Selser: el escritor argentino que descubrió a Sandino

Reportaje - 05.11.2023
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Escribió la biografía más completa sobre el rebelde e inspiró a Carlos Fonseca a ponerle el apellido sandinista al movimiento guerrillero que fundó a principios de los años sesenta. Selser murió en 1991, desencantado con la revolución sandinista

Por Redacción Magazine

En enero de 1980, llegó por primera vez a Nicaragua el periodista e historiador argentino Gregorio Selser. En cuanto bajó del avión, se emocionó porque estaba llegando a la tierra de uno de sus personajes favoritos, sobre quien escribió su primer y más importante libro, una biografía sobre el general Augusto C. Sandino.

Lo recibieron los sandinistas, las nuevas autoridades de gobierno que se habían instalado en el poder pocos meses antes, en julio de 1979, tras el derrocamiento del dictador Anastasio Somoza Debayle.

Estuvo varios días en Nicaragua, hasta el final de febrero de ese año 1980, pues los sandinistas lo habían invitado para la conmemoración del 46 aniversario del asesinato de Sandino, que ocurrió en febrero de 1934, por órdenes del fundador de la dictadura somocista, Anastasio Somoza García.

Selser fue honrado por haber ayudado a rescatar la memoria de Sandino, con sus dos libros: Sandino, General de Hombres Libres y El Pequeño Ejército Loco, publicados entre 1955 y 1958, en una época en la que la dictadura somocista tenía vetado el nombre de Sandino y las nuevas generaciones de nicaragüenses, posteriores a 1934, casi no conocían del jefe guerrillero.

Los sandinistas lo anduvieron paseando por varios lugares. Cuando Selser regresó a México, donde se exilió después de que en Argentina se instaló la dictadura de Jorge Videla, le contó a su familia que lo anduvieron en una lancha en el lago de Granada y entre sus anfitriones en ese paseo mencionó a Omar Cabezas.

Selser con Daniel Ortega, en los años ochenta.

Selser iba con miedo en la lancha, porque los sandinistas iban tomando licor y hasta haciendo disparos al aire.

De ese primer viaje a Nicaragua, aunque Selser no tomaba, le llevó a su esposa de regalo una botella vacía de licor, de las que los sandinistas iban tomando en la lancha, recuerda su hija Gabriela Selser. Era una botella de cuello largo y, según le contaron, la habían encontrado en el búnker de Somoza, después que este último huyó de Nicaragua el 17 de julio de 1979.

Selser nunca vivió en Nicaragua, prefería a México porque ahí tenía al alcance gran cantidad de información. Pero llegaba a Nicaragua cada febrero, para el aniversario de la muerte de Sandino, y también para los meses de julio, cuando se celebraba el triunfo de la revolución sandinista.

Quienes sí vivieron en Nicaragua fueron dos de sus hijas, Irene y Gabriela, que se enamoraron de Nicaragua. Gabriela participó en la jornada de alfabetización que los sandinistas realizaron en 1980 e Irene llegó al país en 1984.

A Selser sí le encantaba llegar a Nicaragua y uno de sus lugares favorito era el restaurante Los Antojitos.

En una ocasión, estando en ese negocio, una de las meseras le preguntó: “¿Qué vas a querer, amor?”. Inmediatamente, Selser volvió a ver a su esposa y le dijo: “Amor, te aseguro que yo a esta mujer no la conozco”. Sus hijas, Gabriela e Irene, se soltaron en risas porque comprendieron que su papá desconocía que el decir “amor” a alguien es parte de la cultura nicaragüense, especialmente en los negocios.

Con su hija Gabriela, en febrero de 1980, recién llegados por vez primera a Nicaragua. FOTO/ CORTESÍA

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Desde muy pequeño, Selser fue un voraz lector, al punto que recogía papeles que veía en la calle para leerlos. Incluso, tras aprobar la educación primaria abandonó la escuela durante seis años porque decía que “le quitaba tiempo para leer”.

Selser se crio en un orfanato. Fue una época de la cual nunca quiso hablar y de lo poco que se conoce de esa etapa de su vida es que su gran compañero fue un diccionario que uno de sus hermanos mayores le llevó de regalo.

En una entrevista que le realizó su hija Claudia, Selser contó que su madre se llamaba Rebecca Joffé, una inmigrante ucraniana en Buenos Aires que era sordomuda y que falleció a inicios de 1923, cuando él tenía seis meses de edad. Su padre, Manuel Selser, también inmigrante ucraniano, judío, dio en adopción a sus dos hijos mayores y al menor, Gregorio, lo internó en el orfanato, que era para niños judíos.

Destacaba en la clase de historia, pero no en la de matemáticas. Tenía una super memoria para recordar fechas de eventos históricos, pero era incapaz para memorizar una fórmula matemática. La clase de física le daba terror y nunca aprendió a dibujar.

Desde joven sintió inclinación por los temas sociales y le atraía la literatura revolucionaria, pues se desarrolló en una época influenciada por la revolución española de 1936 y en Argentina abundaban libros sobre el anarquismo, el comunismo y el socialismo.

Con Sergio Ramírez Mercado.

Regresó a la escuela a los 18 años de edad, en el turno nocturno, donde comenzó a participar en actividades políticas, especialmente regando papeletas contra el fascismo. Eso lo llevó a exiliarse en 1944 en Uruguay, cuando tenía 22 años de edad, pues la Policía comenzó a perseguirlo. Una noche lo encarcelaron, pero lo liberaron y decidió exilarse.

En Montevideo, capital uruguaya, trabajó barriendo las calles. Se ufanaba de esa experiencia diciendo que barría tan bien que lo ascendieron de barrer las calles periféricas a barrer las principales de la ciudad.

En el exilio conoció a alguien que lo ayudaría en su formación, a Alfredo Palacios, primer senador socialista que tuvo argentina. Junto a él regresó a Argentina en 1945 y poco después se convirtió en su secretario, ayudante y bibliotecario.

Fue Palacios quien después lo ayudaría a escribir sobre Sandino, pero también a conseguir trabajo en el diario La Prensa de Argentina.

Selser vivió en la casa de Palacios hasta poco antes de casarse con Marta Ventura, con quien procreó tres hijas: Claudia, Irene y Gabriela.

La familia completa. Atrás: Claudia, Gabriela e Irene. Adelante: Selser y su esposa Marta. FOTO/ CORTESÍA

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Selser ya conocía de Sandino por lo que había leído en periódicos viejos y por pláticas con su amigo y maestro, el socialista Alfredo L. Palacios. Sin embargo, el interés en ese personaje le llegó de manera accidental hasta en 1953.

A finales de ese año, Selser escribía una serie de artículos periodísticos para denunciar la intervención de Estados Unidos en Guatemala, cuando era predecible que el gobierno de Dwight Eisenhower se encaminaba a derrocar al presidente Jacobo Arbenz, que pertenecía al grupo de militares que protagonizaron la revolución de 1944 en ese país centroamericano. Al final, Arbenz fue derrocado un año después.

La necesidad de conocer de cerca la historia de Guatemala, lo llevó a indagar más sobre Centroamérica, escribió Selser en un documento que tituló “Pequeña biografía de un libro, 35 años después”, que versa sobre cómo alguien que ni siquiera conocía Nicaragua, y que estaba a miles de kilómetros, se interesó en escribir una biografía de Sandino.

Así, Selser leyó sobre William Walker y la Guerra Nacional de 1850 en Nicaragua, la independencia de Cuba, el nacimiento de Panamá y la construcción del Canal, la diplomacia del dólar, la revolución mexicana, y las ocupaciones militares de Estados Unidos en Nicaragua, Honduras, Panamá, Cuba, Haití y República Dominicana, entre otros muchos sucesos.

También leyó de héroes que se habían opuesto a las intervenciones, tanto personas que empuñaron las armas como otras que combatieron escribiendo, denunciando. Otros fueron obreros y campesinos que se negaron a producir, o el abogado nicaragüense Benjamín Zeledón. También los cacos de Charlemagne Peralte, que lucharon en Haití hasta que fueron exterminados.

En las bibliotecas de Argentina casi no se encontraba esa información y Selser tuvo que recurrir a libros de sus amigos, como Palacios y el ingeniero Gabriel Del Mazo, que tenían literatura sobre Centroamérica.

A Selser le pareció que Arbenz se dejó derrocar sin luchar, sin prestar resistencia, a pesar de que su pueblo estaba dispuesto a hacerlo. Por eso, le impactó cuando encontró referencias sobre Sandino, que había luchado contra los marines norteamericanos entre 1927 y 1932, pues el primero de enero de 1933 los marines abandonaron Nicaragua.

Sobre Sandino, Selser consideró: “Había triunfado en su propósito declarado, de obligar al ejército extranjero a abandonar el país”.

Palacios le proporcionó dos páginas amarillentas del diario nicaragüense La Prensa, en el que se relataban los combates entre el ejército de Sandino y los marines, se reproducían mensajes y declaraciones de Sandino y, además, figuraba un editorial que destacaba los valores nacionalistas y patrióticos de las fuerzas de Sandino, llamadas Ejército Defensor de la Soberanía Nacional.

“Por fin tenía testimonios vivos de aquellos momentos. Imaginé que, si lograba muchos otros y los organizaba contextualmente, ese sería el libro que debía preparar, a modo de ejemplo de lo que cabía hacer en nuestra América para enfrentar a Estados Unidos, a cambio del modelo negativo ofrecido por la no resistente Guatemala de Arbenz”, escribió Selser.

El libro sobre Guatemala quedó pospuesto.

Una vez que se decidió por el libro sobre Sandino, las cosas se complicaron porque fue muy difícil encontrar información sobre Nicaragua. Selser gastó mucho tiempo escudriñando todo lo que pudo encontrar sobre Sandino en la biblioteca del Congreso de Argentina y también revisó cables de agencias de noticias que se referían al guerrillero nicaragüense.

La vida de Selser eran los periódicos, los documentos, los cables noticiosos, especialmente los que abordaban la historia de América Latina. Y su máquina de escribir.

Fue un librero quien le allanó el camino. Gerardo Fernández Blanco le mostró, en su sótano, unas “rarezas”, a como le llamó Selser a los libros que estaban ahí almacenados: Estados Unidos contra la libertad, del mexicano Isidro Fabela; Con Sandino en Nicaragua, del vasco Ramón de Belausteguigoitia; Democracia y tiranías en el Caribe, del canadiense William Krehm; Sandino o la tragedia de un pueblo, del nicaragüense Sofonías Salvatierra, que tuvo una relación cercana con Sandino en los últimos días de este; La revolución en Nicaragua y los Estados Unidos, del general José Santos Zelaya, entre varios otros.

Varios sueldos mensuales se le fueron a Selser comprando todos esos libros, pero, gracias a los mismos, y a los de Palacios y Del Mazo, logró recabar suficiente información.

Escribir el libro le llevó medio año y le tomó otros varios meses encontrar un editor, pero no lo hallaba porque, para entonces, Selser era un desconocido fuera del Partido Socialista y tampoco nadie quería arriesgarse a publicar un libro que fuera contra Estados Unidos, porque Juan Domingo Perón, en su segundo periodo como presidente de Argentina, había hecho las paces con los norteamericanos, pues desesperadamente buscaba ayuda económica.

Además, cuenta Selser, en 1953 llegó de visita a Argentina, como huésped oficial de Perón, precisamente el hombre que ordenó el asesinato de Sandino, el entonces dictador nicaragüense Anastasio Somoza García. Perón hasta le permitió que hablara desde los balcones de la Casa Rosada a miles de peronistas convocados en la Plaza de Mayo.

Uno de los editores que lo rechazó fue el propietario de la Editorial Siglo XX, de apellido Schwartz, quien ni siquiera le permitió que le dejara una copia del libro. "¿Sandino? ¿Mandrino? ¿Pantrino? ¿Quién lo conoce? ¿De dónde lo sacaste? ¿Crees que soy masoquista o suicida? ¿Qué me lleven en cana? ¿Qué me secuestren la edición? Sos un buen muchacho, ¿por qué no te dedicás a escribir poesía o novelas? ¿No sabes que los libros de política traen líos?”, recordaba Selser que le dijo Schwartz.

Para vencer el obstáculo de no encontrar editor, en mayo de 1955 Selser buscó la ayuda de varios amigos, que estuvieron de acuerdo en editarlo. Fueron como 10 personas, especialmente el maestro Rodolfo Puiggrós, exmilitante del Partido Comunista.

Acordaron todos poner algo de dinero para la publicación y, si el libro tenía éxito comercial, y si no lo secuestraba la Policía argentina, las ganancias serían para publicar otro libro antiimperialista.

A la nueva cooperativa editorial la llamaron Pueblos de América, pero, buscar una imprenta fue un nuevo atraso de varias semanas, hasta que llegaron a los talleres gráficos de la ácrata Americalee, donde dijeron que tomarían la impresión no como un negocio sino como un acto de solidaridad “con la causa de Sandino”. Los viejos obreros de la imprenta se acordaban de Sandino como su “hermano anarquista”.

Cuando Americalee comunicó, el 5 de septiembre de 1955, que el libro ya estaba impreso y encuadernado, surgió un problema, pues no tenían un lugar donde almacenarlo. Eran tres mil ejemplares y en las librerías les habían dicho que solo les aceptarían unas cien copias, para mientras veían cómo reaccionaba la Policía argentina, ya que Perón había impuesto una fuerte censura contra libros y periódicos.
Decidieron que cada uno de los que habían colaborado se iban a llevar a sus casas 100, 200 o 500 libros cada uno.

El 14 de septiembre, cuando los primeros ejemplares estaban en las librerías de Buenos Aires, Americalee completó la entrega de los libros y, dos días después, el general Eduardo Lonardi inició un alzamiento militar contra Perón, quien, a los cinco días se tuvo que ir al exilio.

El nuevo gobierno de Lonardi restableció las libertades públicas y hasta publicaciones pornográficas circulaban en Buenos Aires y así, el libro de Selser sobre Sandino no tuvo problemas para convertirse en el primer libro político que se publicó en Argentina tras la censura peronista.

Selser lo tituló Sandino, General de Hombres Libres, porque le parecieron “mágicas” unas palabras que sobre el guerrillero nicaragüense escribió el pensador francés Henri Barbusse, comunista y pacifista: “Usted, Sandino, general de los hombres libres, está representando un papel histórico, imborrable…”

Poco después, en 1958, con información que no incluyó en el primero, Selser escribió otro libro sobre Sandino: El Pequeño Ejército Loco, título que fue inspirado por unas palabras sobre Sandino de la poetisa chilena Gabriela Mistral.

En el volcán Masaya, con Gabriela y su esposa Marta. FOTO/ CORTESÍA

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No sería errado afirmar que Sandino no tiene que ver con el Frente Sandinista (FSLN). Sandino luchó contra los marines entre 1927 y 1932 y, en febrero de 1934, fue asesinado por la Guardia Nacional comandada por Anastasio Somoza García. Por su parte, el FSLN se gestó casi tres décadas después, entre los años 1960 y 1963.

La única persona que participó en ambas experiencias fue el coronel Santos López, quien desde los 12 años de edad acompañó a Sandino en las montañas, combatiendo a los marines. Incluso, estaba con Sandino en Managua cuando asesinaron al jefe guerrillero, en 1934. López tenía 20 años de edad.

Luego, al coronel López lo han considerado uno de los fundadores del FSLN. La primera mujer militante del FSLN, Rosi López Huelva, contó en una entrevista con Mónica Baltodano que el coronel López entrenó a la primera guerrilla que tuvo el FSLN y por ello es que, en octubre de 1963, dirige una de las primeras acciones guerrilleras en Raití-Bocay. Seguidamente, se dirige a México y posteriormente a Cuba, donde muere en 1965.

Otros consideran que el movimiento sandinista actual se inició con otro combatiente de Sandino, Ramón Raudales, pero este, aunque sí conoció a algunos de los que después integraron el FSLN, murió en 1958 combatiendo contra la Guardia Nacional, cuando todavía no se pensaba en la creación del grupo guerrillero.

El término “sandinista” en el nombre del FSLN lo impuso su principal fundador, Carlos Fonseca Amador, pues inicialmente el movimiento se llamaba solo Frente de Liberación Nacional (FLN). Tomás Borge cuenta, en su libro La paciente impaciencia, que Fonseca comenzó a decir que “Sandino era el camino” y que era importante estudiar su pensamiento, a pesar de que a esa idea se oponían otros importantes fundadores del FSLN, como Noel Guerrero, quien alegaba que Sandino no había luchado contra el imperialismo, sino solo contra la ocupación extranjera.

Sin embargo, para 1958, cuando Carlos Fonseca escribe su libro Un nicaragüense en Moscú, en el cual relata su viaje a la capital soviética en ocasión de un congreso mundial de estudiantes, no menciona en ninguna línea el nombre de Sandino. Su biógrafa, Matilde Zimmermann, escribe que Fonseca, hasta 1960, no se había referido ni una vez a Sandino en sus escritos, cuando desde inicios de los años cincuenta Fonseca escribía, brindaba discursos, se autoproclamaba poeta y hasta editó una revista, Segovia.

Sandino y el hombre que ordenó su asesinato, Anastasio Somoza García. FOTO/ ARCHIVO

Por el contrario, advierte Zimmermann, después de 1960 “no hay ejemplo de un escrito político suyo en que no figure Sandino”.

No es que Fonseca y muchos otros nicaragüenses opositores, antes de 1960, desconocieran la lucha de Sandino contra los marines norteamericanos y su posterior asesinato por órdenes de Somoza García.

Tampoco era que no existieran libros que hablaran del guerrillero, más bien había varios: ¡Sandino!, de Gustavo Alemán Bolaños, de 1932; Contra Sandino en la montaña, de Manolo Cuadra, de 1942; Con Sandino en Nicaragua, de Carleton Beals, de 1928; Con Sandino en Nicaragua, de Ramón de Belausteguigoitia, de 1934; Sandino o la tragedia de un pueblo, de Sofonías Salvatierra, de 1934; Últimos días de Sandino, de Salvador Calderón Ramírez, de 1934, entre varios otros.

Destacaba uno que había sido publicado en 1936, cuyo supuesto autor era Anastasio Somoza García, el que ordenó la muerte de Sandino. Lo llamó El verdadero Sandino o el Calvario de las Segovias, en el que plasmó a un Sandino bandolero, desalmado, sanguinario, asesino, al igual que sus hombres.

El libro no fue escrito por Somoza García, sino que la redacción estuvo a cargo de los oficiales de la Guardia Guillermo E. Cuadra y Domingo Ibarra Grijalva, con el apoyo de Luis Rivas Novoa, quienes se basaron sobre documentos de Sandino que la Guardia decomisó en Somoto, después de un combate, pero, especialmente sobre varios sacos de cartas y otros escritos que la Guardia encontró en Catarina, en la casa de Bismarck Alvarado, cuñado de Sandino, pues estaba casado con una hermana del jefe guerrillero, Asunción Sandino Tiffer.

No obstante, desde que Somoza García llegó al poder, en enero de 1937, había impuesto una férrea censura en los periódicos para que no publicaran artículos sobre Sandino. Y tampoco permitió que circularan libros sobre el guerrillero de manera abierta. Únicamente se divulgaba el suyo, en el que ponía a Sandino como bandolero.

Uno de los hijos de Somoza García, Anastasio Somoza Debayle, admitió en su libro Nicaragua Traicionada la censura que sobre Sandino impuso su padre. "El nombre de Sandino no se oyó durante muchos años, hasta que apareció un comunista llamado Carlos Fonseca Amador, hijo ilegítimo del administrador de una plantación de una caña de azúcar de nuestra familia. Este hombre organizó un moderno movimiento conocido como el Frente Sandinista de Liberación Nacional. Carlos Fonseca se robó el nombre de Sandino, pero bajo ese nombre estaban los ideales comunistas de su movimiento”, escribió Somoza Debayle.

Y l exprocurador de justicia en los años ochenta, Ernesto Castillo escribió, en el prólogo del libro La Nicaragua de los Somoza, de la historiadora española María Dolores Ferrero Blanco, que desde que Somoza García mandó a publicar su libro sobre Sandino, para justificar haber ordenado su asesinato, ordenó que no se publicaran en el país libros sobre la lucha de Sandino y se mantuvo prohibida, hasta 1979, la introducción y circulación de los mismos en Nicaragua.

Matilde Zimmermann explica que el triunfo de la revolución cubana fue clave para que Fonseca comenzara a hablar del ejemplo de Sandino.

Para 1960, muchos estudiantes opositores a Somoza se habían trasladado a la Cuba gobernada ya por Fidel Castro, entre ellos Fonseca, y ahí descubrió el libro que escribió Gregorio Selser: Sandino, General de Hombres Libres, y también el segundo, El Pequeño Ejército Loco, los que desde entonces ayudaron a muchos nicaragüenses que adversaban a los Somoza a conocer mejor a Sandino, pues el primero se trataba de la primera y más completa biografía de Sandino escrita hasta entonces.

Así lo reconocieron personajes como el mismo Fonseca, Sergio Ramírez, Tomás Borge, Omar Cabezas y Nora Astorga, entre otros.

Selser afirmó, en su escrito sobre la historia de cómo se interesó por el personaje de Sandino, que ya para 1959 sus libros Sandino, General de Hombres y El pequeño Ejército Loco habían ingresado clandestinamente a Nicaragua, por medio de Germán Gaitán, hijo del entonces embajador de Nicaragua en Argentina, coronel Francisco Gaitán. “Nunca me dijo cómo lo hacía, ni yo se lo preguntaba. Pero llegaban”, recordó el historiador argentino.

Luego, con el triunfo de la revolución cubana, Sandino, General de Hombres Libres y El pequeño Ejército Loco fueron reproducidos en la Imprenta Nacional de Cuba y vendidos a un precio muy bajo. Los ejemplares que se usaron para la reproducción se habían impreso en Argentina y Selser se los entregó personalmente a Fidel Castro en mayo de 1959, en un hotel de Buenos Aires.

Cuando Fonseca llegó a La Habana, descubrió que los dirigentes de la revolución cubana ya conocían a Sandino y lo tomaban muy en serio, afirma Zimmermann en su biografía sobre Fonseca, y decidió comenzar a estudiar a Sandino.

La historiadora del sandinismo, Mónica Baltodano, explicó, en una entrevista al periodista Gerardo Iglesias, que Fonseca estudió los libros de Selser y el historiador Aldo Díaz Lacayo dijo lo mismo, que para 1955 no se conocía el pensamiento de Sandino y que con los libros de Selser se conoció mejor la lucha del guerrillero.

A pesar de que hubo oposición a la propuesta de Fonseca, de que al FLN se le agregara la “s” de sandinista, al final Fonseca impuso su criterio y para 1962 ya existía el Frente Sandinista (FSLN).

En la laguna de Apoyo, con Marta. FOTO/ CORTESÍA

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La última vez que Selser estuvo en Nicaragua fue en 1989. Su hija Gabriela cuenta que nunca cambió su forma de ver a Sandino, pero sí varió su opinión respecto a la revolución sandinista, específicamente sobre quienes la dirigían, los nueve comandantes.

Gabriela Selser recuerda que su papá en muchas ocasiones les pidió entrevistas a algunos de ellos, especialmente a Daniel y Humberto Ortega, pero est0s dos nunca se la concedieron. Daniel Ortega algunas veces, como se muestra en una foto en este articulo, le brindó algunas palabras, pero no una entrevista a profundidad, a como Selser lo deseaba. Quien sí pudo concederle alguna, habría sido Tomás Borge. En público lo honraban como el rescatador de la memoria de Sandino, y, en julio de 1983, lo condecoraron con la orden Rubén Darío, pero, en privado, no lo tomaban en cuenta.

En una ocasión, Humberto Ortega le mandó a decir que elaborara un cuestionario para una entrevista y Selser pasó una noche en su máquina de escribir elaborando las preguntas. Al final, no le concedió la entrevista.

“Son arrogantes”, decía Selser sobre los nueve comandantes sandinistas.

Junto a su esposa Marta Ventura y sus hijas Gabriela e Irene.

Para la campaña electoral de las elecciones de 1990, por teléfono Selser les advirtió a sus hijas Irene y Gabriela: “Van a perder”.

Selser no solo veía la arrogancia de los comandantes, sino también el desgaste que ocasionaba la guerra que hacían los contras en las montañas, financiados por Estados Unidos. Los muertos, los niños que quedaban huérfanos y el llanto de las madres.

Cuando los sandinistas perdieron el poder en las urnas, Selser no habló sobre eso, para no mortificar a sus hijas que vivían en Nicaragua.

Para 1991, a Selser le detectaron cáncer, una enfermedad que lo hizo tomar una difícil decisión porque no quería ser carga de su familia. En muchas ocasiones se los advirtió, recuerda su hija Gabriela, pues a veces decía cosas como que le era más fácil aceptar la muerte que el dolor.

Gabriela Selser llegó a México a visitar a sus padres a mediados de ese año 1991 y su boleto de regreso a Nicaragua lo compró para el 27 de agosto. Una noche antes, vio a su padre escribiendo, pero no se imaginó que eran cuatro cartas de despedida.

Se dieron las buenas noches, pero, a la mañana siguiente, Selser fue encontrado muerto en el piso de abajo del edificio. Se había tirado al vacío desde un cuarto piso.

Cuando la Policía llegó, quería apresar a Gabriela, porque vieron que tenía maletas listas supuestamente para huir. Las cartas que dejó Selser explicaron todo y no hubo problemas. La vida no ha sido la misma para Gabriela y su familia. Hoy solo sobreviven ella e Irene. Su madre Marta y su hermana Claudia ya fallecieron también.

Gabriela Selser es la periodista que escribió sobre la masacre que la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo perpetraron contra el pueblo nicaragüense en 2018, en un libro que se llama Crónicas de Abril. Al igual que lo hizo su padre, hoy vive en el exilio en México.

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Reportaje