadio. Luego “miles y miles de personas se desplegaron a lo largo de la calle 15 de Septiembre, al tiempo que las trompetas ejecutadas por miembros del Cuerpo de Bomberos anunciaban que el cortejo fúnebre había comenzado. A las 6:15 minutos de la tarde, con los últimos destellos del crepúsculo vespertino, las entrañas de la tierra acogieron en su seno los restos del popular turquito. Hasta la vista Sucre”, narró Gerardo López en el diario La Prensa el 30 de enero de 1991.
El hombre regresó a la tierra. Pero no se puede sepultar una leyenda.
Adriana, la Nany

“Lo mejor que me ha pasado en mi vida es haberme casado con doña Rosa Adriana Zablah-Touché. He sido muy feliz, a tal punto que si ella ya se hubiera muerto yo también lo estaría, no concibo el vivir sin ella. Nos casamos para la inauguración del beisbol profesional en el 56 y no estuve presente a pesar que era uno de los promotores. Ella ha sido mi ángel de la guarda”, le comentó Sucre Frech a Edgar Tijerino en una entrevista realizada en abril de 1990 y republicada en 2010 con el título “Así era Sucre”.
Antes de conocerla había sido “muy mujeriego”, afirmaba Sucre. “Obligado, porque las mujeres me perseguían. No sé qué me miraban las mujeres, pues andaban detrás siendo yo un tipo feo, flaco, horroroso con 1.76 metros de estatura y 110 libras encima. Tuve enamoradas y novias de muy buena posición”, le dijo divertido a Tijerino.
A Adriana tuvo que conquistarla. “A lo mejor se enamoró por mi habilidad para convencerla y algunos secretos masculinos que cada uno de nosotros tiene”, relató en esa ocasión, con tono jocoso.
Y contó esta anécdota: “Una vez estando en Italia narrando beisbol, dije en el aire: ‘en este momento van pasando frente a mis ojos dos monumentales mujeres, qué mujeres más guapísimas, qué barbaridad’. Armando Proveedor, que estaba a mi lado, me dijo: ‘Ya estás ciego Sucre, ¿no ves que son tu mujer y la de Carlos García?’. En ese momento terminé de convencerme que mi mujer era guapísima”.
Cuando en 1984 fue sometido a una cirugía a corazón abierto durante siete horas (para implantarle tres by-pass), no sintió miedo. “Tenía dos opciones, o me operaba o me moría y fue así que me decidí, aunque en todo esto
tiene que ver mucho mi mujer. Vivo por ella. Su cercanía, su voz de aliento, su ayuda ha sido fundamental cuando ha estado en juego mi vida”.
Al lado de su Nany vivió la experiencia de ver nacer dos nietas, pero no tuvo tiempo de disfrutarlas. “No me he entusiasmado mucho, a lo mejor porque mis nietas están muy tiernas y las veo como juguetes. Es seguro que las voy a disfrutar cuando estén más grandecitas y se pongan graciosas”. Él quería tener nietos. Hombres. “Es una idea que me inculcó mi padre de tener varones en la familia”, explicó. Y los tuvo, pero ya no los conoció.
Doña Nany murió en septiembre de 2014. Su misa se realizó en el cementerio Sierras de Paz, donde ahora descansa junto a su esposo.
Sobre Sucre
- Nació en Masaya el 17 de julio de 1925.
- Comenzó ganando 15 córdobas por partido narrado y llegó a ganar 150 mil córdobas en una temporada de tres meses de beisbol profesional. Es decir, unos 20 mil dólares de la época, según Edwin Sánchez, en su perfil de Sucre Frech (1987).
- Su único vicio era jugar naipes. “Yo nunca lo vi ganar”, bromea el cronista Edgar Tijerino.
- Se sentía orgulloso de haber creado una escuela como narrador deportivo, pero quienes lo conocieron de cerca coinciden en que su mayor pasión era el teatro. Era actor aficionado y debutó en Puebla de las Mujeres, obra de los hermanos Álvarez Quintero. “Año tras año alterno mi trabajo profesional deportivo con el teatro, actuando en piezas cómicas teatrales como El pobrecito embustero, Milagro en la plaza del progreso y Una noche de primavera sin sueño, La Caperucita Roja, Eloísa está debajo del almendro, Cuando la Suegra es otra y Don Juan Tenorio”, detalló en su curriculum vitae. Llegó a ser tesorero del Teatro Experimental Managua.
- Para Myriam Hebé, su pareja en el teatro, era caballero como pocos y excelente actor.
- Cinco veces (1961-62-63-64-65) fue galardonado con el Monje de Oro, al mejor y más popular locutor deportivo de Nicaragua. Y en 1969 la Asociación Juvenil Nicaragüense de Deportistas lo declaró el mejor cronista deportivo de Nicaragua.
- En 1973 empezó a incursionar en televisión y en 1975 cubrió el Campeonato Mundial de Billar, desde el Polideportivo España.
- El único partido de futbol que cubrió Sucre fue el célebre juego entre Nicaragua y Estudiantes de la Plata, el 9 de enero de 1966, afirma el cronista Edgar Tijerino.
- “Cayó preso injustamente cuando el triunfo de la revolución”, recuerda Tijerino. “Me llamó la Nany y me dijo ‘echaron preso a Sucre’. Era una locura hacerle un cargo a Sucre. Solo un rato estuvo preso. Él nunca se metió en política, nunca le tuvo confianza, guardó distancia”.
- En 1984 anunció su retiro definitivo como narrador deportivo, cuando trabajaba en la Corporación.
- En julio de 1989 fue nombrado Hijo Ilustre de la Ciudad de Masaya, por la Alcaldía del municipio.
- En abril de 1990 fue nombrado ministro de Deportes de Nicaragua, por doña Violeta Barrios de Chamorro.
- Murió el 28 de enero de 1991 en su casa en Las Colinas, Managua.
- Ingresó al Salón de la Fama del Deporte Nicaragüense el 19 de mayo de 1998. “La cumbre de su carrera lo lleva a transmitir Campeonatos Mundiales de Beisbol en el Caribe, Europa, Norteamérica, América del Sur, Canadá, China y otros países. Hechos que jamás se habían visto en la narración deportiva de Nicaragua”, según su reseña en el sitio oficial del Salón de la Fama.
Cuatro frases de Sucre
“Tiró y no le dio a la pelotita, la pelotita, la pelotita...”. Cuando un bateador se ponchaba.
“¡Te fuiste Marcelino!”. Cuando alguien conectaba un jonrón. Hubo un locutor extranjero que lo quiso imitar diciendo “¡Te fuiste Marcelina!”, pero no tenía el mismo efecto.
“Más claro que el ojo del piche”. Equivalente a “más claro que el agua”.
“¡Qué bochorno!”. Cuando se producía un error garrafal en medio de un partido.