El considerado hombre más rico de Nicaragua, a principios del siglo XX, lo mandó a construir y fue el primer edificio art déco del país. Grandes personajes del arte, la cultura y la política disfrutaron de sus salones y habitaciones
Por Redacción Magazine
El Gran Hotel es, porque aún está en pie, un edificio plano ubicado en la Avenida Roosevelt de la vieja Managua, que tenía unos pilares en el frente y adonde los carros entraban a dejar las maletas de los huéspedes.
En los primeros anuncios en los periódicos, al final de los años treinta, se decía que la dirección era del Palacio Nacional, una cuadra al sur.
Al entrar, estaba el lobby o salón principal, donde había sillas, un juego de sofás muy cómodo, un piano y a la derecha estaba un pequeño bar. Atrás se encontraba una piscina, de tamaño olímpico, con muchas mesas alrededor y balcones con toldos contra la lluvia, que miraban hacia la piscina por dentro y también hacia la calle.
Al fondo, estaba el comedor principal y a mano derecha había un comedor especial para niños que se llamaba El Carrusel, pintado en rosado, que tenía un juego de caballitos con música y daba vueltas. Al lado izquierdo estaba la barbería y después seguían varias tiendas de regalos, una clínica dental, la oficina del abogado Leonte Valle López, la escuela de danza de Adán Castillo y otras agencias, explicó en septiembre de 2005, a la Revista MAGAZINE, un descendiente de los dueños, Cedrick Watson Becklyn.
Por dentro, tenía un ambiente tropical, recordó la escritora Mercedes Gordillo en una entrevista para Canal 2. “Había jaulas con lapas, pájaros, palmeras y tenía piscina. Había tertulias. Hay gente que vivía ahí”, manifestó la cuentista.
En el extremo sur, cerca de la intersección con la calle Momotombo, había una barbería que era la más lujosa de Managua y donde se hacían los cortes más caros. El propietario, Benjamín García, era el barbero de Anastasio Somoza García.

El ya fallecido promotor cultural, Bayardo Martínez, explicaba que, a mediados de los años treinta, el Gran Hotel se inició con una forma de herradura y la piscina en el centro, además de una estructura de dos pisos con 50 habitaciones y unas pequeñas terrazas. Poco después se le agregó, en la parte de atrás, una edificación de cinco pisos donde había más habitaciones.
El Gran Hotel fue uno de los primeros edificios que embelleció a Managua inmediatamente después que la ciudad quedó destruida con el terremoto de 1931. El arquitecto suizo Pablo Dambach fue el encargado de supervisar la construcción y fue realizada al opulento estilo art déco, el primero de ese tipo en la capital.
El dueño del hotel, el médico y cafetalero diriambino, José Ignacio González Parrales, considerado en esa época el hombre más rico de Nicaragua, y su esposa Teodelinda Montiel, ordenaron la construcción de otros edificios importantes en Nicaragua, como el Teatro González y la Mansión Teodelinda, y siempre pidieron a los ingenieros y arquitectos que se inspiraran en construcciones europeas, cuenta en un libro el nieto de ambos, Alfredo González Holmann.
Se desconoce si fue la intención de González, pero el hotel que mandó a construir se convirtió muy pronto en el “símbolo hotelero” de la capital nicaragüense. Era de primera clase y, en los primeros años, mucho de lo que ocurría en Nicaragua pasaba por el Gran Hotel, ya que el edificio prestaba las condiciones para todo tipo de evento y, sobre todo, estaba ubicado en el corazón del viejo centro de la ciudad.
Los más importantes personajes que visitaban Managua se hospedaban ahí.
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Antes del Gran Hotel había otro Gran Hotel, construidos ambos en el mismo lugar. Se llamaban igual, pero el segundo tenía un apellido: Gran Hotel Lupone.
Los anuncios de periódicos de finales del siglo XIX indican que ese primer Gran Hotel fue construido por el italiano José Lupone, o Giuseppe, en el año de 1889. Era pequeño y de madera. Por eso, la estructura sucumbió ante las llamas de los incendios que se produjeron durante el terremoto de 1931.
El Gran Hotel Lupone tenía lujosos salones con comedores públicos y privados. Los anuncios decían que el servicio era “a la europea”, con comida a la carta y salones de billares franceses e ingleses. Además, tenía un salón “para 300 cubiertos” y una gran cantina.
El hotel estaba diseñado para recibir a huéspedes extranjeros, principalmente. “Se habla inglés, francés, alemán e italiano”, decía una propaganda. Y la cocina era “a la francesa” y “a la italiana”.

Tenía apartamentos especiales para diplomáticos. Grandes salones para bailes, recepciones y banquetes. Para 1906, José Lupone le instaló cuatro abanicos eléctricos en el comedor y uno grande en la cantina.
Al igual que su sucesor, el Gran Hotel Lupone era el centro de la actividad política y cultural de Managua. Ahí hacían sus recepciones los presidentes José Santos Zelaya, primero, y luego José María Moncada.
Uno de los más ilustres huéspedes que tuvo fue Rubén Darío, en 1907, cuando el poeta regresó a Nicaragua después de 14 años sin visitar su tierra natal. Llegó en tren a Managua, procedente de Corinto.
“Bajó del tren, pero no tocó tierra: fue conducido en hombros desde la plazuela de la estación hasta el Gran Hotel, entre aclamaciones indescriptibles y un entusiasmo rayano en la locura”, narra un escrito de Fidel Coloma.
Desde un balcón del hotel, el poeta Manuel Maldonado le ofreció un discurso de bienvenida, el cual Darío respondió con aplausos.
El 30 de agosto de 1927, falleció el italiano José Lupone, de diabetes, a la edad de 72 años. El hotel que construyó en 1889, cuatro años después fue devorado por las llamas del terremoto de 1931. En Corinto estaba el Hotel Continental Lupone, muy lujoso también, pero no era de José, sino de su hermano.

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José Ignacio González Parrales nació en 1866, en Diriamba, hijo de agricultores. Entre 1888 y 1891 estudió medicina en Nueva York. Hizo mucho dinero, no tanto a través de una clínica que instaló en su ciudad natal, sino, especialmente, porque era dueño de cuatro fincas cafetaleras y vendía cada año 6,000 quintales de café a Europa y a Estados Unidos, cuenta su nieto Alfredo González Holmann.
El 20 de mayo de 1911 se casó con Teodelinda Montiel, también diriambina y 19 años menor que él. Eran un matrimonio muy rico y fueron los primeros dueños de un automóvil en Diriamba, además de ser también los primeros poseedores de otros aparatos como el gramófono.
En 1920, el matrimonio instaló el Teatro González en una casa antigua tipo colonial en Diriamba. Como vieron que tuvo éxito, en 1928 construyeron un verdadero Teatro en esa misma ciudad, también llamado González, inspirados en teatros neoclásicos europeos, escribió la especialista en cine, Karly Gaitán.

Tras el terremoto que destruyó Managua en 1931, los González Montiel llegaron a la capital y en 1933 realizaron una fuerte inversión de 50 mil dólares, que, según Alfredo González Holmann, equivale a unos 3.4 millones de dólares de la época actualEsa inversión fue para apoyar la reconstrucción de Managua y también para construir edificios propios. Así nació la Mansión Teodelinda, en la Loma de Tiscapa, terminada en 1934.
Los González Montiel pensaron en poner una cadena de teatros en Nicaragua, o cines, y por ello compraron unos terrenos que incluían al que donde una vez estuvo el Gran Hotel Lupone.
Según una publicación de La Prensa, de diciembre de 1933, los González Montiel iban a construir el Teatro González de Managua en el lugar donde estuvo el Gran Hotel Lupone, sobre la Avenida Roosevelt, sin embargo, el teatro lo construyeron en un terreno contiguo, sobre la Avenida Bolívar.
Y, donde estuvo el Gran Hotel Lupone, decidieron construir otro hotel cuya construcción la encargaron al arquitecto suizo Pablo Dambach, quien la edificó al estilo art déco, la primera obra de ese tipo en Managua.
Para ese año, el concreto era un material novedoso en la construcción, y de eso fue hecho el Gran Hotel, lo cual le ayudó después a resistir el terremoto de 1972, explicó en 2005 el descendiente de los dueños, Cedrick Watson Becklyn.
La construcción del hotel iba a tener tres fases, según publicó en un reportaje el escritor Edwin Yllescas Salinas. La primera fase fue la fachada, el patio central, la piscina y las primeras cincuenta habitaciones.
“Su gigantesco balcón sureño, al cual se ascendía por una escalera interior situada a izquierda o derecha de la puerta principal, según se entrara o saliera del edificio, se abría como observatorio desde el cual los extranjeros y nacionales podrían asomarse a la historia nacional que correría por la Avenida Roosevelt, antes Avenida Central, durante los próximos 34 años”, escribió Yllescas Salinas.
Según el escritor, durante los primeros ocho años del hotel no hubo evento social, mediano o grande, reunión política, transacción comercial, conspiración, o cuentos de falsas, que no pasara por los salones del Gran Hotel.

Durante la época de Anastasio Somoza García, los tres principales hoteles eran La Estrella, de Jesús Sándigo; El Colón, de Plutarco Pasos y el Gran Hotel, de los González Montiel.
La segunda fase de la construcción estuvo a cargo del ingeniero John Dentz, quien construyó la parte trasera del hotel, contiguo al Cine González. Illescas Salinas afirma que detrás de la piscina le agregó un comedor casi campestre, un bar de 365 días y una pista de baile. En total fueron cinco pisos.
La tercera fase ya no fue posible. El Gran Hotel se trató de un edificio inconcluso.
A los 75 años de edad, falleció José Ignacio González, dejando como heredera única de todos sus bienes a su esposa Teodelinda Montiel, quien sacó muy bien adelante los negocios de la familia.
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Celia Cruz, Daniel Santos, Tongolele, Cantinflas, María Félix, Agustín Lara, la Sonora Matancera, Pedro Infante, el multimillonario Howard Hughes y Rocío Durcal son solo algunos de los grandes artistas que se hospedaron en el Gran Hotel.
Todavía en diciembre de 1972, pocos días antes de quedar inutilizado por el terremoto, el hotel albergó a la Selección Nacional de Cuba que participó en el Mundial de Béisbol de ese año, esa de la que tanto se habla que Nicaragua le ganó 2 a 0, con el pícher Julio Juárez lanzando por los nacionales.
Edwin Yllescas Salinas habla de que, en la década de los años cuarenta, también se hospedó en el Gran Hotel el actor norteamericano Humphrey Bogart, posiblemente en 1948.
En 1965, llegó Mario Moreno, Cantinflas, a Nicaragua. En ese momento ya existía la famosa Carne Asada del Gran Hotel, que en realidad se trataba del negocio de comida que por las noches ponía Juana Martínez en el espacio que se ocupaba como parqueo del hotel.
Los relatos de la época cuentan que Cantinflas invitó a comer a esa carne asada a todos los vende periódicos, vende caramelos y lustradores que deambulaban por el Gran Hotel.
Howard Hughes llegó también poco antes del terremoto de 1972 y estuvo tres días en el Gran Hotel, pero se fue porque no le gustó ser detectado por periodistas. Hughes se cambió al recién construido Hotel Intercontinental, el de la pirámide, y estaba ahí cuando se produjo el terremoto. El multimillonario salió corriendo de Nicaragua.
En el Gran Hotel se hospedó también, según Yllescas Salinas, el aviador Jimmy Ángel, quien en 1937 fue el descubridor de las cataratas más grandes del mundo, en Venezuela, a las que se llamó El Salto del Ángel.
De todos los grandes artistas que visitaron el Gran Hotel, del único que se tiene una nota negativa es el cantante español Raphael. Según el bloguero Orlando Ortega, en esa visita a Nicaragua, el español comenzó a mostrar poses de divo y descalificó al Gran Hotel de Managua, que en esa época era prácticamente el único hotel de categoría en el país y exigió un lugar más discreto. El empresario Manuel Jirón le ofreció su casa de habitación en Los Robles y ahí fue donde se alojó el cantante.
Los sábados, el Gran Hotel se convertía en uno de los principales puntos de diversión y entretenimiento de los managuas. Ese día amenizaba el ambiente el grupo Los Solistas del Terraza, con las voces de César Andrade, Adilia Méndez y una brasileña de nombre Sadia Silú, muy conocida por interpretar la canción Corn Island Tropical.
El músico Tránsito Gutiérrez, junto al maestro Mojica, deleitaban también a los visitantes del Gran Hotel, cuyos huéspedes, por lo general, eran extranjeros.

“Recuerdo mi infancia, que me llevaban al Gran Hotel por las tardes de los fines de semana, a disfrutar un poco y comer hamburguesas con leche malteada a la orilla de la piscina”, afirma el poblador Ronaldo José Barquero.
Los sábados era día de tertulia. Según Edwin Yllescas Salinas, a esa tertulia llegaba “el que pudiera pagarse un trago cuyo valor no excedía los 15 córdobas”, unos dos dólares aproximadamente.
"Yo llegaba a beber guaro y a bailar a la tertulia de los sábados. Eso era como ley. Ir a la tertulia del Gran Hotel, posiblemente la tertulia de más duración que había en la vieja Managua y después de eso iba a curiosear a las chavalas en vestidos de baño a la orilla de la piscina, porque allí llegaban mujeres lindas. De allí salíamos bolos todos los sábados”, contaba el ya fallecido historiador Roberto Sánchez Ramírez.
Gladys Barberena Ocón, una mujer que trabajó en la lavandería del Gran Hotel durante 10 años, relató al Canal 2 que el hotel era muy alegre, muy visitado, el mejor que había en Managua.
“Lo visitaban las mejores personalidades, los mejores artistas. Todos los días llegaban artistas. Esa es la gran cabanga que uno siente”, dijo.
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Eran cerca de las 11:00 de la noche del 22 de enero de 1967, cuando varios cañonazos pasaron encima del Gran Hotel de Managua. En el costado norte del edificio, el que en ese entonces miraba de frente al lago, las balas penetraron por las paredes de cemento armado como si fueran de cartón, dejando unos boquetes de casi dos pies de diámetro.
El Gran Hotel fue atacado esa noche, desde la Casa Presidencial en la Loma de Tiscapa, por tanques blindados de la Guardia Nacional, comandados por el mayor Iván Alegrett.
Ese día, domingo, la oposición, liderada en ese momento por Fernando Agüero y Pedro Joaquín Chamorro, convocó a una marcha en vísperas del 5 de febrero, cuando se iban a realizar las elecciones presidenciales con Agüero como candidato de la Unión Nacional Opositora (UNO) y en la acera de enfrente estaba Anastasio Somoza Debayle con su Partido Liberal Nacionalista (PLN).
Aunque no se tienen cifras exactas se considera que más de 50 mil personas se concentraron en la Plaza de la República y se dirigían hacia el cuartel policial de El Hormiguero. En la manifestación el discurso de Agüero fue breve e hizo un llamado a los miembros del Estado Mayor de la Guardia Nacional a que bajaran a dialogar con los líderes de la oposición.

No hubo respuesta de la Guardia, sino que como a las 5:00 de la tarde una bala perdida impactó mortalmente al teniente somocista Sixto Pineda, quien desde una cisterna repelía a los manifestantes con fuertes chorros de agua, cerca de donde es hoy la Asamblea Nacional. Lo que siguió es algo que muchos ponen en duda y no le dan crédito a que se habría producido una masacre de civiles.
Nunca se supo cifras de cuántas personas murieron en esa ocasión y, salvo el nombre de Pineda, tampoco se conocieron nombres de las víctimas. Inicialmente se había informado de 300 personas muertas, pero luego se dijo que las víctimas podían ser un millar.
Agüero y Pedro Joaquín Chamorro se refugiaron junto con centenares de manifestantes en el Gran Hotel, el cual estaba atestado de huéspedes extranjeros, especialmente estadounidenses.
El mayor Alegrett puso en estado de sitio al lugar a punta de cañonazos durante toda la noche.
Hernán Arostegui, entonces secretario de la Presidencia, contó después en un libro que, a las 2:00 de la madrugada del día siguiente, subió a la Casa Presidencial el mayor Alegrett para rendir su informe.
Llevaba puesto un casco de acero. De pie, y después de un saludo militar, dijo que la situación estaba más o menos bajo control. Que no se podía hacer mucho hasta que amaneciera. Explicó que el Gran Hotel se encontraba rodeado, y señaló los puestos militares que se habían colocado en los alrededores. Dijo que había lanzado unos cuantos cañonazos contra las paredes del Gran Hotel porque habían disparado en contra de su gente, y que las trazadoras se veían preciosas de noche.
El general Anastasio Somoza Debayle lo felicitó y le preguntó que si se le ofrecía algo. Alegrett contestó que se le mandara a su gente café y sándwiches, pues ni agua tenían. Inmediatamente se ordenó a un coronel, de apellido Pérez, que cumpliera con la petición.
Dentro del Gran Hotel se vivieron horas angustiosas y los extranjeros que estaban como huéspedes insistían en ofrecerse como mediadores.
Anastasio Somoza Debayle buscaba como cortarle el servicio de agua potable al hotel, pero le informaron que de nada serviría, porque el Gran Hotel contaba con tanques de agua.
A la mañana siguiente, y ante los tanques apuntando hacia el Gran Hotel, Agüero y los demás líderes opositores negociaron la rendición.
La Guardia obligó a todos a salir directamente a sus casas y, a los que no eran de Managua, a ir a montarse a un bus para salir de la ciudad.
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Para los años cuarenta, existían en Managua buenas barberías, como las de José Zepeda, José Norori, Cástulo Hernández, Joaquín Báez Luna, la de don Daniel Saballos y también la del Gran Hotel.
El barbero de la vieja Managua, Donald Porras Barquero, contó al diario La Prensa, en el año 2001, que su gran ilusión era trabajar en la barbería del Gran Hotel, la de mayor categoría en Managua.
Lo logró, porque comenzó a trabajar en ella el 11 de agosto de 1956, y para el 6 de noviembre de ese mismo año ya estaba reponiendo, gracias a la recomendación de su colega Ramón Castro, a un barbero que había renunciado al trabajo.
Según Porras Barquero, la barbería del Gran Hotel tenía diez sillas y una mesa de manicurista. El corte de pelo costaba siete córdobas, y el masaje seis. El dueño era Benjamín González, un señor pequeñito, algo ralo de pelo, pero muy llevadero. Era tranquilo pero exigente en cuanto a disciplina.

Cada barbero tenía una silla asignada. La número uno era de Ramón Castro; la dos, de Cipriano Morales; la tres, de Manuel Salazar; la cuatro, de Eduardo Zepeda; la cinco, de Rigo Hernández; la seis, de Luis Moreno; la siete, de Víctor Contreras; la ocho, de Benjamín; la nueve, de Rómulo Martínez. La número 10 era de Porras Barquero.
El dueño de la barbería imponía requisitos a sus empleados: no fumar, no bromear, respeto mutuo, cortesía para los clientes, no platicar a menos que el cliente lo solicitara, y sobre todo ser puntual con el horario que era corrido, desde las 7:00 de la mañana a las 8:00 de la noche.
Porras Barquero contó que el dueño, Benjamín, era el barbero de Anastasio Somoza García. Luis Somoza era un cliente ocasional, y más asiduos eran los ministros Julio Quintana, Enrique Marín Abaunza, Manuel Zurita, el “Diablo” Zelaya, Pedro Joaquín Chamorro, Aurelio Montenegro y Rafael Córdoba Rivas, entre otros.
Antes de 1958, no les pagaban Seguro Social todavía, pero cuando alguno de los compañeros se enfermaba, todos los barberos tenían el compromiso de aportar dos córdobas diarios para el ausente. Se trataba de unos 24 córdobas, que era una suma buena.

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Teodelinda Montiel, la viuda heredera de José Ignacio González, falleció el 5 de mayo de 1959, en una clínica en Estados Unidos, cuando se estaba atendiendo. Le hicieron una extracción de líquido de la columna vertebral, para examinarla.
Se fue a descansar a un hotel y se sintió mal. La llevaron a un hospital, pero falleció a las pocas horas. El cadáver llegó a Nicaragua el sábado 9 de mayo y fue sepultada en Diriamba.
Los hijos heredaron todos los bienes: fincas, acciones en la Compañía Cervecera de Nicaragua, el Gran Hotel, los teatros del Circuito González, la Mansión Teodelinda, compañías eléctricas, acciones en la Pepsi, edificios, entre otros bienes.
El Gran Hotel le quedó a su hija Teodelinda González Montiel, quien en febrero de 1938 se había casado con el estadounidense Harold M. Becklyn, un hombre que es descrito por Edwin Yllescas Salinas como “alto, delgado, de pocas palabras”.
Entre ambos regentaron con éxito el Gran Hotel, aunque Teodelinda González quedó viuda en los años sesenta.
El terremoto de 1972 botó la parte trasera del Gran Hotel, la estructura de cinco pisos, pero el resto de la edificación quedó en pie, aunque con algunos daños severos.
El día del terremoto, 22 de diciembre de 1972, Gladys Barberena Ocón terminó sus labores y salió del hotel a las 6:00 de la tarde con rumbo a su casa. A la medianoche fue el terremoto y ni Barberena Ocón ni sus demás compañeros pudieron regresar a su centro de trabajo, porque estaba muy dañado.

Los dueños del hotel les dijeron a los trabajadores que tuvieran paciencia, que iban a estar un tiempo sin trabajo. “Vamos a ver qué se hace”, les dijeron, dándoles esperanzas de que el Gran Hotel reabriría tras la tragedia.
El hotel nunca reabrió y, en marzo de 1994, el gobierno de doña Violeta Barrios de Chamorro utilizó sus ruinas para trasladar a ese local el Centro Cultural Managua.
Teodelinda González viuda de Becklyn falleció en marzo de 1999, pero sus herederos fueron indemnizados, asegura su sobrino Alfredo González Holmann, porque el Estado de Nicaragua se quedó con algunos de sus edificios, entre ellos el Gran Hotel.