El Rasputín de El Tololar

Reportaje - 14.12.2014
José Ramón Díaz. Curandero. Foto Uriel Molina/LA PRENSA

Un curandero de 62 años y con fama de brujo convive con tres mujeres en una comarca rural de León. Cada una cumple sus roles y ninguna siente celos, aseguran. Tienen una sociedad peculiar y tan extrema como la pobreza en que viven.

Por Amalia del Cid

En un rincón de El Tololar, junto a espesos maizales y vastos campos de maní, habita un hombre pequeñito, con cierto aire de duende albino, barriga redonda, piernas arqueadas y blanca barba de chivo. Tiene fama de brujo, dotes de curandero y tres compañeras de vida a las que llama “mis mujeres”. Viven todos juntos, bajo el mismo techo, en una relación poliamorosa que ha escandalizado a los vecinos. José Ramón Díaz no se inmuta. “Yo fui Salomón en el pasado y seré Salomón en el futuro”, dice mostrando su sonrisa desdentada, apretando los párpados para no exponer sus ojos inquietos a la claridad del día.

Salomón, el rey israelita que José Ramón dice encarnar, tuvo setecientas esposas y trescientas concubinas. La diferencia entre ambos, dice el “sucesor”, es que a él “desgraciadamente” le tocó “ser pobrecito”. Sin embargo, parece tener más similitudes con Grigori Rasputín, el desaliñado monje de “mirada demente” que a comienzos del siglo pasado se echó al bolsillo a la familia de Nicolás Romanov, el último zar de Rusia, cuando logró controlar la hemofilia del heredero de los monarcas.

En la corte y en el pueblo, Rasputín tenía tanta fama de curandero milagroso como de supermacho insaciable. Sus orgías desenfrenadas y otras hazañas sexuales alcanzaron niveles de mito, y muerto el “Monje Loco” el tamaño de su miembro viril se convirtió en leyenda; el supuesto pene fue venerado como amuleto de fertilidad, vagó por Europa y al final de su peregrinaje halló lugar en un museo de San Petersburgo.

José Ramón Díaz es como un Rasputín moderno, sin imperio ni corte ni zares. Dice tener “dominio mental” sobre otras personas, intentó ser sacerdote y por ello le llaman el Padrecito, prepara brebajes para potenciar la virilidad, presume de que en su historial amoroso “hablar de doscientas mujeres es nada”; se ha autootorgado el título de “garañón” y se revela orgulloso porque esta no es la primera vez que convive con varias compañeras en una misma casa.

Las tres mujeres escuchan y callan, callan y escuchan. Olga Suyapa Baca Irías, de 36 años; Guadalupe Concepción Díaz, también de 36, y Deysi Yolanda Baca Irías, de 23. Hace tres meses eran cuatro, pero Deysi Marina Martínez, de 36, decidió marcharse. ¿De qué manera llegaron a esto y cómo viven ahora? Magazine le cuenta la historia.

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A las 6:40 de la mañana el sol ya quema, se levanta entre los tamarindos, por encima del huerto y el chagüital, y atraviesa las rendijas de la cocina, armada con tablas, plástico negro y latones, igual que el resto de la casa. Ahí está José Ramón Díaz, con su metro cincuenta de estatura y la cabeza casi tocando el techo, de pie ante la estufa eléctrica donde sancocha un arroz con soya para el gallopinto del desayuno. Guadalupe Concepción deambula por el patio, más silenciosa que el Ratón Pérez; Olga Suyapa barre las hojas secas que por la noche se desprendieron de los árboles y Deysi Yolanda se baña a huacalazos junto al lavandero. Inicia otro día, un día cualquiera, en la vida de esta peculiar familia de El Tololar, comarca rural de León.

A decir verdad, más parecen una cooperativa, con roles bien definidos. Hasta hace cuatro meses, cuando Mifamilia (Ministerio de la Familia) todavía no les había quitado los últimos seis de los nueve hijos que entre todas parieron con José Ramón (ya antes el ministerio se había llevado a tres niños de Lupe), Olga Suyapa y Guadalupe se encargaban de cuidar a la prole y de los quehaceres del hogar. Las otras dos trabajaban hombro a hombro con el Chele, vigilando los cultivos, recogiendo leña para vender, preparando yerbas y destilando las pócimas que él lleva cada quince días a Honduras, el país donde se conocieron.

Tres de ellas son hondureñas. Solo Guadalupe es nicaragüense. Chinandegana de El Viejo. José Ramón la conoció en 1995, cuando él estaba preso en la penitenciaría de Chinandega por el delito de violación cometido contra su última pareja. Por entonces Lupe era una muchachita de 17 años y escasas palabras, que acompañaba a su padre, un predicador evangélico, en sus visitas a la cárcel. Con un “hola, niña, ¿cómo estás?”, comenzó la relación que, según José Ramón, unos tres años más tarde llevó a Guadalupe a servir de fiadora para que él saliera de prisión. Solo cumplió siete años y medio, aunque la condena era de 16. A la fecha se sigue declarando inocente.

Es evidente que Guadalupe tiene cierto retardo mental. Se comunica con gestos, medias palabras y las más de las veces ni siquiera intenta comunicarse. Es solitaria, escurridiza y tiene un rostro inexpresivo. José Ramón asegura que cuando se conocieron ella no estaba inscrita en el registro civil y él se vio en la necesidad de cometer su “peor delito”: anotarla con su apellido para poder llevarla consigo en sus viajes a Honduras, donde trabaja como médico naturista. De ser así, legalmente convive y tiene cuatro niños con su propia hija. “Muchos dicen que no es cuerda, pero yo platico con ella, platico bien a través de señales”, cuenta con su voz aguda y su acento de campo, arrastrando las letras.

Guadalupe, pues, llegó primero. Cuando José Ramón logró salir de la cárcel, bajaron juntos al río de Chinandega, en busca de la pichinga de plástico que ella había semienterrado en la ribera. Era su alcancía secreta, en la que depositó 1,600 córdobas en monedas de la venta de botellas que encontraba en la basura. “Lo gasté todo. Con ese dinero compré el plástico negro para una casa, hice un triciclo con chatarra vieja que tenía guardada y empezamos a vender leña”, cuenta el “sucesor” de Salomón.

Esta mañana lo ha encontrado sin camisa y con un pantalón pijama color lechón usado al mejor estilo de Cantinflas. Después de un baño, se ha metido a la cocina y al poco rato ha empezado a llamar con voz melosa a sus señoras para que lleguen por el desayuno: “Yoli”, “Olga”, “Lupe”...

José Ramón Díaz. Curandero.
El curandero y sus parejas trabajando en el huerto de la casa, donde crecen las yerbas medicinales. Normalmente Deysi Yolanda (extremo derecho) y José Ramón cuidan los cultivos.

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Olga Suyapa Baca Irías y Deysi Yolanda Baca Irías aseguran que no son parientes. Aunque tal vez sí lo sean y ni ellas se dan cuenta, insinúa José Ramón, porque usted sabe, “los viejos somos putos”. Los vecinos las creen tía y sobrina. La primera es de Sabanagrande, Honduras, se crio en el campo y solía trabajar como doméstica. La otra es de Tegucigalpa y laboraba en las oficinas del Registro Central cuando su vida se cruzó con la del hombrecito que vendía medicina para la gastritis. Deysi Marina era ama de casa en el municipio de Ojojona; ahí dejó a su hija mayor y se vino a Nicaragua tras una ilusión llamada José Ramón.

¿Cuál es el “arma secreta” de este señor? Hablar con la “verdad”, dice él. “Yo tengo la costumbre de decirles a las mujeres lo que soy y lo que no soy. Yo les digo a las muchachas: ‘Yo soy el peor prostituto que hay en la vida. ¡El peor prostituto!’. Si usted habla con la verdad, creo que hay de todo. Si no, no hay nada”. Sin embargo, esta teoría supone que un hombre, cualquier hombre, podría conquistar el corazón de una mujer, cualquier mujer, con solo confesarse promiscuo y polígamo. Así que José Ramón propone de inmediato una explicación más creíble, con un toque rasputiniano: “Dominio mental”.

Bueno —intenta explicar—, “eso el Señor lo da, todas las personas tenemos un dominio sobre otras. Influimos. De una manera directa o indirecta”.

Desde su exilio voluntario en la vivienda de los Barreto, familia de El Tololar que la contrató como doméstica y le dio posada para que saliera de la casa de José Ramón, Deysi Marina Martínez habla de una tercera posibilidad: el engaño. A los Barreto les ha contado que cuando dejó todo lo que conocía en Honduras para viajar a un país extraño no sabía que José Ramón ya tenía otras dos compañeras: Guadalupe y Deysi Yolanda.

Deysi Marina abandonó la casa de José Ramón hace unos tres meses, fue su primer paso para que Mifamilia le devuelva a sus dos hijos, uno de un año y otro de tres. Tendría otro niño, pero el tercero murió un mes antes de que ella se marchara del rancho. Pasó “de repente”, cuando el bebé tenía 22 días de nacido “la mamá lo encontró como boqueando y le dieron los primeros auxilios”, pero nada, cuenta Olga Suyapa. En orden de llegada, ella fue la cuarta de las “mujeres” de José Ramón.

De los seis niños que el ministerio se llevó un martes a comienzos de septiembre, los dos mayores tienen poco más de tres años, uno es de Guadalupe y otro de Deysi Marina. Las edades de los otros cuatro van desde un año y piquito hasta apenas cuatro meses, de modo que Deysi Marina, Deysi Yolanda y Olga Suyapa estuvieron embarazadas al mismo tiempo.

¿Qué hace que una mujer acepte esas condiciones en un país donde ni siquiera existe la poligamia? “Yo lo quería demasiado, lo amaba, por eso me dije: ‘Bueno, voy a ir’, y nos venimos a Nicaragua”. Así explica Deysi Yolanda, joven, simpática, con secundaria aprobada y estudios técnicos en computación, su decisión de seguir a José Ramón Díaz, quien a la fecha tiene 62 años biológicos y 52 legales, porque sus padres lo inscribieron diez años tarde.

A ella la acosó durante seis o siete meses, llegando casi todos los días a la oficina donde la muchacha trabajaba, con el pretexto de visitar amigos o entregar medicina. “¿Afligida? (No). Cómo no, yo sé que afligida, ¿cuál es su nombre? (Dígame en qué le puedo servir). A mí en nada, chiquita, yo sí en qué le puedo servir, en regalarle un niño y hacerla la mujer más feliz, o infeliz quizás. Me le voy a robar el corazón. ¿Que cuántas compañeras tengo? No sé cuántas tengo... Y así hasta que me la robé. Si usted llega al panal, saca a todas las avispas hasta que se coma la miel. Yo alboroto al panal o no lo toco”. De esta forma describe José Ramón su supuesta estrategia de conquista. La misma que, según él, aplicó en los casos de Deysi Marina y Olga Suyapa.

Todas habían tenido anteriores relaciones y en algún momento sintieron celos. Sin embargo, ahora que están con José Ramón dicen que ven “normal” compartirlo y que entre ellas se miran como hermanas, como amigas. “Cada quien vive su vida como le parece”, sostiene Deysi Yolanda. Y Olga Suyapa señala que hay otros hombres que tienen hasta cinco amantes con hijos y que la gente no lo ve raro “solo porque no viven en la misma casa”. “Con esas no se meten”.

“Dicen que el amor es ciego... No puedo ni explicar qué me enamoró, pero me enamoré lo suficiente para venir hasta acá. Él ya tenía a las otras tres, yo venía bien informada y aun así acepté. Fue voluntario, nada a la fuerza”, cuenta Olga Suyapa, mientras enjuaga los trastos del desayuno. Sentado junto a ella, José Ramón termina de tragar el gallopinto y deja su plato sobre el lavandero: “Tome, mi reina, se lo regalo”.

“Si usted llega al panal, saca a todas las avispas hasta que se coma la miel. Yo alboroto al panal o no lo toco. Si esta mujer me gustó, es hasta terminar mi carrera”.

José Ramón Díaz, curandero

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José Ramón Díaz nació en El Tololar, en la misma propiedad donde ahora vive con sus compañeras, el 11 de noviembre de 1953, como el cuarto de los ocho hijos de una pareja de campesinos, una nicaragüense y un salvadoreño. Fue criado por una tía materna y aprendió de yerbas y yerbajos desde muy niño, porque su padre adoptivo era curandero.

Creció como ermitaño, dice. Desde los ocho años adquirió la costumbre de subir a un cerro, acompañado solo por bueyes y perros, para quedarse ahí por mucho tiempo. Sus compañeros de clase lo llamaban Gusano de tierra, porque cuando bajaba de su cueva volvía hecho una lástima. Allá arriba, cuenta, podía pasar todo el invierno comiendo garrobos, ayotes y frijoles hervidos en pichingas plásticas. “Habiendo agua yo no me bajaba. Después perdí la costumbre de estar en el monte, pero casi no me gusta estar aquí en la casa. Y no quise que las puertas dieran a la calle, todas ven hacia al patio”.

Poco antes de sus 20 años biológicos quiso ser sacerdote. Entró al Seminario de León y por un tiempo se sometió a las leyes de Dios y hasta predicó en algunas comunidades. Pero había una cláusula que no le gustaba: la del celibato. “Miraba la Biblia a cada rato y leía la parte que decía ‘en vez de que te estés quemando, cásate’... Nunca estuve de acuerdo”, recuerda. Entonces empezó a indagar en la historia de la Iglesia en busca de justificaciones para abandonar su incipiente vida contemplativa. A los tres años, dijo: “Aquí no alcanzo, voy de viaje”. Y de esa aventura religiosa solo le quedó el mote con que se le conoce en El Tololar: el Padrecito.

El monje Grigori Rasputín encontró una forma de reconciliar la religión con sus excesos sexuales. Razonable para algunos, descabellada para otros. Su filosofía, aplicada a sus devotas admiradoras, era más o menos así: “Es preciso pecar para poder ser perdonado y el pecado más fácil de cometer es el del sexo”. En esa materia, José Ramón Díaz se siente un erudito e incluso fanfarronea un poco cuando afirma: “No hay mujer que me aguante”. Dice que las llama “una por una” a su cuarto o les hace “visita de médico”. Además, cuenta entre carcajadas, fuera de casa tiene algunas “amigas” que lo llaman por teléfono y sus compañeras no se molestan porque “¡ya saben lo que tienen!”.

Según él, hace mucho tiempo, allá en los años ochenta, tuvo otras experiencias “poliamorosas”. La primera en El Viejo, Chinandega, con “cuatro chavalas”. “Fue suerte de la vida”, considera. “Llegó una, me quedé con ella, la otra sabía también y así... fuimos acondicionando la situación. Con el tiempo nos desunimos, dos se fueron para El Salvador (de allá eran), otra se fue y otra falleció en un accidente de tránsito”. Su otra relación múltiple ocurrió en San Carlos, Río San Juan. “Ahí eran seis. Una de San Carlos, las otras cinco eran campesinas de los asentamientos, la mayor de 22 años y de 19 la menor. Estábamos todos juntos, me sentía feliz”.

La felicidad terminó cuando sus parejas decidieron que no querían ser siete. “Mucho peleaban, no por mí, contra mí. Se aliaban. No querían que saliera de la casa. Decían: ‘Suficiente aquí con nosotras’. Y yo: ‘Señorita, pero si voy a hacer un mandado...’. Y entonces decían: ¡A ver voy yo, dame los reales!”. Así que se fue, dejando atrás seis hijos.

Reconoce que ha dejado niños por dondequiera. “Por todititos tengo 42 hijos”, asegura, y se ve orgulloso de sí mismo. “En León, tres niños, no vivo con las mamás y hace tiempo ni las miro, solo a ellos. En San José, Costa Rica, cinco. En Honduras, ya no sé ni cuántos me tienen, a los que reconozco son a 12, dos son gemelas, ya tienen diez años... No he sido ni irresponsable ni muy responsable. Siempre les paso algún bocadito, por allá cuando tengo”. Eso sí, aclara, a los que viven con él “nada les falta”.

 En la foto: Deysi Yolanda, Olga Suyapa y Guadalupe Concepción.
La casa está hecha de sacos, plástico negro, latones y tablas. En la foto: Deysi Yolanda, Olga Suyapa y Guadalupe Concepción.

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Se ha granjeado su propia fama de brujo. Dice, por ejemplo, que puede hacer curaciones a larga distancia, viajar con el pensamiento hasta el cuarto donde su paciente está tumbado, completamente desnudo, sobre una sábana, en el piso. Cuenta que conoce de bebidas y plantas que por un rato pueden convertir a un hombre en un semental; del mapachín que pone “locas” y delirantes a las mujeres y de la plantita que cura el efecto; de “sopitas” que se preparan con calzoncillos que han sido usados durante cuatro días seguidos y tienen la propiedad de hacer que en tres minutos una dama “se baje el blúmer”.

¿Usó alguna de esas “recetas” en sus actuales compañeras? “No, yo no lo he hecho, porque no lo necesito. Si quiero algo, quiero tenerlo para mí. Si le da eso a una mujer, ya después no quiere nada con usted. El efecto no dura mucho y pasada la reacción, se termina el encanto. Ya no estarían ellas conmigo”, responde sin pensarlo dos veces.

También asegura que sobrevivió a la caída de un rayo y que puede controlar la electricidad. Para demostrar esto último, toma con la mano izquierda un cable de 110 voltios y con la otra empieza a dosificar la energía. La puede concentrar en su frente o modificar la intensidad de la corriente que transmite a otras personas. Le llama electroterapia.

Ahora que Deysi Marina se ha ido, que no hay niños en casa y tampoco caballos para ir a buscar leña con la carreta (los tres murieron de hambre en agosto, porque en el campo no había suficiente pasto), los roles han cambiado muy poco. Junto con Guadalupe, Olga Suyapa sigue haciéndose cargo de la mayoría de los oficios del hogar, pero anda en busca de un empleo. Igual Deysi Yolanda. Ahora solo ella le ayuda a José Ramón a elegir las yerbas, a sembrar frijoles, ayotes, calabazas y calabacitas, y a destilar sus cocimientos. Pasan quince días preparándolos antes de que él se los lleve a Honduras. El resto de las horas se les va en echar siestas, ver televisión o ir a León a preguntar por el paradero de sus hijos.

Si el requisito para que Mifamilia les devuelva a sus niños es dejar esa convivencia, están dispuestas a hacerlo, aseguran. “Después de lo que pasó, yo dije: ‘¡Basta! Esto se acaba’. Ahora lo aprecio, pero ya no lo miro como antes, ahora es como un hermano. Se acabó el amor loco, definitivamente”, dice Deysi Yolanda. Lleva cuenta de cada uno de los días que pasa sin sus hijas.

Al acercarse el mediodía, vuelve a haber movimiento en la casa. Las mujeres dejan sus colchonetas, corren las cortinas de sus diminutos cuartos y aparecen en el patio. Olga Suyapa se va al fogón a preparar las tortillas del almuerzo; mientras ella palmea, Deysi Yolanda sopla las brasas y José Ramón agita una porra para mezclar bien el agua con el refresco en polvo y una libra de azúcar. Ajena a todo, Guadalupe se sienta en un tronco, ocupadísima en contemplar la nada.

José Ramón Díaz
José Ramón Díaz prepara el desayuno para él y sus “mujeres”. En esta misma cocina pone al fuego las yerbas medicinales que usa en sus brebajes.

Los niños y Mifamilia

A comienzos de septiembre el Ministerio de la Familia (Mifamilia) se llevó a seis hijos de José Ramón Díaz y a las cuatro mujeres que hasta hace poco convivían con él (ahora solo son tres). Entre los argumentos del ministerio, según Olga Suyapa y Deysi Yolanda Baca Irías, destacan la supuesta desnutrición de los niños y el hecho de que eran criados en una relación polígama.

Ellas afirman que sus hijos no estaban desnutridos. “Dos o cuatro onzas menos, no es desnutrición. Hay niños remilgados para comer”, protesta Deysi Yolanda.

Las mujeres están recibiendo atención psicológica proporcionada por Mifamilia. El ministerio se negó a dar una versión oficial a Magazine, debido a que hay menores “bajo protección”. A la fecha, las madres desconocen dónde están sus hijos.

Grigori Rasputín, el campesino que conquistó un imperio

Destinado a ser uno de los personajes más fascinantes de la reciente historia de Rusia, Grigori Yefímovich Rasputín, nació en la rural Siberia y fue hijo de campesinos católicos. Tenía fama de adivino y de poderoso curandero; monje sin estudios pero con una gran fuerza mental y una pasmosa habilidad para leer las debilidades de los demás. Su influencia sobre los Romanov lo llevó a tener el control total del gobierno ruso. Murió asesinado en 1916.

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