Hermanas Resano: las niñas de las olas

Reportaje - 14.08.2017
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 Las hermanas Resano son las mejores surfistas de Centroamérica. De raíces españolas y argentinas, se quedaron a vivir en Nicaragua, a como decenas de extranjeros, encantados por las olas de las playas del Pacífico

Por Julián Navarrete

Se escucha cómo rompen las olas con fuerza. Aquí el viento golpea desde lejos, en la arena gris, donde hay unas cuantas cabecitas sombreadas por los últimos rayos del ocaso. Las tres niñas esperan en un mar vivo, tan calmo como violento, que arroja y absorbe sin tregua. Valentina Resano, la más grande de ellas, rema y rema, con los brazos y los pies. Va hacia adelante, poniéndose de pie sobre la tabla, mientras se mueve, como domando el mar por unos segundos, antes de perder el equilibrio, envuelta en las aguas que la expulsan junto a la espuma.

Manuel Resano, padre de las niñas, las vigila desde la costa. Está a unos 300 metros de distancia, acomodándose las gafas de sol, mientras sus hijas escogen la mejor quebradura del mar. “Ahí va la chiquita”, dice Manuel, castañeando con los dientes: “Ay, se cayó”.

Minutos después en la bocana de playa Popoyo llega nadando Candelaria Resano, de 11 años de edad. Acaba surfear tres olas. A su edad es una de las mejores surfistas de Centroamérica. Ha competido en mundiales y campeonatos internacionales de surf. Ella está segura que dentro de siete años, cuando tenga 18 años edad, puede ganar el World Surf League, el máximo campeonato de este deporte.

Antes de que eso pase sabe que tiene que mejorar mucho. Practicar, competir y repetir la rutina todos los días. Por ahora aguarda en la arena a que su hermana Valentina, una de las cinco mejores surfistas del mundo a los 13 años edad, haga suya una ola para regresar satisfecha a su casa. “Ahí va otra vez la chiquita”, dice Manuel, refiriéndose a Máxima, de ocho años, la menor de las niñas que a diario intentan dominar las olas.

Las hermanas Resano le dedican más de dos horas y media a diario a practicar surf.
Foto: Óscar Navarrete.

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Las tres hermanas Resano son nicaragüenses con raíces argentinas y españolas. Manuel, el papá, es argentino, mientras que Beatriz del Caso, la mamá, es española. Valentina, Candelaria y Máxima Resano nacieron en España pero viven en Nicaragua desde los tres meses después de nacidas. Sus padres decidieron que nacerían en Europa porque en playa Popoyo, en el departamento de Rivas, donde viven, no había condiciones para que llegaran al mundo.

Para conocer cómo Manuel Resano llegó a Nicaragua hay que trasladarse al año 2003, cuando la fundación Nica France se interesó en desarrollar barcos a vela –un deporte de unos botecitos que tienen una vela y se mueven impulsados por el viento– en el lago Cocibolca. Manuel, entrenador de barcos a vela, y otro compañero fueron los encargados de venir a Nicaragua para desarrollar una escuelita.

Manuel estuvo a cargo del proyecto durante tres años, hasta que lo cancelaron. Quedó sin trabajo y entonces buscó un mapa que años atrás le habían regalado unos estadounidenses, donde según ellos estaban las coordenadas para encontrar la mejor playa para hacer surf en Nicaragua. Siempre le ha gustado el surf, pues lo practicó desde pequeño en una casa de playa que tiene su familia en Argentina.

“El surf siempre ha sido mi pasión y sabía que en Nicaragua había olas”, dice Manuel. En esos meses llovía, no había información, ni carreteras en buen estado. “Pero manejando y preguntando llegué a Popoyo”. Después de horas de mal camino, Manuel se detuvo frente a la ola y dijo: “Aquí me quedo”.

Desde hace 15 años vive en Popoyo. Los primeros meses dormía en una casa de campaña en la arena de la costa, escuchando el rugido del mar. “Con tal de estar cerca de la ola”, dice. Beatriz del Caso, su esposa, es terapeuta y lo visitaba cuando todavía eran novios, hasta que se quedó a vivir con él. “Aquí compramos este lote, que no tenía ninguna construcción, ni árboles. Todo lo hemos construido nosotros”, dice.

Manuel tiene nacionalidad argentina y nicaragüense. En cambio, su esposa y las niñas poseen nacionalidad española y nicaragüense. “Ellas (las niñas) se siente nicaragüenses. Si les preguntas, te dirán que son nicas. Ellas están muy contentas y orgullosas de ser de acá”, dice el padre de las niñas.

“Nosotros estamos muy agradecidos con Nicaragua, nos encanta este país. Nos encantan su gente. Nos adoptó, nos nacionalizó, estamos muy agradecidos y no quisimos representar a otro país, ya sea España, por mi mujer, o Argentina, por mí”, dice.

A la una de la tarde Manuel Resano llega a la playa. Cabeza rapada, de tez blanca, con la cara embarrada de bloqueador. Saca la tabla de surf de su pequeño jeep. A esta hora su esposa está trabajando en una modificación de la casa, mientras sus hijas estudian en la escuela. Manuel deja el celular en el auto y se desconecta de la Tierra por dos horas para tirarse al mar.

Manuel Resano, el papá, es argentino. Mientras que Beatriz del Caso, la mamá, es española.
Foto: Óscar Navarrete.

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Popoyo es una playa de Tola, en el departamento de Rivas, del Pacífico nicaragüense. La carretera para llegar a la costa es de tierra aplanada y tiene pocas grietas a pesar de que ahora es invierno y los cauces naturales suelen ser comunes. Al aproximarse al mar se alzan discretos pero abundantes varios edificios de dos o tres plantas, en donde se ofrece paseo en bote, clases de surf, hospedaje y servicio de restaurante.

En la playa se ven hombres y mujeres, de rasgos caucásicos, embarrados de bloqueador, cargando sus tablas de surf. Mujeres en bikinis, hombres sin camisa y en bermudas, es una postal de esta playa.

Manuel Resano dice que cuando vino por primera vez a Popoyo casi no había personas. Sin embargo, en los últimos ocho años decenas de extranjeros se han quedado a vivir. “La gente que se ha quedado tiene el estilo de vida surfista. Cuando ya tienen la ola, dicen: ¿qué hago? Entonces ellos ponen un restaurante, un hotel, dan clases de surf. Van viendo cómo hacen. Otros venden tierras, y ahí van consiguiendo su dinero para acomodarse”, dice Manuel.

El surf se ha convertido en la segunda motivación, después de escalar volcanes, que tienen los turistas para venir a Nicaragua. Calculadora en mano, Lucy Valenti, presidenta de la Cámara Nacional de Turismo, indica que el año pasado el 32 por ciento de los turistas practicó surf, lo cual generó ingresos de más de 200 millones de dólares.

“Este segmento no está siendo valorado, porque mucha gente piensa que el surfista es mochilero y no es así. El surfista es un segmento de turistas parecido al golfista. Al igual que el golf, el surf es un estilo de vida. Entonces el surfista empieza joven y cuando ya es empresario sigue siendo surfista”, dice Valenti, quien afirma que al país han venido varios millonarios en aviones privados con el único propósito de practicar surf.

Lo que está sucediendo –según Dexter Ramírez, presidente de la Federación Nicaragüense de Surf –es lo mismo que en San Juan del Sur hace casi 30 años, cuando se transformó de un puerto pesquero a una playa turística.

“Muchos gringos, canadienses o europeos se jubilan, recogen su billete, compran una casa, ponen un negocio, se casan con una mujer o se la traen, y viven de sus pensiones mensuales. Este el sueño de cualquier surfista y lo pueden cumplir en Nicaragua”, dice Ramírez.

Valenti dice que para mostrar ejemplos de inversiones están los barrios exclusivos de Rancho Santana e Iguana, donde la mayoría de los residentes son extranjeros atraídos por las olas de estas playas.

Desde el área de San Juan del Sur hasta Chacocente todas las playas son privilegiadas. Según Ramírez, la razón de que la ola sea tan buena en esta área tiene que ver con que el lago Cocibolca provoca que el viento pegue frente al mar todo el año. “Lo que busca un surfista es una rampa perfecta para hacer todas las maniobras, y por supuesto, que se forme el tubo de agua tan anhelado por nosotros”.

Manuel Resano dice que en otros países en la mañana no hay viento en la ola, lo que es bueno para surfear. Pero a partir de las 11:00 de la mañana empieza a soplar desde el mar y eso arruina la actividad. “A partir de ahí ya no puedes seguir surfeando. En cambio, en Nicaragua, las olas son buenas todo el día”, dice Manuel.

“Los turistas vienen porque Nicaragua es un país seguro y nadie los está molestando. La gente vive tranquila. Aquí nomás en Costa Rica las playas son mucho más peligrosas, mucho más drogas. Aquí enseguida si están haciendo cosas con drogas les cae la policía. Entonces el turista se siente tranquilo”.

A como la familia Resano, a los turistas en Nicaragua los dejan comprar tierras y edificar casas o negocios. “En México, por ejemplo, no puedes comprar tierras, no dejan trabajar a los turistas, mientras que en Nicaragua los dejan hacer su vida tranquila”, dice Resano.

Las tres hermanas nacieron en España y fueron traídas a Nicaragua, desde los 3 meses después de nacidas. Foto: Óscar Navarrete

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Allá adentro estás en medio del océano. El mar sigue vivo, puedes ver las olas formarse debajo de tus pies, o cómo una corriente te sacude. Abajo están los peces zigzagueando en el agua. Arriba revolotean las aves alrededor del sol, hasta hundirse en las nubes grisáceas. No hay frío porque el agua de Popoyo está caliente y no usas un traje grueso especial, con capucha y guantes, como en otros países, para no congelarte.

La anterior es una declaración de amor de Valentina Resano hacia el surf. No siempre fue así. Manuel, su padre, dice que cuando ella tenía ocho años no le gustaba, porque se le hacía difícil remar con fuerza, la golpeaba el viento y la tabla, y la revolcaban las olas.

“A esa edad el surf para un niño no es tan apetecible. Ahí fue cuando yo tuve que insistir en ir todos los días. Cuando ellas fueron mejorando la técnica y teniendo más fuerza lo empezaron a disfrutar más. Se les instaló el virus y ellas ya pidieron surfear”, dice Manuel.

El surf es aprender del mar, sobre su comportamiento, las corrientes, dice Manuel Resano. Para aprender la esencia de las olas se necesita mucho tiempo. Es estar siempre en momento presente, conectado con el agua, la naturaleza, que es energía y provoca satisfacción.

“Es una linda sensación física y mental. Así que el día que no lo haces necesitas tener esa sensación. Se va haciendo adictivo y llega un momento en que necesitas hacerlo todo los días”, dice el padre de las niñas.

Manuel y sus hijas le dedican más de dos horas y media a diario a surfear. Hay días en que las olas están grandes y entonces se quedan practicando hasta ocho horas seguidas. Todos los días se levantan a las cuatro de la mañana para la primera sesión antes de irse a la escuela, y cuando regresan pueden practicar un par de horas más.

Las tres niñas son rubias, delgadas y ojos claros. Valentina, de 13 años de edad, ya se le está formando el cuerpo de nadadora profesional: espigada, espalda ancha y abdomen definido. Además del surf, las Resano practican entrenamiento físico, con especialistas en fuerza y coordinación. Saben acrobacias con telas, taekwondo y baile contemporáneo.

Todos los meses viajan por tierra hacia Costa Rica, donde compiten en torneos internacionales. Siempre quedan en los primeros lugares, en las categorías abiertas a todas las edades y en otras de menores de 16 y 12 años de edad.

Este año Valentina quedó como número 11 de un campeonato mundial en Francia, en la categoría libre, es decir competía con 83 muchachas, de 41 países, de más de 20 años de edad. En ese mismo nivel ganó el primer lugar de un campeonato en Costa Rica y en septiembre participará en un mundial en Japón.

Sus padres decidieron que las niñas estudiarían en línea, con un programa basado en una escuela de Estados Unidos, debido a la cantidad de viajes que realizan a los torneos en el extranjero. Cuando no están en competencia, las niñas asisten a una escuela ubicada en Rancho Santana, un resort turista de Tola, para ser apoyadas por una profesora que atiende a 15 alumnos, en modalidad multigrado.

Hasta el momento las niñas han sacado buenas calificaciones, según la maestra encargada de la escuela. Valentina, Candelaria y Máxima ya aprendieron a hablar español, francés e inglés. “Lo bueno de este sistema es que les ayuda a los niños a ser responsables. Van a su propia velocidad. Es mucho más efectivo que si vas a la escuela normal porque aquí vas a tu ritmo”, dice Lara Sarris, la maestra.

La mayoría de los amigos de las niñas Resano son practicantes de surf en Nicaragua o que conocen en torneos internacionales. “Hablamos mucho de las olas. Lo que habla cualquier persona: de las competencias, de cómo están las condiciones, qué vamos a hacer, si van a crecer o decrecer las olas y los resultados de las competencias”, dice Valentina.

Manuel quiere convertir a sus hijas en profesionales del surf cuando tengan entre 16 y 18 años de edad. “A los 16 años ya se va viendo si alguien tiene condiciones para dedicarse a esto. El surf es como el futbol, a los 16 ya tienes que ser un crack. Si no eres bueno a esa edad, nunca serás bueno. Es por eso que la formación de ellas tiene que empezar desde muy pequeñas”, dice Manuel.

Valentina, por ejemplo, no recuerda cuándo su padre le enseñó a nadar, porque tenía como un año. A los cuatro años de edad ya podía pararse sobre tabla en la espuma de la bocana de Popoyo. Su padre la montaba sobre la tabla, la empujaba, y poco a poco fue aprendiendo a equilibrar.

Máxima, de ocho años de edad, dice que a los dos años su papá la metía en la parte honda de una piscina. Al igual que a sus dos hermanas, a los tres años, se metió con una tabla de surf al mar. “A veces me dan miedo las olas cuando están muy grandes, porque te pueden dejar debajo del agua por mucho tiempo. He sentido que cuando pasa la ola, estoy tratando de subir pero la corriente me empuja. A veces he tragado un poquito de agua”, refiere Máxima.

Manuel dice que les enseñó surf a sus hijas para tener algo en común con ellas cuando estuvieran grandes. “Yo tengo amigos que no pasaron esa etapa en donde les enseñan a sus hijos. Ahora los hijos no surfean y entonces no tienen esa comunión. Nosotros, en cambio, nos vamos en familia a surfear todo el tiempo”.

Máxima Resano, de 8 años de edad, es la menor de las hermanas.
Foto: Óscar Navarrete.

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El año pasado, la familia Resano gastó 35 mil dólares en el desarrollo del surf de las niñas. Entre viajes, tablas y entrenadores, todo el dinero que Manuel y Beatriz ganan lo están destinando en mejorar las habilidades de sus hijas en este deporte. “Se está volviendo costosísimo y necesitamos apoyo para seguir a este nivel”, expresa Manuel.

Para encontrar los errores, después de surfear miran los videos que filma Manuel mientras ellas están en las olas. “Buscamos los campeonatos porque es la motivación para mejorar. La perfección viene con los campeonatos. Cuando surfeas solo es más difícil. Cuando estás compitiendo contra otros, viendo los videos y un juez te está poniendo los puntos, te llena de motivación”, dice Manuel.

El surf no es como la gimnasia, en donde los atletas practican en un mismo lugar, hasta perfeccionar el movimiento. Valentina se pone nerviosa en las competencias: nunca sabe qué va a pasar con el agua y el viento. “Es la naturaleza y no sabes si en un minuto hayan muchas olas y en otro momento está completamente plano”, asevera Valentina.

Candelaria chapalea en las aguas de Popoyo. Las corrientes gimen. Puede meterse en el tubo de la ola. Al principio, le da miedo porque es una pared de agua que en cualquier momento se precipita. Lo más difícil es tener valor y decisión para ingresar. Adentro hay seguridad porque el centro del tubo se llena de aire mientras las ondas de aguas van cayendo detrás de los pies. Debes asegurarte de no ir muy arriba ni muy abajo. Es dibujar una línea paralela, y luego adentro sientes tranquilidad, calma, a pesar de la bravura de la ola que te baña alrededor.

Las niñas Resano estudian en una escuela en línea, basada en un currículo de Estados Unidos.
Foto: Óscar Navarrete.

Las mejores playas para surfear

Los expertos en surf de Nicaragua consideran estas playas como las mejores para surfear.

Popoyo: CNN ubicó a esta playa entre las cinco mejores del mundo para practicar surf. Ubicada en Tola, Rivas, sus olas pueden llegar a medir entre 10 y 15 metros de altura. Además de ser consistentes y de temperatura idónea.

Aposentillo: Es la única playa recomendada en el occidente del país. Las olas son tubulares, fuertes, hay buen viento y altura. Debido a su ubicación, al norte de Chinandega, hay menos personas que la visitan, por lo cual el surfista se puede concentrar más en practicar y perfeccionar su técnica.

Maderas: Es de las más populares para los surfistas por su facilidad de acceso y formación de sus olas. Tienen muy buena fuerza, y sobre todo, muy buen viento, lo que permite que durante todo el año se pueda practicar el surf en esta zona.

Colorado: Playa de arena blanca, similar a la de Corn Island. Ya se celebró el Campeonato Mundial de Surf Master Nicaragua 2012. El surfista se puede meter dentro de la ola y presenta la característica que todo el año se mantiene igual.

Jiquiliste: En 2013, se realizó el Campeonato de Surf World Junior. La playa cuenta con la variación en su temperatura, la cual se maneja entre 24 y 33 grados centígrados.

Costos

Para surfear solo se necesita una tabla y una cuerda para atarla al pie del surfista.

Cada tabla puede costar entre 400 y 700 dólares.

En Nicaragua, existe un fabricador de tablas pero la mayoría son traídas de otros países.

Un surfista profesional puede gastar una tabla al mes, e incluso hay tablas que duran dos o tres días.

El diseño de las tablas varía por la altura del surfista y básicamente se tiene que adecuar por la siguiente condición: entre más grande la ola, más grande la tabla.

Los turistas que vienen a Nicaragua a surfear, por lo general, alquilan vehículos, botes para trasladarse a las playas y servicios de hoteles y restaurantes.

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