Heridas de guerra

Reportaje - 10.04.2016
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Cinco excombatientes de las dos recientes guerras que se dieron en Nicaragua cuentan las historias de sus heridas en combate

Por Ulises Huete

Juan Murillo saca el arma de entre las sábanas, la carga y se la pone en la sien. Lucas Sáenz lo mira y llama a una enfermera: “¡Señorita, venga! Quítele el arma o se pega un tiro ese hombre”. Ella se acerca donde el lisiado, le dice que se calme, le toma suavemente la mano que sujeta el arma, se la retira despacio de la cabeza, después se la quita. “Hubo muchos que se palmaron estando buenos, los familiares les llevaban armas y se pegaban su balazo”, refiere Sáenz. Esto sucedía en una clínica de Las Colinas en Managua donde iban a recibir terapia los discapacitados de guerra en los 80.

Sáenz cuenta que después se encontró a Murillo y que este le dio las gracias por haber impedido que se matara. Al evocar esos momentos, Sáenz exclama con una sonrisa: “La vida es bonita aunque ande uno en silla de ruedas, es bonita sabiéndola llevar”.

Se apoya sobre la silla de ruedas, suspende el torso con los brazos y se pasa a la banca con rapidez. Luego se acuesta, toma la barra olímpica con las dos manos y comienza a realizar una rutina para pectorales, hombros y tríceps. Lucas Sáenz tiene 61 años, asiste tres veces a la semana al gimnasio Animal Gym de Monseñor Lezcano y practica el powerlifting, una disciplina de levantamiento de pesas. Perdió ambas piernas en un combate luchando del lado del Ejército Popular Sandinista en los años 80.

El combate se lleva a cabo en una montaña del pueblo de La Tronquera, en la Región Autónoma de la Costa Caribe Norte, cerca de una empresa que saca aceite de los pinares. El cielo de las cinco de la madrugada empieza a clarear. Sáenz dirige a treinta hombres. Uno de ellos cae gravemente herido en uno de los guindos del lugar. El soldado grita de dolor. Sáenz le indica que se calme, que se quede quieto, que verán cómo sacarlo. Pero los otros soldados le dicen a Sáenz que lo deje porque allí pueden estar ocultos los contras.

Sáenz habla con voz suave, tiene una personalidad afable y sonríe mientras cuenta sus experiencias. Anda la cabeza rapada y posee una contextura musculosa. Una cicatriz atraviesa su antebrazo izquierdo, se lo fracturó hace unos años en un accidente durante una competencia de velocidad de sillas de ruedas. Lo operaron para reconstruirle el hueso y por eso le quedó un poco más corto que el derecho. Los médicos le dijeron que podía hacer levantamiento de pesas sin excederse.

“Tenemos que arrastrarlo como sea”, les dice Sáenz a sus compañeros. Decide ir por el muchacho. Se tira al suelo, llega hasta donde está el herido. Trata de arrastrarlo pero no lo consigue, el muchacho es gordo, pesa mucho. Sáenz se pone de pie, luego se hinca, lo agarra. “En lo que yo me paro a dar unos pasos e irme escondido por la maleza, solo sentí la explosión nada más, no sé si fue mina porque yo perdí el conocimiento o fue una ráfaga, ya cuando me desperté estaba en el hospital”, recuerda el veterano de guerra.

Sáenz cayó herido el 16 de diciembre de 1984, tardó veintitrés horas y media en reaccionar, casi lo dan por muerto. Le faltaba un mes para que le dieran de baja. Había combatido en la insurrección contra Somoza a finales de los setenta, estuvo un año y medio en la Reserva como instructor de soldados y cuatro años en el Servicio Militar.

En una competencia mundial en Brasil en el 2008 ganó el tercer lugar. Ha participado en otros juegos paralímpicos en El Salvador y Guatemala representando a Nicaragua. En el 2013 ganó el primer lugar en Costa Rica, en la categoría de los 100 kilogramos, en press de banca.

El atleta de powerlifting nunca supo qué le pasó al muchacho que intentó rescatar. Al pensar en aquella época de guerra expresa con serenidad: “Se vivió una experiencia muy dura. Al final y al cabo en nada queda. Viven comiendo en el mismo plato los dos bandos. Dialogando se lleva la paz, no hay necesidad de andar en la guerra”.

“Se vivió una experiencia muy dura. Al final y al cabo en nada queda. Viven comiendo en el mismo plato los dos bandos. Dialogando se lleva la paz, no hay necesidad de andar en la guerra”.

Lucas Sáenz, discapacitado de guerra. Perdió las piernas en un combate el 16 de diciembre de 1984.

Lucas Saenz, discapacitados por guerra, en gimnasio de Monseñor Lezcano .Foto Uriel Molina/LAPRENSA
Lucas Sáenz ganó el primer lugar en levantamiento de pesas en el 2013 en Costa Rica, en la categoría de 100 kilogramos. Él es uno de los pocos atletas discapacitados que practica este deporte en Nicaragua. Perdió las piernas un mes antes de que le dieran de baja en el Ejército.

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Marvin Canales yace boca abajo. A dos metros de sus pies está tendido un guardia jovencito de unos 14 años. A su derecha está otro militar derribado. Tres metros delante de Canales, tras una palmera, se refugia uno de sus compañeros. Y detrás de un muro a su izquierda, hay otro soldado que los anima, les dice que no se preocupen, que no van a morir todavía. “Tenía dos balazos en los dedos del pie, uno en el empeine, el huesito del talón y el de más arriba, el ojo del pie, los tenía desbaratados”, recuerda Canales treinta y siete años después.

Un grupo de soldados de la Guardia Nacional que andaban patrullando las calles de Rivas acaban de ser atacados por guerrilleros sandinistas. Pasaban por el cementerio del barrio La Puebla cuando unas ráfagas salieron de unos árboles cerca del camposanto. Los guardias no tuvieron tiempo de reaccionar ante la emboscada y cayeron abatidos. Son entre las ocho y nueve de la mañana de un 29 de mayo de 1979.

Oriundo del municipio de La Paz, departamento de Carazo, Marvin Canales ingresó a las filas de la Guardia Nacional en 1975. Un amigo de la familia que también era guardia le explicó la manera de entrar. Canales recuerda que en esa época en su pueblo solo había trabajo en actividades agrícolas y vio otra oportunidad laboral en el cuerpo castrense del régimen somocista. Se dirigió al comando militar en Masaya, aplicó y lo aceptaron. Solo había cursado estudios de primaria.

El guardia que está a la derecha de Canales recibe un tiro en la pierna y otro en la espalda. Se empieza a sofocar y trata de quitarse el casco. Cuando se agarra el barbiquejo con una mano le pegan un tiro en la garganta. “El muchacho que estaba atrás lo oigo decir ‘ay mamita linda, Dios mío mi lindo, perdóname’, me vuelvo y vi que tenía un balazo en la propia frente, tenía el hoyo echándole sangre y los ojos abiertos”, cuenta Canales. El guardia que los animaba detrás del muro no vuelve a hablar, también recibe un disparo. Al que está detrás de la palmera “le cayó una granada de fragmentación a la orilla de su cuerpo que lo desbarató y esos charneles me alcanzaron a mí en el costado izquierdo”, continúa el exguardia.

Marvin Canales tiene 57 años y le amputaron la pierna izquierda unos meses después de la emboscada sandinista, cuando había sido derrotado Somoza. Vive con sus progenitores en La Paz, Carazo. Es padre de un adolescente de 17 años que actualmente reside con su madre. Canales se dedica a la rotulación y a la pintura de paisajes desde 1989, tras diez años preso en las celdas de la Modelo por haber sido Guardia Nacional.

Explica que aprendió a dibujar solo en la infancia, en su juventud practicaba en los cuarteles cuando tenía tiempo y después durante una temporada en la cárcel hizo muchos retratos hasta que le quitaron los lápices y el papel como castigo cuando se fugó por segunda vez un preso.

Después de la balacera hay unos minutos de silencio. Canales sigue boca abajo, con la cara hacia el lado izquierdo, con los brazos extendidos, haciendo una cruz con su cuerpo. Debajo de la mano derecha tiene el fusil Galil con un dedo en el gatillo. Cuatro guerrilleros se acercan hacia el grupo de guardias caídos. Canales recuerda: “Miré que venían como unos cuatro sandinistas diciendo que iban a rematar a los guardias sobrevivientes”.

Canales perdió el casco en el tiroteo. Tiene la cabeza con sangre porque le dieron de refilón con una bala. También tiene sangre en la rabadilla porque le pegaron un tiro en el abdomen que le salió por la espalda. “Si estos me voltean, obligado a matar a los que tenga cerquita, con una ráfaga, eso pensé en ese momento. Gracias a Dios pasaron encima de mí y se fueron”.

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“¿Tuvo sentido? Sí tuvo sentido. ¿Fue necesario? No fue necesario. ¿Por qué? Porque pudiendo haber platicado como se platicó al final, hubiésemos platicado al principio, no hubiésemos fracasado setenta mil jóvenes que fueron a morir y como dieciséis mil que estamos discapacitados”.

Andrés Moreno, combatió del lado de la Resistencia Nicaragüense, en la guerra recibió un tiro de AK que lo dejó parapléjico el 13 de noviembre de 1983.

Andrés Moreno se dirige en la tarde donde su novia en la localidad de Terrerío, cuando “en una vuelta de una carretera, ramas cortadas, monte cortado, palos rafagueados, y cuál es mi susto cuando veo a los hombres doblados, muertos, uno estaba castrado”, relata Moreno. Ese mismo día en la mañana, había visto pasar a esos dos hombres: Vidal y Chepe Peralta, primos hermanos, prisioneros de un Coro de Ángel.

Esos hombres eran amigos suyos. Ambos tenían entre 30 y 35 años de edad. Vidal era hermano de la novia de Andrés Moreno. Este sigue hasta donde su novia, pero no dice nada por temor. Tres días después se sabe la noticia de la desaparición de los hermanos Peralta. Moreno acompaña a Loncho, Rufino y Mercedes Peralta, hermanos de los muertos, a buscar los cuerpos para enterrarlos. Los cadáveres están deshechos. Se ponen limones en las narices para soportar el tufo a putrefacción y usan hachones de ocote para alumbrarse mientras los sepultan.

“Coro de Ángel se llamaba un ejército que tenía el Frente en los años 80, ese era un batallón o una cuadrilla de hombres que se dedicaban solo a sacar a los reaccionarios de esa época, todo aquel que no era con el Frente era sacado de su casa y asesinado en cualquier lugar, en un basurero, en un camino o aparecía muerto”, refiere Moreno.

Días después un hombre le dice que la Seguridad del Estado lo anda siguiendo, que tenga cuidado y que mejor no regrese al pueblo. “En una ocasión me sentí perseguido por un jeep rojo. Me acuerdo que en ese tiempo había un hombre que se llamaba Leonel Sobalvarro, ese perseguía a la gente, entonces, me vi obligado a tomar un fusil e irme”, cuenta Moreno. En esa época tenía 18 años.

El excontra tiene ahora 52 años, está casado y es padre de dos varones. Ha ejercido diversos oficios como sastre, barbero, comerciante y pulpero. Actualmente tiene una vulcanizadora y un pequeño taller de soldadura en un barrio popular de Managua. En su establecimiento también hay una pequeña máquina de juegos a los que llegan los niños del vecindario. Un joven trabaja con Moreno porque necesita ayuda para reparar las llantas puesto que quedó lisiado en la guerra de los 80, no puede caminar y se moviliza en una silla de ruedas

Moreno es parte de un grupo que dirige Pedro Ortiz, el “Comandante Suicida”. Los combatientes de la Resistencia se están comiendo una vaca en la zona de Yumpalí, cerca de Jalapa. El “Comandante Suicida” se acerca y les dice que los “pires” o “piricuacos” vienen a atacarlos. Los contras se levantan, se preparan y se dirigen hacia una loma. “Cuando de pronto vimos que de un guineal salió el montón de gente y se rompió el combate”, recuerda Moreno. Había avionetas, helicópteros, morteros y ráfagas. El combate duraría siete días y en dos ocasiones los contras casi se toman Jalapa.

Moreno está rodilla en tierra cargando un magacín. Son entre las 11:00 y las 12:00 del mediodía del 13 de noviembre de 1983. Entonces una bala lo impacta en el costado derecho y lo derriba. “En el momento recuerdo que yo grité. Los compañeros llegaron y me sacaron, me echaron a tuto, me caminaron un trayecto, pero era tanta la fuerza del enemigo que fue difícil avanzar conmigo”, refiere el excontra. El que lo lleva se separa del grupo con Moreno. Lo arrastra un buen trecho huyendo del fuerte ataque. Moreno siente que se va lastimando más cuando lo arrastran en el monte. Experimenta mucho dolor, no se puede mover. Para que no maten a su compañero le dice: “Hermano, dejame y andate, ya estoy pegado. Entonces me dejó y se fue”.

Pasa tres días herido soportando la sed. Se siente como una estaca enterrada en la tierra. Si se mueve lo punza un intenso dolor, entonces prefiere quedarse quieto. “Yo dije aquí me voy a morir, aquí me va a pasar lo que le pasó a aquellos pobres que enterramos allá, aquí me quedé. Y me dormí”, refiere Moreno.

Unas voces se acercan. Son los “pires” que lo encuentran. Llaman a su jefe y le preguntan qué deben hacer con el CR (contra revolucionario). El jefe les responde que lo esperen y que no lo maten. Cuando llega reconoce al contra y le pregunta si es sobrino de Juan de Dios Moreno, el herido le responde que sí. Entonces el jefe le dice que conoce a su tío. Luego le ordena a un soldado que se lleve al contra a Jalapa y le advierte que lo resguarde bien.

Andrés Moreno fue conducido a Jalapa, después a Estelí y por último a Managua. Los médicos le dijeron que no volvería a caminar, la bala que le impactó le afectó la columna. Estuvo preso en El Chipote donde lo torturaron. Sobre aquellos sucesos de los años 80 expresa: “¿Tuvo sentido? Sí tuvo sentido. ¿Fue necesario? No fue necesario. ¿Por qué? Porque pudiendo haber platicado como se platicó al final, hubiésemos platicado al principio, no hubiésemos fracasado setenta mil jóvenes que fueron a morir y como 16 mil que estamos discapacitados”.

Andrés Moreno, Heridas de guerras
Andrés Moreno recibió un tiro en el costado que le alcanzó la columna, peleaba del lado de la Resistencia Nicaragüense. Se unió a los 18 años a las fuerzas de la contra, un año después recibió la herida que lo dejó en silla de ruedas.

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Los jugadores en sillas de ruedas empiezan a llegar al Parque Luis Alfonso Velázquez Flores, de Managua. La cancha que ocupan es la primera a la derecha si se ingresa al parque por el lado de la Avenida Bolívar. Uno de los jugadores usa barba y lleva el pelo amarrado por detrás con una pequeña cola. Está calentando y dándoles instrucciones a los jugadores que se preparan para practicar. Su nombre es Tomás Alvarado, tiene 51 años y es el entrenador de la Selección Nicaragüense de Baloncesto sobre sillas de ruedas.

“Tom Boy”, como le dicen sus amigos, habla con soltura, mucha elocuencia y con actitud de líder. También es promotor de rehabilitación integral para personas con discapacidad y técnico en reparación de sillas de ruedas eléctricas. Está casado, tiene una hija de 23 años y reparte su tiempo entre el deporte y sus asuntos personales. Un viento cálido gira en esta tarde de jueves, que es uno de los días que entrena su equipo.

En 1983 Alvarado era oficial de los batallones de reserva. Lo mandaron a combatir al cerro Ventilla, en Quilalí. Un primero de agosto comenzaron a luchar como a las tres de la madrugada. “Yo era jefe de pelotón, andaba al frente de treinta compañeros, pero no era jefe de pelotón de aquellos que está dirigiendo atrás con radio, sino que a mí me gustaba estar al lado de los compañeros, sentir lo que es ejecutar una orden”, explica “Tom Boy”.

“Me fui al frente de ellos y me mataron como a tres compañeros. Como me bajaron la cantidad de fuerza, entonces seguí adelante con ellos”, recuerda Alvarado. El pelotón comenzó a perseguir a los que habían matado a sus compañeros. En un momento del combate, como a las diez y media de la mañana, una granada de escopeta M79 explotó a tres metros de la espalda de “Tom Boy”. La onda expansiva lo impulsó con violencia hacia adelante. “Un charnel, como de la mitad de esta uña, de los veintisiete charneles que me llenaron, uno me hizo verga la columna. A partir de allí no pude seguir participando”, cuenta el entrenador.

“Tom Boy” cayó de bruces. Cuando intentó levantarse no lo consiguió, quiso agarrar el AK y tampoco pudo. Creyó que tenía fracturadas las piernas. Tenía todo el cuerpo bañado en sangre. Unos momentos después sintió la sangre caliente pero no tenía dolor. Su mente comenzó a hundirse despacio. “Es como cuando te estás quedando dormido, querés levantarte y estás viendo una película, más o menos así percibí yo la muerte”, cuenta Alvarado. Él había visto a otros compañeros caer heridos por la explosión de una granada y después morir. Pensó que esta era su hora final y que ya se deslizaba hacia su muerte. “Quise rezar y me acordé de mi mamá. Dije ¡puta!, una de las solicitudes de mi mamá era que no anduviera en esta mierda, me acordé de esas últimas palabras de mi madre y me puse a pensar que iba a sentirse mal cuando le dijeran que me llevarían en una caja”, recuerda Alvarado con serenidad en el rostro.

Mientras yacía en el campo de batalla, el fuego de la metralla seguía con intensidad sobre él. Se arrastró hasta las raíces de un árbol y se quedó allí. “En mi último afán de conocer al Señor como creador de este mundo, quise encomendarme a Dios y has de creer que no terminé de rezar el Padre Nuestro, quise rezar y no me lo sabía, así como te dije, como que te vas quedando con sueño, bueno hasta aquí llegué, y allí se me fue la señal del chip”, relata el excombatiente.

Ocho días después se despertó en el Hospital Militar de Managua. Su madre lo acompañaba. Al comienzo no sabía que no volvería a caminar. Incluso hizo planes de volver a la guerra cuando se recuperara. Unos días después le dijeron que había quedado lisiado para toda su vida, tenía 17 años. “Toda mi vida pasó frente a mí: cuando jugaba futbol, cuando iba a las fiestas. Fue bien doloroso. Pensé en mi mamá, se va a poner triste cuando lo sepa, pero ella ya lo sabía”, recuerda Alvarado.

El entrenador cuenta que algunas personas lo han cuestionado sobre su participación en la guerra: “Hay gente en el mercado que te dice y mirá cómo quedaste hecho verga y aquellos majes están deaverga. Les explico que no anduve para que ellos estuvieran tuani ahorita, anduve porque en mi convicción, en mi forma de pensar, era necesario en ese momento”.

Tomas Alvarado, victima de guerra en parque Luis Alfonso Velasquez Flores .Foto Uriel Molina/LAPRENSA
Tomás Alvarado, de camisa azul a la derecha, es el entrenador de la Selección Nicaragüense de Baloncesto en silla de ruedas. En esta foto practica con algunos de los jugadores de la selección en una cancha del Parque Luis Alfonso Velázquez Flores de Managua.

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El taxi se detiene, el pasajero le dice que va hacia la Universidad de Ingeniería (UNI), el taxista asienta, pactan el precio y el pasajero se monta. En el camino el pasajero se percata que el taxista conduce solo con las manos. No tiene piernas. Durante el trayecto el taxi se desplaza sin inconvenientes hasta llegar a su destino. Luis Ticay maneja con suma destreza, como cualquier conductor con experiencia y que dispone de todas sus extremidades. Él trabaja de taxista desde el año 2000 en la cooperativa Organización de Discapacitados Revolucionarios (ORD).

“Cuando me fui al Servicio Militar me fui joven porque quería salir joven, tenía dieciséis años”, cuenta Ticay. En esa época vivía cerca de El Viejo con su papá y sus hermanos. Después que aprobó la primaria ingresó a una escuela técnica para estudiar un curso de Agronomía. Ticay cuenta que como era “grandote” lo agarraban a cada rato para llevárselo al Servicio Militar pero lo soltaban porque no tenía la edad. Entonces decidió irse voluntario cuando estaba en el tercer mes del curso de Agronomía.

“En el año noventa como ningún taxista te transportaba en silla de ruedas me dije: ‘Voy a tener que buscar mi moto’ y compré una de tres ruedas”, recuerda el veterano de guerra. Una vez que consiguió la moto y aprendió a conducirla se puso a trabajar con ella vendiendo bolis en la calle. Años después se compró un vehículo y lo modificó para poder conducirlo.

“Ya había otro sistema, pero a mí no me gustó. Yo quería hacer el propio mío”, cuenta el taxista. El sistema que diseñó consiste en meter embrague y frenar con una misma palanca que manipula con la mano izquierda, con el muñón de la pierna derecha acelera con una palanca adaptada al asiento y con la mano derecha dirige el timón y mete cambios normal. “Cuando enclocho y voy en una vuelta, con el antebrazo izquierdo sostengo el timón y meto cambio”, agrega Ticay.

Pronto iba a salir del ejército porque casi había cumplido sus dos años en el Servicio Militar. Pero lo mandaron a la Operación Danto 88. Ticay era soldado de una escuadra de exploración. La Resistencia Nicaragüense se encontraba donde se une el río Hamaca con el río Coco. Trasladaron a Ticay de Bonanza al río Hamaca. Inmediatamente que llegaron como a las tres de la tarde se ubicaron en unos cerros

Al día siguiente después del combate, como a las diez de la mañana, una mina le arranca una pierna a uno de los compañeros de la escuadra. La persona que está a cargo le dice a Ticay que vaya a buscar al herido. Ticay llega hasta donde él, lo levanta y carga con los dos brazos frente a su pecho. Cuando va de regreso se detona una mina claymore que le arranca las dos piernas y le hiere gravemente el hígado y también desbarata al compañero que rescataba. “Me dolía más mi panza que las piernas. De allí me sacaron a Bonanza, después a Puerto Cabezas y luego a Managua, al Hospital Militar”, recuerda Ticay, quien tenía dieciocho años cuando quedó con discapacidad.

Luis Ticay tiene 45 años y está casado con Ana Aguilar. “Estaba en rehabilitación cuando la conocí, en el Hospital Aldo Chavarría. Llegó con un sacerdote que daba un punto de apoyo, ella estaba haciendo el turno de su hermana porque le tocaba a su hermana visitar ese hospital”, recuerda sonriendo el taxista. El veterano tiene dos hijas y un nieto de cuatro años que le dice papá Ticay. Al evocar esos años de guerra expresa: “Eso para mí ya pasó. Ahora hay que seguir hacia adelante, viendo el futuro. A como mirás el Gobierno está construyendo canchas, parques, todo para la juventud, ahora solo se piensa en paz y que la gente busque cómo trabajar y vivir una vida tranquila”.

Luis Ticay
Luis Ticay es conductor de taxi desde el año 2000. La explosión de una mina le arrancó las piernas mientras rescataba a un soldado herido en 1988.. En ese entonces Ticay tenía 18 años.

Guerra de los 80

La guerra de los años 80 en Nicaragua dejó más de 150 mil víctimas entre muertos, discapacitados, viudas y huérfanos, según el informe Una asignatura pendiente: desaparecidos de guerra, escrito por Raquel Fernández y publicado en la revista Envío en 1993. El primer gobierno sandinista (1984-1990) se enfrentó contra la Resistencia Nicaragüense en una guerra civil en un contexto internacional de Guerra Fría entre Estados Unidos y la extinta Unión Soviética.

Servicio Militar Patriótico

En 1983 la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, de mayoría sandinista, y entre cuyos firmantes está Daniel Ortega, publicó la Ley del Servicio Militar Patriótico (SMP). Entre otras cosas se disponía que los jóvenes que tuvieran entre 18 y 25 años de edad “podrían ser llamados a cumplir el Servicio Militar Activo” que en términos prácticos era ser reclutado con o sin su consentimiento para ir a los frentes de guerra a defender al nuevo gobierno. Muchos fueron reclutados desde la edad de 14 años.

En 1983 la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, de mayoría sandinista, y entre cuyos firmantes está Daniel Ortega, publicó la Ley del Servicio Militar Patriótico (SMP). Entre otras cosas se disponía que los jóvenes que tuvieran entre 18 y 25 años de edad “podrían ser llamados a cumplir el Servicio Militar Activo” que en términos prácticos era ser reclutado con o sin su consentimiento para ir a los frentes de guerra a defender al nuevo gobierno. Muchos fueron reclutados desde la edad de 14 años.

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Reportaje