La amante del general

Reportaje - 14.12.2014
Teresa Villatoro

De ojos ardientes, piel canela y carácter fuerte. Así era la amante de Augusto C. Sandino. Esta es la guerrillera salvadoreña a la que el general amó y con quien públicamente convivió en la sierra

Por Anagilmara Vílchez Zeledón

–Este hombre va a ser mío porque me gusta —habría dicho Teresa Villatoro el día que Augusto C. Sandino entró por primera vez en el negocio que ella tenía en San Albino.

“Ella ve venir a un hombre chaparro, de botas. Desde que lo vio le cayó bien”, recuerda Daisy Cárdenas, a quien Villatoro le contó esta escena.

Sandino llegó allí en 1926. Ella tenía tres hijos y una pulpería.

Era mujer de gran coraje, dicen. De pocas palabras y carácter fuerte. Herida en combates y con autoridad en los campamentos. Estuvo con Sandino durante toda la campaña. Fue un amor intenso. Prohibido.

“Convivían y él la amaba apasionadamente”, sostiene el dominicano Gregorio Urbano Gilbert, en su libro Junto a Sandino. Si así fue, ¿por qué se separaron? Y ¿qué pasó con esta guerrillera salvadoreña después de Sandino?

En esta edición, Magazine encontró a los descendientes de Villatoro en Nicaragua y con base en documentos y testimonios retrata la relación que ella sostuvo con el general, el papel que jugó en la lucha sandinista y su vejez en una casa de Managua. La misma casa en la que murió el 19 de julio de 1973 mientras el techo lloraba por un aguacero.

“La he querido mucho y haría cualquier cosa por ella, pero se tiene un carácter la chingada y simplemente no somos el uno para el otro”.

Augusto C. Sandino. Maldito país

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Una picoteando el telégrafo. La otra disparando contra los “yankees”. Una nica. La otra salvadoreña. Blanca Aráuz Pineda. Teresa Villatoro Dupont. La primera, su esposa. La segunda, su amante.

Augusto C. Sandino se casó el 18 de mayo de 1927. Dos días después partió con su ejército hacia la montaña. Blanca tenía 17 años. Él, 32. Se habían conocido en la oficina telegráfica de San Rafael del Norte. Allí ella codificaba y descodificaba mensajes confidenciales. Transmitía y recibía información a través del telégrafo. Desde niña aprendió a usar este aparato. La clave Morse era su lengua.

Blanca Stella Aráuz Pineda nació en Jinotega en 1909. Creció en el seno de una familia de músicos y telegrafistas. “Mi señora es de aquí, con un noventa y cinco por ciento de español”, repetía el general al periodista español Ramón de Belausteguigoitia. Era “una señora muy joven de facciones correctas, el aire dulce y la tez muy blanca”, señalaría el reportero en su libro Con Sandino en Nicaragua.

Ella es la mujer que le dice al guerrillero: “No te olvides vida mía, que en ti está toda mi felicidad”.

Blanca y Sandino estuvieron separados durante años. Ella, en el pueblo. Él, en la montaña. Ella, en la cárcel. Él, en México.

En una misiva de 1927 el general, ante las aparentes peticiones de Aráuz de ir al sitio en el que él se encontraba, le responde: “No quiero que vengas, porque la cosa no es tan fácil como te la imaginas. No me hables de celos, porque ya te he dicho que yo sé lo que hago, y además te debes convencer de que te amo, que eres tú mi esposa, y de nada te servirá gastar sal en el mar. Yo soy tu mar y en mí confía”.

Sandino, antes de conocer a Blanca y de contraer matrimonio con ella, ya tenía una relación con la guerrillera salvadoreña Teresa Villatoro. Un hecho incluido en la película biográfica Sandino (1991), dirigida por el chileno Miguel Littín y basada en las investigaciones del periodista norteamericano Tom Holte.

Según esta cinta, el de ellos fue “amor a primera vista”.

“Aunque el general Sandino fue casado con doña Blanca Aráu(z), no le profesó amor alguno a esta señora. Se casó con ella únicamente para acallar las murmuraciones de las vecinas del poblado de San Rafael del Norte —sostiene el capitán Gregorio Urbano Gilbert—. La señorita telegrafista Aráu(z) y el general simpatizaron, pasando el guerrillero largas horas de la noche acompañando a la dama en el puesto telegráfico, por lo que las comadres soltaron las lenguas, y el caballero, para hacérselas recoger, se unió en matrimonio con la telegrafista”. El exsecretario de Sandino, José de Paredes, coincide con él. “Su matrimonio era solo un gesto del general, que quería así calmar el chisme”, dice.

El dominicano afirma que a quien Sandino amaba era a Teresa Villatoro. Su mujer en la sierra.

Teresa nació en 1901 en La Unión, El Salvador. Que era una hábil comerciante. Que sabía coser. Que tenía un negocio próspero en la mina de San Albino. Que era madre de tres hijos: Julio, Lidia y Santiago... Eso es todo lo que se sabe de su vida antes de Sandino. Qué la llevó a salir de su país y cuándo llegó a Nicaragua es un misterio.

Teresa “era una morena de ojos ardientes”, aseveró a El Universal el exsecretario de Sandino. Ella estuvo con el general durante la campaña bélica y viajó con él a México. “Es la que le acompaña a través de los peligros”, insiste De Paredes.

Villatoro tenía una “ligera ligadura con indio” que daba a su piel un tono canela. Labios finos. Nariz respingada. Medía unos “cinco pies y cinco pulgadas” y para 1929 pesaba 125 libras. “A no ser por una cicatriz que luce en la frente, de la cual se hablará en su oportunidad, y de tener una dentadura totalmente postiza, podríase decir que su conjunto físico es hermoso”, explica Urbano Gilbert.

“Mi dulce esposa”, escribía Sandino a Blanca. “Inolvidable Teresa”, le decía a su amante. “Tuyo”, se despedía de ambas. Una le era útil en el pueblo. La otra en el campamento.

El general en una misiva de 1930 aseveraba: “Teresa, pues, no debe separarse de mí mientras la guerra esté, pues ella se encuentra muy interiorizada del manejo de los campamentos y eso no lo puede hacer ni Santa Blanca, aun cuando yo quisiera”.

En San Rafael del Norte su esposa era el enlace entre él y su ejército. Blanca interceptaba comunicaciones telegráficas del enemigo y “en la última etapa de la guerra sirvió como secretaria privada mía”, reconoce Sandino en el libro Maldito país, del periodista José Román.

A él en 1933 le confesaba: “Quiero serle muy franco en cuanto a mujeres, ¡claro que me gustan! Pero no me apetecen estas zambas y mucho menos las prostitutas; por eso me traje a Teresa, pero en cuanto pudo venirse mi mujer, la despaché”.

“Sandino tenía la fortaleza de Teresa y la fragilidad de Blanca”, concluye el chileno Miguel Littín, director de la cinta inspirada en el guerrillero. Según el largometraje, la ruptura entre Teresa y el general se da cuando este se reúne con Blanca en la montaña. Lo hace “para el bien” de su “causa en el exterior”. Para que no se le considere “inmoral”, admitiría el mismo Sandino en una carta dirigida al coronel Abraham Rivera en febrero de 1931.

“Mire Daisita, en la vida usted tiene que ser una mujer fuerte, siempre mirando hacia el frente, ¡jaaamás viendo para abajo!”. “Al enemigo nunca se le da la espalda. Se le mira de frente. Nunca usted le diga a nadie que está mal, porque la gente cuando usted le diga ‘ay estoy mal’, goza, dígales todo el tiempo ‘estoy bien y va a ver cómo sufren’”, repetía.

Daisy Cárdenas la recuerda elegante y espigada. Con su vaivén y su “puesí”. Con vestidos “a media canilla” y zapatos de tela. Huidiza como una gacela. Ya no tan ágil, pero siempre alerta.

Cárdenas conoció a Teresa Villatoro en Honduras. Ella tendría unos 20 años. Villatoro, más de 60.

No sabe la fecha exacta pero fue “unos quince años antes del triunfo de la revolución”, calcula. Cárdenas necesitaba viajar a Honduras. Le recomendaron que cuando llegara buscara a Santiago Raudez, el hijo de Teresa. Se hospedó durante varios días en su casa. El lugar era un taller de costura improvisado en el que la guerrillera confeccionaba delantales con su nuera.

“Era una mujer muy trabajadora. En la noche los cosían (los delantales) y en el día iban a vender. Con eso volvían a comprar sus materiales de trabajo. La situación económica de ellos no fue una situación holgada económicamente”, reconoce hoy a sus 73 años.

En Honduras, la conoció también su hija Lidia.

Lidia Isabel Raudez de Ortega es menudita y guapa. Tiene 87 años, dice. Aunque, su mamá, Teresa Villatoro, en una carta del 14 de mayo de 1948 le dice: “Naciste el 22 el 30 de abril bas a cumplir 20 años. Julio en abril el 21 cumplio 26. Santiago el 11 de noviembre 24” (sic).

¿Quién era el cumiche? ¿Cuál de sus hermanos era el mayor? No queda claro.

Lo que sí es un hecho es que Julio y Lidia se separaron de su madre cuando eran niños. Su papá se los llevó. Solo Santiago se quedó con Teresa en la montaña. Los otros dos crecieron en Masaya, en la misma casa que Lidia aún habita.

“Yo conocí a mi mamá hasta que tenía mis hijos grandes ya, tendría unos veinticinco (años) yo, ella me suplicó que quería, tengo una carta de ella donde me dice que ella nos quería conocer porque chiquititos nos dejó (...) Un hermano nos llegó a esperar a El Paraíso, un lugar allá por Honduras, nos llegó a traer. Fue una sorpresa. Me saludó, nos abrazamos y ya quedamos en comunicación”, asegura Lidia.

Estuvo con ella nueve días. En uno de ellos le enseñó una mochila que había sido de Sandino. Una chaqueta, un par de pistolas... “Todo había en esa mochila. Yo la tuve en mis manos”, asevera.

Lidia regresó a Nicaragua con su familia. Su mamá se quedó en territorio hondureño.

En una carta de 1948, la misma en la que detalla la fecha de nacimiento de Lidia y sus hermanos, Villatoro le dice: “Mis queridos inolvidables hijos, deceo que al recivo de la precente se encuentren gosando de completa salud (...) respecto a la foto que me vas a mandar la espero con ancias, que yo tanvien te voy a mandar la mía ya soy una anciana pues tengo 48 años —continúa Teresa— tengo muchos deceos de verlos aunque cea poco tiempo (...) por el momento dameles un fuerte abrazo a mis nietesitos mientras tengo el gusto de verlos y ustedes resivan el cariño de madre” (sic).

Su hija conserva la misiva casi intacta. En la casa tiene una foto de su mamá, la guerrillera, pero admite a Magazine que no es mucho lo que puede decir sobre ella. En su memoria solo tiene retazos de recuerdos. Retazos que con los años se van deshilachando sin que pueda evitar perderlos.

Sabe que Villatoro le pidió a su suegra que cuidara a sus nietos como si fueran hijos suyos. Que en Honduras fabricaba delantales. Que un par de años después de su encuentro su mamá volvió a Nicaragua y que murió un 19 de julio.

“No tenía ni reales. Nada. Ella pasó sus calamidades”, lamenta.

Lidia Raudez de Ortega pocas veces miró a su mamá Teresa Villatoro. Lidia es la única sobreviviente de los hijos de la guerrillera. Sus hermanos Julio y Santiago murieron hace un par de años.
Lidia Raudez de Ortega pocas veces miró a su mamá Teresa Villatoro. Lidia es la única sobreviviente de los hijos de la guerrillera. Sus hermanos Julio y Santiago murieron hace un par de años.

***

Aviones, como aves inmensas, surcan el cielo. Aparecen en bandadas y de sus barrigas salen las bombas que “los yankees” dejan caer sobre los rebeldes. El Chipote está rodeado. Una de las guerrilleras se paraliza. El zumbido de los aeroplanos norteamericanos la aturde. Teresa Villatoro la mira y sale para socorrerla. Unos minutos después, desde su escondite, los soldados de Sandino ven a Teresa “elevarse en el espacio envuelta en fuego, humo y fango”.

Gregorio Urbano Gilbert, en su libro Junto a Sandino, dedica un capítulo a los peligros de Teresa Villatoro. Es ahí donde recoge esta escena. Según este dominicano, todos gritaron “¡Muerta!” al observar cómo la guerrillera salvadoreña se desplomó cubierta de sangre.

Un casco de la bomba de 25 libras que la alcanzó provocó la herida que marcó su frente, asegura Urbano Gilbert.

Sobre esta misma herida hay otras versiones. Que se la hizo cubriendo a Sandino. Que fue una granada...

“De la frente se le desprendió un trozo de hueso. Sandino hizo engastar ese trozo de hueso en un anillo que tenía como amuleto”, asegura Esteban Pavletich, un peruano que fue secretario del general.

Para el capitán Urbano Gilbert, la cicatriz de Teresa “en el campamento era la envidia de muchos, viéndose como un alto galardón recibido por su dueña, mientras esta trata de ocultarla con un mechón de sus cabellos que deja correr a su frente”.

En otra ocasión, Villatoro se encontraba sola con una pequeña escolta en el margen sur del río Coco. Era octubre de 1928. Andaban con ella su hijo Santiago, de 5 años, y su sobrina Amalia, de 13. Estaban rodeados de norteamericanos. Un antiguo miembro del ejército sandinista, al que llamaban “traidor”, la reconoció y les gritó que les ayudaría. Sacó una embarcación de los indios zambos que estaba escondida y se la pasó a Teresa. Así lograron escapar ilesos, relata el dominicano.

El hambre fue otro de los aprietos que vivió en la montaña. La comida escaseaba. Los monos huían para evitar ser asados y la lejanía de los campamentos dificultaba que al batallón le llegaran provisiones. Si conseguía algunas mazorcas de maíz, Villatoro las convertía en pinol para su hijo Santiago.

En una de las peores hambrunas que atravesó su ejército, Sandino envió a Teresa a Honduras. Le entregó “un frasco lleno de veneno para que lo bebiera a preferencia de caer presa del enemigo”. Según Urbano Gilbert, el general le encomendó a él la tarea de defenderla “de todo peligro que la pudiera amenazar, que no se apartara de ella un solo instante, que fueran siempre juntos”.

El general encontró a Villatoro conversando con otro hombre en el campamento. Envenenado por los celos, le apuntó con su revólver calibre 44. La maldijo. Martilló el arma. Apretó el gatillo. Una, dos, tres veces... Silencio.

El revólver, para suerte de ambos, no escupió ni un solo proyectil.

Teresa se salvó de una muerte segura. Sandino, de cometer el delito ahora llamado femicidio. El capitán Gregorio Urbano Gilbert, el dominicano que se sumó a la causa del guerrillero nicaragüense, presenció el suceso y lo relata en su libro Junto a Sandino.

“Al fallar el revólver Sandino reaccionó y arrepentido se reconcilió con Teresa y para comprobar si su revólver realmente era malo, volvió a rastrillarlo y con los mismos seis cartuchos mancados y todos estos detonaron como tenía que suceder en un arma de la calidad que correspondía a las operaciones bélicas apropiadas a las condiciones del general”, cuenta.

Cuando se encontraron en San Albino, Villatoro estaba con otro hombre, el mismo por el que Sandino casi la mató, aseguran Alejandro Molina y Gregorio Urbano Gilbert, ambos miembros del ejército del guerrillero. El primero lo confiesa a los marines en 1929. El segundo lo expone en Junto a Sandino.

El general se había trasladado a finales de mayo de 1926 a este mineral situado en Nueva Segovia. El 26 de octubre Sandino se “levanta en armas” contra la “invasión norteamericana” e inicia su lucha en la montaña.

Una tercera parte de su ejército —que en total tenía entre dos mil y tres mil guerrilleros, según datos del reportero vasco Ramón de Belausteguigoitia— “estaba compuesto por hondureños y salvadoreños”, confesó Sandino al periodista José Román en 1933.

Las mujeres del ejército sandinista eran guerrilleras, enfermeras, lavanderas, cocineras, barberas... Incluso cuando los combates se demoraban, “llevaban los alimentos hasta los propios lugares de la acción. Si estaban presentes en el momento de la emboscada, y caía el marido u otro combatiente, ellas tomaban el fusil. Sandino mismo tenía una compañera (...) Era mujer de gran coraje, que lo acompañó durante toda la campaña. La esposa, la telegrafista, se había quedado en la ciudad, porque era una mujer de complexión delicada. La Villatoro era una gran compañera. Incluso podía intervenir en algunas decisiones”, explicó a la revista Caretas Esteban Pavletich.

Teresa era mujer de carácter fuerte. Muy fuerte. Y este, supuestamente, fue uno de los motivos por los que ella y Sandino se separaron.

“Aunque Sandino era valiente y todo, no le aguantaba el carácter porque era una mujer taaan firme (...) parece que después de una conversación que tuvieron la despachó y se separaron”, recuerda Daisy Cárdenas, amiga de Villatoro.

—Yo me separé de él Daisita porque luché tanto —le decía—. “No eran las cosas como ella las pensaba sino como las quería Sandino”, concluye Cárdenas.

Teresa regresó a El Salvador y después partió hacia Honduras, donde ella luego la conoció.

“Muy buena persona, magnífica mujer. De un carácter muy fuerte. Como amiga era algo incomparable”.

Daisy Cárdenas. Amiga de Teresa Villatoro.

***

Murió una tarde lluviosa de julio. Mientras el agua se colaba por el techo. Falleció con su mechón gris cubriéndole la cicatriz que tenía en la frente. Teresa Villatoro sobrevivió a los celos de Sandino y a los bombardeos de los “yankees”, pero no al asma que la ahogaba lentamente.

Un par de años atrás había llegado a Managua con su hijo Santiago y sus nietos. “Me llamaron por teléfono para decirme que había un problema de guerra entre El Salvador y Honduras y como los nietos de doña Teresa eran hondureños y ella era salvadoreña, no querían estar en medio de un fuego y yo les dije ‘tengo mi casa a la orden, ustedes pueden venirse’ y se vinieron”, recuerda Daisy Cárdenas, amiga de Teresa.

Pusieron una pulpería y empezaron de cero. Villatoro no debía hablar de su romance con el general. De sus hazañas en la montaña. De su tiempo de guerrillera. Estaban convencidos que en la Nicaragua de los Somoza, ser vinculados con Augusto C. Sandino era peligroso. Para proteger a su familia Teresa, supuestamente, echó a una letrina todos los documentos que guardaba de Sandino. Cartas, fotos, documentos... “Decía que no quería inmiscuir a sus nietos en eso que les podía costar la vida”, subraya Cárdenas.

Era seria. De pocas confianzas. Siempre con su carácter fuerte y mirando al frente.

A escondidas, con su amiga, conversaban de su romance con el general. De sus hazañas en la montaña. De su tiempo de guerrillera...

Santiago ya no era el chigüín que ella andaba a tuto en plena guerra. El mismo niño que dijeron era hijo de Augusto C. Sandino. Y no lo era.

“A veces Santiago le decía: ‘Mamá, ya deje de hablar de esas cosas porque esas cosas pertenecen al pasado’. No quería que se supiera que ella había andado con Sandino, tenía miedo él”, recuerda.

Según Cárdenas, en secreto platicaban de “cómo anduvo ella combatiendo por los ideales de Sandino, que fueron los ideales de ella y desde esa época me decía ‘hay que apoyar la liberación de Nicaragua’. Tenía un rechazo hacia la aristocracia, hacia la gente que trata, decía ella, de encubrir sus sinvergüenzadas, sus robos, sus cosas. Como en ese tiempo estaba Somoza, ella me decía que todo ese montón de gente eran unos delincuentes, que ella recordaba lo que le había contado Sandino cuando andaban en la lucha”.

De repente pasó de enhebrar las agujas sin usar antejos a respirar pausado. Con problemas. Se cansaba mucho. Tosía mucho.

Su salud se complicó y falleció el 19 de julio de 1973. 39 años después que mataran a Sandino. Villatoro tenía 72 años.

Daisy Cárdenas aún la escucha diciendo: “Mire, Daisita, en la vida usted tiene que ser una mujer fuerte, siempre mirando hacia el frente. ¡Jaaamás viendo para abajo! Al enemigo nunca se le da la espalda. Se le mira de frente...”

Blanca y Sandino

El matrimonio de la telegrafista de San Rafael del Norte y Augusto C. Sandino terminó cuando Blanca Aráuz falleció al dar a luz a Blanca Segovia Sandino, en junio de 1933. Sandino sería asesinado al año siguiente. La historia de su amor agridulce fue contada en la edición 235 de Magazine.

Teresa en cuentos

Tres relatos de Teresa Villatoro son incluidos en el libro Silva de breve ficción, de Jorge Eduardo Arellano. Uno de ellos dice que cuando Blanca Aráuz reclamó a Sandino por la presencia de Teresa, este le respondió: “No se enfade Blanquita; que usted es mi mujer del fogón y ella la de la trinchera”.

“Teresa es muy apreciada por mí y la ayudaré toda mi vida, pero nuestros caracteres son tan distintos como del cielo a la tierra; con lo que prueba que no podrá ser mi propia mujer”.

Augusto C. Sandino

Carta al coronel Abraham Rivera. Febrero de 1931.

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