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Miriam Pérez se llamaba la joven leonesa que bailó con Anastasio Somoza García poco antes que lo asesinaran. Era la Novia del Club de Obreros de León y sus familiares y una amiga recuerdan aquella noche que marcó la historia del país
Por Tammy Zoad Mendoza M.
Miriam estrenaba un vestido blanco talladísimo a su estrecha cintura, con falda campana que caía hasta el tobillo. “Las mangas cortas y el pecho en V eran de un encaje blanco muy fino. Lindo el vestido de la Miriam”, recuerda Daysi Bojorge, de 77 años. Miriam Pérez Rojas y Daysi tenían entonces 18 años. Asistieron juntas a la fiesta de la Casa del Obrero el 21 de septiembre de 1956, Miriam como la Novia de club y Daysi como su inseparable amiga.
“Vivíamos cerca, trabajábamos juntas y andábamos en los bailes que la invitaban. Miriam era popular como novia de la Casa del Obrero de León y esa noche me pidió también que la acompañara. Iba a bailar con el presidente, no me lo podía perder”, cuenta Bojorge.
El general Anastasio Somoza García era otra vez candidato del Partido Liberal para la Presidencia en las elecciones de 1957. Desfiló por las calles para celebrar su nombramiento, asistió a una cena en el Club Social de León y tenía previsto cerrar su jornada en la fiesta popular de esa noche. Su esposa, Salvadora Debayle, cambió el vestido pomposo de la cena por uno más ligero y escotado para la fiesta. Somoza también se quitó el esmoquin y pantalón blanco de la gala en el Club Social y se puso cómodo para la ocasión: camisa blanca, corbata oscura, saco negro y pañuelo blanco en el bolsillo del pecho. Pasadas las siete de la noche ambos inauguraron el baile de la Casa del Obrero danzando un vals que ejecutaba la orquesta. Después Somoza se soltó. Tomó whisky, conversó con el que se le acercara y bailó cuanto pudo, sin perder la pose de gran señor.
Unos dicen que un mambo, otros que un bolero y hasta un chachachá. Lo cierto es que Somoza García bailó por última vez con Miriam Pérez, la joven leonesa. En la fotografía se ve Miriam con su grácil figura de perfil, en un giro congelado, bailando frente a Somoza, que empuña las manos en un gesto bailarín experimentado y sonriendo de satisfacción. Al patriarca de la dictadura le gustaba tanto mandar como bailar. Era un experto en ambas, según testimonios de quienes le conocieron.
“No recuerdo qué canción bailaron al final, pero fue un set completo que tocó la orquesta. Él la llevó de la mano a sentarse, y después se fue a su mesa, al lado de las sillas donde estábamos. De repente vi que el muchacho se le puso enfrente, se agachó y escuché los disparos. ¡Dios mío! Somoza se fue de espaldas en la silla y al muchacho le cayeron los guardias”, dice Daysi Bojorge.
El muchacho de pantalón azul oscuro y guayabera blanca era Rigoberto López Pérez, un poeta y opositor del régimen somocista que se convirtió en héroe suicida esa noche. Cuatro de los cinco disparos que hizo con su revólver Smith & Wesson calibre 38 quedaron en el cuerpo de Somoza García. Rigoberto en cambio recibió 54 balas.
Doña Daysi recuerda casi todo. Lo que vio, lo que platicó con Miriam, lo que pasó luego del atentado. Lo único que no logra recordar es cómo iba vestida ella, las canciones que bailaron y lo que pasó mientras estuvo desmayada. “Lo peor vino después. Balaceras, gritos, el gentío corriendo en todas direcciones. Fue horrible”, asegura Daysi Bojorge, una de las pocas, sino la única persona, que estuvo esa noche en el baile y que 59 años después aún vive para contarlo.

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Miriam Pérez se llamaba la joven leonesa que bailó con Anastasio Somoza García poco antes que lo asesinaran. Era la Novia del Club de Obreros de León y sus familiares y una amiga recuerdan aquella noche que marcó la historia del país
Por Tammy Zoad Mendoza M.
Miriam estrenaba un vestido blanco talladísimo a su estrecha cintura, con falda campana que caía hasta el tobillo. “Las mangas cortas y el pecho en V eran de un encaje blanco muy fino. Lindo el vestido de la Miriam”, recuerda Daysi Bojorge, de 77 años. Miriam Pérez Rojas y Daysi tenían entonces 18 años. Asistieron juntas a la fiesta de la Casa del Obrero el 21 de septiembre de 1956, Miriam como la Novia de club y Daysi como su inseparable amiga.
“Vivíamos cerca, trabajábamos juntas y andábamos en los bailes que la invitaban. Miriam era popular como novia de la Casa del Obrero de León y esa noche me pidió también que la acompañara. Iba a bailar con el presidente, no me lo podía perder”, cuenta Bojorge.
El general Anastasio Somoza García era otra vez candidato del Partido Liberal para la Presidencia en las elecciones de 1957. Desfiló por las calles para celebrar su nombramiento, asistió a una cena en el Club Social de León y tenía previsto cerrar su jornada en la fiesta popular de esa noche. Su esposa, Salvadora Debayle, cambió el vestido pomposo de la cena por uno más ligero y escotado para la fiesta. Somoza también se quitó el esmoquin y pantalón blanco de la gala en el Club Social y se puso cómodo para la ocasión: camisa blanca, corbata oscura, saco negro y pañuelo blanco en el bolsillo del pecho. Pasadas las siete de la noche ambos inauguraron el baile de la Casa del Obrero danzando un vals que ejecutaba la orquesta. Después Somoza se soltó. Tomó whisky, conversó con el que se le acercara y bailó cuanto pudo, sin perder la pose de gran señor.
Unos dicen que un mambo, otros que un bolero y hasta un chachachá. Lo cierto es que Somoza García bailó por última vez con Miriam Pérez, la joven leonesa. En la fotografía se ve Miriam con su grácil figura de perfil, en un giro congelado, bailando frente a Somoza, que empuña las manos en un gesto bailarín experimentado y sonriendo de satisfacción. Al patriarca de la dictadura le gustaba tanto mandar como bailar. Era un experto en ambas, según testimonios de quienes le conocieron.
“No recuerdo qué canción bailaron al final, pero fue un set completo que tocó la orquesta. Él la llevó de la mano a sentarse, y después se fue a su mesa, al lado de las sillas donde estábamos. De repente vi que el muchacho se le puso enfrente, se agachó y escuché los disparos. ¡Dios mío! Somoza se fue de espaldas en la silla y al muchacho le cayeron los guardias”, dice Daysi Bojorge.
El muchacho de pantalón azul oscuro y guayabera blanca era Rigoberto López Pérez, un poeta y opositor del régimen somocista que se convirtió en héroe suicida esa noche. Cuatro de los cinco disparos que hizo con su revólver Smith & Wesson calibre 38 quedaron en el cuerpo de Somoza García. Rigoberto en cambio recibió 54 balas.
Doña Daysi recuerda casi todo. Lo que vio, lo que platicó con Miriam, lo que pasó luego del atentado. Lo único que no logra recordar es cómo iba vestida ella, las canciones que bailaron y lo que pasó mientras estuvo desmayada. “Lo peor vino después. Balaceras, gritos, el gentío corriendo en todas direcciones. Fue horrible”, asegura Daysi Bojorge, una de las pocas, sino la única persona, que estuvo esa noche en el baile y que 59 años después aún vive para contarlo.

***
“Somoza va hoy a León”, tituló el 21 de septiembre de 1956 el diario Novedades en grandes letras rojas. “Hoy nominan a Somoza” y “Somoza nominado”, seguían otros encabezados de lo que eran sus noticias del día. En la portada de La Prensa el titular era otra noticia, pero destacaban cuatro fotografías de Anastasio Somoza García. Dos son retratos. En una Somoza García viste traje militar blanco adornado con un par de medallas, fue tomada en 1937, durante la toma de posesión de su primer mandato. En otra, enfundado en un traje negro forrado de medallas, sonríe con la banda presidencial que tomó nuevamente en 1951. Ese viernes 21 de septiembre de 1956 el presidente viajaba a León para recibir “la sorpresa” de su postulación como candidato por el Partido Liberal para las elecciones presidenciales del año siguiente. Somoza García llegó temprano vestido de blanco inmaculado, con sombrero jipijapa y gafas oscuras, con aspecto de turista adinerado y bonachón en su paseo matinal por León.
“La Gran Convención Liberal” había creado todo un cortejo para recibir a su general en el Teatro González. Filarmónicas, cohetes, bombas y calles cerradas. Según crónicas de ese día, la mayoría de los leoneses siguió con sus actividades sin inmutarse ante la fiesta política. Buses con empleados públicos locales y funcionarios llevados desde Managua fueron los que le dieron la bienvenida. Más tarde llegarían una docena de camiones conducidos por guardias cargados de campesinos de Chinandega que hacían recorridos una y otra vez por el Palacio Municipal, donde se encontraba en presidente, para vitorear al candidato.
Crisanto Sacasa, en medio de un discurso apasionado, fue quien propuso públicamente a Somoza como candidato. A mediodía en punto, siguiendo el guion, Anastasio Somoza caminó en medio de un grupo de militares y civiles rumbo al teatro. Aceptó la postulación, dio las gracias, se dejó bañar de aplausos y gritos. Regresó al Palacio Municipal en procesión, donde desde un balcón dio un discurso improvisado ante un público que se diluyó por las calles hasta dejar solamente a los soldados de la Guardia que vigilaban el lugar.
Por la noche el Club Social de León se vistió de gala para una cena en honor al “nuevo” candidato liberal. Anastasio Somoza entró llevando del brazo a su esposa Salvadora. Estuvieron el tiempo preciso que indica la diplomacia y regresaron al Palacio. Somoza quería ir a la fiesta de la Casa del Obrero. Tenía tantas ganas de bailar, de que lo vieran como el candidato del pueblo, de cerrar su día con una presentación estelar de carisma, que ignoró dos advertencias de un atentado.
Richard Van Winckle, el norteamericano fundador de la Oficina de Seguridad Nacional (OSN), le dijo que era peligroso que fuera, que él tenía información de un ataque en su contra. Luego, su leal amigo, el coronel Camilo González, le dijo directamente que lo iban a matar. Carcajadas.
—Ve Camilo, yo tengo que ir, porque de no hacerlo sería una ofensa para mis amigos los obreros.
El coronel González intentó entonces persuadirlo para que dejara que la Guardia revisara en la entrada a los asistentes. Había personalidades importantes que tenían mesas reservadas con invitación, pero el resto podía comprar en taquilla un boleto para entrar al evento.
—Es la misma ofensa, no puedo autorizarlo —sería la respuesta de Somoza, según el testimonio de Danilo Barreto, abogado que entonces trabajaba en Protocolo Presidencial. La escena la contó hace más de 15 años a Agustín Torres Lazo, quien la integró en su libro La saga de los Somoza.
En efecto. Rigoberto López Pérez, contador de profesión, tipógrafo de oficio, poeta por vocación y opositor a Somoza por convicción, lo estaba esperando con su pistola calibre 38. No lo mató, pero una de las cuatro balas que logró clavarle esa noche se alojó cerca de la columna y representaba un alto peligro. La cirugía era delicada y no se podía realizar en Nicaragua, por lo que fue trasladado al día siguiente al Hospital Gorgas en Panamá, zona del Canal perteneciente a Estados Unidos. “Atentan contra Somoza”, tituló Novedades el 22 de septiembre, con el negro de rigor en la tipografía.
La anestesia general en lugar de una pequeña dosis local, su obesidad y el padecimiento de diabetes complicaron su delicado estado de salud. Cayó en coma.
“Presidente Somoza Muere”. “Agotamiento general fue la causa de su muerte”, rezaba el titular del diario oficialista del 29 de septiembre de 1956, acompañado de una enorme foto del general. “La nación acongojada llora su muerte”.

***
Miriam Pérez Rojas era morena clara, alta, de figura curvilínea. Cabello negro y ondulado, cejas pobladas y labios carnosos. Una guapura de 18 años que tenía gracia hasta para caminar. “Era muy bonita la Miriam, y cuando la eligieron novia del Club de Obrero se hizo más popular. La gente de dinero hacía bailes en su honor, la invitaban a sus fincas, los muchachos eran muy atentos con ella”, recuerda Daysi Bojorge.
En las pocas fotos que conserva la familia Quintana Pérez, Miriam es esa joven de la que habla Daysi. En todas sale maquillada, con el pelo arreglado usando sencillos pero lindos vestidos con encajes, vuelos y bordados. En una posa sola con una corona y una banda, en otra sonríe al centro de un grupo de damas y también está la famosa foto del baile con el general Anastasio Somoza García, en el que se les ve bailando coordinados. Son los únicos recuerdos de esa época. La corona se perdió, la banda la quemaron, junto con otras fotos de sus bailes y una con el general. “En mi familia muy poco se hablaba de eso, por miedo. Después de la muerte de Somoza García las cosas se pusieron mal aquí en León. Mi abuelita decidió desaparecer todo lo que los pusiera en riesgo de un ataque político. Había mucho fanatismo de un bando y de otro”, explica Miriam Quintana Pérez, de 50 años, hija de Miriam Pérez.
Después del baile del 21 de septiembre del 56 Miriam dejó de ir a fiestas. Daysi dejó de ir a fiestas. Del trabajo a la casa, de la casa al trabajo, así también la mayoría de los leoneses que tenían miedo de ser blanco de la cacería que la Guardia Nacional había desatado en busca de los cómplices de Rigoberto López Pérez, el joven que se inmoló esa noche al dispararle al dictador.
“Decir que conocías a Rigoberto era condenarte. Te llevaban preso, te torturaban y muchos no regresaron. Nosotras lo habíamos visto alguna vez, pero nunca le hablamos. Miriam no tenía relación con ese muchacho, lo único en lo que coincidían era en el apellido”, asegura su amiga.
Sus hijos muy poco saben de aquella noche. Solo que su madre bailó y conversó con el general, y que alguien les tomó un par de fotos juntos. Después de aquel suceso cada quien a como pudo siguió con su vida. En 1972 Miriam se casó con José Enrique Quintana Somarriba, piloto aviador y procrearon tres hijos: Ramón Enrique (51 años), Miriam (50 años) y Carlos (48 años). Pero en 1979 cuando estalla la insurrección popular sandinista contra el heredero de la dictadura, Anastasio Somoza Debayle, la familia teme por su vida y se exilia en Honduras.
“Mis padres y mis hermanos se fueron en el 79 y volvieron hasta 1991, yo me quedé con mis abuelitos aquí”, cuenta Miriam (hija).
Miriam Pérez crió a sus tres hijos y conoció a sus seis nietos. Siguió bordando hasta que el Parkinson le quitó la precisión de sus manos, y luego, el 12 de octubre de 2001, falleció por complicaciones propias de la enfermedad. En Laborío si uno pregunta por Miriam Pérez no hay quien no dé razón. Miriam Pérez, la hija única de Sara Luisa Rojas y Santos Ramón Pérez, los negociantes de tabaco. Miriam, la guapa Novia de la Casa del Obrero, la que bailó con el general.
***
Cinco disparos. “¡Bruto, animal!”, le grita postrado en su asiento Anastasio Somoza García. “¡Ay Dios mío!”, alcanza a decir y cierra los ojos. Rigoberto López Pérez había consumado el complot que empezó a cocinarse desde enero de 1956, cuando el excapitán de la Guardia Nacional, Adolfo Alfaro, recibió la visita de Rigoberto López Pérez en su exilio en El Salvador. Llegaba decidido a aprender a usar las armas y a disparar directo a los puntos donde causaría heridas de muerte.
Cuatro disparos acertó en la parte baja del pecho y uno en la pierna de Somoza García. El periodista Rafael Corrales Rojas ve en dirección al sonido de las detonaciones y logra identificar a “El poeta López”, justo cuando uno de los guardias le estampa un culatazo en la mandíbula. Otro oficial lo sujeta por el brazo derecho y se lo alza, y le descarga otro culatazo. Saltan un par de dientes y la mandíbula se desencaja. Pedro Gutiérrez, de la custodia presidencial, se apresura a dispararle en la cabeza. El hombre cae de espaldas, al rostro desfigurado le cuelga el ojo derecho que saltó de su cuenca. Rigoberto López Pérez está muerto. Tendido en el piso con los brazos y piernas extendidos.
Empieza la lluvia de balas. Todos huyendo. Todos contra todos. “La Guardia no sabía qué hacer, se llevaron al general en la misma silla y después no supe más. Me encerré en un baño y después desperté con más gritos, la cabeza mojada. Me había desmayado”, cuenta Daysi Bojorge.
Unos se tiraron al piso, otros se escondieron bajo la mesa y hubo quienes se apresuraron a ver el cadáver del atacante y le dispararon. Querían asegurarse de que el hombre no se levantara o cubrirse las espaldas con ese sanguinario gesto.
Según el relato en el libro La saga de los Somoza, de Agustín Torres Lazo, el mayor Luis Ocón, Arnoldo Ramírez Eva, Camilo González y Juan Bautista Lacayo cargan a Somoza en la misma silla donde quedó recostado tras recibir los balazos. Parece que está dormido, con la cabeza recostada en su hombro y los ojos cerrados. No hay tiempo para esperar ambulancia, y la limusina blindada lo traslada al Hospital San Vicente, luego a Managua, donde viaja en avión hacia Panamá.
Mientras tanto, León era la sucursal del infierno en la tierra. Los que no lograron salir de la Casa del Obrero quedaron encerrados por horas en el lugar, hasta que en la madrugada recibieron la orden de salir en fila, con las manos en la cabeza, rumbo a la plaza central de León.
“A los hombres los golpearon, a nosotras solo nos gritaban. A ellos los pusieron en las afueras de la Catedral y nosotras quedamos en la plaza Jeréz, rodeadas de guardias”, dice Daysi Bojorge. Ahí su amiga Miriam la vio de lejos y se fue deslizando entre la multitud de mujeres hasta llegar a ella. Los guardias pasaban cerquita de ellas y les susurraban: “Las van a matar a todas. Aquí nadie va a quedar. La orden es matar a todo el mundo”.
Y ahí estuvieron presas en plena plaza hasta la tarde del día siguiente, cuando les dieron libertad. “Pero nadie quería salir de su casa. Nadie quería hablar. Fueron tiempos terribles aquí en León, pero pudo ser peor. Menos mal que no apagaron la luz”.

***
No pensaba ir a la fiesta. Daysi Bojorge había sido operada de emergencia un mes antes por una apendicitis. “Pero la Miriam no quería ir sola con su papito, ella quería que fuéramos juntas a conocer al general (Somoza)”, cuenta Bojorge, de 77 años, la abuelita menuda, morena y de canas con rayos violáceos.
Ella y Miriam eran amigas y vecinas en el barrio Laborío. Trabajaban juntas en una tienda donde Daysi cosía y Miriam bordaba. Eran inseparables. Por eso, aún en recuperación, Daysi se puso un vestido y a las siete de la noche salió hacia la casa de su amiga, desde donde caminaron hasta la Casa del Obrero acompañadas del padre de Miriam. Cuando llegaron el presidente ya estaba ahí. Pasaron a saludar y él invitó a Miriam a su mesa. De casualidad había unas sillas libres en esa fila y Daysi se quedó con ellos. Tenían guardaespaldas por todos lados.
“Él bailaba con otras muchachas, muy conversador. Después sacó a la Miriam a bailar y se quedaron durante un set en la pista. Él la llegó a dejar hasta la silla, y se fue a su lugar, en medio de dos guardias. De repente salió este muchacho por un lado, se paró frente a él, sacó la pistola y medio se agachó. ¡Pum, pum, pum! Empezaron los gritos y la gente a correr. El muchacho iba a dar la vuelta cuando le cayeron dos guardias. Luego le llovieron balas. Yo corrí y me metí a un baño. Perdí a la Miriam. Me desmayé y me despertaron cuando un guardia gritaba que saliéramos”, cuenta Bojorge.
23 de septiembre de 2015, 59 años después de aquella noche, Daysi entra a la Casa del Obrero. Vuelve a tener 18 años. Se pasea despacio por el pasillo. Se detiene. Se queda callada con la mirada fija al vacío, ignora los caballetes con fotografías históricas que se exponen en lo que ahora es la Casa Museo Rigoberto López Pérez. Ella lo que ve son mesas, sillas recostadas a la pared donde descansan fatigados bailarines, una pista de baile atestada de parejas que a ratos se sacuden con un mambo y luego se duermen de pie, recostados el uno al otro, meciéndose en un ladrillo mientras suena un bolero. De repente la sonrisita se tensa y la mirada se le nubla. 59 años después a doña Daysi le tiemblan las manos, traga gordo y se limpia la humedad en los bordes de los ojos.
Su boquita es una pasa que consume hasta dejarla muda. Suspira y se sienta, recorre de nuevo el lugar con la vista. “Todo esto estaba lleno de gente, después se volvió una locura”, dice señalando los pasillos de la casa. “Cuando salimos nos dijeron un montón de ofensas, a los hombres los golpearon y nos hicieron desfilar frente al cuerpo del muchacho. Estaba todo desecho el pobrecito, hecho chingaste. El que pasaba le disparaba, le daban y le daban”, Daysi vuelve a callar. Dice que puede ver el río de sangre corriendo por el piso.
“Doy gracias a Dios por poder estar aquí. Pero es tristeza lo que siento. Eso fue horrible”, y vuelve el silencio. “Desde ese día no entraba aquí. El lunes pasado (21) fue el aniversario, aquí había una actividad, y quise entrar. Me quedé en la puerta. No pude. Me dio miedo entrar”.
“Después se supo que un grupo de hombres estaba encargado de cortar la luz, pero gracias a Dios que eso no pasó. No hubiera quedado nadie vivo ahí dentro”.
Daysi Bojorge, 77 años.

Cacería
Tras el atentado a Anastasio Somoza García se desató una feroz cacería y la represión militar aumentó en todo el país. Al menos 500 personas fueron encarceladas y torturadas bajo sospechas de conspiración.
Edwin Castro, Ausberto Narváez y Cornelio Silva, tres de los principales miembros del complot, fueron asesinados a balazos “tratando de huir” de la cárcel cuatro años después de su captura y otros 12 murieron por efectos de las torturas tras salir de las cárceles, entre ellos el periodista Rafael Corrales Rojas.
Fueron 21 los procesados en la Corte de Investigación y Consejo de Guerra, y 16 salieron con condenas varias, incluyendo el director del Diario La Prensa, Pedro Joaquín Chamorro, sentenciado a 40 meses de confinamiento en el puerto lacustre de San Carlos, Río San Juan.
Hipótesis
El leonés Romualdo Cisneros también estuvo en esa fiesta, según su amigo Julio Juárez Solís, la vieja gloria del beisbol. Juárez conserva una carta manuscrita que Romualdo Cisneros le dejó donde narra su versión de los hechos y plantea una extraña hipótesis del arma que usó Rigoberto López Pérez.
“Hay algo que no saben, cuando Rigoberto López Pérez hizo su entrada a la fiesta los centinelas de la entrada lo registraron de pies a cabeza, pero el arma la introdujo una gran dama que estando dentro se la entregaría a Rigoberto. (…) Fue Miriam Pérez, conocida como la novia de la Casa del Obrero”, asegura en su carta Romualdo.
Pero es el único que asegura tal cosa. En entrevistas, crónicas y libros históricos la versión oficial es que la Guardia Nacional no revisó a nadie en la entrada. La familia de Miriam y Daysi Bojorge, su amiga, niegan totalmente que ella conociera siquiera a Rigoberto.
La luz no se cortó
Había órdenes de que las luces se apagaran antes de la medianoche, pero eso nunca ocurrió. “Rigoberto se adelantó y disparó antes”, dijo Ramón Rosa Martínez Vargas en una entrevista a La Prensa en 2002. El leonés Martínez Vargas declaró ser parte del complot organizado por 21 hombres, pero que solo Rigoberto llevó a cabo la noche del 21 de septiembre de 1956.
Según su versión, Edwin Castro Rodríguez, Julio Alvarado Ardila, Noel Jirón Balladares, Juan Calderón Rueda y él se encargarían de cortar el servicio de la luz eléctrica de la subestación de Sutiaba, que dejaría sin luz toda la ciudad de León y facilitaría la huida de Rigoberto después de disparar contra Somoza.
Pero mientras ellos avanzaban hacia su puesto, una mujer les gritó: “¡Váyanse! Mataron al presidente, la guardia anda en la calle echando preso a todo el que encuentra. Todos tomamos rumbos diferentes, yo huí a Estelí con la intención de ir a Honduras, pero por falta de reales no pude y, además, desconocía la zona y por supuesto el lógico temor de ser capturado”, reveló Martínez. Ellos presumen que Rigoberto supo que Somoza García se iría de la fiesta antes de la hora prevista para el atentado.
Su familia fue capturada por la Guardia Nacional, se entregó. Estuvo preso, fue interrogado y torturado por el oficial Oscar Morales Sotomayor, conocido como “Moralitos”, el famoso torturador de la época.
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