La estación de los sueños rotos

Reportaje - 26.09.2004
Dora Juco y Juana Reyes, las únicas mujeres ilegales

Es un pabellón de apenas tres celdas. Ahí centenares de inmigrantes ilegales que cruzan Nicaragua buscando Estados Unidos ven convertirse en pesadilla la ilusión con que iniciaron
el viaje a veces desde lugares tan remotos como la lejana África

Amalia Morales
Fotos de Orlando Valenzuela

Viene de la tierra de nadie: Somalia. Por 13 años seguidos, Farax Guled padeció la anarquía de su país, situado en el cuerno de África. Creció en medio del exterminio humano como en un estado natural de la vida. Sólo tiene 24 años, pero no recuerda las fechas y los lugares —o no quiere hacerlo— de las guerras tribales que aniquilaron a sus nueve hermanos, su papá y su mamá, que pertenecían a los Madhimaan, uno de los clanes más pequeños, dice. Cuando evoca su reciente pasado, sus ojos claros se pierden y sólo siguen sus manos, con las que gesticula tanto que parecen las narradoras oficiales de su historia, de este africano, que ha vivido horrores. "Por esas casualidades que a veces pasan, en que alguien a punto de matarte te deja ir" se salvó él y un hermano menor. Huyeron a la vecina Kenia, donde hasta el 2002 se habían refugiado unos 600,000 somalíes. Ahí un pariente los reclamó. A su hermano de 15 años lo internó en un colegio. Mientras que la suerte de Farax quedó en manos de un conocido del tío, que recibió 5,000 dólares para llevar a Farax lo más lejos posible de Somalia.

Así comenzó el periplo de este africano que atravesó el Océano Atlántico y terminó indocumentado, a este lado del mundo. Cuando entró al país, en mayo pasado, venía de Costa Rica. Ahí lo dejó el amigo del tío. Se supone que en San José buscaría a unos familiares, pero no dio con ellos. Entonces con los 880 dólares que el hombre le dejó se enrumbó solo al norte. A Nicaragua o México, los dos países que su "custodio" le había mencionado. Su objetivo no era Estados Unidos. "Solamente quería huir de la guerra", dice. Las autoridades nicas no sospecharon de su documento falso. Sin mayores contratiempos lo dejaron pasar. A continuación su versión resulta poco creíble. Cuenta que en el trayecto a México se angustió. Pensó que descubrirían su documento falso, y por el miedo a que lo deportaran, lo rompió. Bajó y la migra mexicana le pidió el pasaporte. Explicó lo que había hecho y lo deportaron a Nicaragua, donde comenzó a compartir su historia con 21 ilegales más.

Aquí las autoridades le aplicaron la Ley 240 (de Control de Tráfico de Migrantes Ilegales), que contempla un juicio y, hasta hace poco, una sentencia inapelable de tres meses, para la gente que entra al país sin documentos y sin visa.

Nicaragua y Costa Rica son los dos únicos países de la región que condenan a prisión a los indocumentados. En Honduras, Guatemala y El Salvador la gente es expulsada o deportada a sus países.

Por eso la Red nicaragüense de la Sociedad Civil para las Migraciones, a la que pertenece el Arzobispo de la Diócesis de Granada, Bernardo Hombach, ha pedido más flexibilidad en la legislación nicaragüense con los inmigrantes ilegales o indocumentados que intentan cruzar a Estados Unidos. Al final, es el mismo calvario de miles de nicaragüenses.

En agosto de este año, la Red y las autoridades de Migración lograron que la Corte Suprema de Justicia ordenara a los jueces la suspensión de la pena de tres meses cuando "el caso lo amerite".

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Inmigrantes condenados

Dispuesto a recomenzar su vida en este país, Farax esperaba a principios de este mes que le otorgaran el estatus de refugiado. Personas como él, que provienen de países donde hay conflictos y presiones que vuelven insostenible la vida (no figura la miseria), pueden solicitar refugio en el país al que llegan, a través del ACNUR, la agencia de la Organización de Naciones Unidas para los Refugiados. En América Latina el país que más se acoge a esta figura es Colombia. Actualmente hay 16 solicitudes de refugio pendientes, dice Blanca Rosa Fonseca, de ACNUR.

A pesar de sus intenciones, el africano no pierde sus costumbres. No come la carne de cerdo que les dan en prisión. Consumir esa carne atenta con sus principios islámicos. Tampoco fuma como lo hace el marroquí, que tiene a la par y como lo hace el resto de compañeros de celda, que matan el tiempo entre bocanada y bocanada de humo.

Este somalí, que como el resto de ilegales camina enchinelado en la celda, pagó su condena en el Centro de Retención Migratoria, el pabellón azul y blanco de ventanas altas con doble reja, que se encuentra en las mismas instalaciones de la Dirección General de Migración y Extranjería en Managua.

Ese pabellón de tres celdas, en el que caben hasta 50 personas apretadas, es la estación nicaragüense hasta donde llega el "sueño americano" de muchos inmigrantes ilegales, que dejan todo en sus países por irse a Estados Unidos, como lo hace también buena parte de nicaragüenses que huyen de la pobreza.

Aunque es una prisión más, el Centro de Retención es un poco más cómodo que las otras cárceles y aún que las celdas de las estaciones policiales, por donde hacen tour casi todos los ilegales. "En el hueco donde estuve en Rivas, el baño era un hoyo que estaba ahí mismo en la pieza", dice el colombiano Oscar Ayala. "En tres días no nos dieron comida, la teníamos que comprar nosotros", dice Juana Reyes, una dominicana que estuvo una semana detenida en Somotillo. "Cuando vine aquí lo primero que hice fue bañarme y sentí que volví a la vida", cuenta.

En el galerón de Migración los inmigrantes no tienen rutina fija más que el aseo diario de la pieza y el baño. El resto del día miran televisión, juegan naipes, duermen. A la dominicana el calor la abochorna tanto que se baña tres veces al día. Pero últimamente la ha estado pensando. El resto de ilegales la espían por unos orificios que hay en las paredes del baño. Se refresca entonces con el aire caliente que muelen las astas del abanico que dejó otra ilegal que estuvo ahí.

Los que más llegan al centro de retención son suramericanos. Sobre todo peruanos, colombianos y ecuatorianos. De los 327 extranjeros retenidos el año pasado, 254 eran de estas nacionalidades. En este año, la tendencia es la misma. De las 332 personas que han entrado hasta septiembre la mayoría proviene de la región andina.

Sin embargo, por el centro de retención han pasado europeos y asiáticos. Juana recuerda que en el cuarto de mujeres, donde hay cinco camas de dos pisos, llegaron a estar 14 mujeres, de las cuales había cuatro chinas que eran un poco incómodas porque no les gustaba limpiar el lugar. "Y cuando una entraba al baño se encerraban todas".

Para el Centro de Retención Migratoria no existe presupuesto del Estado, en teoría se sostiene con los 56 dólares de multa que pagan los inmigrantes ilegales una vez que son deportados a su país. En los primeros días de septiembre las únicas inquilinas del cuarto de mujeres eran Juana y Dora Juco, una peruana, que de Nicaragua sólo conocía el nombre de poeta, que tiene su marido, Rubén Darío Espejo, que está en la habitación de al lado.

Esta pareja de peruanos, que pretendían atravesar Centroamérica y México, antes de coronar su sueño, ya completó una semana en el centro de retención. Para ellos que nunca habían estado presos, cada día tras las rejas "es una eternidad", dice Dora una mujer bajita que se acaba de pintar en rojo las uñas de los pies y las manos, el mismo color en que lleva teñidos unos mechones de pelo. Cuando se pintó el pelo, Dora aún era peluquera del Congreso peruano. En esos días ya había decidido invertir el dinero ahorrado en ese viaje con su marido, y posponer su sueño de montar su propio salón.

Para llevarlos a Estados Unidos el coyote, con el que sólo se comunicaron por teléfono, les pedía 7,000 dólares a cada uno. Finalmente consiguieron 4,000. Con eso el coyote se rehusó a llevarlos hasta allá. Pero fue suficiente para conseguirles unos pasaportes españoles falsos, con los que fueron arrestados en el aeropuerto, al bajarse de un vuelo procedente de San Carlos. A diferencia de otros peruanos que se van por los bordes fronterizos y puntos ciegos, ellos se fueron todo el tiempo por los centros, como les aconsejó el coyote. De Panamá a Costa Rica usaron sin problemas el documento falso. En Peñas Blancas los oficiales dudaron de la autenticidad de sus papeles. Fue así que retrocedieron y exploraron pasar por Los Chiles hasta San Carlos, donde los sellaron sin problemas. Pero una vez en Managua, nuevamente las vacilaciones, hasta que los descubrieron. Para Dora lo más duro es el encierro. Y los momentos más horribles fueron las horas que estuvieron en la celda de una estación policial, oscura y hedionda.

Atenta y con los dedos extendidos, la escucha su única compañera de celda, Juana, quien espera dos cosas: que se le seque la pintura de uñas que le acaba de poner Dora, y el dinero para su boleto de vuelta a Santo Domingo de donde salió hace 10 años. "Quiero volver, estar unos meses y regresarme a Panamá, porque ahí tengo residencia y ahí está mi hija", cuenta esta morena diabética de 37 años, quien pide cigarros en la primera oportunidad.

Reyes quedó a unas cuadras de Honduras. Iba en un ciclotaxi, con su pareja, un dominicano, en el paso de El Guasaule. Ninguno de los dos llevaba papeles ni maletas. El coyote que los pasaba había puesto los bolsos en otro taxi de dos ruedas. La Policía los descubrió sin documentos y los trasladó a la estación de Somotillo, donde pasaron 10 terribles noches. "El peor lugar de mi vida", dice Reyes. Al coyote lo soltaron porque ella y su compañero se negaron a delatarlo. "El muchacho se portó bien con nosotros. Nos había tenido una semana en un lugar que se llama Nandaime, donde unos familiares suyos, y después donde otros parientes en Chinandega, donde no pagamos nada, sólo ayudábamos para la comida", justifica Reyes. Entre los ilegales muy pocos piensan como Juana.

 Farax Guled
A la par de Farax Guled (izquierda) su coterráneo, otro somalí, que padece problemas mentales. Foto de Orlando Valenzuela

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Expuestos a secuestradores

Oscar Javier Ayala, un colombiano detenido en Rivas que tiene a su esposa y su hija en Los Ángeles, todavía cuenta con miedo su experiencia con los traficantes de ilegales. Su relato es de película. Este bogotano, que por el calor del pabellón anda como el somalí, en chancletas, short y camisola, dice que él y su amigo viajaron sin contratiempos hasta San José, Costa Rica. La jauría de coyotes que olió su condición de ilegales los interceptó en la frontera. Ayala y su compañero se aliaron con una pareja. Uno de ellos los pasó a pie por un punto ciego y él otro los llevó en taxi hasta Rivas. El taxero, que todo el tiempo aceleraba, disminuyó la velocidad cuando un carro comenzó a perseguirlo. El taxi los dejó frente a un hotel y les indicó esperarlo. Ellos entraron al hotel y el tipo de la recepción, que los vio sospechosos, les dijo que se fueran. El carro que los había seguido estaba ahí estacionado. Pero también estaba otro taxi, un Daewoo blanco de vidrios polarizados, que los invitó a subir. El recepcionista, que los estaba echando, les dijo que era un taxista conocido y subieron. Nuevamente el carro los siguió. El taxero comenzó a hablar por celular. Además del carro que los seguía apareció otro adelante. Hubo un momento en que los tres carros se desviaron a un monte. Ahí los bajaron y desnudaron. Les pidieron 800 dólares por los dos. De lo contrario los entregarían a la Policía. Las llamadas por celular iban y venían todo el tiempo entre los hombres. Intentaron comunicarse con sus parientes en Bogotá, quienes les mandaban el dinero, según lo fueran pidiendo. "Por suerte no pudimos comunicarnos", dice. Nuevamente les ordenaron subir al carro. Y después de varias vueltas por ese pueblo que no conocían los dejaron en una esquina, donde un hombre de civil que resultó ser policía los estaba esperando y los llevó detenidos a la estación.

Esta historia, con distintos nombres y fechas, se rumora cada vez con más frecuencia entre los inmigrantes ilegales que transitan por este país. La Red para las Migraciones ha pedido endurecer los castigos contra los traficantes de personas. Actualmente, hay dos ciudadanos taiwaneses presos en La Modelo por este delito.

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Sin pasajes

Juana cumplió sus tres meses de pena, pero no pudo abandonar el galerón hasta casi un mes después por falta de dinero para el boleto de avión. Ni el Gobierno nicaragüense, ni el país de origen del inmigrante, asume el pasaje de vuelta. Aunque un artículo de la Ley compromete a las aerolíneas a facilitar dos cupos para las deportaciones, en la práctica es papel mojado. Como mucho las autoridades de Migración gestionan ante las aerolíneas descuentos en los precios de los boletos, de hasta el 50 por ciento. Así el costo del boleto lo asumen los parientes de los migrantes.

Al menos dos veces Juana ha estado a punto de irse, pero en el último momento, el oficial de migración la desconsuela con la noticia de que el dinero no ha sido enviado. Farax, que no habla español no se entera de muchos de los laberintos personales que vive el resto de inmigrantes que se despiertan y se acuestan a la par suya en los camarotes del pabellón.

Con quien más conversa el somalí es con Ec-Bachir Mansour, un marroquí políglota que se comunica en francés, árabe, español e inglés, este último el idioma que también habla Farax. Mansour, es prudente.

Antes de contar su propia historia quiere saber en qué le beneficiará hacerla pública. Al saber que en nada prefiere reservar muchos detalles. "Es que estoy aburrido de estar aquí, y de que me digan: hay que esperar, las cosas van caminando". Este marroquí de acento mexicano, cuenta que este continente no es nuevo para él. Vivió en México 10 años donde dejó un hijo. De ahí lo deportaron a Marruecos hace un año. No se resignó y quiso volver al país azteca. Y en ese intento, que lo ha llevado a cruzar toda América del Sur, se quedó en Nicaragua, adonde entró ilegal por Corn Island. "Sé que cometí un error, pero no es para que me retengan tres meses", dice mientras Farax, empeñado en aprender español para su futuro, le lee los labios con atención.

Farax quiere quedarse, Mansour dice que si le dan chance también podría establecerse aquí, pero Dora quiere regresar a la peluquería del Congreso en Perú, y Juana a Dominicana y de ahí a Panamá, para ser cocinera y cuidar a su hija de 10 años. Esos sueños están anclados... por ahora.

 Farax Guled
A la par de Farax Guled (izquierda) su coterráneo, otro somalí, que padece problemas mentales. Foto de Orlando Valenzuela

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