Un tractor que funciona a base de agua, un aparato para sembrar, un dispensador de café tostado, la cura contra el cáncer. Son ideas nicas. Pero en los últimos diez años la oficina nacional de patentes aprobó... dos inventos. En Nicaragua, se inventa poco y se registra menos aún
Por Dora Luz Romero
Se escucha el tecleo de una computadora. Es martes y los cinco escritorios que hay en la oficina de Patentes y Nuevas Tecnologías están llenos. Unos que teclean, otros archivan, unos leen. Cuesta distinguir quién es jefe y quién no, ahí dentro, todos los escritorios son iguales. Sin jerarquías visibles. Es una oficina silenciosa, un tanto oscura y relegada al fondo del edificio del Registro de la Propiedad Intelectual.
Hace frío. Un aire acondicionado refresca del inclemente calor que hace en la capital. A simple vista parece ser un lugar donde se archiva mucho. De eso dan fe los papeles atiborrados en cada uno de los escritorios y también los archivos numerados por año.
En el primer escritorio está un muchacho blanco, de ojos claros, que no para de teclear. Un joven que recibe a quien llega con una sonrisa en el rostro. Frente a él una mesa donde se recibe a las visitas. Y justo ahí, una pila de solicitudes de patentes en blanco. Lista para ser llenadas.
En esa oficina también está Erick Zúniga, él es uno de los llamados examinadores de patentes y da la impresión que, en lugar de hablar, susurrara.
Ahí están. El equipo. Cinco. A la espera de solicitudes. Unos archivan, otros examinan, hacen llamadas, divulgan información sobre lo que hacen. Pero reciben muy pocas solicitudes de nicaragüenses, reconoce Erick Zúniga. La mayoría son de extranjeros.
En Nicaragua, se inventa muy poco y se registra menos aún. Los registros cuentan su propia historia. Son tan pocas las solicitudes que en diez años han sido aprobadas apenas dos patentes de invención y si ese fuera el único trabajo de estos cinco empleados, tendrían muy poco por hacer. Hay meses en los que no recibe ni una sola solicitud. De hecho, hubo un tiempo que pasaron años, una década quizás, en los que nadie logró una concesión de patente de invención.
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Imagine una cama que cure la artritis y, de paso, el insomnio. O un jarabe a base de sangre de burro que cure el cáncer. O un tractor que funcione con agua. Sí. Puede que le parezca una locura, pero así es precisamente como han empezado los grandes inventos que han revolucionado el mundo, con una idea loca.
La cama para la artritis se le ocurrió a un chinandegano, pero su invento no avanzó. La supuesta cura del cáncer era idea de un señor llamado Fanor Argeñal, que decía tener la fórmula secreta. Su receta murió con él. La del tractor que se mueve con agua es de un nica, un español y un belga, que aún se encuentran en trámite para que sea patentada.
Hay inventos que pasan por la oficina de patentes y muchos otros no. A este lugar es donde llegan las ideas de los nicaragüenses. Ideas que van desde prensadores de ropa para perro, mesas en forma de estrella o un molinillo de plástico.
Erick Zúniga tiene los inventos frescos en su memoria. Como si los solicitantes hubieran llegado días atrás y no años. Los aprobados y los no aprobados, los recuerda casi todos. También recuerda los nombres y apellidos y con suerte la dirección donde se ubican. Pero no es el único. En esta oficina todos saben bien quién es Jenner José Traña. También saben quién es Marco Tulio Cabrera. Son especies de celebridades ahí dentro, saben dónde viven, hace cuánto llegaron, y perfectamente pueden explicar sus inventos. Basta mencionar su nombre para que el expediente salte de esos archiveros cargados de papeles. Jenner José Traña y Marco Tulio Cabrera son los únicos dos hombres cuyas solicitudes de patentes de invención han sido aprobadas en los últimos diez años. El primero inventó un dispensador de café tostado y el segundo, un aparato para sembrar llamado espeque industrial. Pero también saben quién es Moisés López, un hombre que lucha por patentar tractores que funcionen a base de agua.
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“Cuando sea grande quiero ser un inventor”. La frase aún resuena en la cabeza de Marco Tulio Cabrera, quien lanza una sonrisa tímida. Desde muy niño Cabrera, originario de Río San Juan, ha dejado que sus pensamientos más locos fluyan. Nunca los detuvo, al contrario, les dio rienda suelta. Así fue que llegó a concretizar su invento, dice.
Es alto, delgado y calvo. De paso presuroso y de caminar encorvado. Le tomó cinco años crear su invento y dos más para patentarlo. Fueron noches de desvelo, meses de dibujos, de pruebas, de diseño. Días de aguantar a amigos y familiares diciéndole que dejara de invertir tiempo en su creación.
Él no hizo caso y con pedazos de madera, de metal, de plástico y su ingenio creó un aparato de siembra y abono de granos básicos a lo que él llama “espeque industrial”. Tiene uno que lo muestra para presumir. Se lo pone tal y como debería llevarlo un sembrador. En un recipiente que lo lleva como mochila carga el abono, en una cajita de madera sujetada a la cintura lleva las semillas y luego, con el espeque pica el terreno, jala una palanca y la semilla y el abono caen sobre la tierra. “Esto mejora la técnica de siembra. Con los otros dispositivos, los brazos del sembrador tienen que soportar el peso de la semilla y el abono, con esto se opera más rápido y el peso va en el torso”, explica.
El espeque industrial es la herencia de su padre, reconoce Cabrera. Fue él quien le pidió ayuda para desarrollarlo. Ahora, la esperanza que tiene es encontrar algún socio que ponga dinero para comercializarlo. Por eso va a ferias, visita cooperativas, y a los mismos productores. “Yo esto lo hago por inercia, pero sinceramente no creo que haya inversión, porque no es parte de la cultura nicaragüense”, asegura.
Ha logrado vender un solo espeque. “A un productor de Río San Juan que siembra maíz”, comenta orgulloso. Con sus costos de producción, dice, lo puede vender en 120 dólares y puede tardar “con suerte” un mes en hacerlo. “Verdaderamente está en estado embrionario”, reconoce.
Pero su sueño lo alcanzó. “Yo soy un inventor”, afirma.
Las ideas de Marco Tulio no han quedado quietas aún. Las ideas locas y otras no tanto van y vienen y hay una en especial que lo ha perseguido por años, desde que era un adolescente, y que espera poder alcanzar: “Hacer un carro unipersonal seguro”.

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La época de crisis, dicen los creativos, es el mejor momento para producir buenas ideas. En medio de grandes crisis y contra todo pronóstico, han surgido grandes empresas conocidas mundialmente como General Motors, FedEx y Procter & Gamble. También inventos como el refrigerador y el radio para carros han sido el resultado de tiempos precarios.
Según el historiador Eddy Kühl, a finales del siglo XIX se creó la primera despulpadora de café en el norte del país. “En 1891 vino el joven mecánico alemán Otto Kühl, conoció a los Elster-Braun (él era buscador de oro y ella sembró un huerto con las primeras plantas de café en el norte del país), y notó que su proceso era muy primitivo, pensó hacer una maquinita para los Elster que removiera la cáscara roja al grano, y así reducir la carga en las mulas a la mitad. Como era mecánico, ideó unos rodillos de madera con unas grapitas en su superficie, que al rotar los cilindros con una manigueta podía desprenderle la cáscara y parte del mucílago”, cuenta.
También pasó lo mismo hace un par de años. Tres hombres llegaron a la oficina de patentes para registrar su invento, que era una alternativa ante la crisis del alza en los precios del petróleo. El nicaragüense Byron Cárcamo, el español residente en Nicaragua —Moisés López— y el belga Ross de Vitte hicieron una alianza para hacerle frente. Cuenta López que les preocupaban “los altos costos que enfrentaban los pequeños agricultores asociados en cooperativas a la hora de obtener servicios para la preparación de tierras”. Así que decidieron generar prototipos de tractores que redujeran el consumo de diesel y así disminuir los costos de producción y además aportar al medioambiente.
Las organizaciones a las que pertenecen estos inventores convirtieron un tractor en híbrido “al instalar dos generadores de oxidrógeno y equipos auxiliares, reduciendo en un 30 por ciento el consumo de combustible diesel, sin generar pérdida de potencia. Lo ha conseguido sin hacer modificaciones al motor original”.
“Nuestro primer prototipo de hidrotractor ahorraba un 21.9 por ciento de combustible. En el segundo prototipo, el ahorro fue del 30 por ciento. Nuestro tercer prototipo esperamos permita ahorrar un 50 por ciento del combustible, son modificar el motor del tractor, únicamente regulando los inyectores”, asegura López.
Según López, el ahorro es notable y hasta ahora no han observado ningún daño en el motor.
El invento aún está a la espera de una resolución de la oficina de Patentes y Nuevas Tecnologías, la cual lleva entre 22 y 26 meses. Los examinadores siguen haciendo su trabajo.

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Riqueza y pobreza. Gloria y desgracia. Una patente puede hacer esa diferencia. Ocurrió en el siglo XIX con la invención del teléfono.
El italiano Antonio Meucci fue quien descubrió la transmisión de sonidos a través de impulsos eléctricos y creó el teléfono, al que él llamó “teletrófono” en 1871.
Tras su descubrimiento viajó a Estados Unidos para registrar una patente, sin embargo su mala situación económica no le permitió realizar el trámite de una patente definitiva. Así que decidió enviar detalles del modelo y la técnica a la compañía de telégrafos Western Union, pero no logró nada. Cuando el italiano pidió que le devolvieran los materiales, solo le dijeron que se habían perdido.
En 1876 apareció en escena Graham Bell, quien presentó una patente para teléfono y la logró. El italiano lo demandó, pero no tuvo ningún éxito. A Bell se le reconoció como el inventor del teléfono y gracias a esa patente logró mucho dinero. Meucci, mientras tanto, nunca dejó la pobreza que lo envolvía. No fue reconocido como el inventor y no obtuvo ni un centavo. El italiano murió en completa miseria.
Así se juega en este mundo. No es suficiente la idea, sino que también hay que registrarla. Por eso las ideas, insiste Erick Zúniga, deben ser patentadas. “Así se protege la creación”, explica.
Nicaragua está en pañales en materia de patentes, reconocen los expertos. Sin embargo, según Zúniga, se trata de un problema en toda América Latina. “No presentan las patentes quizás por falta de cultura o por desconocimiento”, asegura.
Andrés Oppenheimer, en su libro Cuentos chinos, asegura que “el progreso de las naciones se puede medir en gran medida por su capacidad, para registrar patentes de inventos en los mercados más grandes del mundo”. Nicaragua ni siquiera figura en la lista citada por el autor sobre cifras de patentes registradas en la oficina de patentes en Estados Unidos.
A pesar del poco avance, Erick, el examinador de patentes, junto al resto de sus compañeros, siguen esperando todos los días en esa fría oficina las solicitudes de patentes para analizarlas. Tal y como lo ha hecho ya por más de diez años.
2.9
por ciento del total mundial destinado a investigación y desarrollo fue lo que aportó América Latina y el Caribe en el 2000, según la Unesco.
¿Cómo patentar un invento?
El proceso para patentar un invento puede llevar aproximadamente de 22 a 26 meses. Primero se llena la solicitud de registro que se pide en la Oficina de Registro de la Propiedad, en la Oficina de Patentes y Nuevas Tecnologías. Esta cuesta 200 dólares. A ello se deben anexar otros documentos, como una memoria descriptiva de la invención, un resumen técnico y dibujos. Posteriormente, los especialistas realizan un examen de fondo. Una vez concedida la patente se debe pagar una anualidad. La patente de invención le da al inventor exclusividad durante veinte años.